El Arco Tensado (2: Las Botas)

Un joven de 22 años es educado por una dominatriz de 35, quien le enseña a emitir su semen gota a gota.

II - LAS BOTAS

Es curioso esto de que me tenga prohibido manifestar placer, ansiedad, dolor, o cualquier otra forma de conducta. Supongo que apunta a mi autocontrol, pero fue muy extraño y antinatural la primera vez que ocurrió.

Fue al principio, cuando todavía parecía preocuparle que mantuviera una erección constante en su presencia. Como debo estar siempre desnudo (salvo por el collar, los trabones de muñecas y tobillos, y la ligadura de los genitales), no tengo forma de ocultarle el estado de mi sexo. Al principio me ordenaba masturbarme a sus pies, por supuesto sin eyacular, cada vez que notaba que el pene no estaba lo suficientemente tenso. Después me graduó las pastillas (me ordena tomar varias, a diferentes horas. No se lo que contienen, pero seguro que son afrodisíacos) y consideró que ya no necesitaba masturbarme, (aunque yo estaba siempre ansiando soltar chorros de semen), así que me lo prohibió.

Aquel día me había tenido enseñándome a lamerle la vulva. Tenía una cadenita de plata que se desprendía de su pulsera y con ella guiaba mi lengua por las partes que debía lamer. Estaba sentada sobre un taburete alto, en el bar, con las piernas abiertas, frente al ventanal y era de mañana, de modo que yo podía ver claramente todos los pliegues secretos de su sexo. Se había levantado recién (rara vez duerme en este penthouse) y estaba completamente desnuda, salvo por unas finas pulseras de oro que nunca se quita. Yo me moría de deseo al ver su carita soñolienta y su pelo despeinado y revuelto. La lamía con ansiedad, anhelando satisfacerla y agradarle.

- Lamerle la concha a una mujer es homenajearla - me dijo con vos ronca de sueño– debes hacerlo siempre pensando en ella y en su placer, no para calentarte tú. A ninguna mujer le gusta un gorila baboso hundiéndole el hocico entre las piernas y empujándola para todos lados. Eso está bien para las bestias, pero si quisiera algo así me buscaría un perro... tú en cierta forma eres como un perro, pero serás un perro educado.

Mientras hablaba llevaba mi lengua de un lado a otro lentamente por entre sus muslos, sus ingles, su periné, los labios exteriores e interiores de la vulva y, finalmente, posaba la cadenita sobre su clítoris para que yo detuviera mi lengua y lo acariciara con ella.

Después se abría delicadamente los labios con sus dedos finos de uñas largas y cuidadas y, mirándome como una maestra me decía:- penétrame lentamente con la lengua...Más adentro...más - hasta que yo tenía toda la cara entre su vulva con la lengua dolorida de estirarla para alcanzar lo profundo de su vagina. En esa posición me ordenaba – mueve la lengua lentamente, cógeme con ella mirándome a los ojos desde allí, eso impedirá que te distraigas en tus fantasías y hará que te concentres en mi.

Verdaderamente mirarla a los ojos desde esa posición me permitía percibir su estado de ánimo y sus sensaciones y, aunque no manifestaba ningún placer, al menos me prevenía si hacía gestos de desagrado o molestia y me permitía afinar mi técnica para complacerla.

Me dejó lamerla así, por un largo rato, mientras se limaba las uñas, mirándome de vez en cuando y corrigiendo mis errores con indicaciones precisas.

Finalmente dejó la lima y reclinándose de espaldas mientras apoyaba los codos sobre el mostrador me dijo – muéstrame tu erección -

Inmediatamente adopté la "primera posición" (de rodillas, manos atrás, espalda arqueada, pene erecto). Me tocó el sexo con su pie descalzo, dándole unas ligeras pataditas, y en un gesto piadoso poco común me dijo: - lo has hecho bien, con esmero,... ahora te permitiré aliviarte porque en ese estado no podrás controlarte cuando te eduque. Tráeme, de mi vestidor, las botas altas de charol, ...las negras –

Corrí a su vestidor y buqué ansiosamente unas botas altas entre decenas de zapatos, botas y sandalias. Al regresar estaba sentada en el sillón mullido del centro del loft. La luz del sol matinal doraba el perfil de su cara, su pelo revuelto, sus senos perfectos y sus muslos. Me arrodillé frente a ella levantando las botas como una ofrenda. Extendió una pierna frente a mi y me dijo - pónmelas -.

Delicadamente guié su pie entre la bota, altísima, de cuero, y sosteniéndola por la planta se la calcé cómodamente; después hice lo mismo con la otra. Se paró frente a mi (infinitamente alta) y taconeó para acomodar los pies dentro del calzado. Las cañas de las botas sobrepasaban sus rodillas por delante, pero estaban recortadas por detrás para permitir una flexión cómoda de la rodilla. Yo miraba perturbado la belleza de sus muslos atléticos, largos y musculosos que se perdían entre esas finas cañas de cuero.

Se sentó plácidamente, respaldada en el sillón, con los codos apoyados en los brazos mullidos y, juntando las piernas flexionadas frente a mi me dijo – ven, mete ese pitito ansioso entre mis botas y muéstrame como fornicas .-

Inmediatamente me acerqué a sus piernas, de rodillas, balanceando el garrote ansioso y los testículos duros como piedras, lentamente penetré la ranura entre sus piernas inmóviles; casi me monté sobre sus pies (podía sentir el empeine de sus botas contra mis testículos y sus puntas contra mi ano), e introduciendo profundamente el pene entre las altas cañas de cuero comencé a cogérmelas con movimientos profundos y lentos. No me ayudaba, sólo se limitaba a mantener las piernas juntas y quietas mientras yo me afanaba como un gnomo libidinoso friccionando mi sexo palpitante contra el cuero frío. La tomé delicadamente por los tobillos para empujar profundamente el pene a través de sus piernas, besando sus rodillas en actitud de agradecimiento. No me atrevía a mirarla a los ojos, pero sentía su mirada sobre mi.

Me habló divertida – No acabes sin mi permiso -. Luego tomó una revista y comenzó a hojearla distraídamente dejándome concentrado en mi cópula de perro entre sus piernas. De vez en cuando levantaba la vista y observaba mis afanes sin mucho interés. Yo sentía una terrible vergüenza mezclada con el placer ansioso de la humillación, y abría mis piernas ofreciéndole mi sexo avergonzado y refregando desenfrenadamente mi escroto sobre el empeine de sus botas. Al principio la terrible excitación me hacía temer que se me escapara un chorro hirviente de semen entre sus piernas, así que cuando sentía la inminencia del orgasmo me demoraba en mis movimientos o me quedaba quieto con el sexo proyectado profundamente de modo que se asomaba por detrás de sus botas y me permitía apretarme el glande entre mis dedos para detener el orgasmo creciente.

Al fin, después de más de veinte minutos de vergonzoso placer, encorvé mi espalda y hundí la cara entre sus muslos, sin permiso, rogándole con la lengua que me permitiera eyacular. Tenía la vista clavada en esas botas perfumadas sin atreverme a alzar los ojos, pero podía ver furtivamente, y sobre todo oler, la vulva exquisita que había lamido por horas.

Ya no podía contenerme y temí que me saltara un chorro sin permiso, me quedé quieto por un momento, profundamente clavado entre sus botas, tiritando de ansiedad y de tensión. Ella sintió el cambio de ritmo y alzó la vista indiferente, como si se hubiera olvidado que un hombre desnudo y humillado se agazapaba entre sus piernas en un coito vergonzante. Pareció aburrida del juego y al fin me dio la orden: - puedes acabar -

Instantáneamente comencé a eyacular con espasmos de placer enloquecedor. Chorros de semen caliente, largamente contenido. Mis movimientos profundos pasaban sus piernas y el semen saltaba incontrolable hasta el sillón y la alfombra desde mi glande palpitante. Sin querer lamía y babeaba las cañas de sus botas y sus muslos. No podía parar de bombear con mis caderas y apretando sus tobillos contra mi sexo seguía expulsando chorros calientes hasta que me sentí desfallecer. Sólo cuando los últimos temblores recorrieron todo mi cuerpo encogido, y quise estirarme para agradecerle su piedad lamiéndole la concha, comprendí que me había puesto a prueba... y que había cometido un error.

Levanté la vista hasta sus ojos y noté que su humor burlón se había transformado en fastidio.

Me miraba despectivamente, con los brazos cruzados. Yo bajé la vista y sentí que mi cara ardía de vergüenza mientras las contracciones decrecientes de mi pene dejaban escapar las últimas gotas que bajaban como perlas por las cañas de sus botas.

La solté inmediatamente y, apoyándome un pie en el pecho, me empujó con violencia hacia atrás, clavándome el taco en un pezón.

Penosamente me erguí sobre mis rodillas y me quedé con la vista baja, las manos atrás, avergonzado, con el pene aún tenso y rojo goteando sobre la alfombra.

- Puedo comprender - me dijo – que sientas placer en eyacular en mis botas como un perro. Sé que te gusta avergonzarte ante mi y mostrarme que escupes leche a mis pies como un animal enloquecido. Se que ansías babosearme y gritar de placer masturbándote ante mi... pero es desagradable, y será la última vez que lo haces .-

-En lo sucesivo, cuando te permita, o te ordene, eyacular, lo harás en silencio y en absoluto control, mirándome a los ojos, sin un gesto, ni un suspiro, ni una lágrima. Vas a aprender a eyacular por orden mía, como un reflejo, y el placer y las monadas de macho caliente no tienen nada que ver con esto. Algún día sabrás por qué.-

-Ahora veamos cómo lo haces. Mastúrbate hasta que alcances una erección apropiada.-

Comencé a masturbarme velozmente ante su mirada severa. Tenía el sexo empapado en semen frío y pronto se tensó entre mis manos. Cuando me pareció estar listo coloqué las manos a mis espaldas y me quedé tieso como un poste exponiéndole mi miembro maleducado. Ella seguía sentada, desnuda, con sus botas manchadas de semen, los brazos y las piernas cruzadas, esperando y controlando mis actos con mirada severa. Cuando vio mi erección, probó la tensión de mi sexo con unas pataditas hostiles del pie que balanceaba impaciente.

-Tráeme la fusta- ordenó secamente.

Mientras corría a la entrada para descolgar su fusta de la pared, trataba de explicarme cómo una mañana que prometía ser amistosa y alegre se había transformado en esta tensa situación de la que mi sexo saldría ardiendo.

Regresé con la fusta y me arrodillé ante ella que me esperaba en la misma posición. Levanté los brazos ofreciéndole el látigo, con las dos manos, como un general rindiendo su espada.

La tomó de mis manos y sorpresivamente me dio un fuerte varazo en el pene erguido.

- Ponte bien derecho - me dijo.

¡Zap!... otro varazo. - La cabeza alta, mírame a los ojos .

¡Zap!!...otro varazo terrible. – los brazos atrás, bien arriba .

A cada fustazo mi miembro erguido se balanceaba y se tensaba más. Me pregunté confusamente si esta bruja deliciosa sabría que me podía hacer eyacular otra vez a chirlos, y lo cerca que estaba de soltar un chorro caliente hasta sus pies, a medio metro de distancia.

Se paró y salió caminado parsimoniosamente, desnuda, con sus botas altas, balanceando sus nalgas tensas y redondeadas frente a mi, indiferente e impiadosa.

- Sígueme - ordenó

La seguí en cuatro patas, tratando de mantenerme cerca de ese culo adorable y ese sexo carnoso que veía desde abajo. Al llegar a la puerta de su vestidor se volvió y parándose frente a mi en todo su esplendor me ordenó, finalmente, lo que tanto había temido. – Límpiame las botas con la lengua.-

Lamí mi semen, por primera vez, con una sensación contradictoria. Por un lado sentía asco de pasar la lengua por ese jugo frío y pegajoso, pero por otro lado me recorría el cuerpo un temblor excitado por estar lamiendo las botas de esa bruja mala y deliciosa, como el más humilde y obediente perro. La certeza de hacer algo contra mi voluntad, abandonándome a su designio, sabiendo que era el principio de mi entrega. Amándola.

No se movía ni me facilitaba el trabajo. Sólo permanecía con las piernas abiertas permitiéndome meter la cabeza alrededor de sus botas para limpiarla bien. Tenía las manos en la cintura y me indicaba con fuertes y ardorosos fustazos en el culo, dónde quería que me esmerara más.

Finalmente me empujó hacia atrás con su bota bien lamida indicándome, con un fustazo, que adoptara la posición de espera nuevamente; me puso la fusta atravesada en la boca y, girando sobre sus talones, se introdujo en sus aposentos.

No tardó en regresar. Noté inmediatamente que se había cambiado las botas por otras de altos y finos tacos, casi iguales a las anteriores pero tachonadas de apliques de plata puntiagudos y con espuelas de anchas capelladas metálicas sobre los empeines. También se había puesto una bombachita diminuta, apenas un triángulo sobre su monte de venus.

- Primero aprenderás a sacarme las bragas - me dijo fríamente, mientras tomaba la cadena de mi collar con la mano izquierda, tensándola como si quisiera ahorcarme, - y después veremos si eres tan valiente con estas botas como con las otras.

Me sacó la fusta de la boca y, parándose frente a mi, se bajó la bombacha hasta el medio de sus muslos.- Ahora te acercas – me dijo – y delicadamente me bajas la bombacha, con la boca, hasta el piso, sin tocarme.

Para hacer esto tuve que aproximarme hasta casi rozar su sexo con mi cara. Noté que se había perfumado (tal vez una gota de perfume en las ingles). Tomé la braguita en mi boca y la bajé cuidadosamente entre sus piernas, pero se enganchó en las tachas de sus botas y me costó maniobrar con la boca y la lengua para desprenderla. La demora la molestó y, tensando la cadena de mi collar, comenzó a descargar fuertes fustazos en mis nalgas doloridas hasta que pude retener el suave trapito contra el piso para que retirara sus botas con un movimiento fácil.

Me incorporé con la bombacha en la boca y me levantó la cabeza con la fusta hasta que la miré a los ojos. En es posición se arrimó a mi hasta casi rozarme, y con toques de fusta me acomodó alrededor de sus botas aprisionándome el sexo entre las cañas tachonadas, mientras mi cara, forzada por la cadena tirante, quedaba casi pegada a su sexo perfumado.

- Eyacularás aquí como un caballero - me dijo. – No aceptaré el menor gesto ni el más mínimo descontrol. Me mirarás a los ojos mientras trabajas. Acabarás sólo cundo te lo ordene. Te moverás lentamente y no me tocarás.

Al tener mi pene aprisionado profundamente entre sus piernas la mitad asomaba por detrás de las botas así que con un movimiento preciso de la fusta a sus espaldas me dio un chirlo fuerte en el glande.

- Comienza - ordenó

Lentamente comencé a moverme bombeando con la cadera y flexionando y extendiendo las rodillas, con las manos atrás, de manera muy forzada e incómoda. A cada vaivén mis testículos se apoyaban sobre las capelladas frías de sus espuelas y mi prepucio se raspaba entre las tachas de las cañas de sus botas, produciéndome un dolor creciente.

Con la vista fija en sus ojos azules, mi sufrimiento físico se compensaba con la excitación de estar humillado y torturado por esa bella dominatriz, ofreciéndole mi sumisión y mi obediencia mientras fornicaba sobre sus botas, con su bombacha perfumada en la boca, como un animal amaestrado y sumiso.

Esta excitación creciente me llevo rápidamente rogarle con los ojos que me permitiera soltar el semen dolorido entre sus botas. Como si adivinara mis pensamientos volvió a castigarme con la fusta sobre el glande mientras me advertía -¡Ni se te ocurra soltar una gota sin permiso!-

A cada chirlo su brazo describía un ligero arco hacia atrás haciendo temblar sus tetas hermosas, y su muñeca se doblaba habilmente golpeándome justo sobre el glande con perfecta puntería, sin dejar de mirarme a los ojos. Yo sabía que esperaba que avanzara el pene entre sus piernas para castigarme cuando estaba más expuesto y vulnerable, con el prepucio corrido hacia atrás y bien proyectado, palpitando en el aire. A cada fustazo mi cuerpo temblaba de excitación y dolor mientras mis ojos se mantenían fijos en los de ella, hipnotizados por su mirada fría, cruel y despectiva.

Quise cerrar los ojos porque mirarla, desde mi posición, con su sexo frente a mi cara, su vientre terso, sus tetas perfectas, desnudas, y sobre todo su mirada, desde arriba, amenazante y despectiva, en su rostro perfecto, con su pelo revuelto que caía desprolijo hasta más abajo de sus pezones, era una visión tentadora de perdición. Pensé decirle con mis ojos – perdón señora- y dejar fluir el semen contenido, rindiéndome y entregándome a su castigo. Pero realmente sentí temor al advertir un brillo creciente de rabia y desprecio en sus mirada. Así que permanecí moviéndome lentamente con la vista fija en sus pupilas, tratando de anticipar la orden piadosa de liberar mi semen contenido. Tratando de agradarle, de complacerla, de ser otra ves el esclavo aplicado que unas horas antes la lamía obediente.

Mi cuerpo temblaba de incomodidad y excitación. Había dado varias vueltas de la cadena a su mano y me sostenía firmemente con la boca casi apoyada sobre su vulva. Yo sacaba la lengua en un intento de aplacarla lamiéndosela.

Con pequeños fustazos sobre la caña de su bota me mantenía atento al castigo inminente. Entonces comenzó a darme indicaciones precisas:-

- Empuja a fondo, lentamente, para que el glande salga del prepucio, y quédate quieto .

Así lo hice. Me tanteó el glande con la fusta y me sujetó con la otra mano, tensando aún más la cadena del collar. – Bien... así... Puedo mantenerte horas en esta posición. Puedo tenerte así, agregándote un consolador eléctrico en el culo para hacerte palpitar tu pitito anhelante desde la próstata hasta el glande, y puedo tenerte así toda la tarde. Ya lo probarás...-

Esperó un rato que me pareció interminable, manteniéndome en esa posición incómoda. Tenso y arqueado, semi ahorcado por el collar, con el pene latiendo entre sus piernas...

-Ahora eyacularás sin moverte.

Dicho esto me aplicó un fuerte chirlo en el glande. – Vamos...comienza - dijo

Inmóvil como una piedra, sostenido firmemente por el collar, con todo el miembro aprisionado entre sus botas, con el glande rojo e hinchado como una ciruela, las manos atrás, los músculos de todo el cuerpo en tensión,...sentí subir el semen por el sexo torturado y, abriendo mi alma a esa mujer, a través de mis ojos suplicantes, le tributé mi leche caliente , primero como chorros doloridos, proyectados en el aire tras sus botas, y después como un río interminable y caudaloso que chorreaba mansamente por mi miembro y por sus botas metalizadas. Salvo por el tembor de mi cuerpo en tensión y por mi pene que se contraía lenta y sostenidamente escurriendo semen de mi uretra, nada en mi se movía. La erupción caliente fluía como un río inagotable chorreando mansamente a lo largo del miembro aprisionado y corriendo por el escroto y por sus botas tachonadas hasta el frío y brillante piso encerado.

Supe que para siempre sería su perro. Supe que todo mi semen sería siempre para ella y por ella. Supe que sólo quería que me educara y que me enseñara a complacerla. Divina bruja mala. Hembra cruel y misteriosa, toma mi leche a tu voluntad, cuando quieras, como quieras. Dominatriz exquisita e intuitiva que me desnudas a tus pies. Perdóname, tenme piedad, tenme paciencia, sabe que sólo quiero complacerte. Castígame porque conoces mi cuerpo y mi alma... y sabes...; y tu castigo es mi gloria.

Todo esto le dije con los ojos mientras el semen fluía constante entre sus botas.

La miré tan hondo que vi dentro de ella... y allí me entregué.

A partir de aquel día, fornicar silenciosamente en sus botas pasó a ser el motivo central de mi educación en el siguiente período. No siempre me permitía eyacular. Sólo le interesaba ejercitarme en el control absoluto de mi actitud, sea que me tuviera de rodillas por horas, a su lado, mientras leía o escuchaba música, a veces quieto, con las manos atrás, como una estatua, o a veces masturbándome (sin autorización para eyacular), lo que vigilaba era mi postura, mi inexpresividad y mi obediencia.

Para que lograra un mejor control de mis impulsos. Cuando me tenía inmóvil solía ordenarme contraer el falo en el aire en forma rítmica y pausada, como un garrote ansioso, durante horas, con la vista fija en sus botas o en sus muslos, tratando de emitir una gota de semen a sus pies, cosa que nunca lograba.

Al final de aquellas largas sesiones, a veces estiraba ligeramente las piernas juntas, mientras permanecía cómodamente apoltranada en el sillón, me ordenaba montarme sobre sus pies y me permitía refregarme sobre el empeine de sus botas, con las manos apoyadas en el piso, a ambos lados de sus piernas y con la cara hundida entre sus muslos. Entonces me autorizaba a eyacular rápidamente, en silencio y sin molestarla, mientras continuaba leyendo. En el momento mismo de soltar el semen, cosa que debía hacer de la forma más controlada posible, me tenía ordenado levantar la cabeza y mirarla a los ojos, aunque ella continuara leyendo o arreglándose las uñas, sin mirarme.

Apenas terminaba de eyacular debía lamer mi semen de sus botas y de la alfombra hasta dejarlas relucientes. Entonces debía adoptar la actitud de espera y quedarme inmóvil.

A veces, después de mantenerme toda la tarde en alguno de esos ejercicios masturbatorios sin permitirme eyacular, me llamaba desde la puerta un instante antes de salir y me ordenaba aliviarme rápidamente sobre una de sus botas mientras se abrochaba el tapado o mientras me miraba, indiferente, con las manos en los bolsillos. En esos casos yo sabía que debía eyacular rápidamente porque si la aburría podía dar media vuelta y marcharse dejándome loco de contención. O enojarse y castigarme con severos fustazos en la espalda, en los glúteos o, peor aún, en el pene erguido y palpitante. Así que, colocando las manos a la espalda, abrazaba su bota con mis piernas y con dos o tres rápidos bombazos emitía mi semen sobre el cuero reluciente, mirándola a los ojos mientras ella me contemplaba desde arriba con sus bellos ojos azules inescrutables y despectivos. Luego me agachaba inmediatamente para lamer mi suciedad de su calzado, agradecido como un perro. Entonces se iba sin decir más, dejándome acuclillado frente a la puerta de entrada.

Sin embargo, la eyaculación no era la norma. Solía tenerme día tras día masturbándome u observándola, tieso como un poste, sin permitirme soltar ni una gota. Como no lograba contenerme aprendí a masturbarme falsamente o a alejar mis orgasmos apretándome disimuladamente el glande mientras mi expresión facial se mantenía imperturbable. O por lo contrario, logré soltar un chorro de semen al instante en que me lo ordenaba, porque sabía que mis demoras la fastidiaban y porque más de una vez me detuvo, por lento, un instante antes de acabar.

En ocasiones hojeaba los hermosos libros ilustrados de la biblioteca, desnuda, apoyada sobre el bar o sobre la gran mesa de roble, manteniéndome con la nariz o la boca entre sus nalgas, masturbándome como un poseso, sin permitirme lamerla o eyacular.

De este modo llegó el momento en que podía emitir chorros hirvientes de semen a sus pies sin que se me moviera una pestaña. Como una estatua clásica, con un gran falo priápico que explotara sorpresivamente, quedándose imperturbable.

Si bien esta conducta indicaba un progreso, estaba lejos de lograr su objetivo que obviamente implicaba el autocontrol de emitir sólo una gota de semen cada vez que ella lo quisiera.

Lo cierto es que pasé gran parte de esos primeros meses fornicando con las botas de aquella mujer, hasta el punto en que le tomé tanto gusto que a veces ya no soñaba con penetrarla...me bastaba mi premio delicioso y humillante sobre sus pies. A veces me bastaba sólo con verla venir caminado hacia mi con unas botas nuevas para que mi palo reventara con unas erecciones pétreas que obedecían más a mis reflejos condicionados que a las pastillas que tomaba. Ella parecía ligeramente divertida cuando me veía balanceando la verga ante sus pies, con la vista baja, a la espera de su orden de fornicar sobre ellos.

Estos ejercicios cesaron sólo cuando logró hacerme eyacular de forma tan controlada que no podía darse cuenta de cuándo ocurría mi orgasmo salvo por la midriasis de mis pupilas que volvía mi mirada vidriosa ante sus ojos escrutadores.