El aquelarre

En meigas no creo, pero haberlas haylas

Año 879 D.C

Ana, María, Juana y el hermano pequeño de Ana, Marcos, Iban con su cabra Pablo por el bosque, junto con su rebaño de cabras en los bosques de Galicia, las féminas tenían 16 años, el chico 14.

Pero un lobo espantó a las cabras, dispersándolas, las pastoras se enfrentaron al lobo y lo ahuyentaron, pero tenían que buscar a las cabritas, su medio de subsistencia.

Buscaron y buscaron, pero lo único que hicieron era perderse, las chicas se preocupaban, pero Marcos las tranquilizaba mostrando orgullo, aunque en el fondo el quisiera llorar como un niño.

La noche llegó, las chicas tenían miedo de las meigas, las brujas del bosque, decían que si dormías allí te encontraban y pasabas a formar parte de sus ritos.

Sentían rugir sus estómagos, como campesinos que trabajan para su señor debían rendir tributo al señor de sus tierras, por lo que no tenían mucho que comer.

“me perteneces” recordaba Ana cuando su virgo fue entregado al señor de sus tierras a cambio de que su padre pudiese cazar.

Unas setas sirvieron de sustento, unas setas que en el futuro se catalogarían como alucinógenas.

También encendieron un enorme fuego, no solo para calentarse, sino para que alguien las vieran.

Los jóvenes se abandonaron al sueño.

Pero unas risas les despertaron, unas risas viejas, María huyó del lugar metiéndose en el bosque, pero las ramas se convirtieron en manos viejas, largas y arrugadas, unas manos que le arrancaban la ropa, mostrando lentamente su cuerpo, un cuerpo delgado y de pecho mediano.

María se topó con uno esos arboles, del árbol surgieron las manos que la tocaban, la agarraba, la acariciaban con ganas sin importar los gritos de terror de María, su firme trasero, su concha apenas velluda, sus pechos firmes.

La tocaban, pero no podía escapar.

-¿Pablo? – preguntaba Juana al ver como su cabrita se convertía en un gigante de forma humanoide con cabeza de cabra, esa criatura la empujó dejándola a cuatro patas, Juana sintió que algo tiraba su ropa, rompiéndola, mostrando su cuerpo carnoso de grandes pechos, ella era la hija del carnicero, de modo que tenia acceso a la carne, el monstruo se puso encima suya.

-prepárate mortal, tu virgo no acogerá a Cristo.

Poco a poco, algo de carne y cálido entraba en ella.

Marcos miraba a una hermosa mujer, no veía a las otras chicas.

-¿quieres verlas de nuevo? Alma pura, poséeme, pero no con amor, quiero que me mancilles, que me arranques la ropa y me ultrajes con ganas.

Marcos sintió una erección descomunal ante esas palabras.

-viólala, viólala, viólala – decían las meigas a su hermano Marcos, el cual se empezaba a desnudar.

-Marcos, soy yo, tu hermana Ana, por favor, no las escuches.

-ella se ofreció al señor de las tierras, ella debe ofrecerte a ti, tómala muchacho, tómala – decían las meigas.

Ana decidió huir, pero su hermano le había alcanzado, sus ropas eran arrancadas mostrando un cuerpo de niña con pecho mediano, cayó de cuatro patas ante dos demonios que copulaban uno tenia forma de cabra, la otra era Lillith.

-niña, he visto tus pecados, como te abrías ofreciendo tu virginidad, una virginidad que hubiera permitido a Jesús crecer en tu seno, pero el mal te corrompe, disfrutaste con tu señor como la ramera lujuriosa que eres, no puedes salvarte, limítate a gozar, deja que tu hermano goce de ti, que sepa de los placeres de la carne – dijo Lillith.

De los ojos de Ana empezaron a asomarse lagrimas, era verdad, ella se ofreció, tenían hambre, habían tenido mala cosecha, muchas cabras murieron en la tormenta, la situación en su familia era desesperada, fue cuando ella se presentó al castillo de su señor y le suplicó un permiso de caza, pero el exigió su cuerpo a cambio.

Ella tenía 10 años.

Y ese secreto la torturaba, dejó de luchar, dejó que su propio hermano la penetrara, después de todo ¿no es lo que hace una ramera?

Miró a Lillith, la cual sonreía.

-sabes cual es tu lugar, bienvenida.

Ambas chicas se besaron mientras notaban sus machos penetrándolas con ganas.

María se sentía profanada, su cuerpo mancillado por las meigas, pero lo que vio le encogió el corazón del miedo que tuvo.

Dos parejas de demonios, uno frente al otro, la miraron y le ordenaron que viniese.

Ella obedeció, aterrada.

Se puso entre los demonios, las chicas demonio abrieron sus bocas y mostraron unos falos que surgía de ellas, María notó como su concha y su cola eran penetrados por las diablesas.

Lenguas viperinas surgían de la nada, acariciando los pezones y los pechos de María, su boca anhelaba algo grande, duro, cálido, del aire surgió su deseo, María agarró ese falo demoniaco, sabía a madera quemada, sentía como entraba muy dentro de su boca.

Ana estaba lamiendo una fruta demoniaca que se puso frente a ella, sabia raro, pero bien, lo que la puso nerviosa es que sentía como su hermano aceleraba el ritmo, se iba a correr, ella no quería, no quería quedarse encinta de su propio hermano, pero notó como la leche la llenaba, llegaba muy dentro de ella y no pudo hacer nada para evitarlo.

Juana estaba lamiendo el culo de una súcubo cuando notaba como el demonio se corría dentro de ella, la leche le ardía como el fuego.

-buena hembra, mortal, muy buena hembra, alcanzó a oír antes de que se desmayase.

María notaba como las lenguas y los penes de las diablesas la excitaban de sobremanera, gritó en un convulso orgasmo y cayó desmayada.

El sol surgió del horizonte, las chicas despertaron, Ana fue la primera, lo cual le fue bien, por que su hermano estaba durmiendo con su verga dentro de ella, de modo que lo apartó.

Juana se despertó viendo como su Cabra pablo la montaba, lo apartó asustada.

María despertó con un tronco metido en su boca lo tenia bien metió dentro.

Los jóvenes no paraban de pensar.

¿Qué ha pasado?

¿Ha sido un sueño o real?

Se taparon como pudieron y se fueron a casa, Ana miró las setas.

Cogió unas cuantas

Al mes siguiente, Ana llevaba a un montón de jóvenes al lugar donde tuvieron el percance, hermanos, mascotas y algún rebaño, cuando llegaron, Ana cogió unas cuantas setas mientras les decían.

-tomad, son muy buenas.