El aparcamiento

Nunca pensé que lo que iba a ser un placentera siesta en mi coche se convirtiera en un fabuloso polvo.

Aquella tarde volvía de viaje, y como siempre, media hora después de comer me entró ese sopor de la siesta. Busqué el sitio adecuado y lo encontré en un amplio aparcamiento de un hotel restaurante típico de las autovías, con gasolinera, tienda, bar, restaurante, etc.

Aparqué mi coche en un segundo aparcamiento, cubierto de chapas que eliminaban el sol, y un poco alejado del ruido de los coches y camiones. Sólo había un vehículo. Lo aparqué incluso lejos de él pensando que si arrancaba podría despertarme del sueño en el que sin duda iba a caer.

Eché el asiento para atrás, dejé caer el respaldo, y con mis gafas de sol y un poco de música suave comencé a entrar en el soporífero trance de la siesta. Siempre llevo un cojín para recostar la cabeza. Me gusta cuando lo hago. Me dejo caer en el vacío, sin pensamientos, y a veces no sé si me muero o me duermo.

En ello estaba cuando un coche aparcó unos metros más allá del mío, quizá a un solo espacio más. Lo oí y me dio igual, lo cierto es que entreabrí los ojos ocultos tras las gafas de sol y no sentí a nadie salir. Seguí en lo mío.

No sé cuanto tiempo pasó. El sueño no tiene tiempo, pero cuando abrí los ojos, pude observar en la ventanilla del coche que había llegado lo que en principio me pareció un culo. Los sueños, pensé se me han vuelto hoy eróticos. Pero en una mirada más atenta, y despegando el oído de la nada, sí que lo vi. Era un culo desnudo de mujer, con una mano que lo rodeaba entre acariciándolo y sobándolo. Los dedos entraban y salían por los dos agujeros que quedaban a mi vista sin ningún pudor. Unos pequeños gritos se dejaban colar por las ventanas.

Pensé "El culo y la mano no pertenecen a la misma persona". El trasero era claramente femenino, y la mano violenta era de hombre. Aquellos dedos largos y fuertes seguían arremetiendo contra los agujeros, mientras el trasero se movía lujurioso contra la ventanilla y chocaba con la raja del cristal entreabierto.

Me acomodé mejor. Me excite y comencé a tocarme suavemente por encima del pantalón.

No sé si me distraje con los tocamientos o fue cuestión de un guiño, pero enseguida vi a una chica hacer fuertes movimientos sobre la otra persona que estaba sentada en el asiento del conductor. Subía y bajaba al tiempo que sus pechos se movía al compás de su cuerpo, pero en sentido inverso, cuando ella subía sus pechos bajaban, cuando ella bajaba, sus pechos subían.

Mi excitación ya no necesitaba imaginar nada. Esa chica cabalgaba sobre su macho. La cara del chico no la veía, los brazos de ella y su movimiento continuo lo impedían. De pronto miró hacia mi coche. Quedé inmóvil, creyendo que la oscuridad de mis gafas no me delatarían. Pensará, me dije, que estoy dormido.

Sus ojos desencajados no me quitaban la mirada. Yo tampoco lo hacía, pero en la intimidad de mi tumbona improvisada me tocaba más deprisa. Sus ojos subieron al cielo y dejaron de mirarme, su respiración se agitó, y varios susurros (o pequeños gritos) llegaron hasta mí. El orgasmo fue largo. Se retorció varias veces y dejó caer sus hermosos senos sobre la cara de su compañero.

Seguí inmóvil. Salió del coche con los pechos de fuera y la falda (muy mini) remangada hasta las caderas. Se acercó a mi coche y mi corazón empezó a latir deprisa. "No me lo puedo creer, viene hacia mí". Mientras se arreglaba la ropa agachó la cabeza hasta mi ventanilla y cuando pudo verme tumbado en el coche me dijo:

  • "bonito espectáculo, eh?"

  • No me corté, porque nunca lo hago: "No ha estado mal – le dije- tienes un culo y unos pechos preciosos".

  • "ya veo que te han gustado" dijo mirando mi empalme con descaro.

La verdad es que me sentí incómodo, porque era impresentable mi estado de excitación. Salí como puede del coche y observé como le corría semen por las piernas.

  • Tendrás que limpiarte – le dije.

  • Voy al bar ¿vienes? Te invito a un café.

  • De acuerdo. Voy. ¿Y el chico? - Pregunté.

  • Se está arreglando, ahora vendrá – dijo ella.

Y nos dirigimos al bar. Descaradamente la miré por delante y por detrás. Era rubita, joven, quizá 22 o 24 años. Rellenita, no gorda. Pechos tirando a grandes y unas bonitas piernas que se lucían casi en su totalidad por debajo de la falda.

Ya en el bar me contó que había conocido al chico en una fiesta la noche anterior y que entre la bebida y la juerga no se habían desprendido de la pandilla hasta esa hora y que habían decidido echar un polvo. En ello llegó el chico que traía una cara entre bobalicona y asustada. Los ojos en el infinito. Y casi no se le entendió cuando dijo con una sonrisa imbécil: "hola". Ya no dijo más.

Bebimos un café y una coca cola (el chico no sé que bebió), invité yo y ya me disponía a marcharme cuando me dijo:

  • ¿Quieres que te acabe lo que habías empezado?

  • ¿Qué tenía yo empezado? – pregunté socarrón. Vámonos que tengo que seguir viaje –seguí.

  • Espera me lavo y voy. ¿o quieres ayudarme a lavarme? –dijo mientras se tocaba con descaro.

Te espero –le dije.

Yo miraba alrededor por si alguien escuchaba. La chica conseguía ponerme nervioso, y excitado, porque otra indecente erección me asomaba. Ella miró riéndose y tocándome con disimulo con su pantorrilla se alejó a los lavabos.

Ya en el aparcamiento se situó de espaldas a la puerta trasera de su coche y cuando fui a despedirme con un amistoso beso, me agarró con fuerza de la solapa y me hundió la lengua en mi boca que casi me quedo sin respiración. Como no podía más, cuando sentí sus pechos en los míos, solté las manos hacia su trasero, que ya conocía de lejos, y me la arrimé para que sintiera esa erección que tanto le había llamado la atención. Cuando quise darme cuenta había abierto la puerta sin dejar la posición y me tumbó sobre ella en el asiento trasero del coche.

Casi con violencia le saqué aquellos cántaros de su refugio y los besé y succioné con pasión. Ya casi no me acordaba que estaba en un aparcamiento público y con las piernas por fuera de un coche encima de una chica.

Como pude la introduje en el coche y mientras me desabrochaba el pantalón, ella se había remangado la falda, asomando su sexo que era lo que llevaba puesto. Mi aparato, aunque pequeñín es muy juguetón y comenzó a acariciar sus pezones que sentía duros como rocas. Ella masajeaba sus tetas contra todo lo que sobresalía de mi cuerpo, entallaba de vez en cuando mi miembro erecto y lo masturbaba. Se nos había olvidado el chico, que sentado en el volante se rascaba con fuerza viendo lo sucedía detrás.

Mi miembro entraba y salida de sus tetas a su boca con una facilidad pasmosa. A veces no sabía dónde lo tenía. Mis manos acariciaban su clítoris con una experiencia que se notaba en su rostro. Mis dedos jugaban, entraban, acariciaban, salían, haciéndose el juego cada vez más violento. Mi vara desparecía como si nada en su boca y mi palma de la mano abarcaba todo su sexo, que manaba ya flujo a borbotones. Creo que se corrió, porque sentí sus dientes apretarme el miembro, pero seguía como en una batalla que no quería dar por perdida.

Yo arrodillado, ella arrodillada, frente a frente, no besamos y tocamos por todo nuestro cuerpo. Sentí que el chico había sacado toda su artillería por el ruido que producía al masturbarse con tanta fuerza. Lo miré y me alcanzó un preservativo. Se lo agradecí con un gesto.

Pensé, mientras me lo ponía, que iba a estallar cuando, de pronto, con una habilidad sorprendente, me sentó y se puso a cabalgar sobre mí. Aquello era la gloria. Sus tetas sobre mi cara me daban alegres y repetidos bofetones. Yo intentaba coger sus pezones con la boca y cuando lo conseguía ella se retorcía más desencajando la cara.

El chico con una mano en su miembro deslizó la otra por la fina piel de su antigua amante. Ella lo sintió, y con la misma habilidad se dio la vuelta sobre mí para cabalgarme de nuevo, pero ahora dejándome que abarcara su tetas con mis manos. Pronto tuvo la vara del chico en la boca. En una incómoda posición consiguió meterla entre los asientos delanteros hasta llegar a ella.

Yo no podía más seguía dándole empujones hacia arriba mientras manoseaba sus pechos y pellizcaba los pezones. Avisé y me corrí mientras ella giraba su culo sobre mí, y con una mano terminaba con las fuerzas de su compañero y con la otra se acariciaba el clítoris con una fuerza que llegaban hasta mis testículos con sus uñas y con una violencia que llegaba a gritar de placer. No veía su cara, pero su cuerpo se retorcía cada vez más, dándome un placer inusual. Los orgasmos, no fueron a la vez, pero casi. Primero fui yo. Luego el chico que derramó su semen sobre sus tetas y mis manos. Ella lo dejó creo que deliberadamente para el final. Estaba siendo penetrada por mí, tenía la vara del chico en la otra mano, y sus jugos, abundantes, por cierto, le servían de suavizante para su otra mano mientras se acariciaba. Casi se desmaya. Sus movimientos fueron tan bruscos que se me salió de su cuerpo, entre mi satisfacción ya pasada, su entusiasmo y la tremenda humedad que desprendía su sexo. Pero la recogió, la volvió a meter y dándole círculos a su cuerpo consiguió prolongar lo que parecía para todos que no tenía fin.

Quedamos extasiados, casi sin respirar, jadeando con dificultad.

  • Ha estado bien – dijo ella.

Yo miré al chico que seguía con la cara de tonto angelical y no dije nada.

Nos vestimos como pudimos, salimos del coche y nos fumamos un cigarro en silencio.

Les dije que tenía que marcharme, le di la mano al chico y cuando iba a darle un beso a ella, le advertí con un gesto. Lo entendió. Me rozó largamente los labios con los suyos y se marcharon.

Cuando ya se iban les llamé pero creo que no me oyeron.

Olvidé preguntarles sus nombres.

Es mi primer relato. Dime si te gustó en venidodelespacio@hotmail.com