El ángel pervertido (1 de 3)

Para bien o para mal ella es mí por encima de todas las cosas, incluido su propio marido.

EL ÁNGEL PERVERTIDO

La voz de Tom Jones cantando una de sus baladas amenizaba la velada a los invitados del restaurante. El sitio era ideal para una pequeña escapada un martes cualquiera. Buena comida, un servicio eficiente y la sensación de intimidad que daba aquel tipo de sitio. La gente estaba tan enfrascados los unos a los otros que ni siquiera notaron el ruido al caer el tenedor.

-¡Vaya hombre!  Si es que más torpe no se puede ser.  – Maldijo Adriana –Y a ti, ni se te ocurra reírte.

Señaló con el dedo a su marido aunque ella misma tenía el asomo de una sonrisa en sus labios.

-¿Cómo es posible que seas capaz de cruzar la carretera sin que te atropellen?

-Por que los conductores se paran siempre para mirarme las piernas. –Comentó esbozando una sonrisa sincera.

-Como no habré caído en eso.

La mancha de queso pareció que solo se extendía ante sus esfuerzos con la servilleta para la desesperación de la muchacha. Agarró del brazo a un camarero que pasaba veloz a su lado.

-Disculpe, ¿Tiene algo para las manchas? –El camarero, interrumpido de su tarea,  tardo un segundo más de la cuenta en responder deleitándose con el escote de la morena –Es tan amable de traerme algo. ¿Por favor?

El tono había sido algo más impaciente de lo que le hubiese gustado, pero no le agradó la forma en la que la miraba.

-Qué esperas, eres con diferencia, la mujer más hermosa del lugar –Comentó su marido tan pronto el camarero se alejó.

-¿Ves? Está demostrado, por eso no me atropellan cuando cruzo la calle.

La risa de ambos flotó en el ambiente como la melodía que sonaba. El camarero, un hombre de unos cuarenta años con aspecto regio, trajo un paño húmedo.

-Disculpe, solo tenemos esto. –Su voz era estridente, sonaba como un graznido, casi dolía oírle hablar. –Si me permite que la ayude.

-No se preocupe, -hizo un gesto con la mano cuando cogió el paño invitándole a marcharse. Cuando vio como la tela se humedecía hizo un puchero de niña pequeña –Mi vestido, con lo bonito que era.

-¿No sale?

-¿En qué clase de restaurante no tienen toallitas anti manchas? –Susurró malhumorada.

-En uno muy caro.

-Pues para ser tan caro, se acaban de quedar sin propina. –Echó hacia atrás la silla sin arrastrarla antes de levantarse y se puso en pie  –Si me disculpas. Ahora vengo, voy a ver que puedo salvar de esto.  Y te he dicho que no te rías.

Oyó como dejaba salir la risa antes de darse del todo la vuelta. Ella también sonrió con cariño.

El baño estaba iluminado con unos reflejos originados a través de unos espejos, el efecto lograba envolver el lugar en un resplandor cálido. Cerró maldiciendo su torpeza mientras abría un grifo dejando salir el agua. Ni siquiera se giró cuando oyó abrirse la puerta.

Cuando unas manos la agarraron sus duras nalgas, producto de su hora diaria de gimnasio, lo primero que pensó fue que aquel camarero la había seguido. Se quedó helada cuando unos labios chocaron con los suyos, no opuso resistencia. Ni siquiera cuando una lengua entró dentro de su boca.

-Hola perrita.

-¿Qué haces tú aquí?

Frente a ella, un chico de poco más de treinta años la miraba con una enigmática sonrisa. Sus pantalones vaqueros y la camisa negra a rayas no pegaban con la forma en el que el resto de los clientes iban vestidos.

-No podía esperar más a decirte lo mucho que me gustas.

-Mi marido esta fuera.

-Lo sé –Dijo mientras metía su mano entre las piernas de la chica –Que quieres que te cuente, estaba impaciente y tendrá que esperar a que termine contigo.

-Pero…

No pudo objetar nada cuando sus bocas se fundieron en un beso. El calor que abrasaba su ser se multiplico cuando unos dedos corrieron su ropa intima para acariciar la humedad de su sexo.

-Lo sé, tienes que salir, te está esperando.

Cuando volvieron a besarse, ella misma rodeo su cuello entregándose a él.

-Como consigues ponerme tanto. Por dios, van a pillarnos.

-Tienes razón, -cuando se alejó, Adriana vio la impaciencia en sus ojos –deberías irte.

-Si –aunque en esos momentos no estaba tan segura.

Era lo mejor, se arregló el pelo y se dispuso a salir. Solo tuvo que tocar la puerta para que la voz a su espalda le provocase un temblor.

-¿No olvidas algo?

-¿El qué?

-Quiero ver tu ropa interior, ya sabes que me gusta ver cómo vas vestida por completo y aún no me la has enseñado.

Se giró. Ni siquiera se molestó en apartar la vista de sus ojos mientras se subía el vestido y se bajaba el húmedo tanga negro que llevaba. Lo tendió con su brazo estirado dando a entender que si lo deseaba, tendría que venir a buscarlo.

Cuando alargó la mano para cogerlo y sus dedos se rozaron una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo.

-¿Algo más? ¿Amo? –pronunció la última palabra con un tono sensual en la voz. Sabía el efecto que tenía en él cuando lo llamaba así.

-Date la vuelta.

-Mi marido me está esperando

-Date la vuelta.

La multitud de olores que la llegaron cuando se acercó a ella la embargó. Por nadie más se hubiese esforzado, pero a él, no podía negarle nada. Nunca podía.

Se dio la vuelta, notó un escalofrió recorriendo su columna vertebral cuando sintió las manos acariciando su culo duro y firme. Lo masajeaba mientras iba subiendo el vestido. Se le escapó un gemido de placer cuando notó como él se bajaba la cremallera y colocaba una dureza muy cálida entre sus piernas.

-Nos van a pillar. –No importaba en verdad, su cuerpo había cobrado vida moviéndose al compas de aquel duro mástil que la tenía extasiada –No podemos hacerlo aquí.

-Apóyate contra la puerta.

Lo hizo. Sacó el culo para provocarle mientras seguía deslizando sus caderas en un pequeño vaivén. Tuvo que morderse el labio para no gritar cuando sintió como se habría con fuerza en su interior.

Las otras veces en las que se había entregado, había sido delicado. Se había tomado la molestia de humedecerla, de jugar con su cuerpo.  Esta vez notó la urgencia de su ser por poseerla. Sonrió mientras notaba lo profundo que lo sentía.

-Como me gusta. –le confió.

-Emborráchale.

-¿Cómo? –Por un segundo, la chica creyó haber oído mal.

-Emborracha a tu marido.

-No sé si puedo.

-¿Te ha parecido una petición? Es una orden.

Se le escapó un fuerte gemido cuando la penetró del todo ¿Hasta dónde sería capaz de llegar? Sintió como bajaba la mano a través de su escote hasta su delicioso agujero.  Las piernas le temblaron mientras sentía como los dedos se movían masturbándola sin dejar de penetrarla. Quería gemir, gritar, correrse.

Casi le odió cuando salió de ella dejándola al borde del orgasmo. Le miró enfadada pero no dijo nada. Era una perra, había accedido y seguiría las reglas del juego. Observó como usaba su ropa interior para limpiar su virilidad para luego guardarla en su bolsillo. Quería suplicar que se quedase y le hiciese suya allí mismo, salió por la puerta.

-Esta noche tengo pensado aprovecharme de ti –Comentó mientras servía el sexto vaso de vino a su marido.

-Pero si no te hace falta, solo pide y seré todo tuyo. –La sonrisa que tenía y el amor que profesaba a esa mujer era patente en todos los sentidos – ¡Pídemelo ahora y nos vamos ya!

-En cuanto crea que estás lo bastante borracho para no oponerme ningún tipo de resistencia.

Se rió mientras apuraba el sexto vaso y el sétimo. Incluso hasta cuando llego a más de lo que podía soportar.

-Noh phuedo mas, te adorho ¿Lo shabes?

-Si lo sé.

Su cuerpo casi no podía con el de su marido mientras lo cargaba rumbo al coche.

-¿Me permite ayudarla?

Sintió su humedad nada más verle.

-Si claro, aún quedan caballeros.

-¿Se encuentra bien amigo?

-Shi, solo estoy un poco boracho. –Un poco de saliva salió del ebrio marido que cayó sobre el impoluto traje. –Yo te conozco ¿Nho?

-Permítame. -Sacó un pañuelo y se la paso por la boca limpiando sus restos.

El corazón de Adriana se disparó cuando reconoció el húmedo tanga que le había regalado en los baños y ahora deslizaba por la cara de su marido.

-Grhacias. –Musitó.

Entre los dos la tarea de llevarlo hasta el asiento trasero de su coche no fue tan costosa. Tan pronto cerraron la puerta Adriana le susurró enfadada.

-¡Estás loco!

-Sí, me vuelves loco del todo. –Su sonrisa y aquel pequeño beso que acaba de robarla la hicieron flaquear.

-¿Destino? –Preguntó poniéndose en el volante. En el asiento de atrás el pasajero estaba casi totalmente inconsciente. Miró a la chica y repitió -¿Destino?

-Sigue adelante. –Señaló ella-

-Así que esta noche se ha pasado un poco más con el alcohol de la cuenta.

-Coshas que pashan a veces.

-Sí, sobre todo gozando de una compañía tan hermosa.

La chica agradeció que en la oscuridad no la viese ruborizarse.

-La mhejor, es temen... temen … tedrem, bueno cojonuda – comentó estallando en un ataque de risa.

-No me cabe la menor duda. –Cuando le cogió la mano a ella y la llevo a su entrepierna no encontró resistencia. –La noche perfecta para hacer toda clase de locuras.

Adriana se giró para mirar a su marido y confirmar que ni siquiera escuchaba, se sujetaba la cabeza con ambas manos y con los ojos cerrados seguramente maldiciendo que el mundo girase tan deprisa.

Si fue el poco alcohol que tomo o haberse quedado a medias en aquel baño lo que le dio el valor para lo que iba a hacer nunca lo supo. Miró a su marido mientras aumentaba la velocidad a la que su mano subía y bajaba, se agarró del pelo para no manchárselo y bajo su cabeza metiéndose aquel hermoso ejemplar entre sus labios y engulléndolo por completo. Sintió las manos de su amo en su cabeza mientras devoraba aquel falo degustándolo como nunca antes había tenido la oportunidad.

-Te amo –Susurró cuando se sacó de sus tierno y sensuales labios aquel pedazo de carne.

Era verdad, por él estaba dispuesta a hacer cualquier tipo de locura.

-Yho también the amo cariño.

No se molestó en responder a su marido que se había sentido identificado por las palabras de su dulce esposa. Tampoco se molestó en mirarle, solo se volvió a meter aquella polla en su boca degustando el placer de la infidelidad.

Cuando el motor aminoró la marcha supo que había llegado a su destino. No paró de lamer en ningún momento, ni siquiera cuando el coche se detuvo. Esperó hasta que el chico cariñosamente. En sus ojos, la lujuria había desaparecido sustituida por una mezcla de cariño y complicidad.

Ese hombre sacaba lo mejor y lo peor de sí misma. Miró a la parte de atrás donde su marido dormitaba tranquilamente y se preguntó por qué ella era como era. Porque no podía ser la mujer que se merecía ese buen marido. Por que despertaba en su interior ese demonio abrasándola con fuego entre sus piernas.

Cuando su puerta se abrió el bulto en el pantalón de su amo estaba a la altura de su boca, casi se le escapó un gemido de placer. Todos los pensamientos y culpabilidad que segundos antes sentía desaparecieron, sustituidos por el morbo. ¿Cómo podía encenderla tanto?

Aceptó la mano con la que la ayudó a levantarse. Fueron hasta la puerta y abrió dejando ver a su marido tumbado en aquel asiento. Se inclinó para introducir parte de su cuerpo y ver si era capaz de despertarle. Casi al instante notó unas manos en su trasero.

-¿Te importa? Estoy intentando despertar a mi marido. –Sintió como le subían el vestido, debería moverse. Debería apartarse. Debería hacer cientos de cosas que no podía hacer ahora mismo –Supongo que no me ayudaras a despertarlo.

La voz se convirtió en un gemido cuando sintió como se introducía en ella. Cerró los ojos para no ver a su pareja debajo de ella mientras se concentraba en intentar olvidar que en cualquier momento podía despertar. Se centró en ocultarse que era ella misma la que había levantado el culo para que la penetración desde atrás fuese más profunda. Incluso evitó pensar que en estos momentos se sentía más viva de lo que se había sentido hace mucho tiempo.

-Luego te ayudo a sacarlo, tranquila. -La voz era tan dulce que gimió de placer cuando las palabras acariciaron sus oídos.

Abrió los ojos y miró directamente a su marido.

-Lo siento –musitó –lo siento mucho.

Le beso. Las lágrimas caían por su mejilla sin saber si eran producto del dolor de ser como era o de la intensidad del orgasmo que estaba teniendo fundida en aquel beso. Se apoyó en el pecho de la persona que más la quería mientras disfrutaba del placer que le estaban dando. Cuando sintió como le llenaban las entrañas se agarró a su camisa.

-Vamos te ayudo a sacarlo.

No hubo toqueteos mientras lo llevaban como un peso muerto hasta su casa. Lo llevaron al salón donde lo depositaron cansados en el sofá.

-No me puedo creer lo que acabamos de hacer. –Sonreía orgullosa notándose feliz, estaba sorprendida, no había ni un asomo de culpa en su alma.

-Ayúdame a desvestirle. -Aunque le miró extrañada lo hizo. Le dejaron totalmente desnudo – y ahora pruébame.

Cuando el chico se sentó en la cabecera del sofá justo al lado de su marido y se bajo los pantalones no se lo podía creer. Iba a negarse, quería negarse. Aquello era inmoral y peligroso. No podía. Había empezado un juego que tenía que terminar. Aquella puerta abierta había dejado libre a un hambre que amenazaba con consumirla. ¿Hasta dónde la arrastraría?

Miles de preguntas inundaron su cabeza mientras se ponía de rodillas al lado de aquel que durante siete años le había sido fiel. Cuando sus labios degustaron los sabores mezclados de ambas corridas en aquel duro miembro no pensó más. Subía y bajaba la cabeza a una velocidad cada vez mayor mientras disfrutaba de los gemidos que lograba arrancar. Si eso era ser una perra, iba a ser la mejor de todas.

Notó las venas de su polla hinchándose a punto de reventar símbolo inequívoco de la proximidad de su orgasmo. Cuando apretó con fuerza su boca para beber el néctar se sorprendió cuando él se apartó para llenarle la cara con aquella mezcla blanca que tanto la estaba empezando a gustar.

Los chorros que se dispararon le dieron de lleno en la cara y sus pechos dejándola llena de semen. Pasó uno de sus dedos por un chorretón que caía descuidadamente por sus pechos y se lo llevó a la boca mientras le miraba.

Aquella sonrisa que le lanzó la llenó por completo. Deseaba complacer a ese hombre en todas sus fantasías como hasta ahora nunca había tenido la oportunidad. Le siguió con la mirada cuando se levantó para sentarse a pocos metros en un sofá individual que tenía allí. Su cuerpo, sudoroso y erecto, era como una estatua de un Dios griego que le hacía señas para que se abalanzase a saciar el apatito de un inmortal.

Frente a él, deslizó sus manos por los hombros dejando caer el vestido que la cubría quedándose solo con el sujetador. No tuvo que dedicarle ni una mirada para saber que incluso esa prenda sobraba y la dejo caer al suelo. Deslizó su mano notando la tibieza con la que aquel miembro se deslizaba juguetón entre sus dedos, se resistía a dar su brazo a torcer en esta guerra de aguante. Lo llevo al interior de su húmeda gruta mientras lo cabalgaba de manera lenta y pausada. Se estaba entregando de una manera tan sincera y dispuesta que tenía que haberse vuelto loca.

Mientras le besaba, notó como caía por su cara el signo de la última corrida que había descargado sobre ella.

-Te adoro. –Le susurro.

-Y yo.

Sonrió. Estaba de verdad feliz. Se giró para mirar a su marido.

-Tenías razón cariño, me hacía falta una noche muy especial. Gracias por no molestar.

Al volverse besó a su amante con fiereza. Nadie hubiese reconocido a la hermosa chica que se levantaba día tras día para ir a trabajar mientras montaba a pelo a aquel hermoso semental

-Vamos a tu cuarto. Tengo ganas de follarte en tu propia cama.

Cuando se levantó recogió sus pantalones y se acercó a la puerta. Adriana no podía quitar la vista de aquel culo fantástico. Miró a su marido y cruzo por su mente un pensamiento travieso.

-¿Me haces un favor? –le pidió a su amo.

-¿Cuál?

Levantó una de sus piernas y la puso en el brazo del sillón, deslizó sus manos contra la pared para tener un punto de apoyo y movió su cuerpo de manera tentadora.

No le hicieron falta más indicaciones. Se acercó y la penetró a poco más de cinco centímetros de la cara de su esposo. Aquello era demasiado, Adriana se soltó transformando sus susurros en gemidos de puro placer mientras movía sus caderas para sentir a su amante cada vez más adentro.

-Dios cariño, tienes que ver qué bien me están follando. –gritó a su marido -Qué gozada es tenerte aquí para que me veas disfrutar de verdad. No sabía que los cuernos te sentasen tan bien. Cabrón vas a hacer que me corra frente a mi maridito. Cabrón, cabrón, cabrón.

Se giró para encontrarse con una lengua deslizándose dentro de su boca. Eso fue lo único que la detuvo cuando el orgasmo la inundó con fuerza impeliéndola a gritar de puro gozo. Esa sensación se vio acrecentada cuando sintió como, por segunda vez, la inundaba por dentro.

-Eres maravillosa. –Dijo mientras cubría su cara de besos.

-Eso solo lo dices para llevarme a la cama.

-Entre otras muchas cosas. –Comentó riendo.

Cuando salió de ella, el semen que tenía dentro cayó sobre la cara del inconsciente borracho. Su mujer lo miro y encontró la escena eróticamente fuerte. Le costó no llevar sus manos a su entrepierna y masturbarse con esa imagen. Miró como su amo se ponía a la altura del oído de su marido y tras meterla los dedos en su coño le habló con cordialidad.

-Vamos a tu cama, espero que no te importe quedarte aquí esta noche. Gracias por hospedarme con vosotros estos días, te prometo que tu mujer no se arrepentirá aunque tú a lo mejor no puedes entrar en casa por los cuernos tan grandes que te vamos a poner.

Como si lo confirmase la mujer del inconsciente borracho empezó a gemir mientras los dedos jugueteaban con su clítoris. No se hizo de rogar más, saco los dedos de su coño y los limpió en el pecho de su marido. No la hizo esperar más.

Aquella noche era el inicio de un nuevo yo que Adriana comenzaba a descubrir. Si hacía dos semanas escasas le hubiesen dicho que tendría un amo o que estaría dispuesta a seguir las locuras de un hombre, le hubiese echado una taza de café por encima a quien hubiese tenido la desfachatez. Ahora como mucho habría sonreído mientras se humedecía sabiendo que era cierto.

Aquella noche no había hecho más que empezar,  las locuras de su alcoba podía tacharlas de su lista como niña buena y ponerlas en la de perra buena. Le estaba gustando mucho el cambio.

Me gustan las dedicatorias, son la parte de mi mismo que dejo en cada relato. Esta es sencilla por que la tengo en mente desde hace mucho. Es para ti ángel pervertido, para que tus emociones te lleven tan alto que no te haga falta que nadie abra una ventana para que puedas coger tu nube.