El angel caido (5 - Final)

Alberto y Sergio mantienen una emotiva conversación tras largo tiempo sin verse. Una noche, Alberto coincide con Gabriel en un bar gay, y descubre que es un ser humano muy distinto al concepto que se había formado de él.

Aquel mismo día de finales de junio en que mantuve tan vital conversación con Roberto, cuando nos disponíamos a salir de su casa rumbo a la mía, para plantear a mi hermana la inesperada proposición de matrimonio de su enamorado secreto, coincidimos en el amplio vestíbulo con el inefable Sergio, que regresaba de una jornada de compras con bastantes bolsas en la mano, acompañado de su hermano menor José María, conocido como Chema, que, a sus casi 15 años, había pegado un estirón considerable desde la última vez que le había visto. Le saludé sin entusiasmo, e intenté esquivar su hipnótica mirada, pero él no hizo ademán de alejarse y permitirme el paso.

Espera un momento, Alberto. ¿Podemos hablar un minuto?

Roberto era consciente de la creciente tensión entre nosotros en los dos últimos años. Por eso se disculpó diciendo que iba a por el coche y me esperaba fuera con el motor en marcha en cinco minutos.

Muy bien. Tú dirás.

Chema, sube las bolsas a mi habitación, quiero decir a TU habitación. – le guiñó un ojo en señal de complicidad.

Una vez que el pequeño de los cinco hermanos Pinto subió la escalera principal, Sergio me hizo pasar al gabinete de su padre, que en ese momento se encontraba ausente de la casa.

Sólo quería despedirme de ti. Y darte las gracias por todo lo que has hecho por mí, especialmente aquella noche que iba tan mamado y me puse a desvariar frente a tu edificio.

No tienes por que dármelas, aunque al menos podías haberte despedido de nosotros en aquella ocasión.

Y lo hubiera hecho – parecía sincero en su afirmación – si tu hermana no se hubiera levantado antes que tú y me hubiera echado a patadas de tu casa. Hasta me tiró las botas por la escalera, diciendo que era una mala influencia para ti, y que no quería verme por allí nunca más.

Reconozco que me dio la risa floja al escuchar esta desconocida, pero perfectamente creíble, parte de la historia de aquel triste desencuentro. Aunque en su momento me sentó bastante mal su actuación, ahora lo tenía superado, y me hacía hasta gracia recordar la tensión sufrida en ese áspero rifirafe con mi antigua pareja.

Pues te aseguro que de no haberlo hecho ella lo habría hecho yo. Nunca te perdonaré – exageré de forma consciente – que me pusieras en evidencia ante todos mis vecinos, a los que diste tema de conversación en sus corrillos durante una buena temporada.

Lo siento, ni siquiera me acuerdo de lo que decía. Iba completamente colocado.

Ya, pero yo sí. Y la mayoría de mis vecinos también .Gracias a tu numerito ahora soy el marica oficial del bloque. Con eso te digo todo.

¡Vaya la que lié! Ahora entiendo el cabreo de tu hermana

Digamos que no te tiene en mucha estima. Pero, bueno, eso es pasado ya. Explícame porque quieres despedirte de mí.

Un atisbo de tristeza afloró en los profundos ojos de Sergio. Estaba claro que no se iba por gusto, que las circunstancias externas le forzaban a dar el paso.

Me marcho de España.

¿Cómo dices?

Que me voy de aquí. El sábado salgo para Londres. Ya tengo el pasaje y las maletas hechas. Vengo de hacer algunas compras de última hora, y, sobre todo, de buscar un paraguas plegable, que me va a hacer mucha falta allí.

¿Y eso…así, tan de repente?

Sergio no quiso dramatizar la situación, pero era evidente que los problemas familiares que arrastraba desde hacía años con su padre eran fundamentales en su decisión.

Mi padre ha cortado el grifo. Dice que no piensa seguir financiando a un parásito como yo. Que se había comprometido a pagarme los estudios, pero que, una vez terminados mis estudios de Turismo, no ve ninguna razón para que un tarambana como yo continúe comiendo de la sopa boba en esta casa. Que ya es hora de que me independice, y esos rollos. Y yo no puedo estar más de acuerdo con él. De hecho no soporto estar en su presencia. Me da asco vivir en su casa y depender de su dinero.

Supongo que era inevitable que pasara algo así. Tarde o temprano tenía que ocurrir. Tu padre y tú sois demasiado incompatibles como para convivir bajo el mismo techo.

Había mucho más mar de fondo en aquel asunto familiar. Sergio se encargó de poner los puntos sobre las íes.

  • Bueno, en realidad no queda ahí la cosa. El muy hijo de puta – y dirigió una mirada llena de odio y desprecio hacia el retrato de medio cuerpo de su progenitor que presidía la estancia – me ha amenazado con desheredarme si me marcho, creyendo que así me lo pensaría dos veces, y me amoldaría a sus órdenes.También pretende prohibirme que mantenga ninguna relación a partir de ahora con mi madre y mis hermanos. Dice que soy una mala influencia para todos ellos…¡ya ves tú!.

Por golfo e impresentable que me pareciera Sergio, lo cierto es que era un chico inteligente y, a su incoherente modo, disciplinado, que se había sacado con buenas notas una carrera de ciclo medio como la de Turismo, y, en sus momentos de sobriedad, demostraba una gran personalidad, no era el típico colgado de la vida. Sólo que esa no era la faceta que mostraba más a menudo. Y terminaba cansando a los demás, con su vida de crápula y sus notorios excesos con el alcohol y las drogas. A sus 22 años recién cumplidos, la vida había pasado como una apisonadora por encima de él, desvirtuando sus meritorios logros de adolescencia. Donde una vez hubo un cuerpo de atleta y unos músculos firmes y potentes, ahora, tras años de noches locas y desfase vital generalizado, quedaba tan solo un cuerpecillo de 60 kilos y una pronunciada delgadez, y su mirada había perdido la fuerza primigenia que le caracterizaba antaño. Yo le seguía encontrando bastante atractivo, pero era evidente que había perdido mucho por el camino. Había un abismo entre el Sergio actual y el Sergio ideal de 22 años que hubiera podido ser, de haber optado por llevar una vida más estable y organizada.

No entiendo como tu padre puede hacer una cosa así. Una cosa es que te eche de casa, que está en su derecho, hasta cierto punto, porque para eso es su casa, y otra muy distinta que te prohiba relacionarte con tus hermanos y con tu pobre madre, sabiendo que ella te adora. Me parece totalmente injustificado, y muy cruel por su parte.

Ya, pero él es así. En su mentalidad estrecha y sectaria, divide a los seres humanos en buenos y malos. Y yo caigo claramente, por méritos propios, lo reconozco, en el bando de los malos. El muy cursi me define como un ángel caído, dice que soy un enviado del infierno, y que por nada del mundo va a permitir que una manzana podrida como yo corrompa al resto, es decir, a mis hermanos menores, que están en plena adolescencia, en un momento decisivo de sus vidas.

Pues si que está revuelto el gallinero. Y ahora Robe pretende meter en casa a una embarazada

¿Cómo dices? ¿Quién está embarazada?

Nadie, déjalo. No tiene importancia. Ya te enterarás, no eres el único que crea conflictos en esta santa casa.

Sonó el claxon del coche de su hermano en la puerta. Aquella era la despedida definitiva de mi gran amor, quizá para siempre. La perspectiva de no volver a verle en mucho tiempo se me hizo penosa. Yo le había perdonado por completo, y, aunque tenía claro que ya no deseaba volver a su lado bajo ninguna circunstancia, sentí un retortijón de dolor en el estómago cuando él me alargó formalmente la mano como despedida, como si fuéramos dos desconocidos en un acto oficial.

¿Amigos? – y su irresistible sonrisa de pilluelo me dejó totalmente desarmado.

¡A muerte, tío!.

Le estreché la mano con firmeza. Pero eso era un acto cobarde y falsario que no cuadraba con la solemnidad del momento. Sin cortarme un pelo, tras cerciorarme de que la puerta del despacho estaba bien cerrada, me acerqué a él, que ni siquiera parpadeó de la sorpresa, y le besé los labios dulcemente, como había deseado en mi interior haber hecho la noche en que estuve arropándole en mi casa. Sergio era mi debilidad absoluta, y no había forma de disimularlo. Tampoco quería hacerlo ya, cuando estaba a punto de desaparecer para siempre, tal vez, de mi afortunada vida. Afortunada por haberle encontrado en mi camino, aunque el precio a pagar por obtener su amor había sido ciertamente alto.

¿Significa eso que me has perdonado por fin? – preguntó un alucinado Sergio. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en su rostro de rasgos algo duros, pero también infantil en ocasiones. Como ahora mismo, por ejemplo.

No te hagas pajas mentales, chaval. Digamos que lo tengo todo archivado aquí – apunté con el dedo índice a la frente – pero no soy rencoroso, lo pasado, pasado está. No quiero que empieces una nueva vida lejos de tu país y de los tuyos con ningún tipo de resquemor o de remordimiento por cosas que pasaron hace años, y que ya están superadas de sobra por mi parte.

No sabes como me alegra escuchar eso – reconoció él, mientras un segundo y más prolongado pitido de claxon me reclamaba con insistencia – Gracias por ser como eres, Alberto. Has sido lo mejor que me ha pasado en la vida con diferencia. Lástima que no supe valorarlo en su día como merecía.

Ya no tiene importancia – entreabrí la puerta del despacho, sintiendo un nudo en el estómago que me impedía casi respirar – Lo importante es que seas feliz y tengas éxito en tu nueva vida. Eres un tío listo y con recursos. Seguro que triunfarás en el mercado inglés – sonreí al decir esto- Buena suerte, Sergio. Hasta siempre.

El tenía la cabeza gacha. Me sentí tentado a acercarme y besarle los labios con la mayor dulzura del mundo, pedirle que no se fuera, confesarle que le seguía amando a pesar de las heridas, que aún no era tarde para volver a intentarlo, que podíamos irnos a vivir juntos a una buhardilla o un entresuelo en algún edificio cochambroso del Madrid de los Austrias. Pero no lo hice. Simplemente salí del despacho, y cerré la puerta con cuidado tras de mí. Escuche su lacónica despedida: "adiós, Alberto", y desaparecí de su mundo para siempre. Aunque no del todo, pues mi cuñado Robe actuaba como correa de transmisión entre ambos, y, en sus clandestinas conversaciones telefónicas, se informaba de los avances profesionales de su hermano, de simple lavaplatos en un restaurante hindú, a guía turístico por la City de Londres, para terminar, ya avanzados los años 90, como DJ de referencia en los clubs de moda del West End, y haciendo carrera como gurú del trip-hop y los sonidos dance más de moda durante el cambio de milenio, bajo el seudónimo de DJ Serge.

Aquel sábado 29 de Junio de 1991 fue, sin duda, un día agridulce en mi vida. Por una parte me alegraba de que mi hermana hubiera aceptado tan rápido, y de tan buen grado, casarse con Roberto, y, de hecho, estuvimos celebrándolo por todo lo alto en un céntrico restaurante italiano, el favorito de mi hermana, que empezaba a mandar desde el minuto 1. Allí estaban todos, en una especie de despedida de soltero mixta y revuelta, desde compañeros de carrera de él (Empresariales, como no podía ser de otro modo en su caso), a quienes yo no conocía en absoluto, hasta Nico, Ana, monitores y otros conocidos del Canoe, mis primos, y antiguos compañeros del colegio pijo de Robe, que parecía llevarse bien con todo el mundo y ser capaz de integrar tan diferentes componentes en un conjunto armónico. La mayoría desconocía que él no era el padre del hijo de su prometida, otros muchos ni siquiera sabían que estuviera embarazada, aunque la proximidad de fechas entre el anuncio de boda y la ceremonia no dejaba mucho lugar a la duda piadosa, y un tercer y selecto grupo de iniciados conocíamos todos los detalles. De ahí nuestra admiración y respeto por Robe, que no tenía nada que ganar embarcándose en aquella insensata aventura, y sí mucho que lamentar siendo aún tan joven y buen mozo.

Y si bien yo disfruté como el que más con la lluvia de confetis y con la jarana típica de estas celebraciones, lo cierto es que no podía dejar de pensar que esa misma mañana Sergio había tomado un avión a Londres sin billete de regreso incluido, y que ya no volvería a oír pronunciar mi nombre en sus labios, ni a sentir sus manos en mi pecho, ni a escuchar su voz sensual y un punto infantil susurrándome al oído guarrerías sin fin, con el declarado fin de excitarme. Yo le había perdonado todo, pero ahora si que no podía ni soñar con una futura y remota reconciliación, toda vez que él se había marchado a un país, no lejano, pero sí distante en cuanto a cultura y tradiciones. Un nuevo mundo por completo.

Tal vez por eso, a las dos de la madrugada, cuando sentí el inevitable bajón, y el peso de mi agobiante soledad colisionó frontalmente con la nada fingida alegría de mi hermana y cuñado en puertas, decidí escaquearme discretamente, y perderme en la noche capitalina. Me dirigí sin pensarlo a Chueca, y elegí el Dúplex, un rutilante local de dos plantas, ya desaparecido, bastante más moderno y presentable que otros garitos de la zona. Me dirigí al espacioso sótano, que yo conocía bien, y donde había estado de ligoteo en los últimos tiempos, sin comprometerme con nadie. La herida abierta por Sergio estaba curada, pero no había cicatrizado por completo. Yo no podía soportar la idea de salir en serio con nadie más. Pensaba seriamente que mi destino se conformaba a partir de entonces de polvos de una noche o relaciones esporádicas sin ningún nivel de compromiso por parte del que suscribe. El pequeño y letal saltador del Canoe había hecho mella en mi vida, y ya nunca volvería a amar a nadie con la misma intensidad de antes. Me senté en la grada del fondo, una especie de anfiteatro gay. La cercana e improvisada pista de baile, a esas horas, estaba a reventar. Recuerdo que pincharon primero un tema de baile de los KLF "3 A. M. Eternal", que, en otras circunstancias menos deprimentes, me hubiera arrastrado a la pista como un imán, pero que hoy me resultaba del todo indiferente. Apuraba mi Baileys como si me fuera la vida en ello, sin apenas darme cuenta de lo que sucedía a mi alrededor. Pero de hecho sucedían cosas. El mundo seguía girando, ajeno a mi sufrimiento interior. Y según la rueda daba vueltas, la realidad se hizo carne en forma de un gigantón rubio, cercano al 1’90 de estatura, de aspecto lánguido, pero algo musculado, me pareció entrever, que se acercó hasta mí con total naturalidad, y tomó asiento a mi lado. "Ya me tocó el pesado de turno, incapaz de leer en mis gestos que esta noche quiero estar solo, y que lo que necesito es que me dejen un rato en paz, rumiando mis desgracias". Estaba meridianamente claro que mi diagnóstico de la situación no coincidía con el suyo, porque en seguida se dirigió a mi como si me conociera de toda la vida.

Hola, ¿te acuerdas de mí?

Le miré sin especial interés, intentando rememorar sus nobles rasgos en la escasa luz de aquel rincón mal iluminado, "el rincón de los besos", como le llamaban las parejas que acudían a su reclamo cuando se cansaban de menearse en la pista y el cuerpo les pedía otro tipo de emociones en compañía de algún semejante. No recordaba nada. Para mí era un completo desconocido, si bien con un toque familiar, que no sabía precisar a que se debería.

Lo siento, tío, no te reconozco en absoluto. Seguro que fue una noche muy intensa y apasionada, pero no ha dejado mucha huella en mí.

Tan singular y desafortunado comentario no molestó ni acobardó a mi nuevo pretendiente. Se situó a la altura de las circunstancias, consciente de que el proceso de seducción resultaría un poco más complicado. No estaba yo de humor para lo que él parecía buscar esa noche.

Tampoco hemos hecho nada todavía de lo que pudiéramos arrepentirnos. Simplemente te avisé una vez de que tuvieras cuidado con tu amigo. Y, en otra ocasión, fuiste tú quien me preguntó por él. Yo te dije lo que había y ahí acabó todo. Como ves, no es mucho lo que hemos compartido tú y yo.

Ahora recordé de quien se trataba. No podía ser otro que el famoso Arcángel del Voltereta.

-Ya sé quien eres. A ti te llaman Arcángel o Bowie en esos antros de posmodernos y siniestros. Pero es que, vestido de forma tan sencilla no te reconocía, lo siento. Y además, pareces más fuerte que entonces.

En efecto, vestido con una simple camiseta de algodón negra y unos pantalones de tergal también oscuros, sin los kilos de laca en la cabeza que constituía su imagen de marca, los pelos al estilo "jardinera" como Robert Smith, el cantante de The Cure, y esas ropas amplias y sin gusto alguno que llevaba por entonces, resultaba totalmente irreconocible.

Si, bueno, digamos que he madurado un poco en estos dos años. Tuve un desengaño amoroso, y eso me afectó bastante. Y luego está el paso del tiempo, y el convencimiento interior de que no hace falta ir de moderno las 24 horas para sentirte como tal por dentro. Esta nueva imagen es más cómoda y llevadera, sobre todo cuando aprieta el calor, como ahora.

Hasta tu pelo parece normal sin tanta laca y gomina – el cambio era espectacular, y para mejor, en mi opinión. Se trataba de un chico muy atractivo, con una mirada triste y romántica, en un rostro de corte anglosajón ciertamente llamativo – te he visto muchas veces por ahí en estos últimos años, pero nunca hemos tenido una conversación medianamente inteligente tú y yo – sorbí un generoso trago de la copa.

Pues tal vez vaya siendo hora de que la tengamos ya ¿no te parece?

Sin mediar palabra, retiró de mi mano, educada pero firmemente,la copa de Baileys, y la dejó reposar tranquila en una mesa cercana.

¿Porqué has hecho eso? – quise saber de inmediato.

Bueno, tienes unos labios muy bonitos, y esa enorme copa me impedía su visión. Así está mucho mejor ¿no crees?

No me dejó responder, porque, con la suavidad de un gentleman británico, acarició mi barbilla con una mano, al tiempo que acercaba sus labios a los míos, rozándolos apenas, en una sutil muestra de su abierta determinación de conquistarme.

No he venido aquí para ligar con nadie, lo siento – fue mi ramplón comentario ante un despliegue de delicadeza amorosa tan afortunado.

Bueno, en realidad yo tampoco. Pero al verte aquí he cambiado de opinión.

¿Y eso porqué?

¿Acaso lo dudas? ¿Nunca te has fijado en la forma en que te miraba desde lejos en el Volte, mientras mirabas como bailaba el cretino de tu novio…?

Ex novio. Y no es ningún cretino. Es sólo un tío complicado de entender.

Para mí, alguien tan falso y que te trataba de ese modo tan injusto no merecía ser tu pareja. Aún no entiendo que veías en ese chaval bajito, y escurridizo como un ratón.

No es momento para hablar de eso. Y menos aún esta noche en particular. Pero vamos, según mis informaciones, tú actuaste de buen samaritano con él en cierta ocasión.

Gabriel asintió con la cabeza antes de responder, con su voz grave y cálida a un tiempo.

Sí, lo recuerdo. Los de seguridad querían echarle a patadas, estaba montando un numerito con su suministrador de pastillas, al que al parecer debía bastante dinero. Estaba muy colgado, y encima recibió un par de hostias que le tumbaron en el suelo como un saco de arroz. Para evitar que le hicieran nada más, le acompañé en un taxi a su casa. No resultó sencillo, porque no conseguía acordarse de donde vivía, tal era su estado de confusión mental. Al llegar a su casa, un chalet por la zona de Conde de Casal, su padre bajó a recibirle en pijama. Y, lo más sorprendente de todo, es que tu amigo, a pesar de su estado, empezó a insultar a su propio padre y a llamarle de todo. Incluso intentó agredirle, y lo hubiera hecho de no habérselo impedido yo. Estaba fuera de sí, producto de las drogas, sin duda, pero también había una causa originaria, un odio visceral hacia su padre que parecía surgirle de las mismas entrañas. Era como una especie de endemoniado en aquel momento. Daba verdadero miedo verlo en ese estado. Solo le faltaba escupir espuma por la boca. Y su padre, un señor tan serio, no dijo nada, le ignoró por completo. Pareció encomendarse a Dios y a todos los santos, y le introdujo en la casa cuando se le pasó el siroco a tu amigo. No sin antes darme las gracias y gratificarme, pese a mi negativa inicial, con una generosa cantidad de dinero, con la que podría realizar mucho más que el trayecto en taxi hasta mi propia casa. Me pareció un hombre desesperado, pero con mucha fuerza interior, tranquilo frente a la adversidad. Y eso que los insultos que le dirigía su hijo eran irreproducibles, daban vergüenza ajena.

¡Ese es mi Sergio! Lo que no entiendo es la razón por la que hiciste todo esto, teniendo en cuenta que te cae como el culo.

Ahora fue él el que tuvo que tirar de su gin tonic, para ponerse a tono con la situación y pensarse la respuesta adecuada.

.- Si te soy sincero, no lo hice por él. Sí, me dio lástima verle así, pero no era en él en quien pensaba cuando le socorría, sino en ti. Lo hice porque había sido parte de tu vida, porque tú le habías amado, y le habías cogido de la mano, esa misma mano temblorosa que yo sujetaba con fuerza en el taxi, intentando tranquilizar su atormentado espíritu. Y porque sabía que tú hubieras hecho lo mismo con él de haber estado allí. Sé que eres un buen tío, y que habrías hecho exactamente lo mismo que yo.

En fin, me dejas sin palabras. No sabía que significara tanto en tu vida.

Bueno, ahora yo la sabes. Me he quitado la careta y he dejado al descubierto mi verdadero yo. Ahora depende de ti decidir si lo que ves te gusta de verdad, o prefieres seguir tú solo bebiendo Baileys y concentrado en tus cosas.

La tierna y seductora mirada de mi espontáneo acompañante desprendía mil matices distintos, imposibles de analizar bajo un microscopio. Había allí bondad, ternura, amor incondicional, simpatía, un punto de timidez y una pizca de descaro, entre otras muchas cosas. Un cóctel tan cargado e indefinible como los que preparaban en la cercana barra.

Creo que por esta noche he bebido demasiado Baileys… - fue mi lacónica respuesta a tan peculiar como inesperada declaración de amor.

La puerta de su apartamento en la calle Arapiles, muy próximo a la Glorieta de Quevedo, se abrió lentamente. Su gato persa, Darío, salió a merodear por los alrededores. Estaba decorado en un estilo moderno y algo minimalista. Había libros de diseño, poesía (me sorprendió encontrar en un estante un ejemplar de "Una temporada en el infierno" de Arthur Rimbaud, poeta simbolista francés con quien guardaba un cierto parecido físico), historia, especialmente medieval, la colección completa de "El señor de los anillos", mucho antes de que se pusiera de moda, y hasta libros de arte con encuadernación de lujo. Se veía que era un tío culto y refinado, aunque su verdadera profesión fuera la mucho más prosaica de analista informático. Acababa de entrar a trabajar en el edificio IBM de Avenida de América, y estaba muy orgulloso de su nueva posición como asalariado, que le había permitido abandonar la casa de sus padres, sita en la cercana plaza de Olavide, y apuntarse a un gimnasio cercano a su trabajo, beneficiado además con un cheque descuento de empresa por trabajar en la citada multinacional informática.

Me ofreció un refresco en un vaso tubo, y puso un antiguo vinilo, a pesar de la hora, las cinco y media de la mañana, muy bajito pero perfectamente audible, en el tocadiscos. Resultó ser un viejo álbum del grupo malagueño Danza Invisible.

.- Siempre me ha fascinado este álbum de sus inicios, "Contacto interior",

y, sobre todo, esta impresionante canción, "Al amanecer". Me prometí a mí mismo que, si algún día conseguía traerte a mi casa, usaría este tema, tan especial para mí, como música de fondo en nuestra primera noche de amor.

  • Por mí, encantado. La conozco por mi hermana, y es una canción que me trae muchos recuerdos, todos buenos.

Si hay razón en tu tristeza,

No desesperes más,

La verdadera luz existe

Existe y síguela...

Mientras un juvenil Javier Ojeda, con su privilegiada voz de barítono, desgranaba las primeras notas de tan evocadora canción, los besos, suaves en principio, fueron descendiendo en cascada, mientras las ropas parecían desprenderse del cuerpo.

Las dulces palabras y las tórridas confesiones se alternaban en abierto caos, en un remolino de pasión que nos arrastró al sofá, besándonos en la boca con ansia de siglos, mientras nuestras incontrolables manos recorrían los cuerpos desnudos y enlazados, en una orgía de puro sentimiento y éxtasis compartido.

En tu poder está la solución,

Si tú amaras

Al amanecer

Los altavoces del fondo seguían escupiendo notas. Me había advertido previamente de que había insonorizado el salón, pues su pasión por la música era más fuerte que él, y le obligaba a rendirse a su mágico ritmo a cualquier hora del día y de la noche. De todos modos, me dijo entre risas, sus vecinos eran una pareja de ancianos entrañables, pero tan sordos como una tapia, y ni un concierto de Led Zeppelín o Def Leppard hubiera sido capaz de despertarles a esas horas.

Ahora tú amas como yo,

Al amanecer,

Despierta tu imaginación

Y vive, ¡vive!

Y eso es lo que hacíamos, amar en ese plácido y despejado amanecer del mes de Junio, dando lo mejor de nosotros mismos en un momento cumbre de nuestras vidas. Me introduje su miembro en la boca, que tenía un tamaño importante, o eso me pareció en esta primera cata, y lo saboreé con placer morboso, aunque no había nada más limpio y natural que llevarse a la boca aquel pedazo de carne, que formaba parte del cuerpo de aquel ser adorable, de ese ángel que algún dios misericordioso había puesto en mi camino, para resarcirme de los malos momentos vividos junto al pequeño diablo de la calle Conde de Cartagena. Lamí con delicadeza de poeta decimonónico su hermosa verga, que respondió al tratamiento con una feroz erección.

Ahora tú amas como yo,

¡Al amanecer!

La emoción te llena al fin,

Y ahora amas, amas…¡amas!

Los primeros rayos del naciente sol veraniego se colaban por la ventana entreabierta del salón, cuando decidimos de común acuerdo continuar la fiesta en su habitación. Una discreta y funcional cama con cabecero incorporado, muy del gusto de la época, fue el sobrio escenario de nuestro primer acto de amor, que recordaríamos el resto de nuestras vidas con especial emoción. No por ser el mejor, que seguramente no lo fue, sino por haber sido el primero juntos. Todo poeta conoce la importancia de los símbolos en la vida, y aquel chico de mirada algodonosa era todo un poeta de la vida, que escribía sus sonetos de amor utilizando como idioma el código binario de los fríos ordenadores.

Ahora fue él quien me recostó dulcemente en su propio lecho, y despertó de su letargo mi adormecido miembro, haciéndole ver que era también un actor principal en la obra representada, y no un simple figurante. Su entrenada lengua sabía muy bien elegir los puntos exactos donde el placer es más intenso, y, deseoso de que su soñado amor disfrutara de lo lindo en este primer encuentro al desnudo entre ambos, puso toda la munición al servicio del supremo arte del buen amar. Su boca parecía un ente vivo, moviéndose dentro y fuera de mí con una precisión extraordinaria, como una maquinaria diseñada para tal fin en vez de para deglutir alimentos en estado sólido.

Tuve que pedirle que frenara su ofensiva, pues la presa amenazaba desbordarse de un momento a otro. Le siguió una montaña de caricias mutuas, y, a la hora decisiva de la penetración, él me pidió permiso para hacerlo, un detalle innecesario pero encantador por su parte, fiel reflejo de su bonhomía y acusada sensibilidad. Se revistió de un protector condón, como hombre previsor y responsable que demostraría ser en todos los órdenes de su vida, y, con la emoción reflejada en sus ojos, me levantó las piernas y me embadurnó de crema el ano, un acto poco romántico, sin duda, que en sus largos dedos de pianista, parecía, sin embargo, un mágico ritual embriagador. No recuerdo haber sentido dolor al contacto de su inflamado pene con mi recto, pues la gloria de sentirme en tan gozosa compañía, con alguien que me amaba desde siempre, y que nunca sería capaz de hacerme daño, como mi anterior pareja, pudo más que el lógico desgarro de una penetración anal, especialmente en alguien poco acostumbrado a ello, como era yo entonces. Sus lentos movimientos en mi interior, unido a sus lágrimas de agradecimiento a la vida o al dios de los poetas simbolistas, me sumieron en una placentera sensación de cercanía y comunión física y espiritual.

Por extraño que parezca, sentía como si conociera a Gabriel de toda la vida, o, tal vez, de diez mil vidas anteriores que hubiéramos atravesado juntos, y en las que, como una inmensa batería amatoria, hubiéramos acumulado eones de amor para hacerlos efectivos en este preciso momento de nuestra existencia. Los dulces besos que me prodigaba, mientras su rabo se clavaba con fervor de cruzado medieval en mi conquistado ano, me sumieron en el éxtasis más febril que recordara entonces. Allí había pasión, amor, respeto, amistad y confianza. Conformábamos un ser de nueva creación, producto de nuestros antiguos egos, solitarios y amargados, que ahora se reencontraban jubilosamente, y celebraban su fortuna con una lluvia de semen sobre nuestros sudorosos cuerpos, bendecidos con su vital fluido. Reposamos durante unos minutos en total silencio, abrazados en completa sintonía, mirándonos a los ojos con una luz nueva, más brillante que antes de amanecer, en el refugio seguro de aquel céntrico piso de soltero, que pronto pasaría a considerar mi verdadero hogar.