El angel caido (4)

Alberto se refugia en la soledad de la sierra madrileña, intentando recuperarse de la ruptura con Sergio. Este, mientras tanto, continúa con su vida de excesos. Robe, por su parte, cree conocer la solución definitiva para el grave problema de su amiga Inma.

La depresión que hizo presa en mí a partir de ese momento me llevó a abandonar momentáneamente los estudios, y recluirme por espacio de varios meses en la casa de Rascafría, donde mi madre y mi hermana acudían a visitarme a menudo. Le regalé el Ford Fiesta a mi hermana, (en eso salió ganando la jodía) y nunca más quise volver a montar en él. Me pasaba el día llorando, paseando como un jubilado autista por el Bosque de Finlandia, o buscando un mínimo de paz espiritual en mis cada vez más frecuentes visitas al cercano Monasterio del Paular, donde solía quedarme largo rato meditando, en completo silencio, con la aquiescencia cómplice de los frailes del lugar, que solían respetar mis largos períodos de rezos laicos en la capilla, en horario de visitas. El resto del tiempo lo dedicaba a leer, ver la tele cuando estaba de humor, llorar y desahogarme, y, sobre todo, tocar el violín y escuchar música clásica en el desván del chalet, un lugar completamente diáfano y vacío donde había instalado tiempo atrás un potente equipo de música. La magnífica acústica del lugar hacía el resto. Sentado en una mecedora, como un anciano derrotado por la vida, me dejaba llevar por la magia de los acordes de Brahms, Rachmaninov, Vivaldi, y, sobre todo, Bach, mi favorito. Encontré dos piezas del repertorio clásico que reflejaban mi estado de ánimo de modo asombroso, y eran las más programadas en aquel espacio sagrado que me había construido. Eran el famoso "Canon" de Pachelbel, y el no menos célebre "Adagio" de Albinoni. Su aire melancólico era el contrapunto perfecto a la romántica atmósfera de mi pieza favorita en esos duros tiempos: La "Romanza" de Salvador Bacarisse, una pieza de tan enorme sensibilidad y dulzura, que hacía brotar mis lágrimas sin remedio a cada escucha, mientras recordaba, con un nudo en la garganta, los tiernos besos y abrazos que había compartido con Sergio el verano pasado, durante una inolvidable puesta de sol en la playa de Santa Pola, ambos abrazados en silencio en la soledad perfecta de aquel rincón escondido, contemplando, en total sintonía con el universo, como la luna relevaba al sol de sus funciones, y una mágica luz aterciopelada teñía el horizonte del inmenso mar.

Otras veces era la rabia y la desesperación las que invadían mi espíritu. Escuchando ese triste verano del 89, en la soledad del desván una tarde de sábado, el "American Top 40", el célebre show musical que programaba por entonces en exclusiva para España la cadena 40 Principales, el locutor presentó, en su inglés con marcado acento americano, el nº 1 de la semana en curso, que resultó no ser otro que "Cold hearted", el tercer single consecutivo que ocupaba esta posición en la por entonces imparable trayectoria de la cantante de moda esa temporada, la menuda y deliciosa Paula Abdul. Ya el título me dio mal rollo, pero la letra del estribillo no me dejó lugar para muchas dudas.

El es una serpiente de corazón frío,

Fíjate en sus ojos,

Te ha estado mintiendo

Me vinieron a la mente de inmediato los hermosos pero gélidos ojos de Sergio, la manera tan desleal en que se había comportado conmigo, y la forma en que me había mentido vilmente, camuflando su probada infidelidad con Abel con toda clase de trucos facilones. No podía superar de ninguna de las maneras la aversión que sentía en aquel momento de mi vida por la persona que había destrozado mis sueños románticos sin compasión alguna. Le maldecía una y mil veces, y le condené al fuego del infierno, sin posible redención por mi parte. Nunca más volvería a escuchar sus falaces palabras de amor en mi oído, ni le permitiría acercarse a mi casa como antes, con la familiaridad de un amigo de toda la vida. Eso había terminado para siempre. Ahora era un hombre nuevo, y debía demostrar temple y valor en esta desgraciada coyuntura de mi vida.

Cuando regresé por fin a Madrid, en septiembre, dispuesto a reiniciar mis actividades cotidianas tras un parón de seis meses, y decidido a terminar la carrera al precio que fuera, supe que si regresaba a mis clases de natación en el Canoe, corría el riesgo cierto de encontrarme de frente con Sergio en cualquier momento, mientras practicaba sus precisos saltos en la piscina olímpica o se hacía unos largos en la cubierta. Pero, por suerte para mí, no apareció por allí el día del inicio de clases. Quien sí estuvo allí fue su hermano Roberto, que me saludó muy efusivamente y me aseguró, sin demasiada convicción, que me encontraba bien físicamente para haber estado fuera de circulación durante tanto tiempo. Pero él parecía fijarse más bien en el espectacular físico de mi hermana, que, un poco por animarme, y otro poco por hacer algo de ejercicio, se había apuntado conmigo esa temporada, y lucía un sexy bañador que remarcaba su impresionante tipazo. Inma, en cambio, no hacía nunca demasiado caso a Robe, al que consideraba un pijo integral, a pesar de ser un tío alto y guapo, y de la nobleza de sus sentimientos.

¡Que lástima que Sergio no haya podido venir hoy! Tenía prácticas de lo suyo- comentó Roberto, ajeno por completo al motivo que originó mi depresión.

Al decir esto último me imaginé, de forma automática e involuntaria, a aquel perro salido fornicando en el asiento trasero de cualquier vehículo ajeno, en un lugar solitario. Esas eran sus prácticas favoritas, al parecer. Sin embargo, su hermano se refería a las propias de sus estudios de turismo.

¿Y como le va la vida? – pregunté por puro compromiso, sin ninguna intención de indagar en la materia.

Su hermano se encogió de hombros, poniendo cara de "ya sabes como es mi hermano".

Desde que tú te fuiste a la sierra, ha cambiado mucho. Y a peor. Está en un plan insoportable. Con mi padre no se habla. Y yo creo que cualquier día mis padres le ponen las maletas en la calle. Hay noches que ni duerme en casa

Yo le ví en Voltereta hace poco – continuó mi hermana, mientras se encasquetaba el gorro de baño sobre su pelo recogido en un coqueto moño – y no parece el mismo. Está como desatado, y dudo que me reconociera incluso. Tu hermano está muy pasado de rosca ¿no crees?

Roberto prestó mucha atención al comentario de mi hermana, como siempre que hablaba ella. Se le veía abochornado por el estilo de vida de su hermano menor.

¿Y que quieres que le haga? El no se deja aconsejar por nadie…y es mayor de edad, ya ha cumplido 20 años. No hay mucho que pueda hacer.

Pero es que me da mucha pena por él. Esa noche se cayó en la pista, y uno que es fijo allí, que llaman el Arcángel, tuvo que socorrerle y llevarle a casa en brazos. Y eso que no son colegas ni se conocen de nada. No sé, me parece muy triste. Tiene que haber algo que puedas hacer.

Intentaré hablar con él – prometió un cariacontecido Robe – Pero no os prometo nada. Sergio parece empeñado en autodestruirse. Desde que tenía 15 años ha estado fuera de control, salvo la temporada en que eras tan colega suyo – me miró con admiración, y sin sombra de doblez en sus sentidas palabras. Aquello me enorgulleció, pero el precio a pagar había sido demasiado alto. Si él supiera...

A lo mejor lo que necesita tu hermano es un par de hostias bien dadas. Pero no contéis conmigo para eso, ya se las dará la propia vida en su momento – y me lancé al agua de cabeza, que encontré más fría de lo previsto. Cuando emergí de nuevo a la superficie, mi hermana y Roberto se miraban aún asombrados, con cierta cara de circunstancias. La clase estaba a punto de comenzar, y el silbato del monitor de la piscina infantil, se escuchó, como un despertador, al fondo.

No tardó mucho en hacer acto de aparición en mi vida el desgraciado de marras. En el mes de octubre, a la hora en que las familias decentes se van a dormir, sonó, de forma destemplada y repetitiva, el telefonillo interno. Por no asustar a mi madre, que estaba durmiendo, pues la esperaba al día siguiente un duro día de trabajo como limpiadora en un edificio de oficinas, me levanté corriendo del sofá ante el estupor de mi hermana, que se estaba pintando las uñas de las pies en ese preciso instante, y no hubiera podido atender la llamada, aún de haber deseado hacerlo, por su espíritu curioso.

S텿Quién es?

Soy yo, Sergio…- su voz sonaba tan grogui y descentrada como podía esperarse de alguien como él- Quería hablar contigo

No hay nada de lo que tengamos que hablar tú y yo. Haz el favor de volver a tu casa y olvidarte de mí para los restos.

Pero es que yo… – un tono hiposo y quejumbroso, junto con una respiración entrecortada al borde del llanto, me hicieron presuponer que la situación estaba a punto de salirse de madre – Yo te quiero…me oyes…¡TE QUIERO!

Solté el maldito teléfono, que quedó descolgado y bailando en la oscuridad, me puse unos zapatos, cogí las llaves y una cazadora de entretiempo, y me abalancé escaleras abajo, prescindiendo del ascensor. Cuando llegué al portal, aquel cerdo asqueroso estaba gritando a los cuatro vientos su particular letanía, mirando hacia mi balcón, desde donde mi hermana seguía los acontecimientos.

¡TE QUIERO, ALBERTO! ¡TE QUIERO, TE QUIERO, TE QUIERO!

Me tiré hacia él como una pantera, y le zarandeé como a una marioneta: El muy inútil intentó soltarse, empujando hacia atrás con ambas manos hasta conseguir hacerlo. Con tan mala fortuna, que, en su estado de descoordinación total, cayó de espaldas como un pelele, golpeándose la cabeza contra el tronco de un árbol, y perdiendo el conocimiento de inmediato. Yo pensé que se había matado. Intenté reanimarlo, en vano. Al menos parecía tener pulso, y, al momento, un hilo de voz asomó de su garganta, para reafirmar su conocido lema: "te quiero, tío…que lo sepas". Apestaba a alcohol, y sudaba como un pollo enjaulado. Le cogí en brazos y le subí a mi casa, en un estado lamentable. Mi hermana me esperaba en la puerta, con cara de pocos amigos.

Después del numerito que ha montado el muy cabrón, eres capaz de subirle a casa a que duerma la mona. Desde luego, los tíos os valéis solos a la hora de hacer el ridículo. El por una cosa, y tú por otra. A mi habitación ni se te ocurra llevarle, antes le pateo la cabeza con un bate de béisbol

Joder, Inma, tú siempre tan sensible con el prójimo…¿Qué quieres que haga? Yo le odio más que a nadie en el mundo, pero no puedo dejarle allí tirado como un perro. Además, me siento culpable por haberle hecho perder el equilibrio. Y ya es muy tarde para llamar a Roberto y que venga a buscarle con el coche. Seguramente estarán todos acostados en su casa.

Le desnudé como pude, y le metí en la bañera. Apestaba a ginebra barata. Los calcetines estaban comidos a tomates, y le olían los pies a cuerno quemado. No quise indagar en otras partes de su anatomía, pero deduje que la higiene y Sergio estaban peleados en los últimos tiempos. Llené la bañera de agua y espuma, y le bañé a conciencia. Le palpé la cabeza, y tenía un prominente chichón en la coronilla. Sólo la suerte del malvado le había librado de una muerte segura. Le limpié los restos de sangre, para descubrir que la herida era más aparatosa que importante, y que no era nada que un poco de alcohol y mercromina no pudieran solucionar. Le saqué de allí, en un esfuerzo sobrehumano, porque mi hermana no hubiera querido, y yo tampoco se lo hubiera pedido, ayudarme en tan ingrata tarea, y le ajusté un batín. Me fijé en su diminuto cuerpo, que parecía haber perdido bastante lustre en este tiempo de ausencia. Le tomé como pude por los hombros, y le acomodé en el sofá del salón. Desde luego, no pensaba cederle el usufructo de mi cama, eso hubiera sido el colmo de la generosidad con quien me había sacado del armario ante toda mi vecindad, sin ningún respeto por mis sentimientos. Ese pibe era una auténtica pesadilla en mi vida, y lo único que deseaba era librarme de él como fuera. Apagué la luz del salón, y le tapé con una manta, para que no cogiera frío el muy mamón. Otros muchos no hubieran llegado a tanto. Pero yo aún recordaba en mi interior los tiempos felices de antaño, que sabía nunca volverían, al menos con tan siniestro personaje, y un hálito de amor, por tibio que fuese, florecía aún en mi helado corazón. Le miré dormitar, con su respiración agitada y cadenciosa, y me pareció hermoso, incluso en su preocupante estado de degradación actual. Sentí deseos de besarle en los labios, ahora que no podía verme, pero me arrepentí en seguida, y los recuerdos más desagradables de nuestra relación vinieron a mi memoria, para ahuyentar mis velados deseos románticos hacia aquel monstruo degenerado. Opinión que se vio confirmada al día siguiente, cuando, recién levantado, entré en el salón para conocer la evolución de su borrachera, y me llevé la (relativa) sorpresa de que el muy hijo de puta se había largado ya, sin despedirse de nadie ni agradecer de ninguna manera lo que había hecho por él la noche anterior. Aquello me reafirmó en mi convicción de que ese pibe no tenía remedio. Mi hermana, que seguía de mal humor por lo acontecido horas antes, estuvo plenamente de acuerdo con mi diagnóstico.

En los meses siguientes tuvimos ocasión de coincidir muchas veces en lugares como Voltereta o Splash. Siempre era la misma rutina: nos saludábamos, a veces tomábamos una copa en compañía de los demás, y luego desaparecía en la noche, generalmente en la inevitable compañía de lo mejor de cada casa. Del tal Abel, ni rastro. Pero no importaba, él era experto en encontrar tahúres hasta debajo de las piedras. A comienzos de 1990, se hizo amigo de un tal Santi, con quien no hacía mala pareja, a juzgar por las pintas de ambos. Siempre estaban colocados, o a punto de estarlo. Empezó a aficionarse a los ritmos del acid house, por entonces de moda, y al sonido makinero, y se convirtió en un devoto del fenómeno conocido entonces como "la ruta del bakalao", que consistía en un viaje psicodélico en buga de varios colegas, rumbo a las discotecas de la costa levantina, que solía durar todo el finde, y en el que lo que primaba era el mantenerse despierto y bailar hasta caer de espaldas, recurriendo a los avances de la química moderna para conseguir ese estado de vigilia permanente. El popular éxito del DJ Chimo Bayo, "Esta sí, esta no", que hacía evidente referencia a un conocido estimulante (ilegal) que causaba estragos en la época, se convirtió en el himno de referencia de toda una generacion de "bakalas" y "makineros", como pasaron a ser conocidos de forma inmediata. De hecho, dejamos de verle en los mismos garitos de antes, y se convirtió, en cambio, en asiduo visitante de Atica, una megadisco situada en la carretera de Barcelona. Le ví un par de veces más. La última, a comienzos del verano de 1991, cuando me acerqué, muy deprimido, a desahogarme con Robe, y estuvimos charlando en el porche posterior del jardín de casa de sus padres.

Estoy muy preocupado por mi hermana, Robe. No sé que hacer, si es que puedo hacer algo.

Al percibir que se trataba de un asunto relacionado con ella, Roberto reaccionó de inmediato. Se revolvió en el asiento, y se sirvió otro vaso de limonada. El mío estaba sin empezar.

¿Qué pasa con Inma? ¿Le ocurre algo grave?

Mi cara debió darle una idea de la verdadera gravedad del asunto. Yo estaba muy afectado por la noticia.

¡Está embarazada de casi dos meses!¡Y el cerdo de su novio no ha dado la cara y se ha marchado a Barcelona, donde tiene familia! Inma está destrozada y dice que quiere abortar, que no quiere ser madre soltera y menos de un hijo de puta como Juanjo. Y, además, hace seis meses que entró a trabajar como administrativa en una empresa, y no quiere perder el puesto de trabajo. Joder, esos dos han estado saliendo cinco años. ¿Cómo podía imaginar que actuaría así a la hora de la verdad?.

Roberto se quedó asombrado al escuchar el notición de la temporada. Mi hermana tenía 22 años, no era ninguna cría, y había que respetar sus decisiones. Por otra parte, no deseaba repetir los errores de mi madre, que fue madre a los 19, sin estar preparada mentalmente para ello. Aunque Inma era considerablemente más adulta que mi madre a esa edad. Era una mujer hecha y derecha, dotada de un fuerte carácter y una indomable personalidad.

Comprendo – dejó el vaso en la mesa y miró fijamente a un punto lejano del horizonte - ¿Y que has pensado que pueda hacer yo?

La verdad es que no lo sé. ..tal vez si Ana, Nico y tú hablaseis con ella y la convencierais de que esperase un par de semanas antes de tomar una decisión en firme, a mí me daría tiempo de localizar en Barcelona a ese cabrón, y traerle arrastrado de los pelos para que se haga cargo de la pobre criatura

Robe se quedó pensativo por un momento antes de contestar. Finalmente, se giró para responder. Sus ojos claros poseían un fulgor que no era de este mundo. Un extraño rubor cubría sus mejillas, como si acabara de despertar de un sueño maravilloso.

Creo que haremos algo mucho mejor que eso – ahora sus ojos titilaban, y su voz sonaba eufórica y confiada a un tiempo, como si se tratara de un plan largamente acariciado por él – Simplemente le pediré que se case conmigo, y yo daré mis apellidos al bebé.

Pasado el primer momento de estupor, no pude evitar sonreír con tan descabellado proyecto.

Pero, vamos a ver, Roberto, yo te agradezco tu generosidad para con mi hermana y tu buen corazón, lo cual te honra, pero esto es un asunto serio, está en juego el futuro de un niño.

Razón de más para intentarlo. No hay nada que perder por probar ¿no crees?

Yo no podía aceptar que mi amigo sacrificase su juventud y su libertad de movimientos, para hacerse cargo de los destinos de una presunta madre soltera abandonada y su recién nacido, que ni siquiera era hijo suyo. Aparte, estaba por ver que mi hermana, todo un carácter en sí mismo, aceptara una idea que la situaba como objeto pasivo de la situación, algo que ella odiaba con todas sus fuerzas.

Pero, aunque ella aceptara, por salir de la situación o por lo que fuera, tú no debes sacrificar tu vida por un error de mi hermana. Al parecer, tiene un ciclo menstrual un poco caprichoso, y no calculó bien los días fértiles. Pero eso no es problema tuyo. No debes sentirte responsable de su suerte. Nunca me perdonaría que fueras infeliz el resto de tu vida por un simple concepto cristiano de la compasión mal entendida.

Robe se echó a reír al escuchar la última parte de la explicación. Yo no podía entender que es lo que encontraba tan gracioso en una situación tan dura como la de Inma.

¿Compasión dices? ¿Crees que me casaría con tu hermana por un sentimiento de compasión cristiana? ¡Eso se lo dejo a mis padres!. Yo me casaría con tu hermana mañana mismo – y resaltó mucho esta frase – porque estoy locamente enamorado de ella desde el mismo día en que me la presentaste en el Canoe, hace cuatro años. Tal vez por eso mis relaciones con otras chicas no han funcionado bien hasta hoy. Y, ahora que tengo la oportunidad de conocerla mejor y de hacer algo útil por ella no voy a renunciar a intentarlo, al menos. Espero que comprendas mi postura, que, por desgracia, no es altruista, sino totalmente egoísta por mi parte, y lo reconozco abiertamente.

Me quedé parado como una estatua. Yo sabía que a Roberto le gustaba mi hermana, no había más que fijarse en como la miraba disimuladamente mientras ella bailaba, ajena a todo y a todos, en el Voltereta o en el Stella, pero de ahí a esta tremenda confesión de amor eterno, había un trecho inabarcable de saltar.

Joder, Robe, me has dejado sin palabras. ¿Quieres decir que tú harías eso por gusto, que te casarías con ella, adoptarías al hijo de otro hombre y le darías tus apellidos, y renunciarías a la vida de soltero con sólo 24 años?

¡Exacto! Y sin ningún problema. No es lo que yo hubiera elegido; es decir, a mí me hubiera gustado seguir un proceso más lento, con su cortejo, sus años de noviazgo, y casarme en torno en a los 30, como es natural, pero las circunstancias mandan. No pasa nada, estoy preparado mentalmente para ello.

Pero, ¿y tu familia? ¿Qué dirán tus padres cuando se enteren de todo esto?

Robe sonrió de forma pícara. Parecía tener las ideas muy claras, y todo bajo control.

No te preocupes, ellos nunca se van a enterar. Una mentira piadosa es siempre mejor que una verdad hiriente. Les diré que el niño es mío. Que no pudimos contenernos, ese tipo de cosas que se dicen a los padres en estos casos. Y ellos tragarán, y no dejarán que un niño venga al mundo sin un padre reconocido. Además, se da la circunstancia de que mis padres adoran a tu hermana, a la que consideran una chica muy responsable y asentada.

Sí, se ve que no la conocen mucho. Y que no la han visto en su salsa en los antros que frecuentaba hasta ayer mismo – no pude por menos que reconocer – de todos modos, Robe, está por ver que ella te acepte finalmente. Es una chica con mucho temperamento, tú lo sabes, y no acepta componendas ni intromisiones en su vida por parte de nadie.

Bueno, déjalo de mi cuenta. Soy un tío muy persuasivo. Y, además, algo me dice que yo la gusto al menos tanto como a mí ella. No sé, es una intuición que tengo desde hace años.

Aquí si que me pareció que a mi amigo le patinaban las neuronas sin remedio. En todo este tiempo, yo no había escuchado de labios de mi hermana una sola referencia favorable a su persona, ni había dado pista alguna de tan escondida atracción, y así se lo hice saber.

Mucho me temo, tío, que a mi hermana no le caes demasiado bien. Nunca habla de ti, y cuando lo hace es para criticarte. No te lo hubiera contado de no haber mediado esta conversación, pero es que no quiero que te lleves una sorpresa cuando ella, que a veces es un poco cruel, te mande a tomar por culo sin más explicaciones.

Robe no parecía afectado por la noticia. Al contrario, le hizo gracia, y le reafirmó en su primera opinión.

Bueno, ella no podía demostrar su interés porque tenía novio. Pero estoy seguro de que esos comentarios te los hizo en la época en que yo salía con Esther o con Paloma. Tal vez en este momento de nuestras vidas se muestre más receptiva a mis encantos – y dejó escapar una relajada sonrisa de dentífrico.

El 20 de Julio de 1991, mi hermana Inma, embarazada de tres meses, aunque no se la notaba en absoluto, contrajo matrimonio con Roberto Pinto, en la capilla privada de la finca de sus ahora suegros, en Andújar, ante 200 selectos invitados. Su noviazgo, uno de los más cortos de la historia, sólo había durado tres semanas, desde que a finales de junio ella mostrara su conformidad, primero reticente, y, poco después, entusiasta, a la propuesta de mi amigo. Para mi asombro, ella no lo hacía obligada, o de mala gana, sino que mostraba el mismo enamoramiento, unido ahora a una admiración sin límites, por su flamante esposo. El padre del novio, que se hizo cargo de todos los gastos de la ceremonia y el convite posterior en los amplios jardines de la extensa propiedad, no puso ninguna pega al enlace, pasado el disgusto inicial por el bombo de mi hermana. En pocos meses, Robe comenzó a codirigir los negocios de su padre, que deseaba jubilarse en pocos años, y regresar con su mujer a su finquita, como la llamaba él, y se trasladó a vivir con mi hermana, y el bebé, a un chalet de Somosaguas. Dos años después nacería su segundo hijo, el primero biológico de Roberto. Pocas parejas he visto tan felices en su vida matrimonial que hayan empezado su relación de una manera tan forzada y poco espontánea. Sorpresas te da la vida. Y, curiosamente, Sergio no estuvo en la ceremonia de boda ni en el bautizo de su primer "sobrino", pero esa es otra historia, con mucha miga dentro también.

(Continuará)