El ángel

Como un ángel cambio por completo mi vida y le dio sentido con su sola presencia.

Se acababa, todo terminaba. El mundo se me escapaba por la boca en una angustiosa agonía autoprovocada por una sobredosis de orfidales y Negrita.

Mi visión se volvía borrosa, las baldosas del baño de aquel garito iban perdiendo nitidez y parecían cada vez mas lejanas a pesar de tenerlas a centímetros de mi cara.

Por fin, esta vida de mierda a la que nadie me invito me dejaba marchar, sin pena ni gloria si, pero esto simplemente no era lo mío.

Recuerdo que cada vez tenia mas sueño, los parpados me pesaban y notaba los latidos, lentos y lacerantes en mi sien. Así seria mi muerte, como dormirse borracho en el suelo de un antro, no me importaba.

Y entonces la vi, se me presento como un ángel, con su luz divina y sus alas blancas, supuse que había perdido la consciencia y soñaba con seres divinos que venían a por mi alma inmunda.

Pero no, solamente fue la luz del garito que entraba por la puerta abierta y recortaba la figura de mi salvadora.

Por lo que me contó, se confundió de baño, me vio tirado en el suelo y tras el susto inicial corrió hacía mi para darme los primeros auxilios, que en mi situación deberían haber sido los últimos.

Me coloco de lado y metió sus dedos en mi garganta para hacerme vomitar. Note las nauseas, me estaba mareando y empecé a vomitar. Ahí iban mis esperanzas de acabar con mi asquerosa vida aquella noche.

Lo siguiente que recuerdo es una sonda entrando por mi nariz y bajando por mi esófago, mas vómitos y gente que hablaba y se movían a mi alrededor.

Desperté en la habitación del hospital. Algo iba mal. Yo no tendría que haber despertado, no tendría que estar ya aquí. Entro una enfermera en la habitación y me miro y, dios, estaba desnudo.

-¿Cómo te encuentras?

-Me duele la garganta.

-Bueno, voy a decirle a tu novia que pase.

Mi cabeza iba despacio y no me dio tiempo a preguntarle "¿Qué novia? La mujer salio de la sala y a continuación entro una chica, mi ángel.

Morena, piel blanca, pelo corto y una expresión en la cara como no la había visto nunca. Se acerco a mi, puso su mano sobre la mía y en sus ojos vi pena, tristeza. Me observaba reflejado en sus pupilas. Me hablo, con una voz dulce y bajita como si no me quisiera despertar.

-Menudo susto me distes anoche. Menos mal que te encontré

-No quería que nadie me viese y perdóname haberte echo pasar un mal rato.

-No hablemos de eso ahora, he dicho que era tu novia para que me dejasen estar aquí, dicen que en un ratito nos podemos ir a casa, te acompaño a donde vivas.

-Perdona, pero no se como te llamas aun

-Si, lo siento se me ha olvidado presentarme. Me llamo Ángela.

No podía tener otro nombre, fue y siempre será mi ángel, le faltaban las alas y el halo luminoso sobre su pelo.

Entraron de nuevo en la habitación señores con batas y mujeres con uniformes que me vistieron y me dijeron que podía irme y que hablara con un psicólogo.

A la mierda el psicólogo, lo que yo sentía ninguna persona mas podía saberlo.

Mientras caminaba por el pasillo me parecía ir en una nube, mis pies no tocaban el suelo, mis rodillas no se flexionaban para dar un paso y sin embargo iba avanzando a la salida. Una puerta que no era la que yo quería atravesar esa noche.

Podría haberme puesto Shakesperiano haber dicho un discurso de los que marcan para siempre, " Oh! cruel jugada del destino, hallábame yo esa maldita noche en un lecho de miel y esparto cuando un ángel con cabellos cual hilo de oro metiose en mi corazón"

Sin embargo nada inteligente salio de mi boca hasta pasado un tiempo.

Aquella chica, sin conocerme de nada me llevo hasta su coche y me pregunto la dirección de mi casa. Aparco cerca y fuimos andando en silencio, hacia poco que nos habíamos conocido e intercambiado poco mas de un par de frases y sin embargo notaba una conexión increíblemente fuerte. Como si pudiera leer mi alma.

Entramos en mi piso. El que antes había sido para mi mí santuario, ahora me parecía poco mas que una cueva en la que meter mi desolado cuerpo.

Ángela me copio de la mano, el primer contacto. No diré que note un escalofrío y que entonces supe que era la mujer de mi vida, solo sentí el calor de su mano tomando la mía, con cariño, hablando solo con las palmas de las manos.

Me miro a los ojos, unos ojos grandes y oscuros en los que no me había fijado hasta ese momento a pesar de que tenia que mirar para abajo para verlos me quede embelesado con ellos. Fue como un viaje astral, por un segundo nos vi a los dos, de pie encima de la alfombra dados la mano y mirándonos fijamente, vi la luz de la media tarde que entraba por los agujeritos de la persiana.

Se acerco a mi y abriendo sus brazos, mas bien sus alas, rodeo mi cintura en un abrazo que hoy por hoy aun no se muy bien que significaba, si pena por este pobre suicida frustrado por ella, cariño… Quizás solo sea que hasta las criaturas celestiales se sienten solas de vez en cuando.

No se cuanto duro, pero pareció una eternidad, la mas hermosa que pudiera imaginar, el tiempo lamia nuestros cuerpos con parsimonia, como si no quisiera seguir corriendo y prefiriese estar con nosotros. Podía sentir los latidos de su corazón en mis costillas y el subir y bajar de su pecho cuando respiraba.

¡Que escena tan entrañable la que viví aquel día!

Pero nada dura para siempre, salvo la muerte y yo por desgracia aun no estaba muerto, así que me invito a sentarme en mi sofá, donde tantas noches había visto la tele tumbado en el y ella se fue a investigar la casa.

Debo admitir que por un momento me asuste, pensaba que iba a robarme o algo, pero cuando escuche el grifo del agua llenando la bañera mis dudas se disiparon.

Volvió a mi lado y me llevo hasta el baño. No hablábamos, no nos hacia falta, solamente éramos dos extraños encerrados en una extraña situación, yo por mi mismo y ella por que la casualidad hizo que se topara conmigo esa noche.

Me llevo de la mano hasta la bañera, llena de agua caliente donde se reflejaban las luces del techo. Pude fijarme en como la blanca piel que asomaba por sus mangas y escote contrastaba con los oscuros azulejos marrones del baño.

Se puso detrás de mi y paso sus manos hasta mi pecho, con sus dedos, finos y largos, fue desabrochando los botones de mi camisa. Cerré los ojos. Contacto humano… hacía tanto que no permitía que nadie me tocase que el tacto de su piel contra la mía me provocaba escalofríos.

Botón a botón fue dejando mi pecho al descubierto para luego deslizar la prenda por mis hombros dejando mi espalda al aire.

Apoyo su cabeza y volvió a abrazarme, me gire para verla de nuevo, no podía cansarme de aquella cara tan dulce que me miraba con ternura.

Me desabrocho el pantalón y me quito los zapatos. Termino de desnudarme con la misma suavidad con la que minutos antes me había llevado de la mano hasta el baño.

Entre en la bañera y ella se arrodillo a mi lado, cogio mi esponja y empezó a lavar mi cuerpo. El agua y la esencia de Ángela, que salía por sus poros y se metía en mi, me purificaba mejor que el agua bendita.

¿Cuánto tiempo hacía que no me sentía tan bien?

Me lavo el pelo, la espalda, mi cara y cuello que aun tenían manchas de aquella noche, sin embargo no me miraba con asco. Aquellos ojos me decían mas que todas las palabras del mundo.

Después de una vida tan vacía e insustancial como había sido la mía hasta ese momento, por primera vez sentí algo parecido a la felicidad, o quizás fuera eso el caso es que mi ser no supo reconocerlo, y todo lo había conseguido una desconocida en unas horas.

¿Acaso era ella la cura que necesitaba mi espíritu, una persona con un alma tan pura y tan blanca como la suya, tan desinteresada que me enseñase por fin el lado bueno de esta vida?

Si, aquella noche Ángela limpio mi cuerpo pero curó mi espíritu.

Me saco de la bañera y cubrió mi desnudez con una toalla. Quería decirle tantas cosas, darle las gracias, contarle que mi cabeza funcionaba distinto después de esas horas con ella, decirle que me encontraba mejor entre sus brazos.

Se dedico a secar mi cuerpo y mi pelo, sentados los dos en la cama mirando yo la pared, pensando en que decir en cierto modo un poco avergonzado, ella me miraba a mi.

Pasaba la toalla con cuidado, rozando mi piel casi acariciándome. Cuando termino apoyo la cabeza en mi hombro y entrelazo sus dedos con los míos como queriéndome decir que no se iba a ningún lado.

Cerré los ojos, su suave mejilla tocando mi hombro era como una pluma, deseé que se quedara ahí para siempre. Poso sus labios con delicadeza en mi cuello regalándome el beso mas calido y mas dulce que jamás me dio nadie.

Me gire para mirarla a los ojos y la abrace fuertemente, rodeando su cintura con mis brazos, le quería devolver parte del cariño que me había dado ese día. Ella rodeo mi cuello y se sentó entre mis piernas abrazándome también con ellas y colocando su cabeza en el hueco entre mi cuello y mi hombro.

No lo pude evitar, mi gratitud hacia aquella chica me supero, subí mis manos de sus caderas a su cara separándola un poco de mi. Mis dedos acariciaban su mandíbula, su cuello, sus orejas.

Acerque su cara a la mía, sus labios a mis labios para juntarlos en un beso que no rechazo. Un beso lento pues no teníamos prisa ninguna. La fina piel de nuestras bocas se rozaba en suaves besos cada vez mas largos y profundos.

Mi lengua se atrevió a ir un paso mas, abrió sus labios introduciéndose despacio. Nos hicimos uno, literalmente, no había espacio entre nuestros cuerpos pero tampoco lo había en nuestras almas, pude notar entonces su soledad, su tristeza. Aquel beso me contó de Ángela cosas que no había imaginado. Me contó de una vida como la mía, vacía de sueños y deseos, vacía de ilusión por seguir, me dijo con su beso que yo en cierto modo también la salvaba a ella.

Lloré… como un niño tengo que reconocerlo. La situación, los sentimientos, todo lo que había pasado me supero, ella me supero y no pude reaccionar de otra manera ante tantas cosas.

Sus manos acariciaban mi espalda, consolándome y mimándome, terminaron en su camisa, desabotonándola. No quería que hiciera eso, no por pena.

Quise parar sus manos, pero sus ojos me dejaron claro que no era por pena por lo que lo hacía, simplemente lo hacía por nosotros, lo merecíamos después de lo pasado.

-¿Por qué haces esto? ¿Qué hice yo por ti para que tu me regales ahora tu compañía?

Vi que esperaba aquella pregunta, bajo la vista para hablar y por un momento sus alas se plegaron en torno a su cuerpo, protegiéndose del dolor que las palabras le causaban.

  • Hace unos años me encontré en la misma situación en la que ayer estabas tu, solo que nunca tuve un apoyo… Cuando me vi, en la bañera con un cuter en la mano dispuesta a dejar que mi vida saliera por las muñecas pare un momento. Entonces me ilumine, decidí que esperaría a morir cuando me llegase el momento y me dedique a buscar algo por lo que vivir. Entonces, cuando creí haberlo olvidado, te encontré y supe que tu eras mi razón.

-¿Puedo pedirte algo?

-Por supuesto.

-Quédate a mi lado por favor.

-Me quedare, hasta que llegue el momento.

Una pequeña sonrisa me confirmo, que se quedaría conmigo. Nunca pude imaginar que quisiera compartir algo de mi vida con otro ser humano, ahora, quería dárselo todo, pues ella era mi ángel y estaba herido, tan dolido como yo.

Mientras la tumbaba con suavidad en mi cama pensé, como ese ser tan frágil en apariencia había sido capaz de cambiar toda mi vida en unas horas.

Pase de querer morir sin mas a desear morir por ella. Y ahora, tenia a una criatura cuanto menos celestial, salvadora y angelical tumbada en mi cama, ofreciendo su cuerpo tibio y maltratado.

Cuando le quite la camisa pude ver suaves filas de franjas níveas recorriendo parte de su pecho, en sus costillas y su abdomen.

Pequeñas cicatrices, marcas de su guerra particular contra si misma aunque a mi me resultara imposible que un ser tan puro pudiera profanarse de tal manera.

Acerque mi boca y bese con cuidado todas y cada una de sus marcas, adorando su cuerpo con su perfecta imperfección.

Levante la vista hacia sus ojos y unas lágrimas cruzaban sus mejillas, me miro y me hablo en voz muy baja, con ese tono dulce tan propio de ella.

-Hay una por cada vez que fracaso, por cada vez que pierdo las fuerzas, cuando algo me supera… cuando no puedo mas. En lugar de desesperarme, marco mi cuerpo para recordar que lo que no te mata te hace más fuerte.

La necesitaba, no lo sabía, pero mi vida la esperaba, igual que ella me esperaba a mi. Todo para lo que había vivido se resumía en ella, se acabo la búsqueda, el vacío, el comer sin hambre, las noches en vela y aquella ansiedad que por las mañanas se agarraba a mi pecho.

Poco a poco el resto de la ropa fue saliendo, dejando el cuerpo y el alma al descubierto. Deslice mis manos por sus costados, recorriendo sus muslos, subiendo los dedos por su vientre, rodeando la curva de sus senos, sin atreverme siquiera a tocarlos. Pequeños, blancos, con unos pezones rosados y erectos que invitaban a lamerlos pero no sacaba el valor para rozarlos.

Alargué la mano hacia su cara, recorrí su rostro con el dedo índice, acariciando su mandíbula desde detrás de su oreja hasta su barbilla. Sus labios rojos y brillantes me incitaban a besarlos.

Una vez leí y no se por que en ese momento recordé, que la boca de una mujer es el espejo de su vagina, según sean sus labios así seria también entre las piernas.

La besé, suavemente, explorando su lengua con la mía, caliente, húmeda, acogedora, como toda ella.

Notaba sus manos tocar mi espalda, como si me lamiese con los dedos, transitando la vía que se encuentra entre los omoplatos. Aquella nimiedad, aquella caricia tan superficial se me antojo extraña... Nadie me había tocado así, salvo tal vez mi madre cuando era pequeño.

Con mis manos trace la línea de sus hombros, su cuello, el collar de Venus, ese hoyito que tienen las mujeres a la altura de la traquea, deslice un dedo en su canalillo, palpando delicadamente su esternón.

La pureza de su piel contrastaba con las cicatrices que cruzaban como una lluvia de estrellas fugaces su torso desnudo.

Bajé hasta su ombligo, circundándolo y haciéndole cosquillas, poco a poco sus alas volvieron a abrirse para encerrarnos en una cúpula blanca, aislándonos del mundo, ese mundo que tantas veces nos dio la espalda.

Su cuerpo era la tierra prometida, entre besos y caricias mi mano bajo hasta sus muslos, separándole suavemente las piernas. El calor de su sexo me llamaba, anhelante del cuerpo de este hombre tan estupido.

Tenia los ojos cerrados, la boca entreabierta en un continuo suspiro, sus pechos se elevaban al ritmo de su respiración.

El movimiento de su naturaleza me tenia hipnotizado, abrió los ojos y me miro con era ternura tan propia suya que ya había marcado mi ser.

Mis labios se posaron sobre los suyos para fundirnos en besos suaves, calidos que transmitían todo el calor que teníamos dentro. Me abrazó para no dejar ni un centímetro de piel sin contacto.

Sus ganas eran contagiosas, me sentí flotar, nuestros sexos se buscaban sin necesidad de palabras ni ninguna otra interacción, su humedad me llamaba y yo le respondía.

La primera penetración fue tan suave, tan fácil, me sentí en la gloria. No puedo recordar aun haberme sentido nunca como estaba notando en ese momento mi cuerpo y mi mente.

Nos quedamos unos instantes quietos, acoplados perfectamente y mirando dentro de los ojos del otro. Note un gemido atrapado en su garganta.

Creo que aquella fue la primera vez que hice el amor, no hubo nada de violento, nada fue rudo. Parecía deslizarme dentro de ella, sintiendo la suave presión que su vagina hacía sobre mi.

Sus jadeos se convirtieron en la sinfonía que marcaba el ritmo de nuestras acciones, solo quería que no se terminara nunca. Sentirme feliz, sentirme completo era algo que nunca creí posible para mi.

Terminamos plenos, abrazados y en un beso que parecía volverse eterno.

Sin embargo sus lágrimas me hicieron volver a la realidad, volver a mi cama y observar como aquel ángel que se degrado para venir a salvarme la vida, lloraba con la cabeza escondida en mi pecho.

-¿Qué pasa Ángela? ¿Hice algo mal?

A pesar de que las lagrimas empañaban sus ojos pude seguir viendo aquella inmensa tristeza que se aferraba a ella.

-No, no es por ti. Es que ahora, no se si voy a querer irme.

-¿Y donde te tienes que ir?

-No lo se, pero tampoco se si me puedo quedar. Se que si me quedo contigo, en cualquiera de los sentidos de la palabra, terminaremos sufriendo, y no se si mi cuerpo resistirá mucho mas.

Sabía perfectamente a que se refería y su dolor seria mi dolor. Sus brazos y sus alas me soltaron, me sentí desamparado.

Se levanto y lentamente fue cubriendo su cuerpo con la ropa que había caído de forma desordenada por la habitación.

-Ángela…-Pude notar como la voz me temblaba, ahora que nos habíamos encontrado no podíamos separarnos, no así.- Has dicho que te quedarías conmigo.

-Ya estas a salvo, ya no me necesitas. En cierto modo, ya nos hemos salvados.

-No puedes irte, no ahora que te he conocido, no después de haberme fundido como lo he hecho. No se trata del sexo, ha sido complicidad.

Me pareció percibir duda en su expresión corporal, no me podía creer que hiciera dudar a un ángel. Cuando me volvió a hablar lo hizo con voz muy bajita, como sin querer herirme.

-No me hagas esto, no podré soportar hacerte daño, pero simplemente no me puedo quedar.

-¿Te volveré a ver?

-Siempre que me necesites.

Con las alas pegadas a su cuerpo, Ángela, aquella criatura divina, salio de mi vida como llego, cambiándome entero y de forma permanente.

Cuando amaneció, me sentí contento de volver a ver el sol a pesar de saber, que ella ya no ocupaba el sitio que le pertenecía en mi cama. Pues ambos sabíamos que su sitio estaba junto a mi.

Abrí la ventana y no se si fue que aun tenia los sentidos embotados por todo lo que había pasado en las ultimas horas, pero quiero pensar que la figura blanca que vi ocultarse tras la esquina del edificio, era el ángel que salvo mi vida.