El anacrónico tito Diego. Capítulo 9

Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original

El comandante Don Diego tuvo que pensar rápido. O bien seguía haciéndose el dormido cuando entrase su sobrina, o bien hacía como si despertase en ese momento. Y pensó que era mejor continuar con la comedia, la situación de abrir los ojos y encontrarse a su superior agarrándole los huevos, y completamente empalmado, le pareció demasiado violenta. Era cierto que el capitán había empezado, pero no hubiese sabido qué decir o cómo actuar, y menos si además entraba su sobrina en ese momento.

El capitán Díaz se quedó también estupefacto, soltó rápidamente su presa y trató de cubrir aquel portento de la Naturaleza con el traqueteado batín antes de que Cristina alcanzace la puerta. Estaba en esa maniobra justo cuando la sobrina del oficial hacía acto de presencia en la puerta de la habitación, y rezó a los dioses para que la oscuridad de la habitación no le hubiese permitido distinguir como retiraba las manos.

  • Tito, tito, despierta, que el capitán… -comenzó a decir de nuevo la sobrina al tiempo que asomaba en la puerta, con el mismo tono mesurado.

Pero se calló al encontrarse allí dentro al oficial de la guardia aérea junto a la cama de su tío, sin saber qué decir ni qué pensar.

  • Justo iba a despertarle ahora mismo, señorita -dijo el capitán colorado como un tomate, y nervioso, tanto que se cuadró y se llevó la mano a la frente.

Y esta vez, a diferencia de cuando le abrió la puerta, el ajustadísimo pantalón de tejido inmanchable verde que gustaba lucir sí evidenciaba de forma ostentosa una buena erección. El viril miembro se dibujaba perfectamente, dirigiéndose hacia la izquierda. Y aunque no miró hacia abajo por vergüenza, el capitán estaba temeroso del espectáculo que podría estar dando, y se puso aún más colorado. Estaba pensado cubrirse de nuevo con la gorra, disimuladamente, cuando ocurrió algo que lo hizo olvidarse de su propia erección.

Y es que justo en ese momento vislumbró un movimiento llamó su atención poderosamente. El batín del comandante había resbalado de la tiesa polla, y ésta saltó al aire de nuevo en toda su gloria, balanceándose graciosamente como con un resorte.

“Coño con la polla de este tío, si hasta ha sido capaz de levantar el batín…” -se dijo a sí mismo el sorprendido capitán, excitado ante la extraña situación y sin poder quitar ojo del enhiesto miembro, y sin saber que decir en aquella rara situación.

Igual de confundida estaba Cristina al comprobar que tito Diego manifestaba exactamente el mismo estado que el capitán.

  • Vaya, vaya -dijo por fin la sobrina, que tenía mucho más desparpajo que el capitán-. Desde luego el tito Diego tiene un sueño muy pesado y también muy agradable -añadió sonriendo y sin dejar de mirar aquel viril miembro que hacía no mucho rato la había dejado bien satisfecha.

Tito Diego seguía dispuesto a continuar haciéndose el dormido, a pesar de mostrarse desnudo y totalmente empalmado ante su sobrina y su superior. Se sentía expuesto, a su merced, vulnerable, pero ello no solo no aplacaba su excitación, sino que añadía una buena dosis de morbo a la situación, de manera que sus esfuerzos por controlar el empalme eran vanos. Al igual que antes, cuando el capitán le magreaba sus cojones, intentaba que la polla volviera a su estado de relajación, pero cuánto más lo intentaba más dura se le ponía. Ello provocaba leves movimientos de subida y bajada, haciendo que llamase la atención aún más, situándola como foco de atención de sus acompañantes de habitación, además de situarla en el centro de la conversación.

  • Tiene usted razón, señorita -contestó el capitán ya más relajado antes el desparpajo de la sobrina-, creo que su tío debe tener algún sueño erótico. ¡Fijese!, fijese en esos movimientos -añadió señalando el estiramiento, alzado, y posterior descenso de la expuesta virilidad de su compañero.
  • Lleva usted razón, mi capitán, nunca había visto nada igual –dijo ella respetuosa, al tiempo que se preguntaba la causa de la erección de su tío, extrañada y a la vez excitada.
  • Y es raro que no se despierta ni con la conversación que estamos teniendo -contestó el guardia-, ¿Cree usted que habrá que utilizar un estímulo más fuerte?
  • Pues no lo creo adecuado, mi capitán, que igual es una especie rara de sonambulismo Anacrónico. Y teniendo en cuenta el esfuerzo que acaba de hacer no me extraña… -dijo ella, arrepintiéndose al instante de estar hablando de más.
  • ¿A qué se refiere? -dijo el capitán mirándola curioso.
  • A nada, a nada… Solo espero que no sea contagioso, porque me temo que usted está en una situación similar -respondió ella tratando de salir del paso, y mirando descaradamente la entrepierna del oficial.

El capitán, ahora sí, se miró su bragueta. Efectivamente su erección era máxima y evidente para quien quisiera mirar, y la ajustada tela de su pantalón se había empapado con la abundante producción de líquido preseminal. Lucía una mancha húmeda de un tamaño considerable. Levantó la vista y la miró avergonzado, rojo que iba a reventar, y trató de cubrirse con la gorra para esconder con él aquella evidencia. Se encontraba terriblemente avergonzado, sentía ganas de salir corriendo de aquella casa, pero claramente la desvergonzada sobrina no era de esa misma idea.

  • Creo que todo un señor capitán de Tráfico aéreo no debería ir por ahí con los pantalones de servicio manchados -dijo ella acercándose decidida al extasiado oficial Díaz, sonriendo.

Antes de que El capitán Díaz pudiera cubrirse con la gorra, ella ya estaba al lado de aquel apetitoso maduro y ya había aplicado su mano directamente sobre la húmeda tela, de modo que sintió la dureza y elasticidad del glande del capitán.

  • Uh …- fue lo único que pudo decir, completamente estupefacto.

Tito Diego no podía creer lo putona que había salido su sobrina. ¿No sería capaz de follarse al capitán en su presencia? Su polla seguía saltando, ya que aquello le estaba resultando de lo más excitante. Abrió con cautela uno de sus ojos, y al verla presionando sobre el paquete de su superior, que ofrecía una cara de puro éxtasis, tuvo que hacer un extraordinario esfuerzo por no correrse con aquella visión. Tuvo el impulso de despertarse y recriminarlos, pero le resultó más excitante todavía permanecer de voyeur. Los huevos le empezaban a doler, como una protesta de sus fieles compañeros que tras dos descargas no estaban dispuestos a una tercera, ya que le empezó a rondar en la cabeza la idea de unirse a la fiesta. Se imaginaba follando el coño de la sobrina bien empapado previamente con el semen del capitán, y depositando allí sus fluidos para que se mezclasen con los de superior, o haciendo un bukake con ella entre ambos oficiales, corriéndose sobre su cara y sus tetas… Comenzó a respirar más rápido, cada vez más excitado pero intentando controlar sus impulsos, y de nuevo volvió a abrir los ojos con mucho cuidado.

Su capitán se mostraba completamente ofrecido a su perversa sobrina. Lejos de impedir la maniobra la facilitaba, permaneciendo completamente firme y proyectando su enorme bulto entre sus piernas. La miraba expectante a través de sus gafas, con la boca entreabierta y jadeando. El comandante no podía más que admirar aquellas piernas tan fuertes (sabía que le gustaba correr todos los días), las cuadradas rodillas embutidas en los pantalones reglamentarios, y bajo ellas la parte alta de sus relucientes botas de cuero negro. Ella seguía acariciando la zona donde la tela se había vuelto más oscura por efecto del empape.

La sobrina decidió finalmente que ya llevaba un buen rato adivinando el tamaño y la forma de la polla del capitán Díaz, de modo que finalmente bajó la cremallera de un tirón. Ello provocó una risita nerviosa en el dueño de aquel pantalón, que por lo ajustado que era se abrió como una flor tras la maniobra. Asomaron unos inmaculados slips blancos de algodón, en los que se marcaba el protruyente bulto de sus huevos y el principio de la polla, mientras que el resto de los que aparentaba ser un magnífico instrumento se perdía bajo la abierta cremallera. Era posible adivinar como el viril miembro continuaba bajo la tela del pantalón, hasta terminar en la mancha de humedad que ella había estado acariciando. Tras mirar divertida hacia arriba, hacia la cara del ofrecido superior de su tío, atacó directamente la hebilla del cinturón, pero no atinaba a desabrocharla.

  • Joder, espera -dijo entre jadeos el capitán Díaz- ¡maldita correa!

Y con un rápido movimiento de su mano desabrochó el cinturón, dejando el águila anacrónica, símbolo de la guardia aérea, colgando hacia un lado a modo de testigo del placer de su oficial.

Ella acudió presta a desabrochar el extraño botón, y el pantalón se deslizó a los lados descendiendo ligeramente. La sobrina del tito Diego se separó un poco para admirar lo que allí se le ofrecía.

Ante ella se mostraban, cubiertos por el blanco tejido, los varoniles atributos del Guardia aéreo. Emergiendo de entre sus piernas, las cuales acarició como para enmarcar aquella maravilla de la naturaleza. Se quedó admirada con la polla, que a juzgar por lo que dejaba traslucir el empapadísimo calzoncillo debía de ser enorme. La íntima prenda, a modo de una especie de camiseta mojada, dibujaba con precisión el exquisito glande y se introducía por la rajita, que brillaba de humedad al ser la fuente de aquel delicioso espectáculo.

Y ni corta ni perezosa, aplicó su lengua sobre la tiesa polla, a través de la tela del calzoncillo,  provocando un gritito de placer del ofrecido defensor de la Ley, al que resultaba muy agradable sentir la tela entre la lengua y el duro glande.

  • Uffffff -resopló el capitán, completamente extasiado-, joder, esto no me lo habían hecho nunca, !que gusto!

Tito Diego, que ya no cerraba los ojos (su sobrina y el capitán lo ignoraban por completo), sintió una sana envidia al ver la cara de gusto de su compañero, y un poco de indignación por que no lo hubiese puesto en práctica con él mismo. Lo anotó mentalmente, si le gustaba tanto lamer los slips del capitán, ¿como no sería lamer los suyos propios, con la tela tan gastada que casi se olvidaría de que nada nada entre lengua y glande. Y ni que decir tiene que él también podría olvidarse. Y de la indignación pasó a la pura rabia, al caer en la cuenta de que su sobrina no se la había chupado a él todavía. Ello sería corregido a su debido tiempo, toda vez que él sí le había comido el coño, y bien comido. Se sentía objeto de una tremenda injusticia ante lo que estaban viendo sus sorprendidos ojos.

El objeto de los deseos de Don Diego seguía con la operación “lametones de polla”, solo parcialmente impedidas por el algodón anacrónico, al tiempo que introducía los dedos por los laterales del ajustado calzoncillo para tocar, de forma alterna, el huevo izquierdo, el derecho, ó ambos a la vez. Ello le permitía adivinar, al tacto, la forma y textura de los mismos. Pero llegó el momento en que decidió que era mejor saborearlos del mismo modo que la polla, y los atacó sin piedad.

El capitán Díaz, firme como nunca, gritó de gusto al sentir como ella literalmente se metía en la boca su escroto a través del slip, ya húmedo de saliva y de líquido preseminal.

  • ¡Jo…, joder! -gritó, fuera de sí- ¡esto es pura delicia!

Tito Diego iba a explotar de rabia ante aquel nuevo giro, no podía creer lo tremendamente guarrona era su sobrina. Por supuesto que añadió el episodio mentalmente a su lista de deseos. Seguía con la pugna entre incorporarse y ofrecer su polla, que iba a reventar, y sus huevos, a aquellos labios que estaban haciendo gritar de puro placer al cabronazo de su superior, o continuar con su nada despreciable posición de voyeur. Fue capaz de controlarse y seguir con el juego de hacerse el dormido, aunque a ellos colaboraron sus huevos, que no dejaban de protestar doloridos. Pensó que sería mejor hacerles caso, ya que en otro momento recibirían una muy buena recompensa en forma de aquellos lametones a través de la fina tela. Se dispuso a seguir disfrutando del lascivo espectáculo. Eso sí, procuró que nada rozase a su tiesísima polla, porque entonces se correría salvajemente.

  • Pues ahora verá, mi capitán –dijo ella, dando por terminada la chupada.

Y para sorpresa de su extasiado oficial le bajó de un tirón los húmedos slips.

  • Ahhhhh -gruñó el capitán, totalmente arrobado, mientras su polla rozaba la cara de aquella puñetera sobrina del comandante.

Y es que si la polla de Don Diego se había movido como con un resorte al derribar el batín, no fue menor el salto que dio la del capitán Díaz, libre de la prisión a la que la había sometido ella. Emergió saltarina de entre una buena mata de vello negro, rizado y espeso, que arropaba a dos hermosísimos cojones que colgaban bien resguardados por el deliciosamente arrugadito escroto, que mostraba algún vello suelto.

Ella admiró aquella hermosura y le dio un lametón. El oficial lo recibió gustoso, pero la tomó de  la cara, jadeante y rojo de deso.

  • Ya está bien de lametones, ahora me toca a mí -dijo muy serio-, ¡vas a ver de lo que es capaz el capitán Félix Díaz!

La tomó con delicadeza pero con firmeza, colocándola sobre el canapé que había también en la habitación, justo enfrente del supuestamente dormido comandante, al que dedicó una rápida mirada de comprobación para seguir con su plan. Le desabrochó la blusa, comprobando que tal como sospechaba desde un principio no llevaba sujetador, y admiró los pezones que estaban ya empitonados. Aunque estaba loco por clavarle la polla en el coño, se entretuvo un poco con aquellas hermosas tetas, pellizcándolas ligeramente y chupándolas sin prisa.

  • Ay, ay, ay… -dijo ella entre gemidos, notando como la húmeda lengua de Don Félix le acariciaba sus tiesos pezones, provocándole un placer delicioso.

Tito Diego seguía disfrutando de aquel inesperado polvo, casi siempre con los ojos abiertos y cerrándolos sólo cuando notaba que giraban la cabeza hacia él. Volvía a estar apesadumbrado por no haber disfrutado aún de aquellas tetas. ¡Joder con el cabronazo de Don Félix!, no perdía detalle, y se solazaba con su sobrina en situaciones que él no había disfrutado aún. La rabia contenida afloró de nuevo, y añadió mentalmente esa idea a la larga lista de asuntos sexuales pendientes que tenía que probar con ella. Pensó también en el placer que ello le podría proporcionar a su querida sobrina, reconociéndose generoso por ello y apaciguándose. Recordó además  cómo la había hecho gozar comiéndole el coño, algo que de momento no había hecho Don Félix, y follándosela con sus slips, lo que tampoco había probado el capitán. Más bien había sido al revés, en cuanto a esto último, pues fue ella la que había hecho gozar al muy cabrón a través de los calzoncillos. Y sobre todo la había hecho gozar follándola, la primera vez un poco más bruscamente y la segunda más suave, sentada ella sobre él. Y las dos veces habían sido hacía sólo un rato, y al recordarlo sus huevos de nuevo se quejaron. Seguía atento, sin embargo, a las maniobras de la pareja, no quería perder detalle. Le interesaba especialmente la comparación de la herramienta entre ambos oficiales, y observó orgulloso que su polla era más grande. Aunque la de su superior no desmerecía, ahora que la veía claramente horadando el aire, dispuesta a enterrarse en cualquier momento en el coño de su sobrina.

Don Félix, que para nada hubiera imaginado que la visita a su compañero Don Diego iba a reportarle tanto placer, comenzó a inspeccionar la entrepierna del objeto de su pasión, y comprobó que al igual que ocurría con el sujetador, tampoco llevaba bragas.

“Será guarrona esta tía…”, se dijo mentalmente, “igual no le ha dado tiempo después de tirarse a su tío, pero con tanta humedad y lubricación tiene pinta de que este chocho está bien relleno de leche de macho”.

Pero sin importarle ni un bledo esa circunstancia, se bajó hasta las botas el pantalón y los slips, y se apostó sobre ella, porque ya no podía aguantar más sin darle un buen pollazo en el higo.

Ella se dejó hacer, extasiada, dispuesta a recibir aquella hermosa polla que tanto había chupado a través del calzoncillo. Se abrazó a su amplia espalda, preparándose para recibir la embestida, y mientras él la miraba con arrobo, aún con las gafas puestas, ella notó como ese magnífico glande se abría paso en su vagina, entraba y entraba, resbalando, hasta que notó los testículos chocar con su periné. Era como estar ensartada de nuevo, se sentía llena, plena, feliz. Y enseguida, sin que su multifollado coño llegase a adaptarse a las dimensiones de aquella nueva polla, sintió un tremendo orgasmo que la hizo gemir de puro gusto.

Don Diego observaba curioso al capitán Félix Díaz, echado sobre su sobrina, mostrando un culo blanquito, enorme, muy bien proporcionado (¡había que ver cómo se cuidaba el capitán!), con algún vello aislado. Lucía los ajustados pantalones reglamentarios y los slips bajados hasta las rodillas, y mantenía las botas aún puestas mientras bombeaba su enorme polla frenéticamente en el coño de su extasiada anfitriona.

“Joder, sólo con la primera metida ya ha hecho que se corra, qué cabronazo...”, pensó tito Diego, que continuaba haciendo tremendos esfuerzos por no hacerse una paja en aquel momento.

Don Félix comenzó un rítmico mete-saca que iba progresivamente en aumento, arrancando gritos de su receptora, que disfrutaba a tope de aquel tremendo ejemplar de macho. El capitán se abrazó más a ella para poder chuparle el cuello, lo que ya la volvió loca de placer y, mientras Don Félix eyaculaba a borbotones dentro de ella, ella volvió a correrse, coincidiendo ambos en el orgasmo.

El capitán, tras la última embestida, después de haber dejado ya satisfecha su ansia, se desplomó sobre ella, exhausto, y allí estuvo un buen rato mientras recuperaba la respiración. Cristina estaba en la gloria, abrazada a aquel macho y recuperando también su respiración, disfrutando de aquel masculino peso que la hundía en el canapé. Don Diego miraba sobre todo aquel culo que hasta hacía un momento se contraía con cada pollazo del capitán, ahora relajado y tranquilo, moviéndose sólo ligeramente con la respiración de su dueño, cada vez más lenta.

Se preguntaba el comandante que haría ahora Don Félix. ¿Se marcharía inmediatamente, para el poder levantarse de una vez? ¿o se le ocurriría algo más que hacer en aquella casa? Pero por lo que veía, su superior no parecía tener prisa.

Don Félix se dejó caer hacia un lado y se tendió junto a la sobrina, pasándole el brazo por encima para abrazarla, sonriendo, y le dio un beso que ella recibió con agrado. Allí se quedó inmóvil para desesperación de Don Diego, que finalmente cerró sus ojos dispuesto a esperar con paciencia. Aunque su empalme se había bajado hacía rato, le parecía violento hacer que despertaba y sorprender a la pareja abrazada.

Don Félix ni se movía, se sentía pletórico allí tendido junto a aquella hembra que se acababa de follar, con todo su enorme paquete al aire y con los pantalones y calzoncillos bajados hasta dónde acababan las botas negras brillantes.

“Este hombre es una caja de sorpresas”, meditaba Don Diego mientras empezaba notar el abrazo de morfeo, como si él también hubiese participado en esta follada.

Finalmente los tres se quedaron dormidos, profunda y relajadamente.