El anacrónico tito Diego. Capítulo 5

Mejor leer antes capítulos anteriores. Serie de relatos publicados con anterioridad por otra persona y borrados. Los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original, tanta belleza no debe perderse para siempre

Nunca hubiese imaginado el tito Diego que esta situación hubiese sido posible. Cuando llegó a casa de su sobrina estaba tremendamente avergonzado, pero económicamente no le quedaba más remedio que pedir el favor. Venía convencido de que sólo tendría que pasar los primeros días con ella, y de que se encontraría con una adolescente antipática y malhumorada de verse obligada a aguantar a un viejo como él en su casa. Ni por un segundo hubiese imaginado cuántas sorpresas le aguardaban detrás de la puerta cuando tocó el timbre. La primera, encontrarse con ella y comprobar que estaba hecha toda una mujer, y además de bastante buen ver… ¡Joder!, menudas tetas tenía la condenada… No había podido evitar deleitarse un momento mirando aquella maravilla, y juraría que ella se había dado cuenta, ¡¡¡pero es que estaba buenísima!!!

Al acostarse la primera noche, medio a disgusto por dar la lata a su sobrina, se consoló con la idea de que cualquier ahorro le iba a suponer un respiro. Al menos podría salir alguna noche de juerga con su amigo Claudio, que siempre procuraba traer a alguna amiguita que le alegrase la vida un poco, tenía más libertad para estas “aventuras” desde que se había separado de su mujer, pero menos perras para poder permitírselas. La verdad es que se lo había ganado a pulso, su gran problema era lo mucho que le gustaban las mujeres, y lo mucho que él solía gustarle a ellas. Era consciente de lo bien que le había provisto la naturaleza, y a pesar de su madurez se consideraba un hombre atractivo, que creía follar bastante bien, y que gustaba de dejar a las hembras bien satisfechas… ¡Joder!, no se podía quitar de la cabeza el culo y las tetas de su sobrina. Aunque era más joven, y lo había mirado con desdén, e incluso con lástima, le había parecido que… Pero joder, ¡era su sobrina!, ¡no podía ser! Y con ese pensamiento se quedó dormido.

Cuando ella le despertó a la mañana siguiente y se dio cuenta de que se había destapado y que sus pobres calzoncillos habían quedado al aire… Vaya sonrisa de lástima se había dibujado en la cara de ella… ¡Joder!, ojalá pudiera tener unos Calvin Klein, pero su mujer le echó a la calle casi con lo puesto, que era bien poco en aquel momento que le pilló en la cama con la vecina. Del cajón de la ropa interior sólo alcanzó a rescatar un par de ellos al salir corriendo de su casa, los más viejos en el fondo del cajón y que por eso nunca se ponía. Hasta para eso tuvo mala suerte, ya que le pilló el resto pendiente de la colada. Ahora parecía que los fieles calzoncillos clásicos Abanderado se estaban vengando de su olvido, porque allí estaban permanentemente para custodiar el origen de su desdicha.

Al llegar a la academia de los guardias del tráfico aéreo y tener que cambiarse a su nuevo uniforme en el vestuario lleno de guardias jóvenes, advirtió de nuevo cómo éstos no podían evitar fijarse en su paquete, que se bamboleaba casi libre bajo el ajado algodón. Seguramente sentían lástima de aquel pobre guardia viejo y sus calzoncillos anticuados y gastados. Se había subido rápidamente el ajustado pantalón de servicio para acabar con el lamentable espectáculo que estaba dando. ¡Joder!, ¡si que costaba subirse el dichoso pantalón! Parecería un torero ó un bailarín con él. Madre mía, no sabía cómo poner sus varoniles atributos, porque se dibujaban de una manera escandalosa bajo la tela antimanchas. Comprobó aliviado que el faldón de la guerrera le cubría y se atrevió a salir. Le avergonzaba terriblemente que su sobrina le viese así, pero se sorprendió al advertir cierta mirada de aprobación y sus comentarios favorables.

Aunque el encanto se había roto cuando surgió el tema del curso… Menuda cara había puesto la muy… Bueno, no había que enfadarse con ella, que la pobre bastante tenía con aguantarle en su casa. En cuanto pudiera se vendría a la academia y la dejaría a ella con sus remilgos… Seguro que no le vendría mal un buen pollazo en todo su higo… Bufff, pero ¿por qué se le venían estos pensamientos a la cabeza? Quizá era la rabia que sentía en ese momento, que le hacía perder los nervios en el coche sin atinar siquiera a abrocharse el cinturón, mientras ella se hacía dueña de la situación. ¡Dios! ¡Qué ridículo se había sentido! Le había costado mucho trabajo relajarse.

Una vez de vuelta en casa, tras una buena pelea para quitarse las botas reglamentarias (no quiso llamar a su sobrina para no parecerle más desvalido aún), consiguió dormirse. Sólo se había quitado los pantalones, no le apeteció desnudarse del todo y además le daba vergüenza pensar en ella. Se había despertado agitado cuando el teléfono sonó con un estruendo, y se había levantado corriendo al escuchar a su sobrina hablar con el capitán, suponiendo un posible hueco en la academia para alojarse. Ni siquiera había tenido la precaución, o la buena educación, de ponerse los pantalones. Había estado un buen rato hablando con su superior, para terminar de nuevo bastante frustrado, menudo día…

Fue entonces cuando se dio cuenta que su sobrina estaba con él, expectante ante su conversación. Hubiese sido más educado que lo hubiese dejado conversar en privado, y más estando en calzoncillos. Lo atribuyó en un principio al deseo que tendría de perder de vista a su tío y estar sola de nuevo… Pero la expresión de su cara era de puro éxtasis y gozo...

¿Y aquello? ¿Qué significaba la cara que tenía su sobrina? ¿Y en qué punto tenía su mirada fija? Advirtió entonces que su mirada se dirigía directamente a su expuesta entrepierna, en la que los Ablasonado asomaban sin tapujos entre los faldones de la camisa… Se quedó de una pieza y sin saber qué hacer. ¿Sería posible que otra vez sus nobles partes fueran objeto de adoración por parte de una fémina a la que le sacaba por lo menos 20 años? La idea le pasó fugazmente y enseguida se había tapado con la camisa, aunque no era tarea fácil, los nervios le traicionaban. Ella no le quitaba ojo, y encima la polla, presa de la excitación por la situación, comenzaba a empalmarse. Había hecho todo lo posible por controlar la erección, pero cuanto más pensaba en ello, más dura se le ponía. Y es que en el fondo la situación le estaba poniendo tremendamente cachondo, y otra vez había acudido a su mente la idea de follarse a su sobrina, imaginandola gritar descontrolada mientras la penetraba a fondo. El objeto de su deseo seguía como electrizada, la desvergonzada trataba de atisbar el más mínimo movimiento que pudiera permitir ver de nuevo sus maltrechos calzoncillos, que parecían reventar con la presión de la enorme y dura polla. Había conseguido salir hacia el dormitorio tapándose como pudo su expuesta entrepierna, e intentó controlar lo que parecía una idea paranoica, alguna trampa de su ex mujer.

Una vez en la habitación había conseguido relajarse un poco, y decidió huir del peligro. Al vestirse para salir advirtió que los calzoncillos estaban bastante húmedos de líquido preseminal, de modo que tomó los otros, que aunque ya usados estaban en un estado algo mejor. Al salir no tuvo más remedio, muy a su pesar, que pedirle a su sobrina que lavase su ropa usada usada. Y es que tenía muy poca, y pronto se quedaba sin ninguna, especialmente los calzoncillos, de los que sólo disponía de ese par.

Estuvo bastante tiempo fuera, y regresó sólo cuando no le quedó más remedio, deseando que su sobrina estuviese ya durmiendo. Tenía el código de la cerradura inteligente, así que hizo propósito de entrar silenciosamente para no despertarla si dormía, pero lo inteligente no quita lo ruidoso, ¡qué ruido hacía la condenada cerradura! Aunque daba lo mismo, no dormía, al entrar se la encontró corriendo nerviosamente hacia el lavadero, definitivamente esta chica tenía algo raro. Fue directo a su dormitorio, tras un leve saludo, a cambiarse de ropa para estar más cómodo con su anticuado batín. En la penumbra de su cuarto vio sus calzoncillos lavados sobre la cama, aunque aún algo mojados. ¡Hay que ve que diligente era su sobrina! Pensó en darle las gracias y salió con los calzoncillos en la mano pero, ¡sorpresa!, al ir a mostrárselos resultó que eran bragas y no calzoncillos, y advirtió sorprendido además que sus calzoncillos estaban en poder de ella. Pero entonces…

Se había quedado estupefacto… ¿Qué hacían unas bragas tiradas en su dormitorio? No era especialmente fetichista, pero la idea de tener las bragas de su sobrina en la mano le excitó sobremanera, aunque había logrado contenerse.

Pero, ¿y sus calzoncillos? Se los pidió, y al tomarlos, le llegó el inconfundible olor a marisquito fino que anuncia la presencia de un coño húmedo. ¡¡¡Así que la fetichista era ella, sus machacados Ablasonado hacían mojarse a una jovencita buenorra como su sobrina!!! No podría describir si aquello lo dejó más excitado o más enfadado, pero acabó empujando a su sobrina. Con tan mala suerte que ella cayó al sofá enseñando aquel maldito y delicioso coñito, que pedía a gritos que lo tomase… Y comenzó a utilizar sus fieles slips a modo de consolador, provocando en ella un placer inmenso, a juzgar por los gritos, jadeos, y el modo de mirarle... Nunca pensó que esos tristes calzoncillos fueran el objeto de deseo de aquella magnífica jovencita. Su polla dentro del batín iba a estallar...