El anacrónico tito Diego. Capítulo 4

Mejor leer antes capítulos anteriores. En este por fin hay contacto carnal. Serie de relatos publicados con anterioridad por otra persona y borrados. Los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original, tanta belleza no debe perderse para siempre

En esto sonó de nuevo el teléfono, y al ir a cogerlo Cristina advirtió que tito Diego la estaba mirando de forma curiosa, sorprendido y con cierto aire de mosqueo.

  • Hola, sargento, sí, aquí está -dijo roja como un tomate al advertir que la habían pillado, y equivocando el rango del guardia aéreo-. Ahora se pone -añadió dándole de nuevo el aparato.

Tito Diego tomó el auricular, pero esta vez tuvo la precaución de sentarse en el sillón con las piernas juntas, y rápidamente se echó la camisa por encima de los calzoncillos tratando de ocultar sus atributos. Pero por una fracción de segundo, al tomar asiento, el paquetón del guardia aéreo volvió a proyectarse hacia adelante, adoptando una hermosísima disposición en la que los huevos servían de apoyo a la enorme polla, y atrapando ineludiblemente la mirada de Cristina. ¡Madre mía!, se dijo a sí misma, éste hombre está como un tren.

Cuando la visión desapareció y levantó la mirada, de nuevo advirtió al tito Diego mirándola a la cara, esta vez bien colorado. Era evidente que estaba avergonzado. Mientras hablaba con su interlocutor miraba de hito en hito su ahora tapado paquete, como para asegurarse de que no estaba a la vista, y ella entretanto meditaba sobre su error. ¿Cómo había dejado que su mirada la delatase de aquella manera? Pero es que era imposible no mirar aquella delicia. Esperó allí extasiada a que el tito colgase el teléfono, aunque hubiese sido mucho más sensato marcharse y dejarlo solo. Pero es que necesitaba ver una vez más cómo se levantaba, con la esperanza de volver a ver aquella maravilla. Y no hizo falta que se levantase, la fortuna la sonrió e hizo que el faldón de la camisa se deslizase hasta el sillón cuando estiró el brazo para colgar el aparato. La maniobra hizo que precisamente el aparato del tío se mostrase de nuevo en todo su esplendor. La protrusión se había transformado en un enorme bulto bajo el celeste algodón, que se elevaba provocando una deliciosa tirantez en la ajada tela, dando lugar a la consabida tienda de campaña.

Su tío, obviamente, le mostraba una deliciosa erección emergiendo entre los faldones de la tela antimanchas del uniforme. Se puso tan rojo que parecía iba a estallar, e intentó taparse de nuevo con la camisa, pero con los nervios que tenía no atinaba a hacerlo ya que la camisa había quedado atrapada bajo el culo al colgar el teléfono. Al tratar de liberarla entraron en juego las leyes de la cinética, con bamboleos de la tiesa polla y tiras y afloja en el tejido del calzoncillo, con lo que el tallaje de la íntima prenda no dio más de sí y provocó la visión, fugaz pero maravillosa, de su testículo derecho. Era enorme, blanquito, y lo rodeaba una mata espesa de vello púbico, marrón oscuro. A pesar de las canas que peinaba aquel maduro servidor de la ley, aquella íntima zona se mantenía con su color original.

Finalmente, para decepción de la sobrina y para la tranquilidad de su estupendamente dotado tío, este logró taparse de nuevo su entrepierna y ocultarle aquella deliciosa visión.

Tito Diego esperaba, colorado a reventar, a que ella se fuera para levantarse. Intentaba hablar de forma normal, pero no controlaba sus nervios y se le trababa la lengua, y tartamudeaba:

  • Dios, sobrina, qué vergüenza, cómo me has mirado, es que…
  • Vale, tito, no te preocupes. Es que no todos los días tiene una a un comandante de la guardia aérea en calzoncillos -sonrió divertida-, y ya sabes la fama que tienen.

El atribulado oficial no respondió e intentó levantarse al tiempo que tiraba hacia abajo de los faldones de la camisa. A juzgar por la expresión de su cara, no le había hecho mucha gracia el comentario. Ella, aunque ya se marchaba hacia la cocina, no pudo evitar volverse y advirtió, divertida y sorprendida, como el tito corría hacia el dormitorio tapándose con las manos la causa de su vergüenza.

Ella se retiró a la cocina, también avergonzadísima, y esperó a que entrase en su habitación para no martizararlo más. Al rato reapareció vestido de calle.

  • Sobrina, voy a ver a tus tíos. He dejado la ropa sucia en la habitación, ¿te importaría lavarla? Sólo tengo un par de mudas, y…
  • Claro, tito, no te preocupes -respondió ella, disimulando la excitación que empezaba a sentir de sólo de imaginarse poder tocar aquella prenda.

En cuanto se fue se acercó al revuelto dormitorio. No había hecho la cama, y allí estaban las botas tiradas en el suelo, una camiseta de tirantes, y los anhelados calzoncillos. Los cogió casi temblando. ¡Qué poco pesaban! Eran marca Ablasonado

aunque casi se había borrado la etiqueta debido al uso. Estaban bastante gastados, el algodón estaba en algunas zonas casi transparente. ¿Cuántos lavados llevarían? Pobre, probablemente no podía comprarse otros, aunque gracias a aquel desgaste era posible aquella manera de ver sus nobles partes… Y por  cierto, al darles la vuelta allí estaban, se distinguían claramente como dibujadas en el celeste algodón que, leal como nadie tras tantos ratos juntos, se había adaptado a su hermoso contenido como un molde. Sí, allí estaba dibujada casi perfecta su polla, y debajo, el tremendo escroto que le acompañaba… Presa de deseo se lo llevó a la nariz, inhalando el tremendo olor a cojones, y a continuación se echó en la cama, se bajó las bragas y se los restregó por su otra vez mojado coño, corriéndose de nuevo, pero esta vez gritando a placer. Se quedó jadeante primero, y relajada después, y pronto se durmió con los slips en la mano y las bragas quitadas.

Se despertó repentinamente al escuchar la puerta y se levantó corriendo de la cama dejándose las bragas, pero cubierto su coño por la bata, y cruzándose con su bien dotado tío en el pasillo. Él se la quedó mirando sorprendido, al verla colorada como un tomate. Iba al lavadero con los calzoncillos cuando se dio cuenta que las bragas se las había dejado en la habitación, y regresó corriendo, pero era ya tarde. Tito Diego estaba ya en su cuarto, desnudándose, con la puerta entornada y prácticamente en la oscuridad.

  • Sobrina, ¿has lavado la ropa…? Ah si -exclamó al ver las bragas-, ya veo que sí, aquí están los calzoncillos limpios sobre la cama.

Ella lo esperó en el salón extrañada, teniendo aún en su mano los calzoncillos que se acababa de restregar por el coño. El tito Diego entró con un batín y, sorprendentemente, con sus bragas en la mano.

  • Gtacias, sobrina, veo que los has lavado y están todavía un poco húmedos -dijo mostrando las bragas que traía-, pero no importa, que me los pongo y ya se secarán, porque me pienso quedar aquí, a descansar esta noche.

Pero en eso que se miró la mano y al mirar con la luz de la sala se dio cuenta de lo que portaba.

  • anda, pero si estos no son mis calzoncillos, son… -titubeó alzando las empapadas bragas de su sobrina ante ella- unas bragas. ¿Son tuyas? -añadió mirándola estupefacto.
  • Ay, tito, yo… -dijo ella colorada a reventar, y excitada ante el hecho de que su apreciado tío tuviera sus bragas en la mano, empapadas con sus jugos vaginales-, es que iba a poner la lavadora y se me han debido de caer.

Tito Diego la miraba entre extrañado y sorprendido, sobre todo cuando advirtió lo que ella portaba en su mano derecha. Ella captó su mirada y se dio cuenta que aún tenía, como un trofeo, los aún más empapados slips de su tío, cogidos por la cintura y colgando al aire. La situación era extraña y divertida a la vez, tito Diego con sus bragas y ella con sus calzoncillos.

  • Y tú… ¿qué haces con mis calzoncillos? -dijo mirando su íntima prenda con genuino asombro-. Haces unas cosas muy raras, ¿otro de tus complots? -preguntó con una expresión de disgusto asomando a su cara-, anda, trae pa’ acá y toma tus bragas, a ver qué vas a pensar de mí.

Un asomo de color salió a su cara de nuevo, leve al principio, pero que se fue acrecentando a medida que notaba ciertas rarezas en aquellos calzoncillos.

  • Juraría -dijo su tío extrañado- que están mojados.

Y antes de que ella pudiese contestar tomó los empapados y maltrechos calzoncillos y se los llevó a la nariz.

  • Pero, pero, ¡qué demonios! -dijo poniéndose cada vez más colorado y furibundo- ¿pero qué significa esto? ¿Qué has estado haciendo con mis calzoncillos? Esto huele a..., sin duda eres una de esas que no llevas bragas- añadió al tiempo que suavemente la empujaba hacia atrás para mostrarle su terrible enfado.

Ella exageró el efecto del empujón, usando la fuerza del enemigo en su contra, y fingió caer sobre el sofá al tiempo que aprovechaba para abrirse de piernas durante la caída, de una forma calculadamente descuidada. Así pretendía dejar claro al tito que, efectivamente, no llevaba bragas.

Tito Diego se quedó de una pieza al observar su húmedo coño, boquiabierto y paralizado, sin poder quitar ojo de su expuesta entrepierna. Ella estaba completamente extasiada, sabiendo que su adorado tío le estaba mirando su palpitante vulva. Lejos de ocultar su coño, ella fingía hacer esfuerzos para incorporarse, elevando y abriendo a un tiempo sus piernas, y con ellas el coño, todo lo que podía. El atribulado Comandante no era capaz de articular palabra, embobado ante aquel espectáculo.

  • Pero, pero… -logró decir por fin casi tartamudeando- esto no puede ser, eres el colmo.

Estaba ya otra vez rojo como un tomate, y respiraba aceleradamente.

  • -Anda, tápate, ¡por Dios!, sobrina…

Y sin poder apartar la mirada de su expuesto coño, tomó los zarandeados slips que llevaba en sus manos y los colocó sobre la mojada raja de su Cristina.

  • Aaaaaaaaah -gritó ella de puro placer al sentir cómo tito Diego le tocaba con sus propios slips, ya anteriormente restregados sobre la misma zona.

De forma refleja cerró las piernas atrapando la mano del cada vez más excitado Guardia Aéreo, junto con los húmedos calzoncillos. Y sin poder evitarlo, loca de deseo, comenzó a correrse al ritmo de un abre y cierra piernas, mientras el tito Diego asistía atónito al espectáculo de su mano haciendo de inerte instrumento de placer para su lasciva sobrina.

  • ¡Te estás corriendo con mis calzoncillos! -exclamó el atribulado guardia, que estaba perdiendo irremediablemente el control- ahora verás.

Y abriéndola de piernas, apoyó su mano sobre toda la vulva de su sobrina y comenzó a restregarle la vapuleada prenda.

  • ¿Querías calzoncillos? ¡Pues toma! ¡Aquí los tienes! -exclamó excitadísimo y moviendo su experta mano para, expectante por ver cómo reaccionaba ella.

Ella estaba en la gloria absoluta, sintiendo al fin como su deseado tito Diego le restregaba el coño con sus adorados slips. No paraba de jadear y gemir mientras lo miraba arrobada. Animado por su reacción, él separó un poco más las piernas de su excitada sobrina y comenzó a recorrer sus labios vaginales de arriba abajo con el dedo índice, sempre a través del gastado y empapado algodón. Finalmente introdujo el dedo en la vagina, y ella creyó volverse loca de placer sintiendo el dedo de su admirado tío dentro de su coño, envuelto en aquella tela cual preservativo, recorriendo las paredes de su vagina y entrando y saliendo lenta pero deliciosamente. Vamos, que literalmente se la estaba follando con el dedo, lo que la llevó de nuevo a otro orgasmo que la hizo casi gritar. Tito Diego la miraba ya no serio, sino divertido, y completamente entregado. Decidió sacarle el dedo y lo dirigió directo a su clítoris, acariciándolo con firmeza pero suavemente, siempre a través del íntimo tejido, y de nuevo la hizo gritar.

  • No sabía que mis viejos calzoncillos dieran para tanto -dijo entrecortadamente pero divertido-, nunca imaginé que pudiesen provocar semejante efecto en una dama.

Continuará...