El anacrónico tito Diego. Capítulo 3

Mejor leer antes capítulos anteriores. Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original

Ella intentó echarse un rato a descansar, pero los ronquidos de su tío y el recuerdo de todo lo que había acontecido la mantuvieron despierta y alerta. Finalmente se levantó y se acercó a cerrar la puerta del tío, que había quedado entreabierta, y la sorprendió de nuevo gratamente la apetecible estampa de aquel caballero dormido. Don Diego se había quitado los pantalones y dormía boca arriba inocentemente, mostrando impúdicamente un poco de los anticuados slip azul celeste. Seguía con la camisa puesta, y las calcetas, lo que le daba un aspecto de vulnerabilidad que lo hacía de lo más excitante. Los faldones de la camisa reglamentaria caían sobre su paquete ocultándolo, una verdadera pena. Tendrá que quedar a la imaginación la forma de ese bulto en la entrepierna, pensaba mientras se marchaba con esa visión en su cabeza, pero la detuvo de pronto un ruido a sus espaldas. El tío se movía en sueños, y se llevó la mano hasta aquello que hasta ese momento había ocultado la tela del uniforme, y apartando el faldón derecho y comenzó a rascarse ostensiblemente lo que debía corresponder a sus huevos.

La maniobra involuntaria de aquel Adonis dormido le ofreció una perspectiva absolutamente deliciosa del enorme paquete del comandante. ¡Qué belleza! ¡Y cómo le debían de picar los huevos! A juzgar por cómo se los rascaba, tras meter los dedos por el lateral del holgado slip, debía ser una picazón antológica. Cristina se preocupó por si se iba a hacer daño, o por is despertaba. El hueco entre el muslo y el slip permitía ver una sombra que presagiaba un contenido realmente extraordinario, pero fue imposible ver nada.

El picor tuvo que aliviarse porque el tito dejó de rascarse, permitiéndole admirar en su plenitud aquel tremendo bulto que sobresalía entre sus piernas, cubierto por el ajado algodón, ya que el faldón había quedado doblado hacia un lado. ¡Madre mía!, era enorme!. Y aquella manera en que el slip cubría su contenido, y se adaptaba a las formas de los varoniles atributos, era absolutamente deliciosa, y tremendameente excitante. La polla debía ser enorme, y los huevos tremendamente grandes. Notó con un frescor en su entrepierna que de nuevo las bragas se le estaban mojando. Su excitación era tal que no pudo evitar acercarse, temiendo que su propia respiración, incontrolable bajo el influjo de sus hormonas, pudiese despertar al tío. Pero el muy cabroncete seguía profundamente dormido y roncando ligeramente, con lo que dejándose llevar por la excitación y el atrevimiento, posó su mano abierta sobre el hermoso bulto. La palma descendió como si fuera una nave espacial sobre un planeta a conquistar, despacio, notando al aterrizar el roce del desgastado algodón, que de tan fino permitía sentir también la contundencia de su contenido a su través. Sus dedos recibían sensaciones de elasticidad y dureza, provenientes de sus enormes huevos, y la palma una sensación de cilindro dúctil proveniente de la enorme polla.

Pero rápidamente la sensación cambió en la palma, por una turgencia que iba rápidamente en aumento. ¡Madre mía! ¡cómo se estaba empalmando a su contacto! Se asustó un poco pensado que quizá estaba despierto, pero miró a la cara del oficial y está indicaba claramente que estaba dormido, roncando, transmitiendo sólo inocencia.

Desgraciadamente el encanto se rompió porque sonó el teléfono de forma abrumadora, como si hubiesen multiplicado por 10 el volumen del timbre. Ella salió corriendo de la habitación presa del pánico, rezando para que el tío no hubiese advertido sus manipulaciones. Llegó jadeando a la sala, más del susto que de la carrera, se sentó en el sofá, y respiró profundamente antes de contestar. Era el Capitán, el jefe de la Academia.

  • Buenas tardes, señorita, me gustaría hablar con el comandante Diego López, soy el capitán Díaz -dijo el oficial con su atildada voz del norte.
  • Ahora está descansando, capitán, ¿es urgente?

Pero en ese momento apareció el tito Diego por la puerta del salón, somnoliento. Y madre mía, ¡cómo apareció! Venía tal como ella lo había dejado cuando tocaba su enorme paquete. Y éste aparecía solo parcialmente cubierto por los faldones de la camisa, colgando de forma deliciosa tras la celeste tela del slip, que intentaba luchar contra la ley de la gravedad sin mucho éxito. La protrusión de las varoniles partes era escandalosa. Los huevos colgaban casi en caída libre, y la fina tela del gastado calzoncillo sólo podía sostenerlos de forma muy ligera. Los laterales, donde la íntima prenda hubiese debido ajustarse a las ingles, se despegaban por el peso de los enormes testículos, dejando un espacio amplio que permitía adivinar una mata espesa y oscura de vello púbico. Y en medio de toda aquella demostración de física básica, una alargada forma destacaba entre los faldones, el dibujo de la polla que protruía en medio de aquella hermosísima bolsa, casi perforando el celeste algodón, quizá aún algo erecta a causa de las manipulaciones impúdicas de la sobrina. No supo cuánto tiempo pasó admirando el espectáculo que le ofrecía su tío de forma totalmente inocente, pero debió ser un buen rato, porque él parecía muy extrañado de su falta de reacción, a pesar de su somnolencia.

  • Pero sobrina, ¿no es el capitán, para mí?
  • Sí, sí, tito, perdona, es para ti -le dijo intentando disimular la tremenda excitación que sentía-. Ahora se pone, capitán -añadió dirigiéndose ahora al interlocutor al otro lado de la línea.

El tito tomó el teléfono bastante mosqueado por el raro comportamiento de su sobrina.

  • Diga, mi capitán -comenzó el tío hablando enérgico al aparato y poniéndose firme de forma refleja.

Con aquel movimiento sus nobles atributos, sostenidos de aquella manera tan ligera por los calzoncillos, se bambolearon casi libres bajo los faldones haciéndose notar ostensiblemente. Estaba claro que los dichosos slips debían de ser una o dos tallas mayores más de lo estipulado para un hombre como su tío. La contemplación de aquel espectáculo casi la vuelve loca de deseo, la polla había saltado hacia delante forzada por la forma en que tío había juntado los muslos al ponerse firme, despejando todas las dudas que pudiesen quedar acerca de su monstruoso tamaño. ¿Sería esa la causa del uso de una talla más grande? Es decir, ¿unos slips más pequeños podían albergar aquel monstruo?

La causa le daba igual, el caso es que su tío Diego estaba espléndidamente dotado por la naturaleza, y si encima aquellos slips le brindaban la oportunidad de admirarlo, pues bienvenidos sean.

La conversación con el superior se prolongaba, a la vez que su excitación (sus bragas estaban ya chorreando casi). Cuando su inocente tío se relajó, la proyección volvió a su estado inicial, menos explícito pero no por ello menos delicioso. Lo increíble era que su queridísimo tío parecía no darse cuenta del maravilloso espectáculo que estaba ofreciendo a su lasciva sobrina, tal era la concentración en la conversación que mantenía con el capitán, que además no debía ser nada agradable a juzgar por cómo se iba transformando el talante del medio desnudo guardia aéreo.

  • Pero mi capitán, ¿qué me está diciendo? -decía un iracundo tito Diego, elevando el tono de voz y poniéndose de nuevo colorado, mientras ella miraba extasiada el expuesto paquete que se movía a la vez que él gesticulaba con vehemencia .

Llegó a ponerse de perfil, y la visión de aquel enorme bulto emergiendo de entre sus piernas, sostenido por el celeste calzoncillo, con la deliciosa separación inguinal, le provocó casi un orgasmo que la hizo gemir involuntariamente al oírle gritar, colorado, poniéndose de frente de nuevo. Estaba sintiéndose terriblemente excitada, le costaba sostenerse en su piernas, así que tuvo que sentarse en el sofá al tiempo que tito Diego colgó por fin.

  • A tomar por culo el capitán -dijo irritado.

Ese lenguaje tan masculino, junto a su patente ira, le hizo verle aún más atractivo. Por si fuese poco, al colgar el aparato se rozó su expuesta protuberancia con la mano, haciendo vibrar su contenido, y eso ya fue demasiado para su excitadísimo coño. Se corrió, mordiéndose los labios para no gritar y tratando de disimular. Afortunadamente cuando recuperó el control tras el grato acontecimiento, allí seguía su bien amado tío mirándola rojo de ira y aparentemente ignorante de todo lo que había provocado. Él trataba de explicar su enfado con su superior, sin darse cuenta de la forma en que seguía mostrando sus admiradas y varoniles partes a su interlocutora.

  • Vaya, vaya. Me promete una habitación y resulta que ha llegado la nueva promoción y no hay sitio. ¡Un cabronazo es lo que es!
  • Anda, tito, no hay problema, entonces te quedas aquí -respondió ella disimulando su entusiasmo, mientras seguía mirando embobada el bamboleante paquete, que se movía al dictado de los movimientos de su poseedor.

El la miró curioso, suavizando su expresión.

  • Bueno, pues tendrás que aguantar a tu tío todo el mes, lo siento mucho –le dijo casi triste, y sin rastro de ira.
  • Anda, tito, no seas tonto, que lo haré encantada.

El abatido Guardia aéreo se quedó pensativo, mirando al frente, como cavilando acerca de lo que le acababa de decir su sobrina, colocando sus manos en la cintura, ofreciéndole a ella una fantástica estampa. Pues de esa guisa parecía ofrecerle el magnífico paquete que sobresalía de entre los faldones de la camisa. Ella no le quitaba ojo, no podía, y perdió la noción del tiempo absolutamente embobada ante aquel ejemplar de macho, de la única especie inteligente de Ánacron. Continuará…