El anacrónico tito Diego. Capítulo 2

Mejor leer antes capítulo anterior. Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original

Fue su tío quien la sacó del ensimismamiento en que estaba sumida, recordándole que debían irse a casa. Su tío estaba enfadado, lo de quedarse un mes para hacer el curso era evidente que no había sido una buena noticia. Se sentó bruscamente en el coche, lo que hizo que la guerrera se le abriese a la altura de los faldones. ¡Madre mía! Lo que allí asomó la dejó sin aliento. Si el capitán Díaz tenía un buen paquete, el su tío era simplemente superlativo. La elástica y verde tela del pantalón se levantaba en la entrepierna, emergiendo como una flor bajo el cinturón con el dorado emblema de la guardia aérea, con en una protrusión de tal magnitud que hacía imposible ignorarla. Recordó la imagen del hermoso paquete de por la mañana, que creía debido a una hernia, pero ahora le asaltaban dudas sobre la verdadera naturaleza de aquel bulto gigantesco.

  • Tito, estás muy serio -le dijo ella sin poder quitar ojo de aquella protuberancia, que estaba haciendo que su bragas empezasen a mojarse.

¡Por Dios!, se dijo, ¡Pero si era su tío! Tío político, sí, pero tío al fin y al cabo.

  • Mira, sobrina -le dijo efectivamente muy serio-, yo no quiero molestarte. Bastantes problemas he tenido ya con tu tía. Me voy a la academia.

Y el tío Diego siguió hablando de su atribulada vida por un buen rato, mientras llegaban a la barrera de entrada. Su perorata no tenía nada de recriminación, pero tuvo el efecto de despertar el sentimiento de culpa en la sobrina. Ella se puso colorada, avergonzada de su egoísmo, e intentó no mirar al Guardia que le abría la barrera. Su tío estaba también rojo como un tomate, posiblemente debido al enfado, y seguía gesticulando con ostensibles movimientos. Con ello  consiguió que sus varoniles atributos comenzaran a moverse de una manera muy curiosa dentro de su elástica prisión. Era como si estuvieran libres, vamos, como si no llevase calzoncillos. Al intentar cruzar las piernas las botas asomaron brillantes en todo aquel tejemaneje de formas, y en un instante creyó adivinar el perfil de su polla y de sus huevos, que debían ser enormes. El tito Diego estaba cada vez más colorado, y repentinamente se colocó su casco estratégicamente situado para tapar el hermoso espectáculo que estaba ofreciendo a su excitada sobrina, al tiempo que le pareció que la miraba iracundo.

Ella clavó la vista en las rayas del asfalto, poniéndose roja como un tomate. ¿Se habría dado cuenta el tito de su interés por su anatomía? Además de egoísta, mirona, se dijo a sí misma. Y se hizo promesa mentalmente de que nunca, jamás, volvería a inspeccionar de esa manera la entrepierna del tío.

  • Mi comandante -se escuchó de pronto al guardia de la puerta-, no puedo permitir que salga usted sin ponerse el cinturón de seguridad, somos muy estrictos en eso, los guardias aéreos tenemos que empezar dando ejemplo.

  • Sí, sí, claro, sargento -respondió el turbado tío.

Para regocijo de la sobrina, que no había tardado ni 10 segundos en traicionar la promesa que se había hecho, al tío no le quedó más remedio que quitarse el casco que ocultaba la mejor de sus virtudes, de manera que de nuevo afloró su enorme paquete. Y por si fuera poco, la maniobra de ponerse el cinturón hacía que sus genitales se hicieran aún más evidentes, y encima el tito con los nervios no atinaba a abrocharlo, prolongando aquel magnífico espectáculo.

  • Será mejor que le ayude su familiar, mi comandante -dijo el sargento divertido.

Ella no tardó ni un milisegundo en responder a la invitación. Ni corta ni perezosa tomó el cinturón, y de una forma calculadamente descuidada rozó la enorme protuberancia, provocando en su atribulado tío un respingo y un pequeño gemido. La miró entonces rojo que parecía iba a explotar, e inmediatamente volvió a colocar el dichoso casco encima de sus virtudes.

  • Fin del asunto -dijo el tío repentinamente.
  • Ay, perdona, tito, espero no haberte hecho daño.
  • Vamos -acertó a decir él balbuceante-. ¿De qué estás hablando? ¿Qué daño ni daño? Yo me refiero a lo de estar en tu casa, fin del asunto, me voy a la academia en cuanto pueda.
  • Vamos, tito, tú no te irás a ningún sitio. Y me refería a lo del cinturón.
  • Y porque no ando muy bien, que si no esta misma noche me iba a un hotel -respondió mirándola extrañado-. ¿Y que dices del cinturón?
  • De irte a un hotel nada de nada -zanjó ella ignorando el asunto del cinturón.

Pues parecía que ni se había dado cuenta del roce, probablemente por el tremendo enfado que tenía con lo del alojamiento. En cualquier caso, no estaba dispuesta a que su tío se fuese a un hotel, quería que se quedase por motivos puramente egoístas, para disfrutar más tiempo de la visión de aquel paquetón tan tremendo. Madre mía, follar con este hombre debía de ser tremendo, pensó, aunque inmediatamente se arrepintió de sus pensamientos. ¿Cómo se le pasaban estas cosas por la cabeza, ¡que era su tío! Pero, claro, el verlo allí tan irritado, rojo de ira, pleno de virilidad, con aquel fabuloso uniforme que le sentaba tan rematadamente bien y le confería un aura de autoridad irresistible… hacía muy dificil no sucumbiar y dejar correr la imaginación… Las bragas las tenía empapadas, imaginando que la follaba salvajemente allí mismo, en mitad de aquel ataque de rabia.

  • ¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así? -le dijo él extrañado al descubrirla mirándolo ensimismada.
  • Mira, tito -dijo ella cuando el coche volador se detuvo por sí solo, en respuesta al semáforo inteligente-, déjate de tonterías, tú te quedas en mi casa todo el curso y se acabó.
  • Yo iré donde me dé la gana, faltaría más.

Lo dejó por imposible. El corto camino a casa lo hicieron prácticamente en silencio, con el casco del guardia en el mismo sitio, impidiendo las miradas furtivas. En cambio al llegar a casa y quitarse la guerrera sí que le ofreció de nuevo el delicioso espectáculo de su paquete bajo el ajustado pantalón de servicio. ¡Era aún más tremendo al verlo ahora de pie! Era increíble como protruía entre sus piernas. Empezaron a comer en un tenso silencio, pero poco a poco el tito pareció irse calmando y acabó disculpándose. El hombre parecía verdaderamente afectado por su divorcio, habló francamente de cómo le había tratado la vida, de lo sólo que se sentía. Ella se sentía verdaderamente inútil, incapaz de encontrar palabras de consuelo para aquel pobre hombre solitario. Finalmente el guardia se retiró a dormir la siesta, dejando a la sobrina en la mesa saboreando los últimos sorbos de café, y saboreando el hermoso espectáculo de su tío camino del dormitorio de invitados. El culo de su admirado tío Diego era una preciosidad, grande, redondo, dibujándose de forma escandalosa bajo el ajustado pantalón. De ninguna manera era un culo desproporcionado de gordinflón, era proporcionado a su estatura, redondito, musculoso. ¡Y cómo lo movía a cada paso! La lástima que sentía por el tío era auténtica, pero siendo sincera consigo misma, se decía, la atracción física por aquel hombre era mucho mayor que la lástima por su tío, ¡pero qué rematadamente bueno estaba tito Diego! Continuará...