El anacrónico tito Diego. Capítulo 18

La madre emula a la hija. Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original.

La recién desflorada compañera de habitación del comandante Don Diego se levantó relajada y satisfecha tras aquella magnífica noche. Ahora tocaba organizar la quedada con sus dos amigas para completar la promesa. Quizá el fin de semana podría ser un buen momento, ya que recordaba que sus padres iban a salir fuera y eso la dejaba libre para disfrutar a tope del “evento”. Estaba segura que aquel hombre que dormía a pierna suelta sería capaz de satisfacer a las tres juntas, aunque no podía evitar sentirse también celosa al pensar en compartir semejante semental. Iba ser duro dejar que otras disfrutasen también de aquel macho. Pero bueno, era su promesa y había que cumplirla. Además, no se le había pasado por alto cómo a Don Diego se le encendían los ojos al hablar de la posibilidad de retozar con tres universitarias vírgenes para él solo. Pues bien, después de lo bien que se había portado con ella, lo menos que podía hacer era ofrecerle ese regalo. Su nivel de agradecimiento era tal que estaría dispuesta a ofrecerle a su  madre si fuera preciso.

Entró a ducharse cuando oyó que su padre salía del baño, llevando la ropa y el bolso para no tener que volver a la habitación. Desayuno sólo una manzana anacrónica (mucho más sabrosas que las terrestres) y salió a la calle junto con su padre, que la dejaría en el centro camino del trabajo. El padre achacó la prisa de la hija por marcharse a la presencia del invitado en su cuarto, lo que seguramente la hacía sentir muy molesta, pero agradeció que se marchase antes de que se levantase su esposa. Con un poco de suerte es posible que su mujer ni se enterase de con quien tuvo que compartir habitación su hija, y que se librarse así de la bronca del siglo, ¡no era nadie su esposa! La hija, por su parte, estaba también interesada en que su madre no se enterase, y no dejó rastro de su presencia en la casa, no fuese que sospechase de la forma en que había pasado la noche con aquel portentoso macho. Y menos aún se le ocurrió hablar con su madre, las madres pueden ver en el interior de las hijas, al menos las anacrónicas. Ya no era virgen, y la pérdida del himen era demasiado reciente, seguro que si su madre la veía ahora lo adivinaría. Tampoco se despidió de su amante de la noche anterior, asomó la cabeza en la habitación y Don Diego seguía durmiendo a pierna suelta.

Lo que no se le pasaba por la cabeza a la hija era que su mismísima madre estaba también loca por acostarse con su iniciador en los placeres del sexo. Llevaba ya rato despierta, desde que el marido se había levantado, pero como ese día entraba más tarde al trabajo  se dio el gustazo de quedarse un rato más en la cama.

  • No te olvides que  nuestro vecino el comandante Don Diego está durmiendo al lado -dijo el marido al marcharse, pasando por alto el asunto de la hija-. Se buena y dale algo de desayunar.
  • Ay Dios, es verdad, se me había olvidado -mintió ella-, no te preocupes, yo me encargo, aunque deberías hacerlo tú ya que tanto te gusta socorrer a los compañeros en apuros.

El marido se dio media vuelta y se marchó sin contestar, como se quedase un minuto más lo iba volver loco con sus reproches.

Ella no se había olvidado en absoluto de que su admirado vecino estaba en la habitación de al lado, y tampoco de que ahora estaba sola con él. Llevaba toda la noche recordando la enorme polla que había exhibido en el control de carretera, y cómo su compañera la había disfrutado. ¡Menuda puta estaba hecha! Aunque ella tampoco se quedaba atrás, al fin y al cabo ella se había tirado a dos guardias en el control, al maduro oficial que acompañaba al vecino, y a aquel fogoso cadete. Es más, ahora mismo se lo montaría con el vecino, si no fuese una locura…

Era mejor que se quitase esas ideas de la cabeza, se dijo a sí misma. Se levantó para ir al baño, pensando quizá en darse una ducha bien fría que le bajase aquella calentura, pero el destino no colaboraba. La puerta de la habitación de su hija, que era la que ocupaba Don Diego, estaba entornada, y no pudo evitar echar una miradita al pasar. Sólo alcanzó a ver la piernas destapadas del oficial, revueltas con la sábana, y advirtió que por la posición debía estar durmiendo boca abajo. Eso la animó, probablemente podía observarlo con tranquilidad sin que él lo advirtiese, así que asomó la cabeza con cuidado abriendo un poco más la puerta con extremo cuidado. Efectivamente dormía boca abajo, y sus ronquidos indicaban que de forma bastante profunda. Tenía la cabeza vuelta hacia el otro lado, así que podía hacer de mirona tranquilamente sin miedo a ser descubierta, a no ser que tuviese ojos bajo aquellos preciosos cabellos canosos. La sábana tapaba su culo y se enrollaba en la parte superior de sus piernas, el resto quedaba al aire para que ella pudiese deleitare con aquella extremidades fuertes, que prácticamente no tenían vello. Los muslos estaban cubiertos por la sábana, pero advirtió que había algo que no concordaba en aquel conjunto, algo que no parecía pertenecer a la sábana. Otra tela diferente, celeste claro, se enrollaba en la parte baja de los muslos, arrugada alrededor de sus piernas. Comprobó divertida que se trataba de sus calzoncillos, que obviamente estaban bajados hasta esa altura.

¿Cómo era posible que durmiese de aquella manera?, pensó. No tenía explicación, si fuese por estar más cómodo lo lógico hubiese sido que se los quitase del todo. La sorprendió entonces una corriente de frescura en su coño, que se estaba humedeciendo con la contemplación del objeto de su deseo, y no solo por eso… Es que además tenía la sensación de percibir algo muy familiar y excitante.

¡El olor! ¡Era el olor! Olía de forma terriblemente excitante a cojones, un olor muy parecido al que traía su marido después de una buena jornada a lomos de su caballo, y que la hacía entregarse de forma inmediata. Le gustaban especialmente los días que venía todavía con el uniforme puesto, como hacía justo una semana. Se sintió muy culpable, ¿cómo era posible que buscase sexo fuera de su matrimonio si su maridito la mantenía así de bien satisfecha?

Dio un primer paso hacia atrás, era hora de darse aquella ducha fría, pero no pudo dar el segundo. Y es que aquel portento que estaba observando mientras dormía era algo fuera de serie, estaba aún más bueno que el oficial de Tráfico aéreo y el cadete que se la habían follado en el control. Una cosa curiosa, en la que reparaba en ese momento, es que los tres guardias  parecía que estaban follando los unos para lucirse ante los otros, como exhibiendo cada uno su potencia sexual delante de los demás. De otra forma no se explicaba el plus de pasión que le habían puesto al momento, y que algo que en un principio iba a ser sólo un revolcón se hubiese convertido en una especie de show pornográfico de demostración de lo que eran capaces de provocar en una mujer. Y el show había sido un éxito, sin duda, ella lo podía atestiguar. Pero acostarse con este hermoso ejemplar de macho que tenía delante seguro que superaba a todo lo anterior, seguro que superaba a los otros dos y seguro que le haría sentir cosas que nunca había sentido…

Su conciencia recuperó el control momentáneamente y dió otro paso atrás, hacia la ducha fría. Pero la diosa fortuna se interpuso. En un movimiento inesperado, su admirado huésped se giró quedando de lado, apoyado sobre un costado y con las piernas dobladas, pero sin dejar de roncar. Con la maniobra había movido la sábana, dejando el culo al descubierto. Y no solo el culo. Había otra cosa que hacía que la nueva postura resultase extremadamente excitante, las piernas estaban flexionadas a diferente altura, de modo que el inocente guardia le ofrecía una privilegiada perspectiva de sus enormes cojones  sobresaliendo entre el pliegue de sus muslos, aprisionados por las musculosas piernas. Estaban ligeramente enrojecidos por la presión, y delicadamente rodeados de vello que se escapaba desde su pubis. El conjunto lo remataban los traqueteados calzoncillos, que habían quedado entre el tobillo derecho y la rodilla izquierda, y las calcetas de servicio, blancas. La izquierda estaba subida hasta casi debajo de la rodilla, y la derecha enrollada en el tobillo bajo el slip. El cuadro completo podríamos titularlo “el bello y descuidado durmiente”, ya que el protagonista seguía roncando a pierna suelta, con una pátina  de descuido muy acorde con la situación de voyeurismo.

Resultaba además intensamente excitante el que llevase todavía la camiseta de tirantes puesta, como si quisiera mantener su pudor. Le encantaban esas prendas en los hombres maduros, la volvían loca. Recordaba con morbo aquella vez que en las Islas Afortunadas, en el océano occidental de Ánacron, su madre la había enviado a comprar camisillas, que así es como llamaban allá a las camisetas interiores de tirantes, para su padre. La imagen morbosa y casi incestuosa de su padre y sus tíos en camisilla en verano, comiendo a la mesa, venía a su cabeza con mucha frecuencia. La prenda resaltaba entonces los cuerpos anchos, velludos y musculosos de aquellos trabajadores del campo, y habían inflamado su calenturienta imaginación de adolescente. Al guardia durmiente la camisilla le confería cierto aspecto candoroso, como un niño que duerme, que contrastaba con la forma en que  mostraba lascivamente aquellos tremendos atributos un poco más abajo.

La excitada anfitriona no tardó en aproximarse aprovechando la ocasión, era inútil resistirse a la llamada salvaje de la carne, y recibió de lleno el almizclado olor de aquellos huevazos. Su coño reaccionó de inmediato, revolcándose de gusto y chorreando prácticamente, al imaginar que  semejantes gónadas rozacen su vulva, se restregasen por sus labios, o chocasen contra su periné, acompañando al pollón que ya conocía, y que en su imaginación podría estar abriéndose paso hacia su anhelante vagina, o quizá ya dentro, entrando y saliendo, follándola a saco.

¡Dios!, tenía demasiada imaginación, y demasiado guarra. No llevaba bragas, nunca dormía con ellas, así ponía más caliente a su marido y le facilitaba las maniobras nocturnas, así que cuando se llevó una mano a su palpitante chochito el tacto fue demasiado placentero y le provocó un intenso orgasmo, tal era el estado de excitación en que la tenía semejante visión. Tuvo que morderse los labios para no gritar a pleno pulmón, pero no pudo evitar gemir al tiempo que la ola de placer se expandía por su cuerpo, amplificada por la contemplación de aquella parte del aparato reproductor de Don Diego.

La calentura era tal que en mitad de aquella locura se atrevió a introducir un dedo en la deliciosa rajita del culo de su dormido huésped, para deslizarla luego sobre la suave piel del escroto. El testículo derecho, que era el que había acariciado, se contrajo de forma refleja, y el dormido comandante separó entonces las piernas para hacerle sitio de una forma tan rápida que casi no le dio tiempo de reaccionar. Su mano resbaló de forma inconsciente entre los fuertes muslos del oficial de Tráfico aéreo, y quedó allí aprisionada puesto que la abertura se cerró de inmediato.

Casi no le da un ataque de nervios, se veía atrapada e impotente. Era literalmente imposible retirar la mano sin despertar al guardia. Aunque no podía negar que la posición también tenía sus ventajas. La mano atrapada abarcaba literalmente el escroto del oficial, podía sentir la deliciosa redondez ovoide de su contenido, y notaba claramente lo elásticos y firmes que eran aquellos cojones. Una vez se fue tranquilizando tras el susto inicial,  la palma de su mano empezó a transmitir a su cerebro el delicioso cosquilleo del discreto vello que adornaba aquella zona. Es más, comenzó a percibir en sus dedos la deliciosa forma cilíndrica de la oficial polla, que crecía y aumentaba su dureza por momentos ante el contacto de sus dedos. Empezó a notar incluso el glande, que en un principio había pasado desapercibido. Lo notaba redondo y contundente, justo al final de sus dedos, y percibió cómo se iba escapando dejando un rastro de humedad levemente pegajosa, líquido preseminal, sin lugar a dudas. Por si fuera poco, sentía también el crujido y las caricias de la enorme mata de vello púbico que debía poseer este magnífico ejemplar de macho que ella sentía a su merced, su excitación se estaba volviendo incontrolable. Era evidente que el guardia se estaba excitando en sueños, porque la respiración profunda y pausada no dejaba lugar a dudas. Era imposible mover la mano sin despertar a su inocente oficial que retozaba en brazos del Morfeo anacrónico, y esta situación le estaba resultando terriblemente excitante. Increíblemente su coño alcanzó el estado de meseta, y los orgasmos comenzaron a sucederse ante aquel tacto tan delicioso.

Don Diego, efectivamente, seguía profundamente dormido tras el esfuerzo coital nocturno, precisamente con la hija de la captora de sus partes, y justo en este momento estaba soñando que la perversa estudiante que acababa de desvirgar le estaba apresando los huevos, los cuales de nuevo se quejaban con esa mezcla de dolor y placer que conocía tan bien. Se sentía en la pura gloria después del polvazo, y ahora con el regalo del íntimo  magreo que recibía en sueños. Pero el magreo comenzó a  despertarlo, dándose cuenta de que el delicioso sueño no era tal. Conforme iba adquiriendo un estado de semiconsciencia, empezaba a sentir claramente  una mano aferrada a su paquete. Dejó pasar unos minutos para disfrutar del momento, imaginando a la perversa universitaria dispuesta para un nuevo juego erótico, al que iba a ser difícil negarse a pesar de su cansancio sexual. Repasó mentalmente sus polvos previos, y la verdad es que habían sido unos días muy intensos en cuanto a su actividad folladora. En primer lugar el primer polvazo a su sobrina, al descubrirla sin bragas, ¡menuda guarrona estaba hecha! Luego el segundo polvo con ella misma, cuando la pilló montada a horcajadas sobre él, ¡qué forma más deliciosa de despertar, y cómo follaba la condenada! El pajote que le hizo de nuevo su sobrina en presencia del lascivo capitán Díaz,  ¡menudo bukake y vaya mariconazo estaba hecho el capitán! Luego el polvo del control de carretera con la amiga de su anfitriona, ¡como disfrutaron todos, fue una auténtica orgía! Y para terminar, el polvo recién echado esa misma noche con la hija de su compañero el policía local, y también hija de su anfitriona, por supuesto. De tal palo tal astilla, porque se ve que la madre era un volcán, en el control había sido capaz de follarse primero al capitán, aunque sólo lo había visto por el retrovisor mientras la hembra salvaje y desvergonzada que estaba subida en su polla lo estaba exprimiendo a placer, y luego al cadete. Se había lanzado a por el inexperto aprendiz sin contemplaciones, y este acabó follándosela salvajemente bajo aquella higuera. Recordaba haber hecho esfuerzos ímprobos por no correrse y mantener el empalme mientras durase aquella especie de película porno en la que se había transformado el control. Cuándo los aullidos del cadete indicaron claramente que se estaba corriendo, decidió dejarse llevar y correrse junto a la conductora, ebrios de lujuria y de gusto, luciendo su potencia folladora delante de Don Félix, el cadete Miguel y la copilota (ahora anfitriona), que había sido testigos del orgasmo compartido. Cinco polvazos en menos de 48 horas, no era de extrañar que estuviese completamente agotado.

Y ahora esta quería repetir, pensó para sí mismo, a ver de dónde iba a sacar las fuerzas. De momento prefirió seguir aparentando, que no se le daba mal. Recordaba con placer cómo se había hecho el dormido para permitir los magreos de Don Félix, y el inmenso placer que sintió mientras su superior lo sobaba a gusto. Podría hacer lo mismo en ese momento, y quizás si se hacía el dormido podría librarse de follar de nuevo, sus huevos ya le dolían de tanta producción testosterónica y de espermatozoides, y su próstata ya la notaba sensible de tanto semen expulsado, cuatro veces dentro de un coño y una vez al aire. Aunque más que al aire esa corrida había sido sobre el capitán y su uniforme.

Ya estaba completamente despierto, y se deleitaba con estas reflexiones feliz y contento de sentir aquella mano femenina abarcando sus varoniles atributos, con la polla como un junco de nuevo. Estaba acostado tranquilamente del lado izquierdo, y notaba incluso algo de frío, la camiseta de no abriga lo suficiente del fresco de primera hora de la mañana, y sus fieles Ablasonado no servían de nada al tenerlos bajados entre su muslo y el tobillo. Al menos tenía los pies calientes con las calcetas de servicio. Y fue precisamente con el pie derecho, a través del algodón de la calceta, como percibió la cercanía de la entrepierna de su magreadora.

La anfitriona, que de cazadora había pasado a cazada, se sintió tan forzada en la postura, tan incómoda con la mano apresada entre los musculosos muslos de Don Diego, que se obligó a echarse en la cama. Débil también por el orgasmo que acaba de tener, y sin tener ni idea de como sacar la mano, optó por acostarse, y no pudo evitar plantar su desnudo coño cerca del pie derecho del expuesto oficial. El dedo gordo del pie, envuelto en el blanco algodón, le rozó la vulva, sacándole un suspiro de placer que intentó reprimir en vano.

Don Diego escuchó claramente el gemido, divertido y excitado, y ni corto ni perezoso procedió a prolongar el juego de simulación, y se dio la vuelta intentando que no se le notase que estaba despierto. De esa manera consiguió prácticamente introducir el dedo gordo de su pie en plena vulva, notando con gusto como se desplegaban los labios mayores, y como el gemido de la hembra se transformaba casi en un grito de puro gusto. Se puso casi boca arriba, consciente de que así ofrecía su desnuda entrepierna a su compañera de cama, y estiró completamente la pierna enterrando así su dedo gordo entre las de ella, calculando la situación de su clítoris para que el pie lo restregase sin piedad.

Ella se vio sorprendida por la maniobra, se quedó casi sin respirar al notar el dedo envuelto en la fina tela jugar con su excitadísimo aparato, borracha de placer. Afortunadamente, al ponerse casi boca arriba, aquel macho que ella creía aún dormido había abierto las piernas dejándole la mano libre.

Y por si fuera poco, la maniobra había mostrado en todo su esplendor lo bien dotado que estaba el oficial. La polla, empalmada al máximo, emergía de una mata de vello marrón oscuro, denso, rizado, que destacaba entre sus blancas y fuertes  piernas, y que interrumpía la celeste camiseta de tirantes. Los huevos colgaban bajo ella, enormes, aún enrojecidos por su magreo previo, rodeados del eterno vello, y apoyándose con gracia sobre los potentes glúteos. El derecho caía sobre la pierna que, estirada, la estaba casi follando, y el izquierdo llegaba a rozar la sábana. Los celestes calzoncillos hacían de marco del prodigioso espectáculo, desde el muslo derecho hasta el tobillo izquierdo, una revista porno no hubiera podido sacar una instantánea mejor que aquello que estaba contemplando. Cada presión del dedo de Don Diego sobre su clítoris la llevaba de nuevo al éxtasis, y ahora que lo pensaba, !el dedo se estaba moviendo! ¿se habría despertado el guardia? Pero no pudo pensar mucho, el placer era demasiado intenso, y ahí ya no pudo evitar comenzar a gritar.

Don Diego, pleno de su poderío, divertido ante una nueva experiencia de uso de sus prendas (primero sus calzoncillos con su sobrina y ahora sus calcetas con la estudiante), percibió que la voz asociada a aquellos grititos de placer no correspondía con la de la universitaria, y ya no puedo evitar abrir los ojos.

Se quedó estupefacto al ver no a su recién desvirgada estudiante, sino a su madre, con el salto de cama aún puesto, abierta de piernas y recibiendo con sumo placer el dedo de su pie en su desnudo coño, con un gesto en la cara que hacía tiempo no veía en una mujer, de placer extremo. Volvió a cerrar los ojos, ella no le había visto  porque a su vez la pilló en mitad de un nuevo orgasmo mirando hacia arriba. La visión lo dejó preocupadisimo, no por traicionar la confianza de su compañero de la policía local, sino porque no podía permitir que esta mujer sospechase lo que había ocurrido la noche pasada. Era consciente de que la mujer lo habría encontrado semidesnudo en la habitación de su hija, y sólo se le ocurría una manera de evitar las sospechas. Así que decidió, a pesar de las protestas de su admirados y magreados huevos, follarsela a saco para demostrarle que estaba pleno de potencia, como si llevase semanas sin correrse. Así que  procedió a hacerse el recién despierto.

Ella percibió que el dedo juguetón dejaba tranquilo su clítoris, y advirtió, entre sorpresa y recelo, que su huésped despertaba en medio de aquel empalme. Don Diego la miró simulando primero somnolencia, y luego sorpresa mirando alternativamente su pie, inmerso en la entrepierna de ella, sus bajados slips, y su polla que parecía un mástil. Puso en práctica sus escasas dotes de actor intentando transmitir sorpresa y desconcierto.

Pero ella no le permitió muchas dudas ni sorpresas, no dudó un instante y se abalanzó sobre su huésped. Casi de un golpe se sentó sobre el expectante comandante permitiendo que aquella enorme tranca la penetrase a fondo, hasta literalmente sentarse sobre los cojonazos que no hacía mucho había palpado a placer.

Don Diego se dejó llevar, satisfecho de que ella hubiera tomado la iniciativa, mejor que fuese ella la que hiciese el trabajo duro. ¡Y vaya que sí que se lo tomó a conciencia! La mujer estaba en la pura gloria al ser atravesada por fin por aquel portento, ensartada hasta el fondo. Comenzó a moverse arriba y abajo, primero lentamente, para luego aumentar el ritmo frenéticamente comprimiendo los sobados huevos cada vez que bajaba.

El oficial de Tráfico la miraba mientras extasiado, el espectáculo de aquella hembra cabalgándole la polla era increíble. Le gustaba especialmente lo bien que la mujer calculaba para sacar toda la polla, excepto un par de milímetros de la cabeza, dejando al aire aquel mástil brillante, empapado de jugos vaginales, para dejarse caer luego sobre él y enterrárselo hasta el fondo. Don Diego se dejó hacer placenteramente a pesar del cansancio, esta mujer era una experta folladora y su coño exprimía su polla de forma prodigiosa. Por su cabeza pasaban además las imágenes de Don Félix y del cadete Miguel follándose ese mismo coño, o la visión de él mismo desvirgando en aquella misma cama el coño universitario hijo del coño de la mujer madura que lo miraba sonriente y arrebolada por el placer. El morbo era increíble, y la excitación mayúscula, tanto que le dio por hablar con todo el Francés que sabía.

  • Oui, oui, oui.
  • Sí, sí, sí - respondió ella, enérgica.

Y acabaron corriéndose a la vez, gritando al unísono, mientras la oficial polla llenaba con una nueva y abundante descarga de semen el coño de su anfitriona.

No se habían dicho ninguna otra palabra aparte de las exclamaciones en dos idiomas. Tras una pequeña recuperación, demasiado corta, ella advirtió en el despertador de su hija que era hora de irse al trabajo, y se levantó y salió de la habitación sin decir ni pío dejando a su amante perplejo y sin saber qué hacer, dedicándole sólo una sonrisa forzada. Ahora estaba avergonzada y confundida, le preocupaba incluso que pudiesen haberla oído los vecinos, así que optó por una ducha rápida y marcharse a la francesa, ya desayunaría por el camino. Ni siquiera le preguntó si quería desayunar, ni volvió a pasar por la habitación. Don Diego se había quedado en la cama sin casi moverse, y sin saber que hacer, estuvo esperando a ver si acababa el ruido de la ducha para ir al baño y lavarse un poco la empapada entrepierna, pero el cansancio pudo con él y volvió a quedarse dormido, esta vez de verdad. Dormía tal como lo había dejado la anfitriona, boca arriba, aún con su camisilla y con los calzoncillos bajados hasta las rodillas, con la polla relajada pero húmeda y brillante sobre sus magníficos huevos, arropado todo por su poblado vello. Este también había recogido parte de los fluidos intercambiados, y brillaba levemente aquí y allá donde unos cuantos mechones se agrupaban como si estuviese recién duchado. Las calcetas seguían puestas, y curiosamente la derecha ofrecía un rastro de humedad a nivel del dedo gordo del pie, lo que permitía apreciar perfectamente su dedo y la uña.