El anacrónico tito Diego. Capítulo 17

Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original.

¡No podía creer lo que habían organizado mis padres para esta noche! ¡No me lo podía creer! Me daban ganas de marcharme de nuevo a la uni y mandarlos a tomar por… Y es que al llegar a casa me esperaba una sorpresa mayúscula, nada más y nada menos que compartir habitación con un compañero de mi padre. Al parecer lo habían echado de su casa y no tenía donde dormir, y mi padre, que es más corporativista que nadie, le ofreció mi habitación sin acordarse de que yo regresaba de la universidad este fin de semana. Mi padre me lo había dicho muy bajito en la cocina, para que mi madre no se enterase de mi enfado, ni su protegido huésped tampoco.

Cuando entré, el intruso ya estaba dormido. Procuré no hacer ruido por respeto a mi padre, ya que por mí hubiera echado a aquel vejestorio a patadas de allí. Roncaba como un descosido, y encima se había apropiado de mi cama, que era la más cómoda. Seguro que mi padre ni siquiera le había dado instrucciones de en qué cama debía acostarse, ¡qué desastre de hombre! Cuando se me fue adaptando la vista a la penumbra pude ver con más claridad al intruso, su cuerpo ocupaba casi toda la cama. Estaba boca arriba tapado con la sábana hasta la cintura, y lucía una camiseta interior de tirantes de las que ya no se veían por el mundo. Parecía tener el pelo blanco, ¡Dios mío!, era bastante más viejo de lo que yo había imaginado. Cómo resultase un viejo verde e intentase meterme mano…, ¡se iba a enterar! Pero al mismo tiempo me resultaba gracioso imaginarme los celos que despertaría este vejete en Carlos, el noviete que tenía en la facultad y que estaba obsesionado en acostarse conmigo, ¡qué pesado era!

Me dormí sin mucha dificultad, el tío de la cama de al lado podría ser mi abuelo, y ello me tranquilizó. Sin embargo a medianoche me desperté con los ronquidos, se hicieron insoportables, y me levanté sigilosamente a ver si se me ocurría algo para acallarlo. La luz de la calle inundaba la habitación, y con la vista ya adaptada a la penumbra podía ver al venerable abuelito con más nitidez que al llegar. La verdad es que el hombre seguramente había sido guapo de joven, y sus facciones aún resultaban bastante atractivas. Aunque eso sí, resultaba patético ahora, roncando con la boca abierta y con aquella camiseta interior que había pasado de moda en los tiempos de maricastaña. Seguramente era de la marca más carca de ropa interior de hombre que podía recordar, Ablasonado. ¡Vaya con el compañero de habitación que me había buscado mi padre!, me costó no reírme a carcajadas.

Recordé entonces que solía ser eficaz chistarle a los roncadores para que se dieran la vuelta, y cuando lo hice tuve que hacer un esfuerzo para aguantar la risa al observar que realmente funcionaba. Efectivamente, cedieron los ronquidos y el viejo se movió, sin despertarse. Sin embargo, cuando cambió de posición me llevé una sorpresa mayúscula. La sábana que le cubría se movió, y lo que apareció me dejó sin aliento. Entre las piernas, aún medio cubiertas por las sábanas, emergió una protusión enorme bajo los calzoncillos. No contaba con aquello, ¡vaya con el viejito! Los calzoncillos eran igual de anticuados que la camiseta, seguramente en un tiempo habían sido azules, pero ya casi ni se notaba. Eso sí, formaban un buen conjunto entre ambos, bien coordinados, casi no me desternillo al recordar entonces un viejo anuncio de ropa interior, “los hombres, usan ablasonado”. ¡Será los vejestorios!, recuerdo que pensé en ese momento. Lo que sí que no parecía nada anticuado era lo que escondían aquellos calzoncillos, que se derramaba hacia el lado izquierdo, el mismo hacía donde había quedado el maduro apoyado tras mi maniobra antirronquidos. La posición me recordaba, sin poder evitarlo, al cuadro en que Marte reposa tras haberse tirado a Venus, en plena relajación postcoital, solo que el bulto que había dibujado Botticelli no se podía comparar con el que tenía ante mis ojos.

Todo aquello me hacía sentir bastante extraña, sentía plenamente mi respiración a cada bocanada de aire, y una excitación bastante agradable se fue adueñando de mí. Nunca había estado en la cama con un hombre, y aunque me había fijado en el paquete de Carlos y había visto bastantes fotos de famosos (y no famosos) en pelotas, aquello parecía de otro planeta. No llamaba la atención solo por el tamaño, sino que además lo acompañaba la forma, la manera de acogerlo aquella prenda, la descarada manera de protuir y mostrarse bajo el fino algodón, la inocencia de aquel tiarrón que lo mostraba mientras dormía tan plácidamente.

A todas las sensaciones que tenía se unió una tremenda voluptuosidad, provocada por el olor que impregnaba la habitación y del que hasta ese momento no había sido consciente. Sentí entonces cómo las alas de mi nariz se dilataban y se me llenaba toda la pituitaria de un olor que no sabía identificar con precisión. No era un perfume, por supuesto, pero me estaba haciendo sentir tremendamente excitada. El aroma me envolvía, y finalmente lo identifiqué, me recordaba claramente el olor que impregnaba los calzoncillos de mi padre cuando me había tocado poner la lavadora, esos calzoncillos que venían bien sudados de estar todo el día sobre el caballo. Vamos, olor a cojones, como decía mi madre.

Y es que ¡menudos cojones poseía aquel hombretón! La situación me iba pareciendo más divertida por momentos, jugando a adivinar el tamaño y la forma de aquellos atributos. ¡Madre mía!, me daba hasta un poco de grima averiguar su magnitud. Llevar esa cosa entre las piernas todo el día parecía un imposible. Seguro que debía doler. Descubrí que mis bragas se estaban empapando, a mi pesar, como cuando Carlos me besaba o me tocaba, y el frescor que invadía mi vagina parecía pedir algo, no sabía muy bien el qué…

El desconocido seguía durmiendo a pierna suelta, esta vez sin roncar, y decidí aprovechar para hacer yo lo propio, y quitarme esas sensaciones de la cabeza. Pero el maldito olor penetraba hasta lo más hondo de mi cuerpo, y aunque intentaba no recordar la forma y el tamaño de aquel tremendo paquete, me venía a la cabeza una y otra vez, y se mezclaba con imágenes absurdas, propias de los sueños. Comencé a soñar, incluso, que tocaba aquella maravilla que el destino me ofrecía.

Me desperté sobresaltada, casi indignada conmigo misma por aquel pensamiento. Me levanté de nuevo cuando la respiración de mi compañero de habitación me confirmó que dormía. Esta vez se le veía mucho mejor, casi resplandeciente, incluso brillante, como si un foco lo iluminase. Alguien había encendido una luz en el bloque de enfrente, y un rayo caía justo sobre aquella portentosa entrepierna, magnificando toda la visión. Si hasta ahora había podido adivinar en la penumbra el tamaño y la forma de aquel aparato reproductor, la luz ahora me permitía verlo con mucho más detalle. Bajo aquella bendita y afortunada tela de los Ablasonado se dibujaban aquellos dos huevazos, productores de aquel olor que iba a volverme loca. Además el algodón casi se perforaba de forma graciosa más cerca de su camiseta,  por lo que debía corresponder a su viril miembro. Noté cómo mi respiración se aceleraba, y temí que me pudiese escuchar, ya que el ofrecido poseedor de aquel inesperado juguete se movió en sueños, provocando un delicioso y casi imperceptible movimiento de aquel conjunto en su entrepierna. La ley de la gravedad y el fino algodón luchaban entre sí, haciendo que lo que correspondería a la punta de su polla pareciese tomar vida propia en un delicioso balanceo que duró sólo una fracción de segundo, aunque a mi me pareció eterno. Mi vagina, húmeda como nunca, me provocó un pinchazo de agudo placer que casi lo pude comparar con un orgasmo, sólo de imaginar aquella parte de la anatomía de un hombre penetrando en su interior. Vamos, de solo imaginar que aquel hombre me follaba, para qué andar con remilgos...

La luz se apagó, y coincidió con que el madurote se movía de nuevo, de manera que volvió a adquirir la posición inicial, boca arriba. Comenzando de nuevo entonces los intensos ronquidos, que ahora me sonaban a pura gloria ya que me proveían de la seguridad de que estaba dormido. Mi lascivia se iba a ver recompensada en mi intención, que no era otra que seguir admirando aquella maravilla, ahora en una posición diferente.

Estando boca arriba, el viejo seguía con la sábana graciosamente revuelta entre sus piernas, y exponiendo al mundo aquel enorme bulto que parecía hacer de centro al universo mismo. Me sentía muy poderosa, yo sola con aquel hombre, y sabiendo que mis padres dormían al lado, invadida de aquel testosterónico olor, con aquel macho dormido a mi merced… Nunca me había sentido así, era como estar dentro de una revista porno, me sentía protagonista de aquellas fotonovelas del Macho o del Lib que había visto con mis amigas. Y con ese picante recuerdo ya no pude más, y me decidí a comprobar por mí misma si mi vista me estaba transmitiendo una información real, o si era solo el efecto de la deliciosa penumbra que nos rodeaba a mi querido y dormido maduro y a mi.

Así que decidí posar la mano sobre el objeto de mi admiración, temblorosa, y tan excitada que casi me dolía respirar. Era tremenda la sensación de acariciar aquel gastado algodón, un poco áspero, seguramente debían llevar muchos lavados aquellos calzoncillos. Y más tremendo aún, y extremadamente placentero, fue sentir en la palma de mi mano la rotundez de aquellos huevos, al tiempo que mis dedos precisaban la elasticidad de su polla. Ello me provocó de nuevo la misma sensación de gustazo bajo mis mojadas bragas. Oí entonces una leve crepitación en el silencio de la habitación, que indicaba que el vello púbico del maduro había sido alcanzado en mi ataque, lo que revolvió de nuevo mi clítoris. Mi mente se calentaba imaginando la tremenda mata de vello que debía corresponder con lo que yo percibía, tan distinto a los relamidos depilados que salían en las fotos de famosos. Tuve que reprimir un gemido de placer mientras me mordía el labio inferior.

Era la segunda vez que un pequeño ruido parecía estimular a mi compañero de habitación, porque de nuevo comenzó a moverse, lo que me asustó e hizo que me lanzase a mi cama para hacerme la dormida. Y lo hice justo a tiempo, porque con los ojos entrecerrados pude ver que el desconocido se despertaba y me miraba incorporándose un poco asustado, asombrado seguramente de ver a su lado una joven dormida. Se estaría preguntando si yo era la hija del policía, que supuestamente estaba en la uni, y estaría bastante confundido. Finalmente se tapó con la sábana, en un gesto de pudor al descubrirse en calzoncillos, y no tardó mucho en darse la vuelta para quedarse dormido casi al instante, después de comprobar que yo estaba dormida, a juzgar por el momento de atención que me dedicó.

Esta vez lo contemplaba de espaldas, admirando aquella anticuada camiseta de tirantes, y el pelo cano, más oscuro hacia la nuca. Al incorporarme, porque pensaba acercarme de nuevo animada por los potentes ronquidos, me di cuenta del motivo por el cual se había quedado mirándome: no me había tapado con los nervios del momento, y le había ofrecido una vista privilegiada de mis bragas y casi de mis tetas, ya que el camisón corto que me había puesto se había quedado medio abierto, y mis pezones delataban mi entusiasmo.

Decidida a seguir mis exploraciones, intenté averiguar si podía retirar la sábana pero resultó imposible, estaba aprisionada bajo el bendito peso de aquel cuerpo. Sin embargo, el intento estimuló de nuevo al maduro, que se movió quedando esta vez boca abajo. Ello supuso para mí una alegría, pues pude retirar la sábana hacia abajo y ver su reverso, cubierto por el fino calzoncillo. La visión de aquella zona me deslumbró una vez más, porque el culo tenía una magnitud, contundencia y redondez muy acorde con el resto del cuerpo. Así que, lanzada como me sentía, no dudé en tocar, comenzando por el glúteo izquierdo. Mi mano transmitió a mi cerebro lo que ya estaba imaginando con la vista, que era un culo muy bien trabajado, ¡Joder! Decidí entonces que había que dejarlo al descubierto, y no fue difícil. Los dichosos slips no estaban precisamente ajustados, y permitían introducir el dedo entre la camiseta y la íntima prenda sin ningún esfuerzo. Contuve la respiración y agucé el oído, por si acaso se despertaba de nuevo y sorprendía mis inapropiadas manipulaciones Pero viendo que seguía plácidamente dormido procedí a bajar los calzoncillos muy lentamente, maniobra que me facilitaba el maduro al haberse quedado con las piernas ligeramente separadas.

Conforme la tela descendía, milímetro a milímetro, fue apareciendo ante mi el culo más maravilloso que hubiese visto jamás. Era enorme, con su contundente rajita, que parecía casi infinita porque parecía no terminar nunca, entre lo despacio que yo iba y lo grande que era, redondito, musculoso, completamente acorde con la envergadura de aquel tiarrón.  Una vez que el calzoncillo alcanzó la parte superior de sus muslos, la misma luz exterior volvió a iluminar la escena, como si estuviera sincronizada con mis maniobras, permitiendo ver mejor aquella maravilla. Ni Brad Pitt, ni Kevin Costner, ni Bruce Willis, culos que hasta ahora consideraba los más hermosos, podían siquiera compararse al que tenía ante mí en ese momento. La imagen del dormido servidor de la Ley boca abajo, con su camiseta de tirantes, los calzoncillos bajados, el culo al aire, y con el rayo de luz incidiendo justo sobre aquellos portentosos glúteos, era pura delicia. Sentí una envidia terrible de la sábana bajera, que estaba recibiendo en ese preciso momento todo el peso de aquel paquetón. Este pensamiento me hizo sentirme terriblemente excitada, de modo que mis bragas se empapaban más y más. Arrebatada como estaba, acabé quitándomelas para sentirme deliciosamente liberada al notar el aire fresco en mi húmedo coño.

Sentía una casi irrefrenable tentación de sentarme a horcajadas sobre aquellos glúteos y restregarme salvajemente, pero pude controlarme a duras penas. Lo que sí hice, llevada por un deseo voraz, fue acariciar las expuestas posaderas, primero con mis manos, provocando que se le pusiera la carne de gallina a aquellas nalgas, y luego con mis boca, empezando con tiernos besos. Estaba dispuesta a darle a continuación un buen lametón, pero no pudo ser, ya que de nuevo percibí que se movía  y de nuevo me lancé a mi cama quedándome petrificada por una súbita sensación de vergüenza. Me di cuenta de que mi coño había quedado expuesto, pero no me atrevía a moverme, temiendo que el hombre que dormía conmigo se apercibiese de mis maniobras.

Al igual que la vez anterior, dejé los ojos entrecerrados, y advertí como el medio desnudo maduro se incorporaba, medio dormido, y me miraba. No pareció darse cuenta de su desnudez, seguramente por estar absorto en la mía, a juzgar por su mirada. Yo me sentía terriblemente cachonda sabiendo que estaba mirando mi coño y mis tetas, incluso en algún momento se frotó los ojos, como no dando crédito a lo que estaba viendo. Vi que se levantaba y que se acercaba a mi cama, cerré los ojos, expectante ante lo que iba a hacer, casi temblando de anticipación…

Y con mucha delicadeza, aquel hermoso maduro ¡¡me tapó con mi sábana!! Me quedé absolutamente chafada. Yo esperaba, deseaba, que me tocase, que me acariciase. Mi palpitante y expuesto coño estaba pidiendo a gritos una caricia de aquel macho, habiendo vencido su sentido del pudor, pero no pasó nada.

Era comprensible, supongo, poniéndome en su lugar. Si un colega suyo le ofrecía compartir habitación con su hija, no iba a traicionar su confianza abusando de ella. Bueno, abusar es un decir, quizá él lo viese así, aunque yo en ese momento no me hubiese sentido para nada abusada, sino completamente entregada a aquel ejemplar de macho. Me quedé muy confusa, pues poco me faltó para rogarle que me manipulase mi húmeda raja, pero finalmente logré controlarme y esperar de nuevo a oír los ronquidos. La actitud que había tomado hizo que me gustase más todavía, era como un nuevo reto, un nuevo aliciente añadido al delicioso juego que me había montado con nuestro delicioso invitado.

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Don Diego se había quedado totalmente desconcertado. Después de su casi-expulsión de la casa de su sobrina, la acogida en la del policía municipal no había resultado menos sorprendente.

La mujer resultó ser la compañera de coche de aquella otra que no llevaba la pegatina de la ITV, y las dos le habían parecido poco menos que dos ninfómanas. La conductora se había lanzado como una posesa a follárselo cuando la cremallera del pantalón se abrió al entrar él al coche. Y la mujer del guardia, que parecía una mosquita muerta, había sido aún peor: primero se tiró a Don Félix y posteriormente al cadete Miguel. Afortunadamente no pareció reconocerlo, probablemente porque por fortuna no se quitó el casco reglamentario en ningún momento con aquel memorable episodio.

Durante la cena miraba curioso a su compañero, no dejaba de preguntarse si estaría al tanto de los desvaríos de su esposa. Aunque bueno, ¿quién era él para juzgar infidelidades? Además, quién sabe si el mismo marido no era también infiel...

Y encima había acabado compartiendo el dormitorio con su hija universitaria, que había imaginado un niñatilla sin importancia pero que resultó ser una mujer hecha y derecha, que no se cortaba un pelo en dormir con un camisón corto en su presencia. Se había despertado dos veces, y se había encontrado sendas sorpresas.

La primera sorpresa fue la presencia de aquella jóven en la otra cama, inocentemente dormida y enseñando sus braguitas. Imaginó que sería la hija del policía que había regresado de improviso, pero le costó entender porque no estaba más cubierta si al acostarse lo habría visto a él allí.

Y por si esto fuese poco, la segunda vez que se despertó se la había encontrado sin bragas y con su coñito juvenil bien expuesto. No conseguía entender nada de aquella situación, pero allí estaba ella prácticamente abierta de piernas, como ofreciéndose a él, con una de sus tetas fuera. Y para colmo se descubrió a sí mismo con el culo al aire, boca abajo, con los calzoncillos bajados. No dejaba de preguntarse si la muchacha lo habría visto de aquella forma. ¡Dios, qué vergüenza! ¿Qué habría pensado de él? ¿Le habría visto también sus atributos si hubiera estado boca arriba en algún momento?

Observó aliviado que los fieles slips cubrían todavía sus nobles partes. Aunque claramente le daba vergüenza estar medio desnudo al lado de aquella muchacha, no podía ignorar lo excitante que resultaba también aquella situación, muy a su pesar la posibilidad de amancebarse con la muchacha cruzó su mente calenturienta. El hecho de sentir la tentación de tirársela allí, en ese instante, le resultó ofensiva, considerando que traicionaba la confianza de su compañero y ahora amigo. Pero a pesar de sus esfuerzos, era increíblemente difícil quitar esa idea de su cabeza al observar aquella preciosa chavala, que estaba como un queso, sin bragas y abierta de piernas. ¿Y si era otra trampa, otro truco?

Bastantes líos había tenido por culpa del sexo en su vida. Además, estaba muy cansado por el día tan duro, así que directamente se levantó y tapó a aquella desvergonzada, acostándose de nuevo. Como era de sueño fácil, rápidamente cayó en brazos de morfeo olvidando que su culo seguía al aire. Esta vez dormía boca arriba, mostrando sólo un poco del vello púbico, al haber sido arrastrado un poco hacia abajo el frontal del calzoncillo. Su polla había comenzado a endurecerse con la visión de la joven desnuda, pero ahora había regresado a descansar en su estado de relajación. Sus exprimidos huevos, que de nuevo habían empezado a quejarse, se relajaron al igual que su poseedor que dormía plácidamente. El pobre maduro no sospechaba que era su compañera de habitación la que en realidad había abusado de él, en cierto modo, y que estaba además al acecho para volver a actuar.

------------------------- O -------------------------

La situación en la que quedó el ajado algodón que cubría las nobles partes de mi compañero de habitación facilitaban mis pérfidas intenciones. Con mis ojos entrecerrados pude observar el notable bulto que se había formado bajo el calzoncillo mientras el maduro me miraba y me tapaba. La polla semierecta había hecho palanca al empalmarse, ¡¡¡y menuda palanca!!!, impidiendo que descendiera la ajada tela también por la parte delantera. Pero conforme el sueño del maduro se iba haciendo más profundo, aquella portentosa palanca se fue relajando, de modo que el estirado algodón cayó permitiendo que apareciese una maravillosa y brillante negrura entre sus piernas, que contrastaba con la camiseta que aún cubría su vientre. Ante mí apareció una maravillosa mata de vello púbico, densa, de pelo suavemente rizado, que le confería al maduro un atractivo irresistible y lo transformaba en promesa de un placer sin límites.

Yo estaba completamente extasiada, y me acerqué de nuevo decidida a aprovechar lo fácil que me lo ponía el destino. Como el calzoncillo ya estaba bajado por detrás, tendía a bajarse también por delante, así que ayudé a las leyes de la física y, sin apenas esfuerzo, deslicé la prenda hasta medio muslo, apareciendo ante mí lo que me pareció la octava maravilla del mundo.

Primero saltó la elástica polla como con un resorte, emergiendo de aquel mar de vello larga cual serpiente, con el prepucio medio cubriendo el glande y reposando sobre un par de magníficos huevos, enormes, rodeados del íntimo pelo que los arropaba. Todo aquel portentoso conjunto horadaba el aire emergiendo entre sus muslos, y dando la sensación de que podía horadar cualquier otra cosa, quizá mi expuesto e inexperto coño. Sentí miedo al imaginar cómo aquella parte de la anatomía de nuestro invitado se podría introducir en mi inocente vagina, y recordé temerosa alguna imagen de revistas porno, o incluso de alguna película, en las que me había parecido imposible que aquellos enormes penes pudiesen introducirse enteros en una vagina de mujer. Y lo que ahora veía en reposo prometía alcanzar en erección un tamaño mayor de los que yo recordaba en aquellas imágenes furtivas.

La idea de montar sobre aquella hermosísima estructura, cual si fuera sillín ó montura, me hizo ponerme bastante nerviosa, y aumentar el ritmo de la respiración. Mi vagina estaba fresca y podía sentir casi todo su trayecto. Sentía el aire entre ellas al separar las piernas, como un vacío que había que llenar con lo que estaba contemplando. Me sentía como la pieza de un puzle que encajaba con aquella otra que se me ofrecía sobre la cama. No me resistí a mis instintos, y decidí poner en práctica lo que mi imaginación me dictaba. Aprovechando que el maduro seguía roncando a pierna suelta, traté de sentarme a horcajadas sobre mi inocente invitado, pero con sumo cuidado.

Mi práctica de gimnasia rítmica me permitió mantener el equilibrio sobre el colchón, a ambos lados de mi querido policía, poniéndome primero de pie para ir bajando poco a poco. Una vez en cuclillas y con mi entrepierna a escasos centímetros de su paquete, mi palpitante vulva notó en primer lugar el roce leve de aquel vello, haciéndome unas cosquillas irresistibles. Poco faltó para que gritase de gusto, porque el roce fue justo a la altura de mi clítoris, que por la posición estaba completamente expuesto. Y es que yo lo tenía bastante acostumbrado a provocarme orgasmos. Aunque todavía no me había penetrado nadie, ni yo tampoco me había atrevido a consolarme de esa manera, si me gustaba masturbarme de forma clitoridiana. Así que este estímulo generó una cascada de placer que me hizo volverme cada vez más imprudente, acercando mi coño a las ofrecidas partes de mi dormido huésped. Notaba ya no solo el crujiente vello, sino un rocecito que seguro correspondía a su polla acariciando mis labios vaginales. Lanzada como estaba, hice que mi coño recorriera la polla de arriba abajo, adivinando divertida y tremendamente excitada cómo debía de estar aumentando de tamaño y consistencia, ya que cada vez tenía que bajar menos para notar como aquel cilindro elástico y calentito rozaba bien mis labios, bien mi clítoris, o bien la cara interna de mis muslos. Me asomé con esfuerzo, y comprobé divertida cómo efectivamente la polla había crecido y mostraba completamente el glande, rosado y húmedo como un fruto prohibido.

Pero llegó un momento en el que dejé de percibirla, así que me agaché más en su busca, pero sólo noté de forma contundente sus peluditos huevos alrededor de mi ano. ¿Dónde estaba la polla? Y entonces la noté, durísima, mientras se incrustaba sobre mi clítoris. Había caído sobre su vientre, y la sentía rotunda en mi coñito, en el centro, y por los lados me sentía invadida por toda aquella espesa mata de vello alrededor de mi coño, mezclándose con el que yo me había dejado después de la dolorosa depilación brasileña.

Aquello fue demasiado para el profundo sueño de mi compañero de habitación, y tras emitir un sonoro ronquido se despertó moviéndose y provocando que me restregase todo aquello que abarcaba mi abierta entrepierna. Me provocó con ello un orgasmo delicioso que me hizo gemir, mientras mi canoso y medio desnudo tiarrón miraba alternativa hacia su atrapada entrepierna y hacia mi, entre sorprendido y asustado. El hombre despertó bastante confuso, sin entender lo que estaba ocurriendo, pero la que sí parecía entender perfectamente lo que ocurría era su polla, que alcanzaba ya una dureza y un tamaño considerable. Esta recorría ahora toda la longitud de mi coño, que la tenía atrapada, con la punta cercana a mi ombligo y la base en la zona de mi periné cercana al ano, que era englobado por sus enormes cojones. Mi coño me estaba pidiendo a gritos restregarse contra aquella maravilla, cuando de repente me acordé de algo.

  • ¡Mis amigas de toda la vida! -exclamé en un susurro.

Nos habíamos hecho la promesa de perder la virginidad las tres juntas, con el mismo hombre, y si seguía por estos derroteros, iba a perderla yo sola esta noche sin contar con ellas. Luchando contra mis instintos más primarios conseguí descabalgarme de mi deliciosa montura.

Mi atónito compañero de habitación me miró sorprendido y, por momentos, enfadado.

  • Pe… pero… pero bueno, ¿a qué juegas? - dijo visiblemente consternado, mientras su polla comenzaba a decrecer a la vez que su ira aumentaba.
  • Ay, discúlpeme -dije sin saber qué responder, pero opté por ser sincera-. No se lo va a creer, pero es que yo… no puedo hacerlo… no lo he hecho nunca.

Su semblante pareció dulcificarse un poco, aunque el mosqueo permanecía.

  • Vamos, vamos, pero si llevas toda la noche magreándome, que te he pillado un par de veces, y ahora estabas restregando tu coño contra mis partes, a ver, ¿a quién vas a engañar?
  • Pues es verdad -respondí casi llorando por la vergüenza y la rabia-. No lo he hecho nunca, pero usted me ha provocado una terrible excitación mostrando sus atributos aquí, al lado mío. Además, debo hacerlo con mis amigas, las tres juntas.
  • ¿Cómo dices? -dijo Don Diego, sorprendido-. ¿Las tres juntas? ¿ a qué te refieres?
  • A que nuestro grupo de amigas hicimos un pacto para perder la virginidad con el mismo hombre las tres a la vez.
  • ¡Joder!, ¡vaya un pacto!, pobre hombre al que le toque.

Me quedé mirando callada mientras pensaba. El pobre agente de la ley seguía ofreciéndome sus increíbles genitales al aire, algo más relajados pero igual de excitantes. Era una oportunidad única, a ver dónde iba a encontrar yo otro tío que estuviese tan condenadamente bien dotado, que fuera tan guapo, tan maduro, tan interesante, y que tuviese, probablemente, tanta experiencia. Yo desde luego quería que me hiciese suya ya, y si para eso tenía que compartirlo con mis amigas del alma, pues que así fuese.

  • Podría ser usted -le dije con una sonrisa picarona.
  • ¿Quién? ¿yo? -exclamó sorprendido y nervioso mi delicioso maduro-. Ni hablar, yo no pienso ofrecerme a ese juego.
  • Vamos, vamos, mi querido huésped, no puede negarse -le respondí poniendo mi poco creíble cara de chantajista-.

Y decidí ser mala. No creo que fuese creíble en ningún momento, dudo que el hombre me tomase en serio, pero si no fue así sólo Dios sabe lo agradecida que estoy por que me siguiese el juego.

  • Si no  acepta le diré a mis padres que ha intentado abusar de mí esta noche.
  • ¡Serás hija de puta! - dijo rojo como un tomate, y tapándose su expuesta desnudez en un gesto como de desafío.

Su pudorosa protesta me resultó terriblemente excitante. No alcanzan las palabras para contar lo guapo que estaba el condenado. Mi coño chorreaba y pedía guerra, ya no podía más.

  • No se enfade, a cambio voy a regalarle un pequeño obsequio -respondí al tiempo que me quitaba de la poca ropa que me quedaba, que era solo mi exiguo camisón.

El pobre se quedó extasiado ante la contemplación de mis senos, que parecían dos pitones de como estaban, y aproveché su estupor para destaparlo y comprobar que de nuevo su enorme polla iba creciendo. Me sentía excitada como nunca, me sentía poderosa, me encantaba tenerlo a mi merced.

Él se dejaba hacer, se veía que de momento al menos había decidió entregarse a mis lascivos manejos. Se recostó hacia atrás apoyando la cabeza en el cabecero de la cama, sin perder de vista la forma en que yo iba acercando mi mano a su enhiesto miembro, Tal como había visto en alguna peli porno, agarré la polla como si fuese una barra de hierro, lo que le hizo dar un respingo.

  • ¡Joder! -dijo jadeando-, se nota que no tienes mucha experiencia. Más suavidad, por favor. Yo te enseñaré -añadió sonriendo.

Me tomó la mano y me la llevó a sus magníficos cojones, los cuales apresé con ansia.

  • ¡Ayyyyy!, ¡joder, eres el colmo! Pero qué rico, mmmmmmm, no recordaba lo agradable que era estar con alguien tan inexperta, tiene su morbo.
  • Es usted un cabronazo -dije aparentando enfado y apretando un poco más los huevos, me molestaba que remarcase de aquella forma mi torpeza de principiante.

Apretaba lo que podía, que no era mucho, mi mano apenas podía abarcar uno de ellos y un poco del otro. ¡Menudos huevazos tenía aquel hombre! Y qué gusto daba apresarlos, sintiendo como se endurecían y se erizaba el vello del escroto. Relajé la mano y percibí mejor la suavidad de aquella parte de su piel, mientras él me miraba sonriendo y deshecho de gusto.

  • Ahora verá -le dije irritada por mi falta de inexperiencia, y dispuesta a demostrar que podía ser un poco más puta.

Me incliné hacia delante y rodeé con mis tetas su enorme polla. Efectivamente le sorprendí, a juzgar por el repentino y profundo suspiro que emitió. Pero más aún me sorprendí yo, porque tras no muchos segundos haciendo que aquella polla me follase el canalillo me sobrevino un inesperado orgasmo, tal era la deliciosa percepción de su duro miembro entre mis senos, y de sus peludos y elásticos huevazos bajo mis tetas. Ahogué un grito, para no despertar a mis padres, mientras clavaba mis ojos en los de mi compañero de cama , extasiada y agradecida.

  • Ufffff -resopló mi ofrecido Guardia aéreo, visiblemente extasiado y divertido con mi orgasmo-. ¿Cómo eres capaz de correrte sólo con eso?, es increíble.
  • Es usted un cabronazo -respondí jadeante cuando me hube recuperado un poco.
  • Mmmmm, me gusta que me insultes -me dijo mirándome de una manera que me hacía sentirme completamente a su merced-, y también me gusta que me trates de usted, el respeto ante todo -añadió con sorna.

Era evidente quién llevaba la batuta. Menudo cabronazo estaba hecho este tío, y menuda calentura me provocaba el que lo fuese. Yo estaba tan terriblemente excitada y confusa, que no sabía qué hacer. Por un lado estaba como loca por sentir cómo sería que este hombre que el destino había puesto a mi lado me hiciera el amor, y por otro lado no quería romper la promesa a mis amigas de hacerlo juntas. Debo ser transparente, porque él se dio cuenta de mi estado de confusión.

  • Vamos a ver, mi querida anfitriona -dijo bastante serio, mirándome las tetas y acariciándome un pezón con una mano como si fuera algo casual-. Creo adivinar que ahora mismo no te importaría que te metiese esta -añadió sacudiéndose la polla con la otra mano.

Aquella forma de hablar tan franca y directa me desarmaba. ¿Que no me importaría? No hombre, no. Estaba loca de deseo por que me la metiese.

  • Yo me siento muy halagado sabiendo que quieres perder tu virginidad con un hombre maduro como yo -continuó con cierto deje de amargura-, pero entiendo tu promesa. Los amigos son los amigos. Pero voy a hacerte una propuesta a ver qué te parece. Esta noche llegamos hasta el final...

Me revolví nerviosa, quise protestar, pero mi cuerpo se negaba ante la evidencia de mi deseo carnal.

  • Escucha, escucha -añadió tratando de apaciguarme-, no seas impaciente, escucha. Esta noche pierdes conmigo tu virginidad, y pasamos un rato estupendo. Y otro día quedamos con tus amigas y hacemos lo propio con ellas. Como ves, así cumples tu promesa de que las tres la perdáis con el mismo hombre. No tiene que ser simultáneamente, digo yo.

La cara de pícaro desarmaba hasta a la más estrecha. Dios! Que difícil era resistirse a aquellos encantos.

  • Si quieres -prosiguió sonriendo maliciosamente-, ese día hacemos como que tú sigues siendo virgen, no tienen porque enterarse. Pero esta noche será sólo para nosotros.

Me quedé mirándolo absorta, desarmada. ¡Este hombre era el colmo! Y tenía toda la razón, yo estaba loca por ser amada por él, aquí y ahora. De la manera que él proponía no traicionaba a mis amigas, nada decía el pacto en cuanto a la simultaneidad. Y debo reconocer que me gustó la idea de hacerme la virginal de nuevo delante de ellas. Aunque más aún me agradaba saber que justo en ese momento me podía entregar a aquel hombre, desnuda, a la merced de la virilidad de aquel ejemplar de macho, solo para mí.

No dije nada, simplemente me abalancé sobre él y nos fundimos en un apasionado beso. Él respondió dándose la vuelta y dejándome boca arriba con él encima, mientras me seguía besando. Su mano se deslizó entonces entre mis piernas y alcanzó mi húmedo y expectante coño, comenzando a masajearlo dulcemente. Será por lo joven e inexperta, pero no tardé nada en tener un nuevo orgasmo mientras sus dedos desplegaban mis labios y jugaban con la entrada de mi chochito, o acariciaban mi clítoris deslizándose arriba y abajo por mi raja. Aquello era pura delicia.

Se incorporó un poco y me miró, que parecía iba a atravesarme.

  • Déjame que mire tu chochito, hace mucho tiempo que no estoy con una virgen.

Y por supuesto que lo dejé, abriendo bien las piernas. ¡Que morbo daba el sentirse observada de esa manera! Acercó su cara, y al notar su aliento frente a mi expuesta entrepierna creí enloquecer de placer. De nuevo sus dedos comenzaron a jugar con mi intima anatomía, centrándose justo en la entrada de mi vagina, y añadió entonces un pequeño lengüetazo que me hizo estremecer. Creí que no recobraría nunca la cordura cuando pasó su lengua lo largo de todo mi indefenso coño, como si estuviera chupando un cucurucho de helado. Cada vez que sentía aquel músculo húmedo y caliente, tan firme, recorriendo mis sensibles labios, creía estar en la gloria. Creí desmayarme cuando subió luego para regodearse haciendo círculos en mi clítoris, o entretenerse succionando cada uno de mis labios. El placer era inenarrable. Recordaba mis masturbaciones y se quedaban en mantillas al lado de lo que este hombre me estaba haciendo sentir .

  • Condenada, tienes un chochito delicioso -murmuró mientras separaba de nuevo mis labios mayores, para atacar directamente los menores con suaves lengüetazos, volviéndome loca de gusto.

Yo le acariciaba la cabeza, deslizando mis dedos entre su hermoso cabello canoso. Y entonces lo hizo. Con un dedo me atravesó el himen, dulce y suavemente, provocándome en principio dolor, que rápidamente se tornó en placer. Era extasiante sentir su dedo jugando ya en el interior de mi vagina, explorando sus paredes. Noté como el dedo entraba poco a poco hasta introducirse entero, y como  comenzaba entonces a sacarlo y meterlo suavemente, sin prisa .

  • Ya? -pregunté expectante-. Ya no soy virgen, ¿verdad?
  • Técnicamente ya no, querida mía- me dijo mientras seguía con el dedo dentro y me sonreía dulcemente.

No pude evitar otro intenso orgasmo en aquel momento. Me sentía completamente entregada a aquel maduro de pelo blanco, que me estaba tomando tan dulcemente y tan pausadamente.

  • Un poco más -añadió.

Y noté como se ensanchaba un poco la abertura de mi vagina al introducir dos de los dedos de aquella manaza.

  • Ay, ay, ay, qué gusto, por Dios -dije, entre jadeos de puro placer-. ¿Cuál es su nombre, señor… señor agente?
  • Me llamo Diego, comandante de la guardia aérea, condenada -me susurró al tiempo que sacaba los dedos.

Advertí entonces que sacaba los dedos y se apostaba sobre mi, acoplando su cintura entre mis abiertas piernas. Sentí como su durísima polla se restregaba por mi húmedo coño, parecía estar recogiendo mis fluidos. Sus huevos acariciaban mi periné. Yo me sentía mejor que jamás en mi vida, me sentía realmente amada en ese momento, casi temblaba de anticipación entregándome a aquel macho.

  • Ay, Don Diego -dije asustada pero tremendamente excitada y anhelante-. ¿Ya me va a penetrar?
  • Creo que es el momento.

Noté el enhiesto miembro en la amplitud de mi expuesta raja. Percibí cómo lo situaba, poniendo el glande sobre la estrenada abertura que me había provocado. Y entonces la metió.

Me sentí como ensartada, no me atrevía ni a respirar, tenía la sensación de que me iba a atravesar. No pude evitar mirar, y vi asombrada que apenas me había introducido el glande. ¡Dios! ¿Cómo sería si me la metía entera? me dio un poco de miedo.

  • -¡Pero no mires, condenada! -me dijo Don Diego-, déjate llevar.
  • Es que es tan grande, y tan dura -dije entre jadeos.

Don Diego se echó a reír divertido ante mi ocurrencia, y noté como hacía un leve movimiento con sus caderas para introducirme su polla un poco más, lentamente. Yo comencé a sentir un agradable cosquilleo por la distensión de mis paredes vaginales, y parece que Don Diego también a juzgar por la cara que estaba poniendo. Prosiguió con sus movimientos de introducción, centímetro a centímetro, atento a mi reacción, mirándome con dulzura y deseo hasta que finalmente sonrió de pleno, como más relajado.

  • Ya está, ya no eres virgen -comentó quedamente.

Entendí que me había metido la polla al completo, desde luego la sensación en mi vientre era de plenitud.

  • Oh, Don Diego, qué sensación más deliciosa y extraña -le dije arrobada, sintiéndome plena, satisfecha, repleta de placer y amor.
  • Pues ahora viene lo mejor -dijo divertido, y comenzó a sacarla unos centímetros, para volver a meterla de nuevo.
  • Oooohhhhh -exclamé loca del placer que estaba sintiendo con cada movimiento de entrada y salida.

Don Diego seguía haciéndolo. Primero lentamente, para ir aumentando progresivamente el ritmo de aquel delicioso vaivén. Noté su espeso vello fundiéndose con el mío cuando me la metía hasta el fondo, a la vez que sus huevazos golpeaban mi culo, rozando mi esfínter y provocándome un placer adicional. Me abracé a su ancha espalda, y él se acopló sobre mí, haciéndome sentir el delicioso peso de su cuerpo sobre el mío. Aún llevaba puesta la camiseta de tirantes, y se la subí hasta los sobacos para sentir plenamente aquel pecho de macho sobre mis tetas. Reparé en sus anticuados calzoncillos, que aún llevaba bajados hasta las rodillas, y extrañamente aquello me gustó muchísimo más, me resultaba tremendamente excitante ser follada por un macho maduro con ropa interior de principios del siglo pasado. ¡Era puro placer este maldito Don Diego en todo lo que hacía o tenía!

  • Toma, condenada, toma pérdida de virginidad -me decía Don Diego, fuera de sí, mientras me penetraba-. ¿Querías polla? ¡Pues yo te voy a dar una buena ración!

Yo me sentía expandida, mi vagina me provocaba espasmos de placer que se confundían con el que me transmitía mi clítoris, y tuve que hacer un tremendo esfuerzo para que no me escuchasen mis padres, pues de buena gana hubiese gritado a pleno pulmón.

Noté que Don Diego cambiaba la cadencia del ritmo a ratos, a veces me enterraba la polla hasta el fondo y la dejaba allí reposando un instante, para luego reanudar el mete-saca feroz. Otras veces levantaba el pecho apoyando las manos en la cama, y sacaba entera la hermosa y húmeda polla para que yo pudiese admirarla, y se dedicaba a follarme solo un poco con la cabezota, o la restregaba sobre el clítoris. Me estaban volviendo loca estos trucos de viejo experimentado en el arte de amar. Pero llegó el momento en inició un frenético mete-saca que parecía que no iba parar, y que consiguió llevarme al éxtasis completo. Me llegó el mejor orgasmo de mi vida cuando la follada era casi brutal, creí desmayarme de placer, y sólo un momento más tarde Don Diego paró en seco, mordiéndose los labios, elevando el tronco, y metiéndome la polla hasta el alma. Noté como la polla había entrado hasta lo más profundo, y como mi vagina se inundaba de un líquido caliente, mientras mi desvirgador gemía y reanudaba las acometidas. A cada golpe me volvía a llenar de aquel elixir que pensaba iba a salirme por todos los poros de mi piel, y me hacía subir al cielo.

Finalmente el guardia acabó relajándose, y se dejó caer con todo su peso sobre mí, resoplando y jadeando.

  • ¡Menudo polvazo, condenada, menudo polvazo! Ya no eres virgen.
  • Ya no soy virgen, Don Diego -repetí yo-. Y no sabe lo encantada que estoy de haberlo hecho con usted -añadí con la respiración entrecortada y abrazándolo fuertemente.

Permanecimos un rato en esa posición, ambos sudorosos y abrazados, con mis manos apretando contra mi cuerpo aquella máquina de dar placer. Cuando finalmente me la sacó quedé maravillada de nuevo al ver aquella tremenda polla que acababa de terminar con mi virginidad, estaba húmeda, brillante, mojada de semen y de mis jugos vaginales, que además se derramaban de mi recién inaugurado coño.

Enseguida se quedó dormido a mi lado, tal como estaba, en camiseta de tirantes y con los calzoncillos Ablasonado en las rodillas. Pronto yo seguí su ejemplo y me quedé dormida a su lado, abrazado a aquel portento, hasta que amaneció. Afortunadamente me desperté temprano, sintiéndome muy satisfecha y plena, prácticamente enamorada, pero me cambié rápidamente a la otra cama temiendo que fueran a entrar alguno de mis padres y nos pillasen. Me puse mi camisón y mis bragas, y cubrí al dormido Don Diego con la sábana para que no quedasen expuestos semejantes atributos. Me volví a quedar dormida, profunda y dulcemente, sin dejar de pensar en aquel hombre que me acababa de hacer sentir tan bien.