El anacrónico tito Diego. Capítulo 16
Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original
La sobrina del comandante también regresó contenta a su casa, imaginando encontrarse allí a su querido tito. En el trabajo Don Enrique ni le había dedicado una de esas miradas suyas que hacían que mojase las bragas. Pero al llegar se encontró en el contestador una noticia inesperada: su tía iba a pasar unos días en su casa para unas compras, y estaba a punto de llegar. Y no era una tía cualquiera, sino la exmujer del tito Diego, de modo que era imposible alojarlos a los dos a la vez, y mucho menos habiendo hecho de su tío uno de sus amantes. De hecho lo mejor era que ni se viesen, lo mejor era que la tía no llegase a sospechar siquiera que el tito Diego había estado en aquella casa.
Le entró un nerviosismo considerable, muy probablemente el tito también estaba a punto de llegar, tenía que pensar rápido, ¿dónde iba a enviar al tito Diego? ¿cómo iba a esconder sus cosas para que no las viese la ex? ... La cabeza le iba a estallar, recorría la casa pensando rápido pero sin decidirse a hacer nada, y justo en eso que sonó el portero eléctrico, y era precisamente tito Diego que regresaba de la Academia.
- Espera, espera, tito, que bajo…
- ¿Cómo que bajas? ¿No me puedes abrir?
- Espera, tito, que es importante -respondió ella sin tener muy claro que iba a decir cuando bajase.
Bajó corriendo por las escaleras, no quiso ni perder el tiempo con el ascensor, y se encontró abajo al tito Diego con cara de preocupación, pero tremendamente guapo. Esos pantalones ajustados dibujaban una figura de infarto, especialmente sin calzoncillos. Sus bragas se mojaron sólo con el recuerdo de lo que había pasado aquella mañana mientras se vestía.
Le contó rápidamente la verdad de lo que pasaba, haciendo hincapié en que su ex estaba a punto de llegar. Tito Diego se puso blanco, y luego rojo de ira, como tanto le gustaba a ella. Se tuvo que contener para no bajarle la cremallera allí mismo, sacarle la polla y chupársela a gusto. Aquel hombre la tenía trastornada de deseo.
- ¡Joder, joder! -dijo su atribulado tío mientras se pellizcaba maquinalmente sus huevos, como adivinando los pensamientos de ella- ¿y ahora dónde voy a ir? Te juro que creo que tu tía lo hace a propósito, se habrá enterado de algo.
Don Diego pensó hasta en el episodio del área de descanso, a ver si iba a ser alguna encerrona de su vengativa exmujer.
- ¿Y la Academia, tito?
- Pues nada de nada, está hasta arriba con los cadetes.
Ninguna de las soluciones que proponía la sobrina le gustaba al tío. Ni un hotel, ni la casa de ningún amigo de él, ya que no tenía ninguno en esa ciudad, ni ninguna amiga de ella. Ya no se le ocurrían más soluciones cuando se acercó el vecino de arriba, el Policía Local de Caballería, que acababa de llegar. Venía de paisano ya que el uniforme olía bastante a caballo y lo había entregado en la lavandería.
- Buenas tardes, disculpen -dijo amablemente el vecino cuadrándose y saludando, lo que dejó perplejos a tío y sobrina-. Soy casi compañero, comandante -añadió observando los emblemas que lucía Don Diego- exactamente de la Policía Local, sargento Medina, a sus órdenes -y de nuevo se cuadró y saludó.
- Encantado, sargento -dijo Don Diego cuadrándose y saludando a su vez, proyectando hacia delante su enorme paquete al ponerse firme.
El sargento no pudo evitar observar la entrepierna del oficial de Tráfico aéreo. ¿acaso no llevaba calzoncillos? Porque menuda manera de marcar paquete. La verdad es que los de Tráfico tenían fama de ligones, apareciendo en el imaginario colectivo de chistes y leyendas urbanas junto a los butaneros y fontaneros, en relación a su facilidad de satisfacer señoras insatisfechas o aprovecharse de controles de alcoholemia.
- Pues verá, querido comandante, no he podido evitar escuchar la conversación de ustedes y me parece que está en apuros. Y yo puedo ofrecerle mi hospitalidad, lo que sea por un compañero de los cuerpos y fuerzas de seguridad.
Don Diego se quedó con la boca abierta, y su sobrina sonrió de oreja a oreja.
- Pues claro, tito, todo solucionado, bueno, me parece a mí… -dijo enseguida la sobrina.
- No quisiera abusar de la buena disposición de usted, sargento -dijo Don Diego.
- Para nada, no se hable más, recoja sus cosas y venga. Quinto izquierda. Ya está tardando.
Don Diego intentó protestar, no estaba convencido del todo de mudarse a casa de un perfecto desconocido, pero la sobrina y el sargento no le dieron opción, así que finalmente aceptó. Ella suspiró aliviada, y subió con su atribulado tío a su casa, ayudándole a recoger sus escasas pertenencias, sin olvidar los slips que ya estaban secos.
- Tito, tendrás que pedirle al capitán Díaz que te devuelva los otros… - dijo ella con una pícara sonrisa.
Él se la quedó mirando iracundo de nuevo. No se encontraba nada cómodo con la situación.
- Calla, calla, que a veces pienso si no estarás tú confabulada con tu tía...
- Anda, tito, no digas tonterías, después de lo que hemos compartido.
- Eres una lianta y un buscona -respondió él bastante enfadado-. ¿Sabes?, me alegro de irme de aquí -añadió al tiempo que salía dando un portazo.
Don Diego llegó a casa de su benefactor y tocó en la puerta con cuidado, estaba realmente avergonzado. El sargento Medina lo hizo pasar a una habitación que tenía dos camas.
- Es la de mi hija, que está en la Universidad, pero no viene en unos días, no se preocupe.
- ¡Que verguenza! -respondió Don Diego iniciando una retahíla de disculpas
- ¡No pasa nada, compañero! Pasa y ponte cómodo, en un rato vendrá mi esposa y comeremos -respondió el sargento pasando al tuteo y dando unas palmaditas a su compañero en la espalda.
La esposa se quedó realmente sorprendida cuando llegó y se enteró. Su marido era dado a las decisiones irreflexivas y al exceso de amabilidad, especialmente cuando se trataba de compañeros de su cuerpo o de cuerpos afines. Estaba elaborando mentalmente las recriminaciones mientras oía a su marido, pero cambió rápidamente de idea, y se ruburizó incluso, cuando se enteró de que el compañero en cuestión era un vecino. ¿Sería posible que fuese el propietario del magnífico paquete que le había sido mostrado en el patio la tarde anterior? Y su coño reaccionó con un respingo al ver a Don Diego salir de la habitación de su hija, ataviado con su ajustado uniforme. Ese bulto en la entrepierna, bajo el pantalón, no era fácil de olvidar. ¡Dios, era el mismo Guardia aéreo que se había tirado a su compañera de trabajo en el control de carretera! ¿Y si además resultaba ser el mismo vecino de patio? No lo creía posible, sería un regalo del destino que semejante ejemplar de macho compartiera su mismo techo, aunque fuera con su marido. Algo se le ocurriría… Por hoy se daba por satisfecha después de los dos polvazos recibidos por los compañeros de su huésped, pero ya llegaría el momento…