El anacrónico tito Diego. Capítulo 15

Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original

Una vez acabó el brillante acto de entrega de botas, se procedió al sorteo de tríos. Había que asignar una pareja de veteranos a cada uno de los flamantes cadetes para salir juntos de patrulla en su primera misión oficial. Y los ruegos a los dioses del cadete Miguel se cumplieron, iba a salir de patrulla con el capitán Díaz y el comandante Don Diego.

  • Joder, Miguel, menuda suerte -le dijo un compañero dándole un codazo-. Te vas con el instructor y el comandante, te van a tener mimadito del todo.
  • No me puedo quejar, no señor -dijo el cadete Miguel siguiendo con la mirada a sus dos admirados oficiales, que ya se dirigían al garaje a coger las motos.

Se sentía eufórico y poderoso, observando a los oficiales subirse a la moto alzando sus botas, con el inadvertido recuerdo de su placer sobre ellas. Y especialmente grato le resultaba el sentir directamente sobre su excitada polla el algodón de los calzoncillos de Don Diego, ya que se los había metido directamente en su paquete. Era un poco aventurado, ya que su paquete había aumentado notablemente de magnitud, no sólo por el espacio que ocupaba la apreciada prenda, sino también porque el empalme consecuente de su polla resultó inevitable, pero el riesgo merecía la pena, la situación le resultaba terriblemente excitante. Menos mal que la hechura del pantalón de montar era algo ancha y disimulaba algo su estado.

  • Vamos, cadete, que nos esperan en un control -le dijo el capitán, mirándole avergonzado después de la mutua paja que se habían hecho tras contemplar al comandante meando en los vestuarios.

El capitán montaba espléndido su moto mientras lo esperaba, llegando con sus brillantes botas al suelo, pleno de virilidad y autoridad. No estaba menos espléndido Don Diego, manejando la moto con soltura. Al verlos a ambos a horcajadas en sus rugientes BMW, con los cascos abatidos, le recordó una imagen propia de los mejores agentes de carretera del mundo, no teniendo nada que envidiar a los de California ó a la Gendarmerie francesa.

El cadete fue a buscar su moto, se calzó su casco y salió tras sus profesores camino de su primera patrulla de Tráfico. Le encantaba sentir el cuero del asiento de la moto bajo su entrepierna, y cómo silbaba el viento alrededor.

Tras varios kilómetros el capitán hizo una señal y salieron de la autovía para meterse por una carretera secundaria, para terminar en un área de descanso de las que se construían antes en las carreteras nacionales. El capitán y el comandante aparcaron las motos bajo la sombra de una encina, gesto que fue imitado por el cadete, y el oficial de más alto rango se dirigió serio a sus dos subordinados.

  • No se si recordarán ustedes que en estas áreas era costumbre montar controles, especialmente para los camiones voladores.
  • Sí, mi capitán -dijo el cadete solícito y recordando con entusiasmo-. Me gustaba mucho ver como se subían al pescante de la cabina mientras les pedían la documentación.
  • Pues vamos a hacer lo mismo, pero con algúno de los voladores utilitarios. Por estas carreteras nacionales ya no pasan los camiones, y para ser su primer día de patrulla procuraremos hacer algo sencillo, simplemente para que vea en la práctica el procedimiento que le han enseñado en la academia.
  • Sí, mi capitán -le contestó sin dejar de pensar en lo atractivo que resultaba aquel hombre, tan pleno de autoridad, y que un rato antes se había corrido salvajemente en su presencia.
  • A sus órdenes, mi capitán -añadió también Don Diego, cuadrándose y proyectando su enorme paquete al sol.

Cadete y capitán no pudieron evitar mirar furtivamente a aquel pedazo de hombre a la altura de la entrepierna, efluvios de admiración hacia el macho parecían salir al unísono de ambos.

  • Ahí llega un coche, mi capitán -señaló entusiasmado el cadete.
  • Pues salga usted a indicarle que aminore la marcha y entre en el área de descanso -le indicó Don Félix.

El coche elegido iba ocupado por dos compañeras de trabajo, que iban hablando afanosamente acerca de su jefe y no se habían percatado de la presencia del joven en mitad de la carretera.

  • ¡¡¡Ahhhhh!!!, ¡frena! -gritó la copiloto al ver al agente a escasos metros-. ¡frena!, ¡frena!
  • ¡Joder!, ¿de dónde ha salido? -dijo la conductora pegando un sonoro frenazo.
  • Mira tú por donde te van a parar, tú y tus ideas de que por aquí no pasaba ya nadie, que todo el mundo se iba por la autovía y los de Tráfico aquí ni aparecían.
  • Anda, calla, no te quejes, que bien que te gustan estos guardias aéreos. Mira, este es jovencito, tiene toda la pinta de estar recién acabado. ¡Que pena! - dijo riendo socarronamente-. Sé que a ti te gustan más bien maduritos, pendona -añadió dándole un codazo.

La copiloto no estaba para muchas bromas, por el nerviosismo a consecuencia del frenazo, al contrario que la conductora, que seguía la charla animadamente.

  • ¡Andá! -dijo-. Juraría que es el mismo muchacho que estaba esperando en tu portal esta mañana cuando saliste de casa. ¿No había un coche de Tráfico en la puerta? ¡Pues menudo  paquete se gasta el chaval! ¡Mira que está buenorro!
  • ¡No digas tonterías, que te va a escuchar! Mira, que te hace señales para que entres a esa área de aterrizaje.

Descendieron con suavidad el medio metro que las separaba del suelo, y aterrizaron en la decrépita pista, entre los árboles.

  • Buenos días -dijo el cadete Miguel acercándose a la ventanilla. Si son tan amables acerquen el coche a los árboles.
  • Buenos días, agente -le dijo la conductora sonriendo.

Aparcaron el coche a la sombra, casi al lado de las tres motos, y sólo entonces advirtieron la presencia de los dos oficiales.

  • Joder, compañera -dijo la conductora-. Esto es un supercontrol. Dos jefes y un novato. ¡Coño! ¡Y qué repegados que van todos! -añadió al advertir los ajustados pantalones de Don Diego y Don Félix-, hay que ver cómo les gusta marcar paquete, ¡si es que en el fondo son unos macarras!
  • ¡Calla, por Dios! Que te van a oir.

Don Felix se acercó profesional al coche volador nada más detenerse este, bastante molesto por la parada brusca que acababa de hacer.

  • Buenos días, señorita -saludó dejando traslucir su mal humor-. Debería ir usted más pendiente de la carretera, poco ha faltado para que lesionara a nuestro futuro agente.
  • Ay, agente, usted perdone. Me habré deslumbrado por el sol, y en esta zona tan poco transitada…
  • Pues haga el favor de entregarme su documentación -le dijo todavía enfadado.

La conductora abrió la guantera en busca de los papeles, sin mucho éxito, al tiempo que su amiga no dejaba de reprocharle su desorden.

  • Calla, anda tía, no me pongas más nerviosa -dijo la conductora susurrando-. Ya me pone de sobra el viejo verde este, que no quita ojo de mis piernas.
  • Claro, te pones una minifalda y te inclinas a este lado para enseñarle hasta el carné de identidad, ¿que quieres que haga el pobre? -respondió sonriendo con malicia su amiga.

Y al fijarse en el capitán observó que efectivamente parecía que iban a salírsele los ojos por sus gafas, embobado en la entrepierna de su compañera, que por la postura que había adoptado para acercarse a la guantera y la escasa tela de su minifalda, seguro que le estaba ofreciendo todo su esplendoroso culo a su vista.

  • Además seguro que llevarás un tanguita, so guarrona -continuó la amiga con malicia.
  • Calla ya, pendón, a ver qué llevas tú hoy puesto -contestó la conductora al tiempo que aprovechaba su postura para subir la minifalda de la amiga creyendo que Don Félix no lo podría notar-. ¡Pero si también llevas llevas un tanga, putón¡¡¡

Pero Don Félix había inclinado un poco la cabeza y pudo seguir la maniobra. Y se estaba quedando sin respiración viendo el juego que se traían las dos ocupantes del vehículo. Si la conductora le estaba mostrando todo su culo (que era bastante hermoso, por cierto), ahora era la otra la que le enseñaba casi su coño. ¡Joder!, las dos usaban tangas, y ahora estaba viendo cómo la tira de la prenda se introducía por la raja del culito de la conductora.

Su polla comenzó a notar la aspereza de la tela del pantalón de servicio, recordándole que no llevaba calzoncillos, se había quitado los de Don Diego y no conseguía recordar que había hecho con ellos, hasta que le vino la inspiración.  Los había tirado a la papelera cuando el cadete advirtió que los llevaba, para disimular. Se apuntó mentalmente recogerlos cuando regresara, la limpieza no pasaría hasta el día siguiente.

  • A ver, ¿dónde está la pegatina de la ITV? -restalló Don Diego por la otra ventanilla, sacando a Don Félix de su ensoñación y consiguiendo que este lo mirase bastante disgustado por la intromisión-. Según la matrícula ya tendría que haberla pasado -añadió tratando de justificarse ante su superior, y para que tomase nota el cadete, que se estaba acercando al vehículo desde su posición en la carretera.
  • ¡Joder, cadete, no abandone su posición! -gritó iracundo Don Félix dándose a la vez cuenta de que había perdido un poco los estribos.
  • Creo que es bueno que el cadete aprenda lo que hay que hacer en estos casos, mi capitán -apostilló Don Diego, que no entendía el cabreo del oficial.

Las mujeres seguían atónitas y divertidas la conversación, especialmente la conductora. A ella siempre le habían causado cierto temor la presencia de los Guardias aéreos en esos cielos de Anacron, pero en este caso su atracción morbosa hacia aquellos tres machos superaba con creces su miedo. Le gustaba cómo creía estar excitando al que parecía el jefe, que era un dechado de autoridad y virilidad. ¿Era una ilusión, o su tanguita se estaba mojando? Porque el que sí estaba mojando sus pantalones era aquel a quien llamaban capitán, mostrando una mancha que iba aumentando de tamaño en aquel tremendo paquete que proyectaba al ponerse firme, mientras discutía con el otro guardia que había aparecido por la ventanilla de su compañera.

Y por cierto, menudo paquete mostraba el segundo guardia, aquello no podía ser. Probablemente se habría puesto unas calcetines hechos un puño para presumir, eso lo hacían mucho los tíos. Su compañera de coche no perdía tampoco detalle de aquella aparición, a juzgar por cómo miraba a través de la ventanilla.

¿Y qué decir del tercero, el más jovencito? Se había parado en seco tras la recriminación del jefe, y había adoptado una posición erguida que realzaba lo espléndido de su figura y lo abultado de su entrepierna.

  • Claro, deje que se acerque -dijo la conductora con malicia, divertida ante el giro que estaba tomando la situación.
  • Usted cállese, señorita, haga el favor -respondió el capitán Díaz siendo cortante y amable a la vez, no tenía más remedio que darle la razón a Don Diego-. A ver, dígame -continuó dirigiendose ahora a la conductora-. ¿Ha pasado la ITV?
  • Claro que sí, capitán -contestó ella solícita-. Tengo la hoja en la carpeta, que debe estar detrás. ¿Te importa dármela, compañera?
  • ¿Yo? ¿no es más fácil que la cojas tú? -contestó la amiga visiblemente contrariada al perderse la maravillosa visión que le estaba ofreciendo Don Diego.

Se sentía en la gloria, con lo que le gustaban a ella los Guardias de tráfico aéreo, y aquí estaba con dos de ellos, uno a cada lado de las ventanillas, mostrando sus apretadas braguetas a la altura de sus manos…, y de su boca. El que tenía a pocos centímetros de su cara, y que a cada movimiento parecía exhibir lo que escondía su pantalón, era ya de locura. Estaba pensando en cómo iba a masturbarse con esa deliciosa imagen, cuando su compañera la había sacado de sus ensoñaciones.

  • Tía -le dijo la conductora casi susurrando-, hazme ese favor, que estoy intentando controlar la situación.

La amigo entendió entonces que lo que le pasaba es que no quería perderse el maravilloso espectáculo que le estaban ofreciendo aquellos dos servidores de la Ley, y se ve que se lo estaba pasando bastante bien, a juzgar por la cara de satisfacción que mostraba.

  • Eres una salida -le contestó también susurrando y saliendo ya hacia el maletero mientras Don Diego se apartaba de la puerta.

!Pero que condenadamente atractivo estaba este Guardia! pensaba mientras lo veía apartarse. Estaba de infarto con aquellas botas que le llegaban hasta las rodillas, los pantalones tan ajustados que parecían una segunda piel, la chaquetilla ajustada a su cintura, y el casco con la mentonera abierta. Mostraba un rostro de hombre ya maduro, pero bastante guapo. Encontró la carpeta con los documentos y se los entregó a Don Diego.

Don Félix se acercó entonces para examinarlos, permitiéndole a ella admirar aquella manera de andar, que parecía ofrecer su paquete a cada paso (incluida la inoportuna mancha). Las botas de Don Félix rivalizaban en brillo con las de su compañero. ¡Menuda pareja! Otras veces, cuando había visto una pareja de Tráfico, siempre alguno de ellos no le había gustado, pero estos dos estaban para comérselos enteritos. Finalmente encontraron en la carpeta el recibo del seguro, el permiso de circulación y la tarjeta de inspección técnica, que contenía la pegatina de la ITV.

  • Aquí está la pegatina, debería de ponerla en el parabrisas, Señorita. Si no la vamos a seguir parando.
  • Pues ahora mismo voy a ponerla -se ofreció la conductora.
  • No, déjeme, yo mismo se la pongo -dijo Don Diego al tiempo que, repentinamente, se introdujo en el coche, en el asiento del copiloto, dejando absolutamente sorprendidos a todos.

El primer sorprendido fue el capitán, ya que no era habitual que un guardia, y mucho menos un comandante, se prestase a hacer esa maniobra. Se imaginó que era para ser galante, e incluso se sintió celoso por no habérsele ocurrido a él antes. No paraba de mirar a ambas, no estaban nada mal, y ese juego que habían hecho con las minifaldas lo habían puesto bastante burro.

La segunda sorprendida fue la acompañante, que no se lo esperaba, y se sintió terriblemente celosa de su compañera, porque aunque ella veía desde fuera del coche la deliciosa perspectiva que el oficial de Tráfico le ofrecía, era como un sueño ¡tener sentado al lado a semejante guardia de tráfico áereo, con su flamante uniforme!

Y la tercera sorprendida, y en mayor magnitud, fue la conductora. Al ver a semejante tiarrón ocupando el asiento a su lado casi se le salieron los ojos de las órbitas, aunque el sumun fue lo que ocurrió a continuación, que hizo que casi se le parara el corazón.

Las maniobras de Don Diego tratando de colocar la pegatina en su sitio causaron un efecto secundario en su entrepierna. Su paquete se movía extraño con las maniobras del comandante, aprisionado por la apretada tela, a punto de estallar, y finalmente encontró el camino hacia el exterior. La Física tiene sus leyes, y el llevar unos pantalones de una talla inferior favoreció su cumplimiento, así que al tiempo que el esforzado oficial calculaba la mejor manera de situar la pegatina, la cremallera se fue abriendo de arriba abajo cediendo a la presión interior. Primero asomó su espeso vello marrón oscuro, que afloró como de un manantial, a continuación apareció la polla, que cayó lánguida sobre el lado izquierdo, y finalmente acabó el show con la exposición del testículo derecho, triunfal. El comandante Don Diego no era consciente de la traición que la bragueta le estaba jugando, aunque sí percibió cierto alivio en sus nobles partes al sentirlas menos aprisionadas y más frescas, tal como solía percibirlas con sus queridos calzoncillos. De esa manera, mientras continuaba haciendo pruebas con la pegatina sobre el cristal, ofrecía a su extasiada compañera de coche visiones diversas de sus expuestos atributos. Lo mismo la polla aparecía centrada, y entonces el enorme huevo desaparecía entre la tela, o caía hacia la derecha, haciendo que apareciese el huevo izquierdo. Movíase con ella aquel delicioso vello, rodeando siempre el viril miembro, tan apetecible…

Un esfuerzo extra de Don Diego con la pegatina hizo lo hizo casi saltar sobre el asiento, y con el impulso la polla efectuó un gracioso movimiento que puso a la conductora completamente fuera de sí, haciendo que perdiese totalmente el control y apoyase la mano sobre aquel hermoso aparato.

Don Diego se quedó completamente paralizado al notar que tocaban su expuesto miembro, y miró incrédulo a su apresada polla y a su captora, alternativamente, sin saber qué hacer ni qué decir. La que sí supo qué decir fue aquella parte de su anatomía, y se expresó con una tremenda erección que excitó aún más a su captora. Don Diego no entendía cómo había llegado a esta situación, pero no se le pasó por la cabeza parar las maniobras, y se dejó llevar por el placer a pesar de que sus huevos, como eternos testigos de sus andanzas, comenzaron a quejarse ante la posibilidad de otra descarga de semen.

Visto como se estaban desarrollado los acontecimientos, la conductora se dejó llevar también y decidió no perder el tiempo. Aprovecho la oportunidad que e le brindaba y siguió jugando con aquellos portentosos atributos, acariciando con la otra mano el escroto, acallando al instante las quejas que los huevos enviaban a Don Diego. La maniobra acabó haciendo daño al comandante, cuando la delicada piel pasó por entre el acero de la cremallera…

  • Uyyy -dijo Don Diego, entre suspiros de placer.
  • Ay Dios, perdón si le he hecho un poco de pupa, pero eso se arregla con un poco de saliva, contestó ella aplicando su lengua sobre el expuesto escroto, haciendo que su dueño se retorciera de gusto.

Desde fuera su compañera y Don Félix no perdían detalle, incrédulos y sin saber qué hacer o decir. Y también envidiosos, pues a ambos les hubiese gustado ser los que estaban dentro del coche. El capitán lo demostraba con un intenso empalme que empujaba su ajustado pantalón, y que volvió a la copiloto loca de deseo. En ese momento no podía pensar ni en su marido, ni en que estuviese en presencia de tantas personas, ni en la posibilidad de que apareciese alguien más en el área de descanso. Sólo tenía en la cabeza un loco deseo de ser poseída de aquello que se ocultaba bajo el pantalón del capitán.

Y se dejó llevar, abalanzándose sobre la entrepierna del capitán, emulando así a los ocupantes del vehículo. Bajó la cremallera de un tirón, y la enorme polla de Don Félix saludó al aire con un respingo como si tuviese un resorte. No le pasó desapercibido que la de Don Diego era más grande, pero desde luego eso no disminuyó ni un ápice sus intenciones de aprovecharse de la situación, ¡por fin iba a montárselo con un auténtico Guardia de Tráfico aéreo, y en mitad de un control! Así que, agachándose, se metió la polla de Don Félix en la boca, saboreándola intensamente. Don Félix se dejó llevar también al igual que su compañero y se dejó hacer, comenzando a gemir como un poseso.

El cadete no podía ver nada desde su posición, pero ante los extraños ruidos que le llegaban claramente desde el coche, y visto que no pasaba ningún otro coche por la zona, se acercó de nuevo. Se quedó de piedra al ver a Don Félix, de pie, polla en ristre, dejándose hacer una mamada por una de las ocupantes. Nunca hubiese pensado que eso pudiese ocurrir fuera de las películas porno. Y más perplejo aún se quedó cuando, ya más cerca del coche, vio a Don Diego sentado y casi berreando de gusto mientras la conductora le comía la polla y los huevos.

  • ¡Joder! Menuda pareja de sinvergüenzas están hechos -dijo el cadete para sí mismo, al tiempo que su polla emulaba a la de sus superiores llenándose de sangre arterial.

Tenía fuertes dudas sobre qué debía hacer, quizá lo más correcto sería apartarse y no quedarse allí de mirón. Pero al mismo tiempo se decía que era aquel el momento de mostrarse tímido y vergonzoso, la oportunidad de disfrutar de aquel espectáculo, y quien sabe si quizás unirse, no iba a presentarse jamás de nuevo. “No es tiempo de cobardes”, se dijo sacando su miembro pensando en hacerse una buena paja observando como la pareja de oficiales se beneficiaba a la pareja de señoritas. “A la mierda si se lo toman mal, a la mierda si me arrestan”, reflexionaba al tiempo que descapullaba su hermosa polla. Se colocó detrás de de Don Félix y a cierta distancia, ya que prefería que no le viese, especialmente después de lo acontecido en los vestuarios.

Pero la que sí lo vio fue la copilota, y no le pasó desapercibido que el cadete estaba muy bien provisto por la Naturaleza. La excitó sobremanera ver como comenzaba a masajear lentamente su joven instrumento. Loca de deseo, desabrochó el cinturón y el botón de los pantalones del capitán, y se los bajó hasta las rodillas, dejando a la vista del cadete el bien conformado culo de Don Félix. La devota mamadora comenzó entonces a masajear aquellos glúteos sin parar de comer la polla y los huevos, lamiendo ambos con fruición y chupándolos como si fueran caramelos, y sin dejar de mirar la polla y los ojos del cadete. Don Félix creía volverse loco de placer.

La temperatura era igual de alta en el interior del coche. La conductora, con su coño a mil por hora, dejó la mamada a Don Diego y quitándose ella misma el tanga se sentó a horcajadas sobre el comandante. Don Diego no se inmutó, dejó que su enorme polla fuese tragada totalmente por el mojadísimo coño, de una sola vez, hasta que el periné de la mujer chocó con sus huevazos (y parte de la cremallera de los pantalones). Empezó ella entonces la cabalgada, con un ritmo endiablado de sube y baja que hacía gritar al entregado Don Diego que, cosa curiosa, todavía tenía puesto el casco.

Al ver lo que había hacía su compañera con Don Diego, a la copilota le entró el mismo apetito. Agarró a Don Félix por el culo y lo arrastró hasta el coche, abriendo la puerta trasera y echándose ella en el asiento, boca arriba y con las piernas bien abiertas. Tuvo la precaución de quitarse el tanga antes, no fuera a romperlo aquel tiarrón, que tenía toda la pinta de poder hacerlo. Al cadete Miguel los ojos se le salían de las órbitas, viendo extasiado como aquella mujer llevaba al jefe de la Academia a su antojo, con los pantalones bajados hasta las botas, y también  curiosamente con el casco todavía puesto. El oficial se aposentó entre las piernas de la hembra y comenzó un rítmico mete-saca, haciendo que aquel portentoso culo se contrajera a cada metida, y se relajara a cada sacada. Ofrecía así al cadete un delicioso espectáculo, provocándole una fenomenal excitación. Le costó un trabajo ímprobo contenerse y no abalanzarse y frotar su joven polla sobre aquellos hermosos glúteos, eso sí que hubiese acabado en arresto, o en un puñetazo. Ya había sido bastante el atrevimiento de sacarse la polla, aunque no estaba seguro de que Don Félix se hubiera percatado siquiera de su presencia, seguro que no le iba gustar verlo allí.

Pero Don Félix sí que se había percatado de todo, y estaba feliz de poder lucirse delante del cadete y de haberlo calentado hasta el punto de hacerse una paja allí mismo. Después del ambiguo episodio de los vestuarios, estaba encantado de demostrarle que era un buen ejemplar de macho cuando se le ponía una tía a tiro, y procuraba magnificarlo haciendo que la follada fuera especialmente salvaje. Se sentía en ese momento especialmente orgulloso de su virilidad, maravillado de que el cadete hiciese de mero espectador mientras se pasaba por la piedra a aquella tiarrona tremenda.

La receptora de aquella follada estaba en la pura gloria, sintiendo a cada embestida de la enorme polla de Don Félix un pequeño orgasmo, dentro de una fase de meseta en la que se mantuvo hasta que el capitán aumentó frenéticamente el ritmo, clavándosela hasta lo más profundo, y empezó a gritar como un poseso llenando su coño de semen. Ella lo acompañó con un enorme grito de placer que se hubiese oído desde la carretera si hubiese pasado alguien en ese momento.

A pesar de haber comenzado antes, sus compañeros de juerga seguían aún con el mismo ritmo de sube y baja, disfrutando extasiados del momento. La copilota estaba maravillada de aquel portento. ¿Cómo era posible que aquel maduro oficial, del que no sabía por supuesto el nombre, pudiese resistir aún sin correrse el ritmo al que le tenía sometido su compañera? No se quejaba del otro oficial, Don Félix se la había follado más que bien, y la había dejado bastante satisfecha (al igual que lo hacía su marido, que pasó por su mente un instante para desaparecer de nuevo), aunque sí que sentía una sana envidia de su compañera de trabajo y de coche. Le hubiese gustado estar en el lugar de ella, había que ver la cara de gustazo tenía la condenada. Pero reparó entonces en que tenía una clara ventaja sobre su compañera, al ver por el rabo del ojo aquel delicioso principiante al que habían llamado cadete.

No tuvo que llamarlo siquiera, solamente le miró y le sonrió. El pobre seguía machacándosela viendo tanto polvazo, y se acercó atraído por la sonrisa de ella, terriblemente excitado y con su polla en ristre. El instrumento era también magnífico, y la mujer sustituyó rápidamente la mano del cadete por la de ella, haciendo que él diese un respingo y emitiese un sonoro gemido. Don Félix se había apartado un poco al advertir que se acercaba el cadete, y miraba divertido la escena desde la relajación postcoital, estudiando con atención a aquel joven aprendiz que lo sustituía con la hembra. El cadete Miguel tendría cerca de treinta años, había entrado tarde en la academia, desde la policía local. Era delgado, alto, con la barba que estaba ahora de moda entre los de su edad. Los pantalones de montar le quedaban holgados y las botas le llegaban casi a las rodillas, ya que calzaba un 46. La polla que asomaba por la bragueta abierta casaba perfectamente con la envergadura del calzado.

Mientras ella seguía pajeándole, él le ofreció su lengua, y ella no dudó en comérsela y fundirse con él en un apasionado beso, que a él le supo a la polla de Don Félix. La barba le hacía cosquillas a la mujer, que loca de deseo comenzó a desabrocharse la blusa para dejar sus tetas al aire y a merced del cadete. Hasta ese momento habían quedado ocultas, pero ahora libres recibían con sumo agrado los lametones en sus tiesos pezones, y algún mordisquito, siendo especialmente placentera la sensación de la barba sobre ellos. Ella le desabrochó entonces el cinturón y el botón del pantalón, que al ser holgado cayó hasta las rodillas sin más esfuerzo. Y junto con el pantalón cayó además al suelo otra prenda que a ella le resultaba familiar.

Al contrario que sus superiores, el cadete sí llevaba slips, unos Calvin Klein de los que escapaba la polla por encima. Loca por ver el paquete al completo, tiró de tal modo de los calzoncillos que los rompió a la altura de la cintura, en el lado izquierdo, y los dejó caer entonces hasta posarse en los bajados pantalones, sobre la bota derecha. El cadete quedó así con su magnífica entrepierna al aire, su polla como un mástil, emergiendo de un buena mata de vello púbico idéntica a la barba, con dos hermosos huevos colgones, todo enmarcado por sus fuertes y velludos muslos. Ante esta visión ella no resistió más y se lanzó a lamerle los huevos y a comerle la polla. La excitaba especialmente el parecido de su barba con su pubis, y lo duro del culo del que se agarraba, firme como una roca. El cadete gemía de puro placer, y daba la sensación de que iba a correrse en cualquier momento, así que ella dejó de mamársela, aún no había acabado con él. El joven guardia aéreo aprovechó entonces para tomarla con dulzura y aposentarla sobre el césped del área de descanso, a la sombra de una higuera, y se dedicó a comerle el coño.  Ella sintió puro éxtasis al notar cómo le daba lametones por su vulva, cómo le succionaba los labios, y como la maldita barba le hacía cosquillas haciéndola retorcerse de placer. Finalmente sintió anonadada cómo se empleaba a fondo con su clítoris y como le metía la lengua directamente en su vagina. El cadete disfrutaba como un poseso con los gritos de placer de la mujer, y estaba encantado de demostrar a su superior, al igual que él había hecho antes, lo buen y viril macho que era arrancando aquellos alaridos posesos de la hembra que el otro había disfrutado antes. También buscaba insistentemente el cadete, y el detalle no pasó desapercibido al capitán, deleitarse con el semen con el que Don Félix había inundado el coño de la mujer. Se situó a continuación el joven guardia entre sus piernas y se la metió de una vez, sin dificultad alguna, ya que la vagina estaba bien dilatada y lubricada de la follada de Don Félix y de su comida de coño. Pero ello no impidió que ella se sintiera como si la partieran en dos aunque aullaba de gusto, ensartada por aquel maravilloso tiarrón con su tremenda herramienta. El cadete Miguel la folló primero lentamente, haciendo un esfuerzo de contención con intención de aguantar un buen rato y lucir bien su potencia folladora ante el capitán, pero fue cediendo progresivamente a sus instintos y aumentando el ritmo, para terminar corriéndose a borbotones en aquel coño maravilloso y aullando sin control en presencia de su querido y admirado capitán. Este no había quitado ojo del hermoso culo de su admirador, fascinado de la encantadora forma en que subían y bajaban aquellos glúteos a cada metida y sacada. Ella se relamía de tanto gusto, le había gustado especialmente la forma intensa en que los cojonazos del cadete habían chocado contra su periné. Esto no había pasado desapercibido tampoco a Don Félix, que se había vuelto casi a empalmar observando entre las piernas del cadete como aquellos hermosos testículos golpeaban una y otra vez el culo de la afortunada mujer que los estaba recibiendo. Sentía casi vergüenza de imaginarlo,  pero en ese momento había sentido sana envidia de la hembra.

Los que terminaban también en ese momento, en un frenesí de gritos y jadeos y  provocando que hasta el coche se moviera y que sonasen los amortiguadores, eran Don Diego y la lasciva conductora. Ella desmontó del oficial jadeando y agotada, y se recostó a su lado un momento apoyando la cabeza en su pecho, ambos estaban absolutamente exhaustos.

No duró mucho el descanso, ambas mujeres recobraron rápidamente la cordura, se limpiaron como pudieron y se recompusieron la ropa sin mediar palabra. Y cuando Don Diego hubo salido del coche, que había tardado un momento por su cansancio, subieron en él raudas y salieron volando sin decir ni adiós.

Durante un rato condujeron las dos mujeres en silencio, sin saber muy bien que decir,  hasta que finalmente se miraron y se echaron a reír a carcajadas satisfechas de lo que habían hecho.

  • Ni se te ocurra mencionar nada de esto a nadie, como se entere mi novio… -dijo la conductora-. Pero es que el tío ese, compañera, ¡menuda polla! ¡Y cómo folla! ¡fue increíble!
  • Pues lo mismo digo, que si mi marido llega a sospechar algo… Ufff… Los que me han tocado a mí tampoco estaban mal.
  • Calla, pendón, ¡que hasta te has tirado al joven! Y eso que dices que solo te gustan maduros -dijo la conductora.
  • Pues tú no te quejes, que el tuyo creo que valía por dos -respondió su compañera.

Esta aprovechaba que la conductora estaba pendiente de los coches en un cruce aéreo para meter en el bolso la prenda que se había llevado de recuerdo del acontecimiento, que era justo lo que había caído al suelo cuando le bajó los pantalones al cadete. Sólo la había visto sólo fugazmente en ese momento, pero le había recordado mucho a los calzoncillos que había visto tendidos en su patio el día anterior y que tanto la habían excitado. Así que aprovechando que nadie miraba había guardado aquello en sus bragas al vestirse, ya lo examinaría al llegar a casa.

El trío de guardias aéreos también se había recompuesto. Los tres habían secado con los rotos calzoncillos del cadete los restos de semen, flujos vaginales y saliva que habían quedado en sus ya relajados instrumentos. Esta vez los tres se habían subido los pantalones con cuidado de no rozar las pollas con la cremallera, puesto que ninguno llevaba ya calzoncillos.

  • Joder, ¡menuda pareja! -aventuró a decir Don Félix.
  • Había escuchado historias así en chistes o en pelis porno, pero no pensaba que esto pudiese pasar en un control -dijo el cadete mientras se subía a la moto, sintiéndose extraño al llevar los pantalones sin calzoncillos-.
  • Pues ya ves que aún tienes mucho que aprender de tus mayores -terminó Don Diego con cara de guasa.

El cadete seguía la conversación al tiempo que escrutaba los alrededores con disimulo, no encontraba los slips de Don Diego. Se le habían debido caer durante la follada, pero no los veía por ningún sitio. No podía ponerse a buscarlos delante de sus superiores, así que con mucho pesar los dio por perdidos. Los tres se subieron en sus motos voladoras y emprendieron bastante contentos el camino de vuelta a la Academia.