El anacrónico tito Diego. Capítulo 13

Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original.

Por suerte para la vecina, su marido era el presidente de la comunidad, así que le resultó fácil conseguir la llave del patio interior para recuperar los pantalones.

  • ¿Y cómo se te han caído al patio? ¿tanto pesan? - preguntó él un tanto extrañado del doméstico suceso-. ¿No serán los de montar?
  • Uy, cariño, pues me temo que sí -dijo ella, consternada-. No te preocupes, que ahora mismo los lavo otra vez y para mañana los tienes listos.

Eran sus pantalones del trabajo, precisamente los de montar, ya que pertenecía al escuadrón de caballería de la policía local, y a veces le tocaba montar a caballo (anacrónicos, parecidos a los terrícolas pero casi sin pelo). Otras veces le tocaba cuidar las cuadras, y otras veces oficina. En ocasiones los traía perdidos del sudor del caballo, pero a ella no le importaba, ya que precisamente se había quedado prendado de él cuando montaba a caballo en una procesión de Semana Fundacional (celebración de la fundación de la Nación Global Anacrónica, con estética sorprendentemente similar a la Semana Santa andaluza) el animal que montaba se encabritó y por poco no la pisa. Cuando el jinete bajó del caballo a disculparse se quedó encandilada, aquel hombre tan cerca...., vestido de aquella manera... A ella le chiflaban los uniformados, y si encima era un hombretón guapo como aquél ya le hacían perder el sentido. De la disculpa pasaron rápido a acostarse un par de veces, y de ahí a la boda poco tiempo después. En la cama no podía tener queja, pues era un semental insaciable. Además de ser guapo por naturaleza, le gustaba cuidar su cuerpo y lucirlo con apretados pantalones que a ella la hacían sentirse un poco celosa. Mostraba con ellos un buen paquete y un culo bastante bonito, y alguna vez en la calle más de una (y de uno) se habían vuelto para admirar lo bien que le sentaba el uniforme a su marido.

Mientras recogía los mojados pantalones de su esposo, azul marino con una raya blanca lateral, recordó el orgasmo que había tenido con la sola contemplación del misterioso hombre en casa de su vecina y de sus calzoncillos ondeando al viento. Miró hacia arriba y allí estaban. Desde abajo y a una distancia de tres pisos parecía que la magnitud del dibujado contenido se agrandaba. Acudió de nuevo a su mente la hermosa visión del hombre desnudo, y de nuevo sus bragas comenzaron a mojarse. Pero ¡ostias!, dijo para sí pegando un respingo al darse cuenta de que su marido estaba asomado. Salió corriendo del patio, temiendo que de nuevo fuera a correrse en esas circunstancias y hacerlo delante de su esposo.

Al llegar a casa se sentía tan terriblemente caliente, que tras poner la lavadora en marcha se desnudó y apareció ante su marido de esa guisa. No era la primera vez que lo hacía, y en cuanto la vio él hizo lo propio quitándose el batín, la única prenda que vestía en ese momento. Y se la folló en su cama de forma más salvaje que de costumbre, disfrutando ambos de un buen polvo.

  • ¡Joder!, no recuerdo haberte visto tan caliente en mucho tiempo -le dijo el marido aún jadeando-. Parece que el patio te ha sentado muy bien.
  • Uffff -respondió ella sonriendo-. Es que sólo tocar tus pantalones…, sabiendo que estarán a tu lado durante toda una dura jornada, tan cerquita de tus cojones...

Y los agarró, suavemente, para reforzar lo que decía. Se sentía culpable, ya que durante el polvazo se había imaginado que estaba siendo penetrada por el misterioso vecino.

  • Por cierto, mientras te veía desde arriba he visto que nuestra vecina tiene aquí a un compañero, aunque creo es de la Guardia Aérea.
  • ¿Y eso cómo lo sabes? -dijo ella intentando que no se le notase la excitación.

¡Un Guardia Aéreo! A ella siempre le habían puesto muy cachonda esos servidores de la ley. Especialmente los que vigilaban el tráfico aéreo a pie, como se solía decir de forma incorrecta.

  • Pues al ver esos pantalones que tiene tendidos, son los que usan para las motos aéreas, verdes. Igual se ha echado un novio del Cuerpo.
  • Pues no lo sabía, pensaba que estaba soltera y sin compromiso. ¡Vaya con la vecina!
  • Lo que más gracia me hace son los calzoncillos que tiene tendidos… Son del año de la macana, y bastante usados, creo yo.
  • Anda, no critiques, que a ti tampoco te gusta que te tire los calzoncillos viejos, ¡te pones de un mal humor!

El río con ganas mientras se daba un pellizquito a la punta de la polla.

  • es que uno les coge cariño…
  • No me extraña, a mi me encantaría ser uno de tus calzoncillos para estar todo el día cerca de estos colgajos que tienes entre las piernas -respondió ella agarrando de nuevo sus huevos y provocando una nueva erección.
  • ¡Jooooder! ¡Nunca te había visto así -dijo él mientras se daba la vuelta y se apostaba para penetrarla de nuevo, mientras comprobaba que estaba bastante húmeda y receptiva-. Creo que te pone muy muy cachonda hablar del novio guardia de la vecina…

Efectivamente ella estaba excitadísima ante la posibilidad de que el tiarrón que había visto desnudo con aquellas maravillas fuera de verdad un Guardia aéreo.

  • ¡Pues sí! ¡Me pone caliente hablar de ese guardia! -aclaró por fin al tiempo que su esposo comenzaba a follarla de nuevo-. Seguro que follará mejor que tú…
  • Calla, putita, ahora verás quién folla mejor -respondió con la respiración entrecortada y aplicándose a fondo en el mete-saca.

La verdad es que no lo hacía nada mal, y acabaron agotados. Se quedaron dormidos tras los dos polvos tan seguidos, durmiendo toda la noche como benditos. Ella se despertó por la mañana justo a tiempo para recoger los pantalones del tendedero y plancharlos para su marido. Él ya llegaba un poco tarde, se había dejado dormir de tan relajado que se había quedado la noche anterior.

Ella también iba un poco justa y bajó corriendo a la calle donde una amiga la recogería. Pero al salir a la calle aflojó el paso al ver que un coche aéreo de la guardia del mismo nombre estaba aparcado en la puerta, y que un Guardia estaba llamando  a casa de su vecina por el portero eléctrico.

El guardia en cuestión debía ser uno de prácticas, bastante joven, y con un uniforme bastante feo, con botas militares y pantalones anchos llenos de bolsillos. La apenó el cambio de uniforme, ya no era lo mismo.

  • Hola, buenos días, estoy esperando al comandante Don Diego -dijo el joven cuando le contestaron desde arriba.
  • Ahora mismo baja -escuchó-. Y  reconoció la voz de su vecina en el aparato.

Se quedó esperando con disimulo a ver si conseguía ver al comandante cuando bajase, pero su compañera de trabajo llegó antes con el coche y la recogió, dejándola con las ganas de ver en uniforme de guardia a aquel ejemplar de macho que la tarde anterior había visto tal como le  trajeron al mundo.

Tito Diego tardaba en bajar porque resultaba que la ropa del capitán Díaz no le quedaba todo lo bien que parecía. La noche había estado húmeda, y sus queridos (y admirados por terceras personas) calzoncillos estaban todavía mojados, mientras que los de Don Félix sí se habían secado, por lo que su sobrina se los ofreció para que se los pusiera.

Era un espectáculo maravilloso verlo vestido únicamente con las calcetas blancas y  la camiseta de tirantes, esperando a que ella le llevase la íntima prenda. Estaba de espaldas cuando entró, mostrando su magnífico culo que a duras penas estaba medio cubierto por el faldón de la camiseta. Pero esta mañana estaba malhumorado por los inconvenientes de la vestimenta. Al volverse y percatarse de la presencia de su sobrina trató de taparse con una mano su enorme paquete, con poco éxito dada su magnitud, de manera que sólo consiguió atraer la atención de la sobrina. Ella mientras miraba embobada el vello que sobresalía de su abierta mano, y se quedaba extasiada mirando su huevo izquierdo, que se había quedado al aire a pesar de su esfuerzo.

  • Anda, sobrina, dame ya esos malditos calzoncillos del capitán. ¡Joder! ¡Que ocurrencia, darle los míos! ¡Y no me mires así! Que cualquiera diría que me ves en pelotas por primera vez -le espetó, colorado y enfadado, mientras cogía los slips que le ofrecía y entornaba la puerta, en un gesto de pudor que le resultó de lo más divertido.
  • Anda, tito, no te enfades. Ayer no estabas tan enfadado -le respondió ella con sorna-. Y te pones muy muy atractivo cuando te cabreas.

Ella no podía evitar asomarse a ver aquello que nunca se cansaba de mirar, la enorme polla de tito Diego colgando bajo los faldones de la camiseta, acompañada de aquellos huevazos y de aquella espesa mata de vello.

  • ¡Menos cachondeo! ¡Menuda eres! ¡Una putona redomada! -y acabó dando un portazo, dejándola a ella sin la vista de sus atributos.

Privada del espectáculo, se resignó a buscar su bolsa para marcharse a trabajar, pero la detuvieron de nuevo los gruñidos del tío, que atravesaban la puerta de una forma que casi le dio miedo.

  • ¡Joder, joder, joder, que no hay manera! ¡Maldito capitán! -gritaba el tito Diego, entre jadeos y maldiciones.
  • Tito, ¿puedo ayudarte? -dijo ella acercándose a la puerta temerosa.
  • Déjame en paz, que lo que quieres es verme desnudo otra vez. ¿Es que no tuviste ayer bastante? -le respondió casi gritando.

Vaya, pensó ella, parecía que se estaba arrepintiendo de la jornada maratoniana del día anterior. En fin, pues ella sí que lo había disfrutado. Pero le daba pena verlo así, luchando enfadado contra la ropa de su superior, aunque reconocía que también le resultaba terriblemente excitante.

Y excitante fue escucharle de nuevo, pero esta vez con un tono diferente.

  • Sobrina, perdóname, pero es que… creo que vas a tener que entrar a echarme una mano, esto no funciona.
  • ¡Claro que sí, tito! -dijo ella entrando suavemente a la habitación.

Se quedó muda de asombro ante lo que vio. Tito Diego permanecía de pie, colorado como un tomate, jadeando. Los slips de Don Félix estaban a medio camino entre sus muslos y el precioso contenido que debían sostener. El atribulado oficial de Tráfico áereo había conseguido subirlos hasta englobar su escroto, dejando los huevos cubiertos por el blanco algodón que permitía adivinarlos en toda su contundencia. No solo adivinación era necesaria, bastaba en parte con la observación. Los enormes testículos sobresalían por los laterales, junto al omnipresente vello, y la polla colgaba flácida sobre los aprisionados huevazos, aunque ya comenzaba a aumentar de tamaño y consistencia ante la presencia de ella.

  • ¡Joder, tito!, esto debe dolerte… -dijo ella acercándose al maltrecho paquete.
  • Ufff, ¡no lo sabes bien! Me he pillado algún pelo por ahí y me está tirando -dijo entrecortadamente-. Y como puedes ver, de aquí no pasan.
  • Vale, tito, pues fuera calzoncillos del capitán -y antes de que pudiera rechistar dio un fuerte tirón hacia abajo.
  • ¡Ayyyyyy! sobrina, joder, que me depilas -gritó tito Diego mientras quedaban al aire sus apresados huevos, que se mostraron coloraditos en el lugar en que un momento antes presionaba el elástico del slip.

Efectivamente, un par de aquellos rizados pelos cayeron sobre sus blancas calcetas, lo que hizo a la sobrina imaginar lo delicioso que debía ser jugar con ese vello. Cortarlo, afeitarlo, …., mmmmm, su imaginación volaba viciosa.

Pero el sonido insistente del portero electrónico la sacó de sus libidinosos pensamientos.

  • Ay, tito, que te están esperando abajo -dijo ella consternada y sin saber muy qué hacer.
  • ¡Joder! ¡Pues a ver qué coño hago! -replicó él enfadado y gesticulando, moviendo sus varoniles partes de aquella manera que tanto admiraba la sobrina, que no podía dejar de mirarlas-. ¡Y deja de mirarme, coño, mira en qué lío me veo por tu culpa!
  • Espera, tito, ahora vengo -respondió ella al tiempo que salía a responder el telefonillo.
  • Oiga, ¿hay algún problema? -preguntó el joven desde abajo.
  • No se preocupe, es que ha habido un pequeño accidente doméstico.
  • ¿No será nada grave? ¿Puedo ayudar? -preguntó el chófer.
  • No, nada, tranquilo, ya mismo baja, no ha tenido importancia.

Regresó a la habitación donde esperaba su tío, atribulado e iracundo. Como solía pasarle al enfadarse, seguía mostrando al mundo la magnificencia de su anatomía  de forma completamenteiinocente. Pero para ella no había nada de inocencia en el espectáculo, estaba libidinosamente extasiada y con las bragas absolutamente empapadas. Si no hubiese sido fuera porque iba a trabajar, se hubiese lanzado a comerle la polla y los huevos en ese mismo momento.

  • Joder, a ver qué hacemos.
  • Ya está, tito -dijo ella, victoriosa-. Ponte los pantalones sin calzoncillos.
  • ¿Pero qué dices? ¡Estás loca de remate! - dijo él bastante enfadado.
  • Haz la prueba, me temo que no te queda más remedio. Son unos pantalones ajustados, nadie va a notar que no llevas nada debajo.
  • ¡Que no hago yo eso, menuda guarrería!
  • No seas tonto, tito, venga, que llegas tarde, y yo también.
  • Pero si además los pantalones también son del capitán.
  • Ya, pero son sólo una talla más pequeña que los tuyos, tito, seguro que te van bien -contestó ella calentándose aún más al imaginarlo con aquellos pantalones ajustados-. Además, tu estás mejor dotado que el capitán, es normal que sus calzoncillos no te sirvan, pero Don Féliz tiene las piernas más musculosas que tú, apuesto que sus pantalones te van bien -añadió con media sonrisa y mirando de reojo hacia la expuesta entrepierna.
  • Que dotado ni dotado -respondió él sin poder evitar sonreír al sentirse halagado, pero al mismo tiempo expuesto y vulnerable, y tapándose de nuevo sus castigados huevos con  la mano-. Anda, trae -añadió tomando los pantalones de servicio del capitán que tenía su sobrina en la mano.

Esta vez la tela fue subiendo desde sus pies, adaptándose a las pantorrillas, las rodillas y los muslos sin más problemas, y al llegar a la entrepierna la verde lycra se estiró, adaptándose a su enorme contenido.

  • Joder, verás que me pillo ahora todos los pelos con la cremallera.
  • Anda, tito, deja que te ayude -dijo ella, entusiasmada ante la idea de tocar todo aquello de nuevo-. Además, el faldón de la camiseta te cubre parte del vello y…
  • ¡Deja, deja! Que sólo quieres tocarme, ya lo hago yo solo -dijo apartándola de un casi-manotazo.

Subió la cremallera haciendo caso a su sobrina, utilizando la camiseta como improvisado cubrevello. Finalmente acabó el trabajo abrochándose el botón y el cinturón.

  • Pues ya está, ya sólo quedan las botas -dijo al tiempo que empezaba a calzárselas sin esfuerzo-. Pues es verdad, parece que quedan cómodos.

Tito Diego estaba de quitar el hipo. Los apretados pantalones, de una talla más pequeña que los suyos, dibujaban sus fuertes piernas con precisión, embutidas en las altas, negras y brillantes botas de montar. El paquete quedó perfectamente colocado entre ellas, y se adivinaba fácilmente bajo la tela, mostrando claramente cómo cargaba a la izquierda. Los dos huevos insinuaban su presencia a ambos lados de la cremallera, y a ella le pareció incluso que hasta el vello se dibujaba, dándole la impresión que se arremolinaba bajo la elástica tela. Y el espectáculo se volvió grandioso al darse la vuelta, el culo había quedado perfectamente marcado, con la tela invadiendo la raja dejando apreciar lo bien formado que lo tenía para su madura edad.

  • Bueno, sobrina, espero que se sequen los puñeteros calzoncillos que me quedan, y que el cabrón del capitán me devuelva los otros, y mis pantalones. Luego nos vemos -dijo despidiéndose y saliendo al encuentro del coche que lo esperaba.

Ella se fue a su trabajo completamente cachonda, seguro que acabaría tirándose a su querido jefe, Don Enrique, que probablemente la estaría esperando con ilusión.

Y hablando de cachondas, no lo estaba menos la vecina que había visto desnudo al tito. No podía prever lo que el final de la mañana le iba a deparar, así que de momento dejaba volar su imaginación de forma desbocada, con ideas que de momento juzgaba imposibles. No se quitaba de la cabeza la imagen de aquel tremendo paquete balanceándose al compás de su poseedor, surgiendo de aquella magnífica oscuridad que destilaba el vello púbico Ese vello que acentuaba la forma en que se proyectaba aquella polla, horadando el aire dispuesta a penetrar cualquier coño que se le pusiese por delante. ¡Dios! ¡Cómo deseaba que fuese el suyo! Admiraba la contundencia de aquellos huevos, que debían de ser suaves y elásticos compañeros en una buena follada, y aquel culazo que remataba todo el conjunto, para agarrarse bien a sus glúteos y ganar estabilidad mientras era penetrada por semejante aparato. Y admiraba también aquellos gastados calzoncillos, fieles hasta dejar marcada la imagen de su hermoso contenido. ¡Recién quitados debían oler a gloria! Olerían al penetrante perfume que de seguro emanaría de un magnífico ejemplar de macho como aquel, especialmente después de un duro día de trabajo multando incautos conductores de coches voladores. Se volvió a correr de nuevo, sólo sintiendo la tela de sus bragas rozar su clítoris, totalmente fuera de sí de la excitación.