El anacrónico tito Diego. Capítulo 11

Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original.

La joven mujer permanecía arrodillada entre los dos hombres maduros, ambos de pie. El de pelo blanco estaba casi completamente desnudo, si no fuese por un batín a rayas completamente abierto que mostraba todos sus atributos. El que era casi calvo y llevaba gafas se mostraba vestido con el uniforme de la Guardia aérea, pero con los pantalones de servicio y los calzoncillos bajados hasta las rodillas, rozando sus botas de montar, y mostrando sus varoniles partes.

El canoso Don Diego se sentía exhausto, pero orgulloso de mostrar a su sobrina y a su superior la magnificencia con la que la Naturaleza le había prodigado. Pero se sentía también ligeramente avergonzado, lo que acababa de pasar con su superior y su sobrina, que se había descubierto como una experta manejadora de pollas, no le resultaba del todo natural. Ciertamente la sobrina lo había sorprendido al follarse al capitán en su presencia, aunque supuestamente dormido, pero la sorpresa había sido mayúscula cuando en vez de marcharse ambos para dejarlo supuestamente dormido y fingir que nada había pasado, ella procedió a pajear simultáneamente a ambos.

Ahora su polla estaba maltrecha de tanto folleteo y guarreo, y descansaba sobre sus no menos maltrechos testículos, que le dolían después de tan abundante producción lechera. No recordaba una sesión de sexo tan seguido y placentero en mucho tiempo. El cuerpo le pedía un buen descanso para reponerse. De hecho se sentó en la cama bostezando, y el movimiento hizo más evidente lo perdido que estaba del semen de su superior, que ya comenzaba a licuarse. Pensó en limpiarlo, pero de alguna manera aquello le resultaba extraña y deliciosamente placentero, de algún modo disfrutaba sintiéndose como poseído por aquel hombre que destilaba virilidad y autoridad. Un hombre que, sin embargo, había caído rendido ante sus varoniles partes y no había podido resistir tocarlas, lo que le hacía sentirse terriblemente poderoso y dominante ante él. ¡Menudo ejemplar era el capitán Díaz!, pensó mientras lo miraba con curiosidad admirando su flamante uniforme, y las partes de su anatomía que este no cubría, ¡el muy cabrón se había beneficiado a su sobrina en su presencia sin ningún tipo de reparo!

El uniformado y calvo Don Félix se sentía también cansado, y se sentía también avergonzado, aún más que su compañero. Sólo había venido para darle una noticia a Don Diego, y había terminado magreando aquel tremendo paquete de su subordinado, dejándose llevar por una lascivia que le resultaba incomprensible. Y se había dejado llevar además por aquella tremenda sobrina, a la que había terminando metiéndosela en presencia del comandante. De alguna manera se había dejado llevar para demostrarse a sí mismo que era muy macho, y que el impúdico tocamiento anterior había sido sólo un lapsus. Y para colmo, todo había acabado con aquella apoteósica masturbación al unísono, ejercida por aquella maldita manipuladora de pollas. No recordaba haber tenido un placer igual, y lo que más le turbaba era que estaba encantado de haberse follado a aquella desvergonzada delante del comandante, no se arrepentía de nada. ¿O era ella la que se lo había follado a él? Porque ahora caía en la cuenta de que ella había llevado la batuta desde el principio. Eso le resultaba denigrante, pero excitante a la vez. Miró a Don Diego, el comandante que desde que llegó a la academia había trastocado todo a su alrededor, y en concreto se fijó de nuevo en aquella maravilla que emergía entre sus piernas. Recordó su tacto y apreció cómo estaba brillante de su propio semen, que un momento antes había extraído con tanto arte su sobrina. Y entonces reparó en su flamante uniforme, perdido de la semilla de aquel maldito y atractivo Don Diego, especialmente sus botas, que tanto le gustaba lustrar, que eran las botas más brillantes de toda la Agrupación de Tráfico aéreo…

  • Vamos a ver -dijo iracundo Don Félix, dirigiéndose a la todavía arrodillada sobrina de Don Diego-. Esto es inadmisible, yo no puedo regresar así a la Academia.
  • ¿A qué se refiere, mi capitán? -dijo, ella, solicita.
  • ¿Pues a qué me voy a referir? -respondió él visiblemente enfadado-. A mi uniforme, está manchado de…, de… -y no quiso seguir, por lo obvio de su origen -. Y mis botas, están perdidas, esto es inaudito.
  • Ah, capitán Díaz, no se preocupe, ahora mismo lo limpio. Siéntese, por favor –dijo ella empujándolo suavemente hacia el canapé.

Se sentó entonces el capitán de nuevo, dejándose hacer, y ella, ni corta ni perezosa, procedió a sacarle las botas. Aunque en un primer gesto intentó detenerla para decirle que él era capaz de hacerlo por sí mismo, finalmente decidió dejarla. Le resultaba de nuevo muy turbador y excitante. Al estar ya domadas y curradas, las botas salieron con facilidad dejando al aire sus pies, envueltos en unas blancas calcetas que se dejaban abrazar por la parte inferior de los ajustados pantalones. El velcro que los sujetaba fue entonces rápidamente despegado para tirar de las perneras de la verde prenda. Finalmente, y no sin cierto esfuerzo por lo apretados que estaban, consiguió la sobrina quitarle los pantalones al capitán. Don Félix quedó entonces sentado, con su cazadora de servicio, los faldones de la camisa saliendo por debajo, sus expuestos genitales entre sus piernas, y los slips a la altura de las rodillas. Y terminaba el conjunto con sus blancas calcetas, que llegaban hasta casi las rodillas. Ella lo miró divertida y a la vez admirada de lo tremendamente atractivo que le resultaba de esta guisa, y se levantó a buscar la caja donde tenía los limpiazapatos y algún trapo.

  • Oiga usted -añadió entonces Don Félix, que parecía disfrutar de la situación tanto como ella-. Me temo que los calzoncillos también están manchados.

Se los señaló con la mano, evidenciando que presentaban una gran humedad producto de tantos líquidos biológicos que habían aterrizado sobre ellos desde diversas procedencias.

  • ¡Ahora mismo! -respondió acudiendo presta. Tiró entonces de la íntima prenda para sacarla por sus pies, y la exhibió airosa ante su poseedor como un trofeo.

Tito Diego, entretanto, no podía dejar de admirar la imaginación de su sobrina, y la forma en que se prestaba a los juegos libidinosos del capitán. No daba crédito a sus ojos cuando vio al abandonado Don Félix dejarse quitar sus admiradas botas, sus pantalones de servicio, y para colmo los calzoncillos, en una especie de strip-tease inverso. No estaba nada mal el capitán de esa guisa: desnudo de la cintura para abajo pero con la cazadora aún abrochada, las calcetas destacando en sus fuertes y maduras piernas, los huevos colgando sobre el canapé, y su polla comenzando de nuevo a aumentar de tamaño en respuesta al hábil procedimiento de desnudarle que estaba ejecutando su sobrina. Se sintió ahora el capitán avergonzado, al advertir la mirada de su compañero hacia su cada vez más enhiesto miembro. Intentó taparse, pero solo consiguió exhibirse mejor todavía, ya que al rozar su glande sintió más placer y la polla se exhibió más dura aún.

  • Joder, esta tía otra vez está haciendo que me empalme -pensó el capitán-. Pero es que es delicioso esto de que te desnude una tiarrona de este calibre. ¡Cómo me gusta!

Y se arrellanó para hacerle sitio a sus colgantes huevos que comenzaron a quejarse, al igual que los de su compañero, después de todo lo que estaban teniendo que trabajar.

  • Y el que me mire su tío… -contiaba cavilando-, ¡Joder! ¡Es que me gusta aún más!

Ella comenzó a limpiar aquellas altas botas, procediendo con el betún y un trapo, retirando los restos de semen de su tío y sacándoles de nuevo un gran brillo. Ambos oficiales la miraban atentamente. Don Félix evidenciando una tremenda y explícita erección que ya no se esforzaba en disimular. Don Diego pensando que no sólo él había sido capaz de correrse tres veces, sino que su hábil superior iba camino de ello. ¿Sería capaz su sobrina de hacerlo correrse de nuevo?

Ella seguía lustrando las altas botas, mirando de reojo la tiesa polla. Su coño, aún habiendo ya  recibido dos veces la polla de tito Diego y una vez la del capitán, estaba bastante receptivo tras la paja compartida. Ambos oficiales se habían corrido a gusto, pero ella estaba aún bastante insatisfecha tras tanto magreo de pollas, y tras ver tal cantidad de semen salir de aquellos anacrónicos servidores de la ley su excitación se había puesto por las nubes. Don Félix resultaba absolutamente irresistible mostrándose de aquella forma, parecía invitarla a que se sentase encima a cabalgar tremenda tranca.

  • Ya tiene sus botas limpias, mi capitán -dijo ella poniéndolas sobre el suelo, una al lado de la otra-. Vamos ahora a por los pantalones.

Los cogió y los extendió sobre el canapé. Estaban llenos de manchas húmedas, sobre todo en las perneras.

  • Vaya -dijo, pensativa-. Quizá haya que meterlos en la lavadora.
  • ¡Qué coño lavadora ni lavadora! -restalló Don Félix iracundo, no por ello dejando de estar empalmado-. A ver si usted se cree que puedo quedarme aquí tanto tiempo.
  • Pues tito Diego seguro que le podrá prestar algunos suyos -dijo ella contenta-. Con estos no creo que se pueda marchar.
  • ¿Unos pantalones míos? -se atrevió a preguntar incrédulo tito Diego-. Pero si la talla igual no va a ser la misma.
  • Pues yo tengo que volver a la academia con unos pantalones. Y no unos cualquiera. Tienen que ser los de servicio, que si no menudo lío me busco.
  • Pues entonces difícil lo tenemos -dijo ella pensativa-. ¡Ya está! Puede llevarse los de tráfico de tito, que creo debe tener una talla parecida.

Tito Diego se la quedó mirando, no muy contento.

  • Pero a ver entonces cuáles me pongo yo mañana -dijo su tío obviamente enfadado.
  • Pues los del capitán, tito, que para mañana ya estarán limpios y secos. Y si hace falta te los plancho.

El capitán Díaz se quedó mirando al comandante. El asunto del pantalón estaba haciendo que la erección de su polla decreciese.

  • ¿Qué talla tiene, comandante Diego? ¿Y cómo le quedan?
  • Una 44 .Me quedan bastante bien, creo yo.
  • Una 44. Bien, yo tengo una 43. Los tuvieron que encargar especialmente para mí, ya que el 42 era demasiado pequeño y el 44 no me quedaban bien. Un poco anchos. Hecho.

Ella fue al ropero y sacó los pantalones de montar verdes poniéndolos al lado de Don Félix. La polla del capitán había prácticamente alcanzado la relajación, pero su coño protestó con un pequeño chapoteo que le recordaba lo mucho que le hubiera gustado esa nueva penetración.

  • Pues solucionado -dijo ella resignada, sin dejar de pensar en su empapada entrepierna.

No creía que tito Diego estuviera dispuesto a una nueva follada, así que con lo caliente que estaba tendría que masturbarse.

  • De eso nada, ¿y mis calzoncillos? -dijo de nuevo Don Félix, tomándolos de la cama, donde los había dejado ella descuidadamente.
  • Anda, es verdad- respondió ella.
  • ¿No irás a darle unos míos? -añadió entonces tito Diego iracundo.

Don Félix volvió a mostrar una tremenda erección ante la posibilidad de utilizar los famosos slips de Don Diego, de los que hablaba toda la academia de Tráfico. No los había visto, y ahora resultaba… ¡¡que iba a ponérselos!!

  • ¿y porqué no? -dijo el excitado capitán, mirándole fijamente.
  • ¡Joder! Una cosa es intercambiar unos pantalones y otra unos calzoncillos -exclamó Don Diego mirando fugazmente a su sobrina, al tiempo que recordaba lo mucho que le habían gustado a ella-. -Además, tengo sólo un par de ellos.
  • Sí, tito, pero unos están limpios.

Y antes de que pudiera replicar de nuevo, extrajo de un cajón la deseada prenda dándosela a Don Félix. Éste los tomó, y se quedó decepcionado, ¡Pero si eran unos Ablasonado celestes, viejos y gastados! Tenían hasta un pequeño agujero justo al lado de la bragueta. Pero al desplegarlos para averiguar su talla, observó que tenían dibujados en el fiel algodón la forma y el tamaño de su contenido habitual. Y era fácil adivinarlo porque ante sí tenía allí al propio modelo: el paquete de Don Diego. Observó curioso cómo la fina tela había adoptado, de forma tan fiel, la forma de su polla y de sus huevos, y le pareció tremendamente excitante la perspectiva de llevar sobre su propios atributos aquellos calzoncillos que habitualmente albergaban semejante tesoro.

  • Pues me temo que no le quedará más remedio que aceptar el intercambio, comandante Diego -dijo Don Félix casi trémulo por la excitación.

Su polla de nuevo estaba a punto de estallar, necesitaba descargarla. Si en ese momento se ponía aquella prenda se correría en ella, sin duda, y no le apetecía hacerlo allí delante de su dueño. Es más, se quedaría entonces sin otros calzoncillos que llevarse.

  • Eso, eso, tito, te lavo los del capitán y mañana te lo pones tú -dijo ella entusiasmada.

Tito Diego la miró todavía enfadado, pero la idea de usar los slips del capitán, y que éste usase los suyos, estaba empezando a resultarle menos absurda. No parecía mal plan, no señor, parecía hasta interesante y excitante.

  • Pero antes me temo que preciso de un pequeño tratamiento antes de poder vestirme de nuevo -dijo el empalmado Don Félix que ya no aguantaba más, al tiempo que miraba alternativamente, y sonriendo con picardía, su enorme polla y la cara de la sobrina.
  • ¡Eso está hecho, mi capitán! -respondió ella casi gritando de alegría, presta a satisfacer su palpitante coño

Sentándose abierta de piernas sobre el oficial, dejó que su duro miembro resbalase en el interior de su lubricada vagina. Tito Diego observaba, sin dar crédito a lo que veía, como su insaciable sobrina se sentaba a horcajadas sobre Don Félix, sin ningún tipo de remilgo, haciendo que su polla desapareciese entera dentro de su reluciente coño hasta que su culo se apoyó en los colgantes huevos. Ella comenzó a subir y bajar con denuedo, ofreciendo un glorioso espectáculo mientras cabalgaba aquel maduro oficial sentado con su cazadora aún puesta, abierto de piernas y mostrando sus huevos entre ellas, sus fuertes muslos y rodillas desnudos, con las calcetas puestas. Ambos jadeaban de placer. Ella miraba con deseo y arrobo a Don Félix, y éste la respondía con una sonrisa amplia. Ella hacía resbalar arriba y abajo aquella preciosa polla  por su anhelante coño, y el muy cabronazo se dejaba hacer, dejando que ella hiciese el trabajo hasta que consiguió de nuevo que se corriese en su interior. Y ella se corrió al unísono, conteniéndose y tratando de no gritar demasiado, por cierto pudor al encontrarse ante el tito. Igualmente se contenía Don Felix, que hubiese chillado de placer y de no encontrarse en presencia de su subordinado.

Don Diego se percató del orgasmo de ambos y su polla comenzó a acusarlo, pero sus huevos no estaban dispuestos a una cuarta descarga y el dolor hizo que el empalme no fuera placentero, así que esta vez sí consiguió controlarse.

Su sobrina desmontó, dejando al maltrecho capitán completamente exhausto. Al ver la hora que era, sin embargo, se levantó raudo el guardia aéreo con intención de marcharse, seguido por la atenta mirada del tío y la sobrina. Se puso rápidamente los slips de Don Diego sin preocuparse de asearse antes, dejando que absorbieron la mezcla de jugos y semen que aún presentaba, lo que no agradó mucho a Don Diego. Si los calzoncillos ya eran grandes para Don Diego, a Don Félix le quedaron enormes. Por lo laterales no es ya que se adivinasen, sino que se veían perfectamente los huevos colgones y el negro vello que los acompañaba, y al doblar las rodillas para ponerse los pantalones se podía ver perfectamente su ya relajada polla blanceándose de forma graciosa, al estar bien poco sustentada por el débil algodón.

Realmente, los calzoncillos de su tío poco iban a hacer en cuanto a su función, pensó ella divertida, pero sí que resultaba muy excitante ver al capitán con ellos. Tristemente los pantalones cubrieron finalmente aquella visión, aunque al ser de una talla más de cómo le gustaban al capitán quedaron algo holgados, mostrando ligeramente una deliciosa protuberancia reflejo de su contenido, cuál balcón entre las piernas. Las botas, una vez que se las puso, remataron el espectacular conjunto .

  • ¿y qué venía a decirme usted, a todo esto? -dijo irónico Don Diego dirigiéndose al capitán, que se disponía ya a marcharse.
  • Ah coño, es verdad… Venía a decirle que ya había sitio en la Academia para su alojamiento. Pero... creo que aquí está usted mucho mejor -dijo mirando a la sobrina con una amplia sonrisa-. Es usted una anfitriona excelente.

Y sin añadir nada más, y sin dejar de sonreír, salió de la habitación y de la casa, dejando a tito Diego y a su sobrina en la habitación. Ambos se tendieron en la cama, mirándose con ternura y descansando tras tremenda sesión, y no tardaron en quedarse dormidos.