El anacrónico tito Diego. Capítulo 11
Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original.
Tras un profundo y reparador sueño, bien merecido después de tanta actividad sexual, tito Diego se despertó junto a su sobrina. Ella despertó hizo lo propio al sentir el movimiento de su nuevo amante, y se quedaron mirándose sin decir nada, imbuidos de mayor complicidad tras el nuevo encuentro entre ellos y el capitán Díaz. De este último permanecía allí su rastro, como constancia de lo ocurrido, en forma de calzoncillos y pantalones de servicio manchados de semen reseco.
- Tendré que lavarte los pantalones, Tito -dijo la sobrina reparando en las prendas-. No tienes otra cosa que ponerte. Voy a poner la lavadora.
- A ver cómo me quedan, ¡seguro que más estrechos! -contestó él levantándose, todavía con el batín de rayas.
- Anda, tito, dame también el batín que creo tampoco le vendrá mal un lavado después de lo ocurrido. Y una buena ducha seguro que tampoco nos viene mal a nosotros dos.
- Por supuesto, sobrina, pero mejor compartida -respondió él sonriendo, al tiempo que se quedaba completamente desnudo y le entregaba el batín.
Ella se quedó mirando la espléndida desnudez de su tío. Estaba para comérselo entero, con aquel cuerpo casi sin vello, salvo la magnífica mata de pelo marrón oscuro de su pubis, que rodeaba al no menos espléndido paquete que colgaba en caída libre entre sus piernas. No despertó menos admiración el hermoso culo que le mostró al volverse y dirigirse al baño, ¡pero hay que ver lo bien que se conservaba el muy cabronazo a sus años!
Puso la lavadora con los pantalones y los slips de Don Félix y con los únicos otros calzoncillos de tito Diego, aparte de los que se había llevado Don Félix. No pudo evitar un suspiro recordando cuando horadó su vagina con ellos, ufff. Metió también en la lavadora el vapuleado batín, que mostraba las numerosas manchas de semen de los dos oficiales de la guardia aérea, ya casi secas, y añadió sus bragas a modo de gesto de unión a la pareja de servidores de la ley de Ánacron. La lavadora inició su marcha de una forma especialmente alegre, o eso le pareció, en consonancia con su lascivo contenido.
Escuchó entonces la ducha, y recordando la sugerencia de su tío entró en el cuarto de baño, que el desnudo oficial había dejado con la puerta entornada. Tito Diego le mostraba su reverso, sobre el que resbalaba el agua desde sus hombros, por toda la espalda, y se introducía en la hermosísima raja de su culo para caer como una deliciosa fuente por sus piernas hasta el suelo de la bañera.
Todavía tenía el pelo seco, y justo en ese momento decidió meter la cabeza bajo el chorro de agua, empapando sus cabellos desde la parte alta completamente cana hasta los que aún conservaba oscuros cerca de la nuca. Era delicioso contemplar aquel hermoso ejemplar de macho de aquella manera. Aunque ya se la había follado, y bastante bien por cierto, la situación de voyeur de la que ahora ella disfrutaba le resultaba especialmente placentera.
En esto el tío se dio la vuelta, y se quedó anonada como siempre. Cada vez que contemplaba a su tío ofreciendo sus atributos se quedaba extasiada, era como si lo hiciera por primera vez. Y esta vez además el espectáculo lo mejoraba la magia que añadía el agua, que corría sobre el espeso y mojado vello de su entrepierna, pegándose a sus ingles y a la cara interna de sus muslos, además de cubrir parcialmente los magníficos huevazos y la hermosa polla. Un buen chorro de agua caía graciosamente desde la punta de esta última, cubierta por el prepucio, dando al conjunto una apariencia de fuente clásica. De forma deliciosa el tito tiró de la piel para dejar el glande expuesto a la corriente de agua durante unos cuantos segundos, para que el frenillo y toda aquella preciosa herramienta quedase bien limpia. Terminó agarrando los huevos para ponerlos bajo la acción del líquido elemento, mientras con los ojos cerrados dejaba resbalar el agua desde su cabeza hasta sus pies.
Ella se sentía celosa de aquellas gotas de agua, a las que se les permitía acariciar aquellas maravillas con que la Naturaleza había prodigado a su querido tío, y no se cansaba de ver aquel espectáculo. Se apercibió entonces el tío de su presencia, al abrir los ojos para coger el bote de gel, y la miró con una sonrisa cómplice.
- ¿No me ayudas un poco, sobrina?
- Claro que sí, tito respondió ella al tiempo que se acercaba y agarraba una pastilla de jabón, en vez del gel.
Se aplicó entonces, desde fuera de la bañera, a frotar con el jabón los nobles atributos de aquel macho, mientras tito Diego se dejaba hacer, relajado y entregado, al manejo de sus manos.
Comenzó pasando la pastilla por el empapado vello, consiguiendo abundante espuma, y luego por entre la polla y huevos, haciéndolos casi desaparecer en el blanco elemento. Prosiguió luego frotando bien sus glúteos, y hasta consiguió introducir la resbaladiza pastilla entre sus nalgas, recorriendo la raja entera para acabar de nuevo por debajo de sus huevos. Estos colgaban aún relajados, por efecto del agua templada, junto con la no menos relajada polla. Tomó a continuación tomó la regadera de la ducha y lo enjuago todo bien, dejando a la vista de nuevo la magnificencia del aparato reproductor de aquel glorioso ejemplar de macho.
- Ahora tienes que meterte tú en la bañera, me toca jugar con el jabón -dijo tito Diego sin perder la sonrisa.
La tomó entonces, firme pero dulcemente, para que se introdujese en la bañera. Ella le obedeció, dejando resbalar su falda y quitándose la blusa, ya mojadas por la maniobra previa. Tito Diego le dio la vuelta para situarse a su espalda, tomando esta vez él la alcachofa de la ducha y mojándola desde arriba, poco a poco. Ella sintió cómo el agua corría por su cuerpo, produciéndole un placer muy especial por el hecho de que fuera él quien dirigiese el chorro. Don Diego incidió especialmente en sus pezones, que se pusieron erectos ante la sensación del chorro de agua sobre ellos, y le provocó un orgasmo débil pero mantenido mientras lo hacía. A continuación enfiló su vientre, y se acercó poco a poco a su coño, momento que ella esperaba con ansia. Suspiró de puro placer al notar como dirigía el chorro directo a su clítoris, pero el muy cabroncete no paró allí, sino que descendió divertido hasta la entrada de su vagina, controlando cómo el agua la invadía y la limpiaba de todo el semen que contenía, mezcla del suyo y del capitán. Tenía la sensación de que la bañera se llenaba de espermatozoides verdes color Guardia Aéreo. Esta vez fue su querido tío quien tomó la pastilla de jabón y la restregó por toda su rajita, no dejando de atender también a su culo.
Acabó dejando el jabón y la agarró desde atrás cogiéndole las erectas tetas, tras colgar la ducha, y se fundieron en este abrazo acuático un buen rato. Ella sentía la contundencia de sus varoniles atributos pegados a sus nalgas, mientras el agua resbalaba por sus cuerpos.
Salieron de la bañera y fue él quien comenzó a secarla delicadamente, para a continuación hacerlo ella sobre el deseado cuerpo del macho.
Los dos se acostaron, cada uno en su cama, completamente satisfechos y relajados. Aunque previamente ella había tendido la ropa que estaba en la lavadora, para tenerla lista al día siguiente.
Una curiosa vecina la observó justo en ese momento, y le llamó la atención el que esa chica que pensaba vivía sola tendiera semejante colada: aquellos calzoncillos tan antiguos, un pantalón de uniforme, otros slips algo más modernos, un batín enorme, y unas braguitas. Pensó en que igual estaba algún familiar con ella, seguramente ya madurito, a juzgar por la pinta de uno de los calzoncillos. Y a continuación fue ella quien comenzó a tender su colada, pues la lavadora justo había terminado el centrifugado, y nada más empezar recibió tamaña impresión que se le cayeron unos pantalones junto con las pinzas que llevaba. Y es que una visión increíble se le mostraba en una ventana al lado del lavadero de su vecina. Un hombre completamente desnudo estaba justo al lado de la ventana, aunque sólo podía verlo del ombligo hacia abajo a causa de la persiana medio bajada. Ella vivía en el piso superior, justo enfrente, y desde su terraza-lavadero lo veía en ángulo perfecto. Él le mostraba, de forma completamente inocente, el esplendor de un paquete enorme que colgaba y que oscilaba con cada movimiento de su poseedor. El rostro y tórax del hombre permanecían ocultos por la persiana, parecía estar organizando alguna ropa al lado de la cama, y lo mismo se ponía de espaldas, mostrando entonces un culo que quitaba el hipo de redondo, enorme y rotundo que era, o se colocaba de lado, asomando entonces entre sus piernas la magnífica polla y los hermosos huevos que poseía, y hasta casi se podía advertir desde la distancia el rizado vello que lo envolvía todo, oscuro y contrastando con su blanca piel. Y como si de un delicioso kamasutra voyeur se tratase, terminó ofreciéndole una vista de frente cerca de la ventana, prácticamente asomando aquel portento de la Naturaleza al patio y rozando casi el alféizar de la ventana. Tristemente, como si ya nada más pudiese ofrecerle, se alejó perdiéndose entre las sombras de la habitación para a continuación bajar la persiana del todo.
Ella se quedó absolutamente petrificada ante aquella visión, y lo primero que hizo fue revisar el resto de ventanas y lavaderos por si alguien más había visto aquella especie de aparición, o por si alguien la había pillado extasiada. Sus bragas las descubrió empapadas, y sus pezones tiesos como pitones, doliéndole bajo su top. Estaba totalmente excitada, y se avergonzó de haberse entusiasmado tanto sólo viendo a un tío desnudo. ¿Pero quién coño era aquel hombretón que tenía la vecina en su casa?
Se fijó ahora en los calzoncillos que estaban tendidos, con una nueva perspectiva, y con mucho más interés. Eran dos calzoncillos de diferente tamaño, dudaba que ambos pertenecieran al mismo hombre. ¿Tendría la vecina otro macho en la casa además del que había visto? A juzgar por lo que recordaba, los más antiguos deberían corresponder al ejemplar de la ventana, y se mostraban bastante ajados. En su imaginación los colocó, como si de un muñeco recortable se tratase, sobre el delicioso paquete que acababa de ver, y bajo esta nueva perspectiva los anticuados slips le resultaron terriblemente excitantes. Se derretía sólo de imaginar poder tocar el algodón de aquellos calzoncillos celeste pálido casi blancos. No sabía si era su calenturienta imaginación, pero la prenda parecía llevar dibujados en la zona de la bragueta el tamaño y la forma de su contenido.
Se descubrió prácticamente corriéndose a través de las bragas, mientras se mordía los labios, contemplando cómo una ligera brisa movía al recién tendido slip, ajeno a todo lo que estaba provocando en su espectadora. No recordaba haberse corrido nunca sin tocarse, pero es que nunca se había sentido tan completa y profundamente excitada ante sólo una visión. No podía dejar de preguntarse quién sería ese hombre que compartía piso con su vecina… ¡Coño! ¡Que tenía que recoger los pantalones que se le habían caído!