El anacrónico tito Diego. Capítulo 10

Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original.

La habitación hubiese sido un interesante espectáculo para cualquiera que hubiese entrado en ese momento. En la cama estaba tendido un hombre maduro, de pelo canoso, roncando ruidosamente y completamente expuesto. Ofrecía su enorme paquete al aire, con las piernas separadas y abiertas. El vello púbico, espeso y rizado, todavía conservaba el color marrón oscuro que lo hacía contrastar de forma deliciosa con el pelo blanco de su cabeza. Reposaba sobre un albornoz abierto a rayas marrones y beige, a juego con su entrepierna, y todavía metía sus brazos en él. Parecía como si hubiera salido de la ducha y directamente se hubiera echado sobre la cama sin atárselo. Los enormes huevos reposaban sobre el rizado algodón, y la polla, que rezumaba un líquido transparente, se había quedado graciosamente caída sobre el testículo derecho, rodeada del oscuro vello.

Enfrente dormía una pareja, sobre un canapé. A la izquierda otro maduro casi calvo, con una raya de pelo cubriéndole la frente a modo de Filemón. Tenía puestas unas gafas de gruesos cristales y montura metálica. El escaso pelo de su cabeza era negro,  casi azabache, al igual que el de la zona púbica, también expuesta. Rodeaba este último a una polla relajada, que caía de igual forma que la de su compañero sobre el mismo testículo, como si se hubieran puesto de acuerdo en un lascivo ballet. El huevo izquierdo descansaba no sobre un albornoz, sino sobre la tela del canapé y los muslos. Estos últimos, que a esa altura perdían parte del vello como para donarlo al pubis, servían de paspartú al marco, que venía a ser un pantalón verde oliva de inteligente tejido anacrónico, bajado un poco por debajo de los slips. El conjunto lo remataban los faldones de una camisa verde oliva más clara que el pantalón, que a modo de pudoroso intento trataban de cubrir aquellas magníficas vergüenzas sin éxito. A los lados sobre el canapé se apoyaba un abierto cinturón con una enorme y cuadrada hebilla, dorada, que se veía desde el revés. Por encima de la cintura, una chaquetilla del mismo color que el pantalón, curiosamente abrochada, oprimía los faldones de la camisa otorgando al conjunto un aspecto que recordaba el medievo anacrónico. El emblema de la guardia aérea lucía brillante sobre la chaquetilla, indicando la pertenencia a esa fuerza policial de nuestro dormido personaje. Debía de ser además del grupo de guardias motorizados, a juzgar por los pantalones que seguían fielmente ajustados a sus cuadradas rodillas y fuertes pantorrillas, embutidas en unas botas de montar de cuero negro y brillante, con las piernas separadas en una actitud que otorgaban un aire marcial al conjunto.

Y a su derecha, desde la posición del hipotético observador, una mujer más joven que ambos señores dormía con una expresión de plena satisfacción, vestida con una minifalda subida hasta las caderas. Al igual que su compañero de reposo, ofrecía su expuesto coño al que quisiese verlo, húmedo, depilado a lo brasileño, y rezumando una pequeña cantidad de semen sobre la tela damasquinada del canapé. Y llevaba además una blusa desabrochada, mostrando sus pechos sin pudor.

La mujer fue la primera que despertó, y permaneció un rato observando embobada a sus dos compañeros de habitación. Se sintió tremendamente dichosa de haber probado las excelencias sexuales de aquellos dos caballeros. Siempre le habían gustado los maduros, y de hecho su primera experiencia sexual había sido con el padre de un amigo. Los recientes sucesos ocurridos con su tito Diego, aunque era tío político, le habían resultado terriblemente excitantes, máxime al estar rodeados de cierta sensación incestuosa que le había dado un halo muy morboso. El capitán Díaz le atraía bastante físicamente, y la mezcla de autoridad y virilidad que le confería aquel uniforme lo había hecho irresistible. Habérselo montado con él en presencia de su dormido pariente había sido una experiencia que no olvidaría jamás.

No podía apartar la vista de aquellas dos hermosas pollas, que la habían penetrado a fondo hacía no mucho rato, haciéndola gozar de forma sublime, y gozando también sus poseedores intensamente, por lo que ella había percibido. Ahora estaban ambas relajadas sobre los huevos de los dos dormidos machos anacrónicos, por lo que le vinieron a la cabeza interesantes y divertidas ideas, ya que los tenía a su merced para hacer lo que quisiera con ellos. Ni corta ni perezosa, se sentó en el borde de la cama de manera que alcanzaba tanto la polla de tito Diego como la de Don Félix, y las agarró las dos. Asió la de este último con su mano izquierda, y tomó la de su tío con la derecha. Y firme pero suavemente comenzó a masturbarlos.

La reacción de los dos oficiales fue inmediata y simultánea: se despertaron confusos, mirando primero a sus apresados miembros y luego a su captora, para terminar finalmente mirando de forma estupefacta al otro compañero de pajote, sin acabar de comprender del todo qué estaba ocurriendo.

Don Félix se sentía un poco humillado, viendo cómo aquella mujer no había tenido bastante y tomaba la iniciativa de nuevo, sin preocuparse ni un ápice por el hecho de que lo estaba haciendo delante de su subordinado. Humillado pero a la vez excitado, la manipulación de su viril miembro le estaba resultando de lo más deliciosa. Esta tía era una caja de sorpresas, a cada subida casi acariciaba el frenillo y englobaba el glande dentro de su puño, y a cada bajada chocaba con sus huevos y hacía crujir su vello. La polla la tenia de nuevo al máximo.

  • Jo..., ¡joder! Mire usted que esta noche tiene uno que cumplir -dijo el pajeado oficial jadeando, al notar como ella le daba un lametón justo en la punta de su enhiesto miembro.

Tito Diego se incorporó, con su polla bien dura, pues ya había llegado al máximo ante el magreo de su sobrina, y sobre por el hecho de que lo estuviese haciendo delante de su superior. “Menos mal que mi sobrina esta vez parece que quiere ser ecuánime”, pensó al ver como también le daba un pequeño lametón a su húmedo glande.

  • Joder, sooooobrina… ahhhh -fue lo único que acertó a casi gemir el manipulado Don Diego.

La ecuanimidad de la sobrina tenía sus dificultades, ya las dos pollas que tenía que lamer estaban en camas diferentes, y de ello se percató el capitán.

  • Vamos a ponértelo más fácil -dijo Don Félix entre suspiros de puro placer, mientras se levantaba y de esta manera ofrecía el esplendor de su paquete directamente a la altura de la cara de aquella lasciva jovencita.

Ella comenzó sin dudar a lamer el delicioso caramelo que le ofrecía el capitán Díaz, metiéndose en la boca el glande y deleitándose en su frenillo, lo que provocó auténticos grititos de gusto por parte del maduro defensor de la ley.

  • ¡Ah, ah, ah…! ¡jodeeeeeeer, sigue, sigue! -decía con la boca entreabierta y los ojos cerrados tras sus gafas de gruesos cristales.

Don Diego, aunque no dejaba de sentir el sube y baja de la mano de su sobrina, no quiso quedarse atrás y se levantó al pronto para intentar ponerse a la misma altura que el capitán. Sus huevos le recordaban el esfuerzo anterior con aquel dolorimiento sutil, pero él no les hizo caso, aunque sabía por experiencia que luego le estarían doliendo un par de días, pero esto no se lo quería perder de ninguna manera. Por fin su sobrina se la estaba chupando!!

Ella comenzó a lamer de forma alternativa las pollas de aquellos oficiales de la Guardia aérea tan ofrecidos, disfrutando de su entrega y abandono. Se sentía muy poderosa teniendo a su tío Diego a su derecha y al capitán a la izquierda. El tío estaba de pie y completamente desnudo, salvo el dichoso albornoz que no había forma de que se quitase. Aunque lo tenía abierto, ofreciendo a su ansiosa boca su enorme polla, que emergía de aquel mar de vello marrón. Él mientras la miraba sonriendo, tremendamente guapo con su pelo canoso en lo alto, peinado hacia atrás, y negro en la nuca. Tenía las piernas separadas, permitiendo que sus hermosos huevos colgasen en caída libre, disponibles para recibir algún besito o lametón que arrancaba gemidos de entusiasmo de su querido tío.

El señor capitán Félix Díaz, a su lado, no se quedaba atrás en sus gemidos. Estaba también en pie con las piernas separadas y enfundadas en sus altas, negras y brillantes botas de cuero. Tenía las rodillas y los muslos tensos, cubiertos en su parte inferior por el bajado pantalón de servicio, seguido del inmaculado calzoncillo, para mostrar al mundo su tremenda tranca. Aunque más pequeña que la de su compañero, su porte no desmerecía en cuanto a la manera de horadar el aire, rodeada de su no menos espesa mata de vello negro que ahora, al incorporarse, tapaba parcialmente el faldón de la camisa que escapaba de forma curiosa de la todavía abrochada cazadora verde oliva. Sus magníficos cojones tampoco se libraban de la admiración y deseo de aquella mujer, que con un leve tirón se los acercó a la boca para chupar ambos al unísono. La sensación de tener ambos huevo dentro de la boca de aquella guarrona volvía totalmente loco de gusto al Capitán Díaz.

Ella pareció percibir que a ambos Guardias aéreos les faltaba poco para correrse, y aumentó la frecuencia de su manipulación, esta vez exclusivamente con la mano. Mientras, miraba divertida como ambos cerraban los ojos y comenzaban a gritar al unísono. De esta forma llegaron juntos al orgasmo, corriéndose a borbotones y simultáneamente. Los primeros latigazos de leche que salieron de ambas pollas se cruzaron graciosamente ante su cara, depositándose el semen de Don Diego sobre el pantalón de Don Félix, al tiempo que la leche de éste último pasaba a engrosar el decorado del batín de tito Diego.

Entre auténticos alaridos de placer ambos siguieron eyaculando de forma tremenda (los vecinos debían de estar escandalizados), poniendo perdidas la cara y las tetas de la sobrina, además de su blusa y los pantalones, calzoncillos y botas de Don Félix. Alguna gota cayó, además sobre lo cojonazos y los muslos del Capitán. No se libró el traqueteado batín de Don Diego de ser receptor del espeso semen de Don Félix, sin descontar el aterrizaje de algún chorro sobre su propia polla, sus expuestos y colgantes huevos, y por supuesto sobre la enorme superficie que ofrecía su mata de vello púbico, que semejaba un auténtico bosque sobre el que estuviera nevando. Don Diego sintió esta lluvia de proyectiles de su superior como algo especialmente humillante y a la vez placentero, magnificando su propio orgasmo como nunca antes lo había sentido. Iguales sensaciones tenía el viril capitán, al sentir como los chorros de leche calentita de Don Diego alcanzaban alguna zona de su expuesta piel. Especialmente excitado se sintió cuando los goterones alcanzaron sus botas, que tanto gustaba llevar lustradas. Ver el semen de quien estaba a sus órdenes resbalar por la caña del negro y brillante cuero, conforme se iba licuando a la temperatura ambiente dándole una pátina de pura lascivia, le resultó terriblemente humillante y libidinoso al mismo tiempo. Y el colmo fue un buen chorro que alcanzó la pernera del ajustado pantalón, justo donde se introducía en la bota derecha, y resbaló por el interior humedeciendo la tela. Sintióse entonces como violentado en su autoridad, lo que aumentaba su excitación, nunca había experimentado nada igual a lo que estaba provocando esta maldita jovencita.

Evidentemente Don Félix se corrió con más cantidad de semen que Don Diego. Este último había tenido dos tremendas descargas con su sobrina, no hacía mucho rato. Sus ordeñados huevos, que ya comenzaban a protestar ante semejante abuso, y su exprimida próstata no podían producir ya más semen.

Ella estaba completamente extasiada ante aquel bukake que había propiciado, en el que ambos machos habían participado de forma activa y pasiva, como productores y receptores de semen. Había adivinado las sensaciones que estaban percibiendo ambos maduros, y se sentía especialmente orgullosa de haber conseguido no sólo que se excitaran de aquella manera con sus manipulaciones, sino que se además se corrieran a la vez y que hubiesen disfrutado mucho (estaba segura de ello) al ser bañados literalmente cada uno por el semen de otro. Fue consciente de ese disfrute desde el primer chorro, al oír los gritos de placer de ambos cuando algún proyectil alcanzaba el objetivo predeterminado por ella, que no paraba de utilizar ambos viriles miembros como lanzadores de misiles.

Las maltrechas pollas no daban más de sí. Aunque ella seguía ordeñando a ambos oficiales con entrega, el semen no se proyectaba, sino que resbalaba por los cada vez menos tiesos miembros, haciendo que casi se oyera chapotear sus manos mientras seguía con el manoseo. Advirtió el cansancio de sus entregados y maduros guardias aéreos, y los jadeos de placer cada vez más apagados, así que apartó las manos de ambas pollas y se deleitó observando aquellas maravillas pringadas de líquido brillante. Ambos permanecían de pie, jadeando por el esfuerzo, y ella de rodillas en medio de aquel delicioso escenario, ya que para facilitar su manipulaciones había acabado por hincar sus rodillas en el suelo. La escena olía escandalosamente a semen.