El anacrónico tito Diego. Capítulo 1

Esta serie de relatos fueron publicados con anterioridad en este sitio por otra persona, y luego fueron borrados. Como era para mi insoportable que tanta belleza se perdiese para siempre, los vuelvo a publicar ligeramente alterados, con permiso del autor original

El planeta Ánacron alberga indígenas extremadamente similares a los del planeta Tierra, con todas nuestras virtudes y nuestros vicios, a pesar de la distancia tecnológica que nos separa. Hay por ejemplo marujas aburridas aficionadas al sálvame local en sus pantallas de inmersión holográfica, maridos descuidados que se resisten a tirar su vieja y gastada ropa interior de algodón anacrónico, jóvenes fogosos con boxers marca CK-galáctica a los que gusta marcar paquete, sobrinas viciocillas con bragas inteligentes (predicen el embarazo) pero que fácilmente caen al suelo, o maduros miembros del cuerpo de la guardia aérea (vigilantes de coches voladores) más calientes que el palo del equivalente anacrónico de un churrero terrestre.

Esta historia ocurre en Ánacron, pero bien podría ser al lado de tu casa. Y habla de Don Diego, un guardia aéreo de los que acabamos de hablar, de su sobrina, que es de las viciosillas, y de algunos personajes más que ya te iré presentando.

La sobrina vivía en una de esas ciudades dormitorios con bloques de apartamentos algo viejos que se nutrían de la energía captado en el tejado de los dos soles que alumbran Ánacron, al contrario de las modernas viviendas que producen su energía en el sótano por fusión fría. Desayunaba nerviosa y con prisa para marcharse de compras antes de que se levantase el tío, aunque no era nada urgente no le apetecía aguantarlo en casa.  El día anterior le habían dado la sorpresa de que su tío Diego iba a pasar un fin de semana en su casa, y que llegaba ese mismo día. El tío era Guardia aéreo y venía a la Academia para un curso de reciclaje. No le hizo mucha gracia, recordaba a su tío como un machista redomado y anticuado, un pesado, que además se había separado de su tía por infidelidades. Pero le habían insistido tanto en que debía hacerlo, había sido tan grande el chantaje emocional con aquello de que la familia lo era todo para los Anacrónicos, y otras tonterías por el estilo, que al final había cedido.

Había llegado por la noche, le había preparado una cena según lo que le habían dicho, y habían comido los dos juntos con una charla insulsa. ¡Cómo había envejecido! Tendría unos 50 años o más, con casi todo el pelo blanco salvo un poco de pelo negro cerca de la nuca, y quizá un poco demasiado largo para llevarlo repeinado con gomina. Seguramente había sido guapo de joven, ella lo recordaba vagamente en alguna foto. Era alto y se conservaba bastante bien de peso, lo que no le extrañó al ver cómo cenaba de forma frugal. Un par de veces le pilló mirándole de forma furtiva las tetas, lo que la hizo sentirse un poco incómoda, pero se tranquilizó al recordar que sólo eran un par de días, habría que tener paciencia.

El tío le había contado que lo primero que tenía que hacer era acercarse a la Academia a matricularse y recoger el uniforme. Le había estado contando que se había pasado al tráfico aéreo porque se aburría en la oficina, siempre la había gustado la especialidad y ganaría más dinero para poder pasar menos apuros con la pensión de su ex mujer. Eso le dio un poco de pena, pero recordó los motivos y hasta se alegró, menudo viejo verde estaba hecho!

Bueno, el reencuentro había sido menos traumático de lo que esperaba, y lo alojó en su habitación de invitados. Traía una pequeña bolsa de viaje y un portatrajes para el uniforme.

Lo tuvo que despertar antes de salir, porque seguía durmiendo y se le iba a hacer tarde.  Le dio apuro entrar en el dormitorio, pero desde fuera llamaba la atención cómo roncaba, imaginó divertida que esa sería otra causa del divorcio.

  • Tito, tito, despierta, que llegas tarde a la Academia.

Se despertó asustado y se incorporó de un salto, mirándola con sorpresa. Dormía con una camiseta de tirantes y unos slips, de color celeste el conjunto, increíblemente parecidos a los que usarían los terrícolas más anticuados, y que costaría mucho encontrar en la Tierra, salvo en alguna tienda decimonónica del casco antiguo de alguna ciudad española. Le hacía tener un aspecto bastante grotesco, porque slips le sobraban por todos lados, por lo menos eran de una o dos tallas más grandes de lo necesario. Y había además algo que le llamó poderosamente la atención, se trataba del tamaño de lo que escondían los slips, porque también era realmente desmesurado el paquete de su tío. Quizá fuese alguna hernia, pobrecito, le dio bastante lástima, lo veía como desvalido.

  • Vaya, sobrina, no me acordaba ni de donde estaba –dijo somnoliento y tapándose inmediatamente con la sábana, un poco azorado.

Este gesto le hizo gracia a ella, pero fue fuerte y no esbozó la más mínima sonrisa hacia afuera. ¡Ni que tuviera algo interesante que tapar aquel vejestorio con ropa interior del año de María Castaña anacrónica!

Cuando se disponía a salir apareció ya vestido. El uniforme le sentaba bastante bien. Su tío Diego era de esos hombres que estaban hechos para usar corbata. Le volvió a dar lástima su situación. Pero a ver, él se lo había buscado.

  • Sobrina, te voy a pedir un favor -dijo-. No sé dónde está la Academia. ¿Sabes si hay autobús volador para llegar?

En esto que recordó que hasta había tenido que vender el coche volador para pagar a su tía, se lo había contado su madre hace algún tiempo. Le vio tanta cara de pena que al final se ablandó.

  • Anda, anda, tito, te llevo, si no tardas mucho te espero y te traigo de nuevo. No está muy lejos de aquí.
  • Oye, que no hace falta que te molestes por mí -respondió el tío azorado.
  • No es molestia, tito, que para algo está la familia, ¿no? -insistió ella sonriendo-. Además, no voy a permitir que todo un señor capitán vaya por ahí cogiendo un autobús.
  • Gracias, sobrina –dijo tito Diego poniéndose un poco colorado y sonriendo- , pero ya quisiera ser capitán, soy comandante.
  • Ay, yo de galones entiendo poco.

Ambos rieron con franqueza, y finalmente se pusieron de acuerdo para ir en el coche de ella. Llegaron en poco tiempo a la institución, donde les recibió un Guardia aéreo bastante serio que no la dejó pasar al edificio, así que tuvo que esperar al tío en el patio. En cuestión de igualdad de sexos el planeta Ánacron estaba, también, a años luz de la tierra. La academia de estos guardias era territorio exclusivamente masculino.

El uniforme de aquellos guardias anacrónicos era muy particular, con aquellas botas que parecían que eran para montar caballos anacrónicos, y aquellos pantalones tan ajustados. Algunos de los que por allí pasaban parecían más bien  bailarines, por lo apretados que llevaban sus pantalones, que dignos servidores de la ley de Ánacron. Le sorprendió ver al tío cuando lo vio salir del edificio vestido de aquella manera: las botas casi le llegaban a las rodillas y andaba de una manera un poco rara (probablemente no estaba acostumbrado a ellas). Los pantalones los traía bastante ajustados, aunque no tanto como alguno de los que por allí andaban, sobre todo los más jóvenes. Su aspecto le trajo reminiscencias de antiguos soldados de los batallones galácticos. En general le sentaba bien, ahora que lo miró un poco más relajada, tenía una chaqueta tipo guerrera que lo hacía bastante elegante. Se fijó en que era diferente de la de los más jovencitos, que llevaban una chaquetilla ajustada a la cintura. Venía acompañado de otro Guardia que vestía de la misma manera, pero con la chaquetilla, y que traía los pantalones tan ajustados que a cada paso que daba se le dibujaba el contenido de un buen paquete en su entrepierna. Desde luego era bien raro tal despliegue para aquel guardia, ya que aparentaba la misma edad que su tío, solo que casi calvo y con una triste raya de pelo sobre la calva.

  • Hola, sobrina -le dijo sonriendo Don Diego- te presento al capitán Díaz, que es mi superior.
  • Hola -le dijo el ajustado capitán saludando a estilo militar y poniéndose firme, de modo que el paquete se proyectó de forma insolente y ridícula hacia delante.

Al capitán no se le pasó por alto la mirada furtiva de la sobrina, y se turbó un poco. Cambió de postura avergonzado, pero el efecto fue justo el contrario del perseguido, porque ahora casi se distinguía todo el contorno de la polla bajo la verde y elástica tela del uniforme. Un asomo de sonrojo salió a su cara.

  • ¿Qué te parece el uniforme? -le dijo su tío, posando para ella orgulloso y ajeno a los problemas posturales del capitán Díaz.
  • Oh, muy bonito y elegante -le contestó ella–. Y por cierto, ¿por qué llevas una chaqueta diferente?
  • Es la guerrera de ceremonia -aclaró rápidamente el capitán-, la lleva porque es el día de su nombramiento. Pero el uniforme es éste.

El capitán acompañó la frase con un efusivo gesto hacia su propio uniforme, e inadvertidamente rozó su enorme paquetón. El gesto hizo que ella bajase su mirada de nuevo hacia aquella protuberante entrepierna, a pesar de los ímprobos esfuerzos que hacía por evitarlo. Y el oficial la caló de nuevo, comenzando a mosquearse ostensiblemente.

  • Bueno, que hay tarea con los alumnos - dijo serio y poniéndose el casco que llevaba en la mano a la altura de su tremendo paquete al tiempo que la miraba desafiante-. Y mañana empiezas el curso, Diego.
  • ¿Qué curso? -preguntó ella sorprendida.
  • Oh, sobrina, tengo que hacer un curso de reciclaje y justo mañana comienza uno.
  • ¿Y cuánto dura? -insistió ella un poco molesta por el cambio de planes, y meditando sobre el tiempo iba a estar ahora su tío dándole la lata.

Él se tuvo que dar cuenta, porque reaccionó inmediatamente.

  • No te preocupes, que en cuanto pueda me traslado a la Academia aérea, que hay alojamiento.
  • Oh tito, si no es eso, sólo preguntaba por curiosidad -respondió ella avergonzada de ser tan transparente.
  • Vamos, que su tío sólo va a hacer el curso una vez -interpeló el capitán mirándola a través de sus gafas, que le hacían parecer un sapo-, son sólo 30 días.

¡Un mes!, exclamó la sobrina para sí misma, intentando disimular su desánimo por todos los medios, aunque sin mucho éxito. No creía ser capaz de soportar tanto tiempo la pérdida de intimidad. Pero pronto el capitán la sacó de aquellos pensamientos egoístas, al darse la vuelta y marcharse andando hacia donde estaban los alumnos con las motos voladoras. Era increíble. No se explicaba como el jefe de una Academia se atrevía a ir de esta guisa. ¡Por Dios! ¡Vaya pedazo de culo que tenía! Y además en ese momento se giró de nuevo hacía la sobrina y el tío, mostrando una estampa aún más impresionante si cabe, con aquellos muslos tan sumamente ceñidos por el pantalón, y aquellas botas tan brillantes… Cuando se ciñó el casco la imagen que le ofreció era tan deliciosa que perdió la noción del tiempo y el espacio. El capitán Díaz le ofrecía ahora su perfil mientras comenzaba a pitar enérgicamente con su silbato, y era de lo más excitante...