El amor todo lo puede

Dos chicas, de distintos mundos, se conocen y entre ellas nace el amor

Antes, la vida en los pueblos pequeños era sencilla, sana, alegre. Todos se conocían. Era una buena vida. Los niños jugaban en la plaza, en los alrededores, sin que sus padres se tuviesen que preocupar nada más que por alguna que otra brecha en la cabeza en una guerra de piedras. Las niñas estaban seguras. Sus madres no tenían que preocuparse por su seguridad.

Poco a poco, con el devenir de los tiempos, todo ha ido cambiando. Cada vez más los pueblos son abandonados por sus habitantes. Los jóvenes se marchan a la ciudad, a buscarse la vida, y los pueblos se van vaciando.

Para aquellos que se quedan, la vida ya no es tan alegre. Y si eres una niña, es peor. No tienes a casi nadie con quien jugar. Al pequeño colegio acuden los escasos jóvenes, todos en la misma clase, aún siendo de distintas edades.

Las alegres risas de los niños son sustituidas por el silencio. Donde antes corrían los chavales, ahora sólo corren matojos arrastrados por el viento.

Así era la vida de Luz. Nació en un pequeño pueblo, del que habían emigrado casi todos los jóvenes, y con ellos, sus hijos. Sólo quedaban los viejos y algunos que no podían dejar el pueblo, como su padre.

Cuando tenía siete años, se marchó Lucía. Sus padres no aguantaron más y se fueron a un pueblo más grande. A los nueve perdió a Carmen. Y a los doce, a su amiga del alma, María.

Se quedó sola. Demasiado joven para ir a jugar con los chicos, que no la aceptaban en el grupo. No era más que una niña tonta, débil, que no sabía jugar al futbol, que no sabía tirar piedras, que no quería ir a matar lagartijas.

Con la pubertad empiezan las miradas. Las risas entre los grupitos de niñas. Y de niños.

-Dicen que le gustas a Enriquito.

-Ay, pero si es muy feo.

-Jorge me ha pedido salir.

-Raúl me dio un beso en la mejilla.

-En el cine Alberto intentó besarme en la boca.

Al principio los chicos son unos tontos. Al principio, las chicas son aburridas. Las hormonas hacen su trabajo y los chicos dejan de parecer tan tontos y las chicas ya no son tan aburridas. Se empiezan a llenar de preciosas curvas que los atraen la miel a las hormigas.

Todo eso se lo perdió Luz. Era la única chica de catorce años del pueblo, la única que quedaba, sin contar a la hija del panadero, pero esa tenía cinco años y no contaba. Tampoco contaba Eugenia, mayor que ella. No tenía amigas con las que hablar. De los chicos, de sus miradas. Con las que hablar del primer beso robado. De la primera cogida de manos.

Se empezó a desarrollar. Le crecieron los pechos, pegó el estirón, y se fue convirtiendo en una guapa moza, como decían los chicos. Y empezó el 'acoso'.

El primero en intentarlo fue Adolfo, el chico más lanzado del pueblo. Consiguió un día, cerca del arroyo, darle un beso. Cogió a Luz por sorpresa. Cuando más tarde él le tocó descaradamente las tetas, Luz dio por terminada su primera relación.

Después de Adolfo fueron pasando los demás. Le pedían salir y ella aceptaba. Eso era lo que se suponía que había que hacer. Era lo normal. Algunos resultaron ser como Adolfo, que a la primera de cambio intentaban obtener de ella algo que no estaba dispuesta a dar. Otros eran más respetuosos, al principio, pero al final buscaban lo mismo que Adolfito.

No sentía lo que había leído. Las largas tardes de hastío Luz leía Novelas. Grandes novelas que describían grandes amores. Pasión, arrebato. Sentimientos que ella no sentía con aquellos chicos. No tardó en quedarse sin pretendientes. No había ya muchos. Hasta Jorge, dos años menor que ella lo intentó.

Le hubiese gustado seguir estudiando, pero a su familia le era imposible mandarla fuera. Se tendría que conformar con vegetar en aquel pueblo, ayudar en la granja y esperar a que algún chico fuera lo suficientemente aguantable como para formar una familia.

Luz era profundamente desdichada.

+++++

Elena sabía que las cosas iban mal. La situación económica de la familia empeoraba. Su padre llevada un año en paro y se le acabaría pronto el subsidio de desempleo. Y su madre acababa de perder el trabajo.

La maldita crisis iba a acabar con su familia. Les dijo a sus padres que buscaría trabajo, pero no consiguió nada.

Una noche estaba viendo la tele y oyó a sus padres hablar.

-Alberto, esto no puede seguir así. Si no encontramos trabajo no sé que vamos a hacer.

-Lo intento, María. Pero no hay trabajo.

Se cogieron de las manos.

-Nos van a quitar la casa. Tendremos que irnos.

-Lo sé, María, lo sé.

-¿Qué va a ser de nosotros, mi amor?

-Hoy, en las noticias hablaron sobre como los pueblos se están quedando sin gente. Dijeron que algunos están ofreciendo casa y trabajo para familias que quieran afincarse. Familias con niños.

Ellos eran cinco. Alberto, María, Elena, la mayor, y también estaban Raúl y Matilde, la pequeña.

-¿Vivir en un pueblo? ¿Y hacer qué?

-Pues vivir de la tierra. Cultivar. Como se vivía antes.

-No sé, Alberto. No sé.

-Es nuestra única esperanza, María. Eso o vivir de la caridad.

Elena oyó aquella conversación. No se podía creer que su padre estuviera en serio planteándose aquello. ¿Qué iban a hacer ellos enterrados en un pueblo? Ella tenía su vida aquí. No podría vivir en otro sitio.

Elena es una chica tímida. Apenas sale con sus amigas y amigos. Salió con un chico durante un tiempo, pero lo dejaron. Sus besos y sus caricias no la estimulaban. Ella sabía por qué. Siempre lo supo, y siempre luchó contra aquello. Se rebeló contra lo que sentía, contra sus deseos.

Francisco le siguió dando vueltas al asunto del pueblo. Se informó y semanas después, reunió a la familia. Les dijo que las cosas iban muy mal, que tendrían que irse. Elena, al oír aquello, empezó a temblar. Se temía lo peor.

Y cuando su padre les dijo que había encontrado un sitio en donde vivir, que les darían una casa, un trabajo, que serían felices todos juntos, no pudo evitar que sus ojos se llenases de lágrimas.

Quiso gritarle a su padre. Decirle que ella no se iría. Que no se iba a ir a un asqueroso pueblo a vivir, que no podía obligarla.

Pero no dijo nada. ¿De qué valdría? Eso sólo empeoraría las cosas. Haría aún más difíciles las cosas para sus padres. Además. ¿Qué iba a hacer ella sola? Tendría que plegarse a las circunstancias. Esperar a que las cosas mejoraran.

Sus hermanos eran aún pequeños, y no tenían conciencia de lo que significaba aquello. Para ellos era sólo cambiar de casa. Casi como irse de vacaciones.

Se enjuagó las lágrimas. Su padre se acercó a ella y la abrazó con fuerza.

-Lo siento, Elena. Pero no he encontrado otra solución.

-Lo sé, papá.

Él la miró, con los ojos también llorosos.

-Lo que más siento es que no podrás seguir estudiando ahora. Pero te juro por los más sagrado que ahorraremos hasta el último céntimo y que desde que podamos volverás y estudiarás. Conseguiremos una beca, lo que sea. Te lo juro.

Se abrazaron con fuerza.

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-Luz. ¿Te has enterado de las nuevas noticias?

-No mami. ¿Qué noticias?

-Me ha dijo la Juanita que dos familias van a venirse al pueblo a vivir. Y que puede que dos más también.

-¿A vivir? ¿Aquí?

-Sí. Por lo visto el alcalde está empeñado en que el pueblo no se muera. Son familias con niños.

Luz no entendía como podía haber gente que quisiese venir allí a vivir. Lo que ella deseaba era irse y no volver jamás.

La llegada de los 'nuevos' fue la comidilla del pueblo durante días. A las pocas semanas llegó la primara familia. Se acomodó en la casa de Julián, vacía desde hacía años. Poco después, llegó la segunda familia.

En un pueblo tan pequeño, el aumento de diez habitantes se notó. Al colegio asistieron cuatro nuevos alumnos. Todos obedecieron al alcalde. Les había 'ordenado' que tratasen a los nuevos con mucho cariño. Que aunque fueran forasteros, gente de fuera, los acogieran. Que eran buenas familias, y que si todo iba bien, se quedarían y el pueblo tendría una nueva vida. Que tenía grandes planes. Que su pueblo no sería como tantos otros pueblos muertos.

La casa era vieja, pero grande. Elena pudo tener su propia habitación, y sus hermanos también. Miró por la ventana de su cuarto. En otras circunstancias, habría pensado que aquel pueblo era un lugar precioso, rodeado de verdes montes y un gran bosque. Sin embargo, le parecía sólo una cárcel.

Los primeros días no salió de la casa. Sus hermanos enseguida hicieron nuevos amigos. Los de la otra familia e incluso algunos del mismo pueblo.

Una tarde se decidió a dar un paseo. Se encaminó hacia el centro del pueblo. Las pocas personas con las que se cruzó la saludaron amablemente.

-Hola. ¿Eres una de las nuevas? - le preguntó una ancianita.

-Sí, señora.

-Ah, bien, bien. Nos hacía falta sangre nueva. Juventud. Espero que te guste el pueblo.

-Sí - dijo Elena, secamente.

Siguió caminando por al empedadas calles hasta que llegó a la plaza de la iglesia. Allí había un grupito de muchachos, que la miraron. Se sintió 'escaneada' de arriba a abajo. Uno de ellos, el que parecía el jefe, se aceró.

-Hola guapa. Eres nueva, ¿No?

-Sí.

-Yo soy Adolfo. ¿Te vienes conmigo y los chicos a dar un paseo?

-No, gracias.

La cogió por el brazo.

-Venga, mujer. Lo pasaremos bien. Una chica de la ciudad como tú sabrá divertirse.

La miró con ojos libidinosos. ¿Pero qué se habría creído aquel pueblerino? ¿Qué todas las mujeres de la cuidad eran unas zorras que se iba con el primero que se presentaba?

Con un movimiento brusco se zafó de la mano del chico. Pero él insistió.

-¿Qué pasa? ¿Te parecemos poca cosa los chicos del pueblo? ¿No somos lo suficientemente buenos para la señoritinga de la ciudad?

Elena se estaba enfadando. Estaba a punto de darle una patada en los mismísimos cuando una voz terció.

-Adolfo, déjala en paz.

El chico miró hacia la chica que había aparecido.

-Luz, tú no te metas. La chica ya es mayorcita.

-Cállate ya, tontol'culo, y vete a tirar piedras con tus amigotes.

Elena miró a la chica, a la tal luz. Sus miradas se encontraron unos segundos. Y lo sintió. Aquella sensación de la que siempre huía.

-Está bien, está bien. Ya me voy. Sois todas iguales. Bah!

Adolfo se dio la vuelta y volvió junto al grupo de amigos.

Luz se acercó a Elena. Se volvieron a mirar.

-No se lo tengas en cuanta. Aquí no muchas chicas y se lanzan como animales sobre cualquiera.

-¿Y no se lanzan sobre ti?

-Lo intentaron. Pero no me dejé - respondió Luz, sonriendo.

-Gracias.

-No hay de qué. Debes de ser una de las nuevas.

-Sí. La de fuera. La invasora.

-Jaja, no tanto, mujer. Me llamo Luz.

-Yo soy Elena. Bueno, me voy a casa. Hasta luego Luz.

-Chao. Nos veremos por ahí, a la fuerza. No hay mucho a donde ir.

Luz se quedó mirando como Elena se marchaba. Parecía simpática. Y era bastante guapa.

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Al día siguiente, por la mañana temprano, Elena salió a dar otro paseo. Esa vez no hacia el pueblo, sino por los alrededores. Siguió el riachuelo y se adentró entre los árboles. Al poco sólo se oían el ruido del agua, el cantar de los pájaros y el zumbido de los abejorros. Llegó a un pequeño claro en donde el riachuelo formaba un remanso. Era un sitio bonito. Se sentó.

Y empezó a llorar. No soportaba estar allí. Se sentía sola, sin nadie con quien hablar. Delante de su padre fingía que todo iba bien. Ahora, en aquel apartado lugar, dejó salir lo que sentía.

Lloró unos minutos. Le sirvió de desahogo. Se secó las lágrimas con la manga de su camisa.

-¿Estás bien?

La voz la sobresaltó. Giró la cabeza. Era luz, la chica que conoció el día anterior.

-Sí. Estoy bien.

Luz la miró. Decía que estaba bien, pero se veía claramente que no era así.

-¿Puedo sentarse aquí contigo?

-Este es un país libre. Puedes sentarte donde te dé la gana.

-Bueno, si te molesto me voy.

Luz se dio la vuelta, dispuesta a dejar a la chica en paz.

-Espera, lo siento. He sido un poco borde - dijo Elena

-Sí, un poco.

Luz se acercó y se sentó al lado de la nueva.

-¿De dónde eres?

-¿Qué de donde soy? Parece que de otro mundo.

-No te gusta estar aquí, ¿Eh?

-¿Tanto se me nota?

-Bastante, sí.

-¿Cómo puedes aguantarlo tú?

-Bueno, nací aquí. No conozco otra cosa. Al final te acostumbras.

-No creo que nunca me acostumbre a esto.

-La verdad es que yo me quiero ir. La mayoría de la gente se ha ido marchando. Hasta ahora que habéis llegado vosotros. Resulta que en vez de irse, la gente viene.

-Es por la crisis. La situación es cada vez peor. Mis padres no encontraron otra cosa que esto. Era venir aquí o irnos a vivir debajo de un puente.

-Uf. ¿Tan malo es?

-Peor.

Luz miró a Elena. Era la única chica más o menos de su edad que veía desde hacía años. Tenía el cabello negro, pero la piel blanca. Se quedó mirándola, en silencio. Y cuando sus ojos se encontraron, sintió algo extraño. Desvió la mirada. Elena también la desvió.

-Bueno, Luz. Vuelvo a casa. Mi padre quiere que aprenda las labores del campo. Ni que él fuera un campesino de toda la vida.

-He oído que va a intentar cultivar los campos de los Viera.

-Sí, y además irá haciendo chapucillas por ahí. No se le da mal la mecánica.

-Pues mira, eso sí le hace falta al pueblo. Alguien que entienda de mecánica. Cuando una máquina se rompe hay que esperar días a que vengan de otros pueblos.

-Hasta... pronto, Luz.

-Nos vemos, Elena.

Luz se quedó un rato más allí. No sabía porque había seguido a Elena hasta allí. La vio salir del pueblo, adentrarse en el campo. Quizás fue porque era la única chica con la que hablar.

Se preguntó que fue eso que sintió al mirarla. Como un ligero cosquilleo. Al rato volvió al pueblo.

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El padre de Elena se fue haciendo poco a poco con el trabajo. Los del pueblo le echaron una mano, y cuando arregló el tractor del Jacinto, casi lo abrazan. Se corrió la voz de que sabía de mecánica y enseguida lo empezaron a llamar. No le pagaban en dinero, pero no les faltó buena comida.

Elena se dio cuenta de que su padre y su madre era felices por primera vez desde hacía mucho tiempo. El trabajo era duro, sí, pero era recompensado. Tenían lo necesario para vivir.

También sus hermanos parecían contentos de vivir allí. Tenían nuevos amigos, sitio de sobra para jugar.

Sólo ella se moría por dentro. Pero se dijo que no los iba a preocupar. Que intentaría parecer feliz. Se hizo a la idea de que tendría que pasar allí unos años antes de poder irse. Su padre se lo había prometido. Y él siempre cumplía sus promesas.

Se aficionó a pasear por las tardes. Iba hasta aquel sitio tranquilo, en el bosque. La tranquilidad de aquel lugar le gustaba. Parecía que nadie conocía aquel bello lugar. Sólo Luz, pero no había vuelto a verla, hasta que una tarde volvió a aparecer.

-Hola Elena. Supuse que estabas por aquí.

-Hola Luz.

-¿Qué tal? ¿Te vas aclimatando a este divertido pueblo?

-Uf, sí. Me lo paso pipa todos los días.

-Jajaja. Te creo.

Se sentó junto a Elena. Al poco, las dos tiraban piedrecillas al agua. Se miraban la una a la otra, con disimulo. Y cuando sus miradas se encontraban, enseguida la apartaban.

-Elena. ¿Cómo era tu vida en la ciudad? Hay tantas cosas que hacer, tantas cosas que ver.

-Bueno, más movida sí es. Pero no creas que hay tanto. Al final haces pocas cosas y ves las mismas cosas. Tu barrio y poco más.

-¿Qué es lo que más echas de menos?

-No sé. Todo. Y nada en especial. Quizás el cine. ¿Aquí no hay?

-Antes había uno. Bueno, el Juan traía películas y las proyectaba los sábados en la plaza. Pero se fue hace años.

-Y pasear por los grandes almacenes. Sólo mirando. Escaparates, gente.

-Yo una vez fui a uno. Uf, que mogollón de gente. Casi ni se podía caminar.

Las chicas estuvieron hablando un buen rato. Luz le contó como había sido su vida en el pueblo. Como poco a poco se iba quedando sin gente. Y como se sentía tan sola sin una amiga con la que hablar.

-Bueno, ahora... ahora estás tú - le dijo.

Se miraron. Esa vez se aguantaron la mirada. Luz notó como su corazón latía más fuerte. El de Elena, también se aceleró.

-Debo irme ya, Luz. Mi madre estará preparando la cena.

-Sí, yo también me tengo que ir.

Juntas volvieron al pueblo, calladas. En un punto del camino, en donde éste se estrechaba un poco, pasaron muy juntas. Sus manos se rozaron. Luz sintió un estremecimiento que le recorrió el cuerpo. Retiró la mano enseguida, como si le diera calambre.

Cuando llegaron al punto en que sus caminos se separaban, se miraron.

-Hasta pronto Elena. Nos vemos.

-Hasta pronto, Luz.

Caminaron alejándose la una de la otra. Antes de doblar una esquina, Luz se giró para volver a mirar a Elene. En ese preciso momento, Elene también se giró. Se miraron. Se dijeron adiós con la mano.

El corazón de Luz no dejó de latir hasta que llegó a su casa.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué sentía esas cosas con Elena? No lo entendía. Esa noche, en su cama, se preguntaba todas esas cosas. Cerraba los ojos y en su mente veía la bella sonrisa de Elena.

Recordó todas esas novelas rosas que leía. Como describían el amor. Las cosas que las muchachas sentían cuando su príncipe azul las miraba, las tocaba. Los sentimientos nacientes entre un hombre y una mujer.

¿Era eso lo que sentía ella? No podía ser. Elena no era un hombre. Era una mujer como ella. Tenía que ser un error. Había salido con varios chicos y con ninguno sintió lo que mismo que cuando sus manos de rozaron.

Elena, en su cama, también pensaba en Luz. Sabía exactamente lo que estaba pasando. Conocía ese estremecimiento al rozar la mano de otra mujer. Ese latir de su corazón al mirarse a los ojos. Las señales de su cuerpo. Eso contra lo que siempre había luchado ahora volvía. Y con más fuerza que nunca.

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Al día siguiente, sobre la misma hora, Luz fue al claro del bosque en donde se había encontrado con Elena. La encontró allí.

-Hola Elena.

-Hola Luz. ¿Qué tal?

-Aburrida.

-Y yo. En este maldito pueblo no hay nada que hacer.

-¿Cómo que no? Puedes ordeñar las cabras, regar el campo, prensar las aceitunas, plantar maíz, hacer pan, moler trigo...

Elena la miró con cara de pocos amigos. Luz puso una mueca y las dos chicas rompieron a reír.

-Jajaja. No me imagino yo ordeñando a una cabra - dijo Elena haciendo gestos con las manos.

-Jajaja, ni yo. Las muy cabronas notan si sabes o no hacerlo. Algunas hasta muerden.

-¡Coño! jajaja

Elena se acostó sobre la hierba. Luz la miró.

"Que hermosa es", se dijo, admirando como sus pechos se destacaban sobre su camisa roja. Elena tenía los ojos cerrados y Luz la pudo admirar. Su bello rostro. Su piel blanca. Su fino talle. Y sus largas piernas

-¿Sabes Luz? Este es el lugar del pueblo que más me gusta. Aquí me puedo olvidar de todo.

-Es un sitio tranquilo, sí.

Luz se acostó boca abajo, con los codos apoyados sobre la hierba.

-¿Dejaste muchos amigos en la ciudad? - le preguntó a Elena.

-Algunos, sí.

-¿Alguno especial?

-¿Especial?

-Sí, ya sabes. Un... novio.

-No. No tengo novio. ¿Y tú?

-Tampoco.

-¿Nooooooooooooo? Pero si el pueblo está llenito de recios mozos

-Jajajaja. Recios sí que son. Y alguno, como decimos, más bruto que un arado.

-Sí, como aquel de la plaza del otro día. El tal Adolfo.

-El cabecilla del grupo. Fue el primer chico con el que salí. Pero tenía las manos muy ligeras.

-Tiene toda la pinta, desde luego.

-Después salí con algunos más. Pero ninguno me hizo tilín. Y aquí no hay mucho en donde elegir.

Sus ojos se encontraron un segundo. Las dos sintieron un estremecimiento. Elena fue la primera en apartar la mirada.

Se pasaron el resto de la tarde allí, hablando, conociéndose. Hubo muchos silencios. Muchas miradas.

Por la noche, Luz no hacía más que pensar en Elena. Rememoraba sus labios. Sus pechos. Recordó una novela en la que una joven, profundamente enamorada de un chico plebeyo, describía las cosas que sentía en su cuerpo al pensar en él. Como sus pechos se hacían más sensibles. Como sus pezones se endurecían. Y como su sexo se humedecía.

Eso era exactamente lo que Luz estaba sintiendo. Tenía un agradable cosquilleo en el estómago. Notaba sus pezones endurecerse y frotaba sus muslos entre sí. Su sexo estaba húmedo y sentía un ligero placer, muy agradable.

¿Pero por qué? ¿Cómo era posible que sintiese eso con Elena? No podía ser. Era una mujer, como ella. Eso no era natural. Se acurrucó y trató de dormirse. Sólo ansiaba que llegase el día siguiente, para ir al bosque y volver a ver a Elena.

A esa misma hora, a no mucha distancia de allí, en una cama parecida a la suya, Elena se estaba masturbando. Se aproximaba al orgasmo pero cuando fue consciente de que toda su mente estaba ocupada por Luz, paró de golpe.

Ella no era así. No era una lesbiana. No era una... invertida. Era una chica normal. Tenía que ser fuerte, luchar contras esos sentimientos.

+++++

A partir de ese día las chicas se encontraban muy a menudo en aquel claro. Hablaban poco. Se miraban mucho. Los dos luchando por no sentir lo que sentían. Para las dos, esos momentos juntas, a pesar de, por una parte, atormentarlas, eran los únicos del día en que eran felices. Su sola compañía bastaba para hacerlas olvidar en donde estaban.

Llegó el otoño. Las hojas empezaron a caer. Una tarde estaban, como siempre tumbadas en la hierba. Las dos boca arriba, mirando las nubes pasar y buscando formas conocidas. Una repentina ráfaga de viento lanzó sobre las dos hojas secas.

Reían mientras se las quitaban con las manos. Elena seguía tumbada boca arriba. Luz la miró. Una ramita se le había quedado enganchada en el pelo. Se giró hacia ella y se apoyó sobre su costado. Llevó la otra mano hacia el cabello de Elena

-Espera, se te ha quedado un ramita en el pelo.

Se la quitó. El viento también la había despeinado un poco. Con delicadeza, le arregló el pelo con sus dedos, peinándola. Estaban muy cerca la una de la otra, casi pegadas. Sus cara a escasos centímetros la una de la otra.

Se miraron a los ojos. Ninguna apartó la mirada. Los dos corazones empezaron a latir con fuerza. Luz miró a Elena. Era tan bella, tan hermosa. Sintió la necesidad de besarla. Le nació de lo más profundo de su corazón.

Lentamente, acercó sus labios a los labios de Elena, y la besó. Fue como siempre había pensado, como había leído. Se estremeció de pies a cabeza. Sintió calor en sus mejillas. El cuerpo le temblaba.

Se separó ligeramente de aquellos labios que la quemaban. Sus ojos se volvieron a encontrar. Brillaban. Tenía que volver a besarla. Tenía que volver a hacerlo. Acercó de nuevo sus labios a los de Elena y esta vez no sólo los juntó. Abrió su boca. Los lamió. Y se volvió a estremecer cuando los labios de Elena también se abrieron y sus lenguas se encontraron.

Fue un largo beso. Luz empezó a sentir como su cuerpo reaccionaba. Sus pezones, como aquella noche, se endurecieron. Y su sexo se humedeció.

De repente, Elena la apartó, empujándola con fuerza con sus manos.

-No...No... Déjame...Luz...no...No está bien.

Elena se levantó y salió corriendo. Luz, aún sin reaccionar, la vio marchar. Cuando se dio cuenta, se levantó y la siguió.

-Elena, espera...no corras.... Hablemos.

No la alcanzó. Elena fue más rápida y desapareció. Luz, jadeando, se fue a su casa.

-¿Qué te pasa, Luz? - dijo su madre.

-Oh, nada, mamá. Que vine corriendo.

Se fue directamente a su cuarto. Cerró la puerta y se tiró encima de la cama.

Adolfo la había besado. La había tocado. Después, los demás. Con ninguno sintió nada. Y ahora, cuando juntó sus labios con los de Elena sintió la cosa más bella que había sentido jamás. ¿Qué era? ¿Amor? ¿Deseo? ¿Hacia una mujer? Aquello tenía un nombre. En el pueblo lo llamaban de muchas maneras.

Se llamara como se llamara, era lo más fuerte que había sentido en su vida. Lo más bonito que le había pasado. Tenía que hablar con Elena. Al día siguiente tenían que hablar.

+++++

A la hora de siempre, Luz salió corriendo hacia su lugar secreto de encuentro. Elena aún no había llegado. Se sentó a esperarla.

Pero no llegó. Pasaron los minutos y Elena no llegó. Cuando empezó a anochecer, Luz regresó al pueblo.

Al día siguiente, lo mismo. Elena no fue al claro del bosque. Luz se dijo que era por su culpa. Que pensaría que ella era una especie de monstruo por haberla besado.

Se echó a llorar y se maldijo a sí misma por lo que sentía. ¿Cómo decían los chicos del pueblo a las chicas que iban con chicas? Tortilleras. No era más que una asquerosa tortillera.

Se marchó a su casa y no volvió más al bosque. Dejó de buscar a Elena, pero no dejó de pensar en ella. No podía. Por más que lo intentaba, la tenía bien metida en su cabeza.

Elena, por su parte, al tercer día desde el beso fue al bosque. Esperaba encontrarse con Luz. Hablar con ella. Pero no apareció. Ni ese día ni los siguientes. Vagó por el pueblo con la esperanza de verla, pero había desaparecido.

Las noches en su cama Elena no hacía más que pensar en su vida. En los cosas que sentía. En las cosas que deseaba. Las cosas que temía. Esas cosas de las que huía.

Se preguntaba a sí misma el porqué huía. ¿Por lo que dijesen los demás? ¿Por lo que pensaran de ella? ¿Acaso no contaba lo que ella quería, con quién deseaba estar? ¿A quién... amaba?

Días después ya no pudo más. Preguntó en el pueblo que en donde vivía Luz y fue a su casa. Tocó a la puerta y una señora le abrió.

-Hola. Eres la chica del mecánico, ¿No?

-Sí. Buenos días. ¿Está Luz?

-No. Ha salido con su padre al pueblo de al lado a por unas cosillas.

-¿Cuando vuelve?

-Esta noche.

-¿Le puedo dejar una nota?

-Claro, pasa.

Le dio papel y un bolígrafo. Elena escribió, dobló el papel y se lo entregó a la madre de Luz.

-Gracias, señora.

-De nada. Se la daré en cuanto vuelva.

La madre miró a la chica marchar. Desde hacía días notaba a Luz triste. Algo le pasaba. ¿Sería algo relacionado con esa chica? Miró el papel que tenía en la mano. Se le pasó por la cabeza leerlo, pero se dijo que no. Que era algo personal de su hijo. Lo dejó en la repisa del recibidor.

Horas después oyó el ruidoso motor del coche de su marido. Era ya noche cerrada. Se abrió la puerta y los dos entraron, cargados con varias bolsas.

-¿Habéis tenido buen viaje?

-Sí. Pero el jodío coche casi nos deja tirados. Se lo llevaré al Alberto para que le eche un vistazo.

-Será lo mejor. Ah, Luz, eso me recuerda que esta tarde estuvo la hija por aquí a buscarte.

-¿La hija?

-Sí, la hija del nuevo, del mecánico. Te dejó nota. Está sobre la repisa de la entrada.

El corazón de Luz le dio un vuelvo. Temblando fue a buscar la nota. Con dedos temblorosos abrió el papel.

"Hola Luz. Te ve buscado pero no te he visto más. Por favor, ve mañana al sitio de siempre a la hora se siempre. Tenemos que hablar.

Elena".

La leyó varias veces, tratando de adivinar sobre que quería hablar Elena, que le iba a decir. Su madre, desde la cocina la miraba. Cuando Luz se acercó a su madre, ésta le preguntó.

-¿Todo bien, cariño?

-Sí mami. Todo bien.

Durante la cena apenas habló. Se fue a acostar temprano, aunque le costó bastante dormirse. Dudaba en si ir o no a ver a Elena. Se moría de vergüenza. No sabía si podría mirarla a la cara.

+++++

Se despertó igual que se había acostado. Nerviosa. Las horas le parecieron eternas hasta que llegó el momento de ir, o no, hacia el bosque. Apretó los puños y se fue, despidiéndose de su madre, que la miró mientras se alejaba.

Cuando llegó al claro, Elena ya estaba allí.

-Hola Luz.

-Hola, Elena - le dijo, sin mirarla.

-¿Cómo estás?

-Bien.

-¿Por qué no has vuelto a venir?

-Yo...vine al día siguiente, para hablar contigo. Y al otro. Pero tú no apareciste.

-Lo siento. Pero es que tenía muchas cosas en que pensar. Sobre lo que pasó.

-Por favor. Perdóname. Lo hice sin pensar. No volverá a pasar, te lo juro. Pero no me odies. Eres la única amiga que tengo. - dijo Luz, al borde del llanto.

-¿Odiarte? ¿Piensas que te odio?

-Saliste corriendo.

Elena se acercó a Luz. Se puso frente a ella. Llevó una mano hacia su cara. Se la acarició con ternura y se la levantó. Las dos chicas se miraron a los ojos.

-Luz, no te odio. Te quiero.

Elena acercó su boca a la de Luz y la besó. Cerró los ojos y se estremeció de pies a cabeza. Era el primer beso de amor verdadero que daba. El corazón de Luz se puso a latir con fuerza.

Las bocas se separaron lentamente. Las miradas fijas la una en la otra.

-Sí, Luz. Te quiero. Te amo. Me he cansado de luchar contra lo que soy, contra lo que siento.

Volvió a besarla. Luz le devolvió el beso. Juntaron sus cuerpos, abrieron sus bocas y el beso se tornó apasionado. Giraban sus cabezas lentamente, lamiendo y chupando sus lenguas.

Las piernas de Luz le flaquearon cuando las manos de Elena subieron y acariciaron sus pechos.

-Te deseo, Luz. Como nunca había deseado a nadie.

Luz gimió de placer cuando Elena la besó en el cuello. Se dejaron caer sobre la hierba, sin dejar de besarse. Elena cogió una de las manos de Luz y la llevó a sus pechos.

-Acaríciame, mi amor.

Luz sintió la dureza que aquel seno. Lo apretó. Notó en la palma el duro botoncito que el pezón formaba. Tan duro como los suyos propios. No podía evitar gemir de placer. Todo su cuerpo temblaba. Toda su piel estaba muy sensible. Cualquier lugar en donde Elena la tocara irradiaba descargas de placer.

Elene le fue quitando, uno a uno, los botones de su camisa, hasta que se la abrió. Admiró su piel. La rozó con las yemas de sus dedos, haciendo que los ojos de Luz se entornaran.

-Luz, eres preciosa.

Pasó las manos sobre los pechos de la muchacha, que se mordió el labio inferior. Con delicadeza le quitó el sujetador. Ahora sus manos acariciaron la piel de los perfectos pechos. Con los pulgares acarició los pezones. Y con la lengua, los lamió.

-Agggg, Elena... que placer...

Luz sentía como su sexo ardía. Lo notaba mojado, empapado. La boca de Elena iba de un pezón al otro, lamiendo, chupando, besando. Y cuando una mano empezó a bajar lentamente por su cuerpo, creyó que se moriría de puro placer. Las sensaciones eran tan intensas que casi sentía dolor. Los dedos juguetearon con su ombligo, haciendo que su espalda se arqueara sobre la hierba.  Y siguieron bajando.

Llegaron a su falda, y siguiendo la cadera, continuaron bajando por la cara exterior de su muslo, hasta que la falda terminó y tocaron su piel. Entonces, empezaron a subir otra vez, pero esta vez por la cara interna del muslo, por debajo de la falda.

Luz se sentía morir. Algo maravilloso estaba a punto de suceder. Era como si su cuerpo fuera a explotar. Aquello dedos que la acariciaban dejaban a su paso rastros de puro placer. Y se dirigían, lenta pero inexorablemente, al su sexo. Instintivamente abrió ligeramente las piernas.

Elena llegó a las braguitas de Luz. Estaban mojadas, calientes. Dejó de lamerle lo pezones y subió su boca hasta la boca de su amada. Los gemidos se silenciaron en su boca. Apartó la tela de la íntima prenda y cuando pasó un dedo a lo largo de la rajita de aquel virginal coñito, todo el cuerpo de Luz se tensó. Su espalda quedó separada del suelo.

¿Qué era aquello? ¿La pequeña muerte de que hablaban las novelas? ¿El culmen del placer? Para Luz fue el descubrimiento del placer con mayúsculas. El primer orgasmo de su vida, proporcionado por los dedos de otra mujer. Se quedó sin respiración. No era dueña de su cuerpo. Todos y cada uno de sus músculos estaban tensos. Y algo que ninguna novela podía describir la estaba atravesando.

-Agggggggg dios...mío.....Elena... Elena....

Elena miró como Luz se relajaba poco a poco después del intenso orgasmo. Vio como abrió sus lindos ojos lentamente. La besó. Y empezó a mover sus dedos otra vez. La rajita estaba babosita, caliente, y Luz gimió otra vez de placer.

-Elena...qué me has hecho...ha sido...aggggggggg que rico...

-¿Te gusta mi amor?

-Es lo más intenso que he sentido jamás.

No pudo seguir hablando. La boca de Elena se lo impidió. No dejó de besarla y masturbarla suavemente hasta que Luz volvió a sentir como iba a pasarle lo mismo de la otra vez. Sólo que ahora sabía lo que le esperaba. Lo esperó, lo sintió llegar, y fue aún más intenso que la primera vez. Su orgasmo hizo que su sexo expulsara flujos, que Elena esparció con sus dedos. Boca contra boca.

El segundo orgasmo de Luz la dejó sin fuerzas, respirando agitadamente sobre la hierba. Elena retiró la mano de su coñito. Subió por su muslo y después por su cuerpo. La besaba tiernamente, con dulzura, mientras Luz se recuperaba de tan intenso placer.

-Elena... yo...

-Dime mi amor...dime.

-Yo también te quiero.

Las dos chicas no pudieron evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Eran dos almas perdidas, que se habían encontrado. Dos almas gemelas que por fin estaban juntas, completas.

Luz sintió que tenía que devolverle el placer recibido a Elena. La hizo acostar boca arriba. No tenía experiencia, pero hizo lo mismo que Elena había hecho con ella. Le abrió la camisa. Sus pechos, sin sujetador la atrajeron. Le parecieron dos preciosas montañas. Las besó, las lamió. Los gemidos de Elena la llenaron de gozo también a ella. El estremecimiento en el cuerpo de Elena cuando le acarició sobre la barriguita la hizo estremecer a ella.

Le costó un poco abrirle el botón del pantalón. Elena la ayudó. Juntó su boca a la suya y metió la mano por dentro, bajando... Encontró las bragas de Elena tan mojadas como las suyas. Le encantó la sensación que sintió cuando sus dedos recorrieron la caliente y mojada raja del sexo de Elena. Una sensación que nunca había sentido, ni siquiera en su propio cuerpo.

Como Elena había hecho con ella, la masturbó. Encontró un punto, una zona, que al tocar hacía que Elena gimiera con más fuerza. La acarició allí con más insistencia, pero suavemente.

-Ummmmm Luz... sigue...no pares...vas a hacer que me corra...agggg

Elena estalló. Su orgasmo hizo estallar su cuerpo en mil pedazos, y sus gemidos fueron acallados por la boca de Luz.

Tumbadas en el suelo, sobre la hierba, se miraron. Se sonrieron. Estuvieron abrazadas mucho tiempo, acariciándose el cabello la una a la otra. De vez en cuando se besaban.

Luz apoyó su cabeza en el sobre el pecho de Elena.

-Elena... ¿Soy...lesbiana? - preguntó, aunque es su cabeza martilleaba la otra palabra.

-¿Me quieres? ¿Me amas?

-Con todo mi corazón.

-Eso es lo que importa, Luz. Lo que seas o dejes de ser no tiene importancia.

-¿Qué va a ser de nosotras?

-No lo sé, Luz. No lo sé.

Elena sabía que las cosas no iban a ser fáciles, y menos en aquel maldito pueblo.

Cuando empezó a caer la noche, se arreglaron la ropa y volvieron al pueblo. Casi todo el camino, cogidas de la mano. Sólo cuando empezaron a ver las casas, se soltaron.

Se miraron.

-Hasta mañana, mi amor. - dijo Elena.

-Hasta mañana, mi vida.

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Cuando Luz se había ido esa tarde, su madre vio a una chica triste, nerviosa. Y ahora, cuando regresó, era muy distinta. Parecía radiante, feliz. Inmensamente feliz. No le dijo nada. Pero una madre sabe.

Luz no habló mucho durante la cena esa  noche tampoco. Pensaba, pensaba y pensaba. Recordaba las caricias, el placer. Los ojos. Los labios, los dedos. Se fue a acostar temprano.

Acurrucada en su cama, cerró los ojos y rememoró esa maravillosa tarde. Sintió en su cuerpo el agradable cosquilleo del deseo. Entre sus piernas la creciente humedad de su sexo. Llevó su mano hacia aquel lugar y por primera vez en su vida, se masturbó. Pensaba en Elena, su amor, su lindo amor. En el sabor de su boca, en el calor de sus labios, en la dureza de sus pechos.

Y en la humedad de sus sexo. Humedad como la suya. El tercer orgasmo de su vida se lo proporcionaron sus propios dedos. Y mientras se corría, sus labios no dejaron de susurrar el nombre de su amada.Elena...Elena...

A la misma hora, en otra cama, Elena susurraba el nombre de su amor... Luz...Luz...

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Al día siguiente Elena no pudo esperar a la tarde para volver a ver a Luz. Tenía que verla ya. Salió corriendo de su casa y se dirigió directamente a la casa de Luz. Tocó a la puerta, jadeando. Abrió la madre.

-Buenos días. ¿Está Luz?

-Está detrás, dándole de comer a los animales.

Le señaló el camino. Ayer esa muchacha tenía  la misma cara de preocupación que tenía su hija. Y ahora, tenía el mismo brillo en los ojos con el que había regresado Luz. Se fue a la cocina, y desde allí, mirando por la ventana, sus sospechas se confirmaron.

Vio como Luz soltó el saco de pienso que tenía en las manos, como se abrazó a la chica y como se besaron con pasión.

Cerró la cortinilla de la ventana. Su cara reflejaba la preocupación que sentía. Por su hija. Sabía lo que iba a sufrir.

-No he dejado de pensar en ti, Luz.

-No yo en ti, Elena. Soy tan feliz.

Se besaron otra vez. Elena aceró su boca a la oreja de Luz,  le susurró.

-Te deseo, mi amor. Vamos a nuestro escondite.

Luz se estremeció entre los brazos de Elena.

-Yo también te deseo, pero ahora no puedo irme. Tengo que terminar con esto.

-¿Te ayudo?

-Vale.

Entre risas, las dos muchachas se dedicaron a alimentar primero a los cerdos y después a las gallinas. No dejaban de mirarse, de sonreírse, y de besarse, asegurándose de que nadie las mirara.

Cuando terminaron, Luz se acercó a la cocina de su casa.

-Mami, ya terminé. Me voy a dar un paseo. Chao.

Su madre no dijo nada. Sólo las miró alejarse.

En cuanto se alejaron del pueblo, se cogieron de la mano. Corrían felices, despreocupadas de todo. Llegaron a su escondite y juntaron sus cuerpos, sus bocas. Sus manos recorrieron sus espaldas. El lugar se llenó de los suaves gemidos de las dos amantes.

Arrodilladas sobre la fresca hierba de la mañana, se desnudaron la una a la otra. Cada una sintió los duros pezones de la otra clavarse sobre sus pechos. La mano de una acarició el coñito de la otra, que hacía lo mismo en el sexo de la primera.

Pecho contra pecho, boca contra boca, llegaron juntas a un intenso orgasmo que las sacudió de pies a cabeza. Se quedaron mirando al cielo casi libre de nubes. Las dos desnudas. Las dos, felices.

Elena se apoyó sobre un codo y miró a su amor.

-Te quiero, Luz.

-Te amo Elena. ¿Somos... novias?

-Ummm, sí. Somos novias.

Elena se agachó y besó a su novia en la boca, buscó su lengua. Besó sus mejillas, su barbilla, su cuello. Su mano acariciaba mientras tanto sus lindas tetas, pellizcando dulcemente sus pezones. Luz gemía de placer.

Bajó, lentamente, besando su cuello, sus hombros. Acercó la boca a los pezones, y la mano bajó también, lentamente, hacia su coñito. Luz, con los ojos cerrados, no hacía más que estremecerse.

Pero esa vez la boca de Elena no se detuvo en sus pechos. Siguió bajando, besando, lamiendo. Hizo encogerse a Luz de cosquillas cuando lamió su ombligo, y la hizo temblar cuando la besó sobre su pubis.

-Agggg, mi amor...me vas a matar de placer.

Lleno de besos aquel monte de Venus. Hasta su nariz llegó el aroma a deseo de aquel lindo coñito.

Se giró. Subió sus pies sobre el cuerpo de Luz, quedando sobre ella. Su cabeza sobre el pubis de Luz. Su sexo sobre la cabeza de Luz. Pero no se bajó. Acercó su boca hacia el origen del sensual aroma.

El primer beso sobre la rajita llevó a Luz al borde del orgasmo. Orgasmo que estalló cuando la lengua recorrió la cálida hendidura. Elena pegó su boca y recibió con gusto el rico flujo que Luz expulsó en su intenso orgasmo.

No quitó la cabeza de entre las piernas. La dejó allí, besando las ingles, esperando a que Luz se repusiera de su placer.

Luz abrió los ojos. El corazón le latía con fuerza. Aún sufría los espasmos finales de su placer. Sobre sus ojos vio el sexo mojado de Elena. Lo había acariciado. Y ahora lo veía por primera vez. Le pareció hermoso, bello. Alargó las manos y tiró de las caderas de Elena, acercándola hacia ella.

El olor la embriagó. Y el sabor de su amada se le quedó grabado para siempre. Empezó a lamer, a pasar su lengua por todos y cada uno de los pliegues del sabroso coñito. Y sintió como la lengua de Elena hacía lo propio con el suyo.

Se lamieron la una a la otra despacito, sin prisas, gozando de las sensaciones. Elena se restregaba sobre Luz, haciendo que sus sensibles pezones añadieran más estimulación a su placer.

Fue ella la primera en correrse, en sentir su cuerpo tensarse y estallar contra la boca de Luz, que se bebió los jugos que salieron de ella. Pocos segundos después fue la boca de Elena la que se volvió a llenar con el sabor de Luz.

Se quedaron unos minutos así, quietas. Elena sobre Luz. Los dos con los ojos cerrados. Después, Elena regresó junto a ella. Se besaron y compartieron sus sabores.

Llegaron, incluso, a quedarse un ratito dormidas, abrazadas... desnudas. Como dos lindas ninfas del bosque.

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A partir de ese día se hicieron inseparables. Estaban juntas desde que salía el sol hasta la hora de acostarse. Cada una ayudaba a la otra en sus quehaceres. Lo que fuera para estar más tiempo juntas.

Y en aquel claro del bosque, su lugar secreto, hacían el amor una y otra vez.

Los padres de Elena estaban encantados de que su hija tuviera una nueva amiga. La veían contenta, feliz. Al final parecía que aceptaba vivir en el pueblo. Las cosas le empezaban a ir bien a la familia. El dinero no era mucho, pero su padre pudo empezar a ahorrar.

El padre de Luz también estaba contento. Sabía que su hijita no era del todo feliz, tan sola en el pueblo. Pero desde que había llegado Elena, la hija del mecánico, era otra.

Sólo la madre de Luz no estaba contenta con esa relación.

+++++

Una tarde estaban las dos desnudas, abrazadas sobre la hierba, después de haberse amado hasta la extenuación. Oyeron un ruido, como una rama rompiéndose por una pisada. Se giraron y sus corazones de quedaron paralizados.

Allí, mirándolas con desprecio, estaba Adolfo.

-Lo sabía. No sois más que unas asquerosas tortilleras. Unas bolleras de mierda.

Se taparon con las camisas. Él las miró, con ojos libidinosos. Eran dos chicas muy hermosas. Intentó aprovecharse de la situación.

-Bien, preciosas. Me importa una mierda si os coméis el mondongo la una a la otra. Si soy buenas chicas y me hacéis una buena mamada, no se lo contaré a nadie.

Adolfo se empezó a bajar la cremallera. Luz temblaba de miedo. Elena cogió una piedra de buen tamaño y se levantó.

-Cabrón de mierda. Te la va a chupar tu madre - le dijo, amenazándolo con la piedra. - Lárgate aquí.

-Jajaja. Calla, zorra. Ahora lo que quiero es follarte. Así sabrás que no hay nada mejor para un coño que una buena polla.

Elena no pudo más. Le tiró la piedra y le dio en una rodilla. La hizo una herida y el muchacho cayó de rodillas, quejándose de dolor.

-Hija de puta. Casi me rompes la rodilla. Te vas a enterar.

Elena cogió otra piedra.

-Si no te largas de aquí, lo que te voy a romper es la cabeza.

Adolfo, acobardado y cojeando, se levantó y comenzó a marcharse.

-Se lo voy a contar a todos, ja'puta. Todos van a saber que no sois más que una pervertidas.

Sin dejar de amenazar y rezongar, se alejó. Elena temblaba, con el cuerpo lleno de adrenalina. Respiró hondo y se giró.

Luz la miraba, con los ojos asustados. En cuando Elena se acercó y la abrazó, rompió a llorar.

-Elena, lo va a hacer. Se lo va a contar a todos.

-Lo sé. Tarde o temprano se iba a saber.

-¿Pero qué vamos a hacer?

-No lo sé, mi amor. No lo sé.

Se vistieron, sin hablar. Estuvieron sentadas juntas, abrazadas, largo tiempo. El mundo se les venía encima.

Regresaron lentamente al pueblo.

Elena acompañó a Luz a su casa. Cuando se despidieron en sus ojos se reflejaba la preocupación.

Al día siguiente, cuando Luz fue a comprar el pan tempranito, notó miradas. El panadero, al que conocía de toda la vida, la miró de arriba a abajo. Y cuando regresaba y se cruzó con uno de los amigotes de Adolfo, éste le dijo.

-Tortillera.

Con el corazón encogido, agarró la bolsa del pan y salió corriendo.

Elena se despertó, y lo primero que hizo fue pensar en Luz. Desayunó, se vistió y salió a buscarla. En una de las callejuelas se cruzó con la viejita que tan amable había sido con Elena al principio, la miró y la llamó pervertida.

En pocos días, la noticia corrió como la pólvora. No pudieron volver a su escondite secreto. Allí las esperaban Adolfo y los demás para insultarlas y decirles obscenidades. En el pueblo la cosa no era mejor. Tenían que aguantar las miradas, las risitas, el desprecio.

Luz era la que lo pasaba peor, pues conocía a toda esa gente. Gente que ahora le daba la espalda. Elena, aunque por fuera parecía más dura, lloraba en su cama todas las noches, maldiciendo a Adolfo y al maldito pueblo.

Era inevitable que los padres de las chicas acabaran enterándose. Una noche, después de dejar a Luz en su casa, los padres  de Elena la esperaban, serios.

-¿Es cierto? - preguntó su padre.

-¿El qué? - respondió, sabiendo exactamente a que se refería su padre.

-A lo que dicen sobre ti y esa chica del pueblo, Luz.

-¿Qué es lo que dicen de ella y de mí?

Su madre no pudo más. Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar. Elena la miró, pero no se movió. Su padre tampoco se movió.

-Dicen que... soy más que amigas.

-Sí, es cierto.

El llanto de su madre se intensificó. Elena miraba a su padre.

-¿Tienes alguna explicación para eso, Elena?

-Sí la tengo, papá.

-Dímela.

-Es muy sencillo. Amo a Luz. Y ella me ama a mí. Siempre he sabido que era distinta. No quise reconocerlo, pero ya me he cansado de fingir. Soy lesbiana, papá.

-Vete a tu cuarto.

Elena obedeció. Se marchó, tranquila. Al fin se sabía todo. Se había quitado un gran peso de encima.

+++++

Con la cabeza enterrada contra su almohada, Luz lloraba, como hacía cada noche desde que las descubrieran. Tocaron a su puerta.

-Luz, soy mamá. ¿Puedo pasar?

No dijo nada. A los pocos segundos, su madre entró. Se acercó a la cama y se sentó junto a su hija. Acercó una mano a su cabello y se lo acarició.

-Tranquila, mi vida.

Al sentir aquella caricia, Luz se giró y se abrazó con fuerza  a su madre.

-¿Quieres a esa chica, verdad?

Luz se separó de ella y la miró a los ojos.

-¿Lo sabes?

-Sí. Te conozco muy bien, como... si te hubiese parido - dijo, con una sonrisa - Siempre supe que no eras como las demás. Y noté como te llenaste de felicidad cuando ella llegó al pueblo. Como se te iluminaba la cara cuando venía a buscarte. Bueno, y ver como la besabas también me dio pistas, claro. Ahora ya lo saben todos.

-La amo con toda mi alma, mamá. Con todo mi ser. ¿Me odias como ellos?

-Claro que no, Luz. Jamás te podría odiar. Y menos por sentir amor.

-Ese maldito Adolfo. Se lo contó a todos.

-Lo sé. Este es un pueblo demasiado pequeño. Y es un pueblo cruel. Te van a hacer la vida imposible. Si sigues con ella no te dejarán en paz.

-Pero yo quiero seguir con ella. Para siempre. No puedo vivir sin ella.

-Aquí no lo podrás hacer.

+++++

Tocaron a la puerta de Elena.

-Pasa, papá - sabía que era él.

-¿Cómo estás?

-Bien. Tranquila.

Él se sentó en una silla. Elena en su cama.

-¿Qué piensas hacer?

-¿Hacer? ¿Cómo que qué pienso hacer? No puedo hacer nada. Estoy enterrada en vida en este maldito pueblo.

-¿La seguirás viendo?

-Nada en este mundo podrá impedir que siga viendo a Luz, papá

Su padre se frotó las manos y miró al suelo. Sabía que su hija hablaba en serio.

-Si sigues viéndola en el pueblo, si sigues con ella, no podrás vivir en paz. No dejarán de hablar de ti, de insultarte. O algo peor.

-Lo sé. Ya he recibido una buena dosis de 'amor local' estos días. Sólo les falta tirarnos piedras como a los perros. Pero no me importa. Luz es mi vida. No puedo ni quiero vivir sin ella.

-Tendrás que irte, Elena.

-¿Irme? ¿Cómo que irme? ¿A dónde?

-Ya he ahorrado algo. Te prometí que lo haría.

-Lo sé.

-No es mucho. Pero te servirá para empezar. Si consigues una beca y un trabajo, de lo que sea, podrás salir adelante. Lejos de aquí. Haz lo que tenías pensado, Elena. Estudia, sé mejor que yo. Sé que tú puedes.

Ella no pudo evitar emocionarse ante las palabras de su padre. Esperaba reproches, gritos, que le prohibiera volver a ver a Luz. Sin embargo, le ofrecía una salida. Lo que ella siempre deseó. Marcharse del aquel pueblo.

Se levantó de la cama y se abrazó con fuerza a su padre.

-Gracias papá. No sabes cuánto te quiero.

-Y yo a ti, mi amor. Sólo quiero tu felicidad.

Elena se separó y le miró a los ojos.

-No me iré sin ella.

-Lo sé.

+++++

Al día siguiente, tocaron a la puerta de la casa de Luz. Su madre abrió y se encontró con el padre de Elena.

-No le voy a permitir que insulte ni se acerque a mi hija. Ella no ha hecho nada malo y ya está sufriendo bastante. Hable con su hija.

Alberto levantó las manos, en señal de paz.

-Ya he hablado con mi hija. ¿Puedo pasar?

Le mujer vio que el padre de Elena parecía tranquilo.

-Sí. Pase.

Lo llevó al saloncito de las visitas y le dijo que se sentara. Ella se secó las  manos con un paño y se sentó también.

-¿Y bien? ¿Qué se le ofrece?

-Bueno, ya sabrá que su hija y mi hija mantienen... relaciones.

-Sí, lo sé - dijo la mujer, aún a la defensiva.

-¿Qué piensa hacer usted?

-¿Yo? Nada. No es asunto mío. Ya son mayores de edad y pueden hacer lo que les dé la gana.

-Usted sabe que eso no es cierto. Aquí no pueden seguir juntas. Y yo no voy a permitir que mi hija siga aquí. No voy a permitir que la sigan insultando, que le hagan la vida imposible. Elena se marcha de aquí.

La madre de Luz miró a aquel hombre. Parecía tranquilo.

-Bien, entonces no hay nada más que hablar. Pararán las habladurías dentro de poco. Todo se olvidará.

-Hay un problema.

-¿Qué problema?

-Elena, mi hija, no se irá de aquí sin Luz.

-¿Qué propone Vd.?

-No conozco bien a su hija. Pero sí conozco bien a la mía. Sé que hará lo imposible con seguir con su hija. Y que si no hacemos algo, se marcharán las dos, quien sabe dónde. A vivir quién sabe cómo. Y como padre, no lo puedo permitir. Tengo algo de dinero ahorrado. Les bastará para empezar. Será duro. Tendrán que buscar trabajo. Elena quiere seguir estudiando. Se lo prometí. Es una promesa que voy a cumplir.

-Yo también tengo un dinerillo ahorrado. Su padre me matará si se entera, pero se lo daré a Luz. La conozco, y sé que también se iría con Elena como fuera y donde fuera.

-Bien, pues todo arreglado.

Él se levantó.

-¿Alberto, no?

-Sí.

-Yo soy Almudena. Elena tiene mucha suerte de tener un padre como usted.

-Soy un padre que ama a su hija. Sólo quiero lo mejor para ella.

+++++

Días después, Alberto y Almudena llevaron a Luz y Elena al pueblo vecino, en donde estaba la estación del tren. Allí las dejaron, cada una con una maleta. Las despidieron con un abrazo. Las chicas, con lágrimas en los ojos. Pero felices.

Subieron al tren. Buscaron asientos libres y se sentaron juntas. Se cogieron de la mano. Apretaron fuerte.

En frente de ellos había un señor de mediana edad. Miró por encima del periódico que estaba leyendo Vio como aquellas dos chicas se cogían de la mano. Siguió leyendo. Ellas no se soltaron.

Por una parte, las dos estaban tremendamente asustadas. Iban a lo desconocido. Pero eran inmensamente felices, porque iban juntas. Juntas lo podrían superar todo.

Sabían que seguirían las miradas, los cuchicheos. Pero en la gran ciudad todo sería distinto. Lo que tenían claro las dos es que jamás se esconderían de nadie. Vivirían su amor abiertamente.

Y al que no le gustase... ¡QUE LE DEN!

FIN

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