El amor salvaje de flores y márquez

Los Flores, como los llamaban en el cuartel, o los "bro", como se llamaban entre ellos, dieron con sus huesos en el calabozo del sargento Torres, donde vivieron una relación de violencia, poder y sumisión.

EL AMOR SALVAJE DE FLORES Y MÁRQUEZ

Flores y Márquez se conocieron en el cuartel. Entraron el mismo día. Los destinaron a la compañía de servicios donde se se encontraban todos los soldados con oficios como fontaneros, carpinteros, mecánicos, camareros etc.

En cuanto se vieron se acercaron para saludarse. Parecían hermanos. Habían nacido el mismo año.  De estatura baja, de complexión menuda pero muy fibrados, piel morena, pelo negro ondulado, cejas espesas, largas pestañas y unos ojos grandes y negros. Los dos eran andaluces; Flores de Córdoba, Márquez de Sevilla. Los dos procedían de familias humildes propietarios de modestos bares en barrios obreros. Se acercaron y se dieron a conocer:

  • Hola, soy Currro Flores - y le tendió la mano

  • Hola. Pepe Márquez - y se estrecharon las manos.

Tuvieron la suerte de que les destinaron como camareros en el bar-comedor de los oficiales. Desde ese momento fraguó una gran amistad entre ellos. Se les veía siempre juntos a todas horas. A veces,en sus horas de descanso dormían  la siesta en la misma cama. Los compañeros lo tomaban como algo natural. Muchos pensaban que eran hermanos, e incluso les comenzaron a llamar "Los Flores". Eran alegres y simpáticos. De vez en cuando se hacían con alguna botella de alcohol que compartían con los chicos  de la compañía. Les gustaba bailar, tocar las palmas, cantar y hacer percusión con lo que tenían a mano. Todo esto les llevó a ser dos personas queridas y apreciadas en el cuartel.

La confianza y la amistad fue en aumento. Había noches que dormían juntos. Una noche, Flores, que dormía en la litera superior, se descolgó hacia la inferior donde dormía Márquez.

  • Márquez...

Márquez se despertó. - ¿Si?

  • ¿Te importa que duerma contigo?.

Márquez no le respondió, sólo apartó la sábana dejando sitio para que se acostara su amigo. Flores se metió en la cama,se arropó y siguieron durmiendo.

No había nada raro en este comportamiento pues, desde pequeños, tanto el uno como el otro estaban acostumbrados a compartir cama con sus hermanos. Era lo más natural para ellos. Por lo tanto, aquella pregunta y aquella reacción era algo normal.

La coincidencia de sus vidas y vivencias, aparte de su parecido físico hizo que un día Márquez le llamara a Flores "bró" (de brother). Desde ese momento no se llamaron entre ellos ni Curro ni Pepe, sino "bro". Para el resto eran "Los Flores", pero entre ellos eran hermanos: "bro". Y así se llamaron desde ese momento.

Durante las cotidianas calenturas de la siesta o las erecciones matutinas se masturbaban en silencio cada uno en su catre o en el compartido. Esto también era natural puesto que acostumbrados a dormir entre hermanos de diferentes edades, no era extraño que alguno de ellos se aliviara en la cama. Eso si, en prudente silencio.

Un día, mientras sesteaban y se sobaban la polla con el fin de acabar con  el picor de sus rabos, Márquez, que era algo más osado, le dijo a Flores : - Bro, ¿porqué no nos pajeamos?.

Flores lo miró, levantó la sábana para ver en que estado estaba su "bró" y al verlo, sin decir media palabra,  llevó su mano a la tranca de su hermano y comenzó a pajearle. Márquez hizo lo mismo. Se sobaron los morenos pendejos y así fue como se hicieron la primera paja mutua.

Los "Flores" no sabían bien lo que habían iniciado.

Aquella paja clandestina entre las sábanas y al orgasmo que llegaron les supo a gloria bendita.

Desde entonces, las calenturas se las aliviaban mutuamente y las incursiones nocturnas a las camas eran cotidianas.

Sus compañeros se fueron acostumbrando al hecho de que los "hermanos" durmieran juntos. Incluso, muchos de ellos, creían que lo eran de verdad.

La simpatía, la alegría, y el buen ambiente que provocaban los "Bro", hacía que todos en la compañía les quisieran.

Muchas noches, el cabo de guardia de turno les despertaba para avisarles de que el capitán de guardia llegaba para inspeccionar y debían volver cada uno a su cama. Era un acuerdo tácito entre todos. Si venía el capitán, que no era todos los días, había que avisarles.

Los "Flores", vivían felices y relajados. Todo el mundo les quería, tanto en la compañía como en el bar de oficiales. Todo iba bien. Su amistad se había convertido en verdadero amor filial, pero un día todo se torció.

Flores recibió la llamada de su padre para decirle que uno de sus hermanos había sido detenido por camello y que les pedían una cantidad de fianza que no podían pagar. La idea de que fuera a la cárcel se les hacía insoportable y su madre no paraba de llorar y de pensar qué le podía pasar dentro de aquellos muros siendo tan joven.

Flores se lo contó a su "bro" y decidieron mutuamente robar parte de la caja de caudales del bar de oficiales para entregársela a su familia, pensando que aquella cantidad pasaría inadvertida.

Evidentemente no fue así y se les condenó a dos meses de calabozo.  El Comandante del cuartel les escuchó en sus alegaciones y tuvo en cuenta  el buen comportamiento y las circunstancias que les motivaron. Les pidió juramento de que nunca más hicieran algo así porque la próxima vez tendría que dar parte e irían a prisión militar. Si juraban, todo se quedaría dentro del cuartel pero tendrían que cumplir calabozo para ejemplo comunitario.

Márquez y Flores, fueron puestos bajo la custodia del sargento Torres en el calabozo del cuartel durante dos meses.

Eran dos chicos que le gustaban, eran alegres y simpáticos, pero desde que entraron en el calabozo una losa de tristeza y desasosiego cayó sobre ellos. Se levantaban, limpiaban la celda, se tiraban en el catre y dormitaban en silencio durante horas. La falta de libertad les hacía mella, a ellos, que eran todo alegría que siempre habían sentido la libertad como parte de su existencia, el encierro les sumió en una melancolía rayana a la depresión. La verdad es que al sargento le preocupaba la desidia en la que habían caído y temía que en algún momento esa depresión estallase, por lo que decidió llevarles una baraja de cartas, juegos de mesa, además de una radio y la televisión fija que podían poner cuando quisieran. De todas formas decidió  estar atento a cualquier acontecimiento  extraño que surgiera entre  los "hermanos".

No hizo falta esperar mucho para que una noche, llevarían tres o cuatro días encerrados, Flores esperó a que se apagaran las luces después del toque de silencio  y cuando escuchó  la respiración profunda de su "bro". Se deslizó de su cama con cautela, se acercó a la cama de su hermano y con un movimiento rápido y certero le hizo una llave para inmovilizarlo, le bajó los calzoncillos y le clavó la tranca de un solo golpe.

Márquez, asustado, se revolvió  y cuando sintió el dolor de la penetración intentó gritar pero Flores le tapó la boca, y en esta postura lo violó como un poseso. Márquez lloraba de dolor y de vergüenza. No entendía porque su hermano estaba violándole. Se sentía tan humillado, aparte de dolorido, que cerró lo ojos y lloró hasta que Flores se corrió en su interior. Cuando la polla disminuyó y salió del agujero, se levantó , se fue a su cama y se acurrucó con la mirada ausente.

Márquez se quedó inmóvil en su cama. Se tapó hasta la cabeza con las sábanas y lloró durante toda la noche hasta que el agotamiento pudo con sus fuerzas.

El sargento había creído oír un grito y se levantó para ver que ocurría, entreabrió la puerta de su habitación y vio lo que estaba sucediendo entre los  "Flores". En un principio su intención fue ir al calabozo para poner orden pero se quedó inmóvil viendo la escena, que le excitó sobremanera, no sin embargo el mantenía con el capitán Iglesias sesiones de sexo duro. Eran relaciones de sexo agotador, violento y lujuriosos que acababan con unos orgasmos que clamaban al cielo.

Ver a esas criaturas desarrollar tal violencia entre ellos para llegar a una corrida, le calentaba y le extasiaba. Se quedó mirando hasta que Flores terminó de violar a su hermano y se retiró a su cama. El sargento, que se había masturbado ante la escena, también se retiró a su cama. Le costó dormir porque la violenta reacción de Flores contra Márquez le preocupaba. Esperaría acontecimientos posteriores. Al fin, sus ojos se cerraron.

Al día siguiente, el sargento estuvo atento al comportamiento de los hermanos. Nada anormal parecía desarrollarse en el calabozo. Seguían apáticos, cada uno en su cama, sin hablar, sin hacer nada, apenas comían. Así pasó el día. El sargento observaba. Cenaron y cada uno se fue a su cama. Sonó el toque de silencio y se apagaron las luces. El sargento se relajó y puso la televisión.

Cuando las respiraciones de los inquilinos del calabozo comenzaron a sonar acompasadamente. Un suave sonido de sábanas se dejó oír. Unas sordas pisadas se acercaban a una cama y ,en un instante, un cuerpo se abalanzó sobre otro, le inmovilizó, le amordazó, le bajó el calzoncillo y le atravesó con brutalidad.

Márquez se estaba vengando de Flores. Le metió su verga a lo bestia mientras Flores intentaba gritar por el dolor al que le estaban sometiendo. Su "bro" le estaba follando con ira y el estaba inmovilizado y amordazado. Comenzó a llorar de dolor, de ira y de vergüenza. Su hermano se estaba vengando con razón y lo estaba haciendo a conciencia. Su hermano estalló dentro de el y se sintió tan humillado que comenzó a llorar sin consuelo. Márquez salió de su interior y se fue a su cama. Flores se acurrucó cubriéndose con las sábanas y se durmió llorando.

Al sargento, mientras veía la televisión, le pareció escuchar un gemido que provenía del calabozo. Miró desde la puerta entornada y vio lo que estaba sucediendo. Se quedó inmóvil tras la puerta viendo como Márquez violaba a su violador. Esperó mientras su polla se empalmaba. Observó como follaba  a su hermano y como se aliviaba tensando su moreno, delgado y fibrado culo. Entonces, el sargento eyaculó.

Desde aquel día la situación tomó un camino extraño. Durante el día, calma total. Incluso comenzaron a jugar a las cartas o al dominó, muy relajados y tranquilos. No se miraban bien pero estaban tranquilos. Cenaban, se acostaban y esperaban a que se apagaran las luces.

En ese momento, todo comenzaba a cambiar. Se destapaban, se tensaban, se levantaban silenciosamente de sus camas, se miraban con furia, se acercaban, y comenzaban a retarse con la mirada y con gestos. En un momento determinado, se abalanzaban y comenzaban a luchar con furia en un silencio sepulcral. Se oía el rozar de los cuerpos, los golpes que se daban, la húmedas pisadas o los sonidos sordos de los cuerpos al caer sobre las baldosas del suelo. Era una lucha sobre la posesión, sobre el poder de uno sobre otro. Dos jóvenes machos alfas luchando por quién sería el dominante y el otro el sumiso. Cuál de los dos se follaría al otro. Unos días vencía uno y otros días vencía el otro.

Los días pasaban y la situación seguía igual. El sargento los veía luchar todas las noches con auténtica devoción. Era tal el erotismo y la sexualidad que emanaban que le dejaban embriagado. Se sentaba en la silla con al puerta entornada y se quedaba pasmado viendo el juego de violencia sexual que se desarrollaba frente a el y al final se corría con la sensación de celos porque a él le gustaría participar en ese juego prohibido a una tercera persona.

Lo que el sargento no sabía era que aquel juego, que noche tras noche se traían los Flores, estaba cambiando. En un principio luchaban para dominar al contrario y someterlo follándolo, pero según fueron pasando las noches los hermanos comenzaron a sentir placer anal por lo que, luchaban para dominar y follar a su contrario, pero comenzaban a sentir placer al ser penetrados. Y eso dio un gran giro a sus  instintos y sentimientos.

No lo dijeron pero lo sintieron los dos. Cuando eran sometidos se dejaban penetrar y disfrutaban con la follada como perras, tantas eran las veces que les habían penetrado que ya habían cogido el gusto a que una verga les entrara por el culo dilatado y les diera un masaje rectal y, sobre todo, porque el que les estaba penetrando era su "bro". Nadie extraño, nadie que les violentase (aunque parezca una barbaridad, no sentían violencia entre ellos), sentían un placer inmenso en el hecho de follar o ser follados. Se habían acoplado al sexo mutuo igual que cuando se hacían una paja o dormían la siesta. A tal punto había llegado su hermanamiento. Pero eso no se lo dijeron. Les daba miedo reconocer su mariconeo. Pero les pesara lo que les pesase se habían convertido en una auténtica pareja de maricones. Y lo serían durante años.

En plena vorágine de locura de sentimientos y de hormonas desatadas y enloquecidas, apareció un día en el calabozo un joven que tenía que tenía que compartir celda con ellos. Era de su edad, más alto, más guapo, con un cuerpo perfecto y con esa elegancia natural que regala la gente rica. En resumen, era el perfecto ejemplar de "pijo". Pero aún así, se encontraba inseguro y débil, y ellos eran depredadores.

Esa misma noche, se miraron de cama a cama y supieron lo que tenían que hacer: dominar al cachorro. Y se tiraron a él. Le dominaron  y comenzaron a  someterlo, pero el gran alfa de la manada, el sargento, entró como una furia los separó los lanzó por los aires y cayeron semiinconscientes contra la pared o contra las camas.

Al día siguiente les enviaron al  hospital militar con un informe en el que se analizaba su comportamiento de anómalo y, en cierta medida, psicótico. Estuvieron varios días en observación y los devolvieron al cuartel con una medicación que los  mantenía medio drogados.

Un día, el "pijo" que les suministraba la droga decidió no dársela. Se fueron recuperando poco a poco. Estaban aún débiles cuando una noche entró en el calabozo y se desnudó frente a ellos. La luz que entraba por la ventana le iluminaba ese cuerpo joven y bien esculpido. Los Flores lo miraban, al principio con inseguridad (¿sería una trampa del sargento?), luego con curiosidad cuando el joven se quitó una especie de tapón del culo. Los hermanos se fueron levantando de la cama con intención de acercarse. El chico seguía de pié incitándoles, como si fuera un cebo. Se agachó dejando ver el orificio abierto que le había dejado el tapón.

Los Flores se fueron acercando oliendo al macho que se les estaba ofertando. Se acercaron, le olieron, le tocaron, se excitaron y notaron lo que el cebo estaba deseando.

La lujuria se desató y como dos auténticos posesos se abalanzaron sobre el cautivo para complacer sus instintos. Flores le follaba mientras le mordía los hombros y el cuello. Márquez le metió la polla en la boca para recibir una mamada histórica, mientras le agarraba del pelo para indicarle la cadencia de la mamada. Se corrieron a la vez, uno regando el orto, y el otro la garganta.

Después de la corrida y a causa aun de la debilidad producida por las drogas, se retiraron a sus respectivas camas y cayeron en un profundo sueño reparador.

Al día siguiente, el chico había desaparecido. Nunca supieron si había sido un sueño.

Desde aquel día, ya sin tomar drogas, la relación tomó otro derrotero. Estaban más relajados e incluso más alegres. Jugaban, reían, se gastaban bromas. Comenzaban a ser "bro" otra vez . Por las noches, cuando apagaban las luces y tocaban a silencio se tensaban en las camas, se miraban  por largo tiempo hasta que les vencía el sueño. No se pelearon y no se violaron.

El sargento los observaba desde su posición sin dar crédito a lo que sucedía. ¿Qué coño estaba pasando?:

Así pasaron varias noches hasta que en una de ellas Flores se levantó de la cama y se acercó a Márquez que se despertó sobresaltado, como si hubiera intuido su presencia, como si le hubiera olido. Se incorporó en la cama y se tensó.

Flores se agachó y le dijo en voz baja: -¿Bro, puedo acostarme contigo?, Necesito estar contigo.

Márquez apartó las sábanas para que su hermano se acostara junto a el. Se taparon, se abrazaron y cayeron en un sueño placido que no recordaban haber disfrutado desde hacia tiempo.

A la mañana siguiente, el sargento se los encontró durmiendo abrazados en la misma cama. No les despertó, les dejó dormir y en su cara se esbozó una sonrisa cómplice.

Márquez creía recordar haber visto al niño pijo una noche y que les había deseado suerte. Pero no pudo saber nunca si fue sueño o realidad.

Lo cierto es que, cuando acabaron el servicio militar, no volvieron a sus respectivos pueblos. Se quedaron en la ciudad, trabajaron duramente, ahorraron y pusieron su propio negocio; un bar: "Brothers", que con el tiempo fue lugar de peregrinaje de la comunidad gay. Hoy, todavía, siguen juntos mis queridos hermanos Flores.  Un beso para ellos.

Espero que os haya gustado. Ya se que es otro tipo de narración pero...es lo que es. Decidme que os ha parecido.