El amor es el Ave Fénix

Perdí a mis padres y después a mi primo y tío. Los que quedamos tuvimos que unirnos para poder seguir hacia delante. Y el cariño que nos teníamos derivó en mucho más que cambió nuestras vidas para siempre.

Hola a todos de nuevo. Hacía mucho tiempo que no escribía unas líneas en esta página. Por motivos laborales no he dispuesto de tiempo para dedicarme a escribir mis relatos y tengo varios escritos en vuelo que no tengo tiempo de perfilar.

Hace un tiempo que recibí un email de un lector pidiéndome que plasmara una historia. Quería un relato para él y para "otros" protagonistas. Me ha llevado varios meses poder sacar tiempo para escribirlo y, tras su beneplácito, aquí lo mando para la lectura del resto de asiduos a esta página. No diré si TODO es real o fruto de mi imaginación. Sólo aseguro que no hay falsedad en el nombre de los protagonistas.

Este es un relato de personajes con vidas y vivencias más o menos normales y corrientes. Yo crecí en una ciudad dormitorio de Madrid. Mi padre era el sustento de la familia, mi madre cuidaba de nosotros y de la casa y yo estudiaba con mejor o peor éxito. Mi padre era el típico hombre español de metro setenta de estatura, típica tripita "de la felicidad" (más bien cervecera), más cerca de los 50 que de los 40, grandes entradas y con la coronilla ya sin pelo. Mi madre era más bajita, con un carácter muy dulce y agradable, entrada en carnes (por no decir tetona y culona) y con unos ojos grises que siempre lamenté no haber heredado.

Luego estaba yo. Por azares de la vida mis padres no pudieron darme hermanos. Soy castaño oscuro de pelo, ojos color miel, ni guapo ni feo, fibroso (no musculoso) y más alto que mi padre (paso algo del metro ochenta). Sólo destaco en una cosa y tampoco es como para contarlo por ahí ni para ir tirando cohetes.

A pesar de no tener hermanos no crecí solo. Mis tíos vivían a 50 metros de mi casa por lo que sus dos hijos, mi primo Luis y mi prima Ana, fueron mis hermanos postizos. Obviamente siempre estuve algo más unido a Luis que a Ana (ya se sabe, las chicas son unas pesadas, son aburridas,… y todas las pavadas de niños). En los últimos tiempos ya nos juntamos a nuestra prima y hermana (y, por supuesto, a sus amigas) y aunque íbamos en pandilla no nos hacían caso si nos poníamos pesados. Lo normal entre adolescentes.

Pero ocurrió una desgracia en mi vida por culpa de un maldito hijo de puta borracho. El tío iba al volante de su todoterreno de alta gama (lo que le salvó la vida) y se llevó por delante el utilitario de gama media en el que iban mis padres. Él tuvo suerte y murió en el acto. Pero mi pobre madre estuvo luchando por su vida durante dos semanas hasta que cayó también.

El mazazo para mí fue durísimo. De hecho me costó casi un año asimilar mi situación y volver a una vida "normal". Pasé a vivir con mis tíos que me acogieron como si fuera hijo suyo. Con 17 años me volví muy callado, tristón, dejé de relacionarme con la gente y sólo me encontraba a gusto con mis tíos y primos. En esta época fue cuando Ana se acercó más a mí, cosa que agradecía un montón. Digamos que "adopté" a Ana en el papel de madre y era con ella con quien más me abría. Ella me abrazaba muuuucho, me aconsejaba lo mejor que podía y siempre estaba para mí lo que hizo que mi cariño hacia ella subiera en muchísimos enteros. Incluso diría que fue ella la que realmente me sacó del pozo anímico en el que me encontraba.

Pero como las desgracias nunca vienen solas, otra más se sumó un año y medio después. ¿Recordáis el avión de Spanair que se estrelló nada más despegar en Barajas? Pues en él encontraron la muerte mi tío y mi primo. Mi tía lo superó casi bien, dadas las circunstancias, pero a Ana le pasó lo mismo que a mí. Y como corresponde, esta vez tuve que ser yo quien hizo de tripas corazón y ayudar a Ana a superar la pérdida de su padre y de su hermano. Y de paso ayudar también a mi tía Beatriz que, si bien no tuvo un bajón tan extremo como el de Ana, también andaba muy triste y apática.

Menos mal que mis abuelos habían muerto ya hace algunos años porque el haber perdido a sus dos hijos habría sido demoledor para ellos (mi tío y mi madre eran hermanos).

Fue realmente una época triste. No teníamos familia en la que apoyarnos. Sólo quedaba viva la abuela de Ana, madre de mi tía, que estaba en una residencia con demencia senil severa y unos primos, hijos de la hermana de Beatriz (fallecida por un precoz cáncer de mama) que viven en EEUU con su padre. Y para colmo de males, las noticias sobre el accidente nos recordaban nuestro drama con más frecuencia de la que hubiéramos querido (reconstrucciones del accidente, excusas de la compañía, el juicio y todo lo que movió aquello y que aún no ha terminado del todo).

Con este panorama no es raro que fuéramos siempre juntos los tres a todos lados (a la compra, de paseo, al cine,…). Sólo nos separábamos para ir a nuestras clases y mi tía a un trabajo que se buscó porque no quiso tirar del dinero que había. Eso era, en mi caso, la indemnización del seguro de vida de mis padres, lo que se le sacó al cabrón que los asesinó y su piso; y en el de mis primos también un seguro de vida que tenía mi tío y el ahorro de la hipoteca de su casa (el seguro del préstamo hipotecario tuvo que liquidarla). Y algo falta porque aún no han pagado las indemnizaciones completas del accidente del avión). El caso es que se iba de casa a las siete y media y volvía sobre las seis y media de la tarde por lo que Ana y yo hacíamos la compra, comida, recogíamos la casa… aparte de estudiar.

Nos acostumbramos a hacerlo juntos. Para estudiar nos poníamos en el salón y Beatriz, cuando llegaba, se ponía a leer con nosotros hasta que nos íbamos a hacer la cena. Tras ella hacíamos una pequeña sobremesa hablando cada uno de sus cosas, alguna película o programa en la tele y a acostar. Así pasó el primer año tras el accidente.

Todo esto se rompió al llegar nuestras vacaciones. Como no salíamos mucho y estudiábamos bastante terminamos nuestros cursos con todas las asignaturas superadas, algunas incluso con muy buena nota. Ana y yo nos encontramos con mucho tiempo libre y poco que hacer. Desde las nueve de la mañana hasta las once cumplimos con las tareas domésticas (no somos de quedarnos tarde en la cama) pero, ¿y luego?

La piscina fue la mejor aliada. Con el calor de Madrid apetecía. Yo me ponía a hacer largos mientras que Ana hacía "anchos". Cuando nos cansábamos, sesión de secado en la toalla, tertulia y vuelta al agua. A veces Ana y yo fingíamos ser novios porque una chica como ella llama la atención de los hombres y algunos la miraban de una forma que sólo les faltaba babear. Para evitarla sentirse incómoda la abrazaba por los hombros, cintura, me tumbaba cerca de ella… como si estuviese marcando territorio. Ella me lo agradecía con mirada dulce. Y no piense nadie nada raro. Yo la miraba como lo que casi era, una hermana.

Mi tía Beatriz se cogió un mes de vacaciones. Una amiga suya la ofreció ir a una finca de su marido en el interior de la provincia de Valencia, a unos 40km de la playa del pueblo de Oliva y también cerca de un gran parque natural cercano a Alcoy. Ella y su  marido no iban a ir ese año y se la ofrecieron el mes entero a condición de mantener la finca en condiciones y hacer ver que la casa estaba ocupada para evitar problemas porque la vieran vacía. En principio mi tía no aceptó ir. Nos reconoció que no quería hacernos trabajar y que no pagarla nada la parecía un abuso. Pero nosotros la dijimos que no nos importaba hacer cosas al aire libre, que sería una novedad, su amiga insistió porque decía que necesitaba a alguien de confianza y que, además, a nosotros nos vendría muy bien para desconectar de todo "lo nuestro" y mi tía no consintió aceptar si no pagaba algo, aunque fueran los gastos de la casa durante el verano. Pues como suponéis, acabo diciendo que sí y hacia allí que nos fuimos…

El golpe de calor al bajarnos del coche se notó y mucho. Ya os imagináis el calor de la última semana de Julio en Valencia, además en el interior donde la humedad y la brisa del mar llegan muy poco. Por suerte la casa contaba con una antigua piscina bastante grande (como se hacían antes) que podríamos usar para refrescarnos y que se encontraba rodeada de una línea de árboles de arizónica como se estilaba en años pretéritos.

Realmente no había mucho que hacer en la finca. Básicamente era recoger un poco hojas y suciedad que llevara el viento, recortar un poco algunos setos y mantener la casa limpia. El "trabajo" en la finca se acabó bastante rápido. Beatriz, como modo de dar las gracias, habló con su amiga y la plantó un naranjo, un limonero, un peral y un manzano a los que yo me encargué de hacer una derivación al riego para que les llegara el agua.

Después de aquello, todo fue limpiar un poco la casa entre Beatriz y Ana y yo me encargaba de limpiar la piscina y aspirar el fondo de la misma para quitar la arena. Como ya dije, nunca hemos sido ninguno de quedarnos horas en la cama y todas las tareas las hacíamos de nueve a once de la mañana, quedándonos ya en la piscina hasta que sobre las dos íbamos los tres a preparar la comida. En la zona de sombra de la piscina nos solíamos tumbar a leer algún libro, jugar a las cartas y hablar entre nosotros. Cuando ya no aguantábamos el calor, el agua era nuestra aliada y jugábamos los tres como niños en ella.

Y aquí fue donde empezó a cambiar las cosas poco a poco. Creo que hasta ahora no he descrito a mis parientes femeninas. Ya conté que Ana era un pibón. Sin entrar en su carácter dulce, tranquila al hablar, madura en todos los aspectos y cariñosísima, Ana es una chica castaña clara de ojos del color de la miel, labios carnosos y definidos y con un cuerpazo de impresión. Sus pechos son perfectos en tamaño, con pezoncillos apuntando al frente y duritos (apenas se mueven con el movimiento del cuerpo). De cinturita estrecha, sus caderas resaltan el perfecto culito que marca y de donde nacen unas piernas definidas y preciosas. Ella dice que sus pies son feísimos, pero yo no les veo defecto. Si acaso que su dedo gordo es un poquito más gordo, pero ya me diréis si eso es para decir que tiene pies feos.

Respecto a mi tía Bea, es muy (pero que muy) similar a Ana. Se podría decir que Ana es la versión joven de mi tía. Obviamente su cuerpo no está tan firme como el de Ana pero he visto a muchas mujeres de 25 a 30 años que matarían por tener el cuerpo que con 42 tiene mi tía Ana. Eso sí, Bea no era tan abierta como Ana aunque, tras lo de su padre y hermano, ahora Ana era más callada que Bea. Soy muy consciente de las miradas de los hombres cuando pasa mi tía y, desde luego, levanta muchas pasiones (y otras cosas).

Pues ahora imaginaros a un joven en plena efervescencia hormonal y jugando con semejantes hembras. Que sí, que lo juegos eran sin malicia por parte de todos, pero imagino que el cerebro de mi "primo pequeño" no entiende de parentescos y se pegaba unos calentones de aúpa. Al principio no le di importancia a ponerme "palote" cuando nos rozábamos jugando aunque por las noches, en la intimidad de mi cuarto, me cascaba unas pajas antológicas. Estaba más salido que de costumbre y cuando me di cuenta que era por cuenta de mis familiares ya estaba más que acostumbrado a hacerme al menos una a su salud.

Reconozco que, sobre todo al principio, me daba bastante reparo meneármela a la salud de Ana y Bea imaginando sus cuerpos desnudos en poses sugerentes e incluso manteniendo relaciones sexuales (lésbicas incluidas). Acallé mis reparos pensando que no hacía mal a nadie ya que sólo eran fantasías mías y que eran cosas que quedarían en mi cabeza.

No cambié mi trato con ellas. Seguía igual de cariñoso, las seguía abrazando, hablando con ellas como siempre… sólo que ahora me fijaba algo más en sus cuerpos para coger "material" para mis nocturnas prácticas onanísticas. En mi cabeza ellas no se daban cuenta de nada, de mis exámenes visuales ni mucho menos de las reacciones de mi cuerpo ante semejante marcaje (endurecimientos repentinos, ya me entendéis). Pensaba que la holgura de los bermudas con los que solía andar con la ayuda de un bañador tipo slip debajo era suficiente para disimular al tiburón…

Y le llamo tiburón con motivos. Si recordáis os dije que yo sólo destacaba en una cosa. Pues el "tiburón" pasa de los veintitrés centímetros y con un muy buen grosor. Bueno, la vida, al menos en este aspecto, sí que ha sido generosa conmigo. Pues yo pensaba que semejante rabo no se notaría en mis bermudas aunque ahora sí sé de seguro que no era así. Ahora sé que ambas, por separado, eran conscientes de mi excitación.

En una tertulia al fresco de la noche salió un tema que derivó, a la larga, en los acontecimientos motivos de este relato. Estábamos hablando de ciertos amigos y amigas comunes y mi tía me hizo la siguiente pregunta.

– Oye Adri, –como adivinaréis, mi nombre es Adrián– nunca cuentas nada de ninguna chica. Sé que no tienes novia pero, ¿te gusta alguien?

– Pues ahora mismo, lo cierto es que ninguna me hace tilín en ese sentido. ¿Por?

– Curiosidad. ¿No hay nadie con la que te plantees intentar algo?

– No sé. Hay algunas que me gustan, pero sólo físicamente. Para parejas no tienen lo que quiero.

– Vamos, para un rato sí pero para nada más, ¿no? –saltó Ana.

– Pues eso mismo. –sonreí con picardía.

– ¿Y qué es lo que no tienen ellas que buscas? Si no conoces a la gente más estrechamente no sabrás qué es lo que te ofrecen y lo que no.

– Bueno, –medité un poco mi respuesta– lo que me pueden dar no lo sé. Pero sí que sé lo que quiero y tengo claro que ninguna es como quisiera que fuera mi chica.

– Bueno, don Misterios. ¿Y cómo tendría que ser una chica para que fuera tu novia? –mi tía hizo la pregunta aunque lo que no se esperaba fue mi explosiva respuesta.

– Pues, básicamente, tendría que ser alguien igual que tú o que Ana. Y como aún no la he encontrado pues sigo solito…

– ¿¿Cómoooo?? –mi prima me miraba con los ojos como platos. Tanto que creo que sólo sujetaba el ojo el nervio óptico.

– No te sorprendas tanto. Con todo lo que hemos pasado nos hemos demostrado cómo somos en realidad, cómo nos queremos, nos apoyamos, nos ayudamos en todo, compartimos todo. Y eso siendo ambas como sois de cariñosas, amables, comprensivas, intuitivas, inteligentes… y no sigo porque no acabaría. En resumen, que no quiero a alguien que sea menos de lo que me habéis demostrado ser vosotras. Si no hay nadie así, pues me quedo como estoy y me moriré de envidia el día que encontréis a alguien con quien estar y me dejéis solo.

– ¡Coño, cuánto dramatismo! Aunque es el piropo más bonito que nunca he oído. –dijo mi tía.

– Madre mía, que fuerte. –dijo Ana aún con cara perpleja.

– Ni halago ni leches. –Mi cara era seria– Lo digo completamente convencido.

Ambas me miraron fijamente para empezar a reírse. Pienso que estaban decidiendo que era de coña lo que dije más que sentidos halagos porque no querían pensar si había algo más. En sus caras, pese a reírse, creo que especulaban por qué había dicho eso, reconozco que casi sin venir a cuento. La verdad es que ni yo mismo sé cómo fui capaz de soltarlo ni los motivos subconscientes. Pero, eso sí, lo que dije era lo que sentía. Ni más ni menos.

Tras un rato volvimos a hablar pero ya de temas menos escabrosos y más triviales. Rápidamente volvimos a nuestro buen rollito habitual pero cierta semilla había quedado plantada y germinaría poco a poco.

En los siguientes días casi todo siguió de forma parecida. Por las mañanas nuestras autoimpuestas tareas, después piscina hasta que íbamos a preparar la comida y tras una pequeña sobremesa hacíamos una siesta para dejar pasar las horas más fuertes de calor. Era en ese momento cuando aprovechaba para masturbarme recordando los roces y las imágenes de la piscina y aliviar la tensión. Además aprovechaba a hacerme mis pajillas sin prisas, disfrutando de la subida del placer poco a poco porque me gustaba más esa calma y lo disfrutaba mucho más que una manopla rápida en la que me corriese en cinco minutos. Cuando por fin vaciaba mis pelotas era cuando ya me podía dormir tranquilo.


La contestación de Adrián me había turbado mucho más de lo que aparentaba. Nos había reconocido que el tipo de chica que buscaba para una relación era alguien como mi madre… o como yo misma. El vuelco que me había dado el corazón, si es que no se me paró de la impresión, había sido fortísimo. Y eso sin decir que, en un instante, mis esperanzas habían subido como la espuma. Y no es para menos ya que, desde hace unos meses, estoy perdida y completamente enamorada de mi primo Adrián.

Cuando murieron sus padres pasé de casi rehuirle (era un poco pesadito con mis amigas y conmigo) a estar a su lado incondicionalmente. Me partía el alma verle pasar de un chico extrovertido y feliz a una sombra triste. El accidente de sus padres fue un durísimo golpe para él y me volqué para ayudarle a superarlo, algo que le llevó mucho tiempo. Después vino la muerte de Luis y de papá al que estaba muy unida. Y ahí se invirtieron las tornas.

Él se volcó en mí y en mi madre a pesar de no haber terminado de superar sus propias penas, a las que se sumaron la muerte de su tío y de su mejor amigo, mi hermano. Pero se forzó para ayudarnos a superar el trance. Y reconozco que en mi caso no fue fácil porque yo me hundí más de lo que lo hizo él. Pero creo que no se dio nunca cuenta de lo mal que estuve porque me forcé por él a intentar remontar el ánimo y a esconderlo para que le afectara menos.

Lo que nunca pensé es que por la enorme cercanía que tuvimos los dos en este tiempo, empecé a conocer de verdad a mi primo. Y lo que veía me gustaba mucho. Siempre atento, siempre dispuesto, siempre cercano,… cuando hablaba con él sentía que me escuchaba de verdad y siempre sabía qué decir o qué hacer para ayudarme en lo que fuera. Era capaz de notar cuando me hacía falta una caricia, un abrazo, una palabra amable, una ayuda o cualquier otra muestra de cercanía. Me gustaba estar viendo la tele con él tumbada en el sofá del salón, con mi cabeza encima de sus piernas y disfrutando de la forma en que acariciaba mi pelo, nuca o espalda. Me sentía bien así. Sentía su cercanía, su cariño, su calidez…

El día que fui consciente de mis sentimientos fue un fin de semana que salimos con los amigos. Estaba a mi bola hablando con gente. Cuando vi a Adrián que estaba agarrando por la cintura a una chica mientras se reía muy cerca de su oído, como si estuviera coqueteando, sentí como si una garra helada me cogiera de las tripas. Verlo así con esa chica me dolió de narices. Creo que incluso jadeé de la ansiedad que me provocó el ver, por primera vez, que podría dejarme por otra chica. Aunque no pasó nada con "esa tía" porque sólo fue un momento de tonteo, esa noche lloré en mi almohada hasta empaparla. Me di cuenta que no quería que Adrián me dejara nunca, que no fuera de otra. Yo TENÍA que ser su chica como lo era, más o menos, hasta entonces. Pero somos familia y eso condicionaría todo.

Pensé mucho acerca de esto. Incluso me informé sobre el incesto entre primos y lo que descubrí es que no era tanto desastre como yo había supuesto. Legalmente no había problema en que nos casáramos e incluso tuviéramos hijos. Otra cosa sería el tabú en las personas de la familia que puede que no lo vieran bien. Aunque mi familia es casi exclusivamente él y mi madre (nuestros pocos familiares están lejos y tenemos muy poco contacto) existía el riesgo de que no lo comprendieran ni que lo compartiesen. Y precisamente por ser sólo nosotros, no podía arriesgarme a perderlos. Así, los problemas en vez de difuminarse se podrían tornar muy peliagudos. Por eso me resigné. Adrián sería mi amor imposible y sólo le podría disfrutar en la distancia. Y joder, como duele estar en esta situación.

Y ahora Adrián nos soltaba esta bomba. ¡Así, de golpe y sin avisar! Nunca ha tenido tanto sentido la expresión, "agárrate que vienen curvas". El muy cabrito me había empujado con nocturnidad y alevosía a una montaña rusa de sensaciones brutal. Todas mis esperanzas renacieron y… joderrrr, 'cómo quería tirarme de cabeza a por él'.

Menos mal que mi mente más fría se hizo cargo de la vorágine de sentimientos en la que estaba. ¡Vale! Parece ser que podría tener luz verde con él, pero todavía estaba mi madre en la ecuación. Aunque me llevo muy bien con ella, pareciendo muchas veces más amigas que madre e hija, nunca la había dejado que pudiera plantearse que pasara algo con respecto a Adrián más allá de la relación estrecha que tenemos por nuestras circunstancias. Lo peor del asunto es que no tenía ni pajolera idea de cómo tantear a mi madre a ver qué podría pensar a este respecto. Os puedo jurar que tuve dolores de cabeza por dar vueltas y vueltas buscando una solución.

Lo único que sí decidí es que me acercaría un poco más a mi primito querido. De esa forma fue que le empecé a ayudar con la limpieza de la piscina. Hacía lo mío de casa corriendo para poder estar con él. Recogía ramitas, hojas o las hamacas lentamente para tener más tiempo con él. Me gustaba ver su cuerpo vestido sólo con su bañador y brillando por el sudor sobre su piel, marcando un poquito de músculito. Adrián siempre dice que es muy normalito y casi tirando a feo. Es tonto este muchacho. Cierto es que no es un adonis, que no es guapo a rabiar… pero tiene su puntito que nos pone a las chicas. Y no lo digo yo sólo. Más de una amiga me ha confesado que no la importaría que mi primo la hiciera un favor y que la picaba el chichi cosa mala con él. No me gustaba mucho que compartieran conmigo tan sanos deseos aunque fingía complicidad. Ahora sé con seguridad que eran celos. Y porque también me picaba a mí.

Resumiendo. Me pegué a Adri como una lapa. Confirmé que cuanto más me acercaba a él más respondía mi cuerpo. El pulso se me aceleraba, estaba más sensible a cosquillas cuando me hacía alguna caricia, notaba un aumento de la temperatura y humedad en mi entrepierna y mis pezones se ponía duritos bajo el bikini. Menos mal que éste tiene un forro interior un poco grueso que me lo disimulaba. Cada día que pasaba Adrián me ponía más bruta… Y lo que más me alegró fue comprobar que a él se le notaba que el bulto de su entrepierna le crecía, síntoma de que no le eran indiferentes mis acercamientos.

En esa tónica estaba yo cuando llegó el bombazo. Todas las tardes, en las horas de más calor, dormíamos la siesta. Esa tarde en que todo cambió no me pude dormir como todos los días. Los roces con Adri me habían puesto muy cachonda hasta tal punto que me tuve que pelar el coño dos veces para poder tranquilizarme lo suficiente como para poder dormir. Iba al baño a refrescarme un poco (y a limpiarme un poco todos los calditos que habían salido de mi maltratada vagina) cuando oí un ligero gemido que salía de la habitación de Adrián.

Al principio pensé que le podría haber pasado algo y me acerqué a la puerta decidida a abrirla y ver qué pasaba. Pero antes de hacerlo volví a oír un suspiro y rápidamente pensé que no parecía malo sino… Supuse qué era lo que pasaba y tenía que verlo. Era algo superior a la razón pero sentía que debía ver lo que ocurría. Pensé rápido y me dirigí al patio exterior a la que daba el cuarto de Adrián. Me tuve que echar al suelo para poder asomarme por debajo de la persiana que estaba casi entera bajada salvo un palmo. Quité con cuidado la cortina y lo que vi me provocó una punzada en mitad del vientre…

Adri estaba tumbado boca arriba en la cama y se hacía una paja subiendo y bajando lentamente sobre un pedazo de polla enorme. No es que yo tenga mucha experiencia. He visto cuatro rabos en mi vida y de ellos, sólo uno ha entrado en mí. Tuve un par de novietes y un rollo. Al primero no pasé de unas pajillas porque era muy joven (apenas quince años). El segundo fue más lejos porque sí llegué a chupársela mientras él me lo hacía a mí. Y poco antes del accidente me lie con un chico del instituto que me tenía loca perdida y le eché un polvete en un parque cercano en dos ocasiones. Y digo que se los eché yo porque el chico era muy timidillo y tuve que forzar yo la situación. El chico se portó estupendamente porque, pese a ser virgen, aguantó lo suficiente como para lograr yo disfrutar de ambos polvetes.

Esos chicos tenían unas envergaduras normales pero lo de Adri rompía moldes. La mano no le tapaba ni la mitad de la polla y, por lo que me parecía desde la distancia, delgada tampoco era.

Tras la sorpresa inicial me volví a poner como una caldera y el resultado fue que mi mano bajó hasta mi entrepierna, pasó por debajo de la braguita del bikini que llevaba y mis dedos empezaron a recorrer la húmeda oquedad de mi sexo. Además lo fui haciendo a la misma velocidad que Adri lo que me parecía muy morboso y me daba a imaginar que era mi coño y no su mano el que recorría su falo. Así estuve durante un buen rato, acariciando mi clítoris que me provocaba descargas de placer y metiendo mis dedos dentro de mi cueva que estaba cada vez más caliente y mojada.

Adri empezó a suspirar cada vez más fuerte y a ponerse rígido, revelándome que se iba a correr pronto, así que aumenté la velocidad de mi masturbación para acabar con él. Pero…

– Arrggg… Anaaaaaaaa. –suspiró con fuerza.

Adri empezó a soltar gruesos chorros de semen que subieron más de medio metro hacia arriba para caer sobre él mientras era mi nombre lo que decía al correrse. Y yo no pude tampoco más. El saber que Adri se corría conmigo en su imaginación disparó mi lívido y mi orgasmo hasta tal punto que tuve que morderme la mano para no gritar de la intensidad que tuvo mi llegada al máximo placer que radiaba desde mi sexo hasta la última punta de mi tensionado cuerpo.

Tan fuerte y largo que fue el orgasmo que cuando volví a abrir los ojos Adrián había salido de su habitación, imagino que a eliminar las manchas de semen de su cuerpo. Yo me levanté como pude porque se me había quedado extremadamente flojo el cuerpo. En el suelo quedó una enorme mancha de sudor dibujada sobre el terrazo que delataba mi presencia.

No quise entrar en casa de nuevo así que me fui a la piscina donde me duché para quitarme el polvo del suelo y relajarme mientras repasaba mentalmente lo sucedido. Ahora ya no me cabía duda de que ambos teníamos sentimientos por el otro pero seguía existiendo la misma pega: él es mi querido primo y eso continuaba condicionando las cosas. Aunque ya me sudaba el coño todo. Tenía decidido seguir provocándole todo lo posible y si la ocasión se daba pensaba cogerla al vuelo y quedarme a Adri para mí.

A lo largo de los días convertí en realidad esos pensamientos comprobando que Adri se ponía como un mulo conmigo pudiéndolo comprobar en los siguientes días cuando espiaba las "siestas" de mi amado primo…


Estoy totalmente impactada. He salido a coger una prenda del balcón que tiene mi cuarto (que está en la planta superior) y he pillado a mi hija Ana espiando a su primo por la ventana, tirada en el suelo y masturbándose. Y además ha debido ser apoteósico porque he podido ver, sin temor a equívocos, cuando a mi niña le ha llegado el orgasmo y en qué forma la ha afectado. Tanto que he oído a Adrián salir de su habitación y ella ha seguido tirada en el suelo hasta que ha podido levantarse e irse a la piscina.

Llevo un tiempo observándolos a ambos sin que se den cuenta. Estos jovencitos se creen que los mayores no nos enteramos, que no hemos sido como ellos y que estamos en la parra. Siempre me ha gustado que Adrián y Ana estuvieran tan unidos, sobre todo desde aquel fatídico día en que perdimos a Alberto, mi marido, y a mi hijo Marcos. Aquella durísima etapa de nuestras vidas nos unió como nada podría haberlo conseguido y me alegraba por los dos que se vieran como hermanos más que como primos. Además me vino también a mí de perlas para conseguir no hundirme en un pozo tras la pérdida de mis chicos, sobre todo la de Marcos. Desde luego no le deseo ni a mi peor enemigo que sobreviva a un hijo.

El comportarnos como una familia, aparte de unirnos, nos aportó estabilidad emocional sobre todo. Estaba contenta de vernos a los tres ir superando el mal trago poco a poco. Adrián se comportó como el hombre de la casa en todos los aspectos y nunca le agradeceré lo suficiente lo que se implicó en ayudar a Ana a salir del bache pese a que ella en su día hizo casi lo mismo por él. Además, como yo decidí volver a trabajar, esa unión entre ellos era más importante al ser cada uno el báculo del otro cuando yo no podía estar ahí con ellos.

Fue precisamente por ellos por lo que acepté la oferta de Marina, una compañera, a ocupar en el mes de vacaciones su finca de Valencia. Los chicos se aliaron para vencer mis reparos y si acepté fue por ellos porque a mí me deba algo de reparo. Eso de ir a una casa que no es la mía sin que estuvieran los dueños… como que no. Pero como digo me obligué a vencer mis prejuicios por ellos. Desde que llegamos vimos que no había tampoco muchas cosas que hacer y tras repartirnos las tareas empezamos a pasar los días.

Y en uno de esos días Adrián nos dice que las chicas/mujeres que le gustan son parecidas a mí y a mi hija Ana. En un primer momento pensé que era una exageración e incluso una broma. Pero si hay algo que hago es conocer a mis hijos y después de mirar dos veces las cosas me di cuenta que Adrián había sido totalmente sincero y serio. Y que a Ana la había afectado mucho más de lo que parecía viéndola desde fuera. A lo largo de los días me di cuenta que los roces en la piscina al jugar entre nosotros, al hacernos aguadillas, etc. tenían "efectos secundarios". A Adrián se le notaba una pequeña carpa cuando tomaba determinadas posturas lo que indicaba claramente que estaba excitado… y las únicas posibles causas éramos Ana y yo. Pero a Ana también se la notaba. Quitando el hecho de no apartar la mirada de su primo se la veía acelerada su respiración y algo ruborizada.

Y después de las siestas, toda esa tensión sexual se relajaba bastante lo que me daba idea de a qué se dedicaban ambos en la intimidad de sus habitaciones…

Pero una cosa es imaginarlo y otra pillar a tu hija haciéndose dedos mientras mira como su primo se la casca y teniendo un orgasmo fuerte e intenso por ello. ¿Y ahora cómo lo afronto yo? ¿Les digo algo? ¿Les meto una bronca? ¿Lo dejo pasar?

Llamarme cobarde pero pensé que, al fin y al cabo, ambos son mayores como para meditar sus acciones y evaluar posibles consecuencias. Me quise convencer que no pasarían de ahí y que el sentido común prevalecería. Quise creer que no tendría que hacer nada… y así me lució posteriormente. Pero de momento, aunque ya sabéis qué pasaría después, no voy a adelantar más.

Lo que no calculé para nada fue cómo me iba a afectar a mí. Cuando murió Alberto pasé de tener una vida sexual bastante activa para lo normal (mínimo hacíamos algo día sí, día no) a tener deseo cero. El golpe emocional me extirpó la lívido durante bastante tiempo. Verdaderamente hacía apenas un par de meses antes del verano que había vuelto a masturbarme como cuando era jovencita pero el par de veces que lo hice sentí un placer frío y vacío por la falta de sentimiento en el hecho. Pero ahora ver el placer que había visto en Ana me hacía imaginar ese placer en mí. Además ayudó mucho el que siguiera viendo cómo Ana, cada tarde, espiaba a su primo y tenía esos orgasmos intensos que se adivinaban.

Y sin darme cuenta, poco a poco, volví a masturbarme con el placer de mi hija en mi imaginación y haciéndolo mío. Y también, por qué no decirlo, de los roces con Adrián…


Me estoy volviendo loco. Si no fuera porque es imposible, diría que tanto mi prima Ana como mi tía Beatriz disfrutan restregándose contra mi cuerpo en la piscina. Me cojo cada calentón que ni el bañador tipo slip que llevo debajo de los bermudas me puede contener las erecciones que tengo. Y eso sin entrar en el dolor de huevos que me cojo cada día. Hasta tal punto llega que también he empezado a pelármela en la cama por las noches. Y es que es tanta la excitación que si no lo hago soy incapaz de dormirme. Incluso parece que no me hiciera las pajas de la tarde porque la cantidad de leche que sale de mí es exagerada.

Tampoco ayuda que ahora oigo en el cuarto de Ana unos ruidos muy extraños que me parecen jadeos y grititos bajitos de placer. No sé si es fruto de mi propia calentura pero me imagino a Ana en la cama tocándose a sí misma, dándose placer lo que me lleva a subir muchos enteros mi propia excitación lo que no ayuda precisamente a calmarme.

Como esto siga así voy a acabar anémico por tanta paja y con la polla pelada…


Tengo el chochete como una caldera. Noto que Adri nos mira mucho más y que con los restregones que le meto le pongo a cien. En alguna ocasión he llegado a notar su endurecido paquete contra una pierna, la espalda,… pero no veo que se anime a decirme nada. Ya he cogido la costumbre de espiarle en sus siestas y tengo hasta los labios dañados de morderme para no gritar las tremendas corridas que me cojo cuando me meto los dedos imaginando que es su polla, esa que veo por la persiana, la que está metida dentro de mí. Y por la noche me pasa igual. Le veo en mi mente y me doy placer imaginando que es él quien lo hace. Al principio me metía los dedos como por la tarde, llegando a meterme hasta cuatro de lo perrísima que me llegaba a poner. Un día que fuimos de compras me agencié un calabacín del tamaño similar al que calculé de la porra de Adrián y, tras adecentarlo, lo uso para follarme con él. Dios que puta que me siento con el calabacín enterrado casi entero en el coño. Además ahora ya no me basta y he empezado a meterme también un par de deditos por el ojete del culo. Un día de excitación quise llegar al chochete desde atrás y descubrí que tocarme en el ano me daba unas cosquillitas muy agradables. Y de ahí a meterme el dedo no pasó nada de tiempo.

Os podéis imaginar la estampa. Mi cuerpo desnudo boca arriba sobre la cama con un calabacín de más de 20 centímetros hundido en mí, con dos dedos moviéndose dentro del culo , mis tetas subiendo y bajando al ritmo de mi respiración con los pezones listos para partir diamantes y el cuerpo perlado de sudor. Me cuesta auténticos horrores reprimir los gritos que mi cuerpo me pide para liberar la tensión del momento. Tengo la almohada que me la estoy cargando a base de morderla para disimular los gemidos que doy cuando los orgasmos se liberan en mi cuerpo. Al principio me importaba que Adrián, que duerme pared con pared conmigo, me pudiera oír pero ahora ya no. Además me da un morbo brutal imaginar que me oye, que entra en la habitación y que me destroza a polvos con su enorme polla.

No sé cuánto voy a poder aguantar más esta situación. Me estoy volviendo loca…


Ana está muy "sobona" con su primo. De verdad se piensan los jóvenes que los mayores debemos estar en la luna y que no nos enteramos de nada. Y no es así. Yo lo que veo entre los dos es la existencia de sentimientos mutuos, aparte de una tensión sexual latente que va a acabar desbordando. Y eso me genera miedo. Ya no tengo todas conmigo en que puedan reprimirse. Si acabasen cayendo y me tuviera que dar por enterada… ¿cómo debería reaccionar? ¿Con indignación por haber caído ante sus bajos impulsos? ¿Con comprensión ante las evidentes señales de amor entre ellos? Si es que de verdad es amor y no sólo un encaprichamiento o una confusión por la situación en la que hemos vivido en los dos últimos años.

Estoy hecha un lío. Y si yo, supuestamente la adulta y la más cabal, tengo mis dudas, ¿qué no pasará por las cabezas de unos jóvenes con las hormonas y las emociones disparadas?

Pero según pasan los días verifico, con más miedo, que aparte de los calentones que se meten, ambos o están enamorados o les falta muy muy poquito para estarlo. Las miradas furtivas, cómo se miran a los ojos cuando se hablan, y otras muchas señales que reconozco perfectamente. Y mis sentimientos contradictorios persisten. La educación de la sociedad dice que las relaciones entre familiares no son normales y no están bien vistas lo que, de seguir las cosas como van, a la larga les va a causar dolor. Aunque es cierto que  la poca familia que tenemos está muy lejos, también están los amigos y vecinos que podrían rechazarlos muy cruelmente. Pero también sé que si están enamorados de verdad, superarían todo y se apoyarían el máximo para superar todas las vicisitudes de la vida. Eso ya lo han demostrado. Y sé cuánto vale cada uno por separado como para negar que formarían una muy bella y sólida pareja.

Al estar "marcándolos" tan estrechamente, he oído lo que mi hija espía. Tanto en las siestas como por las noches me he escabullido de mi habitación en la parte superior al piso bajo que es donde duermen ellos. Oigo lo que hacen. En la quietud de la noche se oye todo por mucho que quieras disimularlo. Ambos están dándose placer y estoy seguro que es con el otro en la cabeza. Y me he puesto otra vez caliente. ¿Cómo es posible que me excite con el placer de mis hijos tanto como para haber roto el bloqueo que tuve desde la muerte de Alberto?

No puedo quedarme ahí quieta entre las habitaciones de los chicos. Subo las escaleras para desahogarme en mi habitación pero cuando estoy arriba oigo una puerta que se abre. Después unos toques en la otra puerta y el sonido de ésta al cerrarse. Mi corazón bombea como un loco. ¿Se ha atrevido uno de los dos a…?

Pasa el tiempo. Nada se mueve, nada se oye, nada parece ocurrir. Entro en la habitación pero estoy pendiente de cualquier sonido que no se produce. Ya han pasado casi quince minutos y no puedo más con la incertidumbre. Vuelvo a bajar las escaleras en silencio. Sólo puedo oír ciertos murmullos. No puedo más. Abro la puerta…


¡Jo! Empezaba a notar ciertas cosquillitas cuando han llamado a la puerta muy flojito. Apenas me da tiempo a taparme el rabo con la sábana cuando entra Ana. Sé que es ella porque, a pesar de la oscuridad, reconocería su silueta ante mil mujeres. Entra sigilosa, con la cabeza gacha y va vestida con una camiseta que la tapa justo por debajo de la línea de donde estará su ropa interior.

– ¿Qué pasa Ana? ¿Cómo es que vienes tan tarde?

Se ha quedado parada y no levanta la cabeza. Me está preocupando y la vuelvo a insistir.

– ¿Ana, qué te pasa?

Se me encoge el corazón cuando por fin levanta la cabeza y la veo con los ojos llenos de lágrimas. Salto de la cama sin importarme me desnudez y la cojo suavemente por los hombros.

– Adri… ya no puedo más. –me dice bajito mientras gimotea– Es una locura pero no lo resisto más. Necesito que me abraces, que me acaricies, que me tomes… Te quiero.

Iba a decir que no sabía explicar que sentía en ese momento pero mentiría como un bellaco. Cierto es que había fantaseado con follar con Ana pero ahora mismo no era eso lo que tenía en mi cabeza. Verla así de vulnerable y hundida hacía que una garra helada atenazara mi pecho. Pocas cosas he tenido tan claras en mi vida como los sentimientos que estaban aflorando en mí. No cabía duda. Quería a Ana muchísimo. No quería pasar mi vida sin ella. Y si eso no es amor, que se destruya el mundo ahora mismo.

Tomé su carita entre mis manos y suavemente la fui limpiando las lágrimas sin decir nada. Ana me miraba a los ojos, expectante. No me podía demorar más en expresar mis sentimientos. Ella lo esperaba y no la iba a defraudar. Lentamente acerqué mis labios a los suyos y la besé procurando plasmar todo el amor que pude reunir. Ana exhaló un pequeño gemido de satisfacción y alivio y me rodeó el cuello con sus brazos mientras me devolvía el beso con la misma suavidad con la que yo la besaba a ella. Yo la abracé como si me la fueran a quitar lo que hizo que su cuerpo se pegara al mío.

Por el abrazo la camiseta que llevaba se subió. Al estar yo desnudo y al tener los pechos de Ana clavados contra el mío, volvió a mi rabo la erección perdida por el sobresalto de la entrada de Ana. Al subir y ponerse firmes se colocó en la entrepierna de Ana por lo que noté perfectamente que bajo la camiseta no llevaba nada al encajarse en su mojado sexo. Ana se separó de mis labios y sólo me dijo:

– Hazme el amor.

Siempre me he considerado un caballero por lo que no podía decirla que no. Y me moría por hacérselo. Deseaba fundir mi cuerpo con el suyo y quedarnos así por siempre. Seguíamos besándonos mientras retrocedía hasta la cama donde me tumbe de espaldas. Ana tardó poco en tumbarse sobre mí y mientras me seguía besando, jugando ya con nuestras lenguas, bajó una mano para agarrarme la polla y guiarla a la entrada de su empapada gruta. En cuanto sitió el glande metido en su rajita quitó la mano y dejó que me fuera introduciendo en su interior por medio de los movimientos de cadera que ella hacía. La dejé hacer a ella consciente del gran tamaño que tengo para que controlara cómo y cuánto de carne se metía. Lo único que me atreví a hacer fue despojarla de la poca ropa que portaba para dejarla tan desnuda como estaba yo y acariciarla la espalda, costados, pechos, pezones y toda la cantidad de piel al alcance de mis manos.

La sensación de su coñito envolviendo mi miembro… en una palabra: magnífica. Notaba que entraba muy bien dentro de ella pero a costa de lentos movimientos y apretándomela de una forma deliciosa. Ella emitía pequeños jadeos mezcla de placer y de lo que la costaba meterse mi tiburón dentro. Pero Ana no cejó ni paró hasta que sus labios se pegaron a mi pubis señal inequívoca de haber conseguido empalarse completamente en mí. Eso sí, yo notaba una sensación en la punta de presión por lo que sospecho que la punta debía estar tocando, o estar muy cerca, el cuello del útero.

Lo que sí que me sorprendió fue que Ana, cuando notó como la toqué el fondo de su vagina se corrió. Exhaló un grito ahogado sonando sólo el aire que salía de los pulmones y su coñito apretaba mi polla por las contracciones del orgasmo. La forma tensa pero relajada de su placer me encantó. Se veía preciosa, más aún de lo que ya es. Se veía salvaje, apasionada, entregada. Para alargarla ese orgasmo me empecé a mover un poco lo que aumentó sus sensaciones. Me arañó el pecho al engarfiarse sus manos sobre mi pecho mientras cerraba los ojos que, hasta ese momento, había mantenido abiertos y mirándome los míos.

Cuando su cuerpo quedó laxo me paré. Dejé que se recuperara lo que la llevó unos minutos. En ese tiempo no paramos de besarnos. Eran besos lentos pero intensos. No había prisa porque desde ese día nada ni nadie nos iba a separar.

– Estoy lista, mi amor. Ahora necesito que me des caña.


No puedo explicar cómo me sentía con la enorme porra de Adri en mi interior justo después de correrme, simplemente por haber sentido cómo me llenaba. Tenía alguna pequeña molestia, sin duda por el enorme esfuerzo que tuvo que hacer mi cuquita para tragarse todo ese tremendo falo y llegarme donde nunca nada antes había llegado. Definitivamente la polla de Adri era más gorda y más larga que el calabacín de mis juegos. Me llenó le vagina entera. Noté perfectamente cómo golpeaba al final de la misma. Pero era genial.

Me sentía genial. Íbamos a hacer el amor. Lo había sentido cuando me miró y cuando me limpió las lágrimas que había derramado por la ansiedad de no tenerle, por no soportar que pasara ni un día sin ser suya y él mío.

Eso fue lo que me hizo salir de mi alcoba tras ponerme lo primero que pillé. Tenía que hablar con él, decirle lo mucho que lo quería y saber si era correspondida definitivamente y, sobre todo, si sería capaz de superar todas las trabas con las que, sin duda, nos encontraríamos si le conseguía. Antes de entrar me asaltó un pequeño ataque de ansiedad. ¿Y si me rechazaba a pesar de todo? ¿Y si el tabú del incesto le echaba para atrás? Eso me aterraba pero decidí que ya estaba frente a su puerta y rememorando la frase de Julio César, "Alea jacta est", a pesar de todo llamé a su puerta.

Cuando abrí estaba sentado sobre la cama con la sábana cubriendo su cuerpo, o más bien, su entrepierna. No sé por qué pero me dio vergüenza en ese momento y bajé la cabeza mientras preguntaba los motivos de mi presencia. Las emociones me desbordaron porque empecé a llorar como una niña. Seguía con miedo, con mucho miedo. Y me quedé bloqueada.

Adrián se dio cuenta que lloraba cuando levanté la cabeza y se levantó preocupado. Me insistió pero no me salía una respuesta lógica. Sólo salió de mi boca mi declaración.

– Adri… ya no puedo más. –dije gimoteando– Es una locura pero no lo resisto más. Necesito que me abraces, que me acaricies, que me tomes… Te quiero.

¡Está dicho! Y el miedo encoge mi alma aún más fuerte. Veo que me mira, al principio sorprendido de lo que he dicho. Pero se me derrite el corazón cuando acaricia mi cara con sus manos para secarme las lágrimas. Me mira con amor, con dulzura. Y no me equivoco porque se acerca a mí para besarme, respondiendo yo tan pronto noto sus labios contra los míos. Me siento ligera. Miles de mariposas revolotean en mi interior y me transportan a un mundo feliz.

No tardo en profundizar el ósculo y le abrazo por el cuello con ambos brazos para lo cual me tengo que poner de puntillas y, como en las más cursis estampas de besos de amor, levanto la pierna derecha poniéndola casi en 90 grados. Adrián me coge de la cintura y consigue que nuestros cuerpos se peguen, como evitando que nos separemos. ¡Dios, me derrito de gusto con sus besos!

Lo que sucede al estar en esa pose es que la camiseta que me puse se ha subido y ha dejado expuesta mi chochito. Y justo ahí es a donde ha llamado la polla de Adri cuando se le ha puesto dura. Siento un latigazo de deseo y no puedo evitar pedir lo que quiero.

– Hazme el amor.

En un suspiro Adri nos ha llevado a la cama, ha hecho que me ponga sobre él y, tan pronto la tuve a mano, me he llevado su masculino miembro al interior de mi coño. He notado el esfuerzo que ha tenido que hacer mi vagina para poder admitir semejante intruso. Adrián me ha dejado a mí el control del proceso y lo he hecho despacio, acostumbrándome poco a poco pero sin dejar de moverme. Y cuando he notado su pubis chocar con el mío y un ligero pinchazo en lo más profundo de mí cuando, sin poderlo evitar ni darme apenas cuenta, un fuerte orgasmo me ha golpeado y me ha dejado cuasi catatónica perdida. Mi chochete ha sufrido espasmos de gozo que no han conseguido más que apretar la dura verga de mi amado primo, verga que me ha dado la impresión de ponerse aún más dura.

Me he vencido sobre él. Me deja recuperarme de las sensaciones y cuando estoy lista, sólo puedo pedir una cosa.

– Estoy lista, mi amor. Ahora necesito que me des caña.


No estaba preparada para lo que he visto al abrir la puerta, a pesar de las sospechas. Ana está tumbada sobre Adrián y ambos están follando. Ana está quieta mientras que Adrián se está moviendo debajo de su cuerpo. Va rápido pero no demasiado tampoco. Parece que se está reservando. De lo que sí que me doy cuenta es de la longitud de sus movimientos. Ciertamente tiene que estar muy bien equipado para que no se le salga de la vulva de Ana que sólo jadea mientras recibe las duras embestidas de su primo.

Pero me doy cuenta de algo. No estoy viendo a una pareja follando, no. Están haciendo el amor. Eso lo veo en que si no se están besando se están mirando con los ojos abiertos y lo que veo en ellos es entrega, cariño,… mucho amor. Paradójicamente esto despeja todas mis dudas. ¿Cómo oponerse a lo que están haciendo? Se les ve entregados el uno al otro, disfrutándose y compartiéndose.

Estoy un rato mirando por el hueco abierto de la puerta. Empiezan a gemir y a moverse más rápido. Se tensan, exhalan, gruñen ambos. Están teniendo un orgasmo estupendo por lo que veo. Tanto que consigue ponerme a mí cachonda perdida. Me subo el pequeño camisón que uso para dormir, salvo el obstáculo de mis braguitas y estimulo mi clítoris mientras ellos terminan de sufrir sus orgasmos y llegan a "la petite mort", ese tiempo después de correrte en el que no tienes fuerza para nada.

Adrián se quita de encima de Ana y se tiende a su lado. Dejo de ver a mi hija pero lo que veo ahora es la leche. Aún en estado de semi flacidez el pene de Adrián es inmenso. Me estremezco al pensar que mi hija ha sido capaz de alojarlo dentro de ella todo entero. Lo veo brillante de jugos, poderoso y perdiendo progresivamente tamaño. Me meto y saco los dedos de mi propia vagina procurando excitar mi botoncito a la vez. Estaba ya calentita antes, ver a los chicos me motivó más y mis dedos me están volviendo loca. Veo que Ana se pone de lado junto a Adri y se acerca para besarse con él. No hablan. Se nota que no les hace falta. Se entienden y se complementan.

Ana lleva la mano a la entrepierna masculina y la acaricia. La mano de mi hija se ve ridícula en comparación al pedazo de carne que sujeta. Creo que aún con las dos manos la sobraría polla que masturbar. Adri gime y veo que vuelve a excitarse a tenor del aumento de tamaño de su mástil. Bendita juventud.

Ana deja la boca de su primo, que protesta. Baja besando el cuerpo de su primo durante el descenso. Se acerca a la gran verga y… el glande desaparece dentro de su boca mientras Adrián suspira. Ana intenta profundizar pero es que veo que no puede. No  está acostumbrada y se la nota. Alberto me decía que yo era una mamadora de campeonato. Me ponía cachonda y me encantaba chupársela e ir controlando los tiempos para que no se corriera. Alguna vez me tiré media hora de mamada sin dejarle terminar a lo que él respondía echándome un polvo salvaje por estar enloquecido que me proporcionaba un orgasmo intensísimo.

Pero a Ana se la notaba la inexperiencia aunque se ve que la suplía con ganas. Adri empezó a suspirar por la felación lo que se ve que animó a Ana que empezó a masturbarle a la vez que metía y sacaba lo que podía del trozo de polla alternándolo con lamidas desde la punta hacia los testículos del muchacho que se deshacía con el trato.

Adri la pidió parar o se correría sin remedio. Ana se puso a cuatro patas y le dijo "Sigue tú" a lo que él se puso a su grupa y, con cuidado pero con determinación, se la volvió a encajar hasta los huevos. Pasó el coito rápido de un ritmo lento a otro desbocado. Ambos trataban de reprimir lo máximo posible el ruido para evitar que los oyera pero yo estaba pelándome el coño con fuerza y velocidad. Estaba cardiaca perdida. A pesar de la poca luz, veía a Adrián con esa enorme polla brillando por los jugos sexuales destrozando a mi niña, veía su bonito culo poniéndose duro en cada contracción al moverse y con la cara perdida por el placer. Veía la bonita figura de mi Ana, con ese culo temblando en cada choque, con los pechos colgando pero duritos y desafiantes que recordaban a los míos en mi juventud (aunque aún se mantienen muy bien, tengo que decirlo) y con la cara desencajada por la tremenda follada a la que la tenía sometida su primo…

Todo esto hizo que mi subida al monte Orgasmo terminara. Mis piernas me fallaron cuando el máximo placer del sexo me golpeó y me tuve que apoyar en el quicio de la puerta, que se abrió un poco más. De la flojera caí al suelo lentamente mientras mi cuerpo sufría pequeños espasmos de placer y reprimía cualquier ruido que me delatara, algo inútil puesto que ellos empezaron a correrse ambos. No quise arriesgarme a que me vieran. Me levanté como pude y con flojera me encaminé a mi habitación.


Me tumbé junto a Ana que se había dejado caer boca abajo. Estábamos recuperando un poco las fuerzas tras los dos combates amorosos que tuvimos. Me hacía gracia la forma en que Ana se movía debido a las cosquillas que la estaba haciendo al acariciarla la espalda, los riñones, el costado, el culo, el… toda su anatomía disponible.

Era feliz. Un par de polvetes alegran a cualquiera pero mi felicidad se debía a la certeza de poder considerarnos a Ana y a mí pareja. La quiero más que a mi propia vida. ¿Cómo no quererla? Es una persona especial; es inteligente, es guapísima, dulce, cariñosa… Tan perfecta que rompieron el molde cuando nació. Estaba mirando su cuerpo brillando por el sudor cuando giró la cabeza y me dedicó una sonrisa tan tierna y cariñosa que me sentí inflado como un pavo real. Definitivamente no podía renunciar a ella.

– Anita, te quiero… –acaricié su rostro y ella suspiró– Pero sabes lo que nos va a costar estar juntos, ¿verdad? Porque de ninguna manera me voy a separar de ti.

– Sí, también he pensado en eso pero decidí que no me importaba enfrentarme a lo que fuera. Me he dado cuenta del hombre que quiero y ése eres tú. Que digan lo que quieran, que comenten, que critiquen, pero necesito amarte y que me ames para seguir viviendo. Me vuelvo loca si te imagino que te fueras con cualquier guarra. –a Ana le cambió hasta la cara sólo por los celos de imaginarse tan improbable caso por mi parte.

Para que se pasase el mosqueo me acerqué a sus labios y me los comí lentamente. Rápidamente Ana me lo devolvió y así estuvimos un rato, a base de besos tranquilos pero con un gran mensaje de fondo. Puse el cuerpo de Ana sobre el mío para poder acariciarla a placer. Me estaba recuperando y sólo con los besos se me estaba poniendo como la pata de una mesa de dura porque a diferencia de Ana yo sólo me había corrido una vez. En esas estaba cuando:

– Adrián, la puerta está abierta. –dijo Ana incorporándose un poco.

Miré hacia ella y, efectivamente estaba abierto como un tercio. Noté que Ana se ponía nerviosa y que intentaba mirar a través de la misma pero por allí estaba más oscuro que la habitación, iluminada por la luz de la luna y de unos pocos faroles de la finca. Con cuidado nos levantamos y miramos por la puerta. Nada. Salimos al salón, a la cocina,… y todo estaba vacío. Nos miramos y no hizo falta que dijéramos nada. Nos volvimos a la habitación para ponernos algo de ropa (Ana la camiseta y yo un pantalón corto) y subimos hacia la habitación de mi tía con muchísimo cuidado para no hacer ruido.


Si no me había dado un infarto en este momento no me dará nunca. La subida al cuarto de mi madre se me hizo eterna. El temor de que nos hubiera podido ver en la cama me tenía en ascuas. Lo que me daba los mínimos arrestos de estar tranquila es que, de haber sido así,  el haberse ido indicaba que por lo menos no estaba furiosa. Y Adrián tenía que estar pensando algo parecido porque también le notaba tenso como cuerda de arco.

La puerta de mamá está casi cerrada a falta del resbalón. Ambos nos acercamos y oímos sin temor a equivocarnos que está llorando. Miro a Adri angustiada. Mi madre siempre ha sido una persona alegre y sólo la he visto llorar cuando pasó el accidente y siempre me ha afectado mucho. Es superior a mí y mi impulso me hace abrir la puerta y acercarme a mi madre para intentar consolarla. Se me encoge el alma cuando veo su cara surcada de numerosas lágrimas lo que me hace llorar a mí a la vez.

– Mami, por favor, no llores. Por favor, no… –digo mientras rompo a llorar a su lado.

Mamá me abraza y ambas lloramos a mares. Me rompe por dentro verla así. No puedo ser la causante de esto, me destrozaría… tanto como renunciar a Adrián al que amo con toda mi alma. Ella es la única por la que me separaría de él. Al menos lo podré tener como amigo y primo pero no puedo perder a mi madre. No, a ella también no. Y eso me hace llorar aún más.

– Nos has visto, ¿verdad mamá?

– Sí. Os he visto… haciendo el amor. Os he… visto besándoos,.. Abrazándoos,… –consigue decir entre gimoteos.

– No llores más, mamá. No pasa nada. No volverá a suceder más. No volveremos a estar juntos. –se me parte el corazón en dos mientras lo digo pero es un sacrificio que estoy dispuesta a sufrir por ella.

– ¿Eh? ¿Por qué? –Veo sorpresa en el rostro de mi madre– ¿Por qué dices eso?

– Mamá, amo a Adri pero si eso te hace sufrir… –tengo que parar a coger fuerzas para poder terminar la frase– No puedo perderte, mamá… –vuelvo a llorar– no a ti también.

– No, mi vida. No quiero que os separéis. –hace una pausa como para coger fuerza y sigue. Pero noto que no está tan entera como quiere aparentar– Os he visto amaros y sé que lo que sentís el uno por el otro es sincero y muy bello. Habrá gente que no lo vea bien, pero yo no seré una de ellas y el motivo es porque deseo vuestra felicidad ante todo. Y no creo que la tengáis separados.

– Entonces, ¿ves bien que estemos juntos? –preguntó Adri anticipándose a mi propia pregunta.

– Sí Adrián. Además me alegro mucho que os tengáis mutuamente en todo y para todo.

– Entonces mamá, ¿por qué llorabas de esa forma? –no me puedo reprimir en preguntar porque no me encajan sus respuestas con cómo la veo.

– No es por nada, cariño. Tonterías de madre.

– Mamáaaaa…. Eso no te lo crees ni tú. Dímelo, por favor.

– Que no es nada, Ana, de verdad. Tú no te preocupes.

– ¿Cómo no me voy a preocupar? Creía que llorabas por nosotros pero dices que no ves mal lo nuestro. Entonces, ¿qué era lo que te hacía llorar? –mi madre baja la cabeza y no me gusta nada.


Estoy aguantando el tipo como puedo, pero por dentro me estoy derrumbando. ¿Qué la digo a mi hija, que estoy así porque los he visto y me he excitado? ¿O que me han puesto tan cachonda que me he masturbado mientras ellos hacían el amor y me he corrido como una loca? ¿O que me he sentido tan vacía y tan sola que no lo he soportado y que querría haber sido ella para recibir el amor de Adri? ¿Que parece que yo tengo el amor vedado? No puedo. No puedo sacar estos sentimientos de mi interior. Sé lo mucho que Ana me quiere. Y Adrián también. No puedo poner esa losa sobre ellos si no quiero fastidiar su felicidad.

– Que te digo que no es por nada, Ana. Sólo son sensiblerías.

– Mamá, que… –la corto bruscamente.

– Ana, ¡déjalo ya! Te digo que me dejes en paz.

– Pero mamá, ¿qué te pasa? Sé que algo te hace daño y nunca me has ocultado antes nada así.

– ¡¡Que me dejes Ana!! –la he gritado. No he podido aguantar más la tensión y me ha salido un grito.

– No te entiendo mamá. ¿Por qué te quieres quedar con ello sola?

Sola. Sola. Sola… Esa palabra se me clava como un puñal en el corazón. Y me aterra. Siento que una garra helada me atenaza las entrañas y me las retuerce. Sola. Sola. Mis ojos se aguan y ya no puedo más. Empiezo de nuevo a llorar gimoteando. Sola. Sola. Sola. Esa maldita palabra me rebota en las paredes del cráneo y no deja mi mente. Así es como me quedaré. Sola. Sola sin nadie a mi lado. Sola sin nadie que me necesite. Sola sin nadie que me dé lo mismo que deseo dar yo.

Sola… Sola… Sola…

– Mamá. Tranquila, por favor. –Ana me abraza y se une a mi llanto– Mamá, no llores y comparte con nosotros tu dolor. Deja que te ayudemos.

– No… No puedo… No quiero… ese dolor… a vosotros… ¡No! –garra helada, dolor, pena. Todos esos sentimientos me destrozan.

– Mami, por favor, ¿qué te pasa? –levanto la mirada. Ana llora tan desgarradamente como yo y veo infinita preocupación en sus ojos.

– No… Ana… No… Esto debo llevarlo sola…

Sola. Sola. Sola… maldita sea con la palabrita de mierda. Me da un ataque de ansiedad. Noto que no puedo respirar bien, siento presión en el pecho y me mareo. Creo que estoy hasta pálida. Lloro, jadeo, me llevo la mano al pecho. Adri reacciona. Ana no lo sabe pero unas veces, al poco de la muerte de Alberto y Marcos, sufrí algunos de estos fuertes ataques de ansiedad repentinos y él me tuvo que asistir. Se lanza al cajón de la mesilla, saca y comprimido y me lo pone bajo la lengua. Ana mira con sorpresa pues no entiende de qué va todo eso pero no me suelta de su abrazo.

Noto que la pastilla se deshace y que, poco a poco, me va haciendo efecto. Aun así no puedo dejar de llorar quedamente. Ambos chicos me dejan que me recupere en silencio, sin agobiarme, pero sin parar de acariciarme la espalda y el pelo. Hundo la cara en el cuello de mi niña. Ella ha encontrado el amor… y la envidio por ello. Ella estará con Adrián y yo estaré sola. Vuelvo a gimotear y lloro con más intensidad. No soy consciente pero he sido traicionada por mis propios sentimientos. He murmurado algo y los chicos me han oído…


Miro a mi madre y creo ver lo que piensa. Nos ha visto a Adri y a mí y quizás también nos ha oído. Y mamá no es tonta. Sabe que estamos decididos a estar juntos contra viento y marea y piensa que la vamos a abandonar dejándola sola porque, mientras lloraba, se ha escapado esa palabra de sus labios varias veces, mostrando que es precisamente eso lo que la agobia.

Debe estar asumiendo que nos iremos a vivir a otro lado para hacer nuestra vida. Y si lo pienso, no me importa que sigamos los tres aunque Adrián y yo seamos pareja. Si la hubiera molestado que estuviéramos juntos lo más seguro es que el sentimiento que tendría sería de enfado, no de tristeza tan extrema.

Pero mientras pienso en esto me doy cuenta de otra cosa. Desde el accidente se ha volcado en nosotros, se ha abandonado en cierta forma a las relaciones con las personas, en especial con otros hombres. Ella no tendría un compañero con el que quedarse cuando nosotros siguiéramos con nuestras vidas. Es cierto que siempre dijo que mi padre fue su primer hombre, su amor de toda la vida y que no quería buscar a nadie porque, inconscientemente, siempre lo compararía con mi padre o él estaría presente en cierta forma y que no sería justo ni para ella ni para el hombre con quien estuviese.

Pero, sin embargo, sí hay un hombre al que quiere con locura. Si hay alguien a quien ella también le gusta. Adri. Miro a mi madre. Siempre ha sido madre y amiga mía. Siempre ha estado ahí para mí. Y ahora se me cruza una loca idea por la cabeza. Pero es genial y soluciona todo.

– Adri, por favor, ¿puedes abrazarla tú?

Lo digo mientras me suelto de mi madre y dejo que Adrián me sustituya. Cuando ella está ya entre los brazos de mi hombre es cuando decido jugármela. ¡Dios! Espero que salga bien.

– Mamá. Si no me equivoco, piensas que nos vamos a ir, ¿verdad? Lo que temes es que te abandonemos, ¿no?

– Sí… –susurra– Sé que tenéis que iros, que es ley de vida… pero no puedo evitar ser egoísta y querer que no pase. Sois mi mundo… y no sé qué… –interrumpo a mi madre porque no puedo seguir viendo cómo se traba por el cúmulo de emociones que tiene.

– Adrián, te voy a hacer una pregunta muy importante y necesito tu sinceridad más absoluta.

– Pregunta… –me contesta muy serio.

– Dijiste que querías encontrar una mujer como yo o como mamá. Imagino que lo dijiste en serio, ¿verdad? –Adrián asiente con la cabeza y sigo hablando– Entonces te quiero preguntar una cosa. Sé que tienes un gran corazón y por lo tanto NECESITO saber ahora mismo si cabrían dos personas y no sólo una.

– ¿Estás preguntándome lo que creo que dices? –me mira muy serio.

– Sí Adri. Aparte de amarme a mí, ¿podrías amar a Beatriz?

Usé el nombre de mamá para ayudar a que la viera como mujer, aunque si le conozco sé que a estas alturas, eso carecería de importancia. Adrián me sostuvo la mirada un par de segundos hasta que mi madre rompió un poco el momento.

– Pero… Ana, ¿qué significa esto? ¿Qué dices?

Mi madre nos miraba a ambos alternativamente y con una expresión de perplejidad que en otras circunstancias podría haber resultado hasta gracioso. Me bastó mirar a Adrián a los ojos, después a mamá y un leve gesto con la cabeza para que Adrián hiciera una ligera afirmación con la cabeza haciéndose cómplice mío.


Ana. Mi amada Ana. Siempre generosa, siempre atenta y siempre amorosa. Había detectado el miedo de su madre y había encontrado su solución… que no iba a ser otra que convertirme a mí en el hombre de dos mujeres, de las más importantes de mi vida. Cogí con amor el rostro de Bea haciendo que su cara me enfrentase y deposité un suave beso en los labios mientras aún intentaba hablar, intentando en vano entender de qué hablábamos. Pero ese beso tuvo la virtud de parar su diatriba.

Según ese beso seguía, mi querida tía, mi Bea, se iba entregando. Tardó algo pero pasó desde el parón por la sorpresa, a besarme tímidamente como con miedo, hasta que se entregó totalmente y me lo empezó a devolver cada vez con más ganas. Ana ayudó a que se relajara dando a su madre caricias y besos en el cuello que fueron debilitando las defensas de Bea, ayudando a su entrega.

Cuando ya nos besábamos con ímpetu fue cuando me di cuenta que tan apasionado ósculo había provocado una gran erección y que Beatriz se restregaba contra ella cadenciosamente. Además Ana había avanzado en sus caricias y besos. Acariciaba sin menor reparo el hermoso culo de mi tía, sus costados, sus brazos y toda la parte de la cabeza y cuello a las que llegaba. Además consiguió meter también una mano entre su madre y yo para tocar sus pechos y su ombligo. Entre eso y mis propias caricias y besos estábamos poniendo a Beatriz a punto. Sólo faltó que Ana consiguiera apoderarse del clítoris de su madre y frotarlo enérgicamente para que la llegara el orgasmo con fuerza y violencia. Luego nos confesó que era porque había estado tocándose y aún conservaba parte del calentón. El caso es que tuvimos que sujetarla entre Ana y yo porque se nos caía al suelo.

Beatriz reposaba con la mirada vidriosa en la cama mientras se recuperaba. Ana decidió no quedarse quieta y firmar nuestro romance conjunto. Me hizo tumbar junto a Bea tras dejarme vestido con el traje de Adán y tras despojarse de sus propias ropas trepó desde los pies de la cama hasta sentarse sobre mi endurecida polla que reclamaba por fin atenciones. Entró como se suele decir hasta la empuñadura iniciando un movimiento cadencioso. Notaba como los músculos de su vagina me apretaban y soltaban como si buscase que me licuara en su interior. Pero cuando parecía que llegaba a la cima del placer se relajaba haciendo que pasase la excitación.

Estuvo jugando así conmigo hasta que su madre se recuperó. Beatriz se puso de rodillas frente a su hija y ambas se empezaron a besar lenta pero sensualmente. Verlas así me gustaba pero el chochito de mi tía estaba apenas a unos centímetros de mí y su delicioso olor me embriagaba. Poco a poco me moví sin dejar de ser follado por Ana hasta que conseguí guiar mi cuerpo y las piernas de Beatriz y dejar su rajita al alcance de mi sedienta boca. Comencé una comida de antología. Con mis manos guiaba el culo de Beatriz para que ampliara el arco de movimientos permitiendo que mi lengua pudiera explorar desde su pepitilla hasta el arrugado esfínter anal. Beatriz estaba deliciosa y mi completa aplicación sobre su intimidad la puso rápidamente en un estado de excitación extremo.

Desgraciadamente para mi tía, Ana llegó al orgasmo y sus jadeos y gritos de placer distrajeron a Beatriz lo justo para cortar un poco su excitación.  Ana no pudo aguantarse sobre mí y se echó hacia delante cayendo un poco sobre su madre que la tuvo que sujetar primero para dejarse caer con cuidado las dos a mi lado.

Esto hizo que me liberara del peso que me sujetaba y pude ponerme de rodillas. Ana estaba tumbada boca arriba boqueando como un pez y su madre estaba de rodillas colocándola más o menos cómoda. El sensual y hermoso culo de Beatriz se me ofrecía en pompa y, como ya era consciente de lo que debía hacer, me coloqué en posición para meterme suavemente pero con decisión dentro del chochito de mi tía hasta que mis bolas chocaron contra su sexo.

Bea me sorprendió porque había supuesto un ligero rechazo. En vez de eso pegó un gran gemido de placer y buscó incrementar aún más la profundidad de la penetración. Mi lado más visceral se hizo cargo y me dispuse a follarme a mi querida tía. Deslizaba casi la totalidad de la longitud de mi polla dentro de la gruta de mi tía ya que sacaba casi todo dejando sólo la punta dentro de ella y empujaba hasta que mis bolas golpeaban contra sus cachetes. El delirio de mi tiita subía proporcional al aumento de la velocidad de la follada mientras jadeaba y sólo podía nombrar a Dios cada dos por tres.

Aun así Beatriz me sorprendió. Se movió para colocarse sobre la vulva de su hija y se la empezó a comer con desesperación. Ana, que acaba de recuperarse, pegó de nuevo un subidón por la nueva caricia y el morbo de ser su madre la que se lo daba. A mi vez me volví también loco de excitación lo que hizo que galopara desbocadamente sobre mi tía. En la habitación sólo se escuchaban jadeos, respiraciones aceleradas y gemidos de placer que subían de intensidad sin control alguno.

La primera en culminar fue Beatriz que se tensó presa del placer. Al hacerlo hizo presa sobre el clítoris de Ana que sumó el dolorcillo al placer que sentía y llegó a un fortísimo orgasmo. Ver a las dos correrse de esa manera me terminó de enloquecer y actué sin pensar. Como el culito de Bea me excitaba tanto me puse saliva en los dedos y la metí dos dedos por su culo de golpe y sin avisar en mitad de su orgasmo. Lejos de incomodarla, noté la presión de su esfínter sobre mis dedos que tocaban mi polla a través de los tejidos del cuerpo de mi tía mientras se alargaba su placer, lo que hizo que empezara a dejar en su chochito lo que quedaba de mi blanca esencia clavando mis dedos en sus caderas con fuerza.

Quedamos los tres derrengados del esfuerzo. Boqueábamos para intentar meter oxígeno en nuestro cuerpo que nos hiciera recuperarnos del increíble momento vivido.

– Joder mamá. No sé cómo lo has hecho pero vaya forma de correrme. No era la primera vez que lo hacías, ¿verdad?

– Ufff. No hija. Hace muucho tiempo ya de aquello y la verdad no sabía lo que lo echaba de menos hasta hoy.

– ¿Y cuándo fue…? –Ana se quedó callada sin saber si debía o quería seguir preguntando.

– Tranquila cariño. No engañé nunca a tu padre. Fue con Luisa, mi compañera de la residencia de la universidad. Estuvimos enrolladas durante un tiempo hasta que conocí a tu padre. Digamos que la dejé por él.

– ¿Aquella Luisa con la que dejaste de quedar cuando éramos pequeños?

– Sí. Ella se enamoró de mí pero mantuvo un tiempo su amistad. Al cabo de los años quiso meterse entre tu padre y yo. Tuve que cortarla y ella dejó de venir. Supongo que no aceptó el rechazo o que la dolió demasiado y se marchó a EEUU. Se pensaba que la correspondía y no aceptó que para mí fue sexo. Magnífico y especial, pero solamente sexo aunque la quería mucho.

– Joder tía, eres una caja de sorpresas.

– Y lo que no sabes sobrino. –Sonrió socarrona a su hija– Ana, ¿recuerdas aquellas excursiones que hacíamos todos los años sin vosotros?

– Sí, cuando os ibais al pueblo a ayudar en la recogida.

– Jajajaja. No cariño. Esos fines de semana largos nos íbamos a la finca de unos conocidos que eran swingers. –Beatriz rio ante la cara que pusimos– Sí chicos, practicábamos el intercambio de parejas e hicimos sesiones de sexo grupales. De hecho, en los cinco años que lo hicimos, éramos una de las parejas más buscadas del grupo.

– No me lo puedo creer… –nos salió del alma a Ana y a mí.

Es increíble cómo ha cambiado la situación en menos de dos horas. De estar solo en la cama a estar desnudo junto a las dos mujeres más importantes y amadas de mi vida. La tensión de Ana cuando entró a mi cuarto, las lágrimas de dolor de Beatriz, los miedos, los anhelos,… Todo se ha olvidado mientras mi tía nos cuenta las peripecias sexuales que hizo con su marido al que imaginábamos serio (y un tanto sosillo). ¡¡Joder, pues menos mal…!! Bea nos cuenta encuentros con otros hombres y mujeres… y no siempre de uno en uno. Me doy cuenta de la tremenda empalmada que vuelvo a tener cuando Bea nos dice qué sintió la primera vez que tuvo tres pollones a la vez dentro de su cuerpo. Ana me ve y me la agarra con mimo empezando a masturbarme. Veo que la mano de Bea, a su vez, se posa en el coñito de Ana cuando nos vio. A mí sólo me queda una opción; llevar mi mano hacia el cuerpo de mi tía, a su sexo. Tras meternos un tremendo calentón Bea tomó las riendas.

– Adri, cariño, túmbate boca arriba para que Ana se siente sobre ti. Ahora la toca a ella.

Ana está a punto. Veo en su mirada su excitación y su deseo. Se coloca la punta de mi miembro en la entrada de su chorreante gruta y se deja caer de golpe, empalándose violentamente mientras pone los ojos en blanco. Me pongo a acariciar los pechos de Ana y ella agradece la caricia gimiendo todavía más. Veo que mi tía se dedica a su hija. Roza el contorno de su cuerpo de forma sensual, lenta, llena de cariño. No se olvida de otras partes sensibles como el cuello, la espalda, los muslos y las nalgas. Veo que Ana se intenta mover rotando las caderas a la vez de meter y sacar mi falo de su interior pero las sensaciones de su cuerpo la traicionan y no puede dar continuidad. Según sube su gozo se mueve de forma más anárquica. Recuerdo porqué me he enamorado de ella. A pesar del rictus de placer tiene una expresión dulce y maravillosa… que se trunca cuando la lengua de su madre empieza a jugar con su ano. Noto la boca de mi tía de vez en cuando al meterse una de mis bolas en la boca. Ambos gemimos de nuevo. El placer se dispara y nos acerca mucho al orgasmo. A Ana éste la llega cuando los dedos de su madre traspasan el esfínter anal. Noto sus dedos tocándome por dentro lo que genera ya un morbo total que hace que vuelva a correr en el querido chochito de Ana por segunda vez en la noche, aunque ahora apenas salen un par de gotitas de esperma que me quedan.

Ana cae desmadejada y agotada junto a mí. Pero como lo hace en el lado exterior de la cama me deja el camino libre para terminar de ocuparme de mi amada tía Beatriz. Ella falta por completar el ciclo ya que ha ayudado a dar placer pero no lo ha recibido, algo que voy a compensar con creces. La tumbo con amor pero con decisión junto a su hija y me coloco a sus pies permitiendo que mi boca quede lista para jugar con ella. Me mira con ojos de deseo. No hace falta calentamiento. Hay que aplacar el incendio de su cuerpo. Me agacho y me como su coño con ganas, con fruición, con velocidad. Me ayudo con cuatro dedos para darle placer metiendo el índice y el anular en su chorreante vagina y el corazón y el meñique en su culo. Los meto y los saco con fuerza y velocidad mientras mi lengua degusta el duro apéndice que es su botón de placer. Beatriz no aguanta mucho y llega al orgasmo pero yo no estoy satisfecho. Por lo que ha contado es capaz de más así que continuo con mis manejos sin dejarla descansar aunque Bea me pide que pare.

No soy capaz de calcular el tiempo que ha pasado pero no es mucho cuando Beatriz tiene un violento espasmo y vuelve a correrse. La cantidad de jugos que es capaz de segregar es increíble pero quiero destrozarla. Quiero que recupere, en parte, todo lo que ha perdido desde la muerte de mi tío. He recuperado la erección. No está al 100% pero es suficiente para poder metérsela a mi tía. Bendita juventud.

Me coloco entre sus piernas y busco el hueco para meterla. Parece que ha sido en el culo puesto que lo noto apretado pero como no se queja me pongo a follarla con fuerza. Aprovecho para seguir excitando el clítoris con los dedos mientras la sodomizo con velocidad. Mis músculos se están acordando de mí, de mis antepasados habidos y por haber pero no me detengo y la doy con todo lo que me queda.

Por fin llega. Un orgasmo tan brutal que hace que Beatriz grite a pleno pulmón su placer. Hasta Ana que estaba dormida mira asombrada el orgasmo que sacude el cuerpo de su madre. Casi ni respira, convulsiona con los ojos en blanco, la baba cayendo de sus labios y su orina saliendo disparada al no ser capaz de controlarla. Beatriz cae en un estado de semi inconsciencia y por fin la dejo en paz saliendo de su interior. Yo no me he corrido pero no me importa. Además, tampoco creo que hubiese podido echar ya nada.

Lleno la bañera con agua caliente y abundante jabón para hacer espuma y meto dentro a mi tía para que se relaje y consigo que me mire agradecida. Levanto a Ana de la cama lo justo para dar la vuelta al colchón, quitar las sábanas de la cama que están llenas de flujos sexuales y orina, poner ropa limpia. Aprovecho que Beatriz está en la bañera para tumbarme junto a Ana.

– ¿Cómo te encuentras? –la pregunto. Quiero saber qué piensa de lo ocurrido.

– Muy bien cariño. Muchas gracias por haberme entendido y aceptar estar con mamá.

– ¿Y qué vamos a hacer a partir de ahora? –lo cierto es que dudo en qué hacer en el futuro con esta situación.

– No lo sé con seguridad… Sólo quiero que ninguno suframos. ¿Tú que piensas?

– Mira Ana. Sé que estoy enamorado de ti y que mi futuro está contigo. –se la ilumina la cara con una bella sonrisa de las suyas– Pero también es cierto que no hemos follado con tu madre. La hemos hecho el amor… los dos. Sé que no soportarías que estuviese con otra mujer. Pero, mi pregunta es, ¿podrás soportar compartirme con otra mujer si es tu madre? ¿Nos hará daño? Yo tampoco quiero que Beatriz sufra. También la amo aunque sé que menos que a ti pero las relaciones suelen ser cosa de dos y aquí somos tres.

Ana se está mordiendo el labio, síntoma que está pensando profundamente en lo que la he dicho. En unos minutos parece tener la respuesta.

– Tienes razón. Me conoces tan bien como yo misma. No soportaría verte con otra mujer. Pero creo que a mamá no la veo como otra mujer porque sé que nunca sería una rival que compitiera conmigo para quitarte de mi lado. Todo lo contrario. Lo ideal sería que ella buscase una pareja pero parece que eso no lo quiere. Pero necesita a alguien en quien apoyarse y esos somos nosotros. A mí no me importa compartirte con ella y sé que eso la hará muy feliz porque nos quiere a los dos y quiere que tengamos esa misma felicidad. Además, me sorprende la ausencia total de escrúpulos que tengo para tener también sexo con ella.

– Entonces está claro que somos una pareja de tres personas.

– Sí, lo somos. –sonríe Ana y me besa dulcemente, como pocas personas podría hacer.

– Entonces, mi amor. Voy a buscar a nuestro otro amor a la bañera o va a salir más arrugada que una pasa. –la contesto divertido.

A los pocos minutos traigo a Beatriz de la mano, desnuda pero seca. La ayudo a tumbarse en la cama y la pongo en el centro. Nos mira seria sin saber nada de lo que hemos hablado. Me acerco junto a Ana y la beso con todo el amor que puedo plasmar. Cuando nos separamos los dos miramos a Beatriz. Una solitaria lágrima recorre su cara que refleja tristeza. Pero rápidamente eso desaparece. Nos ponemos cada uno junto a ella y, como si lo hubiéramos ensayado, la decimos Ana y yo "Tranquila mi amor" como preámbulo a los besos que la damos compitiendo por su boca.

– Os quiero hijos míos. –nos dice mientras ahora corren muchas lágrimas, pero de felicidad.

Al poco los tres dormíamos abrazados.


EPÍLOGO

Ha pasado casi un año y estamos a punto de volver a irnos de vacaciones. Directamente hemos alquilado a la amiga de Beatriz la finca en la que empezamos nuestro particular matrimonio a tres. Ana y yo somos pareja formal. Aunque al principio les chocó un poco a nuestros amigos y conocidos, todos lo acabaron aceptando. Creo que nuestra especial historia influyó para que pensaran que había surgido por el sufrimiento compartido y el apoyo mutuo. Ana y yo siempre vamos juntos, nos prodigamos tantas muestras de amor y cariño que nuestros amigos bromean diciendo que damos arcadas de lo empalagosos que somos. Pero somos felices y se nos nota.

Y cuando llegamos a casa y nos juntamos los tres vivimos exactamente la misma situación. Beatriz es tan mujer mía como Ana aunque las dos saben que ésta última tiene una ligera ventaja en mi corazón. Ambas lo aceptan y lo ven lógico e incluso deseable, sobre todo mi tía que dice que así es como debe ser. El caso es que nos amamos y lo compartimos todo. Y si alguien se lo pregunta, efectivamente Beatriz había tenido experiencia con mujeres pero Ana se puso rápidamente al día. Durante los tres primeros meses se folló a su madre hasta la extenuación. Aprovechaba cuando yo ya no daba para más (porque me machacan entre las dos) para destrozarse junto a su madre. Surgió como un aliciente para mí. Pensó que un espectáculo lésbico entre ellas me motivaría, cosa que sucedía.

Pero la naturaleza humana también tiene límites y cuando yo ya no aguantaba, ella descubrió un mundo nuevo que exploró. Eso hizo que nuestras relaciones fueran más variadas e imaginativas. Por ejemplo descubrieron los strap–ons. Sí, esos complementos que se ponen ellas para poder enganchar un vibrador o un dildo para poder follarse entre ellas como si fueran un hombre. Pues lo usaron mientras estaban conmigo. Mientras yo me follaba o sodomizaba a una, la otra se lo ponía y se dedicaba al agujero que quedaba libre. De esta manera ya no era sólo Beatriz la que llegaba a perder el conocimiento de placer. Ana era capaz de superarla. El caso es que a ambas las merecía la pena acabar muertas para poder sentir lo que dicen que gozan con la experiencia. Incluso me convencieron para que me dejara penetrar analmente por una de ellas mientras la otra me follaba o me la mamaba. Descubrí que, si me preparaban como yo lo hacía con ellas, no me era para nada desagradable. Por contra me llegaban unos orgasmos que me vaciaban por completo las pelotas.

Pero llevamos tres meses que hemos bajado un poco la intensidad. Seguimos follando como conejos, pero ahora tenemos que tener cuidado con Beatriz. ¿El motivo? Su estado de buena esperanza. Se había confiado mucho porque hace años la diagnosticaron ovarios poli quísticos y la habían extirpado un ovario y la mitad del otro. La dijeron que volver a concebir la resultaría prácticamente imposible. Y como antes mi tío se había hecho la vasectomía pues se había confiado. El caso es que se había quedado embarazada, algo que nos hizo a todos mucha ilusión, sobre todo a ella.

Decidimos entre los tres que ese bebé que venía en camino sería hijo de los tres y todos lo cuidaríamos. Ana miraba a veces con envidia a su madre porque es muy niñera. Pero entre todos habíamos acordado (con buen criterio) que nosotros dos teníamos mucha vida por delante y los hijos no eran algo aún prioritario puesto que nos tendríamos que labrar un futuro sólido para ellos. Por eso, que Beatriz fuera madre nos daba la alegría del bebé, parte de sus responsabilidades pero permitiendo que nos pudiéramos también centrar en nuestros objetivos para que nuestra familia prosperara. Además, ese niño (o niña) también aliviaría esa pequeña sensación de soledad que la quedaba a Beatriz.

Y para evitar habladurías aprovechamos que mi tía empezó a salir más a partir de estar los tres juntos para echar la culpa de su embarazo a una noche loca. Tampoco es que nadie la fuera a pedir explicaciones pero mejor prevenir que curar. Lo que está claro es que, a toda la descendencia que venga, a su debido tiempo, se les contará la especial historia de nuestra familia y del porqué son tres personas las que las criaron con todo el amor que estamos dispuestos a darles. Porque lo que no tendrá cabida nunca más en nuestra casa va a ser la tristeza, la soledad o el dolor.


Por mi parte como el escritor, sólo desear a esta particular familia, toda la suerte y felicidad que merecen… si es que existen de verdad. :)