El amor entre frutas y verduras - I I I

Este, no es un relato porno - Son una serie de capítulos de un relato de amor. De amor, sexo, y mucho más.

No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos estrechamente abrazados Alfredo y yo. Su mano cogió mi brazo, me empujó hacia dentro, y antes de darme cuenta, estábamos desnudándonos mientras seguíamos besándonos. Nos tiramos a la cama como locos, y yo le cogí su gruesa polla y empecé a jugar con ella. No hacía falta que la trabajase mucho para que se empalmase, ya casi lo estaba. Y sonriendo, le empujé para que estuviese cara al techo y yo me puse de rodillas entre sus piernas.

Empecé a chuparla como nunca jamás había chupado otra, me la metía en la boca, la volvía a sacar y a chupar de nuevo, desde el glande a los huevos, me la volvía a meter en la boca, empujaba mi cabeza hacia su estómago para metérmela toda en la boca, pero su longitud y sobre todo su grosor, me pedían más esfuerzo. Me dejé caer dos o tres veces y al final me la pude clavar toda. Di gracias a los dioses por no tener problemas de ganas de vomitar. Siempre me las había tragado todas, pero esta era más gruesa y mi boca estaba al límite.

Una vez mis labios habían llegado y besado la base de la misma, todo fue más fácil. Mi cabeza subía y bajaba constantemente, como si esa polla estuviese follando mi vagina, Alfredo empezaba a respirar con fuerza y mi coño se empezaba a mojar. Al abrirse la puerta del ascensor, mi corazón latía salvajemente, y al verle en la puerta de su casa, casi se me sale. No lo entendía, yo con 21 años y Alfredo con 61 años ¡y lo deseaba como si fuese un novio amado de mi edad! Pero aunque fuese un experto en el arte amatorio, yo le enseñaría lo que una chica española bien follada y folladora como yo, era capaz de hacer para darle la máxima felicidad y placer.

Alfredo acariciaba suavemente mi cabeza, mi cuello, mis hombros y empezó a jugar con mis tetas y mis muy sensibles pezones. Y como recordé que dos días antes, al correrme en el baño mientras se la mamaba le mordí la polla, ahora que estaba ya a punto de correrme como una loca, se la saqué de mi boca para no volver a morderle, y apenas lo hice, un estremecimiento brutal sacudió mi cuerpo y en esta ocasión, mis uñas, no demasiado largas para su consuelo, se clavaron en su pecho. Él no dijo nada, me repuse como pude, subí un poco mi posición, me arrodillé encima de él y poniendo su polla a la entrada de mi coño, me dejé caer y me empalé con esa polla que tanto me dilataba.

Empecé a subir y bajar lentamente y mientras, veía unas pequeñas gotas de sangre en su pecho. Joder ¡mis uñas se habían clavado bien! Quise compensarle y empecé a jugar con sus tetitas, sus pezones, poniendo mis manos detrás jugaba con sus huevos, masajeaba su cuerpo. Y él me devolvía con creces mis favores. Aplastaba mis tetas, pellizcaba y estiraba mis pezones, a veces sus manos cogían mi cabeza y me besaba apasionadamente en los labios, metiendo su lengua a fondo... y yo me preparé para un segundo orgasmo. Fue una explosión de felicidad. Más de cinco años follando con mis amantes sin parar, y nunca había tenido tantos orgasmos seguidos como con Alfredo, y de tal calidad. Mi cuerpo se entregó a ese placer que nos llega a las mujeres cuando la explosión de pasión y felicidad nos llega a lo más profundo del cerebro. Me paré unos instantes, estaba ya cansada, sudada, y el muy cabrón aún no se había corrido ¡y luego dicen que los de la tercera edad no aguantan ni con Viagra!

Seguí cabalgándole, pero a menos velocidad. Mi cansancio era real. Así que Alfredo, al darse cuenta, me cogió de nuevo de la cabeza, me tumbó hacia él, cogió con sus manos mis glúteos, y los empezó a mover arriba y abajo, sin dejar de besarme. Tumbada sobre su cuerpo, mi vagina estaba siendo penetrada de una forma muy distinta, y mi clítoris estaba siendo castigado por esa preciosa polla que yo tenía dentro de mí. Un tiempo después, me di cuenta que Alfredo iba a correrse de nuevo dentro de mí cuando apretó mi cuerpo con más intensidad, y realmente así fue. Varios chorros de semen penetraron dentro de mí, llenaron toda mi sagrada cueva, salían por los lados cayendo sobre la sábana y casi en sueños, tuve un tercer orgasmo, que aunque me llenó de alegría y placer, estaba tan cansada y agotada, que me dejé totalmente caer sobre el cuerpo de mi viejo amante.

No sé cuantos días después (lo de días es broma, solo horas) Alfredo me despertó, me dio un albornoz, salí de la cama, y al verle en la cocina con varias cosas, le pregunté:

  • ¿Has cocinado todo eso para nosotros?

Y me miró sonriente mientras me decía:

  • Ni de coña, yo también me he levantado hace un momento, todo es comida china, pero como no sé si te gusta, ó que es lo que más te gusta, he pedido varios platos diversos y así podrás comer lo que quieras. Pero con tantos retrasos en llegar a tu casa sin avisar ¿qué opinarán de ti tus padres?

  • Eso no me preocupa, mis padres saben que soy un animal sexualmente libre y que se cuidarme. Cuando tenga algún dinero y tiempo extra para mi, volveré al gimnasio y terminaré las clases de taekwondo. Ahora soy cinturón verde-azul y sé defenderme, pero tendré que repetir algún grado. Lo que me puede preocupar del retraso, es del retraso de la regla, si eso sucede, porque estamos follando sin condón y yo no me tomo anticonceptivos. Pero no te preocupes que si me quedo preñada, lo solucionaré yo solita.

Alfredo me miró pero no dijo nada. Abrió todos los tuppers y como sí me gustaba la comida china, cogí de todo. Y el muy cabrito sacó una botella de Mateus rosé bien fría y disfruté con su frescor, su suavidad, y sus burbujas me pusieron alegre y caliente. Nunca lo había probado, aunque en el super las vendíamos. Es una maravilla de vino bien fresquito. Como no me había ajustado bien el albornoz, con mis movimientos se empezó a despasar y mi cuerpo se le ofreció bien visible. No me di cuenta de ello hasta que nos sentamos en el sofá y Alfredo me acercó un cenicero. Al alargar la mano para cogerlo, parte del albornoz se deslizó y me quedé sentada y desnuda.

No sé por qué, le miré a los ojos, dejé el cenicero en el sofá y me levanté dejando caer del todo el albornoz. di unos pasos atrás para que me pudiese ver bien, me di un par de vueltas lentamente y al darle otra vez la cara, en lugar de ponerse nervioso o empalmado por ver mi precioso y depilado cuerpo, solo me dijo:

  • A ese cuerpo le faltan unos buenos y altísimos taconazos. Tres o cuatro tatuajes más bien distribuidos, y posiblemente un buen par de aros en los labios genitales. De esos gruesos que pesan y dan carácter de mujer puta y liberada.

Yo me quedé helada. Creía que como hombre maduro, me iba a criticar los dos tatuajes discretos que tenía en la espalda y la parte superior del brazo derecho. Incluso me podría criticar tener el sexo totalmente depilado, o incluso el mostrarme totalmente desnuda ante él, ofreciéndole todo mi cuerpo y sin pudor ni rubor alguno. Y lo que Alfredo me decía, era ponerme más tatuajes y unos gruesos aros que me harían una imagen de mujer más puta que liberada. Nuevamente me equivoqué con el carácter de mi nuevo amante. Me volví a poner el albornoz, pero sin pasármelo, simplemente sujeto por el cinturón, me senté y encendí un cigarrillo. Al mismo tiempo cogí una enorme copa de coñac (ahora sé que son copas Napoleón) donde había depositado una generosa ración de coñac de 25 años.

  • Y bien Amelia, ¿de qué querías hablar conmigo? Porque follar estamos follando mucho, pero hablar de ti y de tus cosas, más bien poco. Dime pues.

Y poco a poco, lentamente, le fui contando las conversaciones que había mantenido con mis profesores y especialmente con Bacterio. Y no sé por qué, me sentía totalmente desnuda frente a él. Pero no sexualmente desnuda, que lo estaba a través del albornoz casi abierto, sino mentalmente. Alfredo estaba sacando de mí todo mi interior. Le contaba todo lo que realmente sentía, no le engañaba, nunca fui tan sincera, ni con mis padres, ni con mis amigas, o cualquiera de mis amantes. Y encima me sentía feliz y dichosa de compartir todas esas experiencias y pensamientos que a mí me estaban volviendo loca. Durante más de dos horas, estuve soltándole el rollo y él guardando silencio. Cuando después de varios cigarrillos (no me dijo nada de ello) y otros dos coñacs me callé, aún guardó un corto silencio y me dio su consejo:

  • No sé si me harás caso, pero mi consejo es triple: a) Deja tu empleo en el supermercado y usa todas esas horas para estudiar en firme tus materias de estudio y el inglés, especialmente el financiero - b) Entrégate a fondo en el trabajo que te ha encargado el profesor Bacterio. Es muy importante y muy adecuado a esta época de globalización y puede ser tu mejor tarjeta personal - c) Hasta dentro de al menos dos o tres semanas, no contestes a ninguna oferta de trabajo que te ofrezcan, ni vayas a ver a nadie. Debes "pasar" de todos ellos. Y los serios de ellos, irán a por ti.

Y claro, ahí me hundió. ¿Cómo poder sobrevivir sin lo que ganaba en el super? Mis padres siempre habían querido que yo estudiase y no trabajase. Pero yo siempre he querido ser independiente y nunca una carga familiar. Comprendía perfectamente lo que Alfredo me estaba diciendo. En eso coincidía con mis padres, pero yo necesitaba trabajar esas horas/días, para tener fondos. O en el super, o en el Banco, que me pagaba varias veces más por menos horas de trabajo. Así que se lo expuse a mi amante.

  • Me pides un imposible Alfredo. Soy muy independiente y necesito fondos para gastar. Ya me dirás tú qué hago yo sin dinero.

  • Pues me lo pides a mí. Veo que te gusta ser libre, que follas muy bien, con lo que deduzco que tienes una amplia y diversa experiencia sexual y te lo planteo de varias maneras: Puedes ser mi concubina - Puedes ser mi amante juvenil para rejuvenecerme - Puedes ser mi mantenida - Puedes ser mi puta particular... puedes ser muchas cosas y muy bien pagadas, pero yo solo te pido que seas una sola cosa: Mi amiga y que confíes en mí. Con los empleos que te van a ofrecer y lo que te van a pagar, casi en el tercer o cuarto mes me lo podrás devolver. Pero no olvides que eres todavía una estudiante de 4º curso y aún te queda otro curso, más obligatoriamente tendrás que hacer un posgrado en el extranjero, y sobre todo idiomas. Tienes que conocer el inglés y el alemán como si fuesen tus idiomas nativos. Y no olvides nunca una cosa, yo solo te ayudaré, si tú eres capaz de ayudarte a ti misma. Puedes confiar en mí y yo creo conocerte lo suficiente para estar "casi" seguro que vas a sentar tu cabeza sobre tus manos, vas a apoyar tus codos sobre la mesa y vas a devorar los libros ¿crees que es eso lo que necesitas?

Me quedé muy pensativa y creo, que por primera vez en mi vida, muy concentrada en mí misma y en todo lo que había oído. Me levanté, encendí otro maldito cigarrillo y medio desnuda por ir con el albornoz totalmente abierto, paseé hasta consumirlo, me quedé quieta mirándole y antes de que yo dijese nada, él, con su sonrisa irónica, dijo:

  • Yo tenía razón antes. Te hacen falta unos buenos taconazos para dar más esbeltez a tu figura, y un par de gruesos aros de titanio y oro en tus labios vaginales para que tiren de ellos y darte pinta de mujer fatal ¿te han dicho que estás buenísima?

Me puse a llorar como una niña, me abalancé sobre él y antes de darme cuenta estaba mi cuerpo tumbado sobre el sofá, las piernas bien abiertas y con Alfredo encima de mí. Se había bajado, que no quitado, los pantalones y calzoncillo y su inmensa polla parecía penetrar dentro de mi cueva. Y gracias a los dioses, lo hizo. Me penetró con fuerza dilatando mis músculos y llenando toda mi matriz. Me cogía de los glúteos para levantarme y agacharme, es como si me follase moviendo mis caderas él mismo. Penetraba hasta el fondo, lo sacaba, lo rotaba, me ponía de lado para que su polla rozase más dentro de mí, mi clítoris estaba aplastado constantemente, pero no siempre.

Sus labios y dientes jugaban con mis pezones, los mordían, los estiraban, los metía dentro de su boca y su lengua jugaba con ellos sorbiendo incluso parte de mis tetas. Era como si desease ordeñarme con toda su boca. Puso mis piernas sobre sus hombros, con lo que aún penetraba dentro de mí con más fuerza. Y yo quise ayudarle... empecé a mover mis caderas hacia los lados, como si bailase y mis dedos pellizcaban sus pezones y/o acariciaban su rostro. Alfredo se excitó como hasta ese momento nunca lo había hecho y yo me alegré de ser su causa de excitación. Pero casi me arrepentí enseguida. Me dio la vuelta y sin preámbulos ni perder el tiempo, apoyó su glande sobre la entrada de mi ano, empujó y empezó a penetrar en mi intestino.

Pero yo nunca había recibido en mi culo una polla como la suya de gruesa. Lloré de dolor, me agité, golpeé con mis puños el respaldo del sofá... pero la polla de Alfredo se iba metiendo dentro de mí, con un dolor terrible, como si me partiesen el culo en dos mitades. Nunca me habían dilatado tanto el ano, ni había sentido tanto dolor. A veces como si un cuchillo de doble filo penetrase violentamente. Otras, como si una máquina allí introducida separase mis glúteos en dos mitades opuestas para siempre. Sus manos empezaron a caer sobre mis glúteos, una palmada, otra, otra más, y así una y otra vez. Y empecé a correrme, una vez, otra vez, y una tercera más. Y cuando creía que ya no podría yo aguantar más por el placer, el cansancio, y el dolor, Alfredo me enseñó parte de su técnica para destrozar a una "aprendiz de mujer" para siempre.

Tal y como estaba de agotada y rendida, con mi coño chorreando más líquidos que una fábrica de zumos, Alfredo empezó a acariciar los laterales de mis labios vaginales. Empezó a meterme dos dedos dentro buscando mi clítoris, se tomó su tiempo y cuando lo encontró y vio que sus dedos estaban bien situados, apoyó el pulgar en la parte superior del Monte de Venus y empezó a hacer presión entre los tres dedos. Con el clítoris en medio de ellos, rozándolo suavemente, a veces con fuerza, y otras como si me lo arrancase, los dedos entrando y saliendo siempre acompañados por la presión del pulgar externo, no aguanté más, y me preparé ya sin fuerzas, a correrme de nuevo.

Pero ahí estaba Alfredo, mi Alfredo, el cabrón sesentañero que me estaba demostrando ser un semental experimentado. Cada vez que notaba que yo me iba a correr, seguía follándome el culo sin demasiada prisa, pero me quitaba los dedos del clítoris. Los dejaba unos segundos fuera, me cortaba mis ganas de correrme y de nuevo volvía a introducirme esos malditos dedos que, por una parte me daban un placer enloquecedor, y por otra parte, me producían un nerviosismo extremo, ya que me impedían correrme a mi gusto. Nunca había estado así, Tres o cuatro veces estuve a punto de correrme y él me cortó. Al final, no sé cuando, él me dejo correrme y al mismo tiempo, él se corrió también dentro de mis intestinos. Me quedé tan relajada y satisfecha, que me dormí.

A la mañana siguiente, noté que me besaban y me desperté un poco sobresaltada. Me vi en la cama, con una chaqueta de pijama precioso de hilo y seda, y de rodillas en el suelo, a mi lado, a Alfredo sonriente que me decía:

  • Venga cariño, levántate que ya son las 7, y si tienes que despedirte del super, es mejor que lo hagas tú, que lo hagan ellos porque tú no cumplas con tu trabajo y horarios, y eso conste en tu expediente. Vístete, te espero en la cocina.

Me duché rápidamente, me vestí y allí estaba Alfredo con su delantal con unos dibujos estampados de toros en México. Desayunamos, quedamos en vernos a la hora de comer para terminar de hablar (con la follada de la noche anterior, no se terminó la charla) y me fui corriendo al supermercado. Pero no me despedí. Estuve bastante concentrada, cumplí escasamente mi trabajo, pero ya todos me tomaban como "la chica de Don Alfredo", así que nadie me dijo nada. Terminé mi trabajo y volví al piso para comer. El conserje, con su llave maestra, la conectó en el ascensor al sobreático sin ninguna pregunta.

Y allí me encontré, al abrirme la puerta, con Felisa, la asistenta que cuidaba la casa. En realidad, como ahora no había nadie, solo estaba ella, antes eran dos asistentas para ese enorme piso dúplex. Me sonrió y me llamó por mi nombre pero tratándome de Vd.. Me sentía incómoda, pero Alfredo estaba en una reunión y cuando llegó, lo hizo serio y pensativo. Nos dimos un beso en los labios delante de Felisa, comimos los dos atendidos por ella y la verdad es que no pudimos hablar porque se me hacía tarde para ir a clases. Pero lo que más me puso roja y descompuesta, es cuando al irme, Felisa dice:

  • ¿La señorita vendrá esta noche a cenar y a dormir? Se lo digo para preparar la cena y ver de sacarle algún pijama o camisón, lo que a Vd. mejor le guste, ya que he visto que no tiene ropa propia.

Yo estaba avergonzada, no sabía qué decirle y me salvó Alfredo:

  • La señorita vendrá a cenar y posiblemente se quede. No te preocupes Felisa por la ropa, le abriré los armarios de Silvia y que busque en ellos lo que más le guste llevar ¿te parece bien cariño?

Y si con lo que me decía Felisa de la cena, de la ropa, y quedarme, me sentí rara, muy rara, no veáis cómo me sentí al llamarme "cariño" Alfredo delante de ella. Todos sabéis de sobra eso de "tierra trágame", pero el edificio era sólido, no se abrió ninguna grieta y nada ni nadie me tragó. Me fui lentamente a la facultad, subí al bus, llegué allí y aún tuve tiempo de tomarme un café con las amigas. Pero no se me quitaba de la cabeza la palabra "cariño". Y con el paso de las clases, mi taponamiento mental, y las charlas con algunas amigas de varios temas, al terminar las clases e irme a mi nueva casa, la de Alfredo, me di realmente cuenta que me estaba enamorando de él. O quizá no era amor todavía, pero sí "algo" que llegaba muy profundo a mi interior hacia él ¡un sesentón! ¡Y qué bien follaba el viejete!

Cuando llegué, nuevamente el conserje conectó el ascensor y al salir estaba en la puerta Alfredo, que me dio un ligero beso en los labios, y con esa costumbre americana que vemos en tantas películas, al entrar los dos en la casa cogió dos enormes y altas copas, depositó vino tinto y empezamos a beberlas. Todo esto sin decirnos apenas nada. Yo le miraba cómo se movía por la casa y cómo en la cocina, terminaba de preparar un segundo plato de ternera frita, con pimientos y tomates partidos por la mitad hechos en el horno. Me admiraba este hombre y sentía por él algo muy especial. No sé por qué, pensé que mi padre no podría jamás hacer nada parecido en la cocina, y cómo mi madre me enseñó a cocinar relativamente bien, me puse a ayudarle, preparar la mesa y poner vasos, cubiertos, depositar la botella del vino, las copas, las vinajeras...

Y no sé por qué, me puse en plan niña, en plan Lolita, con su amante. Cuando se giró, le abracé, le besé intensamente en la boca, metí mi lengua hasta lo más profundo de su paladar y le dije:

  • Como acabas de comprobar con mi beso, no he fumado desde antes de meterme en las clases. No lo voy a dejar, pero te prometo fumar menos que antes ¿te vale?

Él sonrió y me dijo:

  • Me parece bien y si te parece bien a ti, esta misma noche te enseñaré a fumar cigarros (puros), cortarlos bien y elegirlos y prepararlos adecuadamente para que sean un sabor para el paladar. Me volveré a hacer fumador de puros, aunque menos que antes y así podré ir enseñándote ese placer de saborear un buen cigarro. Pero ahora dime ¿has llamado a tus padres estos dos días?

Y al decirle que no, me hizo llamarles, les di la excusa de que estaba haciendo un trabajo con una amiga, y de forma oficial se lo creyeron. Aunque luego supe que no. Pero nuevamente mi móvil me volvió loca, se cortó y se oía de pena. Cenamos y empezamos a hablar de todas las cosas, bueno, empecé a hablar yo porque él me escuchaba, y solo preguntaba cosas puntuales. Terminamos de cenar y al ver que recogía la mesa, le ayudé y nos fuimos al saloncito, pero me tenía preparada una nueva sorpresa. Me llevó al dormitorio y encima de la cama tenia, en completo orden, dos pijamas. El que me puse la noche anterior de hilo y seda y otro solo de seda. Dos auténticas maravillas y no solo tenían la chaqueta, sino un juego de pantalón largo y pantalón corto, para que yo eligiese lo que más me gustase. El ligeramente amarillo de la noche anterior, me venía un poco grande y me probé la chaqueta del rojo. Vi que era de mi talla y al mirarme en el espejo me vi preciosa, así que no solo me quedé con ese, sino que como las chaquetas eran ligeramente largas, no me puse nada más.

Fuimos ahora al saloncito y Alfredo me dio nuevamente una copa Napoleón, preciosamente tallada, con una generosa ración de brandy y de encima de la mesita de centro, cogió una bolsa y sacó una caja de habanos Montecristo nº 2, que me dijo que eran dulces y suaves, especiales para las mujeres que se inician y que pronto podría fumar los que a él más le gustaban y solía fumar, los Montecristo A, que según él, eran frescos y con un suave sabor a hierbas y a esencias silvestres. Y por supuesto, un poco más fuertes.

Y me hizo un pequeño regalo, un cortapuros de guillotina. La verdad es que me lo pasé bomba cortando los puros, encendiéndolos con cerillas largas de madera, antes y después de llevármelo a la boca y luego, a saborear ese cigarro, sin tragarme el humo. Y eso fue lo más difícil los primeros días, acostumbrada a tragarme el humo de los cigarrillos, mi mente intentaba hacer lo mismo con el puro y yo le tenía que decir que no. Nos reímos un buen rato y un momento después, empezamos a hablar de todo lo acontecido, incluyendo mi no despedida del super porque no estaba segura de nada.

Alfredo me entendió y me dijo que lo mejor que podía hacer era relajarme y pensar en mis estudios, y en mi futuro a través de esos estudios, que para eso estudiaba. Lo del trabajo en el super era para mantener mi independencia y que eso lo podía hacer mejor de otra manera, pero sobre todo, tenía que dedicar tiempo al estudio, a los trabajos de los estudios y a los idiomas. Y sobre el trabajo ofrecido en el banco, que dejase ese tema unas semanas, que no hablase del mismo con nadie que me los ofreciese, porque sobre todo, eran para hacerle la pelota a él, y que pensase qué es lo que realmente deseaba yo. El futuro era mío y por lo tanto, yo y solo yo, tenía que marcar camino y tiempos.

Mientras hablábamos, nos fumábamos nuestros cigarros y nos bebíamos las copas, nos fuimos arrimando los dos, yo me apoyé sobre él y él me abrazó como una niña. Me sentía feliz, plena, otra vez le hablaba desde lo más profundo de mi ser, solo diciendo la verdad de lo que sentía. Y él me hablaba de forma sencilla, en voz baja, besando mi lóbulo, mi mentón, mi cuello, mis labios... Cuando ya quedaba menos de un tercio del puro por fumar, su mano entró por debajo de la chaqueta del pijama y empezó a jugar con mis pezones. No me estaba pellizcando, solo los acariciaba y estiraba sin fuerza. Apenas notaba yo que estaba jugando con mis pezones, cuando de improviso, y de una forma inesperada por mí, me vino un orgasmo salvaje que me tuve que tapar la boca rápidamente, para no gritar del sorpresivo placer que estaba sintiendo. ¡Joder con sus experiencias asiáticas! A su lado, o me moría de placer, o me moría de felicidad.

Necesitaba moverme libremente, me levanté, me dirigí a un espejo en un rincón y me miré en él. Con el puro en la boca parecía que estaba saboreando una polla muy caliente. Y al contemplar mi cuerpo, con una chaqueta de pijama que no era mía, mis piernas que se veían casi enteras con mis braguitas muy mojadas y mi pinta con el salvaje orgasmo llenándome todavía, y detrás de mi Alfredo, pensé que me había convertido en la puta mantenida de un viejo depravado. Pero al girarme y ver la cara entre seria y sonriente de Alfredo, me entró unas inmensa felicidad.

Dejé el cigarro en el cenicero de la mesa y me tiré encima de mi hombre. Millones de sentimientos me invadían y ninguno de ellos me gustaba. No sabía si estaba empezando a vivir con mi amante. Si me estaba convirtiendo en una puta mantenida. Si era una estudiante sexualmente liberada. O si me estaba convirtiendo en una gilipollas de clase media baja deslumbrada por el poder económico, social, intelectual y también, por qué no decirlo, por el poder sexual de ese maduro que tanto me atraía y tan feliz me hacía.

Me separé de él y con la vista fija en el suelo, como si fuese una sumisa perfectamente entrenada, le dije:

  • Lo siento Alfredo, pero me voy a casa. Me has dado esta noche un precioso consejo: que me tome unas semanas de tiempo para pensar en mis cosas y que sea yo quien marque mi camino y mis tiempos para recorrerlo. Y eso es lo que voy a hacer. Desaparecer una temporada, pensar en mi futuro y tomar mis propias decisiones.

  • Me parece perfecto mi niña bonita. Y si en ese futuro puedo participar yo, a pesar de mis años, aquí me tendrás siempre. Creo que he encontrado en ti una gran mujer que me ha hecho en tan pocos días, revivir un deseo brutal de ser el yo que siempre he sido, vital y entregado. Y repito lo de antes, aquí me tendrás si deseas volver, como mi amiga o como mucho más. Como acabas de decir, tus decisiones las tomarás tú.

Me fui al dormitorio a cambiarme, oí como él llamaba a un taxi y al conserje para que ese taxi no me lo quitase nadie, me terminé de vestir, le di un suave beso en los labios y me fui a casa de mis padres... pero el cepillo de dientes, al que di tres o cuatro miradas, no me preguntéis por qué, pero lo dejé en su vaso. Cuando estaba llegando a mi casa, recibí un MSN en mi móvil y era Alfredo. Me daba un listado de libros y autores para el trabajo que me había encargado Bacterio, y uno de los libros era suyo. Solo eso.

Los siguientes días fueron muy raros para mí. Hablé con mis padres sobre la importancia de mis estudios y que necesitaba tiempo para ellos. Por esa razón, dejaba el trabajo del super, y que no se preocupasen que tenía fondos y en el verano, encontraría trabajo aunque fuese de camarera en algún sitio de la playa. Mi madre supo, como todas las madres, ver dentro de mí. Me trataba con un exquisito cariño y siempre me decía que me pasase lo que me pasase, ella siempre estaría a mi lado. Como con mis amigas solo nos veíamos cuando podíamos, no se enteraron de nada, y el fin de semana no quise ligar con hombres en la discoteca y me dejé seducir por Lucía, mi única amiga totalmente lesbiana. Sinceramente, pasamos unas horas maravillosas y me entregué.

Me despedí del super y no hizo falta explicar las razones reales. Me entregué en el trabajo a realizar, en mis estudios, y hablé con una Academia Oficial para ampliar y perfeccionar mi inglés, sobre todo el financiero. Y los días fueron pasando y yo estaba saturada de trabajo. Pero tres semanas después, ligué en la discoteca con mi amigo Jorge, con quién ya había follado varias veces antes y era muy bueno en la cama, pero esa noche, fue un desastre. Hasta se le rompió el condón y el pobre se quedó con una cara horrible de mala suerte. Le di un fuerte beso en los labios, y como aún la tenía tiesa porque no se había corrido, me la volví a meter y Jorge se corrió dentro de mí.

Y aunque él, mi familia, y amigas no lo sabían, esos días y esas noches, marcaron mi futuro y mi vida. Esa noche llegué a mi casa cuando mis padres se estaban levantando, desayuné con ellos, charlando y contando bromas y después me fui a la cama. Poco antes de comer, mi madre me despertó, me di una buena ducha y comí como hacía tiempo que no comía. Fue una fiesta familiar llena de bromas y buen humor. Mi padre y yo encendimos unos cigarrillos (mi madre nunca ha fumado), tomamos café y en los mismos vasos del vino que nos bebimos, pusimos coñac ¿para qué gastar otros vasos y luego tenerlo que fregar todo? No éramos de clase social alta, pero sí una familia que se amaba y se apoyaba ¡gracias papás por ser tan maravillosos!

Pero después de comer, me metí en mi habitación, cogí una mochila de buen tamaño y puse dentro bastantes cosas mías, ya sabéis, ropa interior, exterior, calzado, perfume, cepillos de pelo y toda la parafernalia del maquillaje y salí de casa, para irme para siempre a la casa de Alfredo, si aún no se había arrepentido de lo que me dijo.

Y no, no se había arrepentido, al revés, en esta ocasión casi el que lloró era él y me hizo llorar a mí. Nos dimos un polvo salvaje, sin condones pero con mucha pasión y deseo, quedamos muy agotados y yo me dormí. Y a la hora de cenar, alguien agitó mi hombro para despertarme, y pensando que sería Alfredo, le cogí de la mano para tirarlo encima de la cama y comérmelo a besos, pero cuando abracé ese cuerpo... ERA UNA MUJER.

Me quedé de piedra, ella me miraba sonriendo y me dijo algo así como que yo era muy fuerte. Alfredo apareció de inmediato creyendo que habíamos tenido un accidente por el ruido, y al vernos a las dos, yo sentada en la cama desnuda y con cara de enorme sorpresa (solo tenía tapados parte de los pies) y la mujer tirada encima mía, con su pequeña falda totalmente levantada y su tanguita azul totalmente a la vista y también con cara de sorpresa (no se esperaba mi respuesta al tirarla), se moría de risa. Y de esa manera hizo las presentaciones.

-Silvia, te presento a mi amor, Amelia, y a ti Amelia, te presento a mi hija Silvia.

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Continuará muy pronto...