El amor entre frutas y verduras - I I

Este, no es un relato porno - Son una serie de capítulos de un relato de amor. De amor, sexo, y mucho más.

La mitad de la ropa de los dos se quedó en el suelo, entre la puerta de entrada de la vivienda y del dormitorio que nos metimos. Verdaderamente estaba yo muy caliente, pero tampoco Alfredo estaba más frío. No nos andamos con chiquitas, nos terminamos de desnudar en pocos segundos, me tumbé de forma muy clásica en la cama, boca arriba, abrí bien las piernas y antes que me diese cuenta del todo, la polla de Alfredo entró totalmente dentro de mí. No apreciaba bien cual sería su tamaño, pero si en el ascensor me pareció gruesa, dentro de mi no tuve ninguna duda ¡era gruesa! A pesar de que mi vagina era frecuentemente usada, notaba perfectamente como mis músculos vaginales se dilataban, y el constante roce del mete-saca me estaba llevando a un maravilloso estado de excitación, a pesar de que unos minutos antes, me había mojado en la terraza de la cafetería.

Alfredo, a pesar de sus 61 años, follaba de maravilla, besaba con una pasión desbordante, movía su lengua arriba y abajo, adentro y afuera, derecha e izquierda. Era como una serpiente que buscaba sin parar la mejor forma de darme placer y lo consiguió, me volví a correr. Yo también le ayudaba, mis caderas no se estaban quietas moviéndose en todas direcciones y de todas las maneras conocidas. Pero el muy cabrón, sabía cómo jugar con las tetas y los pezones. Unas veces con solo los pulgares y otras veces haciendo pinzas con los dedos, me producía un placer desconocido, calentando mis tetas y haciendo vibrar los pezones.

¡Joder con el viejete, no sé de donde lo habría aprendido, pero me estaba poniendo más cachonda que nunca! Y sus frecuentes embestidas en mi coño, sus roces con el clítoris y todo lo demás, me puso otra vez al borde del orgasmo, y vi con alegría que él también iba a correrse. Así que intenté hacer coincidir los dos y casi lo conseguí, con solo unos segundos de diferencia entre los dos.

Yo estaba sudada y sinceramente algo cansada. El follaje había sido largo, placentero, frenético, y en algunas ocasiones, fuerte y duro. Mi nuevo amante sabía follar y como no tenía mala herramienta, sabía sacar placer como ningún otro hombre me lo había sacado nunca. Nos tumbamos lateralmente, uno frente al otro y su mano acarició mi rostro. No puso el peso de su mano sobre mi mejilla, sino que la dejaba como flotando y me acariciaba como acaricia una pluma. Yo cerré los ojos y pensé en la suerte de poder tener un amante como Alfredo. Pero no pensaba ni en su dinero, ni en su influencia, ni en nada material. Al follarme, incluso cuando lo hacía fuerte, me estaba transmitiendo un sentimiento desconocido. Alfredo no buscaba solo follarme y ya está, me estaba transmitiendo algo que yo no sabía traducir.

Lógicamente, su experiencia era infinitamente superior a la mía, y esa sensación de placer, de gozo y de aquello que no sabía aún qué era, me estaban dando un estado de relajación, de gozosa sensación que deseaba profundamente que no terminase. Con la velocidad de un rayo, me pasó por la cabeza esa costumbre de terminar de follar, levantarme y encender un cigarrillo, y sin embargo, ahora, me gustaba estar así, relajada, mimada ¿y querida? Creo que sí, al menos, un poco querida. Quizá era esa la sensación que no sabía traducir. Es curioso lo que nos pasa en la vida a muchas mujeres, follamos constantemente sin sentir nada especial por el hombre a quien te entregas. Por eso se llama solo follar, sin más.

En mi sensación de relajación y bienestar, cambié de posición mi brazo, y mi mano tropezó con la polla de mi amante ¡estaba durísima! Abrí de repente mis ojos y le miré directamente a los suyos, mientras mi mano agarraba su magnífica polla y le dije:

  • Joder ¿cómo es posible que la tengas tan dura aún? ¿Te has tomado algo?

  • Sí, me he tomado una ración de maravilloso sexo contigo. Ya te dije que no me hace falta Viagra para hacer feliz a una mujer, y si no he seguido follándote es porque parecía que estabas un poco cansada, pero yo aún puedo cansarte un poco más. Aprendí mucho en el sudeste asiático.

Y diciéndome eso, acercó su rostro al mío y sus labios empezaron a jugar con los míos. ¡Cómo besaba el muy cabrón! Unos momentos dulcemente, otros como si una pluma pasara por mi boca, ahora por el labio superior, ahora por el inferior, otros apasionadamente, sin ninguna prisa, tomándose todo el tiempo necesario. No pude aguantar mucho tiempo, me tiré encima de él y ahora, quien estaba boca arriba era él.

Puse mis rodillas junto a los lados de su estómago, y bajando mi cuerpo me introduje toda su polla dentro de mí y me dejé caer lanzando un suspiro de placer ¡menuda polla tenía el viejete!, no solo llenaba toda mi vagina, sino que me dilataba como nunca. Sentía tal sensación de plenitud, que casi no tenía ganas ni de moverme. Al verme así de estática, Alfredo cruzó sus manos bajo su cabeza y sonriendo me dijo:

  • Ahora yo me relajo porque te toca moverte a ti. A ver si eres capaz de agotarme y de hacerme sudar como yo he hecho antes contigo. Así que demuéstrame lo que sabes hacer, y te ayudaré en lo que te falte.

Me entró una rabia impresionante y tenía unas ganas enormes de demostrarle todo lo que durante mis años golfos había aprendido. Así que con mis manos empecé a jugar con sus tetitas, con sus pezones, a acariciarle con mis manos unas veces, y otras haciendo fuerza, mientras mis piernas, como si fuesen muelles elásticos, levantaban mi culo, lo dejaban caer, ejercían movimientos de presión de mis músculos vaginales, y con ligeros movimientos rotatorios de mis caderas. Yo dejé de ser virgen a los 16 años, pero mi pequeña pandilla de amigas íntimas eran unas auténticas golfas, estuve con ellas casi 4 años más y me hice tan golfa o más que ellas, así que Alfredo no sabía muy bien a quien estaba provocando.

Pero yo tampoco sabía nada de él y de sus experiencias sexuales muy bien aprendidas en su época asiática, y luego muy bien usadas en todo el planeta. Sus ojos me miraban directamente a los míos y tanto ellos como sus labios, me estaban sonriendo sin parar. Yo me provocaba más con esa especie de burla, y aceleraba mi ritmo de subida y bajada y muchas veces me dejaba caer adrede para que se clavase toda dentro de mí. Y poco a poco, eso me fue cansando. No es la postura ideal para conseguir un buen polvo con quien tiene experiencia y puede retardar su eyaculación. Y sucedió lo que me había dicho. Me vio cansada, sudada, y tal y como me dijo ¡me ayudó!

En un momento separó sus manos de detrás de su cabeza, me agarró de la cintura y a pesar de mi tamaño, me levantó en el aire, me depositó a su lado, se levantó sin soltarme, se puso detrás de mí, me separó las piernas, apoyó su glande en la entrada de mi ano y de un fuerte empujón, me introdujo el glande y parte de la polla. Cómo os he dicho antes, mis agujeros estaban bien usados y aunque le costó un poco, me la introdujo totalmente. Yo tuve que morderme los labios para no lanzar un grito salvaje y lo conseguí. Cierto que el placer anal me gustaba y me apetecía, pero siempre había huido de pollas gordas. Que sean largas y te las metan hasta el estómago me es indiferente, pero siempre le he tenido miedo a la ruptura del anillo anal. Y la polla de Alfredo era gorda, bastante gorda, y ahí me la había clavado el muy cabrón.

Un dolor, un calor y un placer, me llegaron casi simultáneamente a mi cerebro, mientras ese pollón se movía dentro de mí. Pero no contento con eso, puso sus manos en la parte interna inferior de mis caderas y mientras su polla invadía mi culo, sus manos y sus dedos invadían toda mi entrepierna, masajeándola y dándome sensaciones desconocidas. Sus dedos se introducían en la vagina y la estimulaban o la estiraban. Jugaban con mi clítoris, frotándolo, pellizcándolo o dándole ligeros tirones. Y empecé a correrme, una vez, dos veces y al correrme por tercera vez, yo exclamé:

  • No puedo más, lo siento cariño, pero no puedo más.

Y me dejé caer sobre la cama, en realidad me hundí en ella por mi propio peso. Pero él me siguió follando, con menos intensidad, pero no paró hasta que se corrió dentro de mí. Recuerdo, como en sombras, que arregló mi cuerpo para que no estuviese en mala postura, me dio un beso en la mejilla, y me susurró al oído:

  • Has estado muy bien mi pequeña, pero aún te queda mucho por aprender.

A las 11 de la mañana del domingo, me despertó. Estaba totalmente vestido de sport y como vio mi cara de extrañeza al verle así, me dijo:

  • Estoy acostumbrado a madrugar y con pocas horas de sueño me bastan. Te he visto profundamente dormida varias veces y yo, mientras, he bajado a por el periódico y como no sé qué sueles desayunar, te he subido croissants, ensaimada, y unos churros recién hechos. Puedo hacerte unas tostadas, puedo darte café con leche, leche, o infusiones. Y tengo zumo de naranjas de tu super, y zumo de mango con frutas del bosque, todo recién hecho. ¡Puedes elegir! Estás en mi casa y eres mi invitada. Como ya son las 11, desayuna y luego ya te duchas. Yo también tomaré algo contigo.

Me prestó un albornoz cálido pero liviano y pasamos a una pequeña cocina. Encima de la mesa estaba todo preparado, sonreí, me senté y ni me acuerdo de lo que desayuné. El se tomó un café con leche negro (mucho café y poca leche) y guardó silencio. Yo tampoco podía hablar, tenía hambre y comí de todo. Luego fui a encender un cigarrillo, pero no los llevaba encima y además, a Alfredo no le gustaba que fumara tanto (casi un paquete al día, pero si quitáis las horas de trabajo y de la facultad, eran muchos cigarrillos por hora libre). Me duché en un precioso y cómodo baño, y cuando fui a vestirme, me di cuenta que solo tenía la ropa del día anterior. Me la puse y salí.

Al ver a Alfredo, le di un beso en la boca y alabé el pequeño y precioso ático que tenía. Él se rio y me dijo que aquello no era su ático, sino que era un sobreático que usaba como despacho "muy privado", y que lo único que hizo fue cambiar la cama de 110 cm por otra de 150 para estar más cómodo y aislado. Y me lo enseñó: 1 dormitorio, 1 despacho grande lleno de libros, un PC y uno o dos portátiles, 1 baño muy completo, la amplia cocina y un pequeño y cómodo salón. Más una terraza de 42 m 2 . Me dijo que desde que falleció su esposa, no usaba normalmente su verdadera vivienda.

Esas cosas que tenemos las mujeres de verlo todo y como además estaba todo arreglado con mucho gusto, le pedí que me lo enseñara. Y por una escondida, amplia y cómoda escalera de caracol, bajamos a la vivienda oficial. Dios ¡qué vivienda! 385 m 2 más 115 m 2 de las dos terrazas. Su salón-comedor era enorme, y en su cocina se podía jugar a tenis. Una enorme biblioteca llena de estantes cargados de libros, con mesa de despacho tipo inglés. Y en una esquina una gran vitrina donde estaba la colección de las medallas y premios que a lo largo de su vida le habían concedido.

Quedé alucinada. Ni en sueños podía imaginarme toda esa enormidad, buen gusto, mezcla de moderno y clásico, y lleno de detalles con cuadros, muchas fotografías, con montañas de personalidades mundiales y objetos bellísimos de todo el mundo. Quedé empequeñecida, y como ya eran las 14 horas, me preguntó si me llevaba él a mi casa, o si prefería un taxi. Yo me acerqué a él y le dije que preferiría terminar el día a su lado, ya volvería a casa por la noche. Pero como buen padre, me hizo llamar a los míos para decirles que estaba con unas amigas, y que nos íbamos a comer... ¡por ahí!

Se cambió el jersey y los zapatos y nos fuimos al garaje. Cogió un deportivo y salimos de la ciudad hacia la montaña, y me llevó a un bonito y pequeño restaurante. Nunca lo había oído nombrar y tampoco conocía esa zona. No era más grande que para unas 40 personas y unas 20 en la terraza. No estaba lleno y mientras yo me comí un cocido completo (sopa y cocido después), él se tomó una enorme y variada ensalada y un plato de paella. Y allí empezó a educarme. Me hizo elegir el vino y nada de mezclar el vino con gaseosa, eso quedaba prohibido. Me explicó las diferencias entre tintos (rojos), rosados y blancos, y para qué eran adecuados. Al final, elegí, sin saber por qué, un vino tinto de Toro, Reserva de no sé qué año ¿de verdad es eso importante? Ahora sé que sí.

Tomamos un café y una copa de coñac en la terraza exterior y ahora, si me dejó fumarme un cigarrillo. Estábamos los dos frente a frente en una pequeña mesa y sin vergüenza de ninguna clase, me quedé mirándole y examinándole. No entendía cómo ese maduro de 61 años, aunque todavía apuesto y un verdadero semental instruido en la cama, me estaba atrayendo de la forma como lo estaba haciendo. Y el muy cabrón se estaba metiendo muy dentro de mí, y no me refiero ahora a su polla, sino en el cerebro y en una parte importante de mis sentimientos.

Fumando mi segundo cigarrillo y con mi segundo coñac (él solo tomó el 1º para poder conducir sin problemas), mirándole y pensando en la follada que nos dimos esa noche, consiguió lo que nadie había hecho en su vida ¡me mojé las bragas en un orgasmo silencioso y maravillosamente placentero! Perdí mi vergüenza y le pedí irnos "a casa" para pegar el polvo de la tarde dominguera.

Pagó la cuenta, se abrazó con el dueño y besó a su esposa, cogimos el coche y nos fuimos "a casa". El viaje de vuelta fue muy silencioso, solo una música country a bajo volumen, se oía en el interior del coche, pero mi temperatura sexual iba tan en aumento, que no tuve ningún reparo en meterme la mano bajo mis bragas y empezar a masturbarme. Alfredo me miró muchas veces, pero no dijo una sola palabra ni le vi un mal gesto. Como necesitaba más, me despasé dos botones y metí la otra mano en el interior de mi sujetador, bajo la copa y me saqué la teta para jugar libremente con ella y mi muy sensible pezón. Cuando ya habíamos entrado en la ciudad, tuve mi segundo brutal orgasmo, me quedé muy relajada, me arreglé un poco, me acomodé en el respaldo del asiento y casi llegué dormida al edificio.

Me ayudó a bajar del coche, me llevó al sobreático (las dos viviendas de él, solo funcionaban con llave en el ascensor), me ayudó a desnudarme, me acostó en la cama, me tapó con la sábana y el cubre, me dio un beso en la frente... y me quedé dormida.

Me despertó después de las 20 horas. Yo me quedé avergonzada de estar como estaba. Me dijo que estaba preparando una cena suave para los dos, y yo me quise duchar. Fui desnuda hasta el cercano baño y él me enseñó varios productos para que usase los que quisiese, sacó una toalla y del armarito inferior del lavabo me dio un cepillo de dientes en su funda de plástico. Me quedé mirándole y le dije:

  • ¿Dónde lo dejo cuando lo use?

Alfredo miró con todo lujo de detalles mi cuerpo, tomándose todo el tiempo necesario. Yo me puse totalmente frente a él y le ofrecí la visión completa de mi cuerpo, y lentamente me di una vuelta completa. Noté como estaba totalmente empalmado y dijo:

  • Si deseas volver de nuevo a este pequeño pisito, cuando te cepilles los dientes pones el cepillo en este vaso -y me sacó uno del mismo armarito- y si no deseas volver, lo tiras a ese cubo junto a la puerta. Ya sabes, lo primero que entra con una persona en un hogar es el cepillo de dientes, y es lo primero que desaparece cuando te vas para siempre.

Pero ese horno que tenemos las mujeres en la entrepierna, volvió a funcionar y acercándome a él, me arrodillé, le desabroché el cinturón, abrí su bragueta y bajé sus pantalones y calzoncillo hasta el suelo. Admiré su grueso falo, lo cogí con mis dos manos y empecé a jugar con él, con su piel bajándola y subiéndola deseando ese capullo precioso, jugué con sus huevos, miraba sus ojos y veía cómo empezaba a tragar saliva ¡bien, así me gustan los hombres, rendidos al placer!

Empecé a besar el glande y noté su sabor preseminal, lo chupaba glotonamente, sus huevos eran pasión para mi mano izquierda que empezaron a apretarlos, y yo misma empecé a excitarme más de lo previsto. Metí su polla en mi boca y mi lengua empezó a rodear todo lo que podía de ella. Su capullo era enorme y mi boca se estaba abriendo mucho, pero me lo quería tragar entero. Lo intenté varias veces y al final conseguí llevarlo hasta mi garganta. La volví a sacar, respirar profundamente y tragármelo de nuevo. Mi mandíbula parecía querer llegarme a las tetas de tan abierta la tenía, pero Alfredo estaba temblando de placer. Bueno, en realidad los dos.

Y al fin me la pude introducir toda. Mis labios besaban su base y mi mano jugaba con sus huevos produciéndole excitación, dolor, y placer, aunque como nadie me lo había dejado hacer antes así, no sabía que eso era el principio de una técnica masoquista. Empecé a mover mi cabeza adelante y atrás para tragarme esa polla hasta el fondo para siempre. Pero fui yo quien antes se corrió y en mi excitación y placer orgásmico, apreté demasiado sus huevos y mordí su polla. No sé si fue eso o que ya era hora de correrse, pero Alfredo empezó a descargar semen y semen, chorro tras chorro a buena presión y a meterlo todo dentro de mi garganta. No se desaprovechó ni una gota. Toda su gran descarga penetró en mi garganta, se pegó a las paredes y empezó a caer lentamente hasta el estómago. Sin terminar de sacar su polla de mi boca, la limpié, y luego la saqué.

Las manos de Alfredo me ayudaron a levantarme y mirándome a los ojos, con una sonrisa un poco dolorosa, me dijo:

  • Vaya, no sabía que te gustaba practicar el ballbusting. Casi haces con mis huevos una tortilla. Pero me has dado un placer y dolor, que creo tardaré mucho en olvidarlo.

Como no sabía lo del ballbusting, se lo pregunté, me lo explicó, nos reímos y cogiendo el cepillo de dientes lo puso dentro del vaso, lo deposité junto al suyo y le pregunté:

  • ¿Crees mi amor que así quedan bien los dos vasos? Y cogiendo tu frase anterior, yo te digo que cuando no quieras saber nada de mí, tires el cepillo, y cuando no lo vea, me iré para siempre.

Nos dimos muchos besos apasionados, me duché, me limpié los dientes, dejé el cepillo en mi nuevo vaso, cenamos una crema y un pescado al horno con patatitas a lo pobre y cebollitas, llamó a un taxi, me acompañó hasta la calle y hasta que el taxi no desapareció, el se quedó mirándolo... o mirándome a mí. ¿Qué pensáis vosotr@s?

Pasé una mala noche. Mi cerebro era un caos y tardé mucho en dormirme. Al día siguiente realmente no me encontraba bien, así que llamé a mi trabajo y les dije que no podía ir. Como mis padres se fueron los dos a sus trabajos respectivos, me quedé sola en casa. Paseando desnuda, fumando sin parar, sentándome, levantándome, y pensando, sobre todo, pensando qué es lo que yo estaba haciendo y con un viejo de 61 años ¿iba yo a convertirme en su querida? o en realidad ¿iba a ser yo su mantenida con piso propio? Joder ¡que locura!

Casi a las 13 horas, me di cuenta de dos cosas: tenía la garganta hecha mierda por culpa de tanto tabaco, y era tarde, por lo que estando yo en casa, debería preparar la comida para mis padres y para mí. Saqué de la nevera la comida del día (que tanta gente trabajadora hace la noche anterior, para poder comer decentemente al día siguiente por culpa de los horarios del trabajo) y preparé una ensalada. Pero al sacar la lechuga y la coliflor, me acordé de Alfredo y de nuestro primer encuentro entre las frutas y las verduras ¡y sonreí echándole de menos!

Y empecé a preparar una ensalada de calidad. Cuando llegó mi madre, me miró como si yo estuviese loca con esa fuente de múltiples verduras, frutas y maíz. Ella terminó la comida mientras yo aderezaba la ensalada. Mi padre llegó justo a tiempo para poner la mesa, y ese día, incluso tuvimos una pequeña sobremesa, porque pudimos comer un poco antes de lo habitual, y con una ensalada preparada con todo mi amor filial.

Me quedé de nuevo en casa, y aproveché para preparar unos trabajos para unos exámenes parciales en dos asignaturas. Y eso me sirvió para meditar la conferencia de la universidad, la gran cantidad de gente que me presentó, y las ofertas de trabajo que recibí ¿qué iba a hacer yo con ellas, debería presentarme? No lo tenía muy claro. Yo estaba segura que me ofrecerían un trabajo mejor pagado que el del super, y con posibilidades de ascensos y sobresueldos, pero ¿por mis méritos o por ser "la amiga" de Don Alfredo"? No me importaba desde hacía años follar con quién me apeteciese, incluso tuve unas relaciones lésbicas suaves con varias amigas y no me hubiese importado llegar más a fondo. Pero eso de ser la amiga, o la protegida de...

Pero por otra parte, pensaba en Alfredo, sin el Don, solo el hombre. Sonreí y me felicité por haberlo encontrado. Nunca me imaginé que ese solterón, viejete, que venía por el super, tuviese esa claridad mental, esos conocimientos que hacían de mí una paleta de aldea a su lado, pero tampoco imaginé esa polla, esa potencia sexual y esos conocimientos del sexo que aprendió con su esposa, en los años que pasaron en el sudeste asiático. Nunca nadie me hizo tan feliz en la cama y a su lado. Nadie me había follado mejor, y nadie me había tratado con tanto cariño y respeto. Recé para que nunca tirase "mi" cepillo de dientes. Y tanto pensé en él, que recordé sus consejos, apagué el cigarrillo y me puse a estudiar como loca. Cuando vinieron mis padres, les había preparado yo la cena, y mi madre me dio una sorpresa morrocotuda diciéndome:

  • Como se nota cariño que estás enamorada. Te has convertido hoy en una ama de casa a pesar de no encontrarte bien, pero ¿lo has hecho para nosotros, o para quién tienes en el cerebro? Quiero conocerlo ¿cuándo traerás ese hombre a casa? Y porfa ¡no lo cambies!

Mi cerebro estalló ¿yo enamorada de un hombre con 40 años más que yo, viudo, y con dos hijas mayores? Y no tuve más remedio que reconocer que, posiblemente no estaba enamorada del todo, pero que ese hombre había penetrado profundamente en mi vida, y yo me estaba entregando de alguna manera a él.

Esa noche dormí profundamente. Volví al trabajo en el super y me pasé la mañana sonriendo y siendo simpática con todo el mundo. Algunas de mis compañeras me dijeron que yo estaba "muy rara", pero ¿no estaríais vosotras raras con un fin de semana como el que yo tuve? Me sentía feliz, dichosa, e incluso un poco rara como decían mis compañeras, pero tenía la impresión de estar entrando en un mundo de color de rosa.

Nada más lejos de la realidad. Comí rápidamente, me llevé a la biblioteca un café para tomar, y apenas entré, me dice una de las funcionarias que en cada sala se ocupan del control de los libros:

  • ¿Eres Amelia, verdad? El profesor Bacterio nos ha dicho esta mañana que si te veíamos. te dijésemos que a las 15,30 te espera en su despacho.

El café casi se me enfría en la mano. A las 15,28 estaba en la puerta de su despacho, me vio por el ventanal que junto a la puerta da al pasillo ¡y se levantó para abrirme y hacerme pasar! Me apartó una silla y me hizo sentar. Pero él no se puso a la otra parte de la mesa, en su sillón, sino que se sentó en la silla junto a la mía y me dijo sonriendo:

  • Amelia, me han llamado esta mañana, de la dirección territorial del departamento de valores del Banco Meridional del Norte, preguntándome por ti y por tus estudios, porque quieren contratarte. Te pagarán "XXXX" pesetas mensuales, por trabajar de 8,30 a 13 horas, de lunes a viernes, pero mi consejo es que no te dejes deslumbrar por el dinero. No aceptes ese empleo ni ningún otro, sin hablar con Don Alfredo. Puede parecerte muy bonito, pero puede haber trampa y puedes caer en ella. Eres inexperta.

Yo me quedé asombrada y meditativa. Guardamos los dos un momento de silencio mientras yo intentaba asimilar lo que me había dicho. Ese banco era muy importante y el sueldo que me ofrecían por trabajar menos horas de las que trabajaba en el super, era de ¡cuatro veces más! Dios ¿Y eso solo por ser presentada como amiga? Y pensé cuanto me pagarían si dijese que yo era su amante. Miré a mi profesor, que tenía fama de exigente y honrado, y le dije:

  • Don Bacterio, no sé en estos momentos qué decirle. Nunca me imaginé esta situación ni la de la pasada semana. Hace años que me conoce, solo soy una estudiante de 4º de licenciatura, que me intereso por los estudios, que nunca ha suspendido una asignatura, que soy de familia humilde y trabajadora, y que trabajo por las mañanas, para no ser una carga familiar y tener unas pesetas sueltas para mis propios gastos. Esto me supera en mucho y no sé cómo decírselo a Don Alfredo. De todas maneras, le prometo que cuando le vea de nuevo en el super, le preguntaré.

  • No. no y no Amelia. No pierdas el tiempo, llama a Don Alfredo y háblale directamente. Puedes estar segura de que no es un depredador sexual. Tal y como le vi, te aprecia sinceramente y te ayudará en todo. Fue muy franco con todos nosotros y eso, en él, vale más que el oro. Posiblemente le recuerdes a su hija Silvia, que es de tu edad y te ayude de corazón. Y por mi parte, voy a darte una sorpresa: te eximo del examen final del curso y en su lugar, me vas a hacer un trabajo de 20 páginas mínimo, sobre la economía global en valores divergentes. Sé que es un gran trabajo, pero ese tema te gusta. Tú investigarás sobre esto, yo sabré al leer tu trabajo hasta dónde puedo ayudarte y recomendarte, y si lo haces bien, te pondré un 10. Tienes de tiempo hasta el 21 de Junio. Y ahora ves a clase y habla con Don Alfredo. Y siempre que me necesites, aquí me tendrás. Y ese trabajo con nota alta, será tu mejor tarjeta de presentación.

La verdad, es que estuve en las clases más despistada que nunca, y me fugué de las dos últimas, diciéndoles a mis compañeras que no me encontraba bien, no estaba repuesta de los problemas del día anterior, por si algún profesor preguntaba por mí. Apenas salí de la facultad, cogí el paquete de tabaco, pensé en Alfredo, sonreí y lo volví a guardar sin fumar. Fui a una cafetería cercana y escondida entre torres, me senté en un rincón de la terraza, pedí un café con leche y ahora sí, encendí un cigarrillo.

Mi cabeza era un caos. Por una parte, pensaba en el sueldo que me había ofrecido ese banco ¡era más de lo que mis padres juntos ganaban trabajando todo el día! Por otra parte, no entendía bien de que fuese un trabajo-trampa. Aún no había cumplido los 22 años y yo era una chica como cualquier otra. No me importaba la carga de trabajo, me habían enseñado desde pequeña la responsabilidad del estudio y del trabajo, para poder vivir dignamente y para intentar superarme siempre. Por otra parte, pensaba en lo que me había dicho el profe de que Alfredo podría pensar en mi como en su hija. No me imaginaba a Alfredo follándose a su hija, aunque el incesto es muy frecuente en muchísimas culturas y países... y Alfredo me había follado y muy bien además.

Cogí mi anti-diluviano móvil y llamé a Alfredo. Tardó un poco en cogerlo y se cortó. Volví a llamarle y ahora lo cogió. Estaba en una reunión de profes del instituto con el que colaboraba dando clases. Me habló con mucho cariño y le dije que necesitaba verle. Y para mi sorpresa, me dijo que él también quería verme. Se cortó la llamada otra vez, pero habíamos quedado en su casa en media hora.

Tomé el metro y al llegar a su casa no sabía cómo subir a su piso, ya que a su ático y sobreático, solo se podía subir con llave en los ascensores. La chica uniformada que había tras el pequeño mostrador de conserjería, me miró, llamó, y siguiendo las instrucciones, me acompañó a un ascensor, con su llave maestra conectó el sobreático y allí me subí.

Cuando las puertas se abrieron, la puerta de su pisito también se estaba abriendo, apareció Alfredo, nos miramos a los ojos... y el uno se abalanzó sobre el otro. Su cuerpo y el mío se fundieron en un eterno y maravilloso abrazo, mientras nuestros labios se aplastaban y nuestras lenguas jugaban como serpientes ensalivadas.

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Continuará amig@s