El amor entre frutas y verduras - i

Este no es un relato porno - Son una serie de capítulos de un relato de amor. De amor, sexo, y mucho más.

Hola, amigos y amigas. Me llamo Amelia y en la época que se inicia este historia, yo tenía 21 largos años, medía 177, era delgada, con muy buenas tetas que por eso resaltaban más. Me gustaba la natación y jugar al tenis, y estaba estudiando en la universidad. Soy muy extrovertida, me gusta divertirme y sobre todo, gastar bromas. Y estas bromas y mi carácter, siempre sin mala intención y siempre de forma educada, me llevaron a una vida que yo nunca había pensado. También por esa forma de ser mía, yo no quería depender de mis padres, así que por las tardes estaba en la universidad y por las mañanas trabajaba en un supermercado. Ya sabéis que allí todas somos multi-puestos. Igual estamos retirando o poniendo artículos, limpiando lo que sea, horneando el pan, ayudando a los clientes que tienen problemas, y también de cajeras.

Uno de esos días que estaba en las frutas y verduras, yo fui con un carro del super para retirar productos que no veía en buenas condiciones, o que los clientes, en su infinita sabiduría, aplastan con sus manos y lo vuelven a dejar. Cuando yo ya había depositado varias bolsas en el carro para tirar, al volver para dejar otras bolsas, me encuentro a un cliente, de esos habituales de una vez o dos por semana. Ya podéis imaginaros, o solteros solitarios, o divorciados. Estaba apoyado en el carro sonriéndome y me dice:

  • ¿Te ha gustado mi carro para poner todo esto, o te he gustado yo y esto es de regalo?

Yo sonreí porque este Sr., cincuentón de muy buen aspecto, siempre muy bien vestido pero de forma cómoda e informal, era serio y nunca iba de bromas de mal gusto, o sexuales. Y le pregunté:

  • ¿Y por qué me dice eso?

  • Porque este carro es mío. Mire, aquí hay depositado 1€ para poder cogerlo del resto, y debajo de sus bolsas, está mi periódico.

Me quedé alucinada y empecé a mirar por todas partes y junto a las patatas, estaba el carro del super que yo había cogido para llevarme lo que no ofreciese buena calidad, y que además, ya tenía dentro otras dos bolsas. Bastante azorada, porque el señor seguía apoyado en su carro  mirándome sonriendo, empecé a trasladar las bolsas de su carro a mi carro, y de repente, amplía su sonrisa y me dice:

  • Los kiwis y los tomates no se los lleve que los he cogido yo, y el periódico tampoco.

Y así lo hice, pero como el señor se fue a coger otros productos, movió ligeramente su carro, una clienta movió el mío, y volví a dejar unas bolsas en su carro. Al volver el cliente con otros productos que había cogido, me vio por allí, se dirigió a mí y me preguntó:

  • ¿Vd. trabaja a sueldo o a comisión?

No sé por qué, posiblemente porque ese día era uno de esos malos que tenemos las mujeres cada mes, le contesté ahora un poco agria, y él me dijo:

  • Entonces, si Vd. no trabaja a comisión ¿por qué me llena mi carro cada vez que me giro? Tengo una buena pensión, pero no me gusta que me cobren nada que yo no quiera comprar -y todo esto me lo dijo con una amplia sonrisa-

Y efectivamente, me di cuenta que habia depositado otras bolsas en su carro. Casi me pongo a llorar, y el hombre casi me abraza para compensar mis lloros. Le pedí perdón... y un rato después me lo encontré en la caja y con una sonrisa beatífica, me pregunta:

  • ¿Puedo pasar por esta caja y me fio de Vd., o paso por la de al lado?

Mi compañera me miró extrañada y no sé qué cara puse, pero antes de darme cuenta, me habia dado el cliente un kleenex y me había pedido perdón por si me había ofendido en algo.

Más o menos, tardé ocho o diez días en verle de nuevo, y me acerqué a él para pedirle perdón por lo del otro día, pero cuando me vio, fue él quien me pidió perdón por la frase que me dijo en la caja, y que viendo como estaba de nerviosa, nunca debió decir. Pero como las cosas no siempre van por donde quieres, en la siguiente compra suya, pasó lo mismo que en la primera vez que he relatado. Dejó el carro con el periódico dentro junto a los tomates, y se fue a coger productos a granel en las diferentes bolsas. Al volver a su carro con sus bolsas, yo ya había puesto cuatro bolsas de productos a retirar y de nuevo me lo vuelvo a encontrar, apoyado en el carro y sonriéndome ¿conocéis ese dicho de "tierra trágame"?

Pues eso. le dije que estaba unos días muy nerviosa por los estudios y exámenes y le pedí perdón. Y de nuevo me lo encontré en la caja, en el momento que otra compañera me decía que se iba a descansar y tomar algo en nuestro pequeño comedor (eran sobre las 11 horas) y como conté el otro día lo sucedido, y dos compañeras me vieron hacer lo mismo minutos antes, pues se arremolinaron tres o cuatro alrededor mío, y a ver si me equivocaba en la caja, o lo que fuese. Pero ese señor vio venir todo el lio y no me dijo absolutamente nada, y cuando devolvía el cambio, le pedí perdón y entonces él me dijo:

  • Como no llevo nada congelado y veo que es su tiempo libre, si me lo permite, la invito a tomar algo en la cafetería de ahí enfrente, donde siempre suelo sentarme al salir de aquí, y así sus compañeras me podrán vigilar para que me porte bien y no abuse de Vd..

Efectivamente, más de una vez lo había visto allí sentado, solo o en compañía. Pero en ese momento no se que fue peor, si las risas de mis compañeras o la cara risueña del cliente. Yo estaba totalmente ruborizada y le dije que no, que muchas gracias y todo eso... y que a lo mejor, otro día. Y entonces él me dice:

  • Bueno, pues hagamos una cosa. Me da su número de móvil, cuando vaya a venir le envío un mensaje, y así ese día no desayuna hasta que yo la invite.

Yo no sabía dónde esconderme, y como solo le daba las gracias y al tiempo me iba hacia atrás para que me relevase otra compañera, esta misma, coge un papel, escribe una cosa y se lo da al cliente (que todas conocíamos desde dos o tres años anteriores). El cliente lo lee, me enseña el papel y me pregunta:

-¿Es este su número de móvil?

Y al verlo me sonrojé como nunca. Efectivamente era mi móvil y asentí. Pero el señor demostró que lo era, y me dio el papel diciendo:

  • Cuando Vd. me lo dé algún día, lo cogeré. Pero nunca tomo nada contra la voluntad de la gente, y Vd. ni me lo ha dado, ni lo ha autorizado. Aunque nunca olvidaré el buen gesto de su compañera al darme el teléfono.

Siempre sonriente, guiño un ojo a mi compañera, cosa que me puso de un rojo sangre intenso, con una explosión de risas a mis espaldas y me devolvió ese dichoso papelito que hice trizas, cogió su compra ya pagada, la puso en el carro que llevaba y se marchó. Mientras me tomaba un capuchino con algunas compañeras, todas alababan su simpatía, unas alababan la caballerosidad de este hombre, y otra aseguraba que era el clásico chulo-tiburón que me quería impresionar y más cosas. La verdad, es que para mí, era un caballero educado que nunca nos había planteado problemas, y que siempre nos hablaba de Vd. por mucho que nosotras le habláramos de tú.

En las siguientes semanas le volví a ver de nuevo varias veces ¡y sin equivocarme de carro! Y la primera vez, al verme (en esta ocasión yo estaba reponiendo congelados) me tendió la mano y al decirle yo que la tenía fría, el se sonrió y me dijo algo así como que si no la tuviese fría, lo que llevaba en las manos enguantadas no serían congelados, sino pan recién sacado del horno. Me quité el guante y me aguanté las ganas de darle dos besos, y al estrechar su mano sentí una mano fuerte y cálida. Quizá más cálida por estar yo fría. Me pidió perdón por el follón del otro día y de repente me dice:

  • Veo dos compañeras que nos están vigilando desde los refrescos ¿ve Vd. como no tendrá problemas conmigo?, sus amigas no nos quitarán los ojos de encima.

Y mientras él se alejaba con el carro y con una lista de productos en la mano, yo me quedé mirándole. Mediría alrededor de 185 cm, pesaría unos 80 kilos, tenía una espesa cabellera con algunas canas en los laterales de la cabeza, y lo llevaba recortado de forma normal. Sus ojos se veían inteligentes, llevaba colgando unas gafas de cristales para visión cercana, aunque varias veces miró la lista y lo hizo sin ponérselas. Eso sí, llevaba barba y bigote de tamaño nº 2 (me lo dijo él) y toda su ropa visible y calzado, eran de marca y elegantes.

Nos seguimos viendo prácticamente cada semana, nos parábamos unos segundos, nos decíamos algo y nada más, hasta que un día, estando en la caja, estaba terminando con una clienta y esperando a una compañera que me sustituyese porque era horario de mi descanso, y al verle a él, en lugar de dejar la caja a mi compañera, le atendí personalmente y así estuvimos charlando un poco más de lo habitual, y no sé porque, tuve un impulso, al sacar toda la tira de papel de la compra y su importe, le puse mi número de móvil y además, mi nombre, Amelia, y le di el papel doblado para que se fijara bien. Me sonrió, pagó, dio las gracias y se marchó.

En los siguientes días, le vi al menos dos veces, nos saludábamos, nos sonreíamos y nada más. Pero unos 10 días después de darle mi número, recibo un mensaje que decía: "Sobre las 10,45 estaré ahí de compras ¿me aceptaría algo ahí enfrente?". Naturalmente, ahí enfrente era la cafetería. Yo me sonreí y le dije que si. Estaba yo en la caja cuando le vi pasar por el paso de peatones a la izquierda de la cafetería arrastrando su carrito y lógicamente, le vi coger el carro del super, y atar su carrito en el lugar adecuado para depositarlos. Ese día no dejé la caja y cuando pasó él, le sonreí y al cobrarle, le dije que en 5 minutos estaría con él. Sonrió, se fue, le vi sentarse en la terraza, y unos minutos después era yo quien se sentaba a su lado.

¿Y de qué hablar con una persona con más de 30 años de diferencia y con una amplia cultura, y de la que no sabes nada? Pues eso, estilo discoteca: "¿estudias o trabajas?" Menos mal que solo fueron 15 minutos. Pero su simpatía, la naturalidad de la conversación, el tomarme de igual a igual aunque siempre hablándome de Vd., y otras cosas que las mujeres percibimos, me cautivaron de él. Es más, al volver al trabajo me preguntaba ¿y por qué no salir unos minutos más o poder comer juntos mientras hablamos? Ya veis que no pensé ni en cenar, ni en ir de copas, ni en nada de sexo, además, Alfredo, que así se llamaba, estaba casado y llevaba puesta una alianza de oro un poco más ancha de lo habitual y con los bordes tallados ¡era preciosa!

Aproximadamente una semana más tarde, me volvió a invitar y acepté, sobre todo, porque quería averiguar por qué me invitaba, siendo casado y cómo no veía nunca una mujer con él. Supuse muchas cosas y entre ellas, una enfermedad de la esposa, pero luego recordé que las compras siempre eran para un consumo normal de una sola persona, y eso lo sabemos de sobra por el volumen de compras y las repeticiones de productos. Pasó lo mismo, pero ese día le hice esperar un poco más ¡cosas de mujeres! Mientras me traían el café con leche y la tostada, encendí un cigarrillo y le pregunté si él quería uno de los míos, ya que no le veía fumar. Y su respuesta me dejó helada:

  • Pues no y Vd. debería dejarlo. Mi esposa se fumaba más de un paquete diario y yo era fumador de puros, 4 o 5 diarios. Pero cuando a mi mujer le detectaron un cáncer pulmonar agresivo, yo, por ayudarla, dejé de fumar, y ella apenas lo rebajó a pesar de mis ruegos y de los ruegos de nuestras dos hijas. Me decía que si se iba a morir, quería morirse a gusto. A los 8 meses de detectárselo, falleció. Hace de esto 3 años. Ha sido el amor de mi vida, mi único amor de pareja. Y si pregunta lo del anillo ¿cómo quitarme de encima, lo que ha sido y sigue siendo, la razón de mi vida?

¿Qué decirle a un hombre que te habla así de claro, así de transparente, que te está expresando unos sentimientos tan nobles y que notas cómo sus ojos se empañan? Pues me quedé sin habla y nos quedamos un momento en silencio, mientras terminaba de comer mi desayuno, hasta que Alfredo me dice:

  • ¿No tiene que trabajar más hoy? Porque me parece que va a llegar tarde.

Y efectivamente llegué tarde. El encargado me soltó medio puro, pero al día siguiente adelanté en una hora mi llegada al super para ayudar a colocar parte de la gran cantidad de mercancía que dos veces por semana nos traía un enorme camión. Así compensé a la empresa y el encargado me lo agradeció. Pero esa conversación no me la podía quitar de la cabeza. Como hombre, era físicamente muy aceptable, cultísimo, muy inteligente y muchas cosas más. Los camareros e incluso el dueño, le llamaban siempre don Alfredo y eran muy serviciales, y él, a todos les llamaba por su nombre y les hablaba de Vd.. Posiblemente, muchos de los que leéis este relato, pensareis que la madurez ganó a la inmadurez... y ¡quién sabe si fue así!

Pero lo que nadie sabe, es lo que el destino nos aguarda ¿qué es el destino?, y si habrá día de mañana. Yo terminaba mi trabajo a las 13:30, sobre las 14 horas estaba en la cafetería de mi facultad, como cada día de clase, comiendo de mi tupper con algunos amigos y/o amigas, y a las 16 horas comenzaban mis clases. Algunos días prefería comer sola y rápidamente para estar un rato en la biblioteca, o bien durante la mañana del día que tenia libre cada semana. Y al día siguiente de lo que acabo de contaros, me veo en la facultad unos letreros de esos que anuncian las conferencias que se van a impartir y que era una de las obligatorias para mí, y como conferenciante, me veo la fotografía de Alfredo, su nombre y su currículum ¡y menudo currículum!

Había trabajado para varios organismos internacionales y en puestos de muy alta responsabilidad, incluyendo presidencias internacionales y largas estancias en países asiáticos. Hablaba varios idiomas, tenía varias carreras de varias universidades internacionales, profesor invitado de alguna de ellas, dos doctorados, y tres doctorados "Honoris causa" ¡y a mí me había invitado a desayunar! Mi cabeza era pues un caos. A mí no me interesaba como hombre, pero estar en contacto con un hombre así y poder tener un poco de amistad o confianza, me podía abrir muchísimas puertas al terminar mis estudios. Y por una de esas casualidades, el mismo día de la conferencia, me lo encontré en el super y sin pensarlo dos veces, me dirigí a él:

  • Hola don Alfredo, estoy en 4º de ADE, he visto que imparte Vd. una conferencia esta tarde y he leído su curriculum, y por supuesto voy a ir. Pero no entiendo el título y desarrollo de su ponencia ¿no es un poco rebuscado?

  • Vaya por Dios ¡me está hablando de Vd.! Lo que es capaz de hacer un trozo de papel con mi fotografía, en una estudiante ¿tanto le ha impresionado mi fotografía?

Volví a ponerme roja-granate-intenso-más que intenso, y de repente, me doy cuenta que empieza a coger varios productos diversos de la estantería y los pone encima de un arcón de congelados cercano, y me dice:

  • Todos estos productos son alimentos, y todos se los comería Vd. y cualquier cliente pero ¿se los comería si yo los pusiese en una gran batidora, los triturase y los mezclase? Fíjese en las enormes diferencias de sabores y de productos. Sentarle mal en el estómago no le van a sentar, pero ¿sería capaz de comerlos simplemente por su rarísimo sabor y las mezclas de dulce, salado y avinagrado? Pues ese es el tema de la conferencia, la gran diversidad de valores y opciones de futuro, su selección y qué sabor le puede dejar en su paladar, es decir, en su bolsillo. Si le gusta el tema de la economía global, creo que lo entenderá perfectamente. Además, sé que es una buena estudiante.

  • ¿Y cómo sabe eso de mí? Yo nunca le he visto por la facultad -le dije extrañada-

  • Eso es simplemente porque Vd., como tantas y tantos jóvenes, miran, pero no ven. Hemos coincidido varias veces en la biblioteca, y en una de ellas, estaba yo con su profesor don Bacterio, y como yo la conocía del super, le pregunté quién era Vd., y él me habló de Vd. y de sus grandes posibilidades en el mundo financiero internacional... siempre que Vd. preste un poco más de atención en los análisis de ratios, y deje los pies en el suelo, aunque sean encima de taconazos. Desde entonces, he pensado cómo decirle que si necesita ayuda, se la puedo prestar. Vd. aprendería y yo mataría mi aburrimiento.

¡Solo me faltaba eso a mí y antes del desayuno! Agaché la cabeza y me fui a cualquier sitio del super. Solo me enteré que estaba noqueada, cuando el encargado me soltó otro puro. Como dije antes, Alfredo dejó varios productos encima del arcón de los congelados, y al marcharme yo, pues no los recogí y los guardé, sino que tuvo que hacerlo él mismo y el encargado lo vio, y fue a pedirle perdón. Alfredo fue un caballero, dijo que solo había sido una cosa entre profes y estudiantes, y que todo estaba bien.

Acudí esa tarde y no cabía toda la gente y quedé alucinada: había escrito 14 libros y uno de ellos se había traducido en más de 20 lenguas, y era un economista de enorme prestigio con numerosos galardones, y que renunció a todos sus cargos al fallecer su esposa, "razones personales". Y al finalizar, cuando iba a salir del Salón de Actos, se me acercó una profesora y me dijo que "don Alfredo quiere hablar contigo un momento, ven conmigo". Esperamos un momento para que se fuese vaciando el salón, y la acompañé hasta un numeroso grupo de personas. Algunos de ellos me eran conocidos ya que eran mis profesores, pero otro nutrido grupo de hombres y alguna mujer muy bien vestidos (Alfredo iba con un elegante traje y preciosa corbata de seda) no tenía ni idea. Para mi sorpresa, Alfredo me dio dos besos y en voz alta, para hacerse oír, dijo:

  • Un momento, quiero presentaros a Amelia. Es una amiga mía en la que tengo mucho interés. Le gusta la economía global, y sobre todo, los sistemas financieros. Sus profesores ya la conocen, pero aquí estáis banqueros y financieros, y estáis dejando que este diamante en bruto se os escape. Está finalizando 4º y yo le he empezado a ayudar a despejar dudas y darle algunos consejos ¿alguien de vosotros no desea tener una entrevista personal con ella, y ver para qué puede servir? Y es además una gran trabajadora, ya que estudia y trabaja en un super, para no ser una carga familiar.

En menos de medio minuto tenía mogollón de tarjetas profesionales: directores regionales, jefes de análisis de valores, delegados de empresas de primer orden... todos querían hablar conmigo, y casi todos me decían que si iba a verles antes de las 9 de la mañana, que no hacía falta que pidiese día y hora. Eso sí, que dijese a la secretaria que era "la amiga" de don Alfredo. No me podía creer lo que estaba pasando y lo más curioso es que ahora, Alfredo les trataba de tú y ellos a él (menos unos pocos) le trataban de Vd. y de don Alfredo. Empezamos a salir del salón y al ver que iban a la cafetería, como ya era algo tarde, yo me dispuse a coger la escalinata para irme a casa, pero noté como una mano fuerte, me cogía del brazo y en voz alta decía:

  • No, no, tú no te vas ¿alguien cree posible que podamos tomar un piscolabis sin esta maravilla de juventud? Anda, ven con nosotros que es gratis, y no siempre estarás así.

Eso provocó risas generales, y es que en la cafetería habían preparado para los profesores e invitados, unas mesas con toda clase de comidas, canapés y bebida. Yo apenas pude disfrutar de ello, porque dos mujeres (cada una por separado) y 5 hombres (también por separado) me estaban hablando de las excelencias de trabajar con ellos y que no me preocupase de los horarios, y lo que para mí fue más significativo ¡me volvieron a dar tarjetas, pero esta vez me apuntaron sus móviles personales!

Estaba mareada. Yo jamás hubiese podido llegar hasta ninguno de ellos ni haciendo oposiciones, y sin embargo, decir Alfredo que era su amiga y que él me iba a ayudar, me abría unas puertas inmensas ¡me cagué del miedo de no estar a su altura, y es que realmente, yo no lo estaba! Cuando Alfredo (que no me perdía de vista) se dio cuenta que ya nadie más se acercaba a mí, se despidió de todos y delante de todos me preguntó:

  • Amelia ¿has traído el coche o te llevo a casa con el mío?

¡Qué narices de coche iba yo a llevar si no llegaba a fin de mes!, pero así me dejó lo mejor posible delante de todos. Fuimos en su coche, un cochazo imponente. Pensareis que me llevó directamente a su pisito y follamos toda la noche... pero no. Me llevó a un restaurante donde normalmente iba él varias veces por semana, y me dijo que llamase a mis padres para que no se preocupasen. No era uno de 17 tenedores, pero estaba maravillosamente decorado, manteles y servilletas de hilo, camareros uniformados, y extraordinariamente educados y serviciales. Fue una pasada, me ofreció una silla, me la apartó, me ayudó a acercarla a la mesa y el maitre y dos camareros, llegaron inmediatamente.

Una cena con dos platos, postre, un buen vino para él ¡y yo pedí una Cola! La cara de los camareros era un poema, y utilizar bien el cubierto de pescado, una pesadilla ¡pobre lenguado con lo bueno que estaba! Hablamos muy poco durante la cena, y yo me mantuve mucho rato con la cabeza agachada. A pesar de su simpatía, no hubo forma de quitarme el peso que llevaba encima desde el acto universitario y el refrigerio posterior.

No es que me encontrara exactamente fuera de lugar, es que no entendía las atenciones de Alfredo, y cómo le hacían la pelota los demás ¿quién era realmente este encantador caballero? Después de cenar me preguntó donde vivía y si me llevaba a casa, o a cualquier otro sitio. Le di mi dirección y me llevó a casa, se bajó corriendo del coche y me abrió la puerta, tendiéndome la mano para ayudarme a salir, y luego me dijo que me esperase un momento que tenía algo para mí. Abrió el portamaletas y sacó dos bolsas de plástico con libros, me las dio y me dijo:

  • Como estaba seguro que no tendría mis libros, aquí le regalo los 14 que he escrito, todos están dedicados, y si es una buena estudiante, será la primera en leer el libro que estoy escribiendo ahora y que solo conoce un servidor y mi PC. Y le recomiendo que lea en primer lugar "Xxxxxxxx", le vendrá muy bien para sus exámenes analíticos.

Al día siguiente, en la facultad y al entrar en el aula, se organizó el follón a mi alrededor. Mis compas querían saber el por qué de compartir mantel y juerga con los profes. Pero lo peor, fueron los profes. Carmen, la profesora que vino a recogerme, me dijo delante de todos, que como yo era una tía de notas, me iba a hacer sudar piedras. Y el último de la tarde, me dijo qué, siendo amiga de don Alfredo, yo no podía dejarle en mal lugar, así que me iba a poner unos trabajos extra que me hicieran pensar. En el super vi el viernes a Alfredo, y sin pudor alguno de que me viesen compañeras o el encargado, me dirigí a él para decirle que no entendía nada, y que estaba muy nerviosa con todo ese follón. Me miró fijamente, se puso serio y me dijo:

  • Como mañana es sábado, no tiene Vd. clase. Si le parece, le puedo esperar mañana a que termine su trabajo y comemos ahí enfrente o dónde Vd. prefiera, y luego tendremos toda la tarde para hablar. Y podemos tomar dos decisiones que Vd. podrá elegir, yo no, solo Vd.: a) la dejo tranquila para siempre y no me vuelvo a meter en sus cosas, o b) Cuando yo le de toda clase de explicaciones sobre lo que me gustaría ayudarle, y Vd. esté de acuerdo con ellas, yo le puedo ayudar en sus estudios y en sus posibilidades de encontrar un buen trabajo. Pero sobre todo, quiero pedirle perdón si me he entrometido en su vida, pero estos años yendo al super, le he oído muchísimas veces hablarle a sus compañeras de sus ilusiones, de sus estudios, del trabajo que le gustaría tener, de estar preparada para trabajar en cualquier país... y por eso, un día se me cruzaron los cables y como tengo una hija de su edad, me metí donde posiblemente nadie me llamaba ¿acepta Vd. que comamos juntos mañana y hablemos?

Me gustó mucho lo que me dijo y cómo me lo dijo, y yo le dije que sí. Que sobre las 14,15 estaría con él y que prefería otro sitio para no estar a la vista de mis compañeras del super. Convinimos el sitio y así quedamos. Y cuando llegué, allí estaba él leyendo el periódico. Se levantó, me dio la mano y yo le di dos besos. Él podría ser del siglo XX, pero yo era del ya nuevo siglo XXI y apenas me senté, le dije:

  • Mire don Alfredo, yo estoy acostumbrada a hablar de tú a casi todo el mundo, y en el super así le hablamos todas, de tú. Ya se ahora que es Vd. una persona importante pero ¿podríamos hablarnos de tú y simplemente por nuestros nombres, Alfredo y Amelia? Porque si empiezo a pensar en el don y el Vd., no me voy a centrar en mis cosas.

Alfredo se rió muy a gusto de lo que le había dicho y dijo que de acuerdo, que sin problemas. Vino a atendernos el encargado de la cafetería y volvimos al Vd. y le preguntó qué preferíamos, menú del día, carta, o algo especial, y él le indicó que ese día mandaba yo, así que menú del día y cola bien fresquita. Él pidió lo mismo, incluida la cola, pero eso sí, en vaso alto, hielo y sin limón. Fui a encender un cigarrillo, me lo quitó de los labios y lo puso en el paquete, mientras me decía:

  • Vamos a hacer ahora algo muy importante para la persona ¡comer!, y mientras se come no se debe fumar. Las comidas, como la vida, tienen diferentes sabores y hay que paladear cada uno de ellos, y eso no se puede hacer, si con algo tan sagrado como unos alimentos bien cocinados, le añades el sabor del tabaco. Cuando termines de comer, podrás fumar, tomarte un café, o incluso una copita o un chupito, pero solo después. Y a lo mejor, más adelante, te enseño a fumar puros que seguro te encantarán ¿de acuerdo?

Eso era algo que mis padres, o mejor mi padre, no me harían nunca pero ¿qué se habrá creído el tío éste? Estaba desconcertada y lo peor es que no sabía cómo comportarme. Fui buena, comí de la mejor manera posible y al terminar, me preguntó Alfredo si me apetecía café, infusión, chupito o nada. Pedí café y un chupito de Drambui y mientras nos lo traían, le pregunté:

  • ¿Me has dicho que tienes una hija de mi edad? ¿Dónde vive? Nunca te he visto con ella

Y me dijo que efectivamente tenía una hija de mi edad, Silvia, de 22 años, y que estaba estudiando algo así como Económicas+Derecho financiero internacional en Suiza, terminando sus estudios de ruso, y en 2º de lengua árabe. Y ya hablaba y escribía perfectamente en inglés y alemán. Pero tenía además otra hija, Susana de 27 años, con dos carreras en el extranjero, hablaba 4 idiomas, y ahora estaba de directora de área en un centro financiero de Hong Kong, viviendo el extraordinario episodio del cambio de poder económico (y político) en la colonia británica que ahora iba a ser china y con unos cambios muy interesantes. Yo me quedé sorprendidísima de lo que me contaba a grandes rasgos, pero como sin darle importancia, y de repente me dice:

  • Muchas veces he pensado en lo horrible que debe haber sido para mi esposa y mis hijas, mi trabajo, mis frecuentes y largos viajes, y mi influencia, ya que han tenido que vivir bajo el peso de mi apellido y no han podido ser verdaderamente libres, aunque yo lo he intentado. Jamás les he obligado a estudiar nada que ellas no quisieran, ni tampoco les he influido en su trabajo. Pero eso sí, siempre las he apoyado y siempre que me lo han pedido, he dado mi cara por ellas. Y ahora, dejemos lo mío, porque aquí y ahora, la interesante eres tú ¡háblame de ti!

Y con el cigarrillo en la mano y el chupito medio acabado, empecé a hablarle de mí. Poco después, nos levantamos de la mesa, nos fuimos a pasear, y al tercer cigarrillo me quitó el paquete. Yo giré mi cabeza, le miré, sonreí, y creo que le dije ¡dictador! Y seguimos hablando, nos sentamos en una preciosa terraza en un parque con niños, madres y algún padre... nos tomamos algo y seguimos hablando. Me he desnudado decenas y decenas de veces con hombres y alguna amiga, pero nunca me he desnudado mental y psicológicamente con nadie, es más, le dije cosas que ni mis padres han sabido nunca, ni mis amigos, ni mis amigas más íntimas.

Este hombre me provocaba una sensación de tranquilidad, de relajación, que hacía que todo saliera muy fluido de mi interior, y me di perfecta cuenta que NO le estaba hablando a mi padre, sino que le estaba hablando a UN HOMBRE y que estaba sintiendo algo por él dentro de mí y no precisamente paternal. Sobre las 20:30, Alfredo me preguntó si dábamos la charla por finalizada, porque aunque él estaba muy satisfecho de conocerme bastante bien, era sábado, hora de cenar y posiblemente yo tendría algún plan con alguien. Le dije que no tenía ningún plan esa noche, y que no había ningún alguien en mi vida.

Y de repente, me entró mi vena cachonda y como había una franquicia cercana de esas de bocadillos, quise ver cómo reaccionaba Alfredo si le invitaba ahí, a comer bocadillo a quien ha comido en los más lujosos lugares. Él sonrió, aceptó mi invitación y me dijo:

  • Es cierto que conozco los mejores restaurantes y cocineros, pero no tienes ni idea de lo que he tenido que comer por esos mundos de Dios. A veces, estos bocadillos los echas de menos. Y no se te olvide que tengo dos hijas, que me han hecho comer, en casa y fuera de casa, lo que les ha dado la gana. Sobre todo Silvia que es la más gamberra.

Cómo esa noche hacía algo de fresquito, nos sentamos en el interior, y hasta en nuestra cena, se notó nuestra diferencia. Como parte del menú, él se pidió una ensalada y yo me pedí las dichosas patatas fritas ¡con ketchup! Después de eso, dimos una pequeña vuelta hacia un pequeño bar con terraza semicubierta, nos sentamos allí para tomar café, me dejó fumarme un cigarrillo, y estuvimos hablando de cosas mucho más banales. De repente, él me dijo que se iba un momento al baño y al verle partir, pero sobre todo al verle llegar, el coño se me mojó.

Me di perfecta cuenta que Alfredo era para mi algo así como mi Ángel de la Guarda, pero NO como figura paternal, sino que a este hombre, quizá por el tiempo que le conocía, su simpatía, y ahora por su deseo de ayudarme, era el hombre, de la edad que sea, que toda mujer necesita a su lado de por vida, aunque él tuviese 40 años más que yo. Y tanto le deseé, que no tuve reparo alguno en decírselo:

  • Y ahora Alfredo, me gustaría tomar un postre especial. Quiero pasar la noche contigo.

El rostro le cambió. Se puso serio, y su cálida mano derecha cogió la mía izquierda que estaba sobre la mesa, la apretó y me dijo:

  • Amelia, yo no te quiero ayudar para follarte. Eres una chica preciosa con unas curvas acojonantes y muy simpática, y estoy seguro que me harías muy feliz, porque aún lo puedo hacer varias veces en una noche y sin Viagra. Pero si yo quisiera follar con jovencitas, te diré que para distraerme, doy clases de matemáticas superiores en dos institutos, y tengo mogollón de crías detrás de mí, más jovencitas que tú, cuerpazos, y tal y como se comportan, creo que algunas de ellas con más experiencia sexual que tú. No me debes nada, y este no es el camino para generar confianza entre nosotros.

Yo no sabía dónde esconderme. No era eso lo que yo quería transmitirle y no sabía qué decirle ¿cómo decirle a un hombre mayor y experimentado, que te quieres acostar con él, por ÉL, y no por otras razones, sean las que sean? Pagó y nos fuimos. Pero al levantarnos, vi un bulto más que generoso en su entrepierna. Andábamos lentamente, y en un momento determinado, Alfredo me dijo que como no había traído su coche, si cogíamos un taxi y me llevaba a mi casa, o a donde le dijese y luego, ya iría él a la suya. Y ahí le gané yo. Cogí sus manos con las mías y las puse sobre mis hermosos y duros pechos, le abracé, le besé intensamente en los labios, y le dije en un susurro:

  • ¡Llévame a tu casa o a un hotel y seamos felices esta noche! Y te juro Alfredo, que no lo hago porque me vayas a ayudar, sino porque te deseo como hombre y tú me deseas a mi, o no la tendrías tan dura como la tienes. Ya que eres economista, acuérdate de esta frase romana "Do ut des" (yo te doy si tú me das) pero lo que yo te quiero dar es sexo, y lo que quiero recibir es sexo.

Volví a aplastar mis labios en los de Alfredo y esta vez él me contestó. Con la misma intensidad con que yo lo estaba besando, me besaba él. Las lenguas se juntaban, se revolvían, nuestras bocas se llenaban de saliva y cada vez me aplastaba yo más a mi hombre. Y su polla dura y bien dura, que casi se me clavaba entre las piernas, me indicaba que mi macho estaba preparado para hacerme feliz ¿me aceptaría?

Y me aceptó. Cuando nos separamos un poco, nos dimos cuenta que por la calle, la gente que pasaba nos miraba, pero a ninguno de los dos nos importó. Andamos unos minutos y salimos a la avenida, allí tomamos un taxi, nos comportamos de forma decente, pero al llegar al ascensor de su casa, no tardé nada en sacarle la polla y la verdad, es que era maravillosa, y gruesa, como a mí me gustan.


Y ahora, os invito a leer el siguiente capítulo. Sé que nadie me ha follado en todas estas líneas, pero este relato completo no va de eso, aunque sí hay eso y mucho más.