El amor del oficial romano

El amor nace entre el oficial y su contraparte.

Eclesiastés 4:8 de la Biblia.

8 Se da el caso de un

hombre

solo y sin sucesor, que no tiene ni hijo ni hermano; pero no cesa de todo su duro trabajo, ni sus ojos se sacian de riquezas, ni se pregunta: "¿Para quién me afano yo, privando a mi alma del bienestar?" También esto es vanidad y penosa tarea. 9 Mejor dos que uno solo, pues tienen mejor recompensa por su trabajo. 10 Porque si caen, el uno levantará a su compañero. Pero, ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante! 11

También si dos duermen juntos, se abrigarán mutuamente.

Pero, ¿cómo se abrigará uno solo? 12 Y si uno es atacado por alguien, si son dos, prevalecerán contra él.

Su mirada era dibujaba por la adrenalina del momento, podría haberlo matado pero había algo más grande que él mismo que se lo impedía, lo reconocía como a uno de los mejores hombres que se hubiera encontrado en batalla. Después de un rato de pelea cuerpo a cuerpo, por fin ahora lo tenía dominado, con su poderoso brazo sostenía su cabeza de lado al tiempo que su daga empezaba a hundirse en el cuerpo de su adversario, pero una vez más, se veía imposibilitado para hacerlo. No pudo, más bien sólo se puso en pie y lo abandonó al mirar que sus compañeros de la legendaria legión 49 se aproximaban, después de ser rodeados por los demás soldados del cesar, lo tomaron. El mismo impidió su ejecución en el acto. Fue entones cuando, en nombre del emperador de Roma, se le declaró propiedad del Imperio y fue tomado como esclavo.

El otro, al verse superado considerablemente se fue en contra del oficial del ejercito romano pues más valía para él morir en batalla que vivir bajo el yugo del enemigo, tomando carrera fue a chocar sus hombros contra el abdomen del soldado quien le había perdonado la vida, los dos rodaron para caer por la pendiente del pequeño acantilado que estaba a un costado de ellos, mientras bajaban dando tumbos, chocando contra las rocas, el tribal judaico se hizo de la daga del patricio, pero él tampoco pudo clavarla en su oponente, ¿qué les pasaba a ambos? Habían sido entrenados para eso durante sus vidas enteras y ahora no podían hacerlo. Se miraron directamente a los ojos y se reconocieron como iguales que por cuestiones del destino, les había tocado nacer en bandos opuestos. Los ojos grises del oficial romano, quisieron decir tantas cosas al posarse sobre los obscuros de su oponente, miró en ellos el destello de las antorchas de sus compañeros al cercarse y quiso que en ese momento Júpiter lo extrajera del momento junto con su oponente, pero eso no iba a pasar. Sólo retiró el peso de su cuerpo de encima del del otro.

Al llegar sus compañeros de la legión los rodearon apuntando con sus lanzas al prisionero, matarlo para ellos sería los más natural y un deber al considerarlo enemigo de Roma, pero una vez más el patricio se los impidió.

El cautivo, al aceptar la complicidad existente ya entre él y su captor sólo bajó su mirada en dirección del suelo como señal de rendimiento. Fue amarrado por los brazos y llevado con los otros esclavos para ser puestos ante Poncio Pilatos para que se dispusiera de ellos según las conveniencias del imperio.

-Oficial, me dicen que una vez más pudo usted subyugar otra de las hordas de pendencieros que amenazan la estabilidad de Roma.

-Es mi deber, su excelencia.

-¿Cómo se lo puede pagar el Cesar?

-Ya me lo ha pagado, señor mío.

-Por su lealtad al pueblo de Roma, quiero que escoja de estos, los esclavos que más le agraden. Podrá hacer suficiente dinero si los vende en el mercado de esclavos, hoy por hoy, siguen cotizándose cada día más.

-No quiero ser descortés con usted, señor, por lo que tomaré sólo tres, si es que a su excelencia no le parecen demasiados.

-Adelante, hágame el honor.

De la hilera dispuesta para ser escogidos, el oficial romano señaló a dos, uno de edad mayor de los veinticinco y otro muy joven. Siguió escudriñando con la mirada hasta que llegó al hombre con el que había peleado la noche anterior y a quien no había podido matar en batalla. Por un momento lo dudó, ¿por qué sentía tanta atracción por ese ejemplar, bello a los ojos de cualquiera? , sería que acaso que el "mal griego" pasaba por su cabeza sin quererlo él. Lo miró de píes a cabeza intentando encontrar un motivo para rechazarlo, pero no lo encontró, por el contrario, se detuvo en la silueta de sus piernas, cubiertas por un espeso velo de vello negro y ensortijado, grueso como las piernas mismas, subió su mirada, debajo de las derruidas prendas se alcanzaba a dibujar un tórax fuerte, apenas amarradas por la cintura, dejaban a la vista del oficial romano el pectoral del ahora esclavo imponente; el vello en su pecho semejaba un mar embravecido, lleno de furia, poder, rabia y encanto, encanto que empezaba a atrapar a su captor. Siguió dudando por otro breve instante, ¿qué pasaría si lo llevaba con él, por qué esa idea daba vueltas en su cabeza ahora como torbellino?

-Y ese. Supo el militar que ese era el fin de su persona tal como lo había sido hasta ahora, comprendió el parteaguas que inesperadamente llegaba a su vida.

Casi arrastrados por los sirvientes del patricio, fueron llevados los esclavos a la residencia del oficial, con ningún respeto, pues no se concebía en su cabeza que se les tendría que tener alguno a los esclavos, se les indicó las habitaciones insalubres dispuestas para tal efecto en el fondo de la casa.

Hizo venir el oficial a uno de sus sirvientes, el que se encargaba del dominio y el adiestramiento de los esclavos ante él.

-A ese, refiriéndose a aquél que lo tenía subyugado ante su belleza con su dedo índice, quiero que le prestes especial atención en cuanto a sus necesidades, lo apartas del resto y lo acomodas en las habitaciones de los sirvientes de la casa, hay que reconocer su valor y coraje al defender a su pueblo, decía a modo de justificación ante él mismo.

Pasó el tiempo y el oficial seguía observando a su esclavo como una de sus posesiones más preciosas, lo veía como, al abrigo de sus cuidados, aquél había florecido más en su viril belleza, se erguía ahora más impactante y comenzó a utilizarlo para mantener sus destrezas en el combate cuerpo a cuerpo en tiempos de relativa paz. Eran necesarios para ambos el contacto de sus cuerpos durante sus sesiones de gimnasio, las batallas de lucha clásica en ocasiones eran ganadas por uno o por otro. Ya sin darse cuenta se sonreían abiertamente y se empezaron gradualmente a dar confianza uno al otro. El idioma no era una barrera infranqueable, el esclavo manejaba un poco del idioma del oficial y este un poco del de aquél. Fue como se enteró que el esclavo era huérfano desde niño, una enfermedad había matado a toda su familia y que no era judío tampoco, era más bien de ascendencia extranjera, exactamente venía de la vieja Persia.

En una calurosa noche de verano, caminando por su patio el patricio encontró al que ahora era en cierto grado su compañero de vida más que su esclavo con un cuchillo apuntando hacia su barba, miraba aquél su reflejo en un espejo forjado en una hoja metálica trabajada con maestría hasta el grado de cumplir perfectamente con su cometido por maestros del norte de Italia. Se acercó con calma, como quien pide permiso para hacerlo, tomó suavemente entre sus manos el rostro del esclavo y lo despojó de la navaja. Todo en absoluto silencio y en completa complicidad. El esclavo no atinó a moverse, pues no lo quería, sabía que ahora le pertenecía a aquél hombre más allá de sus pensamientos.

Tal había sido su cercanía que no podían vivir más lejos uno del otro. Una de las manos del oficial fue llevada con la navaja a la barba del esclavo. Se deslizo suavemente sin hacer daño para rasurar aquélla espesa barba que crecía abundantemente. Siguió con su labor el oficial, con toda paciencia y deseo hasta terminar, una vez hubo acabado, no pudo resistir más y llevó sus labios para posarlos sobre los del esclavo, los corazones de ambos latían apresuradamente, para el oficial era la primera vez que esto acontecía. Tomó con ambas manos la cabeza de su esclavo como para evitar que se le escapara. Los ojos grises del romano, enmarcado por unas pobladas cejas castañas, unas pestañas largas y abundantes, expresaron el amor que sentían por aquél hombre que había llegado a su vida de esa manera tan extraña al posarse sobre los ojos del esclavo. Retiró su boca de la boca del otro para contemplar su belleza, ambos estaban extasiados, entre suspiros entendieron que lo suyo era más fuerte que el tiempo mismo que les tocó vivir. El esclavo contempló con amor a su amo, confirmó lo que para él fue tan claro desde aquélla noche: que el romano era el hombre más hermoso visto por sus ojos jamás, su boca era pequeña, con labios bien delineados, su nariz era también pequeña y hermosa, sus ojos destellaban con luz propia, sus cabellos rubios, ondulados y cortos enmarcaban una juvenil cara que dejaba ver un cansancio acumulado a su media edad, el cansancio propio de todo guerrero de la época. Una vez más se unieron en otro beso lleno de pasión y amor.

El soldado desprendió de las prendas el diminuto cinto que las mantenía en su lugar. Quedó maravillado al contemplar aquél cuerpo varonil mostrado a su vista. El vello, por demás negro y abundante, bajaba desde su barba hasta el mástil que tenía por verga, la tenue luz de la luna venía a enmarcar más entre luces y sombras los contornos de su cuerpo, sus músculos resaltaban con el juego de luces. Se hincó el amo y contemplo desde debajo de la verga del esclavo lo bello que era en ese ángulo. Aquél pene erecto se alzaba desafiante como su mismo dueño, no reconocía de clases de ninguna especie, únicamente demandaba ser acariciado. Sus huevos colgaban como frutas maduras para ser comidas. El amo abrió la boca y probó a su esclavo, el sabor del hombre para él, desconocido hasta ese momento, le pareció digno de los dioses mismos. Lo lamió con ternura para después introducirlo en su boca, sabía del placer que le produciría por sus andanzas en Pompeya. Lo mamó por varios minutos, cuan grande era el amor que le tenía ya a su esclavo. El amo dejó su tarea para ponerse de pié ante su esclavo, éste le despojó rápidamente de sus finas prendas de algodón teñidas con extractos vegetales. Se detuvo a contemplar la escultura que tenía al frente, también en éste la batalla había dejado un cuerpo bien esculpido, sus formas eran definidas y armónicas, se le imaginó alguna escultura de la época. Su cuerpo era cubierto por un fino vello rubio que destellaba con la tenue luz de la noche. Posó sus labios en las tetillas del amo, jugó un poco con ellas entre sus dientes solo para arrancarle suspiros de un placer desconocido hasta ahora, siguió con esos labios el camino descendente que marcaba el vello para llegar a su verga erecta. Dibujó formas excitantes sobre el abdomen de su amo como para expresar sus sentimientos por aquél hombre.

-Te amo, le dijo el esclavo al amo sin pensar en lo que hacía.

-Te amo yo también, le contestó el amo.

El amo jaló al esclavo para ponerlo de pié, sus miradas quedaron a la misma altura como para confirmar que en esos momentos eran iguales.

El oficial romano llevó a su esclavo al interior de la casa, un gran recibidor enmarcado por gruesas columnas en extremo altas daban una impresión de majestuosidad, al centro se encontraba una pileta bordeada por maceteros de arcilla del río jordán. El oficio de la herrería, heredado por los etruscos a los romanos, relucía en el espacio que hacía las veces de sala, de Persia, se importaron las alfombras a cuyos alrededores se disponía toda la decoración propia de los patricios. Ordenó a sus sirvientes que prepararan el baño con esencias provenientes de las provincias egipcias, también ordenó la cena aderezada con aceites de olivas de su natal Italia.

Le fueron llevados en charolas los quesos y otros manjares, él, personalmente se dio a la tarea de ver que nada faltara. Pasaron al baño romano, los dos se introdujeron hasta la cintura, estaban en una enorme pileta de agua templada forrada de mosaicos con decoraciones de cisnes y otros animales y cubierta en su totalidad por pétalos de rosa. Se abrazaron y depositaron sus almas en el beso que se dieron, en todo momento estuvo presente con ellos un sirviente para acercarles lo necesario, bañó uno al otro como para explorar sus anatomías tan viriles. Se dibujaban en el esclavo sus anchas espaldas y ahora el pelo de su pecho se pegaba a su piel notándose más negro aún, sus abdominales estaban bien definidos y su verga salía del agua. Sus brazos eran potentes en extremo, por un instante cargó a su amo como si fuera un niño y se abrazó a él, no sabía qué hacer con el mar de emociones que lo arrastraba en su furia. El contraste entre los tonos de su piel hacía notar más la diferencia existente entre aquéllos machos. Al cargarlo, salieron majestuosas las nalgas del amo del agua, al escurrir el agua entre ellas, hacía que se notaran tersas y juveniles, hermosas. Se hundieron en el agua para jugar como chiquillos y medir sus fuerzas en aquéllas condiciones, no dejaban de ser guerreros.

Llegó a la orilla primero el amo y se sentó en ella con la verga enhiesta, salió el esclavo entre sus piernas y le acarició con ternura, lo miró como quien mira al primer amor de su vida, llevó su verga al interior de su boca y se llenó de ella, era de dimensiones por demás grandes, el prepucio se desplegaba completamente mostrando un glande que brillaba a la luz de las antorchas, lamió sus huevos hasta el delirio mientras jugaban sus manos en las tetillas de aquél. Levantó con sus fuertes brazos las poderosas piernas del amo hasta lo más arriba a modo de que quedara expuesta la zona tan íntima que nadie había invadido hasta ese entonces. Recorrió con su lengua el perineo del amo y fue a depositarla en el ano de aquél, empezó a recorrerla con movimientos circulares para después intentar penetrarlo. El amo no sabía más que gemir de locura, ninguna mujer lo había llevado hasta ese punto, todo era nuevo para él.

Siguió un rato en esa posición y después pidió calma, le dolía la verga de tan dura que estaba. Lo volvió a sentar el esclavo en la orilla de la pileta, y emergió del agua de un solo golpe. Le pidió el amo que se sentara en su verga y aquél obedeció, primero se inundó con saliva su orificio y procedió a sentarse en aquél mástil candente. Colocó la punta en la entrada de su ano y como que tomó valor para hacer lo que le había sido ordenado, se dejó caer lentamente, al entrar el glande descansó un poco mientras se acostumbraba al tamaño de carne que lo invadía, procedió a bajar un poco más llegando más allá de la mitad, para ese entonces ya el amo estaba fuera de control, lamió las tetillas del esclavo que estaban duras y erectas. Tomó al esclavo por la cintura y lo empaló ya de un solo golpe, éste sólo dejó salir un quejido de placer. Toda la hombría del macho se encontraba enterrada en el hombre a quien una vez no pudo matar, guió sus movimientos para empezar a disfrutar de un sube y baja, la vorágine era evidente, se habían nublado por completo sus sentidos. Pasó unos momentos así y le ordenó a su esclavo que se pusiera recostado boca abajo sobre una de las alfombras de la habitación contigua, observó por unos instantes las nalgas que se erguían majestuosas y sumisas ante él, las acarició con ternura y deseo, se colocó encima y en un solo envión se hundió en lo que de ahora en adelante sería su mundo, se perdió entre esos placeres nuevos a sus sentidos, arremetía con fuerza como el hombre de batalla que era, hombre que tenía bajo su mando un número por demás grande de machos impetuosos, pensó en todo lo que no había vivido hasta ahora, también pensó en aquélla mujer de noble cuna que lo esperaba en Roma, supo que jamás volvería a verla, su destino quedaba escrito en aquélla entrega. Prosiguió en sodomizar a aquél hermoso hombre hasta estallar en sus adentros, aún así no paraba sus enviones que provocaron que su semen fuera a escurrir entre las piernas del que, ya en ese momento reconociera como su amado.

Pasados algunos minutos, y preocupándose por la felicidad del otro, le pidió al esclavo que le hiciera lo mismo a él. Se volteó ofreciendo sus nalgas al extranjero, aquél primero le lamió el ano para distenderlo y no provocar daño, se colocó encima y empezó a taladrarle lentamente el culo. Le besaba el cuello al tiempo que lo hacía suyo. Con cuidado le metió todo la verga en un solo movimiento, ya estando dentro, se movió acompasado por el ruido de las aves exóticas que se encontraban por toda la casa, siguió con lo suyo hasta derramarse en los adentros de su amo, se quedó abrazado a él, también éste sabía que lo ocurrido cambiaba su vida desde entonces.

Pasó el tiempo y el amor entre ellos creció y se hizo más intenso hasta que el esclavo cayó presa de la misma enfermedad que había matado a sus padres, durante su convivencia diaria, le enseñó a su amo el amor a su Dios, el Dios verdadero y del que por esos entonces se decía andaba su hijo unigénito en el mundo profesando la fe.

Ahora, sentado en la cama con sus ojos llenos de lágrimas junto a su esclavo, su único y gran amor, él piensa en el Mesías que obra milagros….

LUCAS 7:3 de la Biblia

7:3 Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. 7:4 Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; 7:5 porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga. 7:6 Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; 7:7 por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. 7:8 Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. 7:9 Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. 7:10 Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo.