El amor como venganza

Intrigantes datos sobre Alex llegan a los oídos de Tony.

El amor como venganza

1 – El despertar

Dormía boca abajo y en mis sueños se cruzaban realidades con ficciones no muy agradables cuando desperté. No sabía dónde estaba. Miré a mi alrededor y recordé la noche pasada. La luz del sol comenzaba a entrar por la ventana. Me incorporé poco a poco pensando en buscar inmediatamente a Ernesto, que me dijese el remedio y partir inmediatamente para casa, pero al volver la cabeza, encontré a los pies de la cama un maletín moderno con un papel encima. Reaccioné levantándome y pegando mis espaldas a la pared. Lo miré con detalle durante un rato y no vi nada extraño en él. Con bastante desconfianza alargué mi brazo y tomé el papel. Era sin duda la letra de Ernesto, torpe y escrita a lápiz; con el mismo lápiz con el que tomó la nota para la cena. Lo acerqué a mí y comencé a leer con dificultad:

"Querido Tony, gracias por la noche tan maravillosa que me has dejado. Quisiera muchas así, pero prefiero perderte y que no te acerques más por aquí. No sabes a lo que te enfrentas. En el maletín que te entrego está la solución a tu problema. Dentro hay un sobre con unas instrucciones que he leído y no entiendo. Además encontrarás otra cosa que te ayudará mucho en la tarea que tienes por delante, pero no abras el maletín hasta que llegues a tu casa. Nadie debe saber lo que llevas. No me olvides. Ven a decirme que lo has solucionado. Te quiero. Ernesto".

El primer pensamiento fue la típica bomba del maletín, pero esa frase de "No me olvides" y la de "Ven a decirme que lo has solucionado", no las hubiese puesto si allí hubiese una bomba. Por otro lado, decía que en el interior estaba una solución que él mismo había leído y que no entendía. Lo primero entonces era tomar un café y salir a toda prisa para casa. Eran las diez y cuarto de la mañana.

Moví lentamente el maletín. Por su peso, no me pareció que contuviese nada peligroso. Me vestí con prisas, bajé a desayunar y me recibió el dueño con una gran sonrisa:

¿Ha descansado bien, señor? – preguntó -. Es una habitación muy cómoda.

Sin duda – le dije -; muchas gracias. Ahora tomaré un café y haga mientras la cuenta, que debo salir enseguida; voy tarde.

¿La cuenta, señor? – se extrañó -. Ernesto me ha dado dinero de sobra. Creí que le había pagado usted.

No sabiendo lo que tramaba mi nuevo amigo, sonreí y le insinué que no recordaba ya haberle pagado.

Pues de sobra ha pagado, señor – me dijo – y gracias por dejar tan esplendida propina.

No sabía lo que había dicho Ernesto, así que preferí hablar lo menos posible.

2 – De celular a celular

Salí de la comarcal y apreté el acelerador. No quería pasar los límites de velocidad, pues debajo del asiento llevaba el maletín y no sabía lo que contenía ni cómo abrirlo. Cuando llevaba unos cien kilómetros de camino, encontré un área de descanso y salí allí. Necesitaba llamar a Daniel, saber cómo iban las cosas, darle ánimos y aconsejarle cómo debería tratar a Alex. Pero una vez que paré, vi que estaba solo, así que saqué el maletín de debajo del asiento y lo puse sobre mis piernas. El cierre estaba compuesto de dos contadores cilíndricos de nueve y once letras. ¡Era imposible dar con una clave así!

Comencé a girar las ruedecitas de aquel puzle y descubrí algo que me llamó la atención: una de las letras del primer cilindro era una letra «A» en mayúsculas. Las demás eran todas minúsculas. Mirando el segundo cilindro de once letras, descubrí que en la primera posición había una «D» en mayúsculas. Comencé a dar vueltas a la cabeza: «A» y «D»; nueve y once letras. Comencé a girar el resto dejando las mayúsculas a la vista:

¡Claro!: Alexander Dinaderakis. Por más que giraba las ruedas no encontraba otra combinación posible. Puse allí el nombre y mi respiración se fue acelerando más y más. El sol calentaba y el sudor caía por mi cara. Puse el aire acondicionado mirando aquel nombre hasta refrescarme y calmarme. Miré a mi alrededor y no había nadie, así que pulsé con mucho miedo los dos botones que estaban a los lados de los cilindros. La tapa se abrió levemente. Tiré de ella muy despacio. El corazón se me iba a salir por la boca hasta que levanté la tapa ¡Dios mío! ¿Qué es esto?

Me quedé mirando el interior un rato hasta que pude reaccionar. El maletín estaba lleno de fajos de billetes de quinientos euros y, encima de ellos, había un sobre. Lo primero que hice fue contar por encima uno de los fajos. Luego conté hasta diez fajos. ¡Había un millón de euros allí dentro!

Tomé el sobre, cerré el maletín y lo puse bajo el asiento. Aquella carta había sido abierta (como me dijo Ernesto), pero no entendí que un muchacho modesto, sabiendo que había allí tanto dinero, me lo hubiese entregado. Empezaba a parecerme algo demasiado importante. Mis pensamientos se fueron para él y me empalmé. Comencé a acariciarme el bulto pensando en aquel chico que quería ayudarme aún sabiendo que me perdía para siempre. Me hice una paja a su salud y apareció un coche que aparcó cerca. Me limpié a toda prisa y salí despacio de allí hasta el próximo descanso.

Encontré la salida para una venta y decidí leer el contenido del sobre, tomar algo fresco y llamar a Daniel. Debería estar muy preocupado. Al abrir el sobre, encontré algunos escritos con una letra muy extraña. Me pareció leer algo así:

"AUTÓ EINAI TO KLEIDI: Ta Biblía oto ottiti. O drómos: Tanatos. Athenas. Biblio: Alexander, pag. 103 – Autó eínai to Biblío tou ántra".

Necesitaba más tiempo para descifrar aquello que me dejaba intuir algo. Pasé al bar sin perder de vista el coche y me pedí un refresco y un bocado frío. Era el momento de llamar a Daniel.

Encendí mi móvil y esperé un poco. Marqué su número y en pocos tonos descolgó:

¡Tony, Tony! ¡Amor mío! ¿Dónde estás?

Estoy muy bien, cariño – le dije rápidamente -, no te preocupes por nada, pero dime dónde estás ahora sin ninguna otra palabra y si estás solo.

No importa, Tony – me dijo -, estoy solo en el dormitorio.

Habla flojo y sólo cuando yo te lo diga – continué -. Yo estoy bien, pero lo que voy a decirte es importante. Prepara a los jóvenes y te los llevas por ahí a almorzar; a una pizzería a un burguer… tú verás. Trata a Alex normalmente. Demuéstrale el cariño que le has demostrado siempre. Es cierto que te he dicho que ha hecho cosas raras, pero olvida eso ahora. Trátalo con cariño.

Verás, Tony – bajó la voz -, desde que te fuiste, se encerró en su dormitorio y aún no ha salido. Fernando y Andrés han dormido conmigo esta noche.

Escucha bien entonces – le dije más despacio -; diles que ha llamado Tony que tuvo que salir corriendo a resolver un problema de trabajo y que estaré ahí después de almorzar. Dale un beso muy fuerte a Alex de mi parte. Os quiero a todos, ya lo sabes. Hay novedades, es cierto, pero las hablaremos ahí con tranquilidad. No pasa nada. Haz lo que te digo ¿vale?

Sí, sí – contestó seguro -, pero ya me tenías asustado.

No ha pasado nada – contesté -, no te preocupes. Sigamos como estábamos.

De acuerdo, Tony – le oí suspirar -, me dejas muy tranquilo. Gracias por llamar.

3 – La comedia

Llegué a casa tras el almuerzo; al menos eso pensaron ellos, pues mientras almorzaban en la calle subí y dejé el maletín bajo la cama. Cogí a mi niño con el cariño que en realidad le tenía, lo abracé y lo besé. Lo mismo hice luego con Daniel y besé a Fernando con pasión y a Andrés. Supo Daniel como llevar la situación, pues me agarró de la camiseta y dijo:

¡Eh, guarro!, que aunque el trabajo sea a veces así de difícil, existe la ducha ¡Anda!, pasa al baño y luego hablamos.

Se quedó Daniel charlando con los chavales y Alex parecía haber perdido todo asomo de enfado. Su papá ya estaba allí.

Cuando salí del baño, me preguntó Daniel que si había comido y le dije que aunque era tarde desearía tomar algo.

Vengo muy cansado, chicos – les dije -, he recorrido muchos pueblos con el coche. Este trabajo a veces es así.

Cuando tomé algo, dejamos a los más jóvenes viendo la tele y nos acostamos un rato. Daniel quiso empezar a preguntarme cosas pero le dije que esperase. Primero quería un polvo salvaje con él. Necesitaba que me follara; tenerlo dentro. Relajarme. Me quedé dormido.

Cuando desperté, aún estaba Daniel mirándome con una sonrisa feliz.

Te entiendo, amor – me dijo -, estabas cansado. Ni era momento para dar explicaciones ni para echar un polvo.

Vengo rendido – le dije -, pero también vengo muy confundido. Voy a contarte toda la verdad, pero necesito que hagas un esfuerzo y, ahí afuera, te comportes como si no pasase nada.

Me miró muy seriamente y se perdió la sonrisa de su rostro.

¿Qué pasa, Tony? – dijo -, te conozco y sé que pasa algo.

Pasa algo – le dije -; tú lo has dicho. Pero no sé lo que pasa. Ayúdame a descubrirlo. Cuando el niño me dijo tan seguro que el molino seguía en pie, me fui inmediatamente a verlo.

¡Pero, Tony! – exclamó - ¡Eso es una locura!

Cierto. Es una locura – continué -, pero afortunadamente la hice.

Prestó mucha atención sin hablar.

La aldea ya está toda derruida – seguí mi historia -, pero el molino sigue allí. La antigua entrada a la aldea está cerrada y hay un enorme cartel que dice que van a construir un centro psico-penitenciario. Asustado, me fui al pueblo al anochecer y cené en el restaurante sencillo que hay en la carretera. Un personaje joven, el camarero, me preguntó de paso qué hacía por allí y cometí no sé si el acierto o el error de mencionar el molino. Poco después, comenzó a darme datos y, finalmente, me entregó algo. Estamos metidos en un problema y ese «algo» debe ser la solución.

¿Y qué es ese «algo»?

Metí la mano debajo de la cama y, sin sacar el maletín, lo abrí y tomé el sobre.

Lee esto – le dije -; es la solución, aunque hay que hacer alguna cosa más.

¿Qué carajo es esto? – exclamó - ¿Intentas quedarte conmigo o ese chico se ha quedado ya contigo?

Volví a meter el brazo bajo la cama y tiré del asa del maletín, lo tomé en peso y lo puse sobre sus piernas. Lo levantó un poco y se echó hacia atrás al leer el nombre de la clave.

¡Dios mío! Es el nombre… ¿Qué hay dentro? – dijo asustado - ¡Quita esto de encima de mis piernas!

Tomé el maletín y lo puse sobre las mías. Le miré sonriente y apreté los botones de apertura. Cuando levanté la tapa, se le abrió la boca de tal forma que creí que se había puesto enfermo.

¡Un millón! – le dije con naturalidad -. Debe ser parte de esa solución pero no lo sabremos hasta que nos interpreten ese texto tan extraño. Si no fuese tan importante ¿crees que un joven me hubiese entregado tanto dinero o se lo habría gastado en lujos?

¿Qué hay que hacer entonces con él? – me preguntó intrigado - ¿A quién hay que entregárselo?

¡Ni idea! – le respondí -; supongo que ese texto lo dirá. He pensado que si visito a Manu puede que me aconseje qué hacer.

¿Le vas a llevar a él el dinero? – exclamó -.

No me tomes por tonto, Daniel – lo besé -, no quiero que piense que puede ser de un robo y lo retenga. Me refiero a que me diga quién puede traducirnos esto.

Pasado un buen rato, salimos al salón y pillamos a Andrés morreándose con Fernando y Alex casi dormido.

¡Vamos chicos, despertad! – les dije -; nos vamos a dar un paseo y a comprar algunos regalos.

Me acerqué a mi niño, lo besé y le susurré que se duchara un poco para despertarse porque iba a llevarlo a ver unas cosas muy bonitas. Dimos un buen paseo por algunos lugares de la ciudad y compramos cuanto se nos antojó.

4 – La consulta

Te pierdes mucho, Tony – me dijo Manu -, a veces asustas a Daniel y me parece que no se lo merece. Yo también me asusto, pero no soy tu pareja.

Recibí un aviso – le dije -. No pensaba entretenerme mucho, pero ya sabes cómo son las cosas

¿Vais a trabajar esta semana? – preguntó indiferente -; últimamente os veo salir poco de galas y eso me suena a que tendréis menos dinero.

No creas – reí -, tenemos un fondo. No vengo a pedirte dinero, no te asustes. Vengo a saber si tú podrías traducir esto.

Puse el papel en la mesa delante de él, lo tomó y comenzó a leer:

¿Autó einai to kleidi? – comenzó - ¿Esto es una broma?

¿Eso significa? – le pregunté - ¿Lo entiendes?

Ni idea – me dijo muy serio -, a mí me suena a chino. Todo lo que no sea español me suena a chino; y a veces el español también.

Estuvo mirando el papel asombrado y pensando hasta que lo soltó sobre la mesa:

Sólo se me ocurre que Juan pueda saber algo de esto – me dijo -. Es un inspector mayor con estudios y no hay caso que se le resista, pero antes de que lo viera me gustaría saber de qué va este rollo.

No te preocupes, Manu – le dije sin darle importancia -, no es una amenaza ni nada de eso. Olvida tus asuntos criminales. Esto es una extraña clave, pero tiene más que ver con mi trabajo que con el tuyo.

Pulsó un botón, llamó a alguien y le dijo que si podría ir don Juan.

Ahora viene – me dijo -, cuando yo lo llamo ya sabe que hay algo interesante.

Al poco tiempo se abrió la puerta rápidamente y entró un hombre maduro, muy agradable, bien vestido y que parecía muy correcto. Manu nos presentó y me invitó a que le explicase lo del papel. Le dije que era un aviso para nuestros asuntos musicales pero que no tenía ni idea de lo que decía. Tomó el papel, lo miró con atención y sin ningún gesto y miró a Manu primero y a mí más tarde con cara de sospecha:

¿Cosas de música? – dijo -. No me lo parece, pero de música no entiendo mucho. Es un texto escrito en griego con caracteres romanos. El que lo escribió no dominaba el griego moderno, pero se entiende lo que dice. Lo que no se entiende es lo que quiere decir. Tal vez usted lo sepa.

Si pudiera traducirlo… - me encogí de hombros -, quizá sepa yo a qué se refiere.

Comenzó a leerlo al pie de la letra: «Autó einai to kleidi: Ta Biblía oto ottiti. O drómos: Tanatos. Athenas. Biblio: Alexander, pag. 103 – Autó eínai to Biblío tou ántra».

Bien – habló pensativo -. El autor comienza diciendo «Esto es una clave». Suponiendo las intenciones del autor, lo que viene a continuación parece una dirección. Veamos, al pie de la letra sería algo así: «La casa del libro… o el libro en casa…, calle Tanatos (muertos, supongo). Atenas. Libro: Alexander, página 103. Para terminar hay una frase que no entiendo: «Esto es el libro del hombre». Más bien parece que quiere decir que «Este libro pertenece a ese hombre». No entiendo bien.

¡Son unas señas! – le dije - ¿De Atenas?

Me parece Tony – dijo Manu recostándose en su butaca -, que poco o nada tiene esto que ver con la música. Déjame que yo investigue; tengo las herramientas apropiadas.

No, no, espera – le dije tomando el papel -. Voy a hacer antes unas preguntas. Si no encuentro el motivo de esta clave te pasaré a ti los datos.

Cuando se lo comenté a Daniel en casa no podía creerlo.

¡Joder! – exclamó -, el hijo de puta que ha escrito eso quiere mandarte a Atenas a buscar un libro. Eso es lo que entiendo. Lo que no entiendo es lo que pinta tanto dinero en el maletín.

Tal vez el libro sea costoso