El amo novato (1)

El primer encuentro con su amiga cara a cara. ¿Será capaz de ser un buen Amo? ¿Y ella de obedecer en todo?

El amo novato

Sonó el móvil. Su amiga ya estaba lista, le decía en el mensaje, esperándolo como él había indicado. Estaba nervioso, era la primera vez que hacía algo así. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Saldría bien? Desde luego, no pensó cuando leyó el relato de aquella chica en la web que iba a terminar conociéndola en persona, ni en estas circunstancias.

Pero ya había llegado la hora. Se dirigió al hotel donde había quedado mientras volvía a leer el mensaje de su móvil: “Le estoy esperando, señor. Habitación 517. Le espero como me había ordenado”.

Y de eso se trataba, de que tras todas esas horas de confidencias, de risas y de alguna que otra lágrima, por fin se iban a conocer en persona. ¡Y de qué manera!

Tras una subida interminable, el ascensor llegó al 5º piso del hotel. Respiró hondo, tanto par calmar los nervios como para coger fuerzas y probó la puerta. Sí, estaba sin llave, tal como le había indicado que la dejara.

Entró sin hacer apenas ruido, pero el roce de la puerta lo delató. Un inseguro “¿Eres tú?” sonó desde la cama. Lo que encontró no pudo menos que provocar una ancha sonrisa en su cara. Su amiga estaba tal y como él le había indicado que lo esperase: desnuda encima de la cama, salvo un ancho pañuelo a modo de venda sobre los ojos. Sus piernas, abiertas, ofreciéndole todo su sexo a la vista. Como él le había ordenado, las manos de ella abrían su sexo de par en par, ofreciéndole una vista magnífica.

Esa vista estaba desapareciendo, ya que ella, al no estar segura de quién la miraba, cerró las piernas, mientras preguntaba “¿Eres tú?”.

Él saboreó el miedo que se percibía en la pregunta, la inseguridad de ella, a ciegas, vulnerable e indefensa. “Shhhhhh”, siseó él, mientras daba un azote en el muslo. Ella dio un respingo al notar el contacto de su mano y siguió con las rodillas apretadas.

Decidido a calmarla un poco, pero disfrutando de la situación, él acarició sus muslos con el dorso de los dedos, llegando hasta su vulva, donde deslizó sus dedos con suavidad, entre los cortos vellos de su sexo. “Muuaaack”, hizo con sus labios él en el aire, como solía saludarla en el chat.

Ante esto, ella se tranquilizó, abriendo los muslos, a la vez que dejaba escapar un suspiro, tanto de placer como de alivio. A los ojos de él se ofrecían unas piernas perfectamente torneadas, de pies pequeños, con muslos suaves que acarició por dentro con las yemas de los dedos, mientras los empujaba hacia los lados, para dejarla de nuevo expuesta ante su mirada.

Esta vez ella no opuso resistencia, aunque volvió a respingar cuando notó el azote de él en el interior de su muslo derecho. “Perdón, no volveré a dudar de ti”, dijo ella mientras colocaba de nuevo las manos abriendo su sexo, que brillaba húmedo e invitador.

Él no pudo resistir esa visión y acercó su cara para olerlo, acariciando con la punta de su nariz sus labios mayores. Ella reaccionaba a sus caricias con unos suspiros que le hacían pensar que estaba tan excitada como él, así que sin decirle nada, comenzó a lamerle su sexo, metiéndole la lengua en la vagina, manchándose la cara con sus jugos. Se mojó bien los labios, restregándole la boca por todo su sexo, para empaparse de su sabor, antes de subir a saludar el clítoris de su amiga con unos suaves lenguetazos que arrancaron nuevos suspiros de los labios de ella.

Y allí se dirigió él, a la boca de ella, primero envolviendo sus labios suavemente, para darle unos tiernos besos, rozándola apenas. Después, con una mano apretó la cara de ella para que abriera su boca y él metió sus labios, empapados de los jugos de ella, entre sus labios. Ella entendió sus intenciones y chupó sus labios, su barbilla, todo lo que él ponía a su alcance.

La mano derecha de él se dirigió a uno de los pechos, de pezones rosados y anchas aureolas, que comenzó a estimular suavemente mientras se besaban, hasta que notó la mano de ella que acariciaba su nuca. “No, no, no te he dicho que te muevas”, le dijo mientras le llevaba con suavidad la mano hasta la entrepierna de nuevo.

“Perdón”, dijo ella, antes de recibir una suave pero contundente bofetada en la mejilla. “No seas desobediente o tendré que castigarte”, dijo él.

“Perdóname, lo siento” dijo ella, antes de recibir otra bofetada en la mejilla, que la hizo saltar otra vez, “¿por qué me pegas?”, preguntó. “¿Te he dado permiso para tutearme?, ¿no te dije que me trataras de usted? ¿vas a ser una zorra obediente?” le contestó él.

“Si, señor, perdóneme”, contestó ella humildemente. “Sí, ¿qué?, zorra, dime, ¿qué vas a ser?”

“Seré su zorra, señor, seré su puta y haré lo que usted me ordene”, dijo ella en voz baja y tímida. “No te he oído”, le respondió él, gozando de la humillación y sintiendo como su erección crecía más aún, cosa que no creía posible ya.

“Seré su puta, su zorra obediente, ordéneme y yo haré lo que sea para excitarle y complacerle” Dijo ella en tono más alto, con las mejillas sonrojadas de vergüenza y de excitación. “¿Aunque te sea humillante?”, “sí señor, aunque me humille”, “¿te pone cachonda sentirte humillada y utilizada para mi placer?”

“Si, señor, me excita que me utilice y me humille”. “Dímelo con todas las letras, dime que eres una zorra caliente y cachonda”

“Soy su zorra cachonda, señor, su puta caliente y cachonda” Dijo ella con las mejillas encarnadas de vergüenza, cada vez más excitada.