El Amo del mando
Un doloroso escarmiento.
EL AMO DEL MANDO
-¡Ven aquí!-
-¡No!-, -dijo en tono trémulo-
-¡Ven te digo, no me hagas enfadar más!-
Ella se le acercó tímidamente, imaginaba lo que le iba a suceder, pero sin embargo también era consciente de que no tenía elección. El era su Amo y ella, la esclava.
-¡Sube ahí!-
-¡Por favor no me haga daño!-
-Te entregaste a Mí voluntariamente, ¿no es cierto?-
-¡Sí, mi Amo!-
-¡Pues sé consecuente con ello!-
Se subió al diván en donde él la solía montar, a cuatro patas como siempre, completamente desnuda.
-¡Ponte boca arriba!, - perra sarnosa-.
Ella odiaba que Él la humillase. Odiaba ser humillada por el Ser que mas amaba en el mundo, pero obedeció sin rechistar, sabía que había obrado mal, que le había decepcionado aun sin haberlo deseado. También sabía que Él adoraba que se equivocase.
-¡He meditado mucho acerca del castigo que mereces, castigo al que se le va a sumar el “No” que me has dicho antes-, -Esta vez, esclava, no te va a resultar fácil aceptarlo!-, -¡Dame tus manos!-
La chica alargó los brazos con las muñecas juntas. Temblaba. Esta vez no sabía el porqué pero temía a su Amo, temía su represalia, la había estado demorando mucho tiempo y casi había dejado de hablarle. Su silencio le dolía más que cualquier reprimenda.
Él le ató las manos juntas y las afianzó a la parte alta del diván. Le colocó el cinturón de cuero que ella tanto miedo tenía porque la dejaba totalmente inmovilizada por la cintura, y de las argollas que sobresalían hizo sendos nudos con unas cuerdas que pasó por debajo del mueble para dejarla completamente a su merced. Siguió con el “bondage” colocándole una barra larga de madera entre sus tobillos, que había ajustado a ellos con unas gruesas cuerdas de algodón, y elevado hacia un gancho situado en el techo.
La miró en esa posición por unos momentos y sintió una fuerte erección.
-¡Mira lo que acabas de conseguir, perra!-, -¡abre esa sucia boca de cerda que tienes!-
-¡Sí, Amo-, -lo que ordene!-
El Amo se introdujo en la esclava, con una erección tal y con tan poco miramiento que provocó en ella una arcada y un pequeño vómito.
-¡Guarra-, -mira lo que has hecho!- , y tras decirle eso, le propinó dos sonoras bofetadas y se la introdujo de nuevo con más fuerza. -Chúpala bien, como sabes hacerlo-, le dijo.
A la esclava le sobrevino otra bocanada de vómito, pero esta vez se lo tragó sin que se notase, sólo se podían percibir sus náuseas por las lágrimas involuntarias que brotaban de sus ojos. Tenía que abrir su boca enormemente, pues el Amo la estaba usando sin darle opción a que moviese un ápice su cabeza, apretándose contra ella una y otra vez, con rabia, con saña; hasta que al fin depositó en lo más profundo de su garganta todo el semen que había estado acumulando durante una semana, con inusuales estertores, esperando desde que sucediese aquello…
-¡Trágatelo todo!- le dijo gritando-, mientras abría el armario de la habitación para coger una toalla con la que retirar el desaguisado.
-Hoy te voy a aplicar unas disciplinas que todavía no has probado… ¡prepárate!, le dijo él-… y ella tragó saliva.
Ella, completamente inmovilizada era vulnerable a cualquier deseo de quien la poseía en cuerpo y alma; y a cualquiera de sus prácticas, magreos o manipulaciones.
Salió y entró nuevamente a la estancia casi inmediatamente, lo tenía todo preparado en un pequeño baúl.
Cuando lo abrió lo hizo a vista de ella consciente y cruelmente, desplegando y exhibiendo con deleite la gran cantidad de material que guardaba celosamente en su interior.
Ella al darse cuenta de lo que contenía empezó a pedir clemencia a su Señor. -¡Qué mal suplicas!, dijo él-
Ella vio atónita cómo, también entraban en la estancia dos corpulentos hombres de color, a cual más fornido, y dispensándole una reverencia al Señor, se acercaron a su hembra
Miró a su Amo, incrédula, y él le devolvió la mirada, haciendo una mueca con los labios y con las cejas con expresión de: - ¡te fastidias!
Tenía ganas hace tiempo de ver cómo respondía tu cuerpo a las agujas, - y a otras cosas-, lo dijo en un tono tan autoritario que la chica no tuvo opción a rechistar-.
Cogió un líquido antiséptico y humedeció con unas gasas los pechos abundantemente.
Dispuso sobre una mesilla, un paño estéril, y sobre él gran cantidad de agujas clínicas a las que previamente había retirado el envoltorio, hilos de sutura quirúrgicos, agujas, pinzas, un porta-agujas, esparadrapo, gasas, grapadora quirúrgica, guantes estériles, y algunas cosas más.
Salió de nuevo para lavarse concienzudamente las manos y antebrazos. Ella agradeció en esos momentos que su Amo dominase la técnica “médica” a la perfección, pues su piel y cuerpo estaban a manos de su Señor.
-¡Dispénsame si no utilizo anestesia, perra!-, pero he de confesarte que tengo grandes deseos de oír cómo gritas hoy, -le dijo mientras se enfundaba los guantes-.
Mientras su Señor preparaba todo, los dos hombres se acercaron a ella a una orden de Él, y situándose uno de ellos delante de su entrepierna introdujo sus manos por debajo de sus nalgas, y levantándoselas hundió sin miramientos su lengua en su sexo.
La boca del hombre trabajaba a una velocidad asombrosa, lamiendo, sorbiendo, hurgando… incansablemente. Con sus manos se afianzaba a sus caderas proporcionándose un punto de apoyo para no dejar a su presa ni un segundo de respiro. Jugaba con su clítoris, dibujando círculos a su alrededor con su bien entrenado apéndice. El calor que se proporcionaba el hombre se unía al suyo, y la lubricación propia, a que le aportaba él con su saliva. Sentía pequeños espasmos que le provocaban desear el orgasmo.
-“Ni se te ocurra correrte, perra”-, dijo el Amo.
Ella tragó saliva, sabía que pidiese o no clemencia, Él iba a hacer lo que le viniese en gana, así que armándose de valor le dijo: -estoy dispuesta para lo que desee, Amo, sé que lo hice mal y acepto el castigo que me imponga-.
-Él sonrió-, se complacía de que su esclava estuviese bien educada, pues había requerido mucho tiempo de doma-.
Se sentó en un taburete, descapuchó varias de las agujas que tenía dispuestas sobre la mesilla, se colocó los guantes, cogió las pinzas y las acercó hacia el pezón derecho de la esclava. Ella cerró los ojos asustada, y Él con un grito dijo: -¡ábrelos!- , -¡quiero que lo veas todo!-.
La chica jadeaba, su respiración hacía que fuese complicado pillarle el pezón, no obstante éste no escapó a los dientes de las pinzas. Ella lanzó un pequeño alarido, -estaba acostumbrada a las metálicas que su Amo le colocaba a veces, pero no a los dientes de las pinzas quirúrgicas-.
Mientras el hombre de entre sus piernas seguía con su labor incansablemente, lamiendo, presionando, hundiendo su lengua en su vagina.
-¡Quiero que disfrutes sintiendo placer y dolor al unísono!
- Siéntelo, no tendré piedad-.
Él disfrutaba viéndola en apuros, y estirándole el pezón le clavó poco a poco la primera aguja, atravesándoselo completamente. Ella gritó de dolor, y él mirándola fijamente a los ojos le dijo, puedes llorar, gritar o patalear, pero… no voy a parar, -¿entendido perra?-. Ella asintió con los ojos llenos de lágrimas. Dicho esto le atravesó el mismo pezón con otra, formando una cruz. Siguió el mismo procedimiento con las dos tetas. Estaba cada vez más excitado al ver gemir, retorcerse y gritar a su esclava.
Cogió un hilo de seda y le dio vueltas varias veces por entre las agujas de los dos pechos, haciendo un nudo en ambos extremos. Anudó otro hilo en el centro del enrejado que había dibujado, y comprobó que al tirar de él, tiraba de todo el conjunto.
-¡Awwwwww!-, -gritó ella fuertemente-
-¡Calla zorra!-, -no haberme desobedecido-
-¡Ahora abrirás la boca para que te la folle el otro compañero!-, -y ya sabes lo que te espera si no lo haces como a mí me gusta-, le dijo en tono irónico dándole otro tirón.
-¡Chúpasela bien!-
Ella puso todo su empeño en hacerlo como mejor sabía, moviendo su cabeza, lamiendo la polla del desconocido en toda su extensión, dando vueltas con su lengua por su glande morado, sorbiendo las gotitas que se escapaban de vez en cuando del extremo del miembro. La verga de su Señor era su delirio, los dos lo sabían; pero aquella a quien estaba obligada de darle gusto ahora era inmensa, no llegaba a su base, no había suficiente cavidad en ella. Él iba penetrando y bombeando cada vez más.
En una de dichas embestidas, ella mordió ligeramente la verga del hombre, y él gritó: -putaaaaaaaaaaaaaaa-.
Su Amo, como un acto reflejo, al percibir el error de su esclava, tiró de los hilos provocando en ella un terrible grito, y la apertura total de su boca.
El Señor voceó al hombre de arriba: -¡métesela del todo!-, y al de abajo: -muérdele el clítoris-
Éste le mordió el clítoris a su orden concienzudamente.
El otro apretó su polla dentro de la garganta de la esclava.
-¡Córrete perraaaaaaaaaaaaaaa!- le dijo.
-Mmmmmmmmmmmmmmmmm-
No pudo evitar dar otro fuerte tirón al tiempo que se corría, y ella, al oír el grito de su Amo acompañando al dolor que sentía, tuvo también un increíble orgasmo.
Los hombres se retiraron de ella.
La dejó descansar por unos instantes y le acarició el cabello sudoroso con el rostro complacido.
- No hemos hecho más que empezar, querida perrita, -le dijo Él, dándole un suave beso en los labios-. Ella no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. La mezcla intensa de dolor y placer la desarmaban.
El Amo se cambió los guantes y tomó aguja e hilo…
-¡Ahora sabrás lo que es morder la polla de un hombre, mala zorra!-, y diciendo esto empezó a clavarle la aguja en uno de los labios del coño.
-¡No por favor, Amo, noooooooo!- , -duele muchoooooooooooooo-.
-¡Te jodes!-, dijo Él, atravesándole el otro labio.
-¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu, Amooooooooooo!-, -gritaba mientras sentía cómo se mojaba nuevamente abajo-.
El Amo iba cosiéndole el coño al estilo colchonero, de lado a lado, pero a mitad de la sutura, le introdujo sobre su clítoris y bajo los hilos, una pequeña bala vibradora a presión y accionándola ligeramente le dijo: -no se te ocurra correrte, mala pécora-.
-¡Amo , nooooooooo, nooooooooooo!-, - gritó de nuevo mientras sentía un intenso placer-.
El hombre situado entre sus piernas, obedeció a la orden de su Amo, le desató el correaje de su cintura, y deslizándose por debajo de ella le colocó su verga a la entrada de su ano.
-Folláosla los dos juntos-, -¡a mi señal!-, les espetó a los hombres.
Violentamente, el de arriba y el de abajo empujaron fuertemente, al tiempo que su Señor chasqueaba los dedos.
La esclava no podía hablar, sólo demostraba sus sensaciones profiriendo sonidos guturales y derramando lágrimas involuntariamente.
El Dueño, viendo cómo estaba gozando su perra, decidió incrementar su placer, y accionando la bala vibradora a máxima potencia bajo las suturas del hilo y sobre su clítoris, le dijo:
-¡Córrete de nuevo, zorra!-.
Lo hizo en el instante en el que los hombres derramaban su leche en ella.
La esclava se corrió de nuevo entre jadeos, vaivenes, punzadas, asfixia, dolor, y sobre todo, ante la orden de su Señor.
-No podía más, estaba rota-
-Amo, se lo suplico por todo lo que le quiero,
¡¡¡¡ Perdóneme, perdóneme, perdóneme. !!!!
Desangelada le imploró perdón más de diez veces.
–Esto no tiene más que un perdón, el castigo-, y cogiendo la fusta empezó a golpearle el coño cosido y dolorido.
¿Lo harás más? –Le preguntó-
¡No Amo, no!, -le dio ella, gritando-, no lo haré más-
Tras veinte fustazos, empezó a retirarle de su sexo los hilos. -Ella lloraba desconsoladamente-.
Él desinfectó nuevamente la zona, y ante tal cantidad de gemidos, suspiros, quejidos y gritos de su esclava se quedó nuevamente empalmado, y, enfundándose un condón, ya que el coño de su perra tenía todavía trazas de sangre, la penetró con fuerza para volver a verla retorcerse de dolor.
Se vació de nuevo, retiró las agujas y los hilos de los pechos y pasó nuevamente el desinfectante por todo lo expuesto.
Despidió amablemente a los dos hombres, diciéndoles que ya hablarían luego. –Estos hicieron nuevamente una reverencia y salieron de la estancia-.
-¡Amo, dolía mucho!- No podía más-, dijo entre sollozos.
-¡Lo sé perrita mía!-, -le dijo acariciándola y besándola-. Ha sido un escarmiento para que no vuelva a suceder, al tiempo que he gozado de tu sacrificio.
Y la próxima vez… dejarás que tu Amo te use cuando le apetezca, “NO LE NEGARÁS NUNCA EL ACCESO A TU CUERPO”, ni aunque tengas el periodo.
-¿Entendido?-
-¡La próxima vez le daré TODO LO QUE DESEE, Amo!-
-Soy suya, Amo-, dijo humildemente, tirándose a sus pies.