El amo Claw y Sakura la cartomante

Sara tiene un misterioso novio por internet. Tienen una relación extraña y excitante, y un día él le envía un emisario en lugar de ir él mismo. Magia y tsunderes en celo ·_·

1 La noche de la transformación

Sara estaba sentada frente a su ordenador del dormitorio, y era una cálida noche de verano; fuera se oía el bullicio de la gente en la plaza al anochecer, algunos niños gritando, perros paseando que se ladraban… pero a ella le daba igual, estaba absorbida en su propio mundo ajena a todo: chateaba frenéticamente, con la destreza mecanógrafa de una oficinista titulada, la pasión desatada de los adolescentes en celo con celibato forzoso, y el brillante ingenio de una fan enamorada:

—[Sakura23]: Jijiji

—[The Claw]: Oye Sara, ¿qué haces esta noche? Mañana es domingo y te toca descanso...

Se quedó estupefacta y sus dedos se congelaron en el aire. «¡Oh, Dios mío!», pensó. «¿Ha llegado el día? ¿Realmente nos vamos a ver en persona?». Su corazón se desbocó y sus manos temblaron antes de responder.

—[Sakura23]: Nada en especial jijiji

—[The Claw]: Ya sabes que eres una chica especial para mí…

—[Sakura23]:¿Síii?

—[The Claw]: Estaba pensando en proponerte un juego.

«¡Oh-Dios-Mío! ¡Va a pasar! ¡Nos vamos a acostar!».

—[Sakura23]: Para eso primero necesitamos vernos en persona… Jijiji

—[The Claw]: ¡Quieta ahí, fierecilla! No, todavía no es el momento… sin embargo…

Sara se sintió decepcionada, pero no se rindió, tan sólo esperó un poco más.

—[The Claw]: …hay 3 cosas que podemos hacer. 1: Puedes conocer a mi enviado. Considéralo un emisario. Como la mano del rey o la voz del emperador, pero un poquito menos, jeje.

¿Qué estaba diciendo Claw? ¿Iba a enviar a otro en lugar de a él? «¿Qué clase de juego es este?», pensó molesta. Pero no demostró su enfado; con él nunca lo hacía. «Tendré que jugar a su juego para conocerlo… pero vas a caer. ¡Te voy a pegar tal follada que no te van a poder identificar en la morgue, jaja!».

—[Sakura23]: bueno, si tú quieres… vale… ¿pero cómo es él?

—[The Claw]: la segunda posibilidad es que participes en mi gincana: he preparado una serie de pruebas para ti. Cada pista te guiará a la siguiente, y el último misterio está en mi dormitorio.

«¡Uooooooohhh! ¡Síii, eso, eso!»

—[Sakura23]: jijiji vale, eso me gusta más!

—[The Claw]: ¿Y no me preguntas por la tercera posibilidad?

«¿Qué me importa eso si acabo en tu dormitorio?», pensó apretando los muslos. Entonces se dio cuenta de que una gota resbalaba ya por su tobillo y se lo rascó.

—[Sakura23]: Cuál es la tercera?

—[The Claw]: Lo sabrás sólo si te lo ganas: primero tienes que alcanzar un resultado mínimo en los otros dos juegos, el que vas a jugar con mi enviado en cuanto llegue, y el de la gincana.

«Espera, ¿cómo que en cuanto llegue? Si Claw ni siquiera sabe dónde vivo».

—[The Claw]: a decir verdad, los 3 juegos no son una lista de opciones para ti, sino el orden en el que los vas a jugar.

De vez en cuando le hacía eso, la pinchaba con su arrogancia; pero su actitud era parte de lo que le ponía cachonda. A veces lo abofetearía. Pero otras le besaría con dulzura, y casi siempre se lo follaría hasta perder el sentido. En aquél momento, sin embargo, la líbido empezaba a caer como la lluvia apagando un fuego en el bosque.

Sara quería replicarle: «Oye, ya en serio, no sabes dónde vivo y no quiero que vengan desconocidos a mi casa. En todo caso, querría que vinieras tú… déjate de tonterías y tengamos una cita de una maldita vez. ¿Cómo es posible que sea el hombre el que se hace de rogar tres meses?». Pero en vez de eso, sólo pudo responder:

—[Sakura23]: oooh sí?

—[The Claw]: Como siempre, las respuestas llegarán a su debido momento.

—[Sakura23]: jijiji

—[The Claw]: Tan sólo espera, llegará en cualquier momento ;)

—[Sakura23]: vale

—[The Claw]: Te dejo, estoy ocupado. Pero no te masturbes hasta que él llegue.

«¡Encima eso!»

—[Sakura23]: como quieras.

[The Claw se ha desconectado]

Se enfadó consigo misma por dejarse arrastrar, como siempre. Nunca le pasaba eso con los demás: siempre tuvo un carácter fuerte y competitivo, incluso algo dominante y desagradable (según le hicieron constar numerosas personas), pero ese hombre no sólo sacaba su lado más pervertido, también lograba que se arrastrara por él.

Desvió la mirada de la ventana del chat a la de La Foto, y otra vez sintió una mezcla de vergüenza y excitación al observarla. Joder, ya hacía un mes que le había hecho masturbarse con esa imagen manipulada, una mujer despampanante con la cara de Sara pegada sobre la cabeza original. Más concretamente, era una actriz de porno duro, atada de pies y manos, con cuero y látex negro, abierta de piernas 160 grados, con un mensaje rojo en las tetas que decía «¡Agujeros gratis para todos!», y con un collar rojo de perro con una gran medalla dorada colgando en la que ponía: «Mi esclava. Mi puta. Mi Sara.».

Al principio se asustó preguntándose cómo habría conseguido la foto de su propia cara, ya que teóricamente él sólo sabía de ella su nombre de pila, pero por entonces ya llevaban dos meses hablando casi a diario y confiaba en él lo suficiente para seguirle el juego. Además, ya le había contado que era «un poco hacker», así que supuso que simplemente había entrado en su P.C. a través de la web de chat (como diablos fuera posible) y cogió la foto de su disco duro, porque la reconoció como uno de sus mejores selfies.

Mirándola esperando «al emisario», recordó claramente cómo fue observar por primera vez la foto de la mujer atada y esclavizada, pero con su propia cara (y lo shockeante que fue). Recordó cómo siguieron chateando con la imagen abierta, como él le pidió. La conversación fue subiendo de tono excitándola cada vez más, y de algún modo logró ponerla muy cachonda fantaseando con ser de verdad esa actriz.

También le gustaba creer que le decía la verdad cuando una semana después le contó que en realidad la mujer no era una actriz, sino que la foto la había hecho él mismo a una de sus «presas», y luego superpuso la cara de Sara. Cuando estaba cachonda deseaba creer que él realmente tuvo en esa situación a una mujer («¿Quizá es la erótica del poder, de alguna manera retorcida?»). Quería, en definitiva, ser ella su próxima captura. «Bufff… cómo me pongo cuando me acuerdo», solía pensar al recordar aquella noche en que se lo contó. Desde entonces se excitaba más que nunca, estaba segura de que ni en la adolescencia estuvo así. Antes, desde la foto un mes atrás, si él no le decía que se masturbara acumulaba tanta tensión sexual que cuando él cerraba la conexión ella necesitaba correrse al menos dos veces, una por acumulación y otra por gusto.

Pero ahora, desde una semana atrás cuando le contó que no era una actriz porno de internet sino que Él esclavizó a esa mujer… no podía volver a pensar con claridad hasta que se desahogaba masturbándose al menos una tercera vez. Y era sólo entonces, serenada, cuando por fin la foto perdía su magia. Pero al día siguiente vuelta a empezar: como viera la imagen se excitaba por sí sola, sin tocarse. Y lo malo era que solía sentir el impulso de ponerse a mirarla cuando estaba a solas en su piso de alquiler.

Aquella imagen obraba auténtica magia sobre ella: aunque tan sólo se veía a una mujer, hacía hervir a todo su cuerpo. Quizá por masturbarse siempre observándola como él le pidió, llegó un momento en que la imagen por sí sola también la ponía cachonda. No era sólo imaginar que Él la dominaba de aquella forma, sino que la mujer en sí la ponía muy cerda, porque le pasaba incluso con la líbido baja, viniendo de trabajar, de día y sin que él estuviera conectado. «Quizá en una foto normal desnuda la misma mujer no me excitaría de esta manera», pensaba a veces, «tuviera o no mi propia cara». Pero en aquella situación, esa mujer tan erótica, vestida con prendas de cuero y látex negro que cubrían sólo parcialmente su cuerpo, sujeta por muñecas y tobillos, con sus muslos separados 160 grados y los labios vaginales hinchados y abiertos, rosados, y con el interior que se intuía húmedo y brillante (quizá caliente)… el clítoris rojo y duro sobresaliendo, el ano con un dildo rosa asomando y seguramente vibrando… el pintalabios con el que escribieron en su espectacular pecho «¡Agujeros gratis para todos!»… aquellos pezones duros tan apetecibles de ser chupados («¡Apetitosos para los hombres!», se corregía en vano al pensarlo)… el collar de «Mi esclava. Mi puta. Mi Sara.»… todo aquello sacaba «lo peor» de ella, la faceta de gran sumisa, completa pervertida e incluso de lesbiana, rasgos que ni siquiera sabía que existían en ella. The Claw le hizo descubrirlas.

A menudo se sorprendía luchando consigo misma entre el deseo de querer ser su próxima presa (deseando que fueran verdad sus historias e insinuaciones), y querer poner los pies en la tierra y recordar que todo aquello eran juegos y tonteos antes de conocerse y follar de verdad.

Pero había algo que le preocupaba, el hecho de que era heterosexual y no era normal excitarse tanto con la foto de una mujer. Había hecho la prueba, había buscado porno lésbico, pero no sentía lo mismo en absoluto cuando se masturbaba viendo mujeres desnudas, ni cuando miraba mujeres atadas estilo «bondage», ni en porno duro masoquista. No, cuando se corría tampoco era igual, definitivamente no se sentía atraída por las mujeres. Era la foto. Esa maldita foto que incluso seguía teniendo abierta en primer plano en una ventana pequeñita mientras miraba esas fotos y vídeos de otras mujeres. Esa característica de forzarla en primer plano, por cierto, la logró gracias a la función de clavar con chincheta del escritorio de Linux, s.o. que ni siquiera conocía antes de conocer a Claw.

Al principio se repetía que el influjo de verse a sí misma esclavizada era debido a masturbarse siempre mirándola como él le pidió, ya durante un mes. Y es que buscando posibles explicaciones llegó hasta el fenómeno de la asociación de emociones de Pavlov.

Pero más tarde cambió de opinión: sin duda era por ver su propia cara en esa situación humillante y de vulnerabilidad, expuesta y «follable por cualquiera que pasara por delante», como Claw decía. «Agujeros gratis para todos», ponía en las tetazas que quería estrujar (antes de corregirse mentalmente de nuevo). «No, no es el atractivo de la mujer». Su conclusión final era el concepto en sí de «ser esclavizada». Simplemente no sabía hasta entonces que eso le ponía. Ser dominada, estar a merced de cualquiera que quisiera aprovecharse de ella, inmovilizada y, como guinda y recochineo, el texto en su cuerpo y en el collar… pero le hacía preocuparse un poco por su salud mental el hecho de que le excitara que el collar también revelara su nombre. Era algo muy intimidante y vergonzoso, y sin embargo eso la excitaba aún más (lo que a su vez le hacía avergonzarse al pensar en ello).

Y en todas estas cosas pensaba, y seguía pensando, siempre que se masturbaba, mirando la foto de la esclava con su propia cara, estuviera o no chateando con Claw, le hubiera dado o no permiso para masturbarse mientras hablaban. En la práctica, siempre que estaba en su P.C. y sola en casa, tenía la imagen clavada con chincheta y estaba al menos un poco excitada… pero sólo en el caso de haberse corrido ya varias veces. Si no, era una cuenta atrás irrefrenable hasta hacerlo, tuviera o no cosas que hacer.

Él le había insistido en no masturbarse cuando chatearan a menos que él se lo dijera, quería que aguantara cachonda «para luego disfrutarlo más». Y tenía que reconocer que así era, como un guiso a fuego lento. Tras tenerla a 100 todo el tiempo que hablaban, una vez que se desconectaba sin haberle dicho que se tocara, lo hacía apasionadamente por su propia iniciativa…

…pero nunca sin mirar la foto al hacerlo, nunca sin verse a sí misma esclavizada, humillada e inmovilizada mientras oía el sonido de sus jugos chapoteando a causa de su mano.

Se quedaba embobada mirándola, incluso en trance dirían algunos, y su imaginación volaba. Los últimos días le excitaba tanto que la foto por sí sola la condenaba a masturbarse diariamente al menos dos o tres veces. E iba a más, porque la primera semana apenas era una vez al día (dos si chateaba, pero con Él era normal). Aunque viniera cansada y lo último que le apeteciera fuera el sexo, todos los días sentía el impulso de mirar la foto al menos «para relajarse y desconectar pensando en Él», pero siempre acababa igual: volvía en sí limpiándose la baba cayendo de su boca después de una buena corrida. Y desde entonces eso de «no tener líbido» o «estar cansada» no estaba en el diccionario.

Pero además de esos impulsos, también tenía un horario fijo: si un día él no estaba disponible a las 21:00, hora a la que solían hablar, le esperaba pasando el rato mirando la foto y masturbándose, como si fuera una norma que no podía saltarse. Lo hacía aunque fuera lenta y delicadamente por haberle pegado ya a su coño una paliza.

Y mientras Sara se masturbaba esperando al enviado (sin haberse dado cuenta de ello), además de mirar la foto con su propio rostro, hermoso y con cara de tonta… (chop, chop, chop)… no sólo recordaba cómo empezó esa maldita imagen a «hechizarla»… (Hmmmm)… también se excitó mucho al recordar conversaciones tan eróticas que se había masturbado dos, tres, hasta cuatro veces tan sólo con sus palabras, en los dos primeros meses de «relación». Aquél hombre sabía abrirse paso a través de su mente como le daba la gana, sabía qué teclas tocar, cómo hacer cantar a su cuerpo la melodía que quisiera, y le ponía como una moto. Y eso que ni siquiera había visto una foto de él; pero en su imaginación era un hombre de muchos rostros y muchos cuerpos, siempre vagamente definidos, y lo que contaba era su presencia, sus palabras, su actitud, su trato, su… «su magia. Su puta magia».

¡Ding Dong!

—¡Aaaah! —se puso en pie de un salto y se dio cuenta de que se estaba masturbando. Su mano estaba empapada y para limpiarse rápido se lamió los jugos. «Bah, qué mas da». No se le ocurrió que dos meses antes ni se le hubiera pasado por la cabeza. Fue a abrir la puerta y se detuvo a tiempo para mirar por la mirilla primero: era un hombre alto, de pelo corto y rubio; atlético, y estaba bueno. «¡Coño, pues no empieza mal la cosa!». Se acordó de mirarse a ver si estaba presentable: polo blanco, falda negra hasta las rodillas, escote con sujetador rojo, un collar fino de cuero que comprobó que llevaba con la mano… y es que tras dos semanas viendo lo sexy que de algún modo le quedaba a la de la foto uno mucho más grande y aparatoso, tuvo el capricho de comprarse uno propio, aunque fuera más discreto y elegante. Pero a veces, cuando se masturbaba y estaba más excitada, deseaba tener uno igual; el mismo, de hecho: «Mi esclava. Mi puta. Mi Sara». Y después, dando vueltas en la cama, a menudo se preguntaba si podría encargar que le hicieran uno: «tal vez podría ser un regalo; una sorpresa para nuestro primer aniversario, o algo parecido. Hasta entonces sólo me lo pondré a solas en casa».

¡Ding Dong!

—Señorita, sé que está ahí; ábrame, por favor.

Tragó saliva y sacudió la cabeza. Se había quedado absorta palpando el collar con una mano, y la otra se había infiltrado por su cuenta por la raja lateral de la falda y ya se estaba deslizando bajo las bragas. La sacó de inmediato y abrió la puerta con timidez; un segundo después recordó cuál solía ser su actitud ante la vida y con la gente, y se insufló de ánimo y desparpajo.

—¡Hola! Me han dicho que vendrías. No me hables de usted, por favor, que tengo 23 años. ¡Pasa!

El hombre sonrió y cruzó el umbral; ella le olió y se excitó. «Joder, ¿por qué huele tan bien?». Estaban a escasos 30 centímetros, mirándose a la cara. Ella tragó saliva y se sonrojó.

—¿Qué pasa? No mires fijamente, que es de mala educación —él acentuó su sonrisa y se volvió más pícara. A ella le pareció a la vez mono y «gamberro del tipo que quiero matar a polvos». Se dio la vuelta y se dirigió al salón. «¿Qué pretende Claw? ¿Es él en realidad? ¿Quiere que me lo folle?».

—Bueno, explícamelo: ¿de qué va todo esto y por qué estás en mi piso a las once de la noche? —preguntó cruzándose de piernas. Su estrecha falda de cuero negro se deslizó debido a su rigidez, de modo que se subió y enseñó casi todos los muslos y «quizá» las bragas, pero en su propia casa no se iba a andar con mojigaterías.

—Mi maestro y benefactor me ha enviado para comprobar si estás lista.

—¿Lista para qué? —sonrió de nuevo, pero de forma más preocupante.

—Lista para cambiar.

—¿En qué sentido?

—La vida es cambio; todo tiende a la entropía. Intentar estancarse es ir contra la naturaleza misma…

—Ahórrate el sermón. Tu jefe quiere que me convierta en una guarra, en su puta. ¿Hasta qué punto? ¿Todo esto va de prostitución? ¿De cine porno? ¿Una secta de salidos?

—¿De verdad crees alguna de esas posibilidades? —preguntó desconcertado, y por primera vez le abandonó su sonrisa; «no me hagas eso, hombre, un tío tan guapo tiene que sonreír… porfiii…», pensó, y sonrió para sí misma.

—Es para ir descartando primero los extremos, y luego vamos concretando. ¿Me dejo algo? ¿Ovnis, aliens? ¿Conspiraciones gubernamentales? ¿Una banda criminal de hipnotistas?

—Nada de eso —negó orgulloso con la cabeza.

—Has dicho que es tu benefactor. Háblame de eso.

—Él me salvó. Estoy en deuda, y por si fuera poco, además me enseña sus secretos. Estoy muy lejos de quedar en paz, porque cada día comparte su sabiduría con alguien como yo, que apenas entiende la mitad de lo que dice. Es un gran hombre.

Sara arqueó una ceja y se preguntó hasta qué punto aquél fan estaba cuerdo. ¿De qué lo salvó? Seguramente estaba traumatizado, pero guardó silencio.

—El amo Claw me dijo que no podía darte detalles hasta estar segura de que estás dentro.

—¿Dentro de tu secta? No soy una gruppie —se inclinó hacia él con actitud desafiante—, ¡lo que quiero es follármelo de una puta vez! ¡Joder, le quiero matar a polvos! ¿Tú sabes cómo me tiene? Buf —se restregó las manos por el pecho y los muslos en un gesto tan rápido como excitante para el chico, y luego volvió a la conversación—. Una vez que me harte de follármelo, ya veremos. Las movidas en las que estéis metidos los demás no me interesan.

—Veo que es un «no».

—Ni siquiera he oído tu propuesta, chaval —cruzada de brazos se le desvió la mirada al paquete: había conseguido marcarle el bulto en la entrepierna, y sonrió satisfecha—.

—El amo Claw dijo que esto no iría a ninguna parte si no tienes una actitud colaborativa.

Ella guardó silencio. Reconoció esas palabras, puesto que habían sido repetidas por él en varias ocasiones en las que ella le contó sus problemas con las personas de su día a día, como las compañeras de trabajo del bar.

—Señorita…

—Sara. No debo sacarte ni dos años. Escucharé lo que tienes que decir.

—…Sara, ya sabes que he sido enviado para que participes en un juego…

—¿Ahora es cuando me dices que tengo que superar los mil pavos de recaudación prostituyéndome para poder ganar?

—La actitud…

—Perdón, perdón. Sigue.

—La segunda prueba es la gincana, pero en la primera yo soy el juez: tendrás que recuperar una serie de objetos especiales…

—Lo sabía. ¡No voy a buscar drogas!

—…antiguos. Puedes considerarlos pequeños tesoros de anticuario. El amo Claw está muy interesado en ellos.

—Eso no es un juego, es trabajo. Y suena a muy bien pagado. ¿Entonces Claw es anticuario y está forrado?

—No exactamente. Son objetos de su juventud.

Ella se puso seria.

—Me cago en todo… ¡¿Me estás diciendo que Claw es un viejo?!

—Si te refieres a su atractivo sexual, puedo anticiparte que quedarás muy satisfecha cuando lo conozcas; me ha indicado expresamente que esto sí te lo puedo decir.

—No me cuentes rollos, te estoy preguntando por su edad.

—El amo Claw no envejece como las personas corrientes.

—¡Anda ya!

—Dijo que dirías eso. Y también que te preguntara por el efecto que ha tenido La Foto en ti.

Ella frunció el entrecejo.

—¿De qué estás hablando? Él me envió una imagen, pero eso es un archivo informático. Ceros y unos, señales eléctricas. No es un objeto ni he recibido nada en el buzón de mi edificio.

—La poción no es el envase.

—¿Qué?

—El hechizo te afecta cada vez que la miras, y el efecto se acumula.

Ella comenzó a enfadarse. Por supuesto que había pensado en la foto en algunas ocasiones como si ejerciera un influjo mágico, un hechizo en ella, pero pensar que siquiera lo pudiera tomar en serio era tomarla por idiota.

—Tienes diez segundos para decirme la verdad o irte de mi casa antes de que te rompa toda la vajilla en la cabeza. Y tengo buena puntería.

—Entre los efectos del hechizo está «comenzar a sentir atracción por las mujeres», «multiplicar la sumisión», «multiplicar la excitación», y «multiplicar el placer sexual general», y «multiplicar el placer de los orgasmos».

—… —Por primera vez en mucho tiempo, se había quedado sin palabras.

—Me alegro de haber superado la prueba de los diez segundos. Y sí, he dicho la verdad.

—¿Cómo lo…? No. No, eso es imposible.

—¿Se ha vuelto normal perder el sentido con cada orgasmo? A las personas normales no les pasa eso. ¿Recuerdas cuándo fue la última vez que resististe consciente durante el clímax?

Eso al menos era cierto; hacía tiempo que había perdido la cuenta, pero sospechaba que podría ser aproximadamente un mes antes, al recibir la foto. Y lo que era más preocupante, tenía razón en que ahora lo consideraba «lo normal». Ni siquiera reparaba en ello hacía semanas. De hecho lo esperaba, era parte del bombardeo que recibía su cerebro al acercarse a la explosión final. Ni siquiera estaba segura de que siguiera masturbándose antes de perder el sentido. Quizá simplemente se desmayaba sin correrse; tal vez eso explicaría que siempre anduviera tan cachonda, la falta de desahogo…

—¿Y qué me dices de tu collar? Es bonito.

Ella se lo palpó y de inmediato visualizó la foto; en cinco segundos estaba con sonrisa boba y con sus pezones duros como piedras; su mano se deslizó de nuevo por el hueco de la falda hasta su ropa interior. Él la sacó de su ensimismamiento al hablar de nuevo, lo que hizo que dejara de tocarse el fino collar negro de tela.

—Yo… Uh… ¿De qué estábamos hablando?

—Otro de los efectos de La Foto es «aplcar el efecto de este hechizo al tocar un collar que lleves puesto». Es decir, tocarte cualquier collar que te pongas es exactamente igual que observar La Foto. No hace falta que la veas con tus ojos.

—Pero… me estás hablando de magia. Hechizos. No puede ser…

—¿Quieres comprobar hasta qué punto estás hechizada?

Comenzó a asustarse.

—¿Qué pretendes?

—No hay de qué tener miedo: Sara, quiero que seas mi esclava.

Los ojos de Sara se pusieron en blanco, y jadeó excitada. Se llevó las manos al pecho y presionó sus tetas. Comenzó a jadear, y le miró.

—Sí, por favor. Sé mi amo.

—Me confundes con un hombre al que follarte. Pero no, Sara, no te voy a follar.

—¡Pero…! —comenzó a quejarse decepcionada, pero él la interrumpió alzando la mano para exigir silencio.

—Y aunque no te voy a follar, sí que voy a hacer todo lo que quiera contigo.

—¿Eh?

—Porque tú quieres ser una esclava…

Ella gimió de nuevo y se sacudió poniendo los ojos en blanco otra vez, esta vez con la lengua fuera, y comenzó a babear.

—Pero aún más importante: delante de ti hay un hombre al que poder servir, un hombre que quiere que le sirvas, y por lo tanto ambos estáis de acuerdo en ello: tú vas a ser mi esclava, Sara.

Arqueó su espalda y apretó sus muslos. Con una mano se estrujó la teta y con la otra se tapó la cara. Inspiró profundamente. Su coño palpitó y tuvo pequeñas contracciones. Su clítoris hinchado se rozó contra las bragas y fue como si se lo acariciara suavemente.

—¡Hmmmm!

—Y lo vas a ser porque no puedes responder con un «no»: te ordeno que a partir de AHORA seas mi esclava, Sara. Obedece.

—¡Aaaaaaaahhh! —gritó estrujando las dos tetas con las manos, y luego se pellizcó los pezones. Jadeando y aturdida, casi desmayada, se sacó como pudo las tetas por fuera para poder jugar con tus pezones.

—La razón por la que no te estás masturbando, Sara, es porque tienes prohibido masturbarte en presencia de tus amos a menos que te lo ordenemos.

—¡Jooodeeeeer!

Se convulsionó reclinada en el sofá, y sin duda estuvo al borde de un gigantesco orgasmo, pero se le escapó en el último momento.

—También tienes prohibido tener orgasmos frente a tus amos sin su permiso.

—¡Mmmfffhh!

—Te ordeno que te fijes en tus sensaciones, y en lo que está experimentando tu mente; date cuenta de que esto es imposible sin un hechizo.

—Pero… no puede ser… —le miró casi suplicando que le diera la razón, pero sólo obtuvo una mirada firme. Ella agachó la cabeza y reconoció la verdad.

—Reconoce que la magia es real, y estás hechizada.

—Es real. Estoy hechizada.

—Te doy permiso para jugar con tus tetas y pezones todo lo que quieras, pero no te dejo tener orgasmos con esa estimulación —aunque en realidad ya lo estaba haciendo, se sintió agradecida.

—¡Gracias!

—Si te portas muy bien, y eres muy buena esclava, a lo mejor de vez en cuando te dejo masturbarte, pero sin orgasmos.

—¡Gracias! ¡Lo haré! ¡Me esforzaré al máximo, amo! —y aunque una parte de su mente le gritaba que eso no tenía sentido, que estaba siendo manipulada, dominada, engañada… le dio igual; se sintió agradecida y se comprometió. ¡Por fin había hecho realidad su fantasía de ser la mujer de la foto! O no… no, aún faltaba mucho. Necesitaba ser una colección de agujeros a disposición de cualquiera. Que usaran su culo como quisieran, con juguetes o pollas, lo que fuera. Ser mostrada públicamente como lo que era, una esclava. Ser humillada como se merecía.

Pero… no era también una puta, ¿no? El amo no la había llamado puta, así que no lo era. ¿Era la puta la que debía ser humillada y expuesta, o la esclava también? ¿Merecía ser castigada, o lo excitante que era todo aquello era una recompensa por ser buena esclava y buena puta? Pero el proceso estaba incompleto, necesitaba ser también una puta. Le faltaba mucho camino para lograr convertirse de verdad en la mujer de la foto.

—Vuelve, Sara —él chasqueó los dedos. Ella se había quedado absorta de nuevo, babeando con la lengua fuera, mirando a la nada, jadeando en su nube de tremenda excitación perpetua y sin válvula de escape.

—Mi amo, por favor, conviérteme también en tu puta. ¡Lo necesito! Tengo que ser… ¡agujeros gratis para todos! ¡Una puta, pero gratuita! Por favor, amo, lo necesito. ¡Tengo que ser tu puta gratuita, además de tu esclava!

Ni siquiera se había dado cuenta de que se había puesto de rodillas a sus pies, con las manos juntas en gesto de súplica.

—Quiero que pienses con calma en todo lo que ha pasado en los últimos minutos; lo que has vivido, sentido y pensado. Date cuenta de cómo has cambiado.

Ella se quedó distraída de nuevo, pero con sus pensamientos canalizados.

—Ahora, comprende que la magia es absolutamente real, que la foto es un hechizo auténtico, y que el poder del amo Claw es inmenso.

Sara se quedó boquiabierta.

—El amo Claw es mi amo, así que es aún mucho más amo tuyo que yo.

—¡Uoooohh! ¡Lo quiero conocer! ¡Por favor, amo, preséntamelo!

—El amo Claw quería que te pusiera en contexto, y ya lo he hecho.

—¡¿Entonces es la hora del sexo?!

—Te he dicho que no te voy a follar.

—Lo recuerdo, pero eso significa que sí que voy a hacerte sexo oral, ¿cierto? ¿Puedo chuparte ya la polla, amo? ¡Porfaaa! —gesto de súplica de nuevo. Él sonrió.

—Hay más formas de hacer disfrutar a tus amos sin que tú seas follada, por ejemplo, lamerles y masajearles el ano con lubricante… los hay comestibles con sabores para eso. y nos ducharíamos primero, no te preocupes…

—¡Vale! Nunca lo he probado, pero no me preocupo. ¿Y están buenos esos lubricantes?

—Eso no importa. La esclava debe dar placer a los amos y a quien se le ordene, su propio placer no importa. ¿Entendido?

—¡Entendido, amo! ¡Lo siento por mi impertinencia! ¿Puedo chuparte ya la polla? ¿O el culo? ¡Lo que tú quieras, amo mío!

—También hay hombres a los que podría ordenarte que complacieras, que podría gustarles que les follen por el culo con dildos, así que te pondrías un arnés de lesbiana con polla de goma y te los follarías analmente, pero tú no sentirías placer.

—¡Como ordene mi amo! ¡Y mi placer no importa, soy una esclava!

Él le puso la mano en la cabeza y le acarició el pelo, sonriéndole.

—Eres una buena esclava.

Sara, que seguía de rodillas, puso los ojos en blanco y se cayó al suelo de costado; comenzó a convulsionar, gimiendo y con su coño con rápidas contracciónes: esta vez sí tuvo un orgasmo, y fue inmenso.

—Ggaaaaghhahgaghooojhhagagh… —cada vez que recuperaba el aliento lo gastaba en nuevos gemidos y farfulleos. Un par de minutos después terminó el multiorgasmo, y su cuerpo poco a poco se recuperó del agotamiento y la falta de oxígeno. Él miraba el reloj.

—7 minutos. Menos de lo que esperaba para la primera vez —comentó cuando ella abrió los ojos, parpadeando.

—¿Qué hago en el suelo, amo?

—Otro de los efectos del hechizo es «las palabras de recompensa buena esclava y buena puta te provocarán multiorgasmos encadenados».

Ella se quedó boquiabierta. No sabía qué decir.

—Bien, la demostración ha terminado. Quiero que recuerdes en detalle todo lo que ha pasado. Memorízalo. Graba en tu mente como te has sentido. Y recuerda: la magia es real.

Ella tragó saliva.

—S-Sí… amo. Nunca lo olvidaré.

—Bien. Ahora, quiero dejar de ser tu amo. Ya no lo soy.

Ella se quedó pensando unos segundos, asimilándolo, y luego se puso en pie.

—Volver a la normalidad es un cambio más suave, como despertar de un sueño poco a poco, aunque te quieras aferrar a él. Es el fin del hechizo. Dime, Sara, ¿cómo te sientes?

Ella se puso en pie antes de responder.

—Me cago en mi puta vida, ¿qué coño me has hecho, cabrón? —intentó decirlo con energía y tono acusatorio, pero le salió un susurro de perplejidad anonadada con un deje de admiración. Y al darse cuenta de que estaba impresionada, se lo reconoció a sí misma: «¡Joder, esa mierda me ha encantado!». Recordaba con claridad cada detalle, cada sentimiento. Todo era de un modo u otro, positivo y grandioso. Por muy tóxico que su mente racional le dijera que fuera algo, le daba completamente igual: eso no borraría la experiencia vivida.

—¡Quiero más! —y se arrodilló suplicando de nuevo—. Esta vez te lo pido yo: por favor, amo, ¡vuelve a hechizarme! ¡Usa tu magia y conviérteme en tu esclava!

—Lo que tú quieres es que te vuelva a recompensar —replicó él socarronamente, y ella comprendió que era cierto. Desde luego, había sido la mejor parte.

—¿Qué puedo hacer por ti para que hagas eso por mí? —dijo lo más sensualmente que pudo, y deslizó las manos por el interior de los muslos de él, camino a su entrepierna. «Tengo hacerle a este cabrón la mejor de la Historia. ¡Hijo de puta, necesito más!»

Le sacó la polla de los pantalones con rudeza y se sorprendió con el tamaño, la forma y la textura venosa. Era como la polla ideal del porno bien cribado y seleccionado de pases vip de webs porno de pago. O mejor. «¡Tienes que estar de coña, ¿encima tienes este pedazo de pollón?! ¡Vamos hombre, no me jodas! Bueno, no, lo contrario. ¡Jódeme ya, cabrón!», pensó mientras la lamía de arriba a abajo como preliminar, y trataba de arrancarle la mirada de deseo adecuada antes de metérsela. Pero aunque el pollón rígido de piedra parecía desearlo, el hombre la miró con la solemnidad de una montaña.

—¿Qué tengo que hacer para que me jodas? Tienes una polla increíble. Me encantaría tenerla dentro de mí. Por favor… amo. ¡Seré tuya! Da igual que no uses el hechizo… todavía. ¡Hoy, esta noche, seré tu esclava sin necesidad de magia! Pero necesito esta polla. Fóllame. Hasta romperme el coño. ¡Lo necesito!

Él seguía contemplándola con un estoicismo inamovible, en contraposición a los pequeños espasmos de excitación de su polla a medida que ella jugaba con ella. No dijo nada y ella se picó: se la metió de golpe en su boca y le hizo la mejor mamada que pudo; nunca en su vida se había esforzado tanto, e incluso le logró hacer un garganta profunda completo a esa polla descomunal, algo que creía imposible. Necesitó varios intentos y contenerse las arcadas, y lograr la posición correcta de su cuerpo y el ángulo de su cuello para que pudiera entrar limpiamente en línea recta, pero lo consiguió. También jugó con sus huevos acariciándolos, y presionó el perineo, y en definitiva, le hizo de todo lo mejor que supo; era la falta de ideas y no las ganas el obstáculo, y aun así, a él parecía no afectarle en lo más mínimo. Como si la polla ni siquiera fuera suya. Y también parecía tan cerca del orgasmo tras media hora como en el primer segundo. Pero de allí no salía nada.

—¿Qué es lo que falla, amo? ¿Qué me falta?

—Que yo no quería que lo hicieras.

—Pero… oh.

Soltó su formidable miembro y se puso en pie. Recuperó la compostura y se vistió de nuevo, porque estaba sudando y se había quitado la ropa que le estorbaba. Se sentía avergonzada, pero no del tipo excitante.

—Sara, ahora que conoces la magia, la has vivido y comprendes el contexto en el que estás, te pregunto: ¿te unes a nosotros?

—¿Pero quienes sois vosotros? Todavía no me has explicado nada.

Él se sacó un reloj de oro del bolsillo de estilo siglo XIX.

—Cuando sostienes este reloj no sólo no puedes decir mentiras, sino que las promesas y los juramentos son sagrados, y cuesta mucho esfuerzo romperlos; y si aun así se hace, el castigo mágico es terrible.

Y se lo puso entre sus manos. Ella miró el artefacto sin saber ni cómo reaccionar, pero sentía que era peligroso. «¿Pero no lo será si no miento ni me comprometo a nada, no?», se tranquilizó.

—El reloj marca las 12: es la hora de las promesas. Susan, ¿prometes guardar el secreto de la magia a los que no formen parte de ella y su mundo?

—Yo… eh… supongo que sí…

El reloj brilló y le quemó las manos, dejándolo caer.

—¡Ay!

—Tan poca convicción tienes que parece una mentira. Recógelo e inténtalo de nuevo, y recuerda: no hagas enfadar a los magos revelando sus secretos. Es mejor que seas discreta. ¿Prometes no revelar nada?

—Sí.

El reloj siguió frío.

—Bien. ¿Prometes no traicionar al amo Claw?

—En realidad ni siquiera lo conozco. No puedo prometer nada tan trascendental. Lo de las traiciones y… en fin, experiencias vitales, es como muy lejano, ¿sabes? No estoy acostumbrada a pensar en esos términos. Ni a luchar, ni nada por el estilo. Soy camarera con grado medio de administrativa. O sea, secretaria. Sé que ya nadie nos llama secretarias, pero…

—Sara.

—Sí. Bueno, está bien: prometo que si no me jode la vida, si no me pone en peligro a mí o a los míos, si no me da buenas razones, no traicionaré a Claw: después de todo, es como mínimo un amigo. A menos que me la haya jugado con la magia, que aún no lo tengo claro. Tengo mucho en qué pensar todavía para asimilar todo esto, lo de la foto y lo de esta noche. Y todavía no sé qué sentiré por Claw cuando por fin me lo folle… ¡¿Pero qué putos cojones es esta mierda, joder?!

Dejó caer de nuevo el reloj en la alfombra, asqueada.

—¡Eso no es un detector de mentiras, te hace hablar más que un borracho cornudo en su despedida de soltero! ¡Soltar todo lo que se te pasa por la cabeza no es decir la verdad!

Él recogió el artículo y le limpió el polvo. Se lo guardó con cuidado y se puso en pie:

—Suficiente: ha llegado la hora de jugar.

«¿El juego? Ya lo había olvidado. ¡Se supone que para eso ha venido aquí este tío!»

—¿Y en qué consiste exactamente? —esta vez no se aventuró a decir nada hiriente o ingenioso: realmente no tenía ni idea de qué podía tratarse, el abanico de expectativas se había abierto en toda una nueva dimensión.

—Tiene muchos nombres: el que a mí me gusta es «chupa, chupa, que yo te aviso».

—¿Eh? ¿Ahora sí quieres que te la chupe? Por mí encantada, pero espero que en algún momento me la acabes metiendo. Porfa.

—El primer paso es salir de casa.

—¿Eh? ¿Quieres hacerlo en un parque público? ¿Eres exhibicionista?

—El siguiente es buscar una pareja que se esté haciendo sexo oral.

—Vaya, eres un voayeur —intentó ocultar su decepción, sin éxito—. Oye, a mí no me va mirar, soy más de hacer.

Él sacó una carta del bolsillo de su camisa blanca. Era rígida y parecida a las del tarot, con un dibujo extraño. De hecho, Sara no supo identificar lo que representaba.

—Vamos a usar esta carta mágica.

Ella se puso seria.

—¿Me vas a dar un objeto mágico? ¿A mí, que no tengo ni idea? ¿Y qué hay de los riesgos de seguridad? Tiene que haber instrucciones, o mejor, un prospecto en alguna parte, advirtiendo de los posibles efectos si algo sale mal. Rollo cortocircuitar un pedazo de la realidad o algo así. No me des eso, hombre, por Dios.

—En realidad no iba a hacerlo… voy a usarla yo. Tú no sabes, evidentemente.

—Ah…

—Con esta carta podremos escuchar los pensamientos de ambos, y ver parte de sus emociones y su intensidad.

Ella se indignó.

—¡La privacidad de pensamientos es la más importante!

—Descubriremos si quieren a su pareja, por qué le hace sexo oral realmente, si el lado receptor es egocéntrico o piensa en la otra parte, si miente al decir que ya le avisará…

—Un momento… ¿me estás hablando de cotilleos y chismes? Hum… ¡No, no, no, está mal!

—Y el juego consiste en apostar: al final de la noche, quien haya acertado más veces la persona más criticable de cada pareja, ganará.

—¿Qué clase de juego de mierda es este? Me esperaba algo más… digno de un objeto con este poder.

—Era broma. En realidad, tú vas a usar esta otra carta —y se sacó otra del bolsillo. Se la enseñó sin dejar que la tocara, y esta vez vio un dibujo claro y sencillo a sus ojos: una pluma escribiendo en un rollo de pergamino que se introducía dentro de la silueta de una cabeza humana.

—¿El hecho de que sí comprenda el dibujo indica que soy compatible?

—Exactamente. La activé diciendo tu nombre mientras esperaba que me abrieras. Ha grabado toda tu experiencia desde entonces, y lo sigue haciendo.

Ella se quedó boquiabierta de nuevo.

—Eso significa…

—Significa que más adelante podrás acceder y reproducir tus recuerdos: aunque no los vas a olvidar, con esta carta los vivirás exactamente igual que si volvieran a suceder: tus pensamientos serán invadidos por los viejos, y eso es perturbador, verse arrastrado de esa forma; es mucho más fácil de oponer resistencia a grabaciones de mentes ajenas, que no encajan con nosotros.

—¿…significa que voy a poder revivir lo de antes? ¿Y si en vez de oponer resistencia, me abro de piernas? ¡¿Sería revivirlo otra vez las veces que quiera, creyendo cada vez que es la primera, con todo exactamente igual?! ¡Guau! ¡Lo quiero probar! ¿Cómo se hace?

—Paciencia, todavía no. Tan sólo tienes que sostenerla y decir el nombre de una persona físicamente cercana, y todo lo que percibas se grabará como en un disco duro. Sabremos el nombre de los que observemos gracias a mi carta lectora de mentes. Pero la gran cantidad de información que captaremos no serás capaz de procesarla; no todavía. Pero quedará clasificada y ordenada en tu carta: podrás entrar en las grabaciones de las mentes de las personas. ¿Comprendes lo que estoy diciendo?

—Creo que sí… ¡Voy a poder saber lo que siente un tío cuando le comen la polla! Sólo tengo que abrirme de piernas sin ofrecer resistencia, ya veo. Incluso creeré ser él si no me resisto, ¿verdad? ¿Qué pasará con mi cuerpo? ¿Me desmayaré?

—Sí. Para mí será como si cayeras en trance. Pero tú navegarás por sus recuerdos. Más adelante, con práctica, serás capaz de filtrar y aprender de las experiencias ajenas. Una manera de refinar sabiduría.

—Eso no me interesa, tú dame rabo y luego hablamos —le sujetó el paquete.

—Deja de bromear. ¿Comprendes el propósito de este juego?

—Sí —le soltó—. Empatía. Y no es un juego, eso sólo fue la forma de venderme la moto que se le ocurrió a Claw para meter un desconocido en mi casa.

Él sonrió.

—Así es.

—¡Lo sabía! ¡Claw es un cabrón, siempre se aprovechó de mí!

—Claw jamás ha hecho nada que tú no quisieras o te gustara…

—¡Venga ya! ¡Pero si me ha hecho lesbiana! Bueno, medio lesbiana.

—¿Es que cuando te masturbas con porno lésbico no miras La Foto ni acaricias tu collar?

—Eeh… eso no cuenta.

—¿Si pudieras retroceder en el tiempo con magia, evitarías conocer a Claw a cambio de borrar tus recuerdos de esta noche y no poderlos revivir con la carta?

Se quedó paralizada.

—…No —dijo al fin—, por la paradoja del abuelo: si no lo conozco tampoco podría conseguir el artefacto para viajar en el tiempo, así que lo conocería, así que… bucle infinito.

¿Y quién te dice que no estás en pleno bucle?

Ella se quedó boquiabierta y se sintió como si alcanzara La Iluminación.

Luego se le pasó.

—Claw me quiere usar de esclava sexual por sus fantasías y perversiones, y ha hecho que a mí también me guste todo esto. Es inmoral.

—Su magia ha amplificado rasgos que ya estaban en ti, y lo orienta a que ambos disfrutéis juntos como dos piezas de un engranaje que se complementa. Claw no es un buen ejemplo de hombre inmoral.

—Yo no soy profesora de ética, pero tampoco me hace falta para ver el autoengaño. Si me hubiera dado un «consentimiento informado» antes de mandar la foto, me hubiera negado.

—Y por eso no lo hizo. En cambio, ahora que sabes lo que sabes y te sientes como te sientes, ¿realmente deseas que eso no hubiera pasado?

Una vez más, él la dejó sin palabras.

—Mi yo actual… no. No quiere cambiar esto. Pero debería prevalecer mi yo anterior.

—En realidad Claw hizo una copia de seguridad del estado de tu mente: al mismo tiempo que comenzó a influirte, en el otro extremo del circuito mágico guardaba la mitad espejo. Puede revertir los cambios si estás realmente segura, pero no lo hará hasta que pase un tiempo para que pruebes esta nueva vida.

—¿Me lo estás diciendo en serio?

—Sí, Sara: si realmente estás segura, volverás a ser como antes. Pero no hoy, ni la semana que viene. Antes, Claw te pide formalmente que te unas a nosotros, si eres apta, y pruebes por un tiempo tu nueva vida.

—Es decir, que me vuelva adicta a ser una esclava y una puta para cualquiera… que… passseeehhghh… —se estremeció y se acarició sobre la ropa sus tetas y su coño, pero se resistió.

—Es una forma de verlo. También eres adicta a comer comida, y si no lo haces te mueres. ¿Prefieres quitarte esa necesidad a cambio de renunciar al placer de la gastronomía?

Ella tragó saliva y le golpeó el pecho.

—Los dos sois unos cabrones… —murmuró cabizbaja— sabéis la respuesta.

—Ahora, antes de la gincana de aptitud, vienen algunas lecciones de empatía: ¿no estabas deseando saber cómo sienten los hombres el sexo?

Y osciló la carta grabadora ante su cara.

—Tú… no sé quién es más cabrón de los dos, pero tú te mereces que te ate los huevos y no vuelvas a correrte por más veces que te coma ese pollón que tienes, hijo puta… —y resignada, tomó la carta mágica.

Vio brillar un dibujo en el suelo, un gran emblema rosa, y giró antes de desaparecer.

—¿Qué coño ha sido eso?

—La carta te ha reconocido como nueva propietaria. El brillo de mi magia es amarillo, ¿y el tuyo?

—Rosa. Es mi color favorito… o lo era, hace mucho tiempo. Creo que ahora…

—El rojo y el negro. Sexy y elegante. La diferencia entre la niña que jugaba con muñecas y…

—…y la mujer que juega con pollas. Está bien, me apunto. Por lo menos esta noche. Total, ¿qué tengo que perder?