El amo Claw y Sakura cartomante 2:La carta escriba

Misión de infiltración y robo de una reliquia mágica a las órdenes de Claw, pero Sara no será fácil de convencer.

2

La carta escriba

—¿Puedo saber tu nombre? —preguntó Sara, junto a una vivienda unifamiliar. Habían ido hasta allí a tiro hecho, no era una al azar. Era cerca de la una de la madrugada pero todavía había una luz encendida en la segunda planta, la del dormitorio, adivinó.

—No hasta que pases esta prueba.

—No me confundas. ¿Cuáles son exactamente?

—Primero empatía y compatibilidad: veamos si puedes obtener la combinación de la caja fuerte.

—¡¿Qué?!

—Dentro guarda una reliquia que estamos buscando. El amo Claw quiere conseguirla sin luchar.

—Porque comprarla no es una opción, claro que sí —Sara se cruzó de brazos—. No soy una ladrona, y no voy a empezar ahora. Me voy.

—No, esa reliquia no está en venta porque es un tesoro familiar que pasa de generación en generación.

—¡Pues con más motivo! —y se dio media vuelta.

—Se trata de un objeto mágico peligroso. No debe estar en malas manos.

Sara se detuvo, pero no se giró. Estaba a un paso de la esquina, y un poco más allá había una plaza con una pequeña parada de Taxis; seguramente podría tomar uno sin siquiera esperar a esas horas. Era una zona residencial, no de fiesta, pero no lejos del centro.

—¿Por qué es peligroso?

—El amo Claw siente predilección por los artefactos de tipo carta, pero este es de tipo mapa: es un rollo de pergamino que se adapta para mostrar el camino hasta un objetivo.

Sara intentaba comprender qué tenía eso de peligroso.

—¿Y ya está?

—Sus limitaciones son que no dibuja el punto exacto de tu objetivo, ni está exactamente en el centro. Lo puedes considerar un margen de error de kilómetros, pero acota mucho la búsqueda. No es de tipo mundial, pero hoy en día es rápido saltar entre subcontinentes para que tu objetivo entre en su radio de detección.

—Explícame qué tiene de peligroso un «buscar mi teléfono» con una ciudad de margen de error.

Él sonrió con condescendencia.

—Permite a organizaciones con tiempo y dinero encontrar todo tipo de objetos mágicos, pero también a personas que se ocultan.

—Perfecto para encontrar criminales.

—¿Sabes lo que es la protección de testigos?

Ella lo midió a dos pasos, cara a cara, y entrecerró los ojos.

—Intento averiguar de qué lado estáis.

—No somos criminales; de hecho, el amo Claw quiere conseguir esta reliquia sin derramar sangre. Le preocupa que en cuanto esta información circule, auténticos criminales actúen con violencia. Y aún peor, consigan el mapa.

—Así que Claw quiere en exclusiva una herramienta que le permitiría encontrar cualquier objeto mágico. Eso es avaricia.

—Piensa en lo que harían las personas inmorales con la magia; lo que de hecho, ya hacen y tú no lo sabes.

—¿Existe una policía mágica o algo por el estilo?

—Hay muy pocos usuarios de reliquias en el mundo, y en general se vigilan unos a otros. Hay bastante estabilidad, pero también algunos disidentes problemáticos y sin escrúpulos. El equilibrio es delicado y el poder depende de la cantidad y calidad de objetos que puedan acaparar.

—¡Ja! Lo sabía. Pura avaricia.

—Si tú no lo haces, lo haré yo. ¿Te apuntas o debo borrar tus recuerdos de esta noche?

Ella pensó en silencio. Sintió la llamada a la aventura y se dejó llevar.

—Para poder usar el mapa primero tiene que conocer el nombre propio del objeto o persona, ¿cierto? Como con la carta grabadora mental que has usado conmigo.

—Así es.

—¿Qué está buscando Claw realmente? Quiere aumentar sus filas. ¿Es que se avecina algo peligroso? —su corazón se aceleró—. Si es así, no quiero meterme en líos…

—Lo primero que hará con el mapa es buscar un lugar.

—¿De qué tipo?

—Uno especial; no es donde se esconde nadie, si es lo que te preocupa.

—¿Y qué contiene? ¿Es la cámara de un banco? ¿La cámara de los secretos? ¿La cueva de Aladino con la lámpara mágica?

—El almacén del Macdonal con la salsa Szechuan de Mulán para los Macnágets.

—Muy gracioso.

—No puedo decirte más. Por ahora. ¿Te apuntas o pasas?

Ella tragó saliva y dudó por última vez. Objetos mágicos, lucha por el poder de organizaciones secretas, la búsqueda del tesoro…

—Estoy dentro.

—Bien —le palmeó el hombro—. Por cierto, he estado usando la carta de discreción: crea una burbuja con filtro de percepción, por eso la chica medio borracha que ha pasado ni sabía que estábamos aquí.

—Je, la carta del Voayeur. Soy adivina. ¿Pero qué hay de las cámaras de seguridad? —preguntó Sara señalando una—. Esta casa está protegida, y según el cartel, también tiene alarma. Es cosa seria.

Él guardó silencio mirándola con su habitual calma.

Luego agachó la cabeza y se rindió.

—Mierda. Las instrucciones no decían nada sobre cámaras. Todavía no se habían inventado.

—Qué más da —lo animó encogiéndose de hombros—. Sólo somos dos personas hablando en la calle. No creo que tengan suficiente definición para leernos los labios. ¿Pero cómo vamos a entrar?

Él se sacó otra del bolsillo de la camisa. Parecía tener al menos media baraja.

—La Carta del Portal: al otro lado del muro.

La carta emitió un brillo amarillento, un tenue emblema circular amarillo apareció a los pies de él, y ella abrió los ojos como platos cuando se formó un disco de luz amarilla en el muro; giraba sobre sí misma y tenía una textura siempre cambiante, sin duda mágica.

—Sígueme —le pidió, y cruzó al otro lado. Desapareció como si nunca hubiera estado allí.

Sara tenía muchas dudas acerca de la desintegración, de si sería ella misma y no una copia cuando lo atravesara, y se preguntó qué pasaría si algo fallara: ¿se materializaría con sus átomos intercalados entre los huecos de los del muro, fundida a la pared?

Pero finalmente se atrevió a cruzar el portal.

—Joder… —se estremeció al llegar al otro lado. Estaba en un jardín, y el perro no parecía haberse enterado de su presencia porque seguía dormido.

—Es extraño la primera vez. Vamos —y él caminó como si fuera su propia casa.

—Espera, ¿qué hay de la alarma y las cámaras? Además, la cámara tiene que haber captado la luz. Con la exposición nocturna tiene que haberse puesto blanco deslumbrante el monitor de la sala de cámaras.

—No es ese tipo de seguridad activa —comentó caminando tranquilamente por el jardín. Los grillos no enmudecían a su paso—. Sólo es grabación por si hay que consultarla más tarde. Y de todas formas, la luz mágica es invisible a las cámaras y a los ojos humanos corrientes; de hecho, me sorprende que hayas visto mi fulgor. Pensaba que por ahora sólo podrías ver el tuyo.

—¿Y eso qué implica? —preguntó inquieta, abrazándose a sí misma y preocupada por si alguien la pillaba cometiendo allanamiento de morada.

—La magia es más poderosa en aquellos sensibles a ella; gracias a La Foto el amo Claw comprobó también que tenías potencial para usar adecuadamente al menos las reliquias de bajo nivel —se detuvo frente a la entrada principal, una robusta puerta blanca que ella intuyó que estaba blindada—. Pero el hecho de que puedas ver mi magia sólo una hora después de sincronizarte con una reliquia por primera vez, me dice que se ha quedado corto en sus estimaciones. Al otro lado de la puerta.

Repitió la operación y la atravesó. Esta vez Sara se preocupó sobre coincidir con él si no se apartaba a tiempo, y esperó. ¡Podrían acabar fusionados! ¿Era posible incluso la reacción nuclear si coincidían algunos de sus átomos en el mismo espacio? Él tocó la puerta con el dedo como señal para que se diera prisa, y ella cruzó muy lentamente, sintiendo hormigueo cálido por todo su cuerpo.

—No me puedo acostumbrar a esto. Es muy peligroso.

—La carta tiene sus propios mecanismos de seguridad, no te preocupes.

—Podrías habérmelo dicho antes. ¿Por qué siempre especificas a dónde ir? Podrías haberlo dicho en mi casa.

—El portal de salida sólo puede alejarse unos metros. Pero eso es suficiente para alejarse dos o tres pisos en un edificio, hacia arriba o hacia abajo.

—Entonces no es un auténtico teletransporte…

—No finjas decepción. Estás impresionada.

Ella torció los labios y desvió la mirada. Estaban en un pasillo ricamente decorado, había una larga alfombra rojiza y cuadros en la pared; candelabros eléctricos que simulaban llamas naturales alumbraban de forma acogedora, y de inmediato Sara quiso vivir allí.

—Están arriba —dijo él, y subió las escaleras blancas. Llegaron hasta el dormitorio del que salía una rendija de luz por el hueco inferior de la puerta, y él usó la carta de nuevo.

—¿Por qué no la abres?

—Sería muy raro que la puerta hiciera ruido y la vieran abrirse por sí sola, ¿no crees? Aunque este hombre no crea en fantasmas, tiene ciertas nociones de la magia que circula por el mundo, y toda su dinastía sabe que hay intereses importantes detrás del mapa.

A ella le pareció extraño que algo tan estridente fuera la opción más discreta, pero lo siguió una vez más. Dentro él ya tenía en la mano la carta de lectura de mentes, y brillaba con luz amarilla.

Después miró la habitación y se encontró una escena más chocante de lo que esperaba: no sólo había una pareja follando: el hombre de mediana edad estaba tumbado en una cama de lujo, y una mujer con coleta totalmente desnuda a excepción de medias negras, montándolo lenta y sensualmente. Pero en total era un harén de 4 mujeres, tres de ellas mirando a los lados de la cama, masturbándose o jugando con sus pezones. Estaban semidesnudas y vestían con distintos estilos: reconoció a «la colegiala cachonda con trencitas», que tenía una teta fuera con el tirante del hombro deslizado por el brazo y tenía el pelo castaño. Pellizcaba su pezón libre y el hombre, que la miraba en lugar de a la que tenía encima, parecía haberla elegido como la siguiente de la lista. También estaba la ¿dominatrix? vestida de cuero negro brillante, con altas botas, arnés que apenas le tapaba los pezones pero comprimía sus tetazas, y dejaba al descubierto el vientre atlético. Tenía guantes de seda negra y se acariciaba su clítoris con cuidado, como si no quisiera mancharse las manos. El coño de Sara hormigueó al recordar la dichosa foto, y centró su mirada en la tercera: era la típica pornochacha francesa, y era la que estaba más tapada. Parecía estar haciendo cosplay de algún hentai, incluso tenía grandes gafas redondas para ver cómo se le corrían encima sin cerrar los ojos, chocando con las gafas.

—Esto es muy fuerte —se quejó—, deberíamos irnos. Es invasión de su intimidad.

—Tres de ellas son prostitutas de lujo, y la otra es su sirvienta. Hace esto cada fin de semana.

—Detente. Sácala —ordenó el hombre, y la mujer que lo montaba obedeció—. Ya está, sigue —y volvió a meterse su polla. Intentaba no correrse.

—¿Qué me intentas decir con eso, lacayo? —preguntó Sara. Él se picó y la miró entrecerrando los ojos. «Ya no eres tan estoico, ¿eh?».

—Para ti, soy tu amo, ¿recuerdas, esclava?

—¡Ah!

Sara se derrumbó arrollada por el torrente de emociones; de golpe volvió a sentirse como en su salón, cuando él la convirtió en esclava. Sus pezones y clítoris se hincharon y endurecieron en el acto, su coño se mojó y calentó, y su cuerpo ardía; se arrastró hacia él y logró ponerse de rodillas.

—¡Amo, dame órdenes! ¡Por favor! —suplicó juntando las manos de nuevo.

—Me tratarás con respeto.

—¡Síii! ¡Siempre!

—Ya no eres mi esclava.

Medio minuto después Sara se puso en pie y se sacudió el polvo; intentó fingir que no había pasado nada porque se lo había ganado.

—¿Ahora qué tenemos que hacer?

—Lo primero, dime qué tipos de relación conecta a esas personas.

—Pero eso ya me lo has dicho, tres son putas y una es su sirvienta… a la cual se folla… oh. Ya veo lo que quieres decir.

La sirvienta con gafas llevaba una máscara; intentaba ocultar su dolor. Su tristeza.

—Está enamorada de él.

—Muy bien —asintió—. ¿Pero él lo sabe?

Eso le costó verlo un poco más. Observó al grupo, cómo se miraban entre sí, cómo la sirvienta estaba al margen sin ser una de ellas, cómo para el señor de la casa esta no era especial aunque se vieran todos los días.

—No. Conviven, así que sería… cruel.

—Sería cruel. ¿Pero lo sabe?

El hombre ordenó intercambiarlas, y le tocó a la colegiala; ni siquiera miró a la sirvienta y su rayo de esperanza, que se truncó y le costó reprimir las lágrimas. ¿Cómo no podía verlo él? La falsa colegiala con minifalda se la arremangó y lo montó. Sara notó que el hombre no usaba condón.

—Me da igual que las pu… prostitutas se tomen la píldora. ¿No les preocupan las ETS?

—Las de lujo tienen una clientela muy selecta, escasa y fija en el tiempo. Digamos que creen que corren menos riesgos y cobran mucho más. ¿Sabes ya la respuesta?

—Para él todas son igual de cercanas. Si supiera que la sirvienta está enamorada… la relación habría cambiado.

—¿Estás segura?

La colegiala fingió un orgasmo; o eso intentaba creer Sara. Siguió follándoselo como si nada, hasta que él le dijo que parara. La sostuvo de las caderas, y esta vez fue él quien la bajó y la folló con ganas a pesar de estar debajo. Duró poco y tuvo que detenerse. Luego siguió ella de nuevo, lentamente. El emisario de Claw chasqueó los dedos ante Sara.

—¿Hola? —ella se limpió la baba y notó lo cachonda que estaba. Tragó saliva. Quería ser la siguiente. Ese cabrón follaba bien, y ese público la excitaba más. «¡Joder! ¿desde cuándo me pone que me miren follando?».

—¿De qué estábamos hablando?

—¿Él sabe que la sirvienta le ama?

—No lo sé.

—Sigue observando.

La colegiala se corrió de nuevo, y esta vez Sara supo que era real; él la sujetó de las caderas para no correrse también. Luego se la quitó de encima.

Se tomó un momento de descanso y bebió del baso de agua en la mesita, y miró a las cuatro para elegir con quién seguir. La doncella francesa parecía un perrito suplicando jugar. Intercambiaron miradas, Sara estuvo segura, y finalmente eligió a la dominatrix. La sirvienta hizo un gran esfuerzo por ocultar su decepción y tristeza. Sara también supo que se sentía humillada y rechazada. ¿Cómo podría preferir a las demás? Después de todo lo que ella hacía por él…

—¡Hijo de puta!

—Por fin lo ves.

Sara sacó la carta grabadora del bolsillo y la miró: emitía un suave brillo rosado.

—¿Ha sido la carta o he sido yo?

—Yo he facilitado las cosas con la lectura de mentes. No sabía si captarías demasiado o demasiado poco la primera vez; parece que es lo segundo. Pero tras un poco de esfuerzo, digamos que ahora eres capaz de sintonizar fácilmente lo que emite tu propia carta, y ella está conectada con la mía. La tuya responde activándose por sí sola porque ella quiere que la uses. Ahora estás «en la misma onda» que las cartas y yo.

—Lo dices como si tuviera personalidad propia: «ella quiere».

—Y así es.

—Anda ya. Es un objeto.

—Imagínatelo como una inteligencia artificial décadas por delante de la actual.

—Y sin embargo sigo sin estar invadida por pensamientos. A pesar de que me «sincronizo» más de lo que esperábais.

—Empiezo a creer que eso es porque también tienes mucho más control; la autoridad sobre las reliquias es un don importante, uno de los que distingue el poder de sus usuarios.

—¿Cómo respondo a su llamada? Dices que se ha activado por sí sola, así que ¿qué tengo que hacer yo?

—Tan sólo elegir un nombre —sonrió—. Y por eso no debes saber el mío hasta que Claw decida que eres digna de confianza; tendrías acceso a sus secretos a través de mi mente. No a todos, pero demasiados.

—No lo entiendo. La carta telépata es la tuya.

—Tu carta la complementa y está conectada. Aunque yo no quiera compartir mis pensamientos, a través de la tuya pueden ser grabados.

—Entiendo. Pero no sé cómo se llama esta gente.

—Él se llama Charles, es extranjero. No necesitas saber más.

Sara señaló a la doncella.

—Quiero saber cómo se llama ella. Quiero grabarla. Quiero que ese cabrón sepa lo que siente. ¿Podemos hacer transfusión de emociones o algo parecido?

Él sonrió y asintió con la cabeza.

—No estaba en el plan del amo Claw, pero… qué diablos: se llama Sophie.

Sara alzó la carta con decisión a Sophie, quien fingía rascarse la cara para limpiarse las lágrimas con un dedo, mientras la dominatrix, que había atado al hombre por las muñecas, lo cabalgaba casi furiosamente.

—Así la carta captará el 100% de su mente y emociones, ¿es eso? Oye carta, quiero que leas a Sophie por mí; ¿lo harás?

De nuevo un fulgor rosado, tan deslumbrante como la primera vez, y vio de nuevo el círculo mágico a sus pies, lleno de otros pequeños símbolos que esta vez pudo apreciar en detalle. La luz desapareció, pero el dibujo de la carta se movía mostrando la pluma escribiendo en el pergamino. La cara de Sophie, translúcida, había sustituido a la impersonal silueta de una cabeza en la que se introducía el pergamino en la lejanía. Además, la carta estaba caliente al tacto. Incluso Sara creyó notar por un momento el pulso de la carta, como el de su propio corazón, pero se dijo a sí misma que era la confusión con el pulso del pulgar: «por eso nunca hay que tomar el pulso con ese dedo».

—¡Aaaaaaah! —gritó el hombre mientras se corría, y la mujer aceleró aún más.

—¡Para, para!

—Y ella aceleró más todavía.

—¡Aaaaah!

Sophie desvió la mirada y se tapó la cara. Comenzó a llorar, hipando en silencio. La colegiala y la desnuda con medias la miraron de reojo con desprecio disimulado.

—Me dijiste que sería demasiada información, pero no noto nada aunque también he activado la mía.

Él la miró en silencio.

—¿Qué?

—Eso no es normal.

—¿Qué es lo que falla?

—No deberías tener tanta Autoridad. Incluso yo tengo que resistirme cuando la información entra en tromba en mi mente. Es como si la carta tuviera cuidado de no molestarte.

—A lo mejor le caigo mejor que tú.

—Bueno, la Afinidad es otra cualidad de los usuarios de artefactos, pero está limitada a aquellos con los que tengas alta compatibilidad. Es muy común, pero limita la variedad. La Autoridad sirve con todos.

—¿Por qué tengo la sensación de que estás seguro de que no es Afinidad?

—Porque las cartas son muy escandalosas cuando eso pasa. Mucha luz, ruido, temblores, chispitas… como una fiesta. La tuya intenta no llamar la atención. Incluso apagó su luz apenas dijiste el nombre de Sophie, como si no quisiera deslumbrate.

—Tienes razón, me molestaba en los ojos. También en mi casa. Imagino que primero reacciona muy fuerte brillando mucho por la alta compatibilidad. ¿Entonces me tiene miedo?

—No, es más parecido al don de mando: te respeta.

Sara sonrió con orgullo.

—Dime cómo se llaman las demás. Quiero reproducir esta orgía para… propósitos de investigación sobre artefactos mágicos. Quiero hacer comparativas. ¿Tiene efecto retroactivo?

—Sí, es como si mi Carta Lectora de Mentes tuviera un depósito temporal, y la tuya puede consultarlo.

—Un buffer, ¿eh?

—Sharon, Christine y Stephanie.

—¿Son todas inglesas?

—Como a él le gustan.

Sara dijo sus nombres.

—Quiero que grabes todo lo que han vivido estas chicas desde que hemos entrado en esta habitación.

La carta mostró una por una nuevas caras, más pequeñas y en la parte superior. Después se iban alternando con la cara más grande en cuya cabeza entraba el rollo de pergamino. Luego la pluma redujo su ritmo a la velocidad normal.

—Ya está —dijo él mirando por encima del hombro.

Mientras tanto, Charles había descansado, y las chicas se habían vestido.

—¿Mister Charles?

—¿Yes?

Sara oyó en inglés cómo ella le preguntaba cuando sería su turno; él le respondió que ya se había corrido tres veces, y no tenía ganas de más, que tal vez al día siguiente. Luego ella le preguntó si al menos podía chupársela, y él le dijo que no, pero que podía hacerlo a la mañana siguiente para despertarlo. Ella asintió resignada, era como el premio de consolación. Las demás mujeres la miraron con altivez sintiéndose superiores. Al final era la única que no había sido penetrada. Otra vez.

—¿Podría ser que él no la penetre precisamente porque sabe que está enamorada?

—¿Tú crees? Léelo de una vez.

El hombre fue al baño anexo al dormitorio por otra puerta, y orinó. Luego se acostó. Las mujeres le preguntaron si ya podían irse.

Él les dio permiso, y Sara supo que recibían periódicamente transferencias en su banco. «Más elegante y ordenado que el efectivo», decía él.

—Graba a Charles. Almacena todo lo que ha vivido desde que entramos en la habitación —y tragó saliva. Podría revivir aquello desde el punto de vista del hombre. Pero luego sintió asco por ser un cabrón: sólo con preguntárselo a sí misma, supo la respuesta como si siempre hubiera estado en su mente: sí, él sabía que Sophie le amaba. Y no se la había follado simplemente porque la tenía muy vista y no le apetecía; y le daba igual cómo se sintiera ella, «no es mi culpa que se enamore de mí». Tampoco le importaba verla llorar, sólo le disgustaba y evitaba mirarla para no cortarle el rollo.

Pero aun así, siempre la hacía acudir a sus orgías por si le apetecía follársela una vez que estuviera cachondo. La obligaba a estar, y a mirar. Y ella, fiel, obedecía.

—Voy a pegarle un puñetazo —dijo Sara avanzando hacia el hombre, arropado con una sábana de seda. El emisario la sujetó del brazo y la apartó, porque las mujeres ya se dirigían a la puerta y se hubieran chocado. Después sólo quedó la sirvienta.

—My master…

—I am only your boss.

Sara supo que era sumisa, y que aquella situación no sólo era dolorosa para ella, también era parte de lo que le ponía cachonda. «Menudo conflicto de intereses», pensó Sara. Sabía que la entrepierna de Sophie también estaba mojada, a pesar de todo. Empapada y todavía caliente, de hecho.

—Please, can i…?

—No. Good night.

Ella se inclinó en reverencia de estilo oriental, como a él le gustaba, y se marchó.

—Tengo que patearle los huevos, suéltame.

—Más le dolerá perder la reliquia…

La reliquia. Habían ido a robar, después de todo.

—…Y ya has visto que no es buena gente. Tampoco sus antepasados lo fueron. Además, si no lo hacemos nosotros, alguien mucho más violento y peligroso lo hará; el amo se ha hecho con el chivatazo en el mercado negro de información. Pronto habrá otros clientes.

Sara asintió, sin estar convencida del todo, pero aceptó.

—Carta —dijo alzándola de nuevo—, muéstrame dónde está la caja fuerte, y su combinación. Ah, y si hay trampas también. O alarmas. Todo lo que necesito para abrirla de forma segura.

Y como si Sara siempre lo hubiera sabido, como si hubiese crecido en esa casa, supo qué hacer exactamente. Cruzaron el portal, fueron hasta la habitación cerrada con llave, abrió la cabeza de un busto del pasillo y giró el dial de combinación marcando el código que desbloqueaba la puerta blindada.

Una vez dentro, introdujo el segundo código, el que evitaba que saltara la alarma una vez dentro al cabo de un minuto. La sala estaba llena de obras de arte de contrabando, que fingían ser simplemente una colección privada. Comerciaba con ellas «como hobby».

Se acercaron a la única pared despejada a excepción de un cuadro, y esquivaron el láser infrarrojo a la altura de los tobillos que activaba otra alarma. Una vez que alcanzó el cuadro falsificado (puesto que no comerciaría con él), lo abrieron girando sobre su bisagra, e introdujo el código en una caja fuerte con tablero numérico moderno, no como el viejo mecanismo del busto que puso su abuelo. «El de Charles, no el mío», se corrigió. Abrió la puerta de la caja con cuidado, menos de 45 grados, y pulsó una palanca del interior que colocó el seguro a la escopeta recortada que se disparaba al abrirla del todo. Dentro había, como esperaba, un paquete con un pasaporte falso y un fajo de billetes «para emergencias», un libro de contabilidad B de los negocios familiares, y el pergamino enrollado envuelto en una vasija de cristal blindado.

—Encima es corrupto —murmuró Sara.

—Cógelo y vámonos. Ah, y limpia tus huellas dactilares —sacó un pañuelo de su bolsillo para ello. Él ocultó el pergamino, frasco incluido, en otra carta que llamó «inventario».

Ella cerró poniendo de nuevo la contraseña a la caja. También perdió algo de tiempo volviendo sobre sus pasos borrando sus huellas desde el interior de la caja hasta el exterior. Salieron del edificio por le mismo lugar, y el perro tampoco se enteró de su presencia.

—Elegimos este ángulo —comentó él— porque las cámaras apenas captan parte del muro. Así nadie se quedará desconcertado viéndonos cruzarlo de lado a lado.

—Me sabe mal por Sophie; este tío va a acabar en la cárcel aunque tenga que hacer una denuncia anónima.

—Hazlo si quieres, ahora que tenemos el pergamino no me importa. Si merece ir a la cárcel, irá tras el juicio.

Él desactivó la carta de discreción «para que no nos atropellen como al hombre invisible», pero Sara no quiso desactivar la suya.

—Graba todo lo que yo he vivido desde que ha entrado este hombre en mi casa.

Vio su propia cara con el pergamino en su interior, copiando desde el «buffer» de la carta de él.

—Así almacena más detalles de los que había captado cuando usaste mi carta conmigo, ¿verdad?

—Verdad. Pero ten cuidado: como te dije antes, al ser una copia de tu propia mente es mucho más difícil diferenciar entre el presente y el pasado.

—De eso se trata, quiero revivir las «recompensas» cuando quiera… mejor que masturbarme.

—Ten mucho cuidado con eso. Es adictivo, demasiado para resistirlo. Es mejor que nunca lo hagas sin supervisión, porque no podrás parar.

—¿Y qué hay de todo eso de mi Autoridad y mi Afinidad?

—No tiene que ver con la carta. Dale a una rata de laboratorio un botón que le provoque orgasmos, y lo pulsará hasta morir de hambre. Es una cuestión de autocontrol, no de control sobre la carta. Es especialmente peligroso con las personas impulsivas, emotivas y…

—Y salidas. Como yo. Ya sé lo que quieres decir, tres de tres.


Volvieron a su casa y todavía no eran las 4 de la mañana.

—Ha sido la noche más extraña de mi vida dijo tendiéndose sobre el sofá.

—¿Lo cambiarías por salir otra vez de fiesta hasta las 4?

—¡Joder, no!

—Bien.

—¿Hasta cuándo vas a estar leyéndome la mente? No creas que no me he dado cuenta. Que tengas siempre activa tu carta no es sólo para que yo grabe todo en detalle. No te fías de mí.

—Tengo que comprobar tu evolución. Tus procesos mentales. Por qué haces lo que haces.

—Déjate de rollos y fóllame de una vez.

Él sonrió y se desnudó.

—Ahora sí quiero que me la chupes.

—Entonces conviérteme en tu esclava.

—Tranquila, tendrás tu recompensa al final. Pero quiero ver cómo piensas «al natural».

Ella arqueó una ceja y puso una sonrisa pícara.

—O me conviertes en tu esclava, o te quedas sin mamada.

—Me dijiste que serías mi esclava por voluntad propia esta noche, sin transformarte, pero que por favor te follara y me dejaras chupártela. ¿Vas a incumplir tu palabra?

—Eres un cabrón…

Estaba amaneciendo cuando Sara se recuperó del último desmayo. Empezaba a molestarle eso de perder el sentido con cada orgasmo, a pesar de que la foto maldita hubiera multiplicado su sensibilidad al placer sexual, y la potencia de los orgasmos. Y su facilidad para excitarse, ya puestos. Y la intensidad de la excitación. Y…

—Sara.

—¿Sí?

Se giró en la cama hacia él. Aquella bestia sexual tenía una carta en la mano cuyo dibujo no reconoció.

—Duerme.


El domingo Sara se despertó a la hora de almorzar. Estaba bostezando sentada en la cama y se sorprendió por la hora. ¿Hasta qué hora se había quedado chateando con Claw? Normalmente no eran más de 2 o 3 horas. ¿Se había pasado toda la noche viendo porno y masturbándose, otra vez? No lo recordaba, sólo le dolía la cabeza.

Estaba completamente desnuda, así que se vistió: bragas blancas, minifalda de tela negra con fruncido que apenas llegaban a mitad de los muslos, medias blancas que apenas superaban las rodillas… se miró en el espejo y acabó posando para sí misma sin ropa en la parte superior. Sus pezones se pusieron duros y se los acarició. «Ya me masturbé bastante anoche, tengo el coño reventado», pensó al descartar la idea, y siguió vistiéndose.

Salió a tomar café a un bar, y en la terraza pensó en Claw. Ya pasaron más de 3 meses desde que se conocieron. Si seguía dándole largas, al final tendría que cortar con él para no perder el tiempo.

—Conmigo no juega nadie —se animó a sí misma—, le daré un ultimátum esta noche.

—¿Puedo saber con quién habla, señorita? —preguntó alguien detrás de ella. Se giró y vio a un señor de mediana edad con sombrero y gafas leyendo el periódico.

—Sólo pensaba en voz alta.

El hombre asintió y continuó. «Lo que me faltaba. A este paso correrán rumores sobre que me falta un tornillo».


—¿Cómo fue la misión? —preguntó Claw cuando su subordinado entró en su despacho.

—Mejor de lo que esperaba. La chica tiene talento.

—Interesante. ¿Le cae bien a las reliquias de tipo información?

—Además de eso, tiene un nivel anormalmente alto de Autoridad. Incluso comparando con usuarios entrenados.

El chico rubio sacó de su bolsillo la carta de inventario y la activó:

—Extrae El Mapa de Alejandría.

La vasija de cristal blindado con cerradura se materializó en el aire con su valioso contenido; dejó de flotar en cuanto él la sujetó. Claw sacó un colgante de sus lujosas ropas de estilo oriental clásico: era un símbolo que representaba a La llave maestra: podía abrir cualquier cerradura mecánica de naturaleza no mágica, y además cualquiera mágica de nivel medio o inferior; su punto débil era que no interactuaba con cerraduras digitales. A Claw le gustaba llevarla encima porque podía bloquear cualquier puerta a su paso si era perseguido. Incluso si se alejaba de la puerta el efecto duraría unos valiosos minutos de seguridad entre él y sus perseguidores.

—Abre la cerradura —ordenó a la reliquia. Destelló desbordando poderosa magia azul, y la cerradura de seguridad se abrió por sí sola. Hubieran tardado mucho pegándole martillazos o tirando al suelo una y otra vez la vasija, porque estaba hecha a prueba de balas.

—Por fin —murmuró extasiado al desplegar el pergamino: el chico vio que por ahora sólo mostraba un mapamundi dibujado con tinta negra—. Con esto podré encontrarlo.

—Me alegro, señor —se inclinó intentando intimar—… ¿puedo saber por fin de qué se trata exactamente?

Claw sonrió.

—Mapa de Alejandría: muéstrame el territorio de La Mazmorra Original.

El objeto refulgió con potente luz azulada, y al volver a la normalidad estaba en blanco. Claw arqueó una ceja y lo volvió a intentar.

—Muéstrame el territorio donde haya un portal seguro que lleve a La Mazmorra Original.

Brilló de nuevo y esta vez sí mostró un nuevo escenario.

—¿Qué es lo que está enseñando? —preguntó intrigado el joven. Su señor estaba satisfecho, lo miró a los ojos y contestó:

—Es la ciudad de Atenas, en Grecia. La zona de los templos está sospechosamente cerca del centro. Creo que tenemos que investigar las ruinas. Si tuviera que apostar, el templo de Erecteón, dedicado a los dioses Atenea y Poseidón, el cual guardaba la entrada al inframundo, sería el primero que elegiría.

—¿Poseidón? Creo que según la mitología en su templo se encontraba el portal al inframundo, el territorio de Hades.

—Exactamente, Steve. Me alegro de haberte enseñado bien.

El mago se puso en pie y estiró el brazo a su costado.

—Cetro de Ulises: vuelve a casa.

Un relámpago destelló y sujetó la vara metálica al vuelo.

—¿Tienes que hacer algún preparativo o nos vamos ya?

—¿Cuántos saltos puede hacer al día? ¿De qué distancia?

—Lo que quieres saber es si tardaremos mucho en llegar. No, Steve: a lo sumo diez saltos, con un retardo de cinco minutos entre ellos debido a usar la máxima distancia de teletransporte en cada ocasión. ¿Y bien?

—Tengo la desagradable sensación de que debería despedirme de ella; o al menos darle una explicación.

—¿Y por qué no lo haces?

—Porque al final tuve que borrarle la memoria.

El venerable anciano (que no aparentaba más de 40 o 45 años) apoyó el cetro en el suelo y lo miró decepcionado.

—¿Cuál fue el problema con esta?

—Sé que usted sólo se estaba divirtiendo con ella hasta que notó su excesiva sensibilidad a la magia, pero esta vez el problema no es falta de aptitud, sino su carácter.

—Ya descarté a otras por su carácter: demasiado blandas y sensibles, o cobardes cuando las cosas salen mal. O excesivamente agresivas y resentidas con el mundo. Pensaba que Sara tenía el equilibrio adecuado…

—No me refiero a eso; el problema es… sexual.

—¿Cómo dices?

—Es una auténtica ninfómana. Sin duda ya era algo latente, pero la Carta de La Autoimagen la ha desatado. Quería usar la grabación para revivir una y otra vez las recompensas y el sexo, tanto con la frase detonante «buena esclava», como con las experiencias sexuales que vio en aquella casa, como con la que tuvimos nosotros. A pesar de que estaba advertida, sería incapaz de resistir sus impulsos. Ese es su problema, demasiado impulsiva. Sin autocontrol, especialmente ante sus deseos sexuales.

Claw se puso a pasear lentamente por su despacho, apoyándose con el cetro con calma a cada paso, cabizbajo y pensativo. Finalmente se giró a su fiel servidor.

—Lo tendré en cuenta y tomaré medidas. La próxima vez que la veas, restaura sus recuerdos. Si tiene tanto talento, tenemos que tenerla en nuestro equipo. Las cosas se están poniendo peligrosas, y necesitaremos soldados.

—¿Más, señor?

—Cuantos más mejor. Y si tiene el potencial que crees, podría no ser carne de cañón y llegar a luchar a tu lado.

—A decir verdad, es muy rebelde; hay que darle una buena motivación, y el dinero no parece ser adecuado.

—Para la carne de cañón podemos usar esclavos, pero eso los limita. Ya pensaremos cómo ponerla de nuestro lado más adelante, pero ahora, pon tus asuntos en orden. Si alguna organización ha encontrado también el portal de Atenas, podríamos librar una batalla.

—No necesito nada. ¿A cuántos debemos llevar?

—Sólo nosotros dos. Es el límite para el cetro.

Steve tragó saliva, preocupado.

—¿Nosotros contra una organización?

—Sólo será exploración hasta dar con el lugar exacto. Hasta entonces sólo nos defenderemos si nos atacan, y escaparemos. Cuando tengamos la ubicación precisa, haremos nuestra ofensiva a gran escala… siempre que el lugar esté vigilado; de lo contrario, seremos discretos. Solos tú y yo.

—Entendido.


Sara estaba derrumbada frente al PC. «Esto no es normal», pensaba. En primer lugar llevaba horas esperando a que Claw se conectara. En segundo lugar, descubrió que la foto que le trastocaba la mente parecía haber perdido su poder, y aunque la estaba mirando ya no pasaba el rato masturbándose. Y en tercer lugar, tenía un mal presentimiento que le impedía irse a la cama. Tenía que hablar con Él, pero algo no iba bien. ¿Le habría pasado algo?

Cuando decidió apagarlo y acostarse, tuvo una especie de eco en su memoria. La sensación de que había alguien a su lado hablándole de Claw, como si ambos le conocieran. Alguien sin rostro, no sabía si hombre o mujer. Alguien que también se preocuparía por él. «¿En qué estoy pensando? Lo mío con Claw es un secreto», pensó. «Quizá esto es lo que llaman déjà vu».

Aquella noche soñó con Steve; follaban en la orgía de la casa unifamiliar, ahora convertida en extravagante mansión también por fuera, y una tras otra también hacía de todo con cada mujer. En el sueño, Steve era su lacayo y juguete sexual, y lo utilizaba para complacerlas a todas. Consolaba a Sophie y le decía que olvidara a su jefe y dimitiera, que estaría mucho mejor con ella y su lacayo.

Tuvo muchos orgasmos antes de despertar, pero aunque se notó mojada, no pudo recordar con qué soñó.