El amigo secreto

Las muchachas de la facultad de Arquitectura, han organizado un juego muy popular entre los estudiantes "El amigo secreto". Pero a Gabriel no le interesa el presente que pudiera llegarle por parte de alguno de sus compañeros de carrera. Lo que lo motiva a asistir, a aquella reunión que se celebra este 24 de diciembre, en uno de los antros más concurridos del barrio universitario, no es otra cosa, que tener al fin, una oportunidad de ligar con el muchacho que lo ha tenido soñando despierto todos estos meses. Es su última oportunidad de conseguir algún progreso con el moreno, a quien parece no serle indiferente, pero que jamás ha propiciado un acercamiento.  Mientras la noche avanza y los regalos son repartidos, un pequeño oso de felpa le da a Gabriel un misterio por resolver, y la oportunidad de concretar todas sus fantasías.

Gabriel llevaba casi una hora de retraso, suponía que la fiesta ya debía estar en su mejor momento. No había podido desocuparse antes. Las ventas de navidad siempre eran las peores.

Los clientes acudían como manadas salvajes, abarrotando la tienda con su lista interminable de regalos. Buscando siempre el que estaba de moda y, que por supuesto, se encontraba agotado. Para después pasarse más de media hora eligiendo algo parecido o de la misma marca y, de ese modo, dejar contentos a sus hijos o sobrinos.

El dueño de la juguetería había tenido que bajar las persianas de la tienda para desocuparse a la hora de cierre. Y, aun así, hubo que atender a todos los consumidores que quedaron dentro. Pasaban de las diez cuando por fin pudo marcharse a su casa y, mientras se duchó, se cambió de ropa y cenó algo, había perdido cuarenta minutos de su preciso tiempo. Normalmente, no estaría tan emocionado por una reunión organizada por la Facultad de Arquitectura, pero sabía que él estaría allí. Aquello, era razón más que suficiente, para tenerlo en un estado de ansiedad y excitación.

Las chicas de la facultad habían insistido en hacer una reunión en la discoteca más concurrida del barrio universitario y, se habían empeñado en organizar, el asunto del “amigo secreto”.

Llevaba su regalo en uno de los bolsillos de la chaqueta. Era un llavero de plata, sencillo pero elegante. Su amigo secreto tendría que conformarse con lo que logró comprar con las prisas. En realidad, no había puesto mucho empeño en escoger el regalo: le había tocado Sergio. El homofóbico declarado de la carrera. Y, aunque no era agresivo ni mal compañero, no parecía capaz de mantener su boca cerrada y guardarse sus comentarios sarcásticos contra los homosexuales. A regañadientes se había guardado el papel del sorteo en el bolsillo. ¿Por qué debía de tocarle justo a él, entregarle un presente?, cuando era el objeto de la mayoría de sus sarcasmos. Pero era una festividad para celebrar la paz y el amor, así que resignado había escogido algo de la misma tienda en la que trabajaba.

Daban las once con quince cuando llegó, por fin, a las puertas del “Havana Club”, pagó su entrada e ingresó. El antro, como era de esperar, estaba abarrotado de gente. Divisó a varios de sus compañeros bebiendo y conversando. En el sector de las mesas, habían juntado varias de estas, en una larga fila, para que se acomodaran todos los alumnos que habían asistido al evento. Otro grupo más reducido, se encontraba en la pista de baile, moviéndose al ritmo del último tema de Enrique Iglesias. Entre ellos Juan, el objeto de la mayoría de sus fantasías, los últimos meses. Detuvo su andar y permaneció parado en mitad del antro, contemplando embobado, como este movía sus caderas en la pista de baile.

—Estás babeando ¿lo sabes?—Andrea lo sorprendió, no la había visto aproximarse. Se colgó de su brazo y lo arrastró con ella a reunirse con el resto del grupo. Se dejó llevar, pero sin perder de vista, n por un segundo, la pista de baile.

No habían hecho una reunión como esa en todo el semestre. Por lo que no había tenido el placer de ver como su compañero movía su cuerpo al sonde la música. Y, para un hombre de su estatura y envergadura, le salía de una manera muy sensual.

—Límpiate la baba, o algún mesero podría resbalarse en el charco que estás dejando en el piso. —Se lamió los labios resecos y sonrió a su amiga, quien no perdía la oportunidad de molestar, en cuanto veía una.

—No seas cotilla. —La silenció pellizcándole el rostro. La muchacha dio un respingo y se sobó la mejilla adolorida, que de inmediato se coloró de rojo brillante. Se sintió culpable, al ver el rojo que había quedado en su fina piel, quizás utilizó demasiada fuerza. Casi siempre olvidaba, que a pesar delo brusca, seguía siendo una frágil dama. Todos sus remordimientos quedaron en el olvido, cuando ésta, contraatacó pellizcando de manera brutal su brazo.

—¡Eres un bruto! —lo acusó, sin darle tregua hasta que llegaron junto a las mesas. Se soltó de su agarre, esquivando sus siguientes ataques,  riendo de su rostro enrojecido por la cólera al no lograr atraparlo y del puchero de niña consentida, que siempre asomaba cuando no conseguía lo que quería. Cuando la muchacha se hubo calmado, la encerró en un abrazo apretado y le beso la cima de la cabeza para, como una ofrenda de paz.

Andrea era su mejor amiga. Habían sido compañeros de curso en la enseñanza básica y después en la media. Se conocían de toda la vida. Vivía, a muy poca distancia, de la casa de su abuela y habían sido amigos desde la infancia. Cuando Gabriel descubrió que sus gustos se inclinaban hacia los hombres y no las muchachas, fue a la primera en contárselo, inseguro de aquel descubrimiento. Ella lo había animado para que se lo contase a sus padres. Y, cuando estos lo repudiaran por ser un “maricón” y una vergüenza para la familia, había llorado más que él, mientras trataba de consolarlo.

Había pasado toda su infancia al cuidado de su abuela. Sus padres trabajaban todo el día y apenas les quedaba tiempo para cuidar de un niño pequeño, por lo que su amorosa “lela”, como la nombraba con cariño, se había encargado de criarlo, toda su infancia. Y, después, de que sus padres lo desconocieran por su preferencia sexual, lo había cogido bajo su ala, de forma permanente. Desde entonces, la muchacha se le había pegado como una lapa. Él le tenía un cariño espacial, era la hermana que no le dieron sus padres, pero mucho mejor, ya que su afecto no era obligado, sino sincero y espontaneo.

Saludó al grupo reunidos en las mesas, quienes se encontraban centrados en sus charlas, ya con sus bebidas en mano. Estrechó varias manos y repartió unos pocos besos. Saludo a Sergio con una inclinación de cabeza, y éste le devolvió el gesto con el ceño fruncido.

—Para mí que a Sergio le gustas —murmuró Andrea en su oído.

—¿Yo? ¡Estás loca! —se quejó, arrugando la nariz y simulando un escalofrío.

—Mi sexto sentido nunca se equivoca.

—Pero, si no me soporta. Además, detesta a los homosexuales.

—Pura pantalla —insistió la muchacha—. Seguro que tiene un severo caso de closet y es demasiado orgulloso para reconocer que le interesas. Siempre está pendiente de ti y, luego, contraataca con comentarios sarcásticos para que no se le note. No es así con los otros gays de la carrera.

—¡Eeww! Deja de pasarte películas, a todo color y con final rosa, ¡Por favor! Haces que se me ponga la piel de gallina, sólo de imaginar que sea cierto. —Se froto los brazos de forma exagerada. La chica comenzó a reírse de su exagerada reacción, expresando todas sus hipótesis sobre el frustrado amor de su compañero.

Éste había dejado bien claro, al principio de las clases, que a él no le gustaba estrechar la mano de “maricones” como Gabriel o el resto de los que pululaban en la universidad. Y, ni pensar, en saludarlos con un beso en la mejilla, como estaba tan de moda entre los estudiantes masculinos, quienes habían adoptado esta tendencia de los argentinos y se había asentado para quedarse. «A mí eso de los besos me suena a maricones», había proclamado al inicio de la carrera.

En aquella ocasión, varios de los homosexuales y lo heterosexuales, que no tenían problema con aquello, habían saltado ofendidos, contraatacando con insultos hacía los homofóbicos hipócritas y de mente estrecha. A Gabriel no le había importado, tales declaraciones. No quería problemas, ni levantar polémica, se mantuvo al margen en aquella pelea. Su vida era casi perfecta. La gente que le quería, le aceptaba tal como era, sí que no le afectaban esa clase de comentarios. Era la opinión de Sergio, y se hallaba en su derecho de expresarla, aunque no hubiera usado las palabras adecuadas para hacerlo. Era normal que reaccionara de forma defensiva, ante lo que desconocía y le asustaba. Mientras no lo lastimara por sus prejuicios, ni causara daño a nadie por ellos, le era totalmente indiferente lo que pensara de él.

Recordó que llevaba el presente para el susodicho, aún en la chaqueta. Guardado en el bolsillo interior. Lo sacó y lo deposito junto al montón, que ya se había acumulado, en el centro de las mesas. Se sentó junto a su amiga, en el asiento que ésta había reservado para él y bebió del trago que le ofrecía. Mientras esperaban que algunos de los meseros, que deambulaban con sus bandejas repletas de vasos llenos de tragos y bebidas, los atendiera desvió su mirada a la pista de baile, para catar a su presa, pero este no se encontraba ya en entre los bailarines.

—Y bien, ¿piensas declararte? —insinuó su amiga, apuntando con un gesto de cabeza hacía la pista de baile, donde unos minutos atrás, había presenciado el despliegue de baile de Juan.

—¡¿Qué?!... ¿Yo?... No —respondió entre toses. Su compañera había soltado la pregunta en su oído, sorprendiéndolo y provocando que se atragantara con la bebida.

—¡Por Dios, es que te has vuelto tan marica! Reaccionas como todo un mojigato. A qué esperas para lanzarte en encima al semental. Han estado todo el semestre lanzándose miraditas. Toda en la clase ha notado que te mueres por meterte en sus pantalones. Hemos apostado con las chicas, que hoy te salta la liebre. ¡No puedes fallar Gaby! ¡Ni se te ocurra hacerme perder mi mesada!

—¡Dios!... Ustedes las mujeres son un peligro cuando se unen para cotillear. Además, son ideas suyas. Juan nunca ha declarado que sea gay. Si de verdad le interesara me habría hablado, todos en la facultad están al tanto de mis preferencias, ya debe de haberse enterado que prefiero a los hombres. Así que pierde tus esperanzas y tu mesada.

—A lo mejor es extremadamente tímido.

—¡¿Con ese cuerpo?! Mide casi dos metros y está sobrado de músculos. Podría voltear a cualquiera que pretendiera ofenderle.

—Puede que no haya salido…

—¡Un caso de armario!, —la interrumpió—. Peor aún. Tómate tu trago incordio…La falta de alcohol está sacando tu personalidad entrometida y casamentera. Cada vez te pareces más a mi lela y, para serte sincero, te prefiero chispeante y medio tonta. Te vez más bonita con las mejillas rojas y la boquita cerrada, riéndote de todas las estupideces que soltamos los varones… Como debe ser.

—Maricón machista. —Se sobo el brazo. Su amiga tenía la mano bastante pesada y el golpe que le propino había dolido su poco. Se sobo el brazo. Su amiga tenía la mano bastante pesada y el golpe que le propino había dolido su poco

—A mucha honra. —soltó para molestarla otro poco y quedar con la última palabra. La muchacha le quitó de su manos la copa que aún sujetaba  fingiéndose ofendida. Había logrado acallarla, pero aquello duró sólo unos segundos.

—Para que lo sepas, yo admiro mucho a tu lela Lucia. No cualquier abuela le anda buscando novios a su nieto. —Gabriel soltó una sonora carcajada y lanzó un suspiro.

—Pero hay que reconocer que mete mucho la pata.

—Sí, eso es muy cierto… ¿Te acuerdas cuando se propuso emparejarte con aquel instructor de aerobics, que le daba clases los sábados, en el Centro del Adulto Mayor?

—Ella aseguraba que era gay, sólo porque tenía el trasero demasiado levantado.

—Y tenía razón, pero el pobre no encontraba la manera de sacársela de encima para que no se enterara la directiva de la asociación y no terminara perdiendo su trabajo.

—Mi abuela se las hizo pasar verdes al pobre. Cada vez que tenían un descanso de las sesiones, se pegaba a su costado para tratar de concertarnos una cita.

—Y cuando íbamos a buscarla a la sede, inventaba cualquier excusa para dejarlos solos a ver si conectaban.

—Tenía sólo diecisiete años. Era demasiado tímido y él varios años mayor que yo.

—Pero bien que se te quitó la timidez unos meses después —se rió con malicia Andrea, picoteando sus costillas, con uno de sus dedos. Sonrió al recordar aquel tiempo y al protagonista de sus primeras experiencias sexuales.

Continuaron riendo por varios minutos, rememorando todos los intentos de de su abuela por emparejarlo.

La voz profunda de Juan cortó de inmediato sus risas, silenciando a ambos. No lo habían sentido acercarse. Y, mucho menos, se habían percatado que se encontraba de cuclillas a sus espaldas aprovechando el pequeño espacio que dejaban ambas sillas para colarse entre ambos. Hasta que su voz gruesa les saludo.

Reposaba unos de sus brazos en el respaldo de su asiento. Les miraba con una sonrisa cálida en los labios, y con un brillo multicolor en sus ojos, que reflejaban las luces caleidoscópicas de la discoteca. Los movimientos, que hacía para equilibrar el peso de su cuerpo en ambas piernas, hacían que uno de sus dedos rozara la nuca su nuca, enviando una corriente eléctrica por su espalda.

—¡Juanito!... —Andrea le agarro el rostro y le dio un sonoro beso en una de sus mejillas—. Ya te había saludado, pero igual lo vuelo a hacer. Qué bien que te mueves machote. Tienes que bailar conmigo esta noche, unos bailes bien apretados no me sentarían nada mal. Quiero acaparar por unos cuantos minutos, al chico más sexy de la carrera.

—Claro que sí —respondió mirando de reojo en dirección a Gabriel—Solo tendrás que hacer fila reina. Tengo reservados los primeros bailes apretados, y no sé si quede espacio para otro más… Espero que no. —Sonrió y esta vez su mirada si se centro en él. —Hola, Gabriel, pensé que ya no venías.

—Ehmm… No, es sólo que no pude desocuparme antes —respondió nervioso. Juan había inclinado parte de su cuerpo hacia su lado. Su rostro estaban a escasos centímetros del suyo, podía apreciar las tupidas pestañas del moreno y saborear su aliento a cerveza.

—Me alegro de que hayas podido venir —Su sonrisa se hizo más ancha y él no pudo evitar sonreír en respuesta—. ¿Están bebiendo algo? —preguntó mirando a ambos—. Les traigo algunas bebidas de la barra si quieren. Voy para allá.

Gabriel iba negarse, pero en vez de hablar, solo se saboreo los labios. Aquella boca con la que había fantaseado, también se encontraba muy cerca. Si fuese lo suficientemente valiente o descarado, se inclinaría y le robaría un beso. Pero no lo era. Se conformó con apreciar desde una posición privilegiada: sus ojos marrones, que brillaban con las luces del antro; las negras pupilas, que se agrandaban y achicaban cuando las luces multicolores de la pista se reflejaban en ellas; la profunda y rosada cicatriz, que recorría desde el mentón hasta parte del cuello. Por la que se moría por repasar la  yema de sus dedos, para comprobar su suavidad. Y aquella nariz, que pese a tener el tabique levantado e incluso estar un poco chueca, le parecía más que perfecta.

Andrea lo sacó de ensoñación respondiendo por él. —Gabriel aún no ha tomado nada.

—¿Te pido algo, entonces? —preguntó el otro. Parpadeo tratando de salirse del influjo, que el magnetismo de su compañero, siempre provocaba en él. Pero las palabras seguían atoradas en su garganta.

Los ojos del muchacho le observaba de manera intensa, con una sonrisa seductora, que a Gabriel se le antojó coqueta. Notó su garganta seca y por temor a tartamudear y quedar en ridículo frente al objeto de todas sus fantasías, sólo asintió. Había pasado tantas noches soñando con el hombre que tenía casi apostado entre sus piernas, rememorando su rostro mientras se complacía a sí mismo. Aspirando el atisbo de su perfume que, era evocado por sus recuerdos, si se concentraba lo suficiente. Le ardieron las mejillas y estaba seguro que se su sonrojo era notorio sobre la palidez de su rostro. .

—Un sexo en la playa —interrumpió la cotilla de su amiga, guiñándole un ojo a Juan y apuntando en dirección a él con un gesto de su cabeza—. Mira que este de aquí, anda un poquito falto de eso.

Se mordió la lengua y apretó los labios. Indignado, conteniendo los insultos, que en circunstancias normales, habría soltado a la muchacha por aquel comentario fuera de lugar. Juan se carcajeó y su amiga le siguió con unas estridentes risotadas.

—Un mojito nada más —respondió, mientras rezaba para que su voz no revelase la vergüenza que sentía.

—Un mojito, entonces. —Sonrió el otro y le guiñó un ojo. Se enderezó y se dirigió hacia la barra. Continuó riéndose, sin moderar el tono de las carcajadas, mientras  intentaba hacerse espacio, entre el mar de estudiantes que atiborraban la barra.

—¡Te pasaste, yegua! —acusó Gabriel con un chillido poco varonil, producto del enojo que sentía. Esto provocó que su amiga se apretara el estómago y riera con energía. Palmeó su hombro. Su molestia no hizo mella en su cara sonriente, ni en la chispa maliciosa de sus ojos, que brillaban vidriosos. Se los secó con la yema de sus dedos, satisfecha de la reacción que había provocado en él.

—¿Yegua?... ¡Ah, no! No te me pongas cola* a estas alturas de la vida, Gaby

Se cruzó de brazos y se recostó en la silla, aun ofendido, hizo un ademán femenino con la mano, y frunció el ceño, para demostrar su enojo.

—No te enojes, mi dulce rubio —La chica le sobo el brazo y le regaló una mirada de disculpa y una sonrisa infantil. Suspiró y relajó el ceño. Aceptaría su disculpa, aunque sabía que la muchacha no lo sentía en absoluto—. Es que estabas petrificado en tu asiento. Tenía que aligerar el ambiente… Lo contemplabas embobado, con una cara igualita a la que tiene la estatua de la virgen María con el niñito Jesús en sus brazos, que hay en la parroquia.

—¡Pero no era necesario que me hicieras ver como una vieja solterona. Desesperado por una follada!

—¡Bah!... pero si parece una adolescente enamorada. Medio semestre suspirando por tu compañero, rechazando todos los ligues que te han llegado. Te llegó tu oportunidad Gabrielito ¿Viste como te coqueteó?“Pensé que no venías”, “me alegra que pudieras venir” —repitió imitando la voz del moreno—. ¡Acaba de coquetear contigo!

—No es para tanto.

—¡Mi Dios, es que si no te espabilas, te quito el saludo!

Se encogió de hombros, ignorando la cara expectante de la joven. No quería darle tanta importancia al coqueteo de su compañero. Sí bien había visto, una chispa de interés en aquellos ojos, no podía estar del todo seguro. Llevaba bastante tiempo esperando por una oportunidad y esta no había llegado, aunque tampoco había nada, para que esta se suscitara.  Mejor era no crear falsas esperanzas. Andrea tenía razón, había tenido muchas invitaciones en el trascurso del semestre, pero las había rechazado todas. Sus pensamientos giraban en torno a Juan, sin dejar espacio para nada más.

De todos modos no era  demasiado ligón. Había tenido eso sí, su una cantidad considerable de amantes, como todo muchacho con hormonas alborotadas. Aunque ahora estaba en busca de algo serio, algo le satisficiera no solo en el aspecto físico.  Necesitaba alguien que no lo deseara solo por su buena apariencia. Alguien que compartiera sus intereses y que se quedara al terminar la noche, alguien en quien apoyarse cuando se sintiera inseguro y le regalase el amor que tanto anhelaba su alma.

Sus ojos azul claro, su cabello castaño, casi rubio, siempre atraían a todo tipo de sujetos en busca de pasar un buen rato  a su lado. Infinidad de veces, se había aprovechado de ello a la hora de salir de cacería. Poseía también, un cuerpo nada despreciable. Su abuela había insistido en apuntarlo con ella en todas las disciplinas aeróbicas que se ofrecían en la sede del adulto mayor. Y, como Andrea siempre la alentaba, y se le unían en sus ardides, terminaba siendo arrastrando por ambas mujeres, todo el tiempo. Habían comenzado con aerobics, seguido con aerobox, spinning y, ahora, participaban de las clases de zumba. Gracias a ello, su cuerpo se mantenía bastante tonificado y con su cuota suficiente de músculos.

—Aquí tienen. —Soltó un respingo cuando Juan le hablo casi al oído. Este había llegado otra vez sin ser advertido. Depositó los tragos sobre la mesa y se rió de la reacción de Gabriel. Su aliento cálido rozó su oreja cuando se enderezo a su lado.

—Gracias.

—No hay de qué guapo. —le respondió guiñándole un ojo. Había traído también, una bebida  para su compañera. Espero a que la cogiera y le sonrió.

—Gracias Juan, eres un encanto.

—Si no tienes ligue para esta noche. Pienso pasármela colgada a tu cuello, en cuanto repartamos los regalos. —soltó Andrea con la frescura que la caracterizaba.

—Ya veremos. —respondió el aludido, lanzando una fugaz mirada en su dirección. De nuevo vio aquel brillo en sus ojos. «¿De verdad está coqueteando conmigo?». El muchacho volvió a su puesto, en el grupo de mesas y desde allá continuó observándole.

Juan era un misterio para él. Sabía, por conversaciones de sus compañeras, que se había trasladado desde Antofagasta a la ciudad de Concepción, a principios de este año. Pero no se había inscrito en la carrera hasta comenzar el segundo semestre. En todo el tiempo que llevaban siendo compañeros, apenas habían intercambiado unos pocos saludos, pese a la atracción, que parecía existir entre ellos.

Gabriel había sentido un flechazo por él moreno el primer día de clases, del segundo semestre. Al verlo sentado en su pupitre, perdido en sus pensamientos, y contemplando absorto como el viento y la lluvia azotaban los arboles de fuera de la ventana. Se había sentido cohibido cuando el nuevo se percató de que era observado con demasiado detenimiento y evidente interés. Sonrojado, había apresurado el paso para llegar a su puesto. Durante toda la clase, no había querido cruzarse con su mirada, por temor a encontrar el común desprecio que había visto innumerables veces en otros muchachos que habían captado su atención. Pero aquellos ojos pardos, solo habían mostrado curiosidad, cuando por fin se armó de valor y miró en su dirección.

Durante este tiempo, le había robado miradas, más veces de las recordase dedicarle a ningún otro hombre, pero jamás habían entablado una conversación. No compartían todas las materias y, debido al trabajo de Gabriel, quien tenía que marcharse en cuanto éstas terminaban las, para cumplir con su horario de trabajo, la situación se había mantenido igual hasta la fecha.

—ando…Que te sigue mirando. —Le hizo notar Andrea, pegándole un codazo en las costillas para que la tomara en cuenta—. Ha estado pendiente de ti todo el rato.

—Eso parece —respondió sin demasiada confianza.

—Anda, sácale a bailar —lo animó su amiga, jalando su brazo y sacudiéndolo en su silla.

—¿Qué?… ¡No!… —Se soltó y se concentró en su trago.

—¡Eres una mierda cobarde, Gaby! —lo regañó la muchacha—. Esta es tu oportunidad. La semana que viene empiezan los exámenes; después, vienen las vacaciones de verano; y el año próximo estaremos demasiado enfocados en nuestra tesis, como para contactar con alguien del grupo alguna vez. Si lo dejas pasar te vas a lamentar el todo el verano. Y yo no pienso ser tu paño de lágrimas.

Ella tenía razón. En pocas semanas, acabaría el semestre y, después, cada uno tomaría su camino y no volvería a verle. Se sentía particularmente tímido respecto a Juan, por ello no había sabido como acercarse a él en todo el semestre y no se atrevía a hablarle. Esto jamás le había pasado antes, su abuela se había encargado de mantener su autoestima bien en alto. Y, la muchacha a su lado, no se cansaba de decirle lo atractivo que era y, de bromear, asegurando que si hubiese nacido hombre, ya lo tendría asegurado como novio. Pero aquella timidez que surgía con cuando al otro muchacho se refería era la causa de su cobardía e indecisión.

Observó al objeto de sus deseos, que le sostuvo la mirada por varios segundos, provocando que se acobardara y bajara la suya. Su amiga siguió dándole jalones a su brazo, mientras le soltaba una sarta de groserías al oído para que espabilara.

Las conversas del grupo que se abarrotaba las mesas, junto con las risotadas de las chicas, se acalló cuando Nicol, una de las organizadoras del evento y compañera de carrera, comenzó a gritar por silencio y a golpear las mesas con una cuchara para obligar al grupo a que la tomaran en cuenta. Todos los reunidos guardaron silencio. Esbozó una sonrisa satisfecha y se dirigió a los presentes. Agradeció la intervención, ya que su amiga dejó de fastidiarlo con su insistencia de que bailase con su compañera y, como los demás, prestó atención a lo que la otra muchacha decía.

—¡Ya son casi las doce! —anunció emocionada—. Estoy muy contenta de que todos pudieran venir —gritó por encima del ruido de la música, que llegaba un poco estridente a este sector—. Quiero brindar por este veinticuatro de diciembre y desearles unas felices pascuas… —La mayoría levantó sus copas, coreando saludos similares. Gabriel incluido—. Espero que todos puedan pasar esta navidades con sus familiares o seres queridos. Y, por supuesto, encuentren el arbolito lleno de regalos para ustedes.

Los demás rieron e iniciaron nuevas charlas: comentando lo que habían comprado para sus familias y amigos cercanos; que esperaban les regalaran este año. Y sobre el suculento almuerzo que les esperaba el día de mañana.

Gabriel jugó con su copa, agitando el contenido tenido de su trago de un lado al otro, esperando que la amargura que se instalaba en su pecho en estas fechas, al recordar que sus padres seguían pretendiendo que se tenían sólo a ellos mismos y preferían celebrar con sus amigos más cercanos antes que con su hijo y madre, pasase. Andrea le acarició el brazo y este levantó el rostro para mirarla. Le besó la mejilla y su amiga se abrazó a su cuello.

—Feliz Navidad, Gabriel —le susurró al oído.

—Feliz navidad, flaca apestosa.

Entre ella y su abuela, se habían encargado de que no sintiera la ausencia de sus padres. No habían estado presentes en toda su niñez, así que casi nunca los echaba en falta. Pero, en estas fiestas, en que la mayoría de las familias se reunían: a compartir su amor y demostrarse su afecto. Era cuando más consiente se estaba, de lo abandonado que se había sentido toda su infancia. Volvió a besar a su amiga, contento de haberla tenido a su lado todo el tiempo y chocaron sus copas en un brindis.

Sus ojos se desviaron hacia Juan, quién se encontraba con una expresión melancólica en su rostro. Lo más probable, extrañara a su familia, y seguro que regresaba con ellos en cuanto iniciaran las vacaciones. De pronto, tomó conciencia de que, al retornar a su ciudad natal, había una posibilidad de que jamás volviera a verlo. Bien podía quedarse en su ciudad, natal ejerciendo su carrera. En realidad, no sabía nada de su vida, ni de sus planes de futuro y eso le inquietaba.

—¡Hey!... ¡No se me alboroten! —gritó Nicol para que dirigieran su atención de nuevo hacía ella—. Este es nuestro último año de carrera. Estoy muy contenta de haberos conocido y haber compartido con ustedes todos estos años. —Varios de los presentes gritaron su acuerdo sobre el bullicio. Sé que hemos tenido nuestras diferencias…—Varios de los ojos se posaron de inmediato en Sergio. Este levantó y pidió la palabra.

—¡Yo también los echaré de menos, pendejos!... Incluso a los maricones. —Los chiflidos y las protestas no se hicieron esperar. Él se encogió de hombros y bebió de su cerveza como si nada.

A Gabriel aquello le hizo mucha gracia. No podía esperar menos del homofóbico del grupo, pero el comentario de que los iba a extrañar a todos, incluso a los “maricones”, había estado exento de sarcasmo. Al parecer, los milagros de Navidad sí existían. Entonces, sintió un irrefrenable impulso de reírse. Comenzó a carcajearse y todos los presentes detuvieron sus conversaciones para mirarlo extrañados. No podía parar. Se secó las lágrimas de los ojos y levantó su copa en alto.

—Nosotros los maricones también te extrañaremos, Rey —exclamó, lanzando un beso en su dirección.

Todos los presentes comenzaron a reírse y a lanzar besos al aludido, siguiendo el juego que iniciara Gabriel. El rostro del muchacho se tornó aún más rojo de lo que estaba, producto del calor del ambiente y de los tragos que había consumido y se hundió en su silla avergonzado. Pasados unos minutos, comenzó a carcajearse y a chocar su botella de cerveza con todo aquel que le ofrecía un brindis.

—¡Ya, Corten el alboroto!… ¡Llegó el momento! —anunció su compañera y varias de las muchachas comenzaron a chillar—. ¡Es hora de abrir los regalos del amigo secreto!

Los chillidos de sus compañeros se unieron al alboroto causado por las chicas mientras repartían los regalos a sus destinatarios. Gabriel, como todos los demás, recibió de manos de una de ellas su presente. De inmediato buscó quien pudo haberle tocado su nombre, aunque sabía que no lo averiguaría. Sergio le miraba, sorprendido y con un brillo extraño en sus ojos. Tenía en sus manos el paquete que él había comprado, en cuanto sus miradas se cruzaron, guardó disimulado el regalo en su bolsillo y se centró en su bebida. Aunque los paquetes sólo llevaban puesto el nombre del amigo secreto y no de quién lo había regalado, había llegado de último al local y, todos los que se encontraban en aquel momento reunidos en las mesas, lo vieron colocar el suyo en esta. No quiso ahondar en el significado de aquella mirada. Ni quiso dar pie a más suposiciones descabelladas de su amiga, comentándole lo extraño de aquel comportamiento.

—¿Qué te regalaron? —preguntó la muchacha sacándolo de sus cavilaciones.

Tanteó el pequeño paquete: era blando y liviano. Antes de abrirlo, ya sabía que era un muñeco de felpa. Al desenvolverlo comprobó, que en efecto, era una de esas monerías. Le habían obsequiado un oso de peluche, con un gran corazón rojo en el pecho, donde se leía “I love”. Adornado con una cinta gruesa de raso, alrededor de su cuello.

—Es muy mono —dijo su amiga, sosteniendo su presente en las manos.

—¿Y tú que recibiste?

—Un florero de vidrio —respondió decepcionada, sacando el objeto de su caja, para mostrarlo.

—El diseño es muy bonito. —comentó, no entendiendo como alguien podía hacer regalos tan sosos.

—Sí, y muy poco original. Seguro que es de alguno de los muchachos. Los hombres nunca saben hacer buenos regalos.

—Yo siempre te hago buenos regalos —protestó, fingiéndose ofendido—. ¿O es que acaso has estado simulando tu entusiasmo todos estos años?

—Tú eres una excepción a la norma. Incluso sería feliz si me regalaras ese oso barato esta Navidad.

—¡No esto es mío! —respondió en tono infantil. Defendió su regalo apretándolo bien a su pecho, cuando la muchacha entre carcajadas, intentó quitárselo de las manos.

Se percató de que tenía una dureza anormal y enseguida lo examinó. Lo miró con detenimiento girándolo en todas direcciones, y se dio cuenta de que algo brillaba bajo el lazo del cuello. Lo desanudo para curioso y se encontró con que éste traía una bolsa transparente amarrada a la cinta. En el interior, había una llave y un trozo de papel doblado.

—¿Qué es eso? —preguntó su amiga apuntando al contenido de la bolsa.

—Una llave.

—Eso ya lo sé —indicó, poniendo los ojos en blanco—. ¿Pero de qué es?

—No lo sé.

—Trae una nota… ¡Lee la nota!

Abrió la pequeña bolsa y vació su contenido. Observó la llave para ver si la reconocía de alguna parte, pero no le era familiar. Desdobló la nota y la leyó en silencio. La letra era clara, pero no elegante. Lo más probable, que no fuera de ninguna de las chicas.

—¿Qué dice? —insistió ella, arrebatando el papel de sus manos. Se apegó a su lado y leyó en un volumen que solo los dos pudieran escuchar.

“Pasada la media noche:

Paicaví #1080, depto. N°103

Te espero,  J”.

Se quedaron mirando, sin decir nada. Volvieron a leer la nota, esta vez cada uno en silencio. Andrea fue la primera en hablar.

—¿Crees que sea de Juan? Firma con una J.

—No lo sé. ¿Por qué haría algo así? Estamos en el mismo sitio, podría hablarme si quisiera invitarme a algún lugar.

Ambos miraron al posible responsable de la nota. Se encontraba charlando animado con varios de los muchachos. Volvió  a repasar la nota, le parecía demasiado descabellado todo, una treta casi del siglo pasado. ¿Y la dirección? Tampoco la reconocía. Guardó la llave junto con la nota en su bolsillo. Debía pensar con calma todo aquello.

—¿Qué vas a hacer? ¿Vas a ir?

—¿Estás loca? Puede ser cualquiera, me parece demasiado ridículo, como para tomarlo en cuanta la invitación.

—Yo la encuentro súper romántica —dijo la muchacha con ojos soñadores—. Pero tienes razón, puede ser cualquiera. —Comenzó a repasar de forma discreta la lista de los posibles responsables, que coincidieran con la inicial firmada en ésta. Con cada una de sus observaciones, ambos miraban en dirección a susodicho, negando con la cabeza, desestimando su autoría.

Había dos Juan, un Joaquín, Jordan, Joel y una Johana. Pero todos sabían que era gay, así que era imposible que fuera Johana. Descartaron a más candidatos. De los seis, solo dos eran gay, y ambos tenían pareja. Sólo quedaba Juan, quien jamás se había acercado a Gabriel con intenciones de ligar, ni tampoco había dado señal alguna de que fuera gay. Al menos hasta esa noche. Juan seguía siendo un misterio para él, al igual que la nota.

No quiso aventurar nada más, se concentró en su trago y participó de las conversaciones amenas que sostenían sus compañeros de carrera. De vez en cuando, desviaba la vista hacia donde se encontraba el objeto de su deseo, pero éste seguía conversando, si dedicarle una mirada siquiera.

De pronto, se levantó de su asiento y comenzó a despedirse del grupo de compañeros que le rodeaban. La ansiedad lo invadió. Si éste se iba, perdería su oportunidad de ligar con él y, en la universidad, sabía que no se atrevería a hablarle. Su compañero se acercó a ellos y se despidió de Andrea con un beso en la mejilla. Apretó el hombro de Gabriel y mantuvo ahí su mano.

—¿Ya te vas? —preguntó Andrea decepcionada.

—Sí. Tengo algo importante que hacer. —Acarició de forma casual el cuello de Gabriel con uno de sus dedos, provocando un hormigueo que le recorrió la nuca y bajó por su espina dorsal—. Adiós, Gabriel… Nos vemos luego —dijo antes de marcharse con un brillo pícaro en sus ojos. Observó el pequeño oso que se encontraba sobre la mesa con el lazo desecho.

—Nos vemos luego —le dijo a Gabriel, con una sonrisa ancha en sus labios.

Tanto Gabriel como Andrea se quedaron mirando su espalda hasta que este desapareció tras las puertas de la discoteca. El pecho de Gabriel se sintió apesadumbrado. Se había ido… se había marchado del local y no lo vería hasta la semana entrante.

—¡Es él! —gritó Andrea en su oído, sacudiendo su brazo. Se asustó y soltó un garabato.

—¡Mierda, Andi!, no seas tan chillona. Casi me rompes el tímpano.

—Lo viste, es él... —aseguró ésta emocionada—.¡Es él, es él!… Juan tiene que haberte dado el regalo y dejado la nota… Viste como miraba el oso. Y el tono con el que volvió a repetir “nos vemos luego”. Esta más que claro que se estaba insinuando… ¡Sí, sí, sí!…—chilló alzando los brazos al aire y haciendo un bailecito feliz—. Alguien va a tener su “noche buena” esta Navidad. —Comenzó a cantar un villancico. Repitiendo las palabras navidad y noche buena a cada momento.

—Ya córtala. Te ves ridícula. —Ella le sacó la lengua y continuó cantando y bailando. No pudo evitar reírse y terminó siguiéndole el juego. Pronto todos los alumnos reunidos en las mesas estaban cantando villancicos similares.

—¿Qué hora es? —preguntó de sopetón, interrumpiendo su canto.

—Las doce con quince. —Revisó su celular, antes de responder.

—Ya son pasadas las doce, tienes que ir, Juan te está esperando —lo animó empujándolo de la silla.

Gabriel se sacó sus manos de encima y la obligó a quedarse quieta. Había visto segundas intenciones en los gestos y comentarios de Juan, pero tenía miedo de hacerse ilusiones. Sabía que no le sentaría bien la desilusión, si al final no era él moreno, quien lo esperaba en esa dirección.

—No lo sé, me sigue pareciendo muy infantil. ¿Y si no es Juan? O peor aún, ¿Qué si es algún homofóbico que me cita sólo para lastimarme? —La idea lo hizo estremecer. No se había planteado esa posibilidad antes, pero bien podía ocurrir.

—Tienes razón —dijo Andrea agarrándolo del brazo—, por eso voy a ir contigo. Pásame la nota.

—¡¿Qué?!

—El papel con la dirección —o apuró extendiendo la palma de la mano—, quiero ver dónde está. No nos vamos a quedar con la duda... ¡Yo no me voy aquedar con la duda! —Gabriel titubeó, pero igual le entregó la nota. La muchacha la desdobló y anotó la dirección en la aplicación “Mapas” de su celular—. No está muy lejos de aquí, sólo a unas cuantas cuadras de la diagonal. Vamos. —Se levantó de la silla y se puso la chaqueta. Agarró su cartera y lo apuró—. Llegaste en bus, ¿cierto?

—Obvio. Sabes que mi abuela no me deja conducir cuando salgo a beber.

—Bien, te llevo en mi coche. —Andrea ya se encaminaba a la salida, perola detuvo.

—Espera, ¿y si no es Juan? —El miedo a que fuera una treta de alguien para herirlo le impidió moverse—. ¿Y si solo me citan para hacerme daño?

—¡No seas paranoico Gabriel! ¿Quién va a querer hacerte daño?¿Sergio? Pero si está bien borracho, lanzando los tejos a Nicol. —Gabriel miró a su compañero, quien se encontraba bien pasado en copas. Nicol trataba de sacárselo de encima e ignoraba todos sus avances—. De todos modos, en caso de que notemos algo raro, llamamos a los pacos*. —Lo agarró del brazo y lo arrastró con ella a la salida.


Una vez se colocaron los cinturones de seguridad, Andrea encendió el coche y condujo este murmurando la dirección todo el trayecto. Gabriel sentía unas ansias que le apretaban el estómago. Deseaba que fuera su compañero. Aunque lo negase, aquella artimaña le parecía muy romántica y osada, pero jamás se lo confesaría a su amiga.

—Esos son los apartamentos. —Apuntó con la cabeza—. 1075… 1079… 1080. ¡Ese es! —Detuvo el vehículo muy cerca del edificio mencionado y se bajó.

La imitó, aún inseguro. Receloso de lo que encontrarían al entrar a la vivienda. En el inmueble, se apreciaban varias luces encendidas. Era temprano. Las familias debían de estar cenando, o abriendo los regalos de navidad. Andrea entró y él la siguió. El recibidor se encontraba a medio iluminar. No vieron a nadie en la entrada, ni siquiera al portero. Revisaron la distribución de los departamentos, y enseguida encontraron el que estaban buscando. Se ubicaba en el quinto piso, así que se encaminaron directo al ascensor.

Mientras subían, los nervios de Gabriel volvieron a jugarle una mala pasada. Andrea tarareaba el villancico que había estado cantando en la discoteca, alterándolos aún más. Estuvo a punto de pedirle que regresaran a la discoteca y olvidaran el asunto, cuando el ascensor se detuvo y esta se apresuro a salir. Resignado la siguió. Después de revisar la numeración de varias puertas encontraron la número 103. Sacó su llave para ver si coincidía y encajaba perfecta.

—Espera. —La muchacha lo detuvo antes de que abriera. Sacó su celular de la cartera y tecleó el 133, sin presionar la tecla de llamada—.Mejor estar prevenidos. —aseguró. Asintió y giró la manija. La puerta se abrió sin oponer resistencia. Ambos se miraron antes de atravesar por ella.

El departamento era pequeño, de solo dos ambientes. Andrea le hizo notar la cinta roja que se extendía por todo el piso hasta llegar a una habitación a medio iluminar. La puerta de lo que probablemente fuera el dormitorio, estaba a medio abrir. No podían distinguir si había alguien en el interior, ni de quién se trataba. Lo cogió del brazo. Notó que la muchacha temblaba por los nervios.

—Ya estamos aquí, ¿no? —Se encontraba igual de temeroso, pero ya estaban ahí. Trató de infundirle un valor que no sentía y avanzó con ella pegada a su costado.

Llegaron a la puerta del dormitorio, con Andrea sujetando el teléfono en alto, como si de un arma se tratase, dispuesta a llamar a los Carabineros a la menor señal de peligro. La empujó suave y dejó que esta se abriera sola.

—¡Oh, mi Dios! —gritó su amiga, soltando el teléfono y tapándose la cara con las dos manos. Él se quedó mudo, en estado de shock, sin saber que decir ante lo que estaba viendo. Dentro de la habitación, en el centro de la cama, se encontraba Juan: totalmente desnudo, con una enorme cinta de regalo envuelta alrededor de su pene y un gorrito de santa en la cabeza.

—¡Oh, mi Dios!...¡Oh, mi Dios! —continuó carcajeándose Andrea, mientras se tapaba la cara y miraba el cuerpo desnudo del muchacho, por entre los dedos.

—¡Oh, mi Dios! —repitió él entre risas, cuando por fin pudo encontrar su voz.

Juan se veía incomodo y un poco molesto. Se enderezó murmurando que se taparía y acercó uno de los cojines a su entrepierna.

—¡NO! —gritaron ambos, al mismo tiempo. Se miraron y comenzaron a reír. Juan acomodó su espalda en la cabecera, no se tapó, pero tampoco mejoró el ceño.

—Yo mejor me voy —dijo la joven, recogiendo su celular del suelo—. Disculpa Juan, no quise mirar, bueno en realidad si quise. Igual no me arrepiento, estás demasiado bueno... ¡Por qué no habré nacido hombre! —se quejó, mientras guardaba su móvil en el bolso. Volvió a observar otros segundos a joven, quién ahora lucía, con total comodidad su desnudez y se despidió de Gabriel dándole un beso en la mejilla— Creo que volveré al Havana Club y aceptaré la invitación de Patricio. Pienso llevarlo derechito a un Motel. Si no me saco esta imagen la cabeza. Voy a empezar a acosarlos para ver en acción al semental que te espera sobre la cama. —agregó, guiñándole un ojo a Gabriel, antes de retirarse.

—Conduce con cuidado. —Se despidió él acariciando su cabeza.

—Y tú… Dale un buen uso a ese cuerpazo que te gastas. Te quiero bien follado y feliz, antes de la cena de mañana, en tu casa.

—Y quién te dice yo voy a ser el follado. —le respondió en un murmullo.

—¡Te voy a demandar por poner esas imágenes en mi cabeza! —protestó. La muchacha se estremeció y sacudió el cuerpo de forma exagerada—. Eres mi hermano. No me hagas imaginar ese tipo de cosas.

—Yo no he hecho nada —Se encogió de hombros— No es mi culpa que tengas una mente pervertida.

—Si, lo que digas. Me voy porque estoy sobrando. Byebye Juan. Asegúrate de darle su noche buena a mi amigo.

Se marchó riendo del dormitorio. Al salir al pasillo, la escuchó volver a entonar el villancico que había estado cantando toda la noche. Gabriel se rió y movió la cabeza. Su amiga era molesta como una pulga en el oído.

En cuanto se dejó de escuchar a la muchacha, la habitación quedó en completo silencio. Gabriel se cruzó de brazos. Su expresión seria, mirando al hombre desnudo en medio de la inmensa cama. Lo que veía le gustaba; le gustaba demasiado. No podía negar que se moría de ganas de saltar sobre esa cama, sobre el hermoso ejemplar masculino que yacía en ella. Pero toda esa artimaña sacada de alguna película de los 80, le tenía demasiado intrigado.

—¿Por qué? —preguntó rompiendo el silencio.

—¿Por qué, qué?

—Esto —dijo, apuntando en su dirección y abarcando la habitación iluminada sólo por la luz de las velas; la botella de vino sobre la mesita de noche, junto con las dos copas que la acompañaban y a la enorme cinta cubriendo el miembro de Juan.

—Tenía que jugármela —se justificó, encogiéndose de hombros.

—¿Por qué ahora? ¿Por qué nunca me hablaste? —Juan se rascó la cabeza y se acomodó el gorrito de Santa Claus sobre ella.

—Tenía mis reservas con respecto a ti —confesó. Gabriel levantó una ceja—. Prejuicios tontos, no he tenido muy buenas experiencias con chicos que se ven como tú. Son tan volubles... Al menos donde yo crecí. Se mueven de cama en cama, en buscan de quién los consiente más, ofreciéndoles mejores regalos. —Se cruzó de brazos, molesto. Iba a comenzar una réplica por aquellas ideas tan preconcebidas hacía los chicos con buena apariencia, pero el moreno continuó hablando, así que prefirió esperar hasta escuchar toda la explicación—. Sé que tú no eres así. Llevo varios meses observándote: Eres amable, atento y cariñoso con todos los que te rodean, no alardeas de tu buena apariencia, ni de tus conquistas. He notado como varios muchachos del campus te tiene en su punto de mira, pero tú los ignoras. —Sí, porque en su cabeza no ha habido espacio para nada más, que fantasías acaloradas, de su piel morena; de sus anchas piernas, cubiertas de bellos ensortijados; de esos gruesos brazos, marcados por los abultados músculos. Que estaba seguro, sabría aplicar la presión justa en el momento de la pasión, para no lastimar su esbelto cuerpo. Suspiró, intentando despejar su cabeza de la bruma de lujuria que pretendía apoderarse de ella. No, todavía no. Ya habría tiempo de dejarse llevar por ella y de disfrutar de todo lo que se le estaba ofreciendo en bandeja de plata, cuando se convenciera de las intenciones del muchacho—. Incluso a Sergio lo traes loco y eso que presume de hétero.

—¡¿Tú también?! —resopló—. Andrea insiste en lo mismo. ¡Que yo no le intereso a Sergio! Él me detesta.

—Sí le gustas. Reconozco a un gay reprimido en cuanto lo veo. Y ese chico tiene un severo caso de armario. Peor para él, hubiese sido un buen partido si se hubiese decidido antes. Ahora aunque se arrepienta, no lo dejaré acercarse a mi chico.

—¿A tu chico? ¡Ah!, ¿sí?

—Eso espero. —Le sonrió y se acomodó hasta quedar sentado. Destapó la botella de vino y sirvió ambas copas. Estiró uno de sus brazos ofreciéndole una de ellas.

—¿Y si no hubiese venido? —preguntó sin moverse de su sitio, a pesar de que su miembro, que ya estaba a medio inflar le exigía que aceptara la invitación. .

—Me hubiese congelado las bolas hasta la una de la madrugada… No, miento. Hubiese esperado hasta las dos, tú bien lo vales.

Sonrió y se sonrojó. Su pecho se calentó ante la apreciación que su compañero tenía de él. Avanzó hacia la cama, dispuesto a aceptar aquella copa, aquella invitación. Olvidándose de cualquier duda que hubiese tenido, cualquier desconfianza por el comportamiento reticente de su compañero, en los pasados meses. No le importaba el motivo que lo hizo dudar tanto tiempo de acercarse, que los mantuvo alejados. Quizás con las prisas y el calor del primer flechazo, no hubiese llegado a conocer aquella faceta ingeniosa y romántica del otro muchacho. Amplió su sonrisa, a medida que acortaba la distancia con el que prontamente sería su amante. Dispuesto a dejarse arrastrar por las emociones florecientes en su pecho, disfrutar de  todo lo que el moreno tenía preparado para él.

Estiró la mano para recibir la copa ofrecida, pero Juan recogió el brazo esquivándole. Lo miró extrañado. Una sonrisa pícara se había formado en los labios del otro acompañado de un brillo malicioso en sus pupilas.

—Estás demasiado vestido para apreciar el sabor de este buen vino —dijo, ante de derramar, de forma seductora, aquel líquido púrpura sobre su pecho. El calor en el rostro de Gabriel se incrementó, así como el bulto debajo de sus pantalones—, sácate esa ropa. Todavía tienes que desenvolver tu regalo del amigo secreto.

—Pensé que el oso era mi regalo del amigo secreto—comentó sonriente, mientras se sacaba la chaqueta y la depositaba la silla que se encontraba a un costado de la cama. Prosiguió después,  con la camisa.

—Tu verdadero regalo está bien envuelto. Solo si has sido un niño bueno Santa te va a premiar con el —Detuvo lo que estaba haciendo para mirar al otro muchacho, quien se acomodaba el moño que adornaba su entrepierna,  jugando con las cintas, de entre las cuales, se apreciaba la colorada punta de su polla. Su mirada lujuriosa, no abandonaba el rostro de Gabriel.

—He sido un buen niño. —Se lamió los labios, y continuó desvistiéndose. Impaciente por desenvolver aquel lazo y probar lo que se ocultaba debajo.

—Tienes un hermoso cuerpo —acotó Juan, cuando éste se hubo desvestido por completo.

—¿Sí? Pues tú no estás nada mal, morenazo. —Llegó junto a la cama. El otro muchacho se abrió de piernas, dándole a entender que he ahí es donde quería que se acomodara. Gateó los centímetros que le restaban, con los ojos fijos en su premio.

Se sentó sobre sus talones, contemplando aquel cuerpo soñado. Acarició tímido, con ambas manos, las piernas firmes y llenas de músculos. Subió con la yema de sus dedos, acariciando los bellos negros, delineando los muslos. Reprimió su impaciencia y su deseo de tirar de aquella cinta, dispuesto a saborear el momento, a guardar cada detalle de este encuentro en su memoria. Cuando sus palmas llegaron a la entrepierna, Juan le apartó las manos y, las guió, hacía sus labios. Las soltó y le sujetó el rostro besándolo de forma apasionada. Saboreó la miel que le regalaban aquellos labios rezando para que este fuera el primero, de muchos besos, que compartieran con el otro chico.

Su paladar se llenó del sabor de la pasta de dientes del moreno. Profundizó el beso apoyando sus manos en el pecho, acariciando lo que sus manos alcanzaban a tocar. Chupó la lengua que le salió al camino, gimiendo en la boca del otro. La intensidad de aquel beso amenazaba con marearle. Se separaron, ambos jadeando en busca de aire. Juan le sostuvo de nuevo las manos, saboreando la humedad del licor que se había impregnado en ellas.

—Es un buen vino, te lo recomiendo. —Gabriel iba a agacharse, para comprobar por el mismo la calidad de aquel vino y, de paso, degustar el amplio pecho, pero su compañero no se lo permitió. Volvió a tomar ambas copas ofreciéndole una de estas. Esta vez, le permitió cogerla.

—Por una Feliz Navidad… —brindó, cocando su copa con la que él sujetaba—. Y porque hayan muchas como estas.

—Por una Feliz Navidad. —repitió

Se sostuvieron la mirada mientras bebían. El corazón le latía acelerado, emocionado ante la promesa de más navidades al lado del moreno. En los pocos meses que llevaban de conocerse, se había colado hondo en su corazón. No era de los que creían en el amor a primera vista, era demasiado práctico para eso, pero aquel muchacho se había adueñado de sus pensamientos. Sin pedir permiso, sin darle alternativa. Sin ser siquiera consiente, de todo lo que provocaba en él.

Dejó la copa de lado, y volvió a atacar con entusiasmo los labios que lo tentaban. Fue correspondido de igual manera. Mordió sus labios, chupó las mejillas recién afeitadas, lamió la cicatriz rosa y suave que partía el costado derecho del mentón. La recorrió a conciencia, como si fuese un gato lamiendo la herida de su semejante, para curar cualquier vestigio de dolor. Su amante suspiró y gimió. Bajó por el cuello y dejó que su lengua explorara a sus anchas. Sin prisa, saboreando el momento.

Descendió hasta el pecho y chupó los pezones ya erectos por el frío de la habitación. Bajo su toque, Juan gruñía de placer. Con sus manos grandes le acariciaba la espalda y las nalgas, tratando de ir más allá. Mordió uno de sus pezones, exigiendo que se quedara quieto. El otro se quejó y apartó las manos. Lo miró atento. Gabriel lamió con suavidad el pezón torturado y le regaló una sonrisa coqueta. Su amante suspiró feliz y se recostó sobre la cabecera, dejándolo explorar a su antojo.

Descendió otro poco. Acarició con las manos el pectoral izquierdo adornado de cicatrices. Había varios surcos, cortando la carne, bajo este; cubriendo parte del vientre: rosas, irregulares. Descendió para lamerlas también. Las contempló y repasó con las yemas de los dedos palpando su suavidad. Trató de imaginar el motivo de aquellas marcas que decoraban su oscura piel, había un sinfín infinidad de posibles razones para que se encontraran allí. Se mordió el labio para no indagar y preguntar. Por temor a traer de vuelta algún recuerdo doloroso a la mente de su amante. Juan se removió incómodo bajo suyo.

—¿Te duelen?

—No, ya no. Son feas, ¿cierto?

—¡No!, casi ni se notan. ¿Te asaltaron?

—No... Son recuerdos de una vida desenfrenada. De un tiempo en que no fui yo mismo... Y me rodee de gente que no me convenía. —El muchacho recorrió con sus dedos los remanentes de las heridas infringidas a su cuerpo y suspiró con pesar. Gabriel notó que había más cicatrices en ambos brazos. Su corazón se oprimió al ver la cara llena de pesar del otro, al revelar un pasado del cual se avergonzaba.

Él había visto de primera mano, mientras crecía, jóvenes en circunstancias similares. Antiguos compañeros de colegio, que habían optado por perderse en el desenfreno y la ilusión de una vida fácil que les proporcionaba el delinquir o la droga. Lastimando a los que los amaban y se preocupaban por ellos, malgastando su vida y, su juventud, entrando y saliendo de correccionales, o de la cárcel. Y, en el peor de los casos, perdiendo su vida en riñas callejeras. Su estima por el moreno creció otro poco y su corazón se llenó de una calidez indescriptible. El muchacho había dejado atrás aquellos caminos equivocados y encauzado su vida para estudiar una carrera, para superarse. Gracias a ello, habían logrado conocerse. Se empinó para besarle de nuevo y demostrarle lo poco que le importaban esas marcas y lo mucho que lo valoraba por ellas. Juan lo estrecho en sus brazos, devorando su boca, besándolo como si quisiera meterse en su alma.

Cada vez que Gabriel se apoyaba en el enorme cuerpo de su amante para intensificar el beso, su erección se rozaba con las cintas que cubrían la entrepierna del otro chico, incitando su lujuria. Lo deseaba, deseaba al muchacho de una manera desenfrenada, quería hundirse en su piel y empaparse de ella.  Incapaz de concentrarse en otra cosa, más que en aquella cinta y lo que ocultaban debajo, rompió el beso.

—Puedo desenvolver mi regalo.

—Puedes hacerlo si gustas, después de todo es tuyo. Lleva bastante tiempo esperando por ti. —La chispa de malicia había vuelto a los ojos de  su compañero, aquello lo alivió. Sonrió emocionado se enderezó para sentarse, otra vez, sobre sus talones.

Revisó el elaborado moño, en busca de las puntas que lo unían. Con cada uno de sus roses, Juan se quejaba y gemía. Cuando al fin lo encontró, agarró ambos extremos y jaló con fuerza. El otro lo miró expectante con sus labios a medio abrir, aguantando el aliento. Atento a su reacción.

Desenredó por completo el nudo y, el lazo salió de su camino, para dejar al descubierto la erecta polla de su compañero. Abrió ampliamente los ojos, cuando pudo apreciar con claridad el miembro inflado del otro chico. Era grande, grueso y surcado de venas anchas como lo había imaginado. Pero, no fue la magnífica hombría de su amante, lo que lo sorprendió tanto: esta se encontraba cubierta por lo que parecía ser una fina capa de chocolate. Levantó la vista consternado y divertido.

—Es todo para ti, precioso. —Tuvo que reprimir una carcajada, la sonrisa pedante y llana de orgullo en los labios de otro chico lo detuvieron. No quería dañar su orgullo haciéndole creer que no apreciaba el gesto. Al contrario, el muchacho no dejaba de sorprenderlo. Se saboreó mientras se agachaba para saborear el exquisito dulce.

—¡¿De menta?! —Esta vez no pudo evitar reírse divertido.

—Escuche a Andrea mencionarlo una vez. Creo que buscaba que regalarte para tu cumpleaños. —El otro chico se encogió de hombros. Gabriel volvió a carcajearse.

—¡Tú de verdad me sorprendes!

—Espero hacerlo siempre. Anda cómete tu regalo. Se está endureciendo cada vez más sobre mi pene. Empieza a picar e incomodarme.

Con una boba sonrisa en los labios descendió para devorar el obsequio que le estaban ofreciendo, en una presentación tan tentadora. No muchos sabían sobre su afición al chocolate y, que éste en particular, era su favorito. No volvería a ver una barra de esta golosina, con los mismo ojos, nuca más.

—Tienes que dejarlo bien limpio. —se quejó jadeando el moreno, mientras Gabriel lamía toda la envergadura de aquella polla, disfrutando del sabor de su chocolate favorito.

Cuando hubo devorado, todo el chocolate que la cubría, bajó hasta las bolas: las saboreó, y las chupó. No habían sido cubiertas por aquel dulce, pero se moría por probarlas, así que no se contuvo. El muchacho, bajo suyo, profería gemidos entrecortados cada vez que su boca se acercaba a una zona sensible de su cuerpo.

Subió de nuevo, paladeando la gruesa polla, mordiendo sutil, deseoso de escucharle con más ganas. Succionó la punta y se deleitó con las gotas de presemen que se escurrían de esta. Las manos grandes de su amante, retiraron su boca de la polla que pretendía engullir entera. Lo obligaron a levantar el rostro, para encontrarse con los ojos empañados de deseo del otro. Lo atrajo hacía para besarle una vez más.

—Te deseo Gabriel. No sabes cómo te deseo.

—Yo también te deseo… —Se fundieron en un beso apasionado, urgente, lleno de deseo contenido. Saboreando la pasión con sabor a chocolate de menta que embadurnaba ambos labios.

Los besos se intensificaron, las caricias se hicieron febriles. Gabriel se fundió en los labios de su amante, sofocado por la pasión que lo consumía, disfrutando del roce de la piel del otro, contra la suya. Se movió con entusiasmo sobre el amplio cuerpo de su amante, perdido en la pasión. Rozando su necesitado miembro sobre el cuerpo del otro, gruñendo de placer, jadeando por aire, sin querer soltar aquellos labios.

Juan apretó su trasero, estrechándolo más a su cuerpo, para aliviar su necesitada polla, uniéndola a la suya. Ambos se movieron en sincronía, rozándose, dándose placer de la manera más primitiva. Conduciéndose hasta la locura, con solo el roce de sus cuerpos.

—No aguanto más, no quiero correrme así. Quiero hundirme en tu cuerpo… Déjame entrar en tu cuerpo —suplicó sobre su boca.

Se abrió de piernas, igual de impaciente por sentir la carne de su acompañante enterrarse en su trasero. El otro muchacho, alargó el brazo para rebuscar debajo de la cabecera. Sacó un condón y una pequeña botella de lubricante.

—¿Hombre previsor? —se burló Gabriel.

—Tenía puestas mis esperanzas, en que los ojos tiernos y el enorme corazón rojo, del oso te convencería. Y, si no era así, hubiese molestado a tu amiga, para que me diera tu dirección.

—¿En serio? —El muchacho asintió.

Se dejó conducir por su amante, quien lo depositó sobre su espalda y destapó la botella de lubricante para untarse los dedos con la loción. Volvió a besarle, devorando su boca mientras lo preparaba. Su cuerpo respondía al estímulo y se abría con ganas a los dígitos invasores, a la espera del premio mayor. Cuando los sacó, Gabriel sintió la pérdida, pero no se quejó. Su atención estaba centrada en su amante, perdido en los orbes oscurecidos por la lujuria. Estos los miraban expectantes, en busca de su aprobación. Levantó las caderas y se ofreció al moreno, no quería ser tomado por la espalda, quería disfrutar de cada uno de sus gestos, hundirse en aquella mirada, mientras el otro se hundía en su cuerpo.

Y así sucedió, fue llenado por el miembro de su compañero, con la mirada del moreno clavada en sus pupilas. Con cada estocada, su corazón también se abría. Cada rincón era llenado por la presencia del moreno, por las caricias de este, por las intensas sensaciones que le regalaba a su cuerpo, a su alma. Se sentía como si hubiese llegado al fin a casa, como si hubiese estado perdido y era por fin encontrado. Seguro, confiado, por primera vez.

El calor aumentó y los movimientos de sus cuerpos también. Gritó el nombre de su amante, cuando su mente se fundió en una vorágine de placer, naciendo a su cuerpo se liberó toda aquella pasión, con apenas unos toques de su mano. Su amante se corrió unos segundos después, gruñendo su nombre en su boca.

Permanecieron abrazados, respirando agitados, unidos en un solo cuerpo. Agradeció todos los minutos que esté permaneció en su interior, repartiendo besos en su rostro, mordiendo sus labios, compartiendo aquella conexión maravillosa que se había establecido entre ambos. Juan no se salió de su interior y él apreció el gesto. Aquella conexión lo hacía sentir importante y querido.

—Feliz Navidad —suspiró el muchacho en su oído.

—Feliz Navidad —repitió satisfecho con una perezosa sonrisa, adornando sus labios.

Su amante se deshizo del condón, cuando su polla se desinflo por completo y, se salió por sí sola, de su interior. Lo atrajo hacía su cuerpo y él se acomodó sobre este. Compartieron caricias, soñolientas y satisfechas, ambos demasiado  cansados por la pasión recién compartida.

Se relajó en el amplio pecho y descansó su cabeza en este, meciéndose en el ritmo del corazón, que palpitaba aún alocado. Cerró los ojos para descansar y recuperar  energías. La noche era larga, aún quedaba muchas horas por disfrutar, demasiadas como para pensar en dormir. Ya habría tiempo para ello más adelante. El cuerpo firme, que olía como los dioses y, que reposaba bajo  suyo, era su regalo: el regalo del “amigo secreto”. Y, se deleitaría en él, hasta que se asomaran los primeros rayos del sol por la ventana.

colepato o cola se refiere a homosexuales afeminados o que se visten de forma llamativa.

pacos gerga popular para referirse a los Carabineros de Chile