El amigo de mi marido

La situación de tener un invitado en casa, ciertamente me daba algo de morbo.

EL AMIGO DE MI MARIDO

El pasado Julio, Ricardo y yo estábamos disfrutando de unos días sin nuestros 2 hijos, en el apartamento que mis padres tienen en una urbanización de la costa en Andalucía. A los niños los habíamos "colocado" con mis suegros en el pueblo, ya que les encantaba estar a su aire sin nuestro control, disfrutando de la libertad que tienen los pueblos en verano.

El apartamento está en segunda línea de playa, y desde su enorme terraza se divisa una excepcional panorámica del mar. En ella suelo practicar top-less a primera hora del día, ya que en la playa no me gusta hacerlo por corte a que me vean los vecinos conocidos de apartamento.

Para los que lean mi historia quiero comentarles cómo somos. Ricardo tiene 40 años recién cumplidos, es bien parecido, de mediana estatura, practica mucho deporte, y está en forma.

Yo me llamo Virginia, tengo 37, y según dicen, estoy bastante apetecible. Algo más rellenita que delgada, unas Tetis grandecitas con una característica especial, que a mi marido le encanta, que es que tengo unos pezones muy grandes y oscuros.

Una tarde, mientras hacíamos el amor en el sofá, yo a punto de correrme, sonó el móvil de mi marido, y aunque le dije que no lo cogiera, cuando vió que era su amigo Carlos, contestó. Ricardo aún tenía el pene introducido en mi vagina. Al principio se detuvo, comenzó a hablar con Carlos, y mientras lo hacía volvió a un ritmo lento de entrada y salida de su miembro. Lo que en principio me sentó mal, poco a poco me fue dando morbo saber que había un tercero en el auricular, a escasos centímetros de mí. Finalmente me corrí entre gemidos que no pude disimular. Con toda la desfachatez del mundo, mi marido relató la escena a Carlos, cuando le preguntó que qué eran esos grititos que se oían. Entre Ricardo y Carlos no hay secretos.

Durante la conversación, Carlos le comentó que por motivos laborales iba a estar por la zona. Ricardo no dudó en invitarle a alojarse en nuestra casa durante la noche del jueves a viernes, y del fín de semana que seguía. Ricardo, recién separado, no dudó en aceptar.

He de decir que la idea no me entusiasmó del todo, pero en el fondo Carlos me caía bien. Con sus 45 años tiene muchas experiencias vividas. Es un gran conversador y un tío muy divertido.

Cuando llegó a nuestro apartamento, le preparé la habitación de invitados, que al igual que nuestro dormitorio, el salón, y nuestro aseo, tiene unas puertas correderas de cristal que dan acceso a la terraza.

Nada más llegar, salimos a cenar a un restaurante del puerto, y regresamos a casa alrededor de media noche. La noche era muy agradable, y sentados en la terraza nos tomamos una copita mientras charlamos distendidamente. Dado que Carlos trabajaba al día siguiente decidimos irnos a la cama. Como es habitual en mi marido y en mí, decidimos darnos una ducha antes de irnos a acostar.

La situación de tener un invitado en casa, ciertamente me daba algo de morbo. No es que Carlos esté muy bueno, pero es resultón. Yo me duché antes que Ricardo; salí de la ducha y del aseo, y entré en el dormitorio para terminar de secarme. Mientras me dirigía hacia los ventanales para bajar la persiana, ví a Carlos a oscuras en la terraza fumándose un cigarrillo, y en ese instante, no sé ni como ni porqué, decidí brindarle un espectáculo que no olvidara.

Así que al correr las cortinas, me ocupé de dejar un espacio de unos cuatro dedos sin cerrar, por el que se pudiera ver el interior del dormitorio desde la terraza, con bastante facilidad. Yo llevaba sólo una toalla tapando mi cuerpo desnudo. La tenía anudada algo más arriba de mis pezones, sujetándose a duras penas. Por la parte de abajo, la toalla casi no llegaba a tapar mis culo.

Comencé a moverme por la habitación, del armario a la cómoda, de la cómoda a preparar la cama, y pronto, con el reflejo de la luna, pude observar la silueta de Carlos espiándome desde fuera. Mientras me movía, me agachaba enseñando parte de mis soberbios glúteos. Con el movimiento también la toalla había bajado algo, dejando verse casi la mitad de mis oscuros y grandes pezones. La situación me estaba poniendo a mil, y sabía que Carlos estaría también a tope.

Me senté en el borde de la cama, de espaldas a "mi observador", y ahora sí, dejé caer la toalla sobre la cama. Me encontraba completamente desnuda, por primera vez en años, delante de otro hombre que no era mi marido. Aunque desde su posición no podía ver nada más que mi espalda desnuda, y el canalillo de mi trasero.

Cada vez estaba más excitada. Me armé de valor, y me puse de pié con el pretexto de aplicarme crema hidratante. Me giré, apoyé una pierna sobre la cama, y comencé con parsimonia a extender la crema sobre mi cuerpo. En ese momento Ricardo apareció también desnudo desde el aséo; intenté disimular pidiéndole que me extendiera crema por la espalda.

Yo estaba completamente desnuda, de pie, cara a la ventana, y mi marido deslizando sus manos llenas de crema por mi espalda. La situación se estaba complicando, ya que se podía ver nítidamente la silueta de Carlos tras las cortinas. Parecía imposible que Ricardo aún no se hubiese percatado de la presencia de su amigo.

Ricardo continúo su masaje, ahora sobándome las tetas con pasión. Poco a poco fue bajando sus manos hasta acariciar mi pubis con delicadeza. De inmediato mi excitación era máxima. Notaba cómo caían mis flujos vaginales por mis piernas. Comenzó a acariciarme el clítoris con el dedo anular. El espectáculo para nuestro invitado era increíble.

En tal solo un minuto me corrí desplomándome sobre la cama. Mi marido me colocó entonces sobre la cama, "a cuatro patas", para que chupara su pene, con el culo de nuevo en posición perfecta para que Carlos no se perdiera detalle. Separé las piernas todo lo que pude para facilitar aún más la labor de observación. Mientras yo chupaba, mi esposo con sus manos separaba mis nalgas e intoducía sus dedos en mi empapada vagina.

Pero de pronto, mis gemidos de placer fueron interrumpidos por la voz de Ricardo:

-"¿Quieres participar?", pronunció con tono amigable, dirigiéndose obviamente a su amigo Carlos.

Era evidente que mi marido había descubierto la presencia de Carlos seguramente desde casi el primer momento, disfrutando como yo de esa morbosa situación.

Mi corazón casi estalla cuando escuché que Carlos había entrado en nuestro dormitorio. De inmediato noté las manos de Carlos sujetándome la cintura, e intentando introducir con torpeza su duro miembro en mi coño. Con mi mano agarré su pene y lo coloqué en la entrada de mi vagina. De un empujón, Carlos me penetró profundamente y comenzó a follarme con fuerza. Ricardo se corrió entonces en mi boca.

Carlos seguía embistiendome. Yo gemía y gritaba. Me corrí de nuevo. No quería que parara de follarme, pero no pudo aguantar más, y también se corrió. Mi marido estaba de nuevo empalmado. Yo quería aún más. Me puse esta vez a horcajadas sobre él, me introduje su pene, y empecé a agitarme. Noté que Carlos introducía uno de sus dedos empapado en crema, por mi ano. Nunca antes había practicado con nadie el sexo anal, ni siquiera con mi marido en 10 años, y aunque hasta entonces no me había atraido, en ese momento estaba desando perder mi virginidad.

Carlos fue metiendo su dedo poco a poco en mi virginal ano, hasta que lo dilató lo suficiente para que pudiera entrar su poya. Por entonces, Ricardo había parado de follarme para poder observar en detalle la operación. Tras varios intentos, noté como los centímetros iban entrando en mi trasero. En un momento determinado Carlos comenzó a moverse, metiendo y sacando sus 20 cm de miembro. El placer era distinto al de la penetración tradicional, pero para mí mucho más intenso. Me corrí como una loca.

Después de ello, mi marido quiso también ser participe de mi ano

Durante toda la noche estuvimos los tres follando de todas las formas y maneras. Es indescriptible el placer que experimenté esa noche.

Por la mañana, Carlos prefirió marcharse. Mi marido y yo no hemos vuelto a hablar del tema, pero de vez en cuando nos dirigimos una sonrisa de complicidad