El amante de los tiempos, en 5 relatos (26)

Un relato de relatos. Diferentes lugares, diferentes épocas, diferentes personajes, solo uno fijo, el autor, en 31 trozos.

EL AMANTE DE LOS TIEMPOS, EN 5 RELATOS

(26-31)

ESCRITA POR: SALVADOR MORALES

© Todos los derechos reservados.

Ely respiró agradecida. Luego se sentó sobre su nalga buena y atrajo a Bárbara y la besó con su lengua hasta el fondo. Ella admitió tal agasajo con su propia lengua. Luego ambas cogieron una teta de la otra y se dieron un mini-banquete lechero.

. - por favor, Ely, necesito a Bárbara para curar a varias de tus pupilas.

. - sí, perdona -dijo separándose de Bárbara- no lo pensé, pero vete, vete Bárbara. En otro momento sabré agradecerte como te mereces tu buen trabajo en mi culo-.

. - no dejaré que lo olvides -y le dio un beso en su boca, para luego levantarse e ir hacia otra furcia herida, esta vez de flecha en un muslo-.

La chica herida estaba siendo consolada por otra puta. Bárbara vio que la flecha tenía la punta por el otro lado y con un cuchillo le hizo un corte y la partió. Luego de un tirón, sacó la fecha, ante el grito de la herida. Luego se dedicó a cauterizar con un cuchillo al rojo vivo ambos agujeros. La chica volvió a gritar y desmayarse. Al final quedó vendada y lista para reanudar su vida de zorra.

Cuando todas las heridas estuvieron atendidas, tocó atender a los muertos. Las cuatro muertas, incluida Sara, estaban tendidas en paralelo, a la espera del protocolario entierro tan suigéneris.

Para ganar tiempo, propuse que las mujeres fueran cavando las fosas, mientras los hombres hacían su parte.

. - tienes razón, Salvador. Chicas, desnudémonos y comenzad a abrir la fosa de nuestras compañeras. Los hombres les harán los honores. No podemos estar mucho tiempo aquí con esos salvajes cerca. Una cosa para los chicos. No correros ahora, hacedlo después durante la lectura de la biblia.

A una, las mujeres, todas las mujeres, aun las que estaban heridas y menos la desmayada, se desnudaron en honor de las muertas. Después varias cogieron las palas y comenzaron a hacer los agujeros.

Nosotros, los hombres, también desnudos, incluido Sam, el hijo de la infortunada Sara, comenzamos el ritual de follarnos a las muertas en su bendito honor.

Tácitamente dejamos al hijo para que se follara a su puta madre.

El chico, imitando al resto, le abrió las piernas a su madre y le enterró su blando cipote, pero no lograba metérselo. Yo, muy amable y que además estaba a su lado, acerqué mi boca a su polla y le hice una corta, pero intensa mamada hasta ponérsela dura como una piedra. Luego volví con mi muerta.

Ahora sí que le entró el cipote del hijo a la madre. Se la folló hasta agotarse y cuando le iba a venir, se salió de inmediato, parando el orgasmo que estaba a punto de salir.

El resto de nosotros, lo mismo. Nos quedamos con ganas, pero bueno, había que esperar un poco.

Tuvimos que esperar allí con el cipote empalmado hasta que acabaran con las fosas. Después de hechas, tocó la lectura de la biblia.

Ely, sentada en su nalga buena comenzó y el resto también comenzó con lo que teníamos que hacer.

Los gemidos de las mujeres y sus lágrimas por las amigas perdidas, se mezclaban con los gemidos de los hombres y las mujeres pajeándose frente a las muertas.

Como era lógico el primero en soltar leche fue Sam sobre la cara de su putísima madre, el resto fuimos soltando el grifo sobre los muertos respectivos.

Las chicas seguían pajeándose y contorsionándose cada vez que un orgasmo les bajaba patas abajo.

Al rato nos llegó las ganas de mear y los chuminos de las muertas recibieron nuestra lluvia dorada. Lo último, fue enterrarlas y enterrarlas rápido y deprisa, pues el miedo aún no se nos había ido del cuerpo.

Antes de que la última pala fuera echada sobre el cuerpo de las muertas, las mujeres ya estaban casi todas ellas subidas en sus carros respectivos, a excepción de los quemados, por lo que se hubo de repartir a las chicas en el resto.

De allí marchamos sin mirar atrás, solo al infinito que era nuestra salvación momentánea, que no definitiva.

Unas tres millas después localizamos el fuerte, un fuerte en medio de una planicie, fácil de defender de atacantes salvajes.

Había muchas carretas fuera del fuerte y supuse que era porque dentro no cabían. Aparcamos junto a ellas en una fila y descendimos de los carros.

Aquello parecía una convención de caravaneros. Según las conversaciones con ellos, venían huyendo de los ataques de los indios y buscaban la protección de la capital hasta que la cosa amainara, para volver a sus haciendas. Eso era para algunos que vivían en la zona, pero la mayoría venían de lejos, camino a zonas donde instalarse, vamos, como nosotros. Junto a estos hicimos migas y decidimos unirnos a ellos en la primera salida que hubiera, pues también iban hacia la capital, para continuar más allá.

Después de aprovisionarnos de agua y algo de comida, no mucha, porque no había, partimos con una de las caravanas. Éramos más de cincuenta carretas y muchos animales de granja más.

Llevábamos una escolta militar que nos dio seguridad para viajar. No tuvimos más percances por el camino. Al final de la semana de viaje llegamos al extra-radio de la capital y allí aparcaron las chicas.

. - Ely, nosotros nos vamos al centro de la ciudad, después de descansar, proseguiremos nuestro camino. Os damos las gracias por lo buenas que habéis sido con nosotros -dije a Ely y al resto de mujeres, sin comentar el asunto de la comida ocultada, no valía la pena joder la despedida-.

. - no podéis iros así, sin despediros como es debido, anda, porfa. Subid a los carros un momento, sé que lo estáis deseando -Dijo Ely-.

Miré a mi familia adoptiva y putativa y ante la sonrisa de sus caras, comprendí que no podíamos irnos sin cumplir con nuestras putas favoritas.

Cada uno se subió a una carreta distinta y detrás subieron las mujeres. Abajo quedaron varias custodiando que nadie viniera a molestar.

Al rato se intercambiaron las de arriba con las de abajo y, en fin. Nos dieron un repaso que ni Baco en sus buenos tiempos. De allí salimos más que servidos. Casi no me tenía en pie, cosa que agradecí como pude metiéndola en cada agujero que encontré.

Había tres personas tristes y que no participaron de la despedía. Eran los hermanos Sam y Shirley y la ciega de Isabel. Aquello me hizo pensar en lo que les depararía el futuro y no lo vi nada halagüeño. Más bien lo vi negro. Dos chicos solos y una ciega también sola. Sus vidas estaban vendidas.

Reuní en un aparte a mi familia putativa y les comenté mi idea.

No lo discutieron mucho, es más, esperaban mi decisión al respecto para pronunciarse, pues les habían cogido cariño a los chicos, además de que todos ellos se los habían follado varias veces y que querían seguir follándoselos.

. - Salvador, querido. Mucho has tardado en pedírnoslo. Sí, sí es la respuesta. No podemos dejar que se echen a perder esos niños que nada de culpa tienen. Si quieren, se vendrán con nosotros a la granja que compremos.

Les di un beso a Bárbara y otro a Tony por ser tan comprensivos con la situación de los chicos.

. - Ely, quisiera hablarles a los chicos huérfanos.

. - adelante y si es lo que creo, os doy la bendición. Se lo merecen.

. - gracias, amor -le dije besándola en la boca-.

Me fui hacia los chicos que estaban sentados juntos sobre unas piedras.

. - ¿hola chicos, como estáis? -pregunté-.

Los tres se echaron a llorar según pregunté.

. - no lloréis, por favor. Todo se arreglará.

Ellos no se lo creían y siguieron llorando.

. - mirad, he hablado con mi familia y con Ely. Ellos están de acuerdo conmigo. Si queréis veniros con mi familia a la granja que compraremos, seréis bienvenidos. Os adoptaremos y seréis los hijos de Bárbara y Tony. ¿Qué decís?

Los chicos dejaron de llorar, pero no decían nada, estaban como paralizados por la sorpresa.

. - ¿de verdad? -pudo decir Sam-.

. - de verdad. Además, os queremos mucho a los tres y deseamos que viváis con nosotros.

. - oh, mi amor -dijo Isabel, intentando abrazarse a mí-.

Me acerqué a ella y nos abrazamos. Luego Shirley se abrazó también a mí y lo mismo Sam. Los tres lloraban ahora de alegría.

Como pude, los llevé junto a su nueva familia, los cuales también se abrazaron y se besaron. Después coger sus cosas, los subimos a nuestros carros y nos despedimos de nuestras amigas putas. Las lágrimas en las mujeres de mi familia no pudieron ser evitadas, tampoco en algunos de los hombres

Al rato llegamos cerca del mayor banco de la capital y del estado.

. - mientras Tony vigila los carros, tú, Bárbara, alquila dos habitaciones contiguas en uno de los hoteles de la ciudad. Que tengan agua y una bañera. Yo iré a hablar con el director del banco para depositar lo que traemos. Cuando tengas las habitaciones, que los chicos te acompañen y descansad todos, no nos esperéis, lo nuestro durará bastante y luego iremos junto a vosotros. ¿Confiáis en mí? -pregunté-.

. - ciegamente -dijeron a una, todos-.

. - gracias. Ahora haced lo que he dicho, por favor.

Le di todo el dinero que llevaba encima y Tony lo mismo. Luego, mientras Bárbara iba en busca de las dos habitaciones, yo iba en dirección a la entrada del banco.

Me gustó la seguridad que se respiraba fuera del banco. Arriba dos tiradores, otros dos en la entrada y otros dos patrullando a los lados.

Cuando entré, más seguridad. Al menos vi a cuatro más armados hasta los dientes. No, no estaba nada mal.

El mostrador medía al menos 12 metros de largo, con varios cajeros uniformados. Me dirigí a uno que atendía al público.

. - buenos días, deseo ver al director del banco.

. - si le puedo atender yo, caballero…

. - no, le he dicho que quiero hablar con el director.

. - ahora mismo está ocupado. ¿Cuál es el motivo de su visita?

. - para un ingreso.

. - señor, yo estoy autorizado para recibir los ingresos de los señores clientes.

. - ¿hablo en chino o qué?, solo trataré con el director, ¿lo llama usted o lo llamo yo desde aquí?

. - perdóneme señor…

. - oiga, ¿es usted idiota o qué?, ¿acaso prefiere que me vaya con mi dinero a otro banco? sepa que antes de marcharme, su director sabrá que tiene a un estúpido trabajando para él.

. - no tiene por qué hablarme así, señor. Enseguida voy a informarle.

. - vaya, vaya.

El tío salió todo rojo por el rapapolvo que le había echado. Una chica de unos 20 años estaba a mi lado cuando le hablé al empleado.

. - estos tíos se creen los dueños del banco -le dije guiñándole un ojo-.

La chica, una dama bien vestida y con un cuerpo para mojar con pan, me sonrió. Tenía un escote que uno no podía apartar la mirada de él.

. - tiene toda la razón. Se creen los dueños del banco. En realidad, el dueño es mi padre.

. - vaya, me alegro por tener a un papá tan rico. Quizás debiera hablar con usted entonces, si representa a su padre.

. - no, lo siento. Yo solo me gasto su dinero. No trabajo en su banco -dijo ella, guiñándome un ojo-.

. - eso sí que es vivir y no pegar golpe. ¿Está soltera, acaso?

. - ¿acaso desea casarse conmigo?

. - con sus antecedentes paternos, ahora mismo. ¿Lo está?

Ella rio y se ruborizó.

. - sí, así es.

. - estupendo. Apúnteme en su agenda. Por cierto, me llamo Salvador -le dije tendiéndole mi mano-.

Ella alargó su enguantada mano y me la tendió. Luego, con delicadeza le quité el guante de encaje y se la besé con un beso que la hizo derretirse. Ni un gentleman la hubiese besado mejor. Mientras no me decía su nombre, no le solté la mano.

. - me llamo Felicia.

. - no podía llamarse de otra manera -le dije y le volví a dar otro beso en su mano, para después ponerle el guante otra vez-.

. - es usted muy galante con las damas.

. - no lo puedo evitar. Es verla y convertirme en todo un caballero. Entonces, ¿para cuándo nuestra primera cita?

. - ¿le va bien a las 5 de la tarde? Iré a pasear junto al lago. ¿Sabe dónde está el pequeño puerto?

. - no, soy nuevo en la ciudad, pero por usted, lo buscaré. ¿A las 5 entonces en el puerto del lago?

. - no me falle.

. - no podría evitarlo ni su padre. Sepa que no solo iré por su dinero, que también, sino por la hija que tiene.

. - me está haciendo ruborizar usted. Ah, ahí viene el empleado. Suerte con mi padre. Dicen que es un ogro y se come a la gente, pero también es un hombre justo.

. - no se preocupe. Yo me meriendo ogros todos los días. Lo segundo es bueno saberlo.

. - señor, por favor, pase usted.

. - gracias, señor -le dije al empleado y luego volví a girarme hacia la chica mona- hasta la vista, Srta. Felicia.

. - hasta la vista, Sr. Salvador.

Entré por la mini-puerta batiente y me llevó el empleado hasta una oficina que era tan grande como el resto del banco. El hombre que estaba detrás de una mesa de caoba que brillaba, se estaba fumando un puro, como todo director de banco que se precie.

. - buenos días Sr. Salvador. Me ha dicho mi empleado que quería hacer un ingreso.

. - así es, señor.

. - siéntese por favor. Lo normal es que lo atiendan mis empleados, que para eso les pago. ¿De qué cantidad de dinero estamos hablando?

. - no es dinero en papel.

. - entiendo, ¿entonces, en lingotes?

. - no, tampoco. Lo que traigo es oro en bruto.

. - vaya. Hacía tiempo no me traían oro de una mina, creía que ya no quedaban vetas de ese metal por ahí desperdigadas.

. - pues así es.

. - ¿de cuánto oro quiere hacer el ingreso?

. - tengo los fondos de dos carretas llenas -le dije como quien no quiere la cosa-.

Al tío se le cayó el puro de la boca al dejarla abierta de pasmado que se había quedado.

. - ¿dos carretas, dice?

. - los bajos de dos carretas he dicho.

. - sí, sí. Eso creí entender.

. - solo le pido discreción total y anonimato. Además de veracidad, claro.

. - no le entiendo.

. - pues está muy claro. No deseamos mi socio y yo que pregone por ahí que hemos encontrado una mina. Sería peligroso para nosotros. Ya sabe lo goloso que es el oro. No deseamos que nadie nos identifique como los que hemos traído oro en cantidad. En lo de veracidad, es lo que significa. Espero que sea legal y después de comprobar lo que traemos, no nos la juegue ni con el peso, ni con el valor de cada onza.

. - se ha explicado usted muy bien. Entiendo lo del anonimato, pero no lo de la veracidad. Yo soy un hombre íntegro y no me gustan las medias tintas. Si es un kilo de oro, es un kilo de oro. Yo no sé otros, pero yo he llegado a mi posición siendo una persona honrada, aunque a algunos les cueste creerlo.

. - me han hablado muy bien de usted, por eso voy a confiar que así será. En cuanto al oro, ¿no tiene una entrada trasera discreta?, no me gustaría entrar el material por la puerta principal.

. - por supuesto. Un empleado armado le acompañará y usted entrará esos dos carromatos con el oro. Una cosa tengo que decirle. Usted me ha dicho que el oro viene en bruto. Eso es un pequeño problema.

. - ¿a qué pequeño problema se refiere?

. - a que debemos enviar el material a nuestra fundición particular y separar el oro de lo que no lo es. Eso, aparte de tardar unos días en conseguirse, tiene un costo.

. - eso lo entiendo. Lo dejo todo en sus manos y sapiencia. Yo le dejo el material y usted me avisa cuando esté todo listo para hacer la transacción.

. - veo que hemos llegado a un acuerdo satisfactorio para las dos partes.

. - solo una última cosa. Deseo se me pague una pequeña parte en metálico y otra más grande se ingresará en una cuenta en su banco y que pueda sacarla en otra ciudad de este estado. Aquí le dejo los nombres a los que debe poner la cuenta. Que cualquiera de ellos pueda sacar sin restricciones, como si lo quieren sacar todo.

. - por eso no debe preocuparse. Además, tenemos sucursales por las principales ciudades del estado y no tendrá problemas.

. - disculpe, ¿pero puede adelantarme, digamos, 500 dólares a cuenta? Necesito hacer unos gastos, como ropa, limpieza y otros.

. - por supuesto. Pero permítame, si no le importa, ver antes el material. No es la primera vez que me quieren dar gato por liebre.

. - ya sé cómo llegó a ser el dueño de este cotarro. No se fía ni de su sombra. Eso me gusta. Envíeme el empleado, por favor.

El banquero llamó a un subordinado y le habló un segundo. Luego éste habló con un agente armado y fue conmigo.

Salí del banco y me acerqué a Tony, que ya estaba desesperado, el hombre.

. - vaya, por fin. Creía que tendría que sacarte del banco.

. - ya está todo hablado. Sube al carro y sigamos a ese agente armado.

El agente rodeó el banco y por detrás habló con otro agente. Este abrió una ancha puerta y por allí entramos.

Los dos carros estuvieron en una pequeña plazoleta de carga y descarga. Al poco llegó el banquero y habló con un empleado y éste llamó a varios más.

Tony y yo quitamos unos tablones de los bajos y el material salió a la vista, cual reluciente como el oro mismo.

Los ojos del banquero brillaron. Joder, se dijo. Vaya fortuna iba a desembolsar a los mineros y después ganar en la bolsa por aumento de capital propio.

Los empleados vaciaron el primer carromato y después el segundo. Al final varias vagonetas de tan preciado material fueron entregados al banco para su limpieza y pesaje.

El banquero se me acercó y me soltó los 500 dólares del ala.

. - aquí tiene su dinero a cuenta.

. - ¿dónde tengo que firmar?

. - no es necesario. Usted es un hombre de honor y yo no voy a ser menos. Ya se lo descontaré del total a pagarle.

. - pues muy bien. Cuando tenga algo, me localiza en uno de los hoteles de la ciudad. Aún no sé en cual.

. - no se preocupe. Sabré encontrarle.

. - yo sí lo sé. Es el hotel Rey Jorge -dijo Tony-.

. - ah, pues muy bien. Allí les enviaré a buscar cuando acabemos.

. - buenos días -dije-.

. - buenos días -repitió-.

Colocamos los tablones donde antes estaban y salimos de allí. Luego llevamos los carromatos y sus animales a un establo. Allí los dejamos al cuidado del encargado para que los alimentara durante unos días. Luego le di un dólar extra para que les diera un buen cepillado y lavado a los caballos. De las vacas, pues lo mismo. Allí se quedó todo.

Regresamos junto con las mujeres y los chicos en el hotel. En recepción me dieron el número de habitación donde estaban los demás y hacia arriba fuimos. Nada más tocar, me abrió Lisbeth, toda risueña. Olía a jabón de violetas.

. - ya estáis aquí. Entrad, entrad.

Entramos y vimos a Bárbara bañándose en una bañera estilo Rey Jorge, por lo menos. Era bien bonita.

. - bienvenidos, chicos. Qué bien sienta un baño después de tanto polvo tragado -dijo ella-.

Según me acercaba a la bañera, me desnudé y me metí en la misma. El agua casi rebosa.

. - pero…, ay, Salvador. Tú siempre tan juguetón.

. - joder, qué bien. Está calentita.

Sí señor. Aquello era la gloria puta. Allí dentro, usando una de mis piernas, se la puse a Bárbara en su chumino y le enterré varios dedos en su vagina.

. - ay, Salvador. Que bien que me entierres tus deditos en mi chichi. Qué bien, qué bien. No pares, no pares…

Y no paré. La atraje hacia mí y dándose la vuelta, se sentó encima de mi polla. Allí ella subía y bajaba sobre mi tranca. No tardé mucho en correrme en su culo.

. - ooohhh, qué bien, pero qué bien... -decía ella-.

Allí nos quedamos juntitos sin movernos un ápice. Hasta quería echarme un sueñecito con mi amada lechera junto a mí.

Al poco llegó Águila Veloz con jabón y comenzó a lavarme todo el cuerpo. Sam hacía lo mismo con su madre adoptiva. Mientras lo hacían, le metía mano en su chumino y le mamaba una teta. Sí, señor. Aquella era una familia de puta madre.

Después de que todo el mundo estuvo lavado y follado, pedimos comer y nos dijeron que bajáramos al comedor. Allí nos hinchamos como cerdos. Teníamos que recuperar fuerzas.

Una vez comidos, los invité a todos a ir a una tienda de ropa y allí nos vestimos de arriba abajo. Cuando salimos de allí, íbamos bien guapos, la verdad.

Durante un paseo que dimos, les conté que debíamos quedarnos unos días en la ciudad hasta que en el banco hubieran fundido el oro y lo hubiesen tasado. Nadie protestó, pues la ciudad era algo nuevo para ellos.

. - chicos, esta tarde tengo una cita con una guapa moza.

. - mira que eres bien rápido poniéndome los cuernos, playboy -dijo Jocelyn sonriendo-.

. - aquí el que no corre, vuela, querida. Le he dicho que estoy soltero y sin compromiso. Así que no me jodáis el plan, por favor.

. - de acuerdo. Ya vuelvo a ser soltera yo también, o más bien viuda -dijo ella-.

. - querida, no te enfades. Cuando salgamos de la ciudad, volveremos a ser marido y mujer, pero déjame echar una canita al aire ahora que estamos en la gran ciudad.

. - de acuerdo, pero no me olvides, cariño.

. - no podría. De puertas adentro, seguiremos siendo lo que tú quieras -le dije, cogiéndole el culo disimuladamente, cosa que ella se dejó hacer y favoreció-.

. - te amo, ¿lo sabes?

. - lo sé.

. - Aunque también amo a tu hermanita, a tu madre, a tu padre, a Águila Veloz, a Yoguana, a Sam, a Shirley, a…

. - para, para. Que van a creer que eres un libertino con tantos amores.

. - es que yo me doy a todo el mundo.

. - lo sé, lo sé, amor. Por eso te quiero tanto y deseo que sigas amándonos como nosotros te amamos a ti.

. - por eso no pierdas cuidado. Bueno, ahora os dejo. Voy en busca de mi nueva novia.

. - vete, vete, cabronazo -me dijo Bárbara, no sin un poco de celos de una madre, amante y puta en la vida-.

Mientras ellos continuaban de compras, yo me fui a mi cita del mini-puerto del lago.

La tarde estaba tranquila, sin mucho sol y ningún viento. La gente paseaba por la zona cogidos del brazo.

Llegué con cinco minutos de adelanto y me senté en uno de los bancos donde esperan para coger un barco de recreo y disfrutar de las tardes en el lago.

Allí nadie iba vestido como yo hacía unas horas, sino como si todo el mundo allí fueran caballeros de andar por casa. Yo, permítaseme decirlo, no parecía un caballero, pero tampoco un pistolero. Estaba entre los dos mundos. Lo importante era que olía a limpio y estaba estrenando ropa para ver a la preciosidad de Felicia.

Cuando la vi, se me cayeron al suelo los huevos de la impresión. Si por la mañana estaba para mojar con pan, ahora estaba para encularla allí mismo, delante de todo el mundo. Joder como venía mi nueva novia. Tenía un vestido, que, sin ser muy escotado, dejaba poco a la imaginación, sobre todo visto desde arriba.

Llevaba un paraguas blanco con arreglos florales. Iba linda de verdad. Su traje, de una pieza también era floreado, la ceñía como una muñeca. Su sonrisa de pícara, me hacía derretir. ¿Pero que veo?

Mi gozo en un pozo, junto a ella iba una señora, que no parecía una señora. Era más bien como un armario empotrado de grande y bien fuertota. Tenía unas tetas dignas de su cuerpo. Debía de ser una general de división por lo menos, pues su cara así me lo parecía conforme se acercaban ambas. Si me hubieran dicho que la encontraron por primera vez en un circo rompiendo ladrillos con su frente, me lo hubiera creído a pies juntillas. Pero que fea era la condenada…

Iba junto a mi chica muy seria. La puta que la parió, mira que traerse a una carabina como guarda-espaldas. Hay que joderse. Vaya tarde que voy a pasarme sin poderle meter mano a mi nueva novia y amante.

Joder, me había olvidado de una cosa que les encantan a todas las mujeres. No, no, además de nuestras pollas, también les gustan las flores y no había traído un mal ramo que ponerle en las narices.

Miré a mí alrededor y encontré a una pareja de jóvenes, tan engalanada ella como mi nueva chica. Ella tenía unas flores preciosas en sus manos, seguramente entregadas por su acompañante.

Me acerqué a ellos y le eché la llorona y les pedí las flores. Le di unos dólares por las molestias y me las guardé a la espalda.

Cuando Felicia estaba a menos de cinco metros, me acerqué a las mujeres.

. - buenas tardes, has sido puntual -le dije-.

. - yo siempre soy puntual. Te presento a Gertrudis. Gertrudis, este es el Sr. Salvador.

Me pasé las flores de mano, aun en la espalda y le cogí la mano enguantada y se la besé.

. - mucho gusto de conocerla, Sra. Gertrudis.

. - lo mismo digo -dijo ella algo seca-.

Llevé mi mano derecha atrás y apartando una flor, cogí el ramo y se lo entregué a la Gertrudis.

. - estas flores son para usted, Gertrudis.

La mujer, cogida desprevenida, no supo cómo reaccionar. Al final se ruborizo como una quinceañera.

. - muchas gracias, joven. Se lo agradezco, nunca me habían regalado flores, ni mi difunto marido en vida.

. - pues mal hecho. Toda mujer se merece unas flores en cualquier época del año.

Luego saqué la otra mano y saqué la flor que había separado.

. - y esta flor es para la señorita Felicia. Una flor entre las flores.

. - muchas gracias. ¿Verdad que es encantador, Gertrudis?, ya te lo dije.

. - sí, no me engañaste. Bueno, ahora os dejo, para que podáis hablar solos.

. - no, por favor. Usted es bienvenida. Permítame cogerlas del brazo. Así podremos pasear mejor.

Sin dejarla respirar, le cogí el brazo a cada una y las hice caminar.

. - ¿a qué se dedica, Gertrudis?, ¿la puedo llamar Gertrudis?

. - por supuesto, hijo. Yo lo llamaré Salvador.

. - muchas gracias. ¿Qué me dices, Gertrudis?, ¿a qué se dedica usted?

. - soy una especie de encargada de cuidar a la señorita Felicia.

. - eso está bien. Debe de tener mucho trabajo apartando a los moscones que quieren meterle mano al dinero de papá. -dije mirando a Felicia a los ojos. Ella se ruborizó y miraba al suelo. Gertrudis no le andaba lejos-.

. - pues sí, más o menos. Hay mucho desaprensivo por ahí. Felicia se merece un hombre que la quiera a ella y no por su dinero.

. - pues va a ser difícil encontrarlo. Los hombres somos muy cabrones, perdóneme la expresión.

. - no te preocupes. Es la pura verdad. Sois unos cabrones de cuidado -dijo ella riendo-.

Le di un suave golpe en un hombro para romper el hielo y creo que lo estaba haciendo añicos por momentos.

. - ¿de verdad que quieres que esta vieja no os deje estar solos?

. - no, por Dios. Usted no es ninguna vieja. Perdóneme, pero si Felicia no estuviera aquí, le tiraba los tejos.

. - ay, qué gracioso es usted. Señorita Felicia, me gusta este chico.

. - gracias, Gertrudis. No está mal, no. -dijo ella sonriendo-.

. - os invito a dar un paseo en el barco de recreo.

. - ¿podemos, Gertrudis? -Le preguntó la chica a su carabina-.

. - claro que podemos. Ella también viene, ¿verdad Gertrudis? -dije para que no se me echara atrás-.

. - no sé si debiera… -dijo la carabina-.

. - ande, no me haga un feo ahora que nos llevamos tan bien, mujer -le dije y le volví a dar otro golpecito en el hombro-.

. - bueno, por qué, ¿no? -Dijo la vieja-.

Pagué las entradas y nos sentamos en un banco. Aquello estaba casi vacío, solo la pareja a la que les pedí las flores estaba en una esquina dándose unos morreos de cuidado.

Según nos sentamos, llegó un empleado y nos dio una manta para que nos tapáramos, por si refrescaba. Nos tapamos con ella hasta la cintura.

Yo me senté en medio de las dos y el barco zarpó.

Allí, en el lago había patos, cisnes y muchas otras aves que desconocía sus nombres, hasta un barco hundido en medio del lago. Las mujeres estaban encantadas con el viaje turístico.

Mis manos, al principio muy modositas, las puse sobre la rodilla de las mujeres más cercana a mí. Ambas, disimuladamente, me miraron a los ojos y yo les sonreí.

Ellas cerraron automáticamente sus piernas, temiendo lo peor o lo mejor, según se mire.

Durante el recorrido, ninguno de los tres dejó de hablar de lo que veíamos.

En ello, mis manos jugaban con sus rodillas, cada vez más atrevidamente y deslizándose muslo adentro, por encima de sus ropas, claro.

Mientras seguíamos hablando, sentí que sus respiraciones se habían acelerado y sus miradas se perdían en el horizonte.

Llegado a aquel punto de nuestra relación, ahondé más mi mano hasta meterla entre sus dos muslos. Al principio fueron atrapadas por el cierre de ambos muslos de las mujeres, pero segundos después de unas respiraciones alargadas e insonoras, o eso creían ellas, ambas abrieron sus piernas para que yo pudiera manejarme a mis anchas. Había ganado el primer round.

Con la maestría que me daba el haber lidiado con las ropas de un regimiento completo en la caravana de putas, fui, con mis hábiles dedos, subiendo la tela de sus trajes, centímetro a centímetro. Suerte que la manta ocultaban sus trajes y aquello pasaba desapercibido para la otra.

Cuando pude pasar mi mano debajo de sus trajes y toqué carne, les tocó a los refajos de las damas. Aquello no iba a impedirme llegar al cogollo de mi destino.

Por supuesto, ellas eran muy buenas intentando no dejarse notar que estaban más calientes que unas perras en celo, pero lo estaban y mucho, lo que pasaba era que no dejaban que ello fuera notado por la otra. Pero yo, perro viejo, lo noté nada más empezar a trabajármelas.

Cuando el refajo fue burlado, ya solo me quedaban sus bragas, las cuales no ofrecieron ningún obstáculo para mis hábiles dedos, los cuales se metieron bajo ellas y llegando a conseguir el premio gordo.

Ya antes de tocarles el chumino, supe, por sus bragas, que se habían corrido mucho antes de que yo hubiera llegado allí.

Mis dedos, primero uno, fueron saboreando aquel jardín casi inexplorado a mi derecha y muy deseado a mi izquierda. Fuera como fuera, les enterré a ambas y a la vez un par de dedos a todo cuanto daban de sí.

Ellas tragaron saliva y cerrando los ojos un momento, se tensaron. No dejaron de mirar al frente para llenar sus pulmones de un aire que les faltaba por momento.

No quise abusar y allí dejé mis dedos sin hacer movimientos con ellos, para ver lo que hacían.

La respuesta llegó bien pronto. Primero fue Gertrudis. Por lo visto no quería que la dejara a medias. Me cogió la mano folladora con disimulo y comenzó a hacerse una paja con mi mano, siempre mirando al frente y cerrando los ojos de vez en cuando.

A mi derecha, Felicia no era manca. Se metió un dedo en su vagina junto a los dos míos y lo sacó para llevárselo a la boca. Luego volvió para hacer lo que su carabina, hacerse una paja con mi mano.

De allí abajo salían fluidos que eran un gusto sentirlos correr muslo abajo. Al rato di por terminada la faena con mis dos nuevas novias y amantes en ciernes. Había ganado una hembra extra que se había añadido por el camino, la carabina.

Por supuesto que mi polla estaba que explotaba. Así que me la saqué de los pantalones y salió como un resorte. La manta hizo el pico de una montaña, pues miraba hacia arriba, como debía ser.

Tanto Gertrudis, como Felicia vieron aquel pico y se ruborizaron hasta las raíces de sus cabellos. Aquello había degenerado según sus creencias. Nunca nadie le había hecho sentir como yo aquel día y al poco tiempo de conocerlas.

La Gertrudis se dijo que nunca había disfrutado tanto en tan poco tiempo con una mano tan hábil como la mía.

Pero la cosa no había acabado aún, pues ahora venía lo mejor. Una de las dos iba a tener que hacerme una paja con su mano y hacerme disfrutar de la velada, no podían dejarme así, no señor. Pero ¿quién?, ¿Felicia?, ¿Gertrudis?, ¿quién?

Como soy un buen chico, decidí que las dos se merecían el premio, qué cojones. No todo el mundo tenía el privilegio de pajearme y disfrutar y hacerme disfrutar con ello.

Le cogí la mano izquierda a Felicia y aunque puso un poco de resistencia, acabó cediendo. La puse a pajearme la polla en la base de la misma. Sí, señor. Temblaba de la emoción. Yo tenía mi mano en la parte de arriba, también pajeándome, pues su mano era bien pequeña.

Lo siguiente fue invitar a la fiesta a la Gertrudis. Con mi mano izquierda le cogí su derecha y, ella sí, sin oponerme ninguna resistencia, pues estaba deseando cogerme la polla, se la puse en la parte de arriba.

Al segundo ambas se dieron cuenta de que no eran las suyas las únicas que me hacían la reglamentaria paja. Se miraron entre asombradas y aterradas por el hecho.

Como yo no quería dejar de disfrutar de ambas manos, puse las mías sobre cada una de ellas y con algo de presión, evité que las quitaran de mi polla. Al segundo después con otra presión, las hice subir y bajar para disfrutar de una paja bastante decente.

Al final, tras una respiración, ahora sí, sonora y larga, ambas mujeres continuaron trabajándome la picha.

Para que vieran que no me había olvidado de sus chuminos, quité mis manos de las suyas y volví a enterrar varios dedos en cada uno de sus chochetes. Allí las pajeé al mismo ritmo que ellas mi polla.

La cosa iba viento en popa y a toda vela, hasta que se acercaba el momento cumbre y mi leche iba a salir disparada de mi tranca.

Saqué mis dedos todos chorreando de sus vaginas y las puse, ambas manos, en la salida de mi esperada lechita.

Con una respiración entrecortada, llegó el momento y me corrí en mis propias manos, intentando repartir mi jugo a partes iguales.

Cuando notaron, más que vieron, que me había corrido, ambas retiraron sus manos de mi polla, regresándolas a sus propias vulvas para disfrutar del momento.

Con mi polla descargada y mis manos llenas de mi leche especial, las puse cada una encima de las mantas que las cubría. Allí, a la vista de ambas mujeres, las invité, sin abrir la boca, para que se deleitaran con ella.

Fue un momento sublime. Pues no habían esperado mi reacción de ofrecerles el fruto de la paja que me habían hecho, allí en medio del crucero de recreo y a la vista de todo el mundo.

Gertrudis, la más lanzada de las dos, miró aquí y allá al resto de turistas y marineros y cuando se sintió segura, cogió mi mano que estaba sobre su regazo y se la llevó a su boca. Su lengua lamió cuanto había rápidamente, no dejando ni un mal espermatozoide que llevarme a la boca.

Felicia, asombrada por la osadía de su guarda-espaldas y carabina, no podía quedar como una tonta niña rica y cogiéndome la mano derecha, la imitó, lamiéndomela y dejándomela limpia de todo semen.

Seguidamente Gertrudis se sacó un pañuelo blanco y disimuladamente, me limpió la mano. Felicia volvió a copiarla.

Con mis manos limpias, las volví a introducir bajo las mantas y dentro de sus vaginas. Allí mis dedos recogieron una buena cantidad de sus respectivos fluidos, para luego, fuera de la manta, sin disimulo alguno, llevarme los dedos de ambas manos a la boca y saciarme con ellos. Ellas ya no podían ruborizarse más, porque no había más rubor que gastar, pero sus corazones bombeaban más sangre que un regimiento completo haciendo ejercicios al aire libre.

Lo siguiente y último, fue sacarme mi propio pañuelo y a cada una de ellas, limpiarles el chumino.

Con dicho pañuelo, todo impregnado de sus fluidos corporales, acabé de limpiarme la polla y hacerle un cierre temporal a mi pene, para que no fuera soltando gotas de leche por el camino y me ensuciara la ropa interior.

La polla me la guardé con pañuelo y todo en los pantalones. Seguidamente, les dejé sus conejos como los había encontrado, con sus bragas y refajos en su sitio, así como el resto de sus ropas.

El barco regresaba a puerto y ninguno de los tres nos dimos por aludidos de los momentos vividos mientras disfrutábamos del paseo. Sin embargo, nuestras caras no podían evitar reflejar que aquel no había sido un paseo cualquiera, no señor.

Paseando fuera del puerto y sin abrir la boca ninguno, llegamos a un árbol solitario, rodeado de altas hierbas.

Nos sentamos junto al tronco del árbol, con cada una a un lado de mí. Primero miré a Felicia a los ojos, ella no los retiró, pero sus labios si hablaron y me dijeron que la besara, pero sin brusquedades, pues no deseaba asustarla, ahora que la tenía en el bote de la mermelada de frambuesa.

Acerqué mis labios a los suyos y los pegué con suavidad, mucha suavidad al principio. Cuando ella hizo mayor presión, yo hice lo mismo.

Mientras la besaba, mi mano izquierda se metió en su escote y se apoderó de uno de sus pechos. Allí lo dejé sobándoselo todo, hasta llegar a su pezón, el cual apreté hasta hacérselo poner duro como una piedra. Ella jadeaba cada vez que cogía aire.

Después me separé de ella y saqué mi mano de su pecho, para darle en la nariz un beso bien corto. Inmediatamente me giré y fui besado sin contemplaciones por una Gertrudis con ansias de que repitiera con ella lo hecho con Felicia.

Aquí la diferencia era que Gertrudis hacía de mí y yo de Felicia.

Al no tener un escote tan pronunciado como su pupila, ella misma se había desabotonado, antes de haber dejado de besar a Felicia, un par de botones, suficientes para que le pudiera coger uno de sus exuberantes pechos.

Mientras nos besábamos frenéticamente, me cogió la mano y se la metí dentro, para que yo eligiera la teta a manosear. Sin duda, aquella era la mayor puta de las dos. Debía de llevar mucho tiempo en el dique seco y que cuando un tío como yo aparece en su camino y visto lo visto, no iba a dejarme escapar tan fácilmente.

Como ella se dejaba hacer, aflojé otro par de botones y con mis maestras manos le logré sacar un pecho. Sí señor, eran enormes y bien sabrosos. Allí enterré mi boca, después de escaparme de sus labios, claro.

Ella me cogió la cabeza y me apretó contra sus protuberancias mamarias para aumentar el disfrute. Su respiración era reveladora del momento que estaba disfrutando.

Como he dicho antes, no soy mal chico y me gusta compartir. Pasando por encima de Gertrudis, la dejé entre Felicia y yo. Allí saqué el segundo pecho a una furcia reprimida como era la Gertrudis.

Le cogí la mano derecha a Felicia y se la puse encima del pecho a Gertrudis. Aquello era nuevo para las dos. Eso de cogerle la teta a una mujer por otra mujer, no era lo normal en sus vidas diarias, pero para todo hay una primera vez.

Gertrudis, ante el normal nerviosismo de su protegida y el deseo mío de que le cogiera su pecho, sonrió y ella misma puso su mano y la apretó con su pecho propio.

Después del primer paso, volví a la carga y haciendo un mínimo de presión, hice que lentamente acercara su boca a dicho pecho. Ella ya no opuso tanto rechazo. Directamente retiró su mano y su boca comenzó a mamar y besar aquella enorme teta de su protectora.

Yo me dediqué a la otra teta con la mano de Gertrudis en mi cabeza. Lo mismo hizo con la cabeza de Felicia sobre su otro pecho.

. - sí, mis niños. Mamad a mamá. Aaaahhhh, cuánto lo necesitaba. Seguid mamándome, por favor. Aaaahhhh, sí.

La mujer tenía unos orgasmos de caballo y eran bien sonoros. Ahora no los ocultaba, no era necesario.

Dejé por un momento su pezón, para meterme bajo su ropa y volver a llegar hasta su mojado y oloroso chumino.

Mi lengua fue ahora, en sustitución de mis dedos, quien la hizo vibrar con cada orgasmo que conseguíamos hacerla sacar. Sin duda, aquella mujer necesitaba un repaso bien exhaustivo y de eso me encargaría yo más adelante.

Fuera de donde yo estaba, las bocas de Felicia y Gertrudis estaban unidas por primera vez sin que yo hubiese intervenido. Era cosa de las dos mujeres que deseaban probar algo prohibido. Sus lenguas no podían estarse quietas, ni por un momento.

Si el padre de Felicia la hubiera encontrado dándose el lote con su protectora, a ambas las hubiera llenado de cantazos, para después despedir a la Gertrudis por echar a perder a su angelito.

Cuando me salí de debajo de Gertrudis, sonreí. Aquellas dos se habían encontrado para no separarse jamás. La Gertrudis ya estaba comiéndole el chumino a la chica y ella disfrutaba echada de espalda y con las piernas abiertas de par en par.

Unas voces que se acercaban pusieron punto y final al segundo round. Nos arreglamos como pudimos y una vez terminamos, nos quedamos hablando de tonterías, hasta que pasó de largo la pareja aquella que conocí en el puerto. Sin duda, aquellos dos buscaban un árbol bien tranquilo como el nuestro para conocerse más en profundidad, vamos, como nosotros hasta hacía un momento.

La Gertrudis miró su reloj que le colgaba entre sus dos perolas y se asombró.

. - Dios, qué tarde es. Debemos regresar, señorita Felicia. Sus padres ya estarán preocupados por nuestra tardanza.

. - si Gertrudis, tienes razón. Es una pena, pero debemos irnos, Salvador.

. - lo entiendo, chicas. Yo también tengo algunas cosas que hacer. Ha sido un agradable paseo, sí señor.

. - sin duda ha sido el mejor paseo en mucho tiempo -dijo una Gertrudis risueña-.

. - pues yo el mejor de todos. No sabía que se podía ser tan feliz al mismo tiempo con un hombre y contigo Gertrudis.

Felicia le cogió la cara a su carabina y le besó en la boca. Ella cerró los ojos por un segundo.

. - gracias, señorita Felicia. Sin duda ha sido una experiencia nueva para mí el haber disfrutado tanto como usted conmigo.

Luego se giró hacia mí y la Gertrudis me besó en los labios.

. - no sé cómo agradecerle este rato tan ameno, Sr. Salvador.

. - no crea que me va a perder de vista. Nos volveremos a ver, no lo ponga en duda y con usted, Felicia, lo mismo digo. Si he disfrutado de ambas compañías, ¿por qué romper el vínculo?

Las acompañé al puerto donde aparecieron y nos despedimos con un beso en cada mano. Eran las formalidades que había que seguir, porque si no…

Las vi desaparecer tras una esquina. Me había quedado mirándolas hasta que dejé de verlas. Luego las seguí. Quería saber dónde vivían mis chicas, quizás les hiciera una visita, más tarde.

Durante un buen rato fui siguiéndolas, hasta que se dirigieron resueltamente hacia una casona bien grande y elegante. No tenía valla, sino un parterre fácil de saltar.

Desde la posición en que estaba, podía divisar todas las ventanas. Unos minutos después de haber entrado las dos hembras, una de ellas, la guarda-espaldas, fue divisada tras unos cortinajes cuando iba a cambiarse de ropa, lo pensó mejor y cerró la ventana. Di por sentado que su habitación era aquella.

Dos ventanas a su derecha vi caminar a su pupila y mirar hacia la calle, luego también cerró la ventana. Una vez ubicadas las dos mujeres, me alejé de allí y fui a la cantina a tomarme un whiskey de malta, que para eso tenía pasta.

Allí estaba Tony jugando a las cartas con tres parroquianos. Sin duda perdía por la cara que tenía, la cual se le iluminó al verme.

Me acerqué a su lado y le vi las cartas. Nada, con aquello, no ganaba una mierda. El dinero de su lado era inexistente, todo lo tenía uno que llevaba un chaleco floreado y una flor en la solapa.

. - Salvador, gracias a Dios que has venido. ¿Me dejas un par de pavos?, éstos me han dejado seco.

. - si no sabes jugar, es mejor que lo dejes, Tony.

. - aquí el amigo me ha sacado los cien dólares que traje. Venga por favor, seguro que ahora gano contigo aquí.

. - no sabía que eras un jugador empedernido, Tony. No me defraudes ahora. Toma 10 pavos, es todo lo que tengo. Cuando los pierdas, vente a mi mesa y te tomas un trago.

Le di el billete y me fui a una mesa del fondo, desde donde podía ver al jugador del chaleco floreado.

Nada más echar las cartas, se notaba que el tío estaba acostumbrado a jugar. Lo que no me gustó fue que hiciera trampas tan descaradamente y que ninguno de la mesa se diera cuenta.

Puesto que no llevaba las armas, no iba a decirle al tío que era un tramposo. Era capaz de pegarme un tiro sin inmutarse. No valía la pena por 110 dólares, mi vida valía más.

Al rato vino Tony sin los diez dólares. Se dejó caer como derrotado.

. - te dejó sin un chavo. Lo sabía.

. - joder, el tío tiene una suerte...

. - sí, mucha suerte -nada le dije de que hacía trampas, pues seguro que se enfrentaría al tahúr y no quería ir a Bárbara para decirle que había que enterrar al jugador empedernido de su esposo. Después de todo, me lo había follado bastantes veces y quería seguir haciéndolo.

Después de tomarnos cada uno un par de tragos, regresamos al hotel. Tony no caminaba muy católicamente. No sabía que ya se había tomado antes de yo llegar, varias copas de algún mal whiskey.

Lo llevé cogido de los hombros y lo metí en su habitación. Allí estaba Águila Veloz dándole por culo a su hermana Yoguana. Ella a su vez le comía el chumino a la pequeña Shirley, que también se estaba tragando el rabo de su hermano Sam.

Bárbara estaba dando de mamar a sus dos hijas. Al verme entrar con su marido borracho, meneó la cabeza a los lados.

. - ya has vuelto a las andadas, esposo. Salvador, desnúdalo y metele en la cama y vente para acá y satisface a esta vieja puta.

. - ahora voy, querida.

Desnudé a Tony y lo metí en la cama. Enseguida cerró los ojos, de lo beodo que estaba.

Me acerqué a Bárbara y a sus hijas. Las tres estaban desnudas del todo. Yo hice lo mismo. La ropa la tiré a un lado y puse mi tranca a disposición de Bárbara. Ella se empleó a fondo, dejándome el rabo mirando al cielo.

(Parte 26 de 31)

FIN