El Amanecer

Un escalofrío me recorrió entera, se separó de mi y permaneció unos segundos mirándome a los ojos fijamente, como lo hacía de niño, pero una sonrisa se dibujo en sus labios.

Desde muy niña me sentí diferente, sentía que vivenciaba de otra manera los acontecimientos cotidianos. No era de muchos amigos y me acostumbré a jugar sola, hundiéndome en un mundo fantástico, que aunque quisiera no podía compartir con los demás. Mis reglas eran diferentes, mis juegos eran diferentes. Me convertí en un ser periférico, solitario.

Cada verano nos juntábamos gran parte de la familia en la casa de campo. Todos nos acomodábamos lo mejor que podíamos y compartíamos los espacios. Se preparaba una gran mesa, donde la conversación era tan variada y ruidosa, que poco se entendía, pero todos reían de buena gana. Éramos cerca de15 primos de diferentes edades y si bien jugábamos, íbamos al río o salíamos de excursión, siempre me las arreglaba para estar sola y tener mis propios juegos, y sumergirme en mi mundo.

Pero había un primo que era tan solitario como yo, no hablaba mucho y ni siquiera jugaba con el resto de nosotros, siempre se mantenía la margen, en la periferia. Era mi primo, Cano, dos años menor que yo, también era hijo único. Pero cada vez que me alejaba del grupo de primos, él me seguía guardando la distancia, yo lo encontraba fastidioso, por que no hacía mas que mirarme, yo trataba de ignorarlo lo mas posible, tratando de que se aburriera, pero el insistía en quedarse desde su posición a cierta distancia, sin importarle no tener mi atención. Se convertía en mi sombra durante el verano, yo nunca dije nada, me acostumbre a sentirlo cerca de mí. Nunca cruzábamos palabras.

Los veranos se sucedían y empezábamos a crecer, desde los quince años tome la costumbre de algunos días levantarme he ir a ver el amanecer desde la planicie de un cerro, que era mi "lugar especial", nadie sabía de este lugar, ni siquiera Cano. Acostarme sobre la manta que siempre llevaba y ver como el cielo iba cambiando de color, llenándose de luminosidad, era un momento mágico, me abría quedado para siempre, con el espacio detenido, tratando de retener ese espectáculo. Donde yo tenía una visión privilegiada. Volvía muy temprano a casa y me volvía a acostar. Nadie notaba mis ausencias.

A mis 17 años, ya había dejado de ser tan solitaria y compartía más con mis amigos y primos. Sentía como había cambiado, que estaba madurando, pero mantenía ese mundo privado, como un secreto. Cuando llegó Cano, ese verano, me costo reconocerlo, se veía tan diferente al muchacho escuálido de los años anteriores. Si bien yo soy alta, el me superaba ahora, casi por 10 cms., su cabello revuelto, le daba un aspecto rebelde y sus ojos seguían siendo inquietantes. Saludo al batallón familiar, que no dejaban de alagar el cambio físico experimentado en él, dejando caer bromas, como que las jovencitas del pueblo deberían cuidarse de él. Me dejo para el último, se acerco y me dio un largo beso muy cerca de la comisura de los labios. Un escalofrío me recorrió entera, se separó de mi y permaneció unos segundos mirándome a los ojos fijamente, como lo hacía de niño, pero una sonrisa se dibujo en sus labios. Nadie noto nada, por que ya era hora de almorzar y todos se movían frenéticamente de un lado a otro, entre conversaciones cruzadas y carcajadas. Pero yo sentía que era ajena a todo lo que ocurría en ese momento, lo tenía parado frente a mi, mirándome desde arriba con esa sonrisa. Rompí el hechizo, buscando una excusa para moverme, busque que hacer en esa batahola que era la preparación del almuerzo. Sentía su mirada en mi nuca, sentía que no se había movido de donde estaba y solo me seguía con la mirada, tarde casi un minuto en tener el valor de mirar. Cuando lo hice, ahí estaba en la misma posición, la misma sonrisa, mirándome. Alguien se le acercó y le comenzó a hablar y lo acompañó hacia el cuarto de los muchachos donde él dormiría. Agradecí su intervención, me sentía incómoda, perturbada. Trate de concentrarme en lo que hacía, pero no quería encontrarme con él. Evite mirarlo en el almuerzo y durante todo el día. Agradecí que el saliera con mis primos a divertirse al pueblo. Los días pasaban mansos y dejé de preocuparme de él, cuando cruzábamos algunas palabras, sentía que todo era más relajado y que en nuestro primer encuentro, había malinterpretado su actitud.

Un día salí de madrugada para comenzar mi rito de ver el amanecer. La casa estaba en silencio y tranquila, solo se escuchaban los ronquidos de mi abuelo y de alguno de mis tíos. Todo estaba en oscuridad. Yo ya había preparado todo: un morral con una botella de agua y una manta. Subiría el cerro hasta mi lugar especial para esperar la salida del sol. Cuando emprendí la marcha, abrí y cerré la puerta con toda la delicadeza posible, para no hacer ruido, la casa en silencio ignoraba mi aventura. Ya era lo bastante grande para contarles lo que hacía, sabía que no me lo habrían impedido, pero el hecho de que se hiciera público y que otros trataran de sumarse a la aventura, cerraba todas las posibilidades. Prefería seguir manteniendo mi secreto.

Empecé a caminar por el sendero. La luna aún no se escondía pero el cielo ya empezaba a clarear. Ya estaba a mitad del trayecto cuando sentí que me seguían. Me gire pero no pude distinguir a nadie, nunca he sido miedosa y menos en esos lugares que conozco desde mi mas temprana infancia. Sospeche que podría ser algún campesino, que empezara sus labores a esas horas, pero era extraño, aún era temprano, incluso para los madrugadores.

Seguí hacia delante tratando de concentrarme en el camino, pero seguía mirando de vez en cuando hacia atrás para comprobar que no había nadie.

El camino cada vez se encumbraba más por la pendiente del cerro, así que saque la botella del morral y tome agua, pero el calor aún seguía, por lo que decidí sacarme el chaleco, que en un principio me abrigaba del frió matinal, pero que ahora solo era un estorbo. Al sacármelo, vi enfrente de mí una figura, que me hizo sacar un grito y salte para atrás movida como por un resorte. Estaba a dos metros de distancia, el miedo me seco la garganta y me paralizo en el suelo. Refregué mis ojos y trate de que mi cerebro me diera una respuesta lógica de quien tenía al frente.

*¿Cano?.- estiró la mano para levantarme.

*Vamos que ya va a amanecer.- me dijo, su voz era precisa, tranquila, como si no hubiera sido testigo del pequeño ataque de pánico que me causo su sorpresiva aparición. Me levanto, tomo el chaleco k había sido disparado lejos por el miedo, lo guardo en el morral y empezó a caminar. Caminé tras él, con mil preguntas martilleando en mi cien. ¿Cómo supo? ¿Acaso se despertó cuando salí de la casa? Eso era imposible. De pronto caí en cuenta de que él sabía perfectamente a donde ir. Lo miré por detrás, definitivamente ya no era el chico flacuchento del año anterior. Pero era su seguridad, lo que más me sorprendía. No habían dudas en su andar, en la dirección que tomaba, solo certezas. No dije nada, hasta que llegamos al punto exacto donde era mi ritual. No había marca alguna, que pudiera evidenciar que era ahí y no en otro lugar que yo siempre paraba. Saco del morral la manta y la extendió en el suelo, con una sonrisa y haciendo un gesto me invitó a sentarme. Una carcajada limpia y sincera salió de mi boca, me senté y él se puso a mi lado. La claridad cada vez era mayor, y pude ver como si sus rasgos fueran dibujándose para mi, creo que lo vi por primera vez, el sabía que lo estaba reconociendo y se dejaba examinar. Sin razón ni lógica, mi mano recorrió su rostro. El solo me miraba quieto con su sonrisa de ángel. Su frente alta, sus parpados, la nariz, sus labios, al quedarme en sus labios, el saco la punta de su lengua y rozo la yema de mis dedos.

Me enderece y me saque la camiseta, delicadamente, sin prisa, el frió de la mañana hizo su trabajo sobre mis pezones. Tome una de sus manso y la puse sobre mi pecho, lo palpo, delicadamente como si fuera una pieza de colección. Pasaba sus dedos por mis senos y mi piel reaccionaba y mi alma reaccionaba. Era una sensación de placer y tristeza, una tristeza antigua. El ya no era el niño extraño y distante que me molestaba… era mi compañero. Lo supe… mi cuerpo lo supo. Me acerque y lo besé, abrí mis labios y mi lengua rozo sus labios que se abrieron, recibiéndome, envolviéndome. Me fundía en una espiral. Fuimos despojándonos de nuestras ropas. Me tumbé sobre él. Lo cubrí con mi cuerpo. Y su sonrisa no abandonaba sus labios, sentía que me perdía en ella. No me sorprendió que me tocara como un amante experimentado, como alguien que tenía historia en las artes del amor. Pero ambos sabíamos que era nuestra primera vez. Me convertí en agua, movimientos ondulantes, sinuosos, frotándome, amalgamándome a su cuerpo. El sol salía y de una embestida ya estaba en mi, era química pura. El ritmo de nuestros movimientos se aceleraban, lo abrazaba fuerte, no quería que desapareciera, solo quejidos, gemidos, ni una sola palabra. El calor en el centro de mi vientre que empieza a expandirse por todo el cuerpo, me venia, me veniaaaaa. Un orgasmo dulce, el primer orgasmo con él. Sin salirse, se gira quedando sobre mí, no se mueve, solo siente como se contraen mis músculos de mi vagina en un orgasmo que no me abandona. Abro mis ojos y ahí esta, su figura contrasta con el cielo azul, despejado. Sigue penetrándome, sin prisa al principio, pero cada vez más fuerte. Trato de darle un beso, pero me lo impide, inmoviliza mi cabeza contra la manta, y solo me mira fijamente, mientras sus movimientos son cada vez más feroces. Comienzo a mover mis caderas mas sinuosamente, quiero provocar su orgasmo. Las gotas de sudor de su frente caen sobre mí, lamo las que caen en mis labios. Siento que se viene, que se corre.

  • Nina… nunca te dejaré ir.- fueron las palabras que pronunció, antes de salirse de mi para correrse sobre mi vientre. Sentí como su semen se expandía por mi estomago.

El sol ya estaba ganado terreno y los dos tendidos sobre la manta, desnudos y tomados de la mano mirando el cielo, dejábamos que nos acariciaran sus rayos. Y fue ahí en ese momento que me hablo, me lo dijo todo, su obsesión por mi desde niño, como empezó a proyectarse conmigo, de que lo sabía todo, absolutamente todo de mí, de cómo había venido conmigo a ver los otros amaneceres, pero que se mantuvo a discreta distancia, como siempre. Pero ahora no era necesario ocultarse más, ahora seríamos dos… viviendo el amanecer.