El ama de llaves 1. La proposición

Un hombre recibe una extraña propuesta de trabajo que le iba a solucionar las vacaciones... y tal vez más.

-¿Què te parece el trato?-, inquirió el macho que, no hacía ni quince minutos, me partía en dos en el sling de la sauna mientras era jaleado por un grupo de mirones. -Mejorarlo es difícil: puedes seguir con tu trabajo, tendrás alojamiento gratuito todo el verano, tiempo libre, piscina…-, seguía. -Y tú una criada sin emolumentos-, respondí cortándole aunque respetuosa, casi sumisamente mirando el enorme copón de gin tónic que compartíamos en la exclusiva terraza de aquel templo del placer homosexual. -Una ama de llaves- corrigió, -dispondrás a placer de las instalaciones de mi casa a cambio de gestionar el gobierno económico y supervisar el trabajo de los empleados de la misma. El único límite es que no puedes traer visitas. No al menos sin mi autorización expresa.-, zanjó levantando mi cara hacia la suya empujando delicadamente mi mentón. -Winwin-, susurré. -Winwin-, apostilló. -Me parece un trato justo y lo acepto encantado-, asentí verbalizando lo que tenía ya decidido de antemano. -Encantada, María, encantada…-, corrigió guiando mi cabeza hacia el enhiesto pene que se alzaba imperial a través de la escueta toalla para rubricar el acuerdo.

La postura, forzada en extremo ya que nuestras sillas eran de idéntica altura, me impedía un alojamiento completo del príapo de mi nuevo, casi, empleador que, con un descaro propio de su posición, solicitó al camarero un cojín para mis rodillas. Tras un -Muy amable- dirigido al mozo, retomé mi trabajo, esta vez ya arrodillada ante el falo de Emilio, uno de los más importantes abogados de Barcelona. Eso explicaba, al menos en parte, el porqué a mi se me permitió circular por la sauna en lencería, algo expresamente prohibido… en principio. Levanté la vista sin dejar mi labor succionadora y vi al poderoso caballero, cincuentón pero cuidado con esmero, sorbiendo cortas raciones del Gin Tónic con los ojos entrecerrados mientras el camarero de antes le encendía un Cohiba; la pura estampa del hedonismo. Emilio; el próspero letrado, soltero de oro, que tanto partía corazones de damas cómo culos de maricas me ofreció un trago acercándo la enorme copa a mis encarminados labios. -Mójamela-, ordenó dejando claro que debía refrescar la poderosa tranca y no limitarme a engullir el líquido. Esto último, se consigue sólo si estás con la cabeza más baja que la polla que chupas y consigues doblarla un poco hacia abajo mientras te la introduces de nuevo para que actúe de tapón mientras te incorporas a la altura de mamada de nuevo. Lo bordé. Mientras seguía con mi felación, la ginebra escapaba de mi boca remojando sus huevos y mis manos que los acariciaban, punteé su orificio del glande con la lengua, aceleré la suave paja y, en menos de un minuto musitó -Esta, te la tragas-, tensó las piernas y me llenó la boca de lefa que tragué lentamente junto con el poco gin tónic que quedaba en mi aparato succionador.

-El viernes, entonces, vas a instalarte. Alguien te esperará a lo largo de la mañana. Yo, llegaré el sábado por la tarde, a alguna hora. Te mandaré en un rato la ubicación por WhatsApp-. Instrucciones concisas y clarísimas, pensé mientras se levantaba dispuesto a irse sin siquiera molestarse en reponer la toalla a su cintura. -Sírvele otro y llévale un cigarrillo rubio-, instruyó al joven camarero ya de espaldas a mi. -Una última cosa-, terció girándose hacia mi. -Vaya, la letra pequeña. Abogado tenía que ser-, barrunté. -Desde el viernes y hasta el final de nuestro trato, al menos, no debes volver a vestir de hombre-.

Mientras el joven retiraba el casi vacío combinado y se aprestaba a preparar el mío, recapacité un poco en cómo había llegado hasta ahí. Los fugaces encuentros casuales con Emilio en esa misma sauna, algunas conversaciones cuya trascendencia aumentaba en cada una de ellas, el aumento de la frecuencia con que me buscaba si coincidíamos, las tranquilas conversaciones ante buenas copas tras haber reventado mi culete en esa misma mesa (la suya), la insistencia en verme vestido de mujer y, finalmente, la proposición. Una muy buena proposición para ambos y que iba, al menos, a solucionarme el verano. -Ama de llaves… Tanta carrera para terminar de chacha-, pensé viéndome ya vestida de french maid practicando felaciones a los acaudalados amigos y clientes de mi jefe.

-¿Desea la señora que me ocupe de su clítoris?-, preguntó el guapo camarero sacándome de mi ensimismamiento, señalando el cojín que yo misma había usado minutos antes tras dejar ante mi otro gin, un cenicero y un paquete de Marlboro. -¡Oh! Por favor, joven-, asentí reparando en que el glande de mi sexo sobresalía por encima de mis braguitas Lejaby. Me levanté grácilmente (o eso me pareció), me las quité apreciando la sedosidad de mis medias y sentí cómo, antes incluso de sentarme, mi enhiesta y nada despreciable polla desaparecía en la acogedora boca del camarero. ¡Dios, podría acostumbrarme a esto sin problemas-, me dije encendiéndome un cigarrillo minutos antes de llenar de lefa la carita del hermoso joven…