El alumno
La profesora de literatura no se imaginaba que su mejor alumno tenía algo más que decir en privado...
EL alumno
Por Calígula
El muchacho entró a mi oficina cerca de las 8 de la noche, cuando ya me disponía a retirarme de la Universidad.
Suelo quedarme trabajando hasta esa hora, antes de que mi esposo me llame al celular para recordarme que tengo una familia y una cena que me espera. "Eres una fanática del trabajo, Laura" Suelen decirme todos. Esto me gusta. Dar clases de literatura es mi vida, una vida que creía segura y estable, hasta que ese chico de ojos verdes entró en mi despacho, sonriendo.
Cristián era mi mejor alumno. Silencioso, astuto, con una pluma prodigiosa. Hablaba poco en clases, e incluso con sus compañeros; sin embargo cuando pedía la palabra, era para decir algo que de veras valiera la pena. Para colmo, era un tipo realmente atractivo: alto, de piel tostada, brillantes ojos verdes y cabello castaño oscuro y largo. Cuando me hacía una pregunta, hablaba mirándome a los ojos, cosa que por cierto me perturbaba. Sin embargo, jamás pensé en él como en un hombre sexualmente atractivo, por lo menos no concientemente, pues hubo una noche en que soñé sin proponérmelo con que él y yo hacíamos el amor en medio de la clase. Desperté húmeda y ruborizada. Imagínate: Tengo más de 40 años, definitivamente ya perdí la figura de mi adolescencia, tengo hijos que podrían hacerme abuela uno de estos días... ¿Cómo desvariar con un chico de 20 años?. Mi marido dormía ruidosamente a mi lado, mientras yo reflexionaba.
Cristián se acercó a mi escritorio, sonriendo con cierta perturbación. Yo le ofrecí una silla. Le pregunté si necesitaba algo, y se limitó a asentir con al cabeza. Lo miré atenta, esperando que especificara. El conserje se despidió a la rápida mientras esperaba la respuesta de mi alumno. "¿Qué pasa, Cristián? ¿Tienes alguna duda?¿En qué puedo ayudarte?, dímelo" le aseguré. Él levantó la mirada. Me atravesó con sus ojos. Sentí una punzada en el estómago al recordar inevitablemente la escena del muchacho sobre mí, desnudos, frente a sus compañeros, en mi sueño.
"Usted es una excelente profesora, Laura" Pronunció casi inaudiblemente. Sonreí. "Muchas gracias. No tienes idea de lo importante que es para mí escuchar esto cuando ya son más de las 8 y he tenido un día arduo de trabajo" Mientras hablaba, juntaba mis papeles. Él pareció concentrarse en mis uñas. "Además es una mujer muy atractiva..." continuó, sin mirarme a la cara. Por un segundo titubeé. ¿Cómo debería reaccionar una correcta profesora universitaria ante el piropo de su alumno veinteañero? Me sentía tan desconcertada como si de nuevo tuviera 15 años. Me puse de pie, como si no lo hubiese oído. "Me vas a disculpar, Cristián, pero es tarde y..." Alcancé a decir apresuradamente, pero él se levantó de pronto. Me miró a los ojos. El verde de sus ojos parecía irreal.
"Laura, creo que no ha entendido. Usted es la mujer más atractiva que conozco" Se acercó peligrosamente a mí. Me estaba poniendo realmente nerviosa. "Cristián, no seas embustero. Conoces a chicas bonitas todos los días. ¿Cómo se llama esa compañera tuya , la rubia, que siempre se sienta contigo? Carolina..." Me daba cuenta de que estaba diciendo estupideces, como las adolescentes que intentan cambiar de tema cuando notan que un muchacho pretende besarlas.
"Carolina no me interesa, Laura" Me dijo él, cerrando mi camino definitivamente. Estaba frente a mí. Podía sentir el aroma de su cuerpo, el olor de un hombre joven. Tenía hombros anchos. Mi vista bajó hasta su cintura: estrecha, elástica. Más abajo, una pelvis perfecta encerrada en jeans ajustados. No pude dejar de notar que bajo la áspera tela, el bulto de un miembro fuerte se delineaba claramente. Dejé de respirar por un segundo. Un leve cosquilleo me acarició el pubis.
"Cristián, por favor. Es tarde. Debo irme. Mi familia me espera". Traté de parecer convincente y adulta. Una mujer madura que no está dispuesta a lanzar por la ventana la estabilidad que siempre la enorgulleció; sin embargo, sonaba como una muchacha acorralada ante un chico que parecía haberla atrapado. Este pensamiento se volvió definitivamente excitante.
"Laura... Laura" pronunció él dos veces, mientras se acercaba a mí. Segundos eternos. "Va a besarme, que puedo hacer..." Pensé. ¿Darle una bofetada?¿Pedir ayuda?¿Salir corriendo como una mocosa asustada? Laura, tú puedes afrontar una situación así... ¡Eres una mujer adulta! ¿Vas a permitir que un chiquillo de 20 años te destruya los esquemas y...? Segundos fatales de reflexión. Demasiado tiempo invertido en análisis absurdos, porque mientras mi mente trataba de explicar lo que debería hacer, mi cuerpo estaba ansioso por recibir ese beso. Sin darme cuenta, estaba abriendo los labios para recibir su lengua dentro de mi boca y sus brazos alrededor de mi cintura.
Comenzó por besar desenfrenadamente mi boca. Yo respondí con mi lengua, frenética y ansiosa, recorriendo su paladar y los dientes, por cierto, magníficos. Apreté sus hombros, amplios y redondeados. Aprecié su musculatura flexible bajo la camiseta. Él agarró mi cintura y deslizó sus manos hacia mis nalgas. Di un respingo cuando atrapó con furia ambas nalgas. Instintivamente acerqué mi pelvis hacia su cuerpo, mientras mis manos exploraban bajo su camiseta. Mis dedos palparon un espléndido abdomen juvenil, de piel suave y textura fibrosa. Le quité desesperadamente la prenda para admirar su cuerpo. Dios... Hace cuánto no tenía ante mí a un hombre como ese. Amaba a mi marido, pero la belleza de ese torso sencillamente embotaba mis sentidos. Mientras mis ojos se deleitaban ante aquella visión de juventud, él ya había desabotonado mi blusa.
Cristián apartó mi sostén con urgencia. Miró unos segundos mis senos, plenos y de oscuros pezones endurecidos por la pasión del momento. Tengo pechos enormes, algo que me avergonzaba durante mi adolescencia. Sin embargo, posteriormente comprendería que eran un objeto de absoluto placer y deleite en el acto amoroso. Mi alumno los amasó por algunos momentos, para luego arrojarse sobre ellos, como si quisiera devorarlos. Dejé caer mi cabeza con los ojos cerrados, para sentir su lengua y sus labios en mis pezones. De vez en cuando los mordía con algo más que delicadeza, pero el dolor sólo provocaba que mi vagina se humedeciera más rápido.
Mi vagina... Podía sentir como los labios se inflamaban, y cómo la miel del deseo manaba generosamente, bañando toda la piel. Latía rítmicamente y mi clítoris se transformaba en un detonante ansioso y erecto. Sentí cómo sus dedos exploraban mi vulva, deliciosamente, con tacto experto... Caramba, pensé, este chico sabe lo que hace. Comencé a jadear. Sentía la yema de sus dedos deslizarse por los labios menores, luego frotar el clítoris, posteriormente entrar de lleno en mi vagina. Me incliné hacia atrás, hasta recostarme sobre el escritorio. Mis papeles cayeron a la alfombra, al igual que el retrato de Alberto, mi marido, con Claudio y Sofía: Mis hijos adolescentes. Separé mis piernas al máximo para sentir el beso en mi sexo. Su boca, golosa y atrevida, se apoderó de mi vulva. Su lengua recorría enérgica mi clítoris, mientras bebía mis jugos en medio de gruñidos y jadeos.
Mi excitación se volvió de pronto algo verdaderamente animal. Noté que aún llevaba los jeans puestos, y sentí un apetito incontrolable. Debía poseer su sexo. Me incorporé de un salto y lo cogí de los hombros para obligarlo a recostarse, también, sobre la mesa. Urgentemente purgué por bajar la cremallera y quitarle los pantalones. Él respiraba aceleradamente, mientras observaba mis movimientos por entre sus pestañas. Su miembro, duro y pleno de sangre se ofrecía a mi vista. Delicioso, húmedo, palpitante. Su pene parecía la fuente de mis apetitos, el manjar que debía degustar para calmar ese deseo que me quemaba. Abrí mis labios e introduje ese báculo palpitante, hasta sentir que el glande besaba mi garganta. Mi lengua recorrió en círculos el cuerpo erguido del órgano, detectando cada temblor de su corriente sanguínea. Dejé que entrara y saliera libremente de mi boca, cuando Cristián empujaba rítmicamente su pelvis, buscando el placer en cada beso. MI lengua degustó las primeras gotas de miel que me obsequió el miembro, y con ellas humedecí mis labios como si se tratara de néctar.
Luego me recosté de espaldas sobre el escritorio. Podía ver la lámpara azul que tantas veces observé, mientras meditaba alguna pregunta de los exámenes. Ahora podía notarla con los ojos entrecerrados, mientras separaba lentamente mis piernas y mi joven alumno atrapaba entre sus manos cada muslo. Mi sexo, como una boca generosa y hambrienta, se abrió para recibir al miembro ansioso del muchacho.
Cristián apoyó el glande sobre mi clítoris y presionó con suavidad. Una ola eléctrica recorrió mis labios mayores. Luego su cabeza se ubicó en la entrada, húmeda y ardiente. El muchacho empujó. Arqueé la espalda mientras sentía cada centímetro del órgano, entrando en mi vagina. Me llenaba toda. Magnífico y fuerte, salvaje, potente y joven, su pene entraba furioso en mi cuerpo, una y otra y otra vez. Dios mío... Esto es hacer el amor en la adolescencia... Ésta es la fuerza de un hombre a los 20 años... Es sentir cómo cada milímetro de la piel del sexo se incinera, cómo la vagina se vuelve una panal lúbrico, el clítoris revienta en minúsculos estallidos insoportables y los senos se transforman en bamboleantes masas hirvientes de pezones duros como estacas. Sentí cómo me penetraba con exquisita desesperación. Escuché sus jadeos ansiosos, mientras yo daba gritos con cada embestida que casi perforaba mi útero, sentí sus manos apresando mis muslos unas veces, y otras, amasando mis pechos. Luego, como una explosión indescriptible, el orgasmo contrajo mi cuerpo en miles de partículas de placer que me obligaron a incorporarme en un aullido, a la vez que Cristián derramaba con un grito, varios chorros de semen hirviendo dentro de mi cuerpo. Permaneció con los ojos entrecerrados, respirando profundamente, mientras yo podía sentir su miembro latiendo en postreras contracciones dentro de mi vagina. Luego, lentamente, se inclinó sobre mi cuerpo para descansar.
Eran las 10 de la noche cuando un automóvil se detuvo en una oscura esquina de la ciudad. Un muchacho bajó del vehículo y se inclinó en la ventanilla para hablar con la conductora, una mujer madura y de buen parecer. "Es muy amable en traerme, profesora. Puede contar conmigo cada vez que necesite ayuda en su despacho" Dijo el chico, afablemente. "Tendré en cuenta tu amabilidad, Cristián", Pronunció ella. Mientras el joven se alejaba con paso lento por la acera, un celular sonó en el automóvil. La mujer contestó el llamado: "Lo sé, Alberto, es tarde. Pero últimamente he tenido demasiado trabajo. Es posible que deba quedarme más tarde de lo normal, en el futuro".