El alumno Antonio García - 09

Los días de vacaciones acaban con un espectáculo matutino inesperado, y regresamos a casa ya juntos los tres. Mi marido idea una perversidad para excitar al vecino, y la cosa se repite varias veces más.

Les encantaba verme pasear desnuda por la habitación mientras ellos seguían en la cama, iba al baño, salía, buscaba la ropa del día o me asomaba al balcón a ver qué tal tiempo haría esta mañana.

Y a mi me gustaba que me mirasen, a veces intercambiaban una mirada de complicidad y una sonrisa, de orgullo, parecía. Estaba claro que ya no había celos, era la mujer de ambos, ellos estaban satisfechos con la situación y yo más que encantada con dos hombres para mi solita, dejándome mimar y cuidar, agasajándome continuamente, y casi pegándose por dejar al otro primero, sabiendo que tenían mujer para ambos de sobra.

Cuando me parecía que ya habían tenido suficientes vistas, regresaba al balcón, abría del todo las cortinas para que entrase bien la luz y se fueran despejando y me arreglaba y vestía para bajar a desayunar. Normalmente empezaba yo antes porque ellos se duchaban en dos segundos, pero me dejaban el cuarto de baño lleno de vaho, y tenía que esperar a que desapareciera, y luego quería pintarme un poco, aunque solo fuera un leve toque en los labios y ellos se vestían y ya estaban listos, a veces antes incluso que yo, aunque les diera toda esa ventaja.

Esa mañana habíamos bebido un poco en la disco, yo incluso estaba algo mareada cuando nos fuimos a acostar y agotada de bailar ora con uno, ora con otro, sobre todo con Antonio, que era mejor bailarín que Jorge y se movía muy bien con cualquier música, y de tanto moverme me daba sed, y aunque las bebidas no fuesen muy fuertes, siempre te afectan, sobre todo si nos estas acostumbrada.

Era bastante temprano cuando se despertaron casi a la vez, porque primero sentí una mano acariciándome por un lado y al poco otra mano por el lado contrario. Luego una boca se pegó a mi pecho, besando y acariciando, tan suave que no me despertaba, aceptaba sus caricias medio en sueños, gozaba de su atención mientras mi mente estaba aun en otro mundo irreal. Por el lado contrario la mano invasora subió por mis muslos, apenas rozándolos, mis vellos se erizaban a su paso, hasta que llego arriba y jugaba con el pelito, y tocaba mis labios casi totalmente expuestos después de la depilación casi total que me hicieron hace unos pocos días.

Sentía como me tocaban los dos, pero no abría los ojos, deseaba que siguieran, pero no quería que supiesen que no estaba totalmente dormida, les dejaba hacer y jugar conmigo a su gusto y placer, y al mío también poco después, cuando las manos dejaron paso a una lengua juguetona que sorbía y besaba, que me abría y entraba profunda y acariciante, que me estaba dando gusto, mientras otra boca besaba mis pechos y mi cara, y se deslizaba por mi costado, jugando con la curva de la cadera.

El que estaba abajo se cansó o dejó paso al otro, compartiéndome y en el mismo tono, la nueva boca entraba comiéndome toda, las manos me abrieron la gruta para ver mejor y buscaron mi clítoris, que estaba aun oculto entre los pliegues húmedos, esperando que alguno de los dos acertase con él e intentasen que creciera y se excitara.

Como era yo quien normalmente abría las cortinas para dejar pasar la luz, el cuarto estaba aun a oscuras, y uno de los dos me abandonó momentáneamente para abrir la cortina de enfrente de la cama que daba a la calle de entrada del hotel, por donde salía el sol.

Así era mucho más fácil, enseguida lo encontró y la lengua se movía rápidamente por el bultito hinchado, y sentí el frenesí del primer orgasmo que me venía y grite y gemí sin control, abandonándome con los ojos aun cerrados al placer que me daban y a las caricias con las que el otro intentaba que no me partiese en dos del gusto que sentía.

Caí derrotada y sudorosa, y ellos se fueron retirando poco a poco, dejándome desnuda sobre la cama para que descansase y me repusiera antes de bajar a desayunar. Me dijeron algo, no se qué y yo asentí como una autómata, sin entender que palabras soltaron al oído, mi mente no estaba allí, pero antes de irse, ya vestidos y arreglados me dijeron ya más claro que iban a la cafetería a por el desayuno y volvían para tomarlo en la habitación, que no me levantase hasta que ellos llegasen.

Nunca me gustaba abrir esa ventana que daba a la calle, entraba mucha luz y todos los ruidos de coches, gentes, bocinas y ahora los monótonos motores del edificio de enfrente que parecía que estaba en construcción.

Luego el motor de la grúa paró, mas ruidos, voces, silbidos, gritos… no había forma de dormir con esa ventana abierta, tendría que decírselo a los chicos. Abrí los ojos y la luz me cegó, cambié de postura doblando un poco las piernas, tenía los músculos agarrotados, los silbidos y gritos aumentaron de volumen.

Parecía que estaban de fiesta y desde luego era imposible dormir así, ya estaba desvelada totalmente, con una mano sobre la frente me decidí a abrir los ojos al fin y ver qué pasaba enfrente. Quedé helada cuando al cabo de un buen rato conseguí céntrame y descubrir que yo era el origen de todo ese bullicio, justo enfrente de la obra, la ventana abierta y yo desnuda totalmente y encima abierta de piernas enseñándoles todo el chichi.

Cerré las piernas por instinto y se escuchó un ohhh, unánime. Las abrí despacio y gritos de ánimo se oyeron más fuertes. Las abrí aun mas, para que no perdieran detalle, aun con la mano sobre la frente para que el sol no me cegase y después, con toda la malicia del mundo bajé la otra mano, me rasqué un poco y abrí los labios con los dedos, como si quisiera separarlos para que los pobres respirasen por dentro.

En fin, me aburrí de la travesura, pero por si no me habían visto bien por todos los lados, me levanté para que apreciasen la parte superior, me di la vuelta como buscando algo en la cama y después muy despacio me acerqué a la ventana, abrí los brazos totalmente, mis pechos totalmente a la vista y derechitos por la postura y agarrando los bordes de la cortina, puse fin al juego.

Estaba en el baño cuando se abrió la puerta y entraron mis dos chicos con un carrito y un montón de cosas deliciosas, y un aroma de café recién hecho que seguro que dejó el pasillo para marear a los madrugadores hambrientos.

  • que jaleo ahí enfrente, parece que los obreros estaban hoy de fiesta.

  • seguro que estaban mirando alguna ventana abierta, los andamios están muy cerca del hotel.

  • seguro - dije yo - alguna inocente que no se dio cuenta de que habría espectadores tan cerca.

  • o alguna que lo estaba haciendo aposta, vete tú a saber

  • Bueno, dejar de opinar y vamos a desayunar. Después de todo siempre hay alguna cochina que le gusta exhibirse delante de la gente y que le digan cosas.

En eso Antonio tenía razón, siempre hay alguna que le gusta que la miren, pero otras veces la culpa la tenían los hombres que no se preocupaban de cómo dejaban las ventanas y a sus mujeres solas, pensando qué quien iba a atreverse a mirarlas, o qué se yo.

  • pues menos mal que tenias la ventana cerrada, porque te dejamos desnuda sobre la cama, no nos pareció que con el calor te viniese bien la sabana.

  • sí, menos mal que dejasteis la ventana cerrada.

  • aunque tampoco te hubiera importado que te viesen un poco, seguro que no.

  • a que nunca te has exhibido ante un montón de gente como esos…

No dejé que Antonio acabase la frase, me levanté con la camisa sin abrochar tal y como me había sentado para desayunar, y abrí las cortinas de la dichosa ventana. La camisa se abrió también totalmente al separar los brazos y mis preciosas tetas y mi coño depiladito quedó absolutamente expuesto a la luminosa luz de la mañana que me iluminaba como un foco en un teatro.

  • a ver si os calláis ya y dejáis el tema. Es esto lo que queríais que hiciera?

Se oyó algún grito y algún silbido, pero ya casi todos los espectadores habían vuelto a la faena y solo unos pocos pudieron apreciar tan bella modelo.

Todavía quedé un poco allí delante, como tomando los primeros rayos de sol, y después me quité la camisa y me dirigí al baño a arreglarme para la playa.

El resto de los días que pasamos allí fueron más normales, no hubo más exhibicionismo, ellos aprendieron a no abrir esa ventana y los baños nocturnos en la playa los efectuábamos más temprano, para regresar cuando todavía quedaba luz.

Regresamos a casa a Madrid, y empezó la rutina de siempre, ellos al trabajo, yo sola en casa, salidas con las amigas, días aburridos, monótonos, y alegría los fines de semana cuando coincidíamos los tres que no era frecuente.

Una noche que yo les confesaba mi aburrimiento, el que todo siguiera igual a pesar de tener dos hombres, y que mi vida apenas había cambiado si exceptuábamos esos felices días del verano, en que nos veíamos, viajábamos y disfrutábamos, a mi marido se le ocurrió la solución, que después de todo, dependía de ellos exclusivamente: se trataba de empezar a programas sus turnos de manera que uno de ellos estuviera siempre en casa, que salvo muy escasos espacios de tiempo, uno de los dos estaría allí, y esos días seria mi marido para todo.

Eso quería decir que casi siempre estaría uno en casa, me acompañaría a hacer la compra, saldríamos al cine o al teatro, o a pasear, haríamos lo que cualquier pareja normal, con tiempo para estar en casa, haría todos los días, y yo apenas pasaría sola los pocos días que no pudieran adaptar  los turnos.

Y la cosa resultó. Y yo era feliz, casi todas las semanas salía al cine algún día, otros a bailar, sobre todo cuando le tocaba a Antonio, la pareja que me correspondiera esos días era mi marido para todo, para hacer las cosas de casa, para comer juntos, para salir y por supuesto, para acostarnos juntos y hacer lo que cualquier matrimonio haría normalmente.

Y me gustaban los dos, los dos eran amables y educados, siempre dispuestos, y los dos eran muy buenos en la cama y me hacían feliz.

Un día le comenté a Jorge que el vecino me miraba raro cuando me veía un día con uno y otro con otro, siempre cariñosos y del brazo, pasear, tomar algo en el bar o haciendo la compra y le conté como miraba por la ventana la noche que Antonio casi me desnuda en el portal a la vuelta de una velada de baile y se le ocurrió una idea perversa para acabar de confundirle y que el momento ideal sería la noche del relevo.

No quiso contarme los detalles, solo que hiciera lo de siempre, que no pensaba decirme nada ni explicarme, hasta que todo hubiera ocurrido y si funcionaba, si no, no valdría la pena que me dijese nada. Todo muy misterioso, pero siempre era así: sorpresas siempre agradables que me sorprendían y alegraban el momento y siempre sin que yo esperase nada.

Se iba un par de días la mañana siguiente y como todavía el tiempo era muy bueno me propuso una cena romántica a la luz de las velas en la terraza, y la novedad es que él se encargaba de todo y que para poner un poco de chispa, iríamos vestidos de blanco, como una fiesta ibicenca.

Preparó una cena sencilla pero deliciosa a base de bocaditos diversos y bien regado con un rioja blanco casi helado, y un coctel de champan para postre.

Total, que yo ya estaba un poco chispa, alegre y feliz y cuando me dijo que me sentase sobre sus rodillas, lo hice sin pensarlo, o a lo mejor sabiendo lo que vendría a continuación, o tal vez esperando que algo viniera a continuación, como así ocurrió, porque con la copa en la mano brindamos los dos y su mano se posó en mi espalda acercándome a él, y luego subió hacia arriba el leve vestido blanco de lino, dejándome al aire la espalda y el trasero. Sentí su miembro rígido entre los dos, y echando a un lado la braga me monté y cabalgue sobre él, que seguía pegando mi cuerpo al suyo.

La noche era preciosa, las luces de la ciudad se veían a lo lejos, a los lados del edificio de enfrente, que no conseguía ocultarla ciudad al fondo, las estrellas sobre nuestras cabezas y nuestros dos cuerpos unidos, disfrutando del sexo.

Fui yo quien hizo todo el trabajo, limitándose el a sujetarme para que no resbalase a los lados mientras yo subía y bajaba al ritmo que notaba que conseguía mas placer y mi culo golpeaba sobre sus muslos, que apenas tenían que sujetarme ya, solo estirar un poco para que pudiese entrar mejor su herramienta e intentar llegar más al fondo aun.

Me contenía para no gritar, leves gemidos se me escapaban cuando me vino el orgasmo y me apretaba mas contra su vientre, quieta y sintiendo como me llegaba hasta el fondo, solo dejando a mi organismo disfrutar mientras la mente se liberaba de toda distracción, concentrada en sentir un poco más, en alargar un poco mas aquel estado de felicidad.

Quedé recostada contra él, descansando sobre su pecho, mi vestido por el suelo, en algún momento me lo había sacado por la cabeza y las bragas rotas en el rincón opuesto.

Levanté la vista para mirarle a la cara y agradecerle aquel momento, había estado perfecto y no me esperaba que una cena en la terraza pudiera luego dar tanto juego. Una ventana iluminada enfrente me asustó de momento, no pensé en la vecindad en ningún momento, y me pegué mas a Jorge, como para intentar que no se me viera nada confundida con él.

Luego me di cuenta de que era inútil, la luz de nuestra terraza era muy débil, lo suficiente para que pudiéramos ver lo que comíamos, pero en contraste con la oscuridad del resto era casi de día, éramos la única luz en toda la zona. Bueno, la nuestra y esa ventana enfrente, con los visillos un poco corridos y en ese momento sin nadie a la vista.

  • nos ha podido ver algún vecino… no me he dado cuenta de ese detalle

  • si, estabas muy lanzada, de todas maneras, solo hay un vecino que pudiera habernos visto

  • no me digas que estaba ahí?

  • seguro, todavía tiene media luz y la ventana abierta.

  • pero ahora no se ve a nadie

  • habrá ido a desahogarse un poco, le has dado un espectáculo fabuloso.

  • por dios, que vergüenza…

  • venga ya, no me digas que te hubiera dado lo mismo si lo supieras, que hubieras parado?

No, no hubiera parado, hubiera actuado igual en ese momento aunque supiera que estaban todos los vecinos mirando, pero cuando me pidió que al día siguiente repitiera la cena con Antonio, me pareció entender a donde quería ir a parar.

Así que lo hice, un poco más a mi estilo, cena más ligera, un poco más de luz en la terraza, vestido ligero, sin ropa interior debajo, más fresca y cómoda y sin perder otro par de bragas de nuevo, y vino fresquito, más suave, y cava helado, como a él le gustaba, y cerca un sillón cómodo, por si se presentaba la ocasión.

Cenamos al fresco de la noche, despacio y saboreando todo, acabamos con la botella de cava, no queríamos dejarla a medias, una luz se encendió enfrente y luego disminuyó la intensidad, lo justo para no tropezarse con nada y que no se pudiera percibir si había alguien detrás de los cristales.

Un beso en la oscuridad, unas caricias por debajo del vestido, la sorpresa al no encontrar nada que molestase el tacto de sus manos, el recorrido lento y meticuloso por mi cuerpo bajo la tela, otro beso, besos en mi cuello, en mi nuca, besos en los labios, en el escote, tela que estorba, vestido subiendo, pasando por encima de la cabeza y nada entre sus manos y yo, solo su urgencia por tocarme, por sentir mi piel, mi calor, por oler mi aroma, por apretarme entre sus brazos.

Y el sillón cómodo a un lado, se desnuda y se sienta, requiriéndome a su lado, sobre sus rodillas, y yo obedezco sin que tenga que repetírmelo y de nuevo busco con la mano su herramienta, fuerte y dura esperándome, y la dirijo hacia la entrada que espera algo cerca, dentro, mas dentro

Y de nuevo marco yo el ritmo, entrando y saliendo para conseguir mejor contacto, para ver si puede entrar más, para frenar cuando le veo más nervioso, para bajar más y mas hasta que siento que me taladrará si sigo apretando.

Veo la ventana en penumbra, apenas un hilo de luz, y los visillos moverse y una presencia quieta, mirando hacia nuestro balcón, hacia nosotros.

Y entonces me corro sin poder evitarlo y sin poder controlar mis espasmos y mis gemidos de placer, y deseo que entre más, y aprieto hasta hacerle daño en las piernas y al fin me desmadejo sobre su pecho con un estertor agónico que me deja sin aire, que me hace abrir la boca para conseguir respirar y que me libera hasta perder casi el sentido y poco a poco caigo sobre su pecho y me convierto en aire, sin peso ni ideas, sin materia.

Y dos días más tarde regresó Jorge, coincidíamos los tres en casa y propusieron salir a cenar fuera. No, ni hablar, era poco frecuente que estuviéramos los tres en casa, no quería distraerme en sitios ajenos, bien vestidos y atendidos por camareros educadísimos y eficaces, pero sin intimidad. Además, quería acabar con el experimento que empezó Jorge hace unos días, así que cenamos en casa, normal, vimos la tele, normal, se hizo tarde y decidimos ir a dormir, juntos como siempre y hasta ahí todo bien.

Ellos se ducharon y metieron en la cama después de recoger todo, mientras yo fregaba los cacharros y apagaba el resto de luces, entré en el dormitorio y les vi ya acostados bajo las sabanas, viendo todos mis movimientos como siempre, con atención a como me movía, a qué hacía, cómo les miraba o sonreía.

Estaba claro que esperaban espectáculo, así que me dispuse a dárselo, pero antes me fijé en el detalle que faltaba, la persiana de la ventana estaba subida y los cristales abiertos de par en par, o sea, que querían seguir como en días anteriores.

Bueno, les daría ese capricho y agradaría también al vecino: me quité toda la ropa menos las bragas y apagué la luz, observando sus caras de desilusión, pero cuando entré al baño dejé la puerta abierta y la luz encendida, me duché, me sequé allí mismo y regresé completamente desnuda y oliendo a jabón, al lugar que me habían reservado en el centro de la cama.

A ninguno se le ocurrió por supuesto levantarse a apagar la luz, que iluminaría desde atrás toda la escena, enseguida empezaron las caricias y besos, Antonio se puso encima a horcajadas, mientras Jorge le ayudaba con la mano, dirigiendo la polla hinchada hacia mi abierto coñito.

Su excitación se veía reforzada al saber que el curioso y voyeur vecino estaría enfrente sin perder detalle y preguntándose qué tipo de matrimonio era ese tan raro, que parecía que se llevaban muy bien, que compartían todo, incluso la mujer, y que eran tan buenas personas que incluso le dejaban participar a él de alguna manera.

Si el supiera…