El alumno antonio garcía - 07

Una conversación, desnudos los dos, en una habitación del hotel en la que intento que Antonio acepte la idea del trío, la idea de vivir juntos los tres, que yo deseo que funcione.

Antonio venía de vez en cuando, no teníamos sexo, pero sí hacíamos otras cosas, besos, caricias y le encantaba desnudarme en la cama por la tarde o en la piscina, de forma que ya prácticamente siempre me tumbaba desnuda a tomar el sol desde el principio y él solía también desnudarse allí mismo. Cuando venía Jorge él solía desaparecer, pero llegó un momento en que le dije que el mes acababa y mi marido se quedaría allí el resto del verano.

Quería indicarle que debía plantearse sus venidas, o bien aceptar la hospitalidad de mi marido y aceptar que seríamos tres, o pensar si debía espaciar las visitas. Yo además pensaba irme una semana a Madrid, para dejar la casa arreglada cuando nos viniéramos para un tiempo más largo, o sea, la paz y la complicidad en el chalet tranquilo y solitario, desparecería por un periodo prolongado.

Y en cuanto a mí… estaba a gusto así. Me encantaba tener dos hombres a mi disposición, halagándome y queriéndome, adorándome y siempre pendientes, deseosos de darme gusto y placer, no veía ningún problema ni práctico ni moral, era feliz y la situación por mi parte no tenía ningún inconveniente, ahora que más o menos se habían aceptado mutuamente, y se llevaban bastante bien, aunque Antonio seguía procurando que no estuviésemos a tres nunca o casi nunca, y cuando así sucedía, él se retiraba a su cuarto.

Le invitamos a cenar un día en nuestra casa de Madrid, pero al día siguiente le volví a llamar que no podía ser, habían llamado a Jorge y no podría estar.  A los diez minutos me sonó el teléfono. Si no había preparado nada, era él quien me invitaba por ahí en un restaurante cercano a mi casa que él conocía. Acepté y quedamos en vernos allí mismo.

Me estaba arreglando al día siguiente, cuando volvió a llamar:

  • arréglate que después de cenar nos vamos a ir a bailar. Dile a Jorge si no le importa.

  • Jorge no está y no sé si le importa. Yo acepto encantada y me vestiré para la ocasión.

Me cambié de ropa interior rápidamente. Busqué un conjunto todo banco, de encaje, sin más adornos que unas florecitas del mismo color por delante y por detrás todo liso, y pensé qué vestido me podía poner para que me valiera para la cena formal y luego el baile, que supongo sería en algún sitio más bien clásico, dados sus gustos.

Encontré el apropiado en uno de color azul marino, en una tela brillante que alguna vez me había puesto para alguna boda creo, con una falda amplia, asimétrica por delante un palmo por encima de las rodillas y por atrás más baja, se sujetaba en los brazos y el pecho, no en los hombros, dejando estos al aire, un adorno de una flor grande del mismo tejido rompía un poco la seriedad del conjunto y le daba un aspecto más festivo. Unos pendientes grandes de aro, unos zapatos negros y mi carterita, y estaba deslumbrante.

Pedí un taxi cuando faltaban unos minutos para la hora, no quería ir andando así por la calle, aunque estuviese cerca,  y llegué casi a la hora convenida. Estaba esperando en la puerta y se adelantó a pagar y abrirme la puerta rápidamente.

Se me quedó mirando admirativamente, por lo que no me quedó más remedio que darme una vuelta de cortesía para que apreciara bien el conjunto, y pasamos dentro. La cena estuvo muy bien, el sitio elegido era perfecto y después nos fuimos en su coche a un hotel cercano que ponía música con una orquesta a la noche.

Bailamos alegremente o muy juntitos, según fuera la melodía, y yo estaba feliz, porque realmente hacia ya mucho tiempo que no teníamos estas salidas mi marido y yo. Estas cosas que de novios o recién casados eran muy frecuentes fueron pausándose al tener los niños y un poco mas según él iba teniendo más responsabilidades en el trabajo, y a veces solo lo hacíamos una vez al año, para celebrar algún aniversario,  y a mí como a todas las mujeres, me gustaba que me sacasen de casa, ponerme guapa, ver que los hombre todavía me miraban, volver a aquellos tiempos pasados tan llenos de alegría, de pasión, de felicidad.

Me ofreció pasar la noche en el hotel, pero no me pareció correcto y no insistió, de modo que tomamos su coche y regresamos a casa bastante tarde ya. Me abrió la puerta del portal y nos quedamos allí, a la entrada, esperando tal vez que le invitase a pasar, pero tampoco me pareció oportuno.

Se me quedó mirando, acariciándome los hombros y el cuello, no sabía cómo despedirme y entonces él acercó su cara a la mía, sus labios rozaron mi piel y dejé de reprimir mis deseos, le abracé y besé con fuerza, con ganas después de haber estado toda la noche deseándolo y aguantando.

Siento la fuerza de su abrazo, igual que su urgencia por juntar nuestros cuerpos, y me dejo hacer, me abandono a ese beso eterno, su boca besa y recorre mi cara, se junta con mi boca y nuestras lenguas se encuentran.

Una luz se enciende enfrente, veo su cara más nítida y sus manos, que se introducen en mi pelo, y llegan a la nuca para atraerme más hacia él, luego bajan por la espalda, recorren la cintura y dibujan la redondez trasera, acariciándolo suavemente por encima de la tela, tirando de ella hacia arriba. Abro los ojos, veo una cara en la ventana, un vecino nos mira, pero no me siento con fuerzas para advertir a Antonio, prefiero que continúe, quiero que siga.

Su mano ha entrado por dentro de la falda aprovechando que por delante es más corta y recorren mis muslos; entra también la otra mano, siento las dos acariciándome por encima de las bragas, suben el elástico y se meten dentro, advierto una amasando los glúteos ya directamente sin estorbos, la otra agarra la cintura de la prenda y la baja despacio, no quiere obstáculos.

El vecino mira con algo en la cara, medio oculto ahora por la cortina, supongo que serán unos prismáticos, pero una mano entrando ahora por delante desvía mi atención de la casa de enfrente.

El aire frio de la noche acaricia y refresca mis muslos, la braga bajada hasta la mitad de los mismos, la mano se introduce sin trabas en la parte delantera, toca mi vientre, acaricia y revuelve el pelillo del pubis, y entonces me doy cuenta de que estamos llegando demasiado lejos y además allí, en mitad de la calle casi, a la vista de todo el que pueda pasar a esas altas horas, y despierto y bajo de la nube.

Me bajo la falda, y tapo mi cuerpo desnudo, tiro de sus manos hacia fuera y me separo de él, que también despierta de golpe y se da cuenta de que ha llegado demasiado lejos.

Otro beso cortito en la boca, un pico apenas y se sube al coche mientras yo entro y cierro la puerta, y enfrente se cierra una cortina.

Le cuento la salida a mi marido al otro día, se que le gustará la aventura, aunque tal vez hubiera querido que hubiera habido más porque cuando le dije que acabó en un beso ante el portal pareció decepcionado. Y en cuanto al vecino, sí, lo sabía, y que de vez en cuando le veía mirando hacia nuestra casa con las prismáticos, imaginaba que cuando me vestía en el dormitorio o algo así, pero no me había dicho nada porque era una persona mayor, soltero e inofensivo, que debía entretenerse únicamente con eso ya.

Y por último me confesó que era cierto, que hacía mucho tiempo que no hacíamos escapadas como esa y se alegraba que lo hubiéramos pasado bien, sobre todo yo, que tendría que buscar tiempo para hacerlo de nuevo, pero que… aceptase cuando él no estaba y saliera con Antonio si me lo pedía, pero que no le gustaba que entrase en casa si él no estaba.

Volví a salir con Antonio otra vez antes de regresar a la casita del campo, y más o menos todo fue igual, cena perfecta, baile, caricias y besos en la pista y cuando se hizo tarde la misma proposición: quieres quedarte a dormir en el hotel o te acerco a casa.

Pensé que íbamos a dar el espectáculo de nuevo en la calle, que se iba a marchar frustrado y que a mi marido no le gustaba que hiciésemos nada si él no estaba en casa, y recapacité también sobre mis deseos: tenía ganas de estar con él, de hacer algo más que bailar, de rematar una buena noche y además quería hablar algo mas intimo y en un sitio más tranquilo que la disco de un hotel. Tenía que plantearle una disyuntiva, no estaba dispuesta a aceptar que siempre se hiciese a espaldas de mi marido, aprovechando cuando no estaba, aunque él adujese que lo hacía para que no me aburriese en casa sola.

Intenté resistirme un poco cuando empezó a quitarme la ropa, dejándome tendida en la cama con solo ese precioso y breve conjunto blanco y él se quedó en slip tumbándose a mi lado.

Bueno, tenía que ser ahora, no podíamos empezar de nuevo sin que le dijese lo que pensaba, así que le puse la mano en el hombro, apartándole un poco.

  • escucha Antonio, las cosas no son así, me sacas  de fiesta y a follar, me estas degradando a una cosa que prefiero no nombrar.

  • no te entiendo.

  • sí, creo que si me entiendes. Yo te acepté como un amigo, y Jorge igual y esto lo estamos haciendo a sus espaldas. No creo que a él le gustase y a mi desde luego nada en absoluto.

  • bueno, pero tú has accedido a venir aquí conmigo, te has desnudado, estas en la cama a mi lado…

  • Jorge no quiere que vayamos a casa cuando él no está, y este es el único sitio que se me ha ocurrido para aclarar las cosas.

Total, que le dije más o menos que a mí me gustaban los dos, es más, les quería a los dos, pero tengo un marido que aceptaba que saliera con él, que incluso me acostase con él, como ocurrió los primeros días, que seguro que no le importaba que ahora estuviésemos haciendo el amor, pero que yo no quería eso: un marido y un amante.

La única fórmula que yo aceptaría era que los dos tuviesen conocimiento de todo, incluso que fuéramos los tres quienes viviéramos como amigos, como un matrimonio mas, pero de tres, que compartiésemos todo y no hiciésemos nada los unos a espaldas de los demás, como estábamos haciendo ahora.

  • creo que te entiendo, tal vez he querido separarte de tu marido sin darme cuenta, intentando que fueses para mi sola, pero veo que eso no es lo que tu deseas.

  • no

  • bien, si no te importa, vamos a dormir así esta noche, quietecitos como dos buenos amigos y permite que piense un poco con sosiego lo que me propones.

Me llevó de mañana a casa, y después se dirigió a su trabajo y a la noche le narré a mi marido toda la conversación y lo que yo pensaba de todo aquello.

  • quieres decir que te parece bien que lo aceptemos en casa, como un tercero, para todo, pero que no harías nada a espaldas mías, lo que me parece más que razonable. A mí me parece bien, no quiero perderte, lo acepto y además sabes que siempre te he dicho que me gusta verte admirada y tal vez algo mas por otros.

  • sí, y en realidad todo esto lo empezaste tu, echándome en sus brazos.

  • sí, lo sé. Pero creo que nos ha ido sobrepasando todo, el asunto puede dar muchos problemas a todos, y están los celos y la competición de dos hombres... estoy de acuerdo con tu solución, y si él no lo está es que es un egoísta y no merece que lo aceptemos como amigo ni como nada. Esperaremos a ver que decide.

Sellamos nuestro acuerdo con un beso, y él volvió a ser el mismo, cariñoso y atento, y de esta manera nos preparamos para empezar nuestras vacaciones, que nos iríamos a nuestra casita de la sierra como casi siempre.

Estábamos en la terraza a la tarde cuando sonó el teléfono de casa y como Jorge estaba leyendo entré yo a cogerlo.

  • Hola, soy Antonio. Me aceptáis a cenar esta noche? Pregúntale a Jorge…

  • Estás invitado ya lo sabes. Es más, no necesitas ni preguntarlo, ven cuando quieras.

  • vale. Una pregunta indiscreta más, si no te molesta.

  • adelante.

  • estas desnuda ahora?

  • no, con las braguitas.

  • te importaría seguir así hasta que yo llegue? Me gusta verte natural, que no me consideres una visita para la que hay que arreglarse.

  • de acuerdo, estaré como siempre. Te esperamos.

Le conté a mi marido la conversación. Me pareció muy raro que llamase al fijo de casa, en vez de al móvil, pero él adujo que de esa forma era más impersonal, ya que lo podíamos haber cogido cualquiera de los dos. No le comenté nada de su petición, pero tampoco me dijo de arreglarme o vestirme un poco, así que me senté y esperamos a que se oyera el coche subir por la cuesta.

Bajó del coche con dos bolsas, saludó primero a Jorge, y me dio un par de besos, antes de entregármelas para que las metiese dentro. Era algo de cena, como siempre, y por el peso, alguna botella, también como acostumbraba. Mi marido vio con naturalidad que yo le recibiese así, medio desnuda, o por lo menos no miró extrañado, ni comentó nada, lo que me hizo pensar que estábamos de nuevo en el buen camino, en el de la libertad de hacer y de decir entre los tres sin reservas ni disimulos, un comportamiento de total libertad y naturalidad.

Por eso cuando a la noche después de cenar estábamos bailando vestidos casi de etiqueta, y vi que se acercaban los dos en un descanso hacia mí, como compinchados para algo, me dejé hacer también sin ninguna reserva.

Uno me fue quitando la camisa y el otro la falda, quedando en ropa interior entre los dos, y así bailamos los tres juntos un rato. Luego nos fuimos a la habitación, nos desnudamos y nos metimos en la cama.

Sentí las caricias de los dos, cada uno por un lado, cada uno a su manera. Mi marido conocía mi cuerpo a la perfección, yo sabía su forma de tocar, de excitarme, y Antonio empezaba a descubrirlo.

Esta vez no había celos ni protagonismo, los dos deseaban darme placer, agradarme y yo estaba encantada y me dejaba y me relajaba, y deseaba sentir sus manos sobre mi cuerpo, y ver cómo me iban excitando y esperando la siguiente acción y deseando también tener sexo ya, y sorprendida porque no me importaba con quien: quería a los dos.