El alumno Antonio García - 02

Después de pasados unos cuantos años, ya casada y sin ejercer de maestra, un día y por sorpresa me encuentro con Antonio y él pretende seguir con aquel inicio de relación sexual que iniciamos durante sus estudios.

Deambulaba sin mucho orden por las estanterías del supermercado, viendo todo casi sin mirar, recordando mentalmente las cosas que debía ir echando al carrito para reponer su despensa por lo menos para una semana y no tener que volver a comprar esas cosas que siempre se olvidan. No se acostumbraba a hacer una lista diaria, ni a ir escribiendo en un papel en la nevera según algo iba escaseando como hacia su marido, pero ella sola estos días en la casa no se acordaba de apuntar y aunque ahora tardase más tiempo tenía toda la mañana para hacer la compra.

Le sonaban las caras de algunas personas, después de unos cuantos años pasando los veranos y los fines de semana en su casita de la sierra acababan saludándose sin saber apenas quien podría ser, pero aquella mirada que se fijaba en ella cada vez que se cruzaban, aunque le resultaba familiar, estaba casi segura  de que no era alguien del pueblo.

Conocía a mucha gente de antaño, cuando era maestra y se acordaba de muchos de sus alumnos y de sus padres, siempre había gente agradable y que reconocía su trabajo y era de lo más gratificante volverse a encontrar con ellos de vez en cuando.

Al quedar de frente en uno de los pasillos vio como el hombre dejaba a un lado el carrito y se dirigía a ella sin vacilar, con una sonrisa amistosa y abierta, algo socarrona y entre sorprendido y feliz de saludarla. Por mas que se esforzaba y lo enormemente familiar que seguía pareciéndole, no conseguía recordar y eso la ponía nerviosa.

  • No me reconoce? No se acuerda de mi?

  • pues… tu cara me es muy familiar, pero… ahora mismo…

  • Seño, soy Antonio García

Casi me desmayo de la impresión y la alegría, pero como iba a reconocer en aquel hombre alto, bien parecido con una barba cortita y algunas entradas a mi alumno favorito, el chico mas estudioso e inteligente que recordaba haber enseñado en mi vida y al que no volví a ver desde que le conseguí una beca y se fue a estudiar a Madrid a la universidad. Supe que con mis referencias y amistades le habían admitido en un colegio mayor y que seguía siendo tan aplicado como siempre, dejando en buen lugar a todos los que nos habíamos esforzado por él.

Sentados en una cafetería de la plaza, nos fuimos contando nuestras vidas. Yo me había casado unos años después, y también nos fuimos a vivir a Madrid, mi marido trabaja en una compañía aérea, con un horario casi siempre diferente al que ya me había acostumbrado, y dejé la docencia al tener a mi primer hijo.

Él acabó la carrera de ingeniero aeronáutico cum laude, se había casado con una compañera de trabajo, americana, y se había divorciado hacia un tiempo, y ahora estaba solo. Y estaba allí porque cerca de ese pueblo existían unas instalaciones de seguimiento espacial y aunque vivía en Madrid pasaba casi todo el tiempo allí, y a veces se quedaba a dormir incluso para no tener que ir y volver todos los días.

Hablamos de mil cosas, de aquellos tiempos de la escuela, de los compañeros, como les había ido a algunos, etc. y al despedirnos porque él tenía que volver al trabajo, le obligué casi a aceptar venir a comer al día siguiente con nosotros a nuestra casita.

Mi marido y él hicieron buenas migas inmediatamente, trabajos muy parecidos, inteligentes y cultos los dos, amenos y con muchas anécdotas que contar, yo estaba encantada de verlos así, disfrutar de la velada y feliz de verlos felices.

Cuando Antonio se despidió para  regresar a Madrid, le hizo prometer que volvería cuando quisiera, y más trabajando tan cerca, en cinco minutos podía acercarse a comer y volver después al trabajo si le apetecía un rato de compañía.

Era un buen día de sol, y ya había hecho todas las cosas de la casa, mi marido había regresado a Madrid el lunes temprano y yo había colocado la hamaca al lado de la piscina, me había echado crema solar y con los auriculares en los oídos tomaba el sol cómodamente mientras escuchaba música y hacia tiempo antes de dar un paseo y preparar aun no sabía qué de comida.

No solían subir apenas coches por el camino, de modo que aquella bocina allí cerca me sobresaltó, me incorporé de un salto, mi pecho libre de sujetador botó y al dirigir la mirada hacia la puerta intenté tapar con el brazo mi desnudez cuando reconocí a Antonio haciéndome señas al pie del coche, junto a la entrada.

Co la mano libre le hice señas para que abriera la verja y subiera hasta allí, mientras buscaba inútilmente la camiseta que no había llevado, y recogía la toalla para enrollármela un poco por el cuerpo mientras él sin salir del coche a mi lado, miraba regocijado toda la maniobra y mi apuro.

  • Tienes el mismo increíble cuerpo que recordaba de siempre.

  • sí, me vas a decir que no he cambiado en veinte años. Y no mires ahora, por favor, que voy a buscar una camiseta.

  • muy bien, miraré lo menos que pueda.

Regresé con la camiseta puesta, y las bragas del bikini bien colocadas, me las suelo recoger para coger mas sol y que se note menos blanco, y luego era un jaleo recolocarlas, siempre me las quitaba para ponerme otra cosa mas cómoda, pero no quería tenerle allí esperando mientras me arreglaba algo más.

Sentados a la sombra en la terraza me dijo que había venido a comer con nosotros, no sabía que mi marido no estaba, y a contarnos nuestra vida en estos veinte años que habían trascurrido desde que nos separamos.

  • estas como siempre, si acaso más redondita, pero preciosa como te he recordado todos estos años.

  • te acordabas de mi de vez en cuando?

  • no de vez en cuando, siempre.

  • jajajaja, como vas a mirar a la profesora, mayor y gruñona, teniendo al lado aquellas chicas jovencitas y tan desenvueltas además.

  • yo y casi todos los chicos de la clase, creo que nos tenias enamorados a muchos de nosotros, y desde luego, tu cuerpo no tenía nada que envidiar a cualquiera de nuestras compañeras tan desenvueltas como tu decías.

  • y como sabíais que mi cuerpo era tan envidiable? Nunca lo visteis…

  • no recuerdas que alguna vez nos dabas clase de gimnasia, cuando el profesor faltaba por algo, o estaba enfermo?

  • Sí, pero que veíais ahí? Iba en ropa de gimnasia.

  • ya, el chándal en invierno, nada. Pero en verano, aquellos pantaloncitos…

  • eran muy normales, creo, no eran provocativos ni exagerados.

  • mira, te lo describo, para que te hagas una idea de lo que nosotros veíamos: un pantalón blanco, no muy pequeño, es cierto, pero rellenándolo por dentro un culito redondo y duro, que al agacharte para hacer flexiones se introducía por el centro y marcaba perfectamente la división de los glúteos, y al levantarse dejaba asomar un trocito redondo y

  • vale, vale, no sigas, ya me hago idea

  • no, espera, es que es exactamente igual a lo que he visto ahora cuando has entrado en casa de espaldas, por eso te he dicho que estabas igual que entonces.

Me sentí halagada, por qué no decirlo, que alguien me viese igual al cabo de veinte años, y que a mis algo más de cuarenta todavía reparase en mi como una mujer apetecible y también recordé como algo lejano el premio visual que le ofrecí como incentivo y casi como despedida.

  • tomas el sol siempre en topless?

  • sí, esto como ves es muy tranquilo, no hay visitas, puedo estar como quiero, y ya me he acostumbrado a estar casi desnuda todo el día.

  • sí, la verdad es que se podría incluso estar desnudo sin molestar a nadie.

No respondí a este comentario porque así es como estaba la mayoría de las veces allí cuando estaba con mi marido solos los dos, pero cuando me encontraba sola parecía que era más expuesto, si por lo que sea alguien se acercaba por la casa, como había ocurrido en esta ocasión.

Comimos allí mismo en la terraza, preparé cualquier cosa, es más fácil en verano, y saqué un buen vino para tomar juntos, porque yo sola nunca me apetecía, y después seguimos charlando en el café, hasta que me preguntó que porque no nos dábamos un chapuzón en la piscina, la tarde era casi asfixiante.

No me esperó, se le veía seguro de sí, se adelantó sin ver si yo le seguía se quito todo menos el slip y se tiró de cabeza al agua. Fui despacio tras él, viendo todo, como se desnudaba, dejando la ropa a un lado, sus músculos fuertes, algo blanquito de piel, seguro que muchas horas de trabajo en un despacho, pero aun así, con un cuerpo casi perfecto en el que se podía adivinar también las horas de gimnasio.

Yo estaba sin sujetador, no se me ocurrió ponérmelo para comer, y ahora no sabía si ir a buscarlo o meterme en la piscina mientras él nadaba ágilmente ajeno a mí. Me acordé de mis días de exhibición en el colegio para que los alumnos me prestasen más atención, y sonriendo para adentro por mis temores, me despojé de la camiseta y entre despacio por la escalerilla.

Solo estuve un ratito mientras le veía ir y venir sin parar, y al poco salí a tumbarme en la hamaca, eso sí, boca abajo, y me fui quedando medio dormida mientras miraba sus idas y venidas a todo lo largo de la piscina y el sol me calentaba y amodorraba.

Notaba su mano recorriendo mi espalda, debía estar echándome crema solar, pero me gustaba su tacto y me dejé hacer sin denotar que estaba despierta. Levantó un poco el elástico de la braga para no mancharla pero luego la dejó así, mostrando el nacimiento del culo y parte de las redondas nalgas.

  • siempre he deseado saber lo que había dentro de esas bragas que veía asomar por debajo de la mesa.

Lo decía bajito, pensando que estaba dormida y no me enteraba, o tal vez al revés, deseando que yo lo oyese, pero el efecto fue que me veía en aquellas situaciones en el colegio, notando los ojos de los chicos sobre mí, imaginando mi cuerpo cuando enseñaba un poco de mas, y notando de nuevo la excitación de ser observada y admirada por todos ellos, y seguro que deseada por mas de dos y de tres, y como entonces, me hice la distraída, y simulando que seguía algo dormida, me di la vuelta para quedar boca arriba, con las tetas al aire y la braga como él la dejó, un poco bajada.

Abrí los ojos, y seguía allí, sentado a un lado de mi hamaca sobre una toalla en el suelo, mirándome.

  • perdona, me decías algo?

  • sí, que sigues teniendo un cuerpo precioso, y que te había tenido que echar crema por la espalda porque te estabas quedando dormida y te hubieras podido quemar.

  • no me di cuenta, estaba soñando recordando aquellos tiempos del colegio.

  • sabias que nos tenias a todos pendientes de ti? De si enseñarías algo ese día, de cómo vendrías vestida al siguiente? Deseando que nos llamaras a tu mesa para verte las piernas, o te agachases sobre la mesa de alguno para que se te subiera un poco la falda?

  • no me digas ¡¡¡¡ qué vergüenza ¡¡¡

  • jajaja, no, ya no soy un crío, ahora estoy seguro de que lo hacías a propósito, pero no sé por qué. Te gustaba eso?

  • sí, lo he pensado muchas veces, y mira, reconoce que erais un grupo muy revoltoso, indisciplinado y excepto unos pocos, sin ganas de estudiar, dando guerra en clase, interrumpiendo siempre y molestando a todos y a mí a la que mas.

  • y?

Bueno, le expuse mi táctica para que estuvieran calladitos y pendientes de mi, y atentos a mi persona y por lo tanto a la pizarra y a las explicaciones, pensando que de esa manera por lo menos algo se les quedaría en esas mentes cuadradas, y para que los pocos que deseaban aprender de verdad tuvieran la oportunidad de escuchar con tranquilidad y de preguntar sin ser interrumpidos, y de aprovechar las clases, y él era un ejemplo de que eso sirvió para algo. Bueno, eso y las clases particulares.

  • sabes… la clase particular que mas me impactó fue la del ultimo día.

Yo no sabía a qué se refería, no me acordaba de nada en particular que hubiera sucedido en los últimos días, en los que además casi siempre estaba presente su madre, y debí de poner cara de confusión o de no entender, porque sonrió un poco.

  • yo estaba confundido y desorientado con las chicas, apenas tenía trato, pero si mucha curiosidad. El último día en el aula, me diste una clase especial de anatomía y…

  • nooooo, no sigas, ya me acuerdo, que vergüenza ¡¡

  • no te dé apuro, fue una de las cosas más importantes que aprendí de ti, me volvió más confiado, más seguro, y además, ya tengo mucha más idea ahora que antes de todas esas cosas.

  • jajaja, me imagino, mal estaría el mundo si no

  • te acuerdas como fue?

Lo dijo mirándome a los ojos para a continuación poner sus manos en el elástico del bikini y bajando la vista ir descendiendo la tela hasta que aparecieron los primeros brotes de pelito y el ligero bulto del pubis. Ya no me miraba, contemplaba mi piel más blanca en contraste con el moreno del vientre y el pecho, y sus dedos acariciaron aquella zona sin acabar de quitarme la braga, como con timidez.

  • déjame por favor. Las circunstancias han cambiado. Ya no soy una chica atolondrada con unas técnicas de enseñanza un poco exóticas, y estoy casada y vivo feliz sin mas deseos raros ni preocupaciones.

Retiró las manos de mi cuerpo, pero dejó la braga como estaba, quedando al aire parte de mi vientre, y se puso en pie. Me di cuenta entonces de que se había metido desnudo en la piscina, y de que seguía desnudo ante mí, al estar agachado y por debajo de la hamaca no me había fijado, pero ahora era imposible no darse cuenta de su pene enhiesto frente a mí.

  • sabes… creo que ahora por fin me doy cuenta de por qué no funcionó mi matrimonio. Seguía enamorado de ti.

-no, es una tontería, cosas de chiquillos, eso siempre se olvida con el tiempo.

  • ya. Y no crees que el destino nos ha reunido en un sitio tan raro, tan casi imposible de que coincidiéramos nunca?

  • el destino lo hacemos nosotros.

  • sí, creo que ya entiendo un poco por dónde vas. Pero… me dejaras por lo menos que siga viniendo a verte o a veros, estar con vosotros, charlar?… a tu marido parecía que le caigo bien.

Me puse la camiseta intentando que no me viera nada y entré en la casa a cambiarme y por unas bebidas y algo para picar, mientras él se secaba y vestía un poco. Allí sentados en la terraza recordamos amigos comunes, me habló de lo orgullosa que estaba su madre, ya fallecida, de sus estudios, de su trabajo, y… de nuestros encuentros.

Su mirada se dirigía, sin darse cuenta tal vez, al bajo de mi camiseta, donde seguro que se veían algo mis bragas dado mi postura casi recostada, y me recordó aquellos tiempos en que sentía las miradas disimuladas de los chicos, o las más audaces al acercarse a mi mesa, y me di cuenta de que me gustaba, me gustaba enseñar y que me viese alguien, sentir las miradas de los hombres sobre mí, y recordé muchas otras ocasiones en que por descuido dejaba el escote más abierto de lo decente, o la falda casi arriba del todo en algún bar, mientras veía a mi marido disfrutar con esos episodios exhibicionistas.

Antonio seguía contándome sus aventuras por los Estados Unidos, mientras yo asentía o sonreía cuando decía algo curioso o diferente, y en vez de mirarme a la cara, bajaba más la vista a mis muslos desnudos.

Entonces cambiando de tema inesperadamente y cogiéndome totalmente descolocada, me dijo de pronto:

  • me gustaría recordar como eras por ahí abajo.

  • cómo por ahí abajo?

  • sí, una vez te quitaste todo y me dejaste ver y besar tu coñito, el pelito revuelto, oler, sentir su calor, probar su sabor. Nunca olvidé ese momento.

No sabía qué hacer, ni que decir. No estaba bien lo que me había dicho sabiendo mis circunstancias actuales y aprovechando que estaba sola allí con él. Debería haberme hecho la ofendida y levantarme inmediatamente, pero no lo hice.

Y no sabía si era porque me gustaba él después de tantos años, porque me agradaba de nuevo su compañía o porque me gustaba que me viera mas desnuda como había descubierto y acabado por reconocer un rato antes.

Estaba confundida, tenía que responderle o hacer algo, así que me levanté mirándole fijamente a los ojos y...