El alumno Antonio García - 01

En mis inicios como maestra joven e inexperta en un colegio difícil, mi atención se centra en un alumno destacado, iniciando una relación un tanto equivoca, que roza la amistad y el sexo.

De pie en el andén de la estación de aquel pueblito aragonés, pensaba con miedo e ilusión mi siguiente paso en la vida, en mi profesión como maestra. Salía de aquel lugar perdido de la mano de Dios, con apenas una veintena de alumnos entre niñas y niños, a ese otro de capital de provincias, en el que no sabía lo que me esperaba.

Era una enorme satisfacción haber trabajado con aquellos chiquillos, hijos de agricultores, con ganas de aprender y sabiendo que su vida acabaría como la de sus padres, en el campo, pero que a pesar de todo ponían toda su ilusión y ganas.

Pero… había que ir avanzando, una vez cumplido mi primera etapa forzosa, debía aspirar a algo más, y también ir acercándome a mi casa, a mi tierra, y esa vacante en aquella ciudad era lo mejor que podía aspirar de momento. Tenía veintidós años y no quería hacerme vieja allí.

El director del nuevo colegio me explico al llegar cual sería mi cometido en aquel primer curso: impartiría clases de letras a los alumnos del ciclo superior, chicos entre quince y diecisiete años, mucho mayores de lo que yo estaba acostumbrada de mi etapa anterior.

Tenía que tomarlo como un reto, porque aquellos niños me daban verdadero pavor, pero acepté el desafío, en primer lugar por no tener otra opción, pero también por tener una experiencia más de las muchas que debería adquirir a lo largo de mi vida cómo docente.

Aquel 18 de Septiembre, según mi diario, fue mi primer día de clase a los alumnos de literatura de sexto curso, un conjunto de 28 alumnos de ambos sexos de 18 años, de todas las clases sociales y procedencias.

Enseguida me di cuenta de que existían varios grupos, las chicas que eran normalmente buenas estudiantes y se sentaban en las primeras filas, los gamberretes, que debía tener mas vigilados y se colocaban por el final y luego un grupo de gente que quería pasar desapercibida, situados entre medio de los otros dos grupos.

Muy pronto me fijé en uno de los primeros alumnos, Antonio García, habitualmente demostraba un gran interés y aplicación, parecía de familia humilde, y siempre le tuve una especial predilección y se solía sentar en primera fila con el grupo de las niñas más empollonas. Digo humilde, porque vestía de forma sencilla, su ropa un poco ajada por el paso del tiempo, pero siempre limpio.

Con el tiempo me fui dando cuenta de que los chicos de las últimas filas, los matones que siempre hay en todo grupo, proferían por él una especie de antipatía, sufría un tipo de acoso no muy descarado, pero continuo, y se burlaban de él, por estar cerca de las chicas, tachándole de maricón,

Pregunté un día a los otros profesores por él, porque todos parecía que le tenían mucho cariño, y me enteré que su padre había sido profesor del colegio y murió hacia unos tres años, en accidente de circulación. La madre hacia todo lo que podía por mantenerle y el colegio se hacía cargo de su enseñanza le quedaba muy poco para terminar, y todos lamentaban que posiblemente no pudiera iniciar una formación universitaria, excesivamente costosa.

La distribución del aula era la clásica: una tarima de madera algo elevada, para que los alumnos pudieran ver mejor el encerado en la pared frontal, la mesa del profesor en medio sobre la tarima, y enfrente todas las mesas con su silla respectiva, una por cada alumno.

La clase se daba siempre de pie, de frente a los alumnos, o de espaldas si había que explicar algo en la pizarra, y el profesor normalmente se sentaba únicamente si los alumnos tenían algún examen, o si necesitaba tomar alguna nota, o consultar algo.

Yo era una de las profesoras más joven, tal vez la que mas, y me vestía de calle como habitualmente hacía, nunca exagerada ni provocativa, pero las faldas normalmente cortas, blusas con botones si hacía calor, o pantalón en alguno de esos días, y la verdad es que nunca me había preocupado por mi vestuario, acostumbrada a los niños del pueblo, demasiado pequeños, hasta que vi algunas miradas demasiado fijas en mis piernas o en el escote, nada especial, pero desde luego con algo de malicia o curiosidad, pero precisamente nunca fueron las de Antonio, siempre educado.

El primer día que me di cuenta de un poco de especial interés por mi persona, fue en uno de los exámenes, llevábamos casi media hora, Antonio García había acabado de los primeros como casi siempre, pero habitualmente esperaba hasta el final, repasando por si se le ocurría algo e imagino que también para no estar afuera con los chicos de las últimas filas, que como solían no tener ni idea, también terminaban enseguida. Levanté la mirada para ver cómo iba la cosa y Antonio no tenía la cabeza gacha, sino la mirada fija en la parte baja de mi mesa.

Esperé a que volviera a sus papeles para que no fuera muy evidente que me había dado cuenta de la dirección de su vista y miré disimuladamente a ver si estaba enseñando algo. Bueno, sí, algo enseñaba, inevitablemente la falda se deslizaba hacia arriba al sentarme, yo me la solía colocar, pero después de estar más de media hora sentada, distraída con los alumnos y mis notas, estaba algo más subida de lo que se podía considerar decente y mis muslos prácticamente al aire, hasta casi al borde las bragas.

Mi primer gesto instintivo fue echar las manos al borde, para volverla a su sitio, él seguía mirando sus papeles, y entonces en un arrebato repentino, decidí dejar todo como estaba. Volví a ver su mirada de nuevo hacia mí, aunque esta vez yo había cerrado las piernas. Cuando me quedé sola con los exámenes para corregir, un cierto gustillo me rondaba la cabeza, y un calorcito agradable me acusaba de que me había gustado aquella aventurilla voyeur.

Mas o menos desde ese día me preocupé menos de lo que se me viera o no en clase, y lo primero que descubrí, aparte del gusto que sentía al notar sus miradas, es que solían atender más a las explicaciones, o por lo menos a mí, y dejaban de molestar y de hablar entre ellos en esos casos, bien fuera porque me estirase para llegar lo más alto de la pizarra que podía, lo que invariablemente elevaba mi falda hasta medio muslo, o me agachase para aprovechar hasta el último espacio inferior, mostrando mi redondo culito a punto de reventar la tela que lo cubría.

Si llevaba camisas, solía desabrocharme algún botón, nunca demasiado, pero si lo justo para mostrar un poquito de la puntilla blanca del sujetador, aunque supongo que si me agachaba un poco para dar algún apunte al alumno de turno, era seguro que algo redondito y blanco asomaría también.

Yo me hacia la inocente, simulando que no me daba cuenta de nada, pero era consciente de que cada vez me iba gustando que me viera desde esa primera fila, poniendo pose como si estuviera pensando, pero bajando mas la vista cuando creía que no estaba atenta. Y empecé yo también a  jugar, abriendo un poco más las piernas, dejando la falda arriba y consciente de que me estaría viendo las bragas con toda seguridad, imaginando mil cosas de mi.

Alguna vez me sorprendí a mi vez al ver su abultado paquete al levantarse y abandonar el refugio de la mesa, aunque se pusiese los libros o la cartera por delante para que no se notase. Y en mi escalada perversa de incitación, y siempre desde el parapeto de la mesa de profesora, giraba la silla cuando estaba en la pizarra escribiendo, para que cuando se volviese al acabar, tuviera una vista total de mis muslos apuntando en su dirección.

A pesar de las distracciones a que le sometía, seguía siendo el mejor de mis alumnos, y no existe nada más gratificante para un profesor que comprobar el avance de sus alumnos, y cuando alguno sobresalía, como era el caso, era el mayor orgullo que se podía sentir. Sin embargo, en reunión de profesores, el de ciencias comentó desconcertado que ese año estaba bajando sus calificaciones, sin ser malas, pero era algo muy raro en este caso en particular, pues era su asignatura favorita y siempre había obtenido las notas más altas.

Si conmigo, con los espectáculos que le ofrecía cada día, era capaz de conseguir siempre un diez, era muy raro que en ciencias bajase si como todos decían era su materia favorita, así que dejé de dar la nota por un tiempo, volví a preguntar a su profesor, pero todo seguía igual, incluso algo más bajo,

Decidí tomar cartas en el asunto y hablar con él directamente, enterarme de cuál podía ser la cusa de ese descenso y si acaso comentarlo luego con su profesor. A estas alturas, ya había ido cogiendo el tranquillo a todos los chicos, hablaba con ellos, incluso los del final, y notaba cierta confianza entre nosotros, de modo que me dispuse a enterarme de todo, cosa que ya había hecho con algún otro, por supuesto, pero que con Antonio tenía mas motivos.

Cuando todos salían después de la última clase, le dije que esperase fuera, que tenía que hablar con él. Le vi salir casi trastabillando, muy nervioso, y me di cuenta entonces que podía pensar que le quería regañar por las miradas que me echaba, y me planteé como hacerle sentir relajado para que se confiase, y pudiera hablar con tranquilidad.

Ya no quedaba nadie, los murmullos del pasillo habían desaparecido, y lo único que se me ocurrió fue desabrocharme un botón de la blusa, sentarme en uno de los últimos pupitres y llamarle, le hice sentar a mi lado y empecé.

  • Mira Antonio, no tengo ninguna queja contigo, al revés, eres el mejor de esta clase, pero el profesor de ciencias me dice que tus notas han bajado, cuando siempre fue tu tema favorito. Qué es lo que pasa?

  • Nada

  • No me vengas con esas, nada no, algo pasa

  • Bueno… bueno, es que me he dado cuenta que me gustan más las letras que las ciencias

  • Sin embargo el año pasado eras muy brillante en química y matemáticas, incluso el Dr. Martín te estuvo orientando para que pudieras ir a la facultad de químicas, por lo que no creo en ese cambio tan repentino.

  • Le seré sincero señorita......

Ahora fue a mí a quien le subieron los colores, no podía creer lo que me estaba pasando, a lo mejor todo era culpa mía, por querer jugar con unos adolescentes.

  • Venga dime a ver si encontramos una solución.

  • A principio de curso me propuse mejorar en letras, siempre había sido mi talón de Aquiles y me apliqué tal vez en exceso; además, la verdad es que nunca me habían explicado el arte y la literatura con esa claridad ni la pasión con lo que usted explica y dejé las materias de ciencias un tanto de lado y ahora me encuentro un poco perdido y cuanto más avanza el curso más perdido estoy.

Nos quedamos callados los dos, yo pensando y él intentando que no me diera cuenta de que mientras hablaba con la cabeza gacha, no perdía de vista mi escote ni el poco de blanco sujetador que asomaba y dibujaba un ligero surco en mi pecho.

  • bien, vamos a hacer una cosa, yo no soy profesora de ciencias, pero todavía no se me ha olvidado lo que aprendí en mis tiempos, creo que puedo ayudarte y en unas semanas, estarás al día.

  • muchas gracias seño.

  • vale, te parece que empecemos a partir del lunes?

  • por mi perfecto. Donde podemos quedar?

  • de momento aquí en el aula, al terminar las clases, y si nos falta tiempo, ya veríamos, en tu casa o en la mía.

Pufff, según dije esto me pareció muy feo y algo equivoco, pero esperaba que no tuviese todavía la malicia de  interpretarlo como una insinuación. Yo había pensado en esa posibilidad pensando que su madre no podría permitirse pagar un profesor de refuerzo, y la verdad es que yo tenía tiempo suficiente para dedicar a eso y lo que fuera, si notaba que valía la pena por un chico tan brillante.

El lunes siguiente empezamos en esa misma aula, en el ultimo pupitre, sentados unos frente al otro, el iba desarrollando los temas y yo le indicaba donde estaban los fallos, o los trucos para aprenderse formulas, o para resolver problemas, que como imaginaba el asimilaba casi inmediatamente.

Según íbamos avanzando, y cuando teníamos todo visto, charlábamos un poco, me contaba sus cosas, los planes de futuro, hablábamos de chicas; él no era tímido, pero el acoso de sus compañeros, aunque había decaído ya mucho desde aquel inicio de curso, le mantenía alejado de grupos, fiestas de los compañeros, etc., y para mas inconveniente, su escaso peculio no le permitían muchas juergas.

Se acercaba el final del curso, y seguíamos con el tema, ya mucho mas centrado, pero su retraso de la mitad del año no le permitía de momento estar al día con los demás, hasta que un día, una de las profesoras, me indicó que ya se hablaba que pasaba casi todos los días en el aula con ese chico, cuando ya no quedaba nadie en el colegio, y que tuviera cuidado.

Al principio me enfadé, aunque no dijera nada, y menos a la mensajera, amiga mía y nada dada a los chismorreos, por lo que supuse su buena voluntad y su intención de prevenirme ante los chismes que enseguida se propagaban en esas pequeñas ciudades de entonces, en que casi todo el mundo se conocía. Quedar en mi casa sería muchísimo peor, entonces para todo el mundo ya no habría nada que suponer, resultaría clarísimo dijera yo lo que dijera, así que no quedaba otra solución que ir yo a la suya: la presencia de su madre sería un seguro de rectitud y buena conducta de los dos.

Empezamos a hacerlo así, los viernes y sábados por la tarde yo iba a su casa, su madre encantadora me recibió el primer día con una merienda opulenta, ella se retiraba discretamente a la cocina a ver la tele, o coser y nosotros pasábamos las horas con los libros y los apuntes.

El primer sábado cuando llegué su madre no estaba; por los visto, para sacar algún dinero iba a casa de una mujer mayor a pasar la tarde, hasta que llegasen los hijos por la noche, y algún día incluso se quedaba a dormir allí, si estos se iban de fiesta.

Eso no nos afectaba en absoluto, o eso pensé yo entonces, porque a la otra semana que ocurrió lo mismo, al acabar con las clases y ponernos a hablar de nuestras cosas como siempre, yo le pregunté por qué no salía con otros compañeros o chicas, tenía la edad en que se hacen esas cosas y no todo en la vida era estudiar.

Me dijo más o menos lo que yo ya sabía, y añadió que además, no sabía bailar. Me reí, ya éramos muy amigos, puse la radio hasta encontrar algo alegre y le tomé de la mano. Era cierto que no sabía dar un paso, pero intentaba llevar el ritmo, hasta que decidí pegarle contra mí e indicarle que siguiera los movimientos de mi cuerpo.

Se fue acercando poco a poco, sujetándome por la cintura, hasta que sentí su pecho contra el mío y mis pezones se pusieron de punta y no tardó mucho en crecer un bulto ahí abajo, que apenas rozaba mi vientre, imagino que intentaría que yo no lo notase, pero aunque hacía mucho tiempo que no me había pegado a un chico al bailar, ese relieve era inconfundible.

Con el tiempo fuimos tomando más confianza, ya se pegaba a mí sin importarle el bulto, y su mano se fue volviendo más audaz, bajando de la cintura hacia partes más carnosas. Y yo… la verdad, es que no acababa de aclararme. Todo estaba muy bien, él se había puesto al día en poco tiempo tal y como esperaba dada su inteligencia, y sin embargo seguía yendo a su casa, su madre me adoraba, yo llevaba de vez en cuando algo de dulce para ambos, y merendábamos allí, los rumores y chismes habían cesado, y todo parecía feliz.

Al final me tuve que confesar que me gustaba estar con él, hablar de mil cosas, ver sus progresos escolares, charlar con su madre, verla feliz, y… si, y también sentir sus miradas en mi cuerpo, ver como al hilo de la conversación, se fijaba en la abertura de la blusa, como sus ojos seguían desde el cuello hasta el canalillo del pecho, y miraban apenas disimulados ya el redondo seno a cada lado del mismo, sobresaliendo por el sujetador que de vez en cuando me compraba más sugerente con toda intención.

En el aula apenas había cambiado nada, yo continuaba enseñando las piernas, los de las filas de atrás se habían vuelto más formales, incluso alguno estudiaba y todo, y la única variante era que solían acercarse a mi mesa cuando les ponía algún trabajo, para consultarme algo, en vez de levantar la mano, y desde luego yo no era tan inocente para no estar segura de que lo hacían para ver algo más que desde su asiento, o tener una vista más vertical del hueco de mi blusa.

Pero de lo que no cabía duda era que me los había ido ganando poco a poco, prestaban algo más de atención, y se habían vuelto bastante más educados, incluso con sus compañeras, y si eso era como consecuencia de mi desenfado en el vestir, o de las ideas sobre arte, maneras, literatura y educación que yo solía mezclar a partes iguales, no me importaba entonces que casi todos los chicos hubiesen recreado sus miradas por mis muslos, mis pechos insinuados, o que alguno hasta supiera el color de las bragas que llevaba ese día.

El curso acababa, yo le había proporcionado a Antonio impresos para solicitar becas, le había asesorado sobre universidades en lo que sabía, y con sus notas estaba segura que podría acceder a la carrera que deseara, y por eso, cuando nos vimos después de clase en el aula de siempre una vez hubieron acabado las clases no pude negarme a lo que sucedió a continuación.

Me dijo cuando nos quedamos a solas que yo sabía que me miraba por debajo de la mesa, que podía haberme tapado, o sentarme de otra manera, pero que por el contrario, parecía que deseaba que la mirase. Pero ya no habría más clases, ya no la vería mas y… podría enseñarle como es esa zona de una mujer que se le insinuaba todos los días ante sus ojos? Nunca había visto las partes intimas y eso le desesperaba cuando oía hablar a sus compañeros, que incluso hablaban de ella y de cómo lo tenía y como les gustaría besarlo y chuparlo y morderlo….

Estaba exaltado y avergonzado mientras me decía todo esto, y yo totalmente asombrada y confundida. Creo que entendí su estado de ánimo, o yo también deseaba tener el gusto de sentir a un hombre ahí, adorándome y dándome la sensación de ser deseada, y cavilé que bien podía darle su premio y a mí el gusto de sentirle cerca.

Me levanté un poco, dirigiéndome al rincón del lado de la puerta, por si se acercaba el vigilante y lentamente me agaché para agarrar el borde de la falda, la fui subiendo despacio, revelando poco a poco los muslos juntitos y plenos, me detuve un instante, dudando para finalmente proseguir hasta que la parte inferior de mi vientre comenzó a asomar por el borde.

Y ya no paré, la falda llegó al borde del pecho, dejando el redondito ombligo al aire y mi vientre liso y mis preciosas bragas azules con grandes hojas de color más fuerte ante su vista ansiosa. Llevaría tanto tiempo deseando esa visión, soñándola, que casi se abalanzó contra mí, para poner su rostro entre los muslos, sobre el triangulo de colores, y hundirse entre las dos partes suavecitas del interior, oliendo y besando, su nariz se introducía en mi rajita, apretando las bragas hasta marcar la forma de los labios y su lengua jugaba con mi piel mientras intentaba bajar el elástico de la cintura para poder ver más adentro.

Cuando las tuvo por debajo del culo, acabé sentándome en una silla, para que su ímpetu no me derribase, con lo que le fue más fácil acabar de bajarlas hasta medio muslo y ahí por fin pudo ver de cerca, saborear, oler y tocar aquello que tanto le atraía.

Una mata de vello espeso, rizado, tapaba mis partes íntimas, y él jugaba con los dedos y olía, y besaba de nuevo. Su rostro se aproximó al vientre y volvió a oler, y aspirar mi perfume, a rozar con los labios el pelito y buscar con la lengua algo que suponía escondido justo delante, ante sus ojos, y yo me recliné hacia atrás, enardecida y ansiosa deseando que lo encontrase…