El ahijado de mi esposa

Un caballero narra como su recatada esposa le es infiel convirtiendose en amante de su joven ahijado.

EL AHIJADO DE MI ESPOSA

1ª PARTE

Por Silvia

Jorge es un joven universitario de veinticuatro años de edad, en tanto que mi esposa, cuyo nombre es Martha ya pasó las cinco décadas, conservándose sin embargo con una figura atrayente, pues es delgada por naturaleza, por lo que a pesar de su edad, no está convertida en la clásica matrona cincuentona y regordeta, y menos aún en una mujer pintarrajeada en procura de ocultar sus años, ya que sin ser una belleza, aceptando con dignidad el paso del tiempo, es una señora de porte distinguido y elegante. Además de gustarle vestir bien y tener finos modales adquiridos en los buenos colegios en que fue formada en su juventud, está provista de una amable personalidad y afable carácter que hacen que la gente con quién se rodea la aprecie mucho, pues, a todos trata con amabilidad y cortesía, brindandoles en todo momento el encanto de su permanente y bella sonrisa.

Jorge nos trata a Martha y a mí, de "padrinos", pues, lo somos aunque indirectamente ya que hicimos bautizar a su hermana menor. Ambos son hijos de una humilde mujer con quién nos liga una amistad de muchos años atrás, desde cuando ella trabajaba en nuestra casa como empleada doméstica.

Por algún motivo especial, desde su mas tierna edad, Jorge fue el ahijado preferido de mi mujer y a medida que se convertía de niño en el joven que es ahora, continuó siendo tratado como tal, con una deferencia y cariño casi maternal que Martha espontáneamente le brindaba, ya que aunque nos visitaba en nuestra casa solo de vez en cuando, era siempre bien recibido. En esas ocasiones, mi esposa solia atenderlo con toda cordialidad y ya cuando joven le preguntaba con interés acerca de sus estudios, y escuchaba con atención sus confidencias juveniles tanto de su vida de estudiante como de sus asuntos familiares, pues, Jorge llegó a tener una gran confianza con su madrina, y le hacía partícipe de todos sus asuntos, contándole sus alegrias o sus penas, cuando las tenia, pues, sabía que mi mujer lo escuchaba siempre con atención e interés. Al despedirse en cada ocasión de sus visitas a mi casa, se llevaba algún modesto obsequio o presente que mi esposa solia entregarselo con mucha delicadeza ya que no quería herir su orgullo ni poner de manifiesto su condición humilde, propia de la familia de pocos recursos económicos de donde proviene.

Así pasaron los años, siempre en un marco de afectuosa pero muy respetuosa relación entre madrina y ahijado, pues, Jorge buscaba mas la compañía de mi mujer que la mía ya que yo disponía de menos tiempo y tenia menos paciencia para escucharle y conversar con él, hasta que no hace mucho que, con mucha sorpresa, por confesión de mi propia mujer, me enteré que en una de sus visitas, la charla entre ambos derivó en la vida sentimental del joven estudiante, que ante una pregunta de su madrina, respondió diciendo que no tenia novia y nunca se habia enamorado ya que no encontraba una chica que corresponda a su ideal. Cuando mi mujer le preguntó cuál era el ideal de mujer que él tenía, Jorge no respondió, sonrojándose inténsamente, lo cuál causó extrañeza en Martha, según me contó, motivando además su curiosidad femenina, por lo que con insistencia repitió la pregunta diciéndole que algún tipo de las lindas chicas que habian en la Universidad donde estudiaba, debia gustarle, a lo que él, azorado y con el rostro encendido, balbuceando se animó a decirle:

Es que el tipo de mujer que a mí me gusta, es el suyo madrina, y como Ud., no hay nadie. Ninguna chica ni ninguna mujer puede comparársele.

Al escuchar aquello, mi mujer, muy sorprendida, calló sin saber qué responder por lo que después de un breve, pero significativo silencio optó por cambiar de conversación. En realidad eso no fue necesario, pues, Jorge, avergonzado de lo que dijo, se despidió apresuradamente y salió de la casa, como huyendo de mi esposa.

Después de aquello, según me contó ella mucho después, cuando quedó sola, aún impresionada y desconcertada por lo que escuchó, se puso a pensar en la singular confesión de su ahijado, pasando luego a una especie de estado de euforia y contento que hace muchos años no habia sentido y estaba originado en el lisonjero halago que su ego y su femineidad hacian recibido ante las palabras de Jorge. Poco a poco ese estado de contento fue transformándose en deseo y excitación, ya que empezó a pensar en él ya no como su ahijado, sino como el joven educado pero apuesto y atractivo que era.

Antes de proseguir esta narración debo decir que Martha fue siempre una esposa modelo: recatada y fiel. Nuestra vida sexual era normal, fue muy intensa durante nuestra juventud y como es natural fue disminuyendo con los años, aún cuando en nuestras relaciones actuales ella suele alcanzar dos o tres orgasmos, en tanto que yo, ahora, en mi edad madura, apenas puedo con uno. Martha, aún hoy suele masturbarse, con frecuencia delante mio, pues, me gusta y excita verla acariciarse hasta acabar varias veces seguidas. Pienso ahora que eso es propio de la intensa sexualidad de mi mujer. la cuál yo no supe entender y menos aún satisfacer, y probablemente esa fue la causa que motivó lo que después sucedió entre ella y Jorge.

Volviendo a mi narración, desde aquel día, nuestro joven ahijado no volvió por nuestra casa, dejando de visitarla por cerca de dos meses. Durante ese tiempo Martha pensaba en él cada vez con mayor frecuencia, curiosidad y deseo de saber hasta qué grado llegaba la atracción de su ahijado hacia ella, notando al mismo tiempo que se sentía cada vez mas atraída hacia él, tanto que definitivamente dejó de sentir por ese joven el afecto de protección casi maternal que le inspiraba antes, para sustituir ese sentimiento por una curiosidad morbosa y deseo de lograr que Jorge llegue a amarla y desearla como mujer. Solo pensaba en su gallarda juventud y lozanía, e imaginaba el placer de sentir sus labios en los suyos y sus manos acariciando su cuerpo. Pensando en eso, me contó después, se excitaba tanto que necesitaba masturbarse para calmar el deseo que invadía su cuerpo. Sabía que sus fantasias eran inalcanzables, casi una locura, pero no podía apartarlas de su mente. Conocía que el romance que imaginaba tener con él era imposible de lograr por las muchas razones que lo impedían, tales como la enorme diferencia de edad que los separaba, las distintas clases sociales de ambos, el grado de parentezco espiritual que tenían, aún cuando Jorge no era su verdadero ahijado, y por último, Martha no dejaba de considerar su condición de mujer madura y casada, además de sus principios morales que la hicieron comportarse siempre como una esposa fiel, únicamente dedicada a su hogar, a su esposo y a sus hijos.

Tampoco estaba segura de ser realmente deseada por Jorge, pues, sabía que él no podía sentir amor por ella, a pesar de habérselo insinuado. Sin embargo, la curiosidad y el deseo que empezó a sentir su cuerpo por experimentar el amor de un joven apuesto, variando aunque sea una sola vez la rutinaria vida conyugal que llevaba conmigo, pudieron mas que todos sus principios y razonamientos, por lo que un día finalmente se animó a llamarlo por teléfono. Fingiendo una tranquilidad que no sentía le preguntó con la mayor naturalidad que pudo cuál era el motivo por el cuál ya no la visitaba, y ante una respuesta vacilante que le dio Jorge le invitó a ir a la casa ese mismo día. El aceptó prometiendo visitarla y preguntando a qué hora preferia ella que fuera a lo que mi esposa respondió fijando intencionalmente un horario en el que yo no estaría.

Según Martha me confesó después, aguardó el momento convenido llena de un nerviosismo que hacia muchos años que ya no había sentido. Era en realidad una mezcla de ansiedad, excitación y miedo de no saber qué habría de ocurrir en ese encuentro. Pensaba que era muy probable que Jorge se comportaría solo como el ahijado educado y respetuoso que siempre fue y sabía ella que de ser así se sentiría muy defraudada y con su orgullo femenino muy herido. Pensó también en ser ella quién tome la iniciativa de un encuentro muy personal, pero temia asustarlo y sabía que no se animaría a hacerlo, pues nunca hizo el papel de mujer fatal y carecia completamente de experiencia en conquistas y relaciones extra-matrimoniales.

En todo caso, aguardando impaciente y nerviosa la llegada del joven a la casa, se preparó y vistió para él de la forma mas apropiada que consideró: se puso un vestido sencillo pero elegante, sobre una sensual ropa interior cuidadosamente elegida, aún cuando estaba convencida de que su elección no tenia razón alguna, a pesar de lo cuál me confesó después que al colocarsela sobre su cuerpo bañado y perfumado con esmero, estaba tan excitada y húmeda que debió masturbarse para calmar el ardiente deseo que sentía en su cuerpo, aunque sin lograrlo del todo. Finalmente se maquilló delicadamente y sin exageración alguna, pues, no deseaba aparecer ante él como una vieja pintarrajeada, según me dijo.

Finalmente Jorge llegó acudiendo a la cita convenida. Mi mujer salió a recibirlo y ambos se saludaron con fingida naturalidad, aunque sintiendo ella que esta vez al brindarle Jorge nerviosamente su mano y darle el habitual beso de saludo en la mejilla, lo hizo reteniéndose mas tiempo del normal y transmitiéndole a ella con ese detalle una cálida corriente que recorrió todo su ser. Cuando ambos se sentaron en el sofá de la sala, casi sin hablar, él la miró intensamente como preguntándole si recordaba lo que dijo en la última vez que se vieron y cómo lo juzgaba por aquello. Con la cortesía y afecto con que siempre lo trataba, Martha inició una charla con la que le dio a entender que nada de lo pasado afectaba su relación, aunque estaba íntimamente convencida que esta ya nunca sería la misma de antes. Al cabo de un momento, viendo el desconcierto de él, mi mujer, casi espontáneamente, sin habérselo propuesto, impulsada por un cálido sentimiento mezcla de ternura y pasión, le tomó de las manos y mirandole fíjamente le dijo cuánto lo había extrañado y esperado este encuentro. El, sorprendido, pero ahora mas tranquilo y sonriente, se dejó tomar de las manos y también la miró fijamente, diciéndole simplemente:

Madrina .....

Ella respondió:

No me llames así, Jorge.

Entonces cómo desea que la llame? – preguntó él.

Solo dime Martha – contestó significativamente mi mujer, quedando él callado, muy confundido.

Al cabo de un momento, sin decirse palabra alguna, ambos acercaron sus rostros entre sí y se dieron un tierno beso primero y luego otro más intenso, iniciando así algo que entonces mi mujer supo y estaba segura que los dos deseaban.

Continuaron besándose, esta vez abrazados, pues, Jorge había perdido su timidez, y Martha, mi mujer, perdió todo su recato de esposa respetuosa y fiel, sintiéndose en ese momento solo una hembra plena de deseo que quería satisfacer. Animándose por la docilidad que con que ella recibía sus besos correspondiénle con igual o mayor pasión, el joven se atrevió a acariciarla, posando sus manos en uno de sus senos, dejándose mi mujer tocar sin réplica alguna, pues, en ese momento ya se encontraba muy excitada y quería ser acariciada y al mismo tiempo palpar y acariciar el cuerpo de ese joven cuya virilidad adivinaba y deseaba. Ante la torpeza de Jorge, fruto de su evidente inexperiencia en estas lides, ella, desconociéndose a sí misma tomó la iniciativa de soltar los botones superiores de su vestido, para facilitar el acceso de las febriles manos de su joven pareja a sus senos, los que no se cansaba de palpar.

Casi sin palabras, siguieron besándose apasionadamente, mientras él torpemente la desvestia y ella le sacaba la camisa para palpar el fuerte y joven torso de Jorge. Finalmente ella quedó vistiendo solo aquella ropa interior que habia escogido para ese momento pensando que nunca llegaria a lucirla para él. Fue despojada de su corpiño quedando con los senos descubiertos, los cuales son de mediano tamaño y tienen pequeños pezones que sin embargo bajo la acción de los besos, de la boca y de los labios de Jorge se tornaron erectos transmitiéndole una oleada de intenso placer y pasión que llegaba hasta su intimidad ya humedecida y deseosa de ser penetrada.

Cuando él se quitó los jeans que vestía, mi mujer pudo ver el miembro del joven en toda su plenitud, comprobando con lujuria y satisfacción su firmeza al tomarlo en las manos, mientras él le bajaba las bragas para luego acariciar su intimidad con delicadeza, palpando torpemente su excitado clítoris. Finamente, volteándola de espaldas sobre el sofá en que se encontraban, se introdujo dentro de ella que lo recibió abierta, húmeda y excitada como nunca se había sentido, según me confesó algunos meses después de aquel primer encuentro en que se entregó a su antiguo ahijado para gozar intensamente olvidandose de todo cuanto no sea lograr satisfacer el deseo que su cuerpo sentia. El logró rápidamente su primer orgasmo eyaculando abundantemente dentro de ella, lo que hizo que mi mujer también alcance un intenso orgasmo que sin embargo no terminó de satisfacerla, pues, queria y pidió con voz ronca mas y mas ya que habia despertado en ella la hembra hambrienta de sexo que tal vez siempre fue sin darse cuenta. La juventud es magnífica y admirable, pues, Jorge, viendo en ese estado de excitación a su recatada, respetable y pudorosa madrina y a pesar de haber ya gozado su primer orgasmo, no perdió su erección, continuando dentro de ella que notando su rigidez la aprovechó lujuriosamente llegando a gozar una y dos veces más, retorciendo su cuerpo entre gemidos de placer. Viendo aquello, la virilidad de Jorge se vió halagada al saber que podía satisfacer a aquella señora elegante y distinguida convirtiéndola en una simple hembra deseosa de gozar, por lo que también, pleno de deseo, volvió a vaciarse con gran placer, dentro de la vagina de mi mujer, que por fin terminó de gozar exhusta, aún muy abierta e inundada de semen, pero satisfecha.

Finalmente cuando ambos calmaron su deseo, ya mas tranquilos, aún desvestidos, pudieron conversar un poco, ya que sintieron que las palabras que pudieran decirse nunca serian apropiadas ni oportunas. El trataba de excusar su comportamiento, y ella quiso tranquilizarlo diciéndole que lo ocurrido fue maravilloso y él no debia sentirse culpable de nada, pero que sin embargo, no deberia suceder nunca más y tendría que ser mantenido como un secreto de ambos. Luego, de mútuo acuerdo, vistiéndose, él se despidió de mi mujer agradeciéndole por los bellos momentos que le habia proporcionado y jurando que nunca la olvidaría y que la amaria siempre.

Mi mujer le contestó que tampoco ella lo olvidaría pero que era necesario que no se vean más y consolándole le dijo que era todo un hombre que podría tener y conquistar a cuanta chica joven y bella desee.

Eso no, Martha – contestó él, tuteándola por primera vez – yo solo te amaré a ti.

Tonto, bello y adorable tonto – contestó mi mujer, a tiempo de despedirlo con un último y leve beso en la boca, sabiendo en su interior que ese no era sino el primer apasionado encuentro con su ahijado, convertido desde entonces en su joven amante.

(CONTINUARÁ)