El agujerito del taller...

Mi primera experiencia laboral me hizo descubrir nuevas facetas del sexo, incluyendo sexo con otros hombres

Pero antes de empezar a relatarles mi primera experiencia laboral he de ponerles en antecedentes familiares y económicos.

Mi madre era de origen muy humilde, mientras que mi padre pertenecía a una de las familias más adineradas de la localidad, obviamente una familia no exenta de convencionalismos tradicionales. Al casarse por amor fue desheredado. El amor que mi padre sintió por mi madre obligó a romper los lazos con mi abuelo paterno, aunque eso cambiaría algunos años después como les contaré obligatoriamente, ya que eso afectaría notablemente a mi futuro sentimental y sexual.

El sexo de mis padres siempre fue mucho y bueno a tenor de lo que escuchábamos casi todas las noches y fruto de aquel intenso y complaciente amor, fuimos concebidos cinco retoños, tres chicos y dos chicas como ya les había relatado con ocasión de presentarles a mi tía abuela Rafaela, esa  mujer tan importante en los inicios de mi excepcional e intensa vida sexual, ya que calculo que follamos más de quinientas veces aproximadamente.

Mi padre y yo somos clavados físicamente, además ambos somos primogénitos y ambos tenemos el mismo nombre de pila, José Miguel. El origen del nombre también tiene su historia, ya la compartiré con ustedes, mis amables lectores. Otra coincidencia entre mi padre y yo, es que los dos estábamos predestinados genéticamente para tener mucho sexo y por eso siempre fuimos tratados como “ovejas negras”. Ya les contaré episodios de mi padre, de nuestros encuentros, y desencuentros, sentimentales, económicos y también relacionados con el sexo.

La economía en este país, mi querida España, en el inicio de la década de los 80 evolucionaba favorablemente pero aún se resentía de la crisis del petróleo del 73.

También era dura la situación económica de nuestra familia con tantas bocas que alimentar, éramos cinco hijos, más el abuelo Remigio y la tía abuela Rafaela, su prima que ya conocéis, que casi siempre estaban con nosotros. También habíamos ayudado en lo que podíamos a las cuatro hermanas solteras de mi madre, hasta que se fueron casando poco a poco.

Mis tías tuvieron mucho que ver en mi educación sexual pues fui su primer sobrino y algunas de ellas se tomaron ciertas libertades como les relataré en otra ocasión, pues creo que uno de mis primos es hijo mío.

El curso del instituto había ido regular y me habían quedado dos asignaturas, historia y latín, por diferentes motivos, ya les contaré. Mi hermano Miguel Ángel, un año más pequeño que yo, y al que le había ido incluso peor en las notas, decidimos ponernos a trabajar con la autorización de nuestro padres y estudiar por la noche hasta sacar el bachillerato, y así ayudar a la economía de casa.

También sería un acierto estudiar por las noches, pude terminar el bachillerato y preparar el curso preuniversitario, además en ese único instituto de la localidad también disfrutaría de lo lindo con varias de mis compañeras y algún compañero, entre ellas una monja. Ya les contaré al respecto de un episodio realmente increíble que me paso preparando un trabajo de clase con María Luisa la monja más risueña que jamás he conocido.

Mi padre gracias a los contactos de su familia, conocía al Presidente de la Cámara de Comercio de nuestra capital y gracias a su intermediación nos metieron a los dos hermanos en dos empresas del polígono industrial, que estaban una al lado de la otra, a mi hermano Miguel Ángel como aprendiz de mecánico en un taller de tractores y a mí en una oficina como aprendiz administrativo de una carpintería metálica que también vendía al por mayor accesorios de manualidades y pequeña maquinaria de todo tipo de reparaciones. Con el tiempo llegaría a hacer horas extras en la oficina del taller de mi hermano gracias a mis dotes para la Contabilidad y “cuadraría” muchas cosas en el almacén de repuestos con la mujer y la hija del jefe cuando hacíamos el inventario mensual, pero eso ya lo reviviré con ustedes otro día.

Mi hermano y yo nos levantábamos muy temprano para coger un autobús que nos llevaba al trabajo, y volvíamos a casa por la noche. Entre estudiar y hacer las tareas urgentes de la viuda me acostaba tardísimo. Si mi tía abuela Rafaela estaba con nosotros, incluso alguna noche hacia doblete de madrugada, y sino paja para dormir y paja para despertarme, eso sí, recordando coños de unas y de otras, unos lamidos y otros solo mirados.

En mi trabajo todo fue genial, fueron unos años muy interesantes pues todos los compañeros de la oficina eran hombres maduros y muy picaros. Todas sus conversaciones eran siempre muy verdes. Tengo muchas historias que contar de aquellos tiempos en que trabajé codo con codo con media docena de grandes personas en aquella oficina que parecía siniestra con sus muebles antiguos, con muchas anécdotas, y también con algunos vicios que hoy no sorprenderían a nadie pero entonces eran para mí, eran insospechables. El mundo del fetichismo tiene medio mundo disfrutando de placeres ocultos.

Aunque mi trabajo radicaba principalmente en la oficina principal de la empresa, pasaba por el taller de informes técnicos de pruebas de acabados, un taller al margen del principal, a recoger el parte diario de trabajo, allí el oficial de nombre Juan al estar solo se aburría bastante.

Empezamos a desayunar juntos, luego a comer y poco a poco a empezar a tomarme aprecio y confiarme finalmente sus secretos, alguno muy especial. El taller estaba pegado pared con pared al vestuario de las chicas de la tienda, solo dividido por un delgado muro.

En la tienda había cuatro chicas por turno, los sábados estaban incluso más de ocho a veces, al ser un día de mucho trabajo, tanto de mañana como de tarde. Lo primero que hacían al llegar era subir al vestuario a cambiarse de ropa y ponerse el uniforme de la tienda.

Juan se había percatado de ello y había hecho un pequeño agujero desde el taller que atravesaba la delgada pared, estaba disimulado debajo de una pequeña repisa junto a una de las escuadras que la sujetaban, en donde las chicas tenían sus cosas para maquillarse, encima de dicha repisa había un gran espejo en donde podían mirarse. El agujerito estaba a la altura de sus caderas y se las podía ver perfectamente en bragas, algunas con fajas y a veces desnudas si hacían exhibicionismo o tonteaban entre ellas, algunas tenían retazos bisexuales y se apretaban unos morreos increíbles.

Había y se hacía de todo en aquel vestuario.

No tardo Juan en confesarme su secreto y casi todos los días mirábamos por aquel maravilloso agujerito del placer visual. Nos poníamos cachondos los dos mirando esos cuerpos voluptuosos durante unos minutos. Los sábados eran muy especiales. Casi todos los días nos terminábamos haciendo una paja al principio, los sábados dos o más, aunque luego fuimos variando el juego sexual como leeréis más abajo.

Ya teníamos establecido el protocolo, apagar las luces del taller para que no viesen el haz de luz nunca y mirar por turnos, sacarnos la polla y hacernos nuestras pajas al gusto, oportunidades teníamos hasta cuatro, ya que había turnos de mañana y de tarde. Teníamos nuestras preferidas cada uno y comentábamos lo que haríamos con ellas con nuestras mentes calenturientas.

Realmente las deseaba a todas, me hacía pajas todas las mañanas y todas las noches que mi tía abuela Rafaela no estaba en casa pensando en mis compañeras. Mi vecina Fernanda, la viuda deseaba verme más a menudo ya que al empezar a trabajar dejé de visitarla todas las tardes y tenía que hacer horas extras con ella por las noches después de cenar, aunque también algunos fines de semana.

Las clases nocturnas en invierno no me dejaban mucho tiempo libre para seguir volviendo loca a la viuda al comerle el coño. Mis encuentros sexuales cada vez eran más numerosos pero intentaba sacar tiempo para todos ellos y a ella no le faltó su comidita de coño y mucho más hasta que le dio un ictus años más tarde, aunque eso no seria óbice para desear querer seguir haciendo cosas conmigo. Jamás la defraudaría, ni tampoco a su sobrina Carmela,  que terminó ayudándola hasta su muerte.

Mi imaginación era desbordante y me imaginaba a todas las chicas de la tienda desnudas esperándome, abiertas para ser lamidas y poseídas una tras otra. He llegado a veces a correrme soñando con ellas. Del fruto de aquellos sueños eróticos y también de mis ensoñaciones con las dependientas, se me ocurrió la idea de la “ruleta rusa sexual”, que pondría muchas veces en práctica el  futuro. ¿Se la imaginan?

Me ha gustado siempre exhibirme aunque con conocimiento y me ha gustado ser mirón o voyeur. Creo que todos los somos un poquito. En ese sentido Juan y yo éramos similares. Antes de hablar de Juan, de nuestro secreto y del maravillo agujero con más detalle, he de hablarles de Raquel.

Al poco tiempo empezó a trabajar en la empresa una nueva chica muchísimo mayor que yo, era prima de una de las dependientas y la había recomendado, tendría unos treinta años y era muy tímida, se llamaba Raquel y en cuanto nuestras miradas se cruzaron  supe que disfrutaría de ella mucho y bueno. Ella se prendó enseguida de mí. Hice con ella de todo a lo largo de aquellos maravillosos años en que trabajé en aquella empresa.

Aún recuerdo el olor tan especial de Raquel.

Siempre buscaba una excusa para pillarme y poder disfrutar. Buscarle cosas en el almacén y ayudarla era lo habitual. Nuestros besos pasionales eran muy sensuales, era muy romántica. Nos hacíamos pajas rápidas, follábamos, hacíamos de todo, pero tenía que ser rápido para que nadie se diera cuenta. Algunos fines de semana también nos veíamos, fuimos a discotecas, a guateques y a casa de sus amigas y primas para poder estar juntos. Pasábamos muchisimas horas en rincones oscuros del parque donde nadie nos veía, haciendo de todo.

Ella vivía con sus padres y con su hermano, por ello no podíamos ir libremente a su casa. La creían muy beatona, realmente era muy religiosa, pero también amó mucho mi gran polla. Mantuvo siempre el secreto de nuestra relación para no incomodar a su familia por razón de mi juventud. Casi todos los compañeros de la oficina se terminaron dando cuenta de nuestra relación sexual, pero me apoyaban y jamás dijeron nada a los jefes, creyendo que era parte de mi adiestramiento sexual, lo que era verdad.

El sexo fue muy intenso aquellos hasta que me cambie de empresa.

Ya había jugado muchas veces con algunos compañeros del instituto, los más lanzados,  a hacernos pajas los unos a los otros, habré de contar numerosos episódicos al respecto de nuestro grupos de pajeros, pero con Juan fue especial, pues con el paso del tiempo cogimos una confianza y rutina sexuales al albor del agujero, mientras uno miraba por el mismo, el otro le hacia una paja y  se la chupaba al otro, llegando a tener incluso nuestro propio cuadrante.

Él era algo bastante mayor que yo, tendría más de veinticinco años, pero mi polla era incluso más grande que la suya a pesar de ser más joven de él.

El sabor a polla es maravilloso y recibir leche caliente en la boca muy excitante, aunque comer un coño es mucho mejor. A ambos nos gustaba tragar la leche, incluso a él, mucho más que a mí, por la forma en que me la rechupeteaba la polla al acabar.

Entre las pollas y coños pase aquellos primeros años de mi vida laboral.

Comerle durante años el coño a Raquel fue una experiencia que aun a día de hoy es para mi mente, muy recurrente. Aun me sigo excitando al recordarla. Ya os contaré muchas historias con ella, con su hermano homosexual, la novia bisexual del hermano y algunas de sus primas, e incluso un episodio puntual con su madre. Lamentablemente moriría joven a causa de una grave enfermedad, pero disfruto lo suyo, fuí el único hombre en su vida según me confeso días antes de morir en nuestro último encuentro sexual de despedida especial, aunque ante todo fuimos grandes amigos y confidentes.

¡Te añoro Raquel!

La verdad es que casi siempre las personas que me han tratado,  me han apreciado mucho en todos los sentidos, en el ámbito sexual, cuando han visto o intuido mi enorme polla, eso me ha abierto muchas puertas, o mejor dicho muchas bocas y muchos coños.

. Por cierto os pregunto a los hombres ¿Os habéis puesto algún día unas bragas de alguna de las mujeres de la casa?

En mi caso, la respuesta es sí. Ponerme unas bragas de cualquier mujer era excitarme de una manera espectacular. En el próximo relato les hablaré de mi afición a oler bragas…

Hasta el próximo relato.