El agente del CNI (5: Veintiséis centímetros)

ANTERIORMENTE: Álex Casado, agente secreto español especializado en terrorismo islamista, descubre que el tipo al que acaba de follarse no es un instalador de TV por cable, tal y como le había dicho, si no uno de los miembros de Marea Negra, grupo integrista que pretende atentar en Madrid

Antes que nada, pediros disculpas por haber tardado tanto en continuar la saga. Otros asuntos han centrado mi tiempo e interés. Espero no tardar tanto tiempo en  escribir el siguiente. Espero que os guste este episodio tanto como los anteriores. Os recomiendo encarecidamente que leáis o releáis los anteriores capítulos de “El agente del CNI” para enteraros al cien por cien de la trama y los personajes. Podéis encontrarlos entrando en mi perfil. Aceptaré encantado sugerencias, críticas y comentarios tanto en este como en las entregas previas. Animan a seguir.

El agente del CNI. Capítulo 5: Veintiséis centímetros

  • ¿Alex? ¿Alex, estás ahí?

Era la voz de mi compañero Nacho al otro lado del teléfono. Detrás de mí, Jorge, el falso instalador de la TV por cable me apuntaba con una pistola directamente a la nuca.

  • Cuelga el teléfono ahora mismo o te mato –susurró en árabe, haciéndome un gesto. Hice lo que me pidió.

Los dos seguíamos totalmente desnudos, pero ahora se habían cambiado los roles y él llevaba la voz cantante. A través de un espejo del salón, pude ver que se estaba terminando de limpiar mi corrida de su cara, en la que ahora lucía una estúpida sonrisa.

  • Mira, tío, no te entiendo… Si lo que quieres es dinero, cógelo y vete pero por favor, no me hagas daño.

El terrorista emitió una risilla, igualmente estúpida.

  • Como agente del CNI serás bueno, pero como actor no vales una puta mierda –volvió a decir en árabe.

  • Tú sí que no vales una puta mierda –le repliqué en su idioma.

Como respuesta, me asestó un tremendo golpe con la culata de su arma en la cabeza. Vi las estrellas y gruñí, aunque no llegué a perder la consciencia.

  • Cuidadito, señor Casado. Eso ha sido sólo un aviso. Tengo poca paciencia con los gallitos.

  • ¿Cómo has sabido de mi identidad? ¿Y mi dirección? –pregunté, aún con los brazos en alto, pero buscando con la mirada alguna forma de contraatacar- Son datos de máxima confidencialidad…

  • Infieles hay en todos lados –seguía con su risa de bobalicón. “¿Infieles hay en todos lados? ¿Quiere decir eso que…?”

De repente, me agarró por detrás y me restregó su nabo empalmado y caliente por la base de mi columna.

  • Qué buenos estáis los espías españoles… Lástima que este culo tan apetecible vaya a sufrir esta noche

  • ¿Qué coño quieres?

Seguía observando la escena a través del espejo. El cabrón me empezó a golpear las nalgas con su pollón.

  • Pues después de comerte el rabo, lo que de verdad me apetece es follarte por el culo. Cosa que hasta puede que te guste. O no…

Sin dejar de apuntarme, dio unos pasos hacia atrás y fue sacando varios de sus utensilios de la mochila

  • A ver… -empezó a enumerar- Destornillador, alicates, llave inglesa… Podrían valer. Pero sin duda este es mi favorito.

El reflejo del espejo me puso los pelos de punta. Era un grueso palo de madera lleno de astillas.

  • Dios –susurré.

  • La cosa es muy sencilla, Casado. Si cooperas, prometo matarte con un balazo directo a la sesera. Morirás de una forma rápida y casi indolora. Pero si no cooperas, voy a estar las próximas dos horas desollándote por dentro y haciéndote cagar sangre a borbotones. No sé si me explico…

Pasó el palo de madera por la entrada de mi culo; las astillas apenas rozaron mi esfínter pero ya entonces pude notar que estaban afiladas como cuchillas. Podía haber aprovechado que estaba distraído para noquearle, pero tenía su pistola bien asida a mi nuca y parecía agarrarla con fuerza. La única salida era ganar tiempo.

  • ¿Y en qué consiste esa cooperación, exactamente?

El terrorista emitió una leve risa.

  • Fácil. Como ya tenemos listo el atentado en Madrid y no hay nada que podáis hacer para evitarlo, mi único interés ahora mismo es vengar a nuestro hermano que murió en nuestro piso franco en Arabia Saudí.

  • ¡Pero si se mató él!

El árabe me dio un fortísimo golpe con el palo de astillas en el costado. Grité de dolor.

  • ¡¡Lo obligaste a suicidarse, hijo de puta, no se habría inmolado de haber tenido otra salida!!

Pude notar a través del espejo que tenía los ojos temblorosos. Sus dientes rechinaban de ira. Probablemente, eran algo más que “hermanos”.

  • ¿Y cómo te vas a vengar exactamente? Ya me tienes a mí, ¿no?

Entonces, me empezó a sobar los pectorales con el palo. Cuando las astillas llegaron a la altura de los pezones, el cabrón empezó a apretar con fuerza, provocándome un tremendo dolor.

  • Sí, te tenemos a ti, eres el único al que conocía nuestro contacto. O, al menos, eso me dijo. Pero no es suficiente.

“¿De qué contacto habla? ¿Entonces, tienen un topo en el CNI?”

  • Quiero nombres, apellidos y direcciones de todos los agentes del CNI destinados en Oriente Medio, así como del coordinador en Madrid de la lucha contra el terrorismo islamista.

  • ¿Pretendes que traicione a los míos?

  • Lo harás. En cuanto empiece a meterte esto por el culo y hacerte papilla el intestino, créeme, vas a cantar La Traviata, como decís los occidentales.

Me empezaba a cansar. Prefería que empezase a torturarme a seguir aguantándolo. Total, no iba a salir vivo…

  • No te voy a decir una mierda –sentencié.

  • ¿Estás seguro, machote?

En ese momento, introdujo unos centímetros el palo en mi ano. Temblé de dolor y ahogué un grito. Una de las astillas se clavó en la entrada de mi culo. Tragué saliva. “Por España, lo que sea”

  • Segurísimo. Me da igual lo que hagas. Vas a irte de aquí con las manos vacías.

  • Tú lo has querido. Prepárate porque te voy a meter todo el palo de una por el culo y vas a desear estar muerto.

Rechiné los dientes. A los agentes nos preparaban a conciencia para este tipo de cosas, pero aún así estaba temblando por dentro. Tan sólo podía aguantar todo lo posible y esperar que se produjese el milagro.

Y entonces… ¡Bang! El ruido de un disparo me sacó de mis pensamientos. Miré al espejo. El terrorista yacía en el suelo con un tiro en la sien. En el umbral de la puerta, de pie, aún con la pistola humeante, la persona que me había salvado la vida. Una mujer rubia, de pelo muy corto y ojos azules, con minifalda y una camisa de lino verde que realzaba uno de sus mejores atributos: sus pechos. Era la periodista Gabriela de Vicente.

  • ¿Cómo? ¿Qué tienen ya todo listo para el atentado?

Andrés Castilla se llevó las manos a la cabeza, gesto que hizo inflar todos sus músculos de luchador grecorromano, petando su camisa y hundiendo más si cabe su corbata entre sus dos enormes pectorales. Iba de paisano, por lo que llevaba unos pantalones informales color beig que realzaban más si cabe su enorme paquete.

A sus pies, yacía boca abajo el cuerpo desnudo y sin vida del terrorista de Marea Negra. Bajo su cabeza, se había formado un enorme reguero de sangre que ocupaba casi la mitad de mi salón. Un forense militar examinaba en ese momento el cadáver y otro agente tomaba fotografías. Sólo estas tres personas, sin contarme a mí, a Gabi, a Nacho y a Jon (los tres estaban sentados en el sofá al fondo de la estancia) sabían lo que había pasado.

  • Señor, no sólo eso, dijo algo más…

El subdirector del CNI levantó la vista del cadáver y me miró directamente a los ojos. Su barba estaba todavía más poblada que esta mañana, y su ceño, mucho más fruncido.

  • ¿El qué?

Bajé la vista. En ese momento, tan sólo llevaba puesta una toalla alrededor de la cintura y una gasa en uno de los costados.

  • Dijo que no había nada que pudiéramos hacer para evitar el ataque…

Castilla resopló por la nariz y rechinó los dientes. Por un momento, pensé que iba a cogerme del cuello y estrangularme allí, pero no lo hizo. Se limitó a mirar al muerto con ira.

  • Hijo de puta…

  • Pero quizá sí podamos hacer algo. Verá, poco antes de atacarme, mi compañero Nacho descubrió que Salim Ellial se encuentra en una cumbre de empresarios de banca árabes que se celebra hasta mañana en Dubai.

La cara de mi superior se había relajado con esta nueva información, pero permanecía escéptico.

  • Las cosas han cambiado. Antes no teníamos la plena seguridad de que el atentado era inminente. Ahora sí. Y una detención contra Salim Ellial no nos garantiza que logremos impedir ese atentado.

  • Eso significa…

  • Eso significa que tendréis que vigilarlo y esperar a que contacte con alguno de sus subordinados de la banda y podáis obtener información de cuándo y dónde será el atentado. Voy a contactar con la agente Heredia, que ya está allí, para que lo prepare todo. Vosotros salís en una hora, id preparando las maletas. Señorita de Vicente…

Gabi alzó la cabeza.

  • Dígame…

-  Este hecho no trascenderá, así que no se preocupe. Ha salvado a uno de nuestros agentes, por lo que ni siquiera habrá juicio. Yo me ocupo de todo.

  • Gracias.

  • Sin embargo, es imperativo que no publique absolutamente nada sobre este asunto. Nada, ¿ha entendido?

Gabi se levantó y se acercó a mi superior, mirándole a los ojos. Se encendió un cigarrillo y respondió:

  • Eso no es negociable, señor Castilla.

  • ¿Cómo? –era obvio que la negativa de la periodista le había pillado por sorpresa.

  • Ésta es la historia del año y no puede prohibirme que la publique, y lo sabe.

Mi superior abrió la boca enfurecido pero Gabi, dejando ya aflorar sus encantos femeninos, se la tapó con el dedo índice.

  • Ya sé lo que me va a decir. Que si mañana esto sale a la luz, pongo en peligro la operación, y quién sabe cuántas vidas. Soy consciente, y por eso esperaré y no publicaré nada hasta que logren impedir el atentado.

  • De acuerdo, pero…

  • Pero a cambio de esperar –interrumpió- quiero irme con ellos.

  • ¿Cómo? –Andrés, embelesado a la par por la belleza y los cojones de la periodista, no salía de su asombro.

  • Que quiero irme con ellos a Dubai. Vivir en primera persona la operación contra Marea Negra. Créame, es una exclusiva que vale su peso en oro. Y no puedo dejarla pasar…

Me di cuenta de que los pechos erguidos, esponjosos y absolutamente perfectos de Gabi estaban a unos pocos centímetros de Castilla y eso había provocado una reacción en la entrepierna de mi superior. Su paquete era ahora el doble de grande. Un pedazo de rabo que recorría horizontalmente la parte superior de su pierna hasta alcanzar uno de los bolsillos.

  • Mire, señorita, ha salvado a uno de mis agentes y le estaré eternamente agradecido, pero no me puede pedir algo así. Es una locura. Esto no es una operación cualquiera. Podría ser fácilmente la mayor operación antiterrorista que va a llevar a cabo el CNI fuera de España en su historia.

  • Por eso mismo… -respondió Gabi, sonriente, mordiendo su labio inferior de una forma natural y tremendamente sexy.

  • Además, tampoco podemos garantizar su seguridad.

Gabi rió suavemente, de nuevo de un modo muy seductor. A continuación, tocó la cara de mi superior, acariciando su barba, y giró un poco su cabeza hacia el cadáver.

  • Creo que ha quedado sobradamente demostrado, señor Castilla, que sé cuidar de mí misma. Incluso, de los demás…

Entonces, giró su cabeza levemente hacia mí.

  • ¿Cuándo salimos?

Durante el vuelo a Dubai, que realizamos en un jet privado perteneciente al ministerio de Defensa, sólo pensé en dos cosas.

Una, ¿tenemos un topo? Sólo las siete personas que habían estado en mi piso sabían del incidente y, por decisión de Castilla, nadie más lo sabría. Ni siquiera el mismo director del CNI, un pelele que había puesto el mismo presidente del Gobierno, Ignacio Rubián, después de que el anterior enfermase. Tenía fama de poco discreto y chivato; una marioneta que anteponía su carrera a sus hombres. Y aunque era impensable que se tratase del topo, sí podía irse de la lengua en el Ministerio, donde muy probablemente se encontrase el infiltrado. Era imposible, imposible, que fuese un agente del CNI.

La segunda cosa que iba y venía de mi cabeza era el polvo con el terrorista. Era el segundo miembro de Marea Negra que me tiraba, el segundo –de dos- al que le iba a follar con hombres en un grupo terrorista que, en principio y según todos los indicios, era una cédula lejana de Al Qaeda. ¿Qué hacían dos maricas en una banda integrista de la Yihad? Es más, ¿era también Salim Eliall homosexual? ¿Podría ser un recurso a aprovechar para obtener información?

  • Agente Barros, agente Heredia. Ellos son Nacho Sánchez, Jon Echevarría y Gabriela de Vicente. Colaborarán con nosotros en la operación. Castilla ya les habrá informado…

Hacía apenas dos horas que habíamos llegado a Dubai y, por decisión personal, había pedido que nos reuniésemos directamente en el apartamento de la agente Heredia para mayor discreción. Tras darle vueltas al tema de la filtración de mi identidad durante casi todo el trayecto, empezaba a no fiarme ni de la Embajada.

Desde los enormes ventanales del piso (un octavo con vistas a tres puntos cardinales) se apreciaba perfectamente el skyline dubaití, con el flamante y emblemático hotel de 7 estrellas, el único de todo el mundo, a sólo 400 metros de la casa. En ese hotel se celebraba la cumbre de empresarios, y en una de las suites más caras –y más altas- se hospedaba Salim Ellial.

  • ¿Qué es eso de llamarnos de usted, “agente Casado”? A mí me llamas Alberto, si no te importa –inquirió Barros mientras abría unas cervezas y nos las iba ofreciendo.

  • Y a mí, Sandra –dijo Heredia, pegando un trago a la suya- Que somos más mayores pero no tanto…

  • ¿Y qué edad tienes, “Sandra”? –pregunté sarcástico.

  • Pues más de 30 y menos de 50… “Álex”

  • Entonces, supongo que tiene 49

  • Gracioso…¡Sabía que dirías eso! –se volvió hacia Nacho, Jon y Gab - Que conste que es menos de 49 también. Encantada.

Sandra Heredia es la típica “femme fatale” que toda agencia secreta del Gobierno ha de tener. Tiene un buen físico y se cuida, por lo que se conserva muy bien para su edad, sea la que sea. Tetas de tamaño medio pero prietas, culo respingón, delgada pero con curvas, alta, ojos negros azabache, como su pelo... Su tez morena la habían convertido en la candidata perfecta para cubrir una de las vacantes en Oriente Medio. En concreto, en los Emiratos Árabes Unidos. Abu Dabi, Ajmán, Fujaira, Ras el Jaima, Sarja, Um el Kaiwain y, por supuesto, Dubái. Tenía una enorme facilidad para camuflarse entre la población árabe y para aprender los dialectos más raros de la península, eso sin hablar de su habilidad para manejar armas cortas, y en Madrid estaban muy contentos con la información que había podido conseguir en apenas un año. Como profesional, no había un solo pero que ponerle. Aunque, en cuanto a lo personal… En fin, es un secreto a voces en el CNI que Sandra es ninfómana.

  • ¿Y tú, Alberto, cuántas primaveras te gastas ya? –dije, divertido.

  • Yo soy un chaval. 39 de nada. Y en plena forma… -y no dudó, una vez más, en levantarse la camiseta.

Quizá porque su madre es negra y lo lleva en las venas, quizá porque hace unos mil abdominales al día, quizá porque no come apenas grasa. El caso es que Alberto Barros Nguema tiene la tableta de chocolate más marcada que he visto en mi puta vida. No sabía que podía haber tantísimos músculos en el abdomen de una persona hasta que vi el de Alberto. Por lo demás, el guineano-español destaca por su altura (metro ochenta y ocho, casi tanto como Castilla), sus casi cien kilos de peso de pura fibra, y su atractivo rapado al uno. Llevaba ya cinco años en Siria por lo que se conocía al dedillo la región, la cultura del integrismo… Su especialidad: cuerpo a cuerpo –es un experto del Krav Magá, la técnica de lucha del ejército isarealí- y también un prodigio del espionaje puramente dicho. Por otro lado, su apetecible paquete, y la fama de que los negros están bien dotados, dejaba poco a la imaginación. Estaba deseando follármelo, aunque desconocía sus intereses sexuales. Al contrario que Sandra, en el CNI nadie sabía nada de su vida personal, por lo que algunos comentaban –medio en coña, medio en serio- que probablemente le iban los tíos. Confiaba personalmente en averiguarlo en algún momento de la operación.

  • Bueno, compañeros, no hay segundo que perder –concluyó el mulato.

Atardecía sobre Dubai, cosa que se apreciaba perfectamente desde los enormes ventanales del piso de Sandra. Los altísimos rascacielos de la ciudad despedían un color anaranjado que se reflejaba sobre el espacioso salón, en el que los cinco miembros de la misión (los agentes Heredia y Barros, Nacho, Jon y yo) y Gabi (como mera observadora) nos encontrábamos sentados alrededor de la elitista mesa de cristal, llena de papeles, mapas y material diverso.

También estábamos ya “uniformados” para la ocasión. La agente Heredia se había puesto un vestido largo de gala, discreto pero sensual, y Barros, un esmoquin que le hacía parecer un apuesto hombre de negocios. Harían de una pareja de alta alcurnia que acudían a la clausura de la cumbre de empresarios de la banca. Eso les daría cierto acceso a zonas restringidas para otros clientes del hotel, para tener en todo momento apoyo visual de Eliall.

Gabi y Jon –encargados de vigilar las comunicaciones del empresario- iban ataviados de forma más informal, como los clásicos turistas occidentales, aunque con poder adquisitivo. Vaqueros, polo y camisa, gafas de sol de marca y sendas Réflex. Y una buena ristra de maletas, listas para rellenarlas de souvenirs. Cada detalle estaba pensado para levantar cero sospechas

Nacho y yo, por nuestra parte, íbamos con sendos trajes oscuros, camisa blanca, corbata y dos auriculares visiblemente adheridos a la oreja. Oficialmente, estábamos acreditados como parte de la escolta de un importante banquero español. Un banquero muy importante, por lo que “colaba” meter dos escoltas más a última hora en una lista total de seis.

  • La verdad es que estáis muy sexys con esos trajes ceñidos –comentó Sandra- Os veo cada músculo del cuerpo.

  • Gracias, aunque tú tampoco estás nada mal –le respondí.

  • Cierto –escuché que decía mi compañero. Noté cómo Nacho ya le había echado el ojo a la agente Heredia, a pesar de que podía ser su madre. Tampoco sería la primera vez. Le dan morbo las maduritas, y más si son maduritas tan bien conservadas como Sandra.

  • Gracias –ese gracias lo dirigió a los dos, aunque noté que sonrió algo más cuando miró a mi compañero.

  • Estoy oficialmente celosa –dejó caer Gabi- Creo que el traje de turista pedorra pija me sienta especialmente bien.

Reímos animadamente.

  • Bueno, compañeros, vamos al lío –interrumpió Alberto. Barros había sido asignado por Castilla como el jefe de la misión- Álex, tú y Nacho, llegaréis al hotel en una hora, a las 20 horas, a tiempo para hacer el check-in junto al equipo del banquero. Su jefe de seguridad ya está al tanto.

  • ¿Cuál es la excusa oficial?

  • Rutina

  • ¿Se lo han tragado?

  • No creo. Pero no les queda otra. Sed discretos y no habléis absolutamente de nada del tema en presencia del resto de la escolta.

  • Sí. Nacho ya está al tanto de los protocolos.

  • Tranquilos, no tendréis que estar pegados a ellos todo el rato. Tenéis absoluta libertad de movimiento. Estos son vuestros auriculares, por cierto. Nada discretos, como todo buen escolta oficial exige –sonrió.

  • Bien. Ahora los probamos.

  • Estaréis en la habitación 2104. La más cercana que hemos podido reservar a la de Samuel Ellial, que es la 2101. Es una de las suites más caras del hotel. A los contribuyentes les está chirriando el bolsillo –sonrió.

  • ¡Es todo por el bien de España! Nos daremos un bañito en el jacuzzi, ¿no Nachete? –bromeé, aprovechando para sobarle la pierna, muy cerca del paquete. Sólo tocar sus durísimos cuádriceps de ex jugador de waterpolo tan cerca de su pollón de anaconda me la puso morcillona.

  • ¡Quita, marica! –sonrió y me quitó el brazo de golpe.

  • Jon y Gabi, vosotros estaréis en la 2001, justo la de debajo de Eliall, pendientes en todo momento de las comunicaciones del empresario. Ya está instalado todo tu equipo en la habitación. Jon, no quiero ni una interferencia…

Jon sonrió también.

  • ¿Con quién crees que estás tratando, jefe? Que te cuente Álex como reconstruí un pen drive hecho literalmente trizas

Asentí

  • Es muy bueno

  • Eso espero… ¡Ah! Y Gabi. Puedes ayudar a Jon todo lo que quieras con las comunicaciones, pero sin intervenir. Repito. Sin intervenir. Si pasa algo, lo que sea, y tenemos que entrar en acción no quiero que te involucres. Te quiero absolutamente al margen, ¿queda claro?

  • Clarísimo –respondió con un gesto afirmativo. Estaba seria, aunque algo en su cara me decía que no iba a ser muy obediente.

  • Nosotros estaremos toda la noche pegados al culo de Eliall. Con discreción, claro. Pero, ¿Álex, Nacho? ¿Por qué coño seguís aquí? ¡Moved el trasero!

La noche avanzaba y la guardia se hacía cada vez más aburrida. Barros y Heredia seguían en la cena de gala, a una distancia prudencial de Eliall, que llevaba cerca de una hora hablando con una probable prostituta de lujo. Gabi y Jon hacía varios minutos que no me hablaban por el auricular. Nacho y yo habíamos subido un rato a descansar para relevar luego a otro de los equipos.

Hasta el momento, ni una sola palabra relacionado con Marea Negra o el atentado. Me empezaba a entrar el sueño.

  • Chavales, ¿seguís ahí?

  • Sí -respondieron casi al unísono.

  • ¿Alguna novedad?

  • Nada. Eliall sigue en el bar hablando con la puta. Si quiere follar, no se para qué coño tanta charla.

Barros, en voz muy baja pero entendible, fue el primero en responder.

  • ¿Qué tal las comunicaciones, Jon? –el catalán hacía lo propio desde su habitación.

  • Cero. Ni una llamada, ni un mensaje, ni un correo electrónico… Nada. Son las 3 de la mañana. Es normal.

  • Supongo. Bueno, gente, os dejo unos minutos que me estoy meando. Avisadme al menor movimiento…

En realidad no tenía ganas de ir al baño. Simplemente, quería estirar un poco las piernas y desconectar un rato. Instintivamente, me asomé al dormitorio de Nacho para ver si seguía dormido. Efectivamente, estaba tumbado boca arriba con los brazos casi en cruz y las piernas estiradas por completo, respirando rítmicamente y emitiendo un leve ronquido. “Dormido como un tronco”, pensé. Al reflejo de la luz de la luna de Dubai, su cuerpo fuerte, musculoso y definido formaba un relieve de luces y sombras muy apetecible.

Y entonces reparé en uno de esos relieves, mucho mayor que el resto: la enorme tienda de campaña en la que se había convertido su boxer. El rubio tenía en ese momento una erección de caballo. “Coño, eso sí que está como un tronco”. El bulto era gigantesco y el calzoncillo parecía apunto de explotar, y eso que era uno de esos boxers de tela anchos.

“Nunca he visto la polla de Nacho empalmada”, recordé. Me paré unos segundos en el umbral de la puerta, pensando. Llevaba cinco años fantaseando con la idea, pero siempre me había controlado por respeto a nuestra amistad. Estaba seguro de que a Nacho le gustaban las tías, y sólo las tías. Pero aquella noche -quizá por el morbo de encontrarnos en plena vigilancia terrorista, quizá por disponer de una de las mejores suites –y camas- de todo Dubai, quizá el influjo de la noche árabe-, aquella noche no me pude resistir.

Me acerqué a la cama y me senté a un lado, despacio, mirándole a los ojos todo el rato por si se despertaba. Nada. Bajé la vista hacia su entrepierna. “Dios mío”. Estando justo a su lado, aquello parecía todavía mayor. El bultazo le recorría diagonalmente la parte superior del muslo derecho hasta alcanzar uno de los abdominales oblicuos. Era una cosa larga, gorda y muy venosa a juzgar por la textura que dejaba ese enorme trabuco en la tela.

Me incorporé sobre la cama, apoyando una rodilla a cada lado de su pierna derecha. Desde ahí tenía una vista privilegiada de todo su cuerpo y, sobre todo, de su polla; y además, al menor amago de despertarse lo notaría inmediatamente.

  • Vamos allá –susurré.

Con la mano derecha, empecé a masajearle el paquete. Tenía que abrir la mano bastante para agarrarle todo el ancho de la polla. “Joder, pedazo de rabo”. La palpé de arriba abajo, intentando averiguar su longitud. Como mínimo, era tan larga como la mía. Y la mía roza los 24 centímetros…

Fue en ese momento cuando me di cuenta –antes no había reparado en ello porque estaba concentrado al cien por cien en él- que yo ya estaba completamente empalmado y con el capullo babeando. Tenía el slip apunto de reventar y mojado en uno de los costados. Sin más dilación, me bajé los calzoncillos hasta la mitad del muslo y me la empecé a cascar. “Como se despierte, estamos en un aprieto. Pero me da igual”, pensé, “Nachete, vas a tener el mejor sueño de tu puta vida”.

Le desabroché los dos botones del boxer de tela y metí la mano. Lo primero que noté es que tenía la tranca ardiendo, caliente como un horno, lo que me puso todavía más cerdaco de lo que ya estaba. Seguí metiendo la mano intentando llegar al final, recorriendo lentamente ese pedazo de carne, duro pero esponjoso, lleno de venas pero suave como la seda, hasta llegar a un capullo gordo todavía a medio descapullar.

No fue fácil sacar tremendo rabo por el agujero del boxer (a pesar de que el hueco tenía dos botones), pero el esfuerzo mereció la pena. En cuanto se liberó, la polla del policía salió disparada como un resorte hacia atrás, cayendo sobre uno de los abdominales superiores de mi compañero. Me asusté, porque aquel enorme rabo, que debía de pesar bastante, hizo ruido al caer sobre el estómago del rubio y éste emitió un ronquido más fuerte del habitual. Parecía apunto de despertar. Pero siguió durmiendo tan normal y es entonces cuando pude contemplar en todo su apogeo esa monstruosidad de polla.

Era perfecta. No sólo por su longitud y grosor –aquello parecía casi, casi, uno de esos tubos de plástico para guardar tres pelotas de tenis- sino también porque estaba totalmente recta sobre sus abdominales, con unos huevos redondos que eran como dos esferas, la cantidad de pelo púbico justa y un capullo grande y rosado. El pellejo se había retirado hacia abajo de forma muy natural y sin apenas replegarse. Al reflejo de la luz de la luna, las venas y cuerpos cavernosos se entremezclaban a lo largo de toda la polla de forma aleatoria pero a la vez armoniosa.

La agarré de la base e intenté levantarla. Podía, pero pesaba mazo. Una vez que la puse apuntando al techo –“Joder, así parece todavía más larga”-, me incliné apoyando mi mano sobre un costado de la cama (inflando a saco mi tríceps) y alineé mi polla junto a la de él. Como sospechaba era un poco más gorda y un poco más larga. Quizá uno o dos centímetros.

  • ¡Qué cabronazo! 26 centímetros…

Intenté pajear las dos pollas a la vez con una sola mano, pero, a pesar de que tengo una mano grande, me era imposible abarcar los dos rabazos. Así que mientras seguía agarrando el nabo del rubio, me incorporé –aún con las rodillas sobre la cama- y con la mano libre me agarré la mía.  Lo que viene siendo una doble paja simultánea.

  • Mmm, Vane…

El corazón me dio un vuelco cuando oí las palabras de Nacho. Levanté la mirada. Seguía dormido como un tronco, pero sus labios se movían ligeramente en sueños.

  • Sigue, nena…

Sonreí. “Vamos, no me jodas. El cabrón está soñando que su ex le está haciendo la paja”. Por un segundo, pensé que se había despertado.

  • No pares, joder…

Entonces, me di cuenta de que, con el susto, había parado de masturbarle. Así que, ni corto ni perezoso, seguí cascándosela mientras me masajeaba mis huevos, ya inflados como pelotas de golf.

  • Más fuerte, zorra…

“Tus deseos son órdenes, compañero”, esbocé de nuevo una sonrisa a la par que aceleraba la velocidad de la paja. Mi musculado antebrazo tenía recorrer un ángulo de 45 grados para llegar de arriba abajo. Volví a mirar a Nacho. Inconscientemente, se relamía el labio y su cuerpo empezaba a moverse y a sudar.

  • Mmm, ¡más duro, puta! ¡Pélamela… con rabia!

Nacho había alzado la voz. Tuve que fijarme bien en sus ojos para confirmar que seguía dormido. “Es increíble lo que grita estando dormido”, pero sin darle más vueltas hice lo que me pidió –lo que le pedía a su ex novia- y se la casqué a toda velocidad. Su polla hervía, notaba la sangre fluir a través de las venas que recorrían todo el cuerpo cavernosos, mientras todo el cuerpo del rubio se replegaba y retorcía de gusto. La gran cantidad de líquido preseminal que había soltado ese enorme rabo facilitaba mucho la paja. Mi mano fuerte y recia se resbalaba hacia arriba y hacia abajo a ritmo vertiginoso.

  • ¡Qué bien lo haces, guarra!

Paré un momento la paja que me estaba haciendo yo al mismo tiempo para sobarle los abdominales, los pezones, los pectorales, repartiendo mi precum por todo su tronco. Sin cesar en ningún momento de cáscarsela a toda hostia, subí mí otra mano un poco más por su cuello, su barbilla, su mandíbula, masculina y dura, para acabar metiendo varios dedos en su boca. Todavia quedaba líquido preseminal. Nacho los chupaba con ansia mientras se seguía retorciendo de placer.

  • Mmm, qué mojada estás. Eres una puta –suspira- Dale más fuerte, estoy apunto de correrme…

Le obedecí mientras volvìa a colocar la mano en mi polla, acelerando mi paja y la suya al mismo tiempo. Estaba listo, pero aguanté unos segundos.

  • Sí, ahí, sí… SÍ… ¡¡DIOS!!

Nos corrimos a la vez. Yo, siete trallazos. El, ocho o nueve. La mayoría se mezclaron en el aire y cayeron sobre su pecho, abdomen, y piernas. Un par acabaron en su barbilla. Cuatro o cinco en mi cuerpo. Parecía leche hirviendo. Blanca y muy, muy caliente. Quemaba.

  • Joder, qué gusto nena… Qué pajote… De los mejorcitos que me han da… -Nacho no terminó la frase y siguió durmiendo.

Y entonces

  • ¡Álex! ¿Estás ahí?

Jon me estaba gritando por el auricular. Por suerte, Nacho no podía oírlo y continuaba sobado. Metí como pude el enorme pollón bajo su calzoncillo y, sin darme tiempo a limpiarle ni nada, salí de la habitación.

  • ¡Alex, coño!

  • Sí, dime, dime

  • Samuel Eliall acaba de recibir una llamada de un tipo. Le ha dicho que se reúna con él inmediatamente. Sin más. Han quedado en la habitación. 2104 ¡La que está en vuestra planta!

Continuará