El agente del CNI (4: El instalador de TV)

ANTERIORMENTE: Álex Casado, agente secreto español, ha conseguido averiguar que un grupo yihadista con intenciones de atentar en Madrid, Marea Negra, ha estado grabando y vigilando el instituto donde estudia el hijo del presidente del Gobierno, Ignacio Rubián… y donde también estudia su propio hijo

Aquel día me levanté temprano, más temprano de lo habitual. Iba ser una jornada larga y agotadora, por lo que decidí madrugar para salir a correr un rato por el Retiro –mi pierna ya estaba totalmente recuperada-, pegarme una buena ducha y prepararme el desayuno de los campeones antes de dirigirme a la sede del Centro Nacional de Inteligencia. Allí, a las 9, iba a tener una reunión con altos cargos del ministerio de Defensa, que decidirían cómo proceder en el caso Marea Negra.

Al salir de la ducha, dediqué –como siempre- unos minutos a estirar frente al espejo del baño y observar mi cuerpo. Mi buena forma apenas se había resentido de la falta de entrenamiento de estas últimas semanas, tras el atentado. Seguía teniendo el mismo cuerpo fibrado y definido de siempre: un cuello recio, hombros anchos, brazos fuertes y duros como rocas, un pectoral inflado, unos abdominales marcadísimos, unos cuádriceps de futbolista... Hasta la cara parecía estar musculada. Corte de pelo rapado al tres, ojos verdes, barba de dos días, unos labios carnosos… “Joder, no sólo estoy buenísimo, es que además soy guapo de cojones”, es una de las frases que más me pasaba por la cabeza por la mañana. Aunque procuraba ser humilde, a veces no lo conseguía, porque realmente considero que soy un puto Dios griego, sólo que un poco más moreno que cualquier deidad helénica. Y, sobre todo, con una polla mucho más grande, gorda y venosa que las esculturas que he podido ver de la Antigüedad. 18 centímetros en reposo son muchos centímetros, y lo que crecía.

Me dieron ganas de darme un pajote de órdago –de hecho, la tenía morcillona en ese momento- pero decidí dejarlo para más adelante. Era hora de enfundarse la camisa y la chaqueta, que reservaba para días como aquel.

Antes de irme, cogí la Blackberry y marqué el número de mi hijo. Estaba haciendo un curso de surf en Hendaia, por lo que ya se habría levantado.

-       Papá, estás muy pesado últimamente… -dijo a modo de saludo.

-       Buenos días, ¿eh, Javi? –sonreí. Miré la foto de mi hijo que tenía en la mesilla de noche. Era de cuando tenía 15 años; aunque ya para esa edad estaba muy desarrollado, fruto de su interés por varios deportes. Su pelo caoba, sus ojos verde claro y su sonrisa hacían el resto. Tenía lo mejor de su padre y de su madre.

-       Sí, buenos días… -resopló- Oye, ha sido cumplir los 18 y me estáis dando un  coñazo mamá y tú impresionante.

-       A ver, es el primer viaje al que te vas tú solo y es normal que nos preocupemos –había decidido contarle lo de la grabación a su madre, y concluimos en que era mejor no decirle nada, al menos por el momento.

-       Bueno, pues eso, que estoy bien, he comido bien, tengo dinero, y procuraré beber poco y no drogarme. ¿Contentos?

Emití una carcajada

-       Ya veremos cuando te pille por aquí si eres tan sarcástico, jovencito.

-       Ja-ja-ja… Te dejo, papá. Llego tarde al curso. ¡Intenta llamarme pasado mañana, en vez de mañana! Tú puedes –Y colgó.

Suspiré y me ajusté la corbata.

-       Bueno, al lío…


-       Caballeros, les presento a Salim Eliall, alias “El sirio”. Es la única fotografía que existe de él. Nos llegaba hace apenas dos horas de nuestro agente en la zona.

Andrés Castilla, director adjunto del CNI, de pie junto a un LED de 50 pulgadas, dejó escapar una leve sonrisa de satisfacción mientras señalaba en la pantalla la imagen de una cámara de seguridad del Aeropuerto Internacional de Damasco. Se veía a un hombre de facciones árabes, con turbante y traje de chaqueta en la cola de facturación. Tras un click de ratón, apareció la misma imagen ampliada sobre el rostro del ejecutivo. Estaba algo borrosa, pero permitía distinguir sus facciones con cierta claridad. Desde luego era mejor que nada.

-       ¿Está confirmado que lidera Marea Negra?

Giré la cabeza. Era uno de los peces gordos del Ministerio de Defensa presentes en la reunión.

-       Por dos fuentes distintas –contestó Castilla con firmeza- Una de ellas, además, le sitúa directamente como cerebro de la operación en Madrid.

Sólo habían pasado seis días desde que yo mismo descubriese que la banda terrorista había estado vigilando el instituto donde estudiaba el hijo del presidente del Gobierno, Ignacio Rubián… y donde también estudiaba mi propio hijo. Desde entonces, se había triplicado la escolta de todos los miembros del Ejecutivo y sus familias, se había doblegado la seguridad alrededor del centro escolar –a pesar de ser verano- y se había elevado el nivel de alerta en toda la capital. Todo con la máxima discreción. Increíblemente, no se había filtrado nada a la prensa. Pero tampoco los terroristas habían dado señales de vida. Hasta pocas horas antes de la reunión. El agente de Siria conseguía localizarle en el aeropuerto poco antes de coger un avión hacia Dubai, donde otra agente confirmaba sus relaciones algo más que económicas con la yihad .

-       ¿Cómo aconseja que procedamos? –preguntó otro mando, ignoro de qué Ministerio, sentado tres sillas a mi derecha.

-       Sugiero enviar un equipo de apoyo a Dubai. De inmediato.

Castilla repartió sendos dossiers entre la decena de funcionarios de Defensa, Interior y Exteriores presentes en la sala. Y a continuación apoyó los puños sobre la gran mesa ovalada, esperando con tez seria las primeras reacciones.

-       ¿Sólo tres hombres? –dijo uno de los dos altos mandos militares.

-       Que se reunirán allí con el agente Barros y la agente Heredia. Más de cinco hombres sería una temeridad. Ha sido una suerte el que no hayamos sido detectados aún y debemos seguir así.

Miré de nuevo el dossier . Yo personalmente había solicitado a mis dos compañeros de viaje.

-       Ningún problema con el agente Casado, si ya está recuperado de la explosión –señaló una jovencísima pero estirada funcionaria de Exteriores, mirándome de reojo- pero ¿qué pinta un Policía Nacional y un hacker colaborador puntual del Ejecutivo que ni siquiera está en nómina, en una misión de este calibre?

-       Con su permiso, señora –intervine, ante la sorpresa de Castilla y el resto de los presentes- Son dos hombres imprescindibles para que esta misión sea un éxito. Si pasan a la página 3 del informe…


-       Por Dios, Álex, ¿en coño qué estabas pensando?

Acabada la reunión, Andrés Castilla me había metido inmediatamente en su despacho. Estaba verdaderamente enfadado. Yo, un simple agente de campo –jefe del equipo en esta misión, pero un agente al fin y al cabo- había interrumpido a un superior y, probablemente también le había desautorizado. Como director adjunto, si le daba la gana, podía retirarme de la misión; incluso, sancionarme. Pero en aquel momento, en la intimidad de aquel despacho, los dos solos, de pie, frente a frente, a pocos centímetros uno del otro, nada de eso me preocupaba.

Fruto del calor de la discusión, Castilla se había quitado la chaqueta, la corbata y los dos botones superiores de la camisa. Su torso de gladiador, aprisionado tras una fina tela blanca, luchaba por salir. Se le marcaba cada uno de los músculos, desde los hombros hasta los abdominales. Era puro acero embutido en un traje de oficina. La barba cerrada, el pelo negro azabache –frondoso, con apenas entradas y unas pocas canas-, las cejas gruesas, los ojos marrones, la tez morena, alto, fuerte… Era un macho ibérico en toda regla; eso sin contar de cintura para abajo. Un trasero fibradísimo detrás, y un bulto enorme delante, de los más grandes que he visto en todo el Centro Nacional de Inteligencia, parecían que de un momento a otro iban a hacer estallar el pantalón de lino, generalmente negro, que solía llevar día tras día.

-       Lo sé, lo sé –respondí, intentando dejar a un lado mis instintos sexuales- Ha sido una imprudencia, una osadía y…

-       ¡Y una gilipollez!

La cara de Castilla se acercó a apenas cinco centímetros de la mía. Casi me rozaba la nariz. Podía notar su aliento y su olor a semental. Me lo imaginé, una vez más, follándose como un toro a su explosiva mujer: una rubia exmodelo que tras darle seis hijos seguía con un cuerpo escultural.

-       Sin duda, señor, pero…

De repente, su mano fuerte y robusta me agarró de la mandíbula, girándome la cabeza a un lado. Me tenía contra la pared.

-       ¡Ni pero ni hostias! –me gritó al oído- La próxima vez que me desautorices delante de la plana mayor de Defensa…

Sin previo aviso, colocó su otra mano en mi entrepierna…

-       … te arranco los huevos de cuajo, ¿me has entendido?

Me estaba estrujando los testículos con una fuerza bruta. El cabrón realmente disfruta agrediendo a sus agentes cuando se equivocan. Sabe que ninguno le va a denunciar por abuso de poder. Lo que no sabe es que, cada vez que hace eso, a pesar del dolor físico, me pone to burro.

-       …s…sí, señor –respondí en un hilo de voz.

Permaneció unos segundos apretándome los cojones y con su cara de pocos amigos rozando la mía hasta que, de repente, me soltó con rudeza, dio media vuelta y caminó hacia su escritorio. A través de su enorme ventana, situada en el último piso de uno de los edificios del complejo, se veía el denso tráfico de la carretera de La Coruña, dirección Madrid. Al fondo, el paisaje de la capital, salpicado por las Cuatro Torres, pequeñas, a lo lejos. Permaneció unos segundos observando en silencio…

-       De todas formas, Álex, una cosa sí que te voy a reconocer. Sin que sirva de precedente.

El subdirector seguía de espaldas a mí y se había metido las manos en los bolsillos, lo que le hacía un culo todavía más esponjoso y apetecible.

-       Usted dirá…

-       Has vendido la moto de puta madre…

Se giró levemente, mirándome por encima del hombro.

-       ¿Cómo?

-       Tú y yo sabemos que no tenemos nada. Una foto pixelada, un par de nombres, una grabación y poco más. Os vais a la aventura.

-       Créame que haremos todo lo posible por empapelar a esos hijos de puta, señor –respondí firme.

Se acercó de nuevo. Seguía serio, pero ya no estaba enfadado. Más bien, preocupado. Posó su mano sobre mi brazo, acariciándome el bíceps con el pulgar.

-       Salís en 24 horas. No os marchéis con las manos vacías. Tienen que haber dejado alguna huella a su paso por Madrid. Algún nombre, dirección, ¡algo! A Barros y Heredia apenas les queda hilo del que tirar allí. Pero si estuvieron aquí vigilando al hijo del Presidente, tiene que haber algo…

Escuché su discurso impasible. Tenía razón. No podíamos viajar a Dubai con tan poca información. No sin riesgo de volver sin nada.

-       Ya tengo a los nuevos chicos trabajando a destajo. Hay poco tiempo, sí, pero estoy convencido de que averiguaremos algo.

Andrés Castilla me miró a los ojos, aún con su mano apretándome el brazo.

-       Negaré haber dicho esto, pero eres uno de mis mejores agentes. Quizá el mejor. No me falles.


-       Todavía sigo sin creerme que me hayas pedido para una movida de esta envergadura…

Para Nacho, mi compañero de piso, pasar de ser un simple agente de narcóticos de la Policía Nacional a momentáneo agente secreto en misión internacional le daba cierto vértigo. Llevábamos un rato patrullando, a pie y de paisano, las inmediaciones del colegio y del edificio donde se grabaron las imágenes por si averiguábamos algo. Nada de momento.

-       ¿Qué tiene de raro que te haya pedido? –pregunté mientras observaba una vez más la plaza colindante al centro escolar- Desde que te tocó de lleno toda la movida el 11-M , eres el mayor experto en terrorismo islamista que conozco fuera del CNI. Aparte, por tu curro, te conoces hasta el último moro que vende costo en Madrid, y si algo sabemos de Marea Negra es que gran parte de la financiación de la banda viene de la exportación de hachís a Europa.

-       ¿Y para qué? –dijo, pensativo- Ya he preguntado a todos mis confidentes. Es la primera vez que oyen hablar de Salem Eliall…

Seguimos paseando por la zona. Nacho vestía una simple camiseta negra, que  debido al calor se le empezaba a pegar a su definido y fibrado cuerpo de ex jugador de waterpolo, y unos vaqueros que, si bien ocultaban su pistola asida a la espalda, a duras penas disimulaban su polla de campeonato. Para lo blanco que es, Nacho realmente tiene una polla de negro. Por mucho frío que haga y por muy poco excitado que esté, siempre la tiene más que morcillona y no hay calzoncillo ni pantalón que lo disimule. Es el único tío que conozco que, estando en reposo, su polla es más grande que la mía, rozando los 20 centímetros y recorriéndole medio muslo. La pregunta es si le crecerá todavía más en erección, cosa que desconocía.

El sonido de mi teléfono móvil me sacó de mis pensamientos. Lo cogí. Era Jon.

-       ¡Mi hacker favorito! ¿Has hecho ya la maleta?

-       No me jodas, tronco, que en menudo percal me has metido.

-       Otro… -suspiré- No me jodas tú, que es un percal bien pagado por nuestros contribuyentes –comenté- Además, tú y yo sabemos que te va la marcha.

Por unos instantes, se hizo el silencio. Probablemente, a él también le vino a la cabeza la sesión de pajas que nos habíamos pegado en su casa la semana pasada. Pajas que habían pasado a ser mamadas y que, a buen seguro, para mi viejo colega era algo nuevo.

-       En fin, que la maleta me la haré en el último minuto. Bastante curro tengo poniendo a punto el portátil, procesadores, software

-       Ya, ya… -me lo imaginé en casa, en gayumbos y camiseta de tirantes, sudado y con los músculos en tensión mientras atornilla y desatornilla placas base- ¿Alguna novedad de las bases de datos de la CIA?

-       Mis cuatro pequeños están trabajando duro. No es ninguna tontería entrar en el sistema de Langley sin dejar huella, colega. Pero confío en tener algún dato pronto.

-       Aún así, dudo que tengan nada sobre Marea. Su objetivo es Europa, no Estados Unidos

-       Por cierto, ¿qué tal la chupan las dubaitíes? Llevo dos días sin follar y tengo la polla que me arde.

-       ¡Jon, joder! –respondí serio, aunque se me escapó la risa al final- Como mañana no tengas un puto dato nuevo, no vas ni a oler a una sola mora en todo el jodido viaje -esta vez me lo imaginé tirándose a una de sus putitas, como la del video que me enseñó en aquella ocasión. Probablemente, esta misma noche, le meta ese gordo y venoso trozo de carne a alguna de sus follamigas- Así que ya sabes, Jon, hasta que no me consigas nada, prohibido tirar de agenda, ni de Internet, ni de los contactos del periódico para echar un polvo.

-       Vale, jefe, vale.

Colgué el teléfono y me quedé mirando la pantalla de la Blackberry, pensativo.

-       ¿Qué te pasa, Álex?

-       Del periódico… -susurré.

-       ¿Qué periódico? –el rubio no entendía nada- ¿Qué pasa?

-       Sigue tú solo, Nacho. Tengo una idea de quién nos puede dar información.

-       ¿Quién? –mi compañero de piso no entendía nada.

-       Nos vemos a la noche en casa –dije, dándole una palmadita en el hombro por respuesta. Me metí en mi Mazda3, arranqué y marqué un teléfono en mi móvil.


Gabriela de Vicente es una periodista especializada en información internacional con muchas, muchas fuentes, algunas incluso inaccesibles para nosotros. Me debía varios favores por ciertos datos confidenciales que le había pasado y era hora de cobrármelos. Le había mandado por email –por una red segura- la foto de Salem Eliall, previa orden de que no la publicase hasta que no le diese permiso. A cambio de darle toda la información en su momento, ella me lo localizaría. Si estuvo en España, ella lo sabría, o conocería a alguien que lo sabría. Y si no, estaba seguro de que en pocas horas podría averiguarlo. A donde ella no llegaba, lo hacía su encanto femenino. Poco hombre –da igual su orientación sexual- se resistiría a decir que no a ese monumento de mujer con el par de tetas mejor puesto que he visto nunca.

Por el momento no había obtenido respuesta, y sospechaba que tardaría. Miré el reloj del salón de mi piso. Por primera vez en todo el día, tenía un momento de calma. Me tumbé en el sofá, eché la cabeza atrás y coloqué las manos detrás de la nuca, en un intento de relajarme. Caí en la cuenta de que no podía. Seguía cachondo. Lo había estado desde esta mañana y entre el paquete de Castilla, el torso sudado de Nacho, los brazos de Jon y las peras de Gabi tenía ya casi todo el riego sanguíneo acumulado en el nabo.

Suavemente, me toqué el bultazo de mi entrepierna. A pesar del vaquero, notaba el calor de la excitación acumulada. Me bajé la cremallera, metí la mano y me empecé a masajear la polla por encima de la tela del boxer. Parecía que estaba tocando una morcilla de Burgos recién salida del horno: esponjosa, inflada y calentita. La temperatura subía por momentos.

Entonces sonó el timbre de casa. “¿Será Gabi? ¿Tan pronto?”. Me levanté, me subí la cremallera como pude y abrí la puerta.

Un tipo joven, de unos 25 años, guapete, muy moreno y embutido en un mono de trabajo azul que le daba un morbazo impresionante miraba una hoja de papel. En cuanto abrí la puerta, levantó la vista y arqueó las cejas.

-       ¿Vive aquí Alejandro Casado?

-       Sí, soy yo…

-       Vengo a instalarle la televisión por cable…

-       ¡Coño! –dije sin pensar- Ya ni me acordaba…

-       Sí, ya, es que llevamos algo de retraso, disculpe. Si es tarde, vuelvo otro día…

De repente, se me iluminaron los ojos.

-       No, no, chaval. Pasa, pasa…

Me hice a un lado para que entrase y le acompañé al salón mientras le tocaba amistosamente la espalda para indicarle el camino.

-       Vale, aquí está la antena… No me llevará más de diez minutos, señor Casado.

-       Llámame Álex, ¡que no soy tan mayor! –sonreí levemente- ¿Quieres algo, esto…?

-       Jorge, me llamo Jorge –nos dimos la mano distendidamente- Y gracias, un vaso de agua me iría bien.

Fui a la cocina y le serví uno mientras observaba como se agachaba hacia su caja de herramientas y empezaba a sacar algunos utensilios. Aunque normalito, tenía bastante atractivo. Pelo ligeramente de punta, ojos marrones y, aunque algo bajito –no pasaría de uno setenta- se adivinaba un cuerpo duro y trabajado bajo ese mono azul bastante ajustado que le hacía un culo fibrado y respingón. Mi polla ya estaba animándose y decidí echar toda la carne en el asador.

-       Hace calor hoy, ¿eh? –dije mientras le daba el vaso de agua y me bebía yo otro.

-       Ya lo creo…

-       Espero que no te importe que me de una ducha mientras instalas eso…

-       No, hombre…

Entré en el baño, me desvestí y me di una ducha rápida. Mi polla, aunque aún sin empalmar, había adquirido una longitud y grosor considerables, mezcla del agua caliente, el morbo de la situación y la líbido acumulada de todo el día. Me anudé una toalla alrededor de la cintura, una toalla pequeña que me hacía un paquete y un culo difíciles de resistir, y salí.

-       ¡Buf, macho! ¡Qué de puta madre me ha sentao la ducha!

El técnico, agachado de cuclillas y de espaldas a mí, giró la cabeza y sonrió ante mi comentario; aunque pude notar un conato de interés ante mi trabajado cuerpo. Tras unos segundos trasteando, se levantó, se desempolvó las manos, miró la pantalla y luego me miró a mí.

-       Bueno, esto ya está…

-       Estupendo –dije, mientras me ponía las manos detrás de la cabeza, en un disimulado intento de inflar mis músculos todavía más. El chaval volvió a mirar mi cuerpo.

-       Perdona que te pregunte, tío –comentó finalmente, mientras guardaba sus herramientas- ¿Cuánto vas al gimnasio para conseguir estar tan fuerte, macho? Llevo un par años yendo cuatro días por semana y no te llego ni a la suela de los zapatos.

-       Yo es que por mi trabajo, me lo tengo que currar bastante. Aparte que llevo haciendo pesas unos diez o doce años, practico varios deportes…

-       Ya… -dijo- ¿Qué eres, entrenador personal o algo así?

-       Exacto –mentí- Y tranquilo que tú, para lo que llevas, no vas nada mal, parece…

-       No, si mal no va, pero por ejemplo los pectorales por más press de banca que hago, no se me bufan ni para atrás –comentó, tocándose uno de ellos levemente.

-       A ver… -le toqué el otro pectoral por encima del mono- Bueno, no está mal, simplemente tienes que trabajar la parte baja del músculo. Así conseguirás que te crezca. Pregunta a un monitor…

-       Lo haré –se quedó pensativo unos minutos- Bueno, y de los abdominales, ¿qué? Se me van marcando un poco, pero nada que ver con los tuyos. Sobre todos los oblicuos…

Le toqué la parte abdominal por encima de la tela.

-       Espera, que así lo verás mejor… - se desabotonó el mono casi hasta abajo y se lo abrió.

Efectivamente estaba muy marcado, pero con poco volumen. Le recomendé una serie de ejercicios y le dije que usase discos con cierto peso para ganar más masa muscular.

-       ¿Qué me dices de los tríceps? Me lo curro mucho pero… –ya ni corto ni perezoso se quitó toda la parte de arriba del mono, dejando al descubierto un torso moreno, marcado y sin un solo pelo. Estiró el brazo derecho y se lo palpé con detenimiento- ¿Ves? No hay forma de inflarlo ni la mitad que el tuyo.

-       A mí me parece que para tu constitución está muy bien. Haz un ejercicio más de tríceps y ponle más peso y menos repeticiones… De todas formas –dije, observándole detenidamente- Me da la impresión de que te preocupas mucho por el tren superior, cuando para llevar apenas dos años, creo que la cosa va muy bien. Sin embargo, las piernas te las veo un poco delgadas.

-       ¿Sí? ¿Tu crees?

-       Un poco –volví a mentir. Realmente las tenía bastante bien aunque, claro, cualquier iniciado en la musculación, al compararse conmigo parecía un tirillas- ¿Qué tal los cuádriceps?

-       Yo creo que bien –cogió la indirecta y se empezó a bajar los pantalones, aunque paró en seco- Bueno, cuando llevo el mono voy sin gayumbos, espero que no te importe…

-       No, hombre, tranquilo. Estamos entre tíos…

Se bajó los pantalones mostrándome ante mí una polla poco gruesa, pero larga y venosa, con apenas pelo púbico y sobre todo muy morena.

-       Bueno –dije, tocándole los cuádriceps mientras le observaba el rabo de reojo- Aquí te pasa al contrario, tienes algo más de volumen pero te falta definición. Compara…

Me levanté, mientras él se agachaba. Me empezó a tocar los muslos. Observé cómo miraba, también de reojo, el enorme bulto bajo mi toalla.

-       Espera, me voy a quitar la toalla para que veas bien el cuádriceps…

Me desanudé la toalla, dejando al descubierto mi enorme rabo. Esta vez no pudo disimular y se quedó unos segundos mirándome la polla con la boca semiabierta.

-       Este músculo también lo puedes tocar, si quieres…

No lo dudó. Me agarró el nabo fuertemente, con una sola mano, en su base y lo observó con detenimiento. Las venas latentes, recorriendo todo el cuerpo cavernoso de arriba abajo, la suave textura, la inmensidad de mi capullo asomando ya por la punta. Me estaba excitando ver cómo me comía la polla sólo con los ojos, y en unos instantes la tenía ya totalmente dura, caliente y rozando su longitud y grosor máximos. El chaval se empezaba, inconscientemente, a relamer los labios.

-       Deja de mirarla y cómetela ya, coño…

Le cogí de los pelos con ambas manos y le llevé la cabeza hasta a mi polla. Cuando estaba a punto de metérsela en la boca, hice un movimiento de cadera para esquivar su boca y golpearle con el trabuco en toda la cara. Sonó casi como una hostia. Volvió a intentarlo, yo le volví a esquivar y le di en la otra mejilla. Así dos o tres veces hasta que empezó a rabiar y desesperado, me agarró el enorme miembro con ambas manos y empezó a comerme el capullo primero y luego parte del tronco. No conseguía llegar ni a la mitad, pero hacía esfuerzos, y el sonido de su glotis intentando tragársela más y más me excitó sobremanera. Sonreí

-       Espera, colega, que como veo que no te conformas con media polla te voy a echar un cable.

Lo levanté, agarrándole de los sobacos y tirándolo violentamente al sofá. Luego, cogiéndolo de la mandíbula, le empotré la nuca contra el respaldo, poniéndole la cara hacia arriba y, de un salto, me puse de pie sobre el sofá. De una tacada le metí casi toda la tranca en la boca y, agarrándome solo a la pared que había detrás del sofá, empecé a follármelo literalmente por la boca.

-       Así, chavalote. Abre la garganta bien, si no quieres ahogarte.

El técnico empezaba a hacer unas sonidos guturales horribles pero, a la vez, muy morbosos. Tenía el cuello totalmente colorado, con las venas infladas como cuerdas. Intentaba respirar por la nariz, pero yo se la tapaba de vez en cuando para joderle. Me estaba poniendo a mil y a punto de correrme a saco.

-       Me estás tocando los cojones cabrón, pero es que es la mejor polla que me he comido nunca. –dijo, tras una bocanada de aire, en una de las pocas veces que le dejé respirar.

-       24 centímetros de polla. Probablemente, no volverás a ver algo así en tu puta vida.

Me cogí la tranca con una mano y empecé otra vez a golpearle la cara con ella. El sonido del capullo chocando con sus carrillos me ponía muy cerdo. Eso y su cara de comepollas con la boca abierta intentando alcanzar mi rabo. Le empecé a golpear más, y más fuerte con la polla, hasta dejarle las mejillas rojas. Era como golpearle con una barra de hierro incandescente, porque tenía el trabuco durísimo y al rojo vivo.

Finalmente, le volví a meter otra vez la polla en la boca, follándomelo al doble de velocidad. Las hostias con el rabo habían funcionado: tenía la garganta más abierta y esta vez se consiguió tragar los 24 centímetros de carnaza. Aguanté ahí unos segundos: mi pelo púbico contra su nariz, mis huevos sobre su barbilla. Su esófago vibraba alrededor de mi polla. Pensé en follármelo por el culo también, pero estaba tan excitado que no podría aguantar más.

-       Prepárate porque si te ha gustado el primer plato, el suflé que hay de postre ni te cuento ¡Uf!

El aviso llegaba un poco justo porque conforme terminaba la frase, y mientras me sacaba la pollaza de su boca, un primer latigazo de lefa salió disparado aterrizando en toda su garganta. Tosió para no ahogarse, mientras yo apuntaba al resto de su cara. Le diseminé semen por casi todo el rostro. Justo cuando echaba el noveno y último disparo –todo el día con los huevos llenos es lo que tiene-, sonó mi móvil. Era Nacho.

-       ¿Qué pasa, madero?

-       Tío, tenemos una flor en el culo…

-       ¿Cómo? Pero, ¿qué ha…?

-       Estoy viendo Al Jazeera en este momento. Están retransmitiendo en directo una cumbre de empresarios de banca árabes en Dubai. Y, ¿a qué no sabes quién es uno de los asistentes?

-       No me jodas…

-       Samuel Eliall. No es uno de los ponentes ni nada. Le he visto de lejos hablando con un tipo. Ni se habrá dado cuenta que una cámara le ha grabado. Estoy seguro de que era él. De hecho… ¡coño! ¡Lo están sacando otra vez! ¿Estás en casa?

-       Sí…

-       ¡Pon Al Jazeera, que lo tenemos! Creo que era el canal 48. La semana pasada nos instalaron el cable.

-       ¿Cómo que nos insta…?

Tarde. La punta de una pistola se posó en mi nuca.

-       Una palabra más, y te vuelo los sesos –dijo el instalador del cable a mi espalda, esta vez en perfecto árabe.

Tenía a un terrorista de Marea Negra en mi casa apuntándome directamente a la cabeza

Continuará