El agente del CNI (3: Mi colega, el hacker)

ANTERIORMENTE: Durante una sesión de rehabilitación, el agente secreto español, Álex Casado, recibe una llamada de uno sus contactos: Jon, un hacker que asegura haber conseguido recuperar los archivos contenidos en un pen drive que el agente encontró en un piso terrorista en Arabia Saudí y que podría contener información sobre un próximo atentado en Madrid por parte del emergente grupo yihadista Marea Negra

El agente del CNI. Capítulo 3. Mi colega, el ‘hacker’

  • ¡Llegas un poco pronto, nano!

Es lo primero que dijo Jon tras abrirme la puerta y darme un abrazo de los suyos, bien "apretao". A pesar de su mole de músculos y su pinta de malote bakala (pelo largo en la nuca a lo gitano, oros, un tatuaje en el hombro…) Jon es un sobón de campeonato.

  • ¿Por qué lo dices, tío? Ya sabes de dónde procede ese pen drive . Llevo un mes esperando las buenas noticias como agua de mayo.

  • Ven, mira

Mi viejo colega se giró y se dirigió hacia uno de los cuatro o cinco monitores que tenía sobre el escritorio. Aproveché para observarlo. Tan sólo llevaba un pantalón pirata Adidas rojo, posiblemente sin calzoncillos -pues su nabo bailoteaba bajo él a cada paso- y una camiseta blanca, sin mangas, que resaltaba sus hombros de gimnasio y unos brazos inflados y duros como rocas.

  • 32%, chavalote –Jon estaba observando un porcentaje en una de las pantallas.

  • ¿Y eso qué significa? Pensaba que ya habías recuperado el archivo

Sonrió.

  • Pues claro que lo he recuperado, ¿con quién te crees que estás hablando, figura? Además, que no soy tan cabrón como para llamarte si no estoy seguro

  • ¿Entonces?

  • El archivo estaba encriptado. Protegido. Con una clave, y de las jodidas –comentó rascándose el paquete, un gesto muy habitual en él- Me ha llevado varios días solucionar la movida, pero… Estas manos no fallan. Ahora sólo hay que esperar que la barrita llegue al final para ver el video

. Puede tardar una hora, dos… Incluso toda la noche, depende de

Sacudí la cabeza.

  • ¡Espera! ¿Has dicho el video? ¿Es un video?

  • Sí. Grabado el día 9 de junio, para más señas. Es todo lo que sé por ahora

Paró unos segundos y frunció el ceño, poniendo cara de misterio.

  • ¿Intrigado o qué, tú?

Todavía me recorría un escalofrío por el cuerpo pensando en el contenido de ese video. Podría ser una pieza clave para detener el ataque terrorista, si todavía seguía en marcha, o al menos para saber qué intenciones tenían. Pero también podría no ser nada.

  • No te ilusiones demasiado hasta ver tú mismo la información. Regla número 1 de Inteligencia.

Jon sabía de mi curro. En realidad, él también trabajaba para el Gobierno en algunos asuntos. Indirectamente, claro.

  • Tienes razón. Habrá que esperar. Anda, píllate un sofá que saco unas birras.

  • Tío, si prefieres vengo más tarde. Si dices que puede tardar toda la noche

  • Estás tú para paseos con la pata como la tienes. Anda, quédate y recordamos viejos tiempos, nano –dijo, apoyando su mano sobre mi nuca amistosamente- que hace siglos que no nos vemos en condiciones. Incluso, puede quedarte a sobar si esto se alarga

Fingí como que dudaba, aunque la sola idea me despertó un cosquilleo en el nabo.

  • ¿Y dónde duermo? ¿En el sofá grasiento ese lleno de muelles o en el press de banca?

Jon emitió una carcajada mientras se rascaba, de nuevo, la polla por encima del pantalón.

  • ¡Qué hijo de puta eres, Álex, tío! Por cabronazo deberías dormir en el suelo… Anda, no digas tonterías, duermes conmigo en la cama, como cuando nos íbamos de fiesta to peques . ¡Eh! Pero sin mariconadas

Frunció de nuevo el ceño como poniéndose serio, y a continuación me dio una hostia en el pecho, también de forma amistosa.

  • Voy a por esas birras

El piso de Jon, un tercero en el barrio de Vallecas, es pequeño pero bien aprovechado. Como se saca su buen dinero con sus "trabajitos", lo ha reformado rollo loft . Una sola estancia grande -que hace las veces de salón, lugar de trabajo, gimnasio, dormitorio y cocina

  • y un baño. A pesar del desorden (cables por todos lados, muchos monitores, latas por allí, mancuernas por allá), tiene cierto encanto. Eso sí, aquello era un horno en verano.

  • Perdona por la leonera, ¿sabes? –dijo, pasándome una cerveza mientras le daba él un trago a la suya- Pero es que con este calor no apetece mucho ordenar la keli

  • No la ordenas nunca, tronco, no me vengas con excusas –respondí mientras me pasaba la cerveza por la cara- pero la verdad es que sí, hace un calor de la hostia.

Normal, por otro lado. Eran las cuatro de la tarde, un día de agosto. Aún así nos quedamos charlando en el sofá un buen rato, birra tras birra, recordando cuando jugábamos al fútbol cerca del parque Fofó o robábamos juegos de la NES en el Galerías Preciados. Él vino de Barcelona con su madre cuando Jon cumplía apenas los catorce, tras un divorcio muy chungo y vive desde entonces en esa casa. Yo fui su mejor amigo durante toda la adolescencia y la primera juventud, hasta que se juntó con gente poco sana, digamos, y nos fuimos distanciando hasta hace unos años. Coincidimos en el funeral de su madre y retomamos el colegueo .

  • Buf, estoy asao , tío –comentó, pasado un rato, quitándose tranquilamente la camiseta y secándose con ella el sudor de la frente- voy a hacer un poco de pecho y luego me voy a dar una ducha del copón.

  • Tío, estás tomazao –me levanté y le di sin contemplaciones unas palmaditas en los pectorales. Estaba tremendamente duro- Casi me superas.

Jon se empezó a reír a carcajadas.

  • ¿Cómo que casi te supero? Venga, señor espía de los cojones. Claramente ya te he superado.

A modo de respuesta, me desabroché la camisa, cogí su mano e hice que diese unas palmadas sobre uno de mis pechos. A pesar de que yo tenía más vello que él –que casi no le salía pelo en todo el cuerpo- ésta vez sonó más duro todavía. Jon intentó no sorprenderse y agarró suavemente uno de los pectorales para comprobar el volumen.

  • Bueno, tronco, reconozco que no estás mal. Pero sinceramente, creo que te gano.

Medité durante un momento la respuesta y, a continuación, me quité la camisa por completo y señalé con la cabeza el press de banca.

  • Sólo hay una forma de demostrarlo.

Mi colega sonrió.

  • Me gusta tu idea

Estaba claro que no íbamos a hacer nuestra mejor marca, porque los dos llevábamos ya unas cuantas cervezas en el cuerpo, pero aún así el pique era motivación suficiente para hacer una buena serie de repeticiones. Sin calentar ni estirar, a pelo y con su ajustado pirata Adidas rojo como única prenda, Jon se tumbó en el banco. Yo me coloqué tras su cabeza, de pie. El ángulo me ofrecía una privilegiada vista de su torso de toro, sus fueres brazos y su paquete de infarto. Además, debido al poco espacio que había entre el press de banca y la pared, mis piernas le rozaban la cabeza, muy cerca de mi paquete que, a pesar del vaquero, también era generoso.

  • Si en alguna de las repeticiones te tengo que ayudar porque no puedes levantar la barra –dije, tocándole los dos tríceps a la vez- se acabó.

  • No me vas a tener que ayudar hasta la número diez por lo menos.

"Con este peso con creo que llegue ni a ocho. Está loco"

  • ¿Preparado? Va. Tres, dos, uno…¡dale caña!

En las primeras cuatro o cinco repeticiones, levantar esa exageración de peso no le supuso ni un jadeo, ni una gota de sudor. Simplemente, rechinaba sus dientes cada vez que subía la barra, pero poco más. Era como si levantase la barra sola, sin los tropecientos discos que llevaba a ambos lados. A partir de la sexta, empezó a emitir algunos jadeos –siempre graves, toscos y masculinos- y sus músculos se iban tensando y brillando a causa del sudor.

  • ¿Qué? Ya te vas cansado, ¿eh, campeón? –dije, mientras hacía la repetición número ocho.

  • Ni de coña –sonrió levemente. El cabrón hizo la ocho, la nueve, la diez, la once y no fue hasta la doce cuando a pesar de sus gemidos de macho y de sus músculos, infladísimos, se quedó a medio fuelle, parado a mitad del movimiento. Tuve que posar de nuevo mis manos sobre sus tríceps, aunque esta vez estaban chorreando de sudor y duros como una puta roca. Mi polla, ya morcillona dentro de mi ajustado de vaquero, rozó la cabeza de Jon cuando flexioné levemente las piernas para ayudarle a levantar el peso.

  • ¿Para qué me ayudas, mamonazo? –se quejó mientras colocaba la barra en su sujeción violentamente, casi dejándola caer- Podía haber llegado a la número doce yo solito.

  • ¿Pero qué dices, flipao? –inquirí, con sorna- Si parecías un marica, levantando la barra

Mi colega se picó cual crío con el comentario. Se levantó, todavía lleno de sudor y oliendo a tigre, y colocó su cara a pocos centímetros de la mía, con gesto amenazante.

  • ¿Qué coño has dicho, gilipollas?

  • Tío, cálmate, es broma

El cabrón se empezó a partir el culo en mi cara.

  • Tronco, cómo te las meto dobladas ¡Je, je, je, je! Podría ser actor, si lo de hacker algún día me falla. Anda que sí, Álex –me dio unas palmaditas en la mejilla.

  • La verdad que sí –me reí yo también, aunque seguía pensativo. Por un momento, había recordado las pajas que nos dábamos hace quince o veinte años, en ese mismo salón, cuando su madre no estaba

, o en verano. Poníamos el VHS que habíamos chorizeado al del quiosco, nos quitábamos la camiseta y los pantalones –entonces ya teníamos un buen físico, delgado, pero fibrado, gracias al fútbol; y unas buenas trancas, de adulto, proporcionalmente grandes a nuestro cuerpo aún por desarrollar- y nos la meneábamos juntos. Los dos en el mismo sofá cochambroso, pegados, pierna contra pierna, brazo contra brazo. Notando como su cuerpo se agitaba a la vez que el mío. Incluso, en las últimas sesiones, él cascándomela a mí, y yo cascándosela a él. Intentábamos coordinarnos para corrernos a la vez. De hecho, nos gustaba corrernos en diferentes sitios de la casa: dentro de una maceta, en la pecera, en una de las bragas de su madre, por la ventana -intentando darle la gente incluso. Realmente fue el pasatiempo rey en uno de los veranos: creo que el que cumplíamos los quince. Ganaba quien proponía el sitio más cerdo y depravado donde lefar. Y siempre me acordaré de cómo los músculos de adolescente de mi colega se contraían, casi exageradamente, cuando se corría. Me daba mucho morbo verle echar la leche. Por eso, una vez, la última que nos pajeamos juntos, le propuse echarnos la lefa el uno al otro, de pie, frente a frente, a saco. Quería ver sin contemplaciones cómo su cuerpo se retorcía cuando se corría. Jon, se mostró receloso pero aceptó. Su lefa, caliente, casi ardiendo, me dio en todo el abdomen, cual ráfaga de balas, mientras mi colega temblaba de gozo mirando hacia arriba. Fue nuestra última paja juntos. Pronto empezamos a salir con chicas y guardábamos para ellas nuestra líbido adolescente.

  • ¿A qué esperas, Álex? ¿O es que te rindes?

  • Por supuesto que no me rindo. Con tu permiso… -dije, desabrochándome el cinturón y quitándome los vaqueros. Debajo llevaba un slip blanco, como acostumbraba, con la polla, ya muy morcillona, ladeada hacia la derecha.

  • Estás en tu keli –comentó mi colega, irónico.

  • ¿Qué coño? No quiero estar en desventaja.

  • Nada, nada, ponte cómodo, colega

Me tumbé de espaldas en el banco. Cuando miré hacia arriba, Jon ya estaba colocándose a mi espalda. Mi cabeza estaba casi entre sus rodillas y cuando levanté la vista para coger la barra, vi claramente su bulto y cómo Jon, en uno de sus gestos habituales, se lo rascaba y recolocaba por encima del pantalón.

  • Vale, ¿preparado? – me preguntó desde arriba. Su enorme paquete hacía casi imposible verle la cara desde mi posición, pero vi como levantaba los tres dedos centrales de su mano derecha- Tres, dos, uno… ¡al lío!

Me sorprendí de la buena forma que seguía teniendo, a pesar de llevar algunas semanas sin entrenar y también de llevar algunas horas bebiendo. Al igual que él, levanté las primeras cinco casi sin esfuerzo. A partir de ahí, las repeticiones me iban costando más y más. Sudaba, gemía, apretaba la mandíbula y mis músculos se ponían en su máxima tensión. Que mi colega se siguiese toqueteando su enorme nabo no ayudaba a concentrarse, pero conseguí hacer la undécima repetición, y sólo me quedaba una más para ganarle

  • No creo que puedas –comentó, mientras le daba un trago a su séptima u octava cerveza- es la más jodida y tú sí que eres un maricón de cojones.

La provocación funcionó. Reuní todas las energías posibles y la levanté casi más rápido que la anterior. Mi colega se abstuvo de comentarios esta vez. Intenté hacer otra repetición para vacilarle más pero, esta vez sí, me quedé a medio camino y mi colega me tuvo que ayudar cogiéndome los tríceps. Al igual que yo, tuvo que flexionar las piernas y noté claramente como su tranca se rebozaba con mi cabeza. Noté que la seguía teniendo considerablemente larga pero sobre todo muy, muy gorda. Más de lo que recordaba.

  • Bueno, no tengo mal perder colega así que felicidades –dijo dándome la mano primero y luego apretándome el hombro y el brazo, amistosamente- Te has ganado unas pizzas, invito yo. Vete llamando mientras me ducho, tío. La que quieras, pero sin cebolla, ya sabes.

Me lanzó el folleto del Telepizza que tenía por ahí y se metió en el cuarto de baño. No cerró la puerta del todo pero tampoco me arriesgué a espiarle y que me pillase. Sabía que esa noche por lo menos caería una paja. Quizá más.

Una hora después, estábamos tiraos en el sofá, con sendas toallas atadas a la cintura como única prenda – con el calor no nos había apetecido vestirnos-, acabando el último trozo de pizza y catando el primer cubata de la noche. Jon se liaba otro porro. Yo hacía zapping . Los dos estábamos ya borrachos y algo colocados. Y tras hablar del último coche que me había comprado (un Mazda3) y comentar el último fichaje del Atleti, tocaba, claro, hablar de tías.

  • ¿Y qué tal andamos de pibas? –inquirió mi colega- ¿Sigues triunfando tanto como en los viejos tiempos? ¿O te has enchochao ya de alguna?

  • ¿Yo? ¿ Enchocharme ? No llegará el día, chaval...

Mi colega se empezó a descojonar, en parte por el efecto del porro.

  • Así me gusta ¿Tú crees que con estos cuerpazos -se apretó uno de sus pectorales- nos podemos limitar a una sola piba? Si es que me gustan todas, tronco. Rubias, morenas, pijas, chonis , blancas, negras, chinitas… ¡Buf! –se quedó unos segundos mirando al horizonte- Joder, me he follao a cada pava este año. Ni te imaginas

  • Venga, fantasma, claro que me lo puedo imaginar. ¿Con quién te crees que estás hablando? –respondí estrujándome también el pectoral, como imitándole- No con un tirillas, precisamente.

  • Ya pero la última tía, bua… -de nuevo se quedó callado unos segundos, como pensativo- Mira tío, ¿qué coño? Te la voy a enseñar. Eres mi mejor colega así que, ¿por qué no?

Jon se levantó sin mediar más palabra, dejándome extrañado. "¿Cómo que me la va a enseñar?"

El catalán volvió con una videocámara HD y unos cables. Los conectó la tele y le dio al play . Ante mi sorpresa, en la pantalla plana de 46’’ de mi colega apareció él mismo, desnudo y empalmado, mientras una tía rubia delgada, pero con unas peras impresionantes, le chupaba la polla.

  • Pe… pero. ¿qué es esto? –todavía no salía de mi asombro.

  • ¿A ti qué te parece, nano? –dijo con una sonrisa y dándole la última calada al peta- Es una pedazo de piba comiéndome el rabo como nadie. Es actriz porno, de hecho.

Jon me rodeó entonces el hombro y me dio unas palmaditas en el pecho

  • Se tragó mis 21 centímetros de nabo enteros, tronco. Una flipada. Mira, mira

En ese momento, en la grabación, Jon, tumbado sobre su cama, se llevaba su cámara al pecho y enfocaba, rollo plano subjetivo, cómo la rubia tetona ahuecaba la garganta mientras Jon se la follaba por la boca, emitiendo unos sonidos tal que parecía que la chica se iba a asfixiar de un momento a otro. Cuando se sacó la tranca de su boca, la rubia, incansable, se incorporó y empezó a hacerle una paja cubana con esos enormes pechos, posiblemente operados pero, en tal caso, muy bien operados.

  • Y esto ya fue la hostia. ¿Tú crees que con lo gorda que la tengo alguna tía me había podido hacer una paja cubana antes en condiciones? –seguía rodeándome con un brazo, cuya mano se posaba sobre uno de mis pectorales- Fue la polla

  • ¿Y… y la tía se dejaba grabar sin problema?

  • Ya te digo que es actriz porno. Bueno, está empezando. Es bielorrusa o algo así. Estaba tan cachonda que no le importaba nada, la verdad.

A continuación, se veía cómo la bielorrusa, tranquilamente, colocaba la cámara en un lugar estratégico –quizá la cómoda junto a la cama- y a continuación se tumbaba de espaldas sobre el colchón con el culo –un culo prieto en forma de hucha muy apetecible- tras lo cual, Jon empezaba a follársela por detrás mientras con una mano le agarraba del pelo y con otra le metía el dedo en el culo. La rubia gritaba como si la estuviesen partiendo en dos.

  • Joder, cómo me pone verme follando con las guarras estas –confesó mientras se acomodaba en su parte del sofá y se metía la mano por debajo de la toalla.

  • ¿Te grabas habitualmente o qué?

  • Siempre que puedo, tío –respondió. Seguía tocándose el nabo por debajo de la toalla- Pero nunca se lo había enseñado a un colega –se rió- ¿Te mola la churri o qué?

"Me moláis los dos", pensé.

  • Joder está como un puto queso –comenté y ni corto ni perezoso me metí también la mano bajo la toalla- mucho mejor que las de los vídeos esos que poníamos hace unos añitos ya

Jon se rió a carcajadas. Iba ya bastante pedo, emporrado y cachondo.

  • Claro que nosotros estamos mucho mejor que los cayos malayos que se las follaban en las pelis esas.

Mi colega se acariciaba ya sin remordimiento todo el cuerpo con la mano que le quedaba libre –en la que tenía un sello de oro súper jincho- y poco después ni corto ni perezoso, se desanudó la toalla y liberó su tranca larga, venosa y sobre todo, muy, muy gorda. Se estaba ya dando una paja en toda regla.

  • Veo que quieres recordar viejos tiempos –comenté- recordemos viejos tiempos, pues.

Me desanudé la toalla y liberé mi polla. Rozaba los 24 centímetros, su máxima plenitud. Era más larga que la de Jon, claramente, pero no tan ancha ni venosa. Me la empecé a cascar.

  • Joder, macho –el colega me la miraba sin disimulo mientras continuaba su paja- Te ha crecido en estos veinte años, ¿eh?

  • Y a ti se te ha hecho más ancha, no te jode –comenté. Estaba cachondísimo- Eso tiene que dolerle a la pibas y mucho

La rubia del video, oportunamente, comenzó a gemir más fuerte mientras mi colega se la clavaba esta vez con ella boca arriba, con las piernas sobre sus hombros.

  • ¿No la oyes? –rió- Tío, te sugiero que lo compruebes por ti mismo y así me la cascas tú como en los viejos tiempos.

No esperaba que me lo propusiese directamente. Aún así, respondí:

  • Estamos ya un poco mayores para estas cosas, ¿no?

  • ¿Qué dices?

No sé si era por las cervezas, el ron, la maría, el video porno casero o por una mezcla de todo, pero nunca había visto a Jon tan desinhibido. Y menos con otro tío. Hice como que me lo pensaba.

  • Bueno, va… siempre que tú hagas lo propio conmigo chaval. Eso sí, si con una mano te da, claro.

  • Eres un fantasma

Sin más dilación, le cogí el nabo y él me agarró el mío y nos empezamos a pajear, primero suavemente, luego un poco más rápido. Al final, nos la estábamos pelando a toda hostia mientras jadeábamos, decíamos algún "dale caña, tío", y seguíamos viendo la peli. Ahora ella cabalgaba sobre él mientras estaba tumbado en la cama. Nuestras piernas de futbolista y nuestros brazos de portero de discoteca, cruzados, se rozaban y rebozaban entre sí.

  • Tronco, ¿te has metido silicona en el nabo o qué? –comenté pasado un rato- Prácticamente no la puedo coger bien.

  • La silicona te la habrás metido tú, que no he visto cosa más larga en la puta vida, tronco. Ni en pelis, me cago en Dios.

Seguimos pelándonosla unos minutos más mientras mirábamos atentamente la tele. Ahora la bielorrusa comentaba a cámara, con un acento muy sexy, que quería comerse otra vez la polla de Jon. Así, mi colega, obediente, se acercó ella y empezó a darle pollazos en la cara, violentamente. Se la metía una vez en la boca, y luego se la sacaba y volvía a darle pollazos, haciéndola rabiar. EL resultado: cuando por fin agarró la tranca, se la comió con más ganas que antes, haciendo unos ruidos que me estaban poniendo a mil. A mí y a mi colega.

  • Tío, estoy muy cachondo –comentó mi compañero, sudando, entre jadeo y jadeo- Anda, ¿por qué no me la chupas?

Solté una carcajada

  • Estás de coña, ¿no? No te pienso comer el nabo, tío –mentí- Que soy colega pero no tanto.

  • Venga, joder… que te he hecho un favor de la hostia con lo del pen drive. Además, reconoce que alguna vez lo pensaste cuando nos pajeábamos de pequeños.

Jon dejó de darme la paja, subió los pies al sofá y se sentó sobre el respaldo. Desde mi perspectiva, su nabo parecía todavía más gordo. Nunca me había comido algo tan inmenso.

  • ¡Va, tronco! Si me lo haces bien, te la chupo yo –comentó, sonriendo.

Le miré unos segundos a la cara. A pesar de sus ojos azules y sus labios carnosos, tenía una cara de hijo de puta que no podía con ella, acrecentada por un piercing y el corte de pelo cani. Sudaba y sonreía maliciosamente, balanceando ese pedazo de rabo gordo y venoso.

  • ¿Qué coño?

Me arrodillé en el sofá, alineando mi cara hacia su polla, la volvía a agarrar, escupiendo un par de japos en ella, y me la comí. Prácticamente no me cabía en la boca y eso que tengo una buena mandíbula

.

  • Joder, qué puto gustazo –dijo- Venga, traga polla, tío. Que te llegue la nariz a mi ombligo.

Mi colega me agarró de la nuca con una mano y del pelo con la otra y empezó a empujar la cadera para meter el nabo más y más. Ahuequé la garganta todo lo que pude, soltando la saliva por la boca para que lubricase aquel inmenso trozo de carne. La boca me hervía, las venas del cuello parecía que me iban a explotar, pero hice un esfuerzo y aguanté. Conseguí metérmela casi entera. Luego Jon me la fue sacando lentamente, lo justo para que respirase, y de nuevo pa dentro. Acabó cogiéndome de la mandíbula y de la parte superior de la cabeza, y moviendo las caderas. Me estaba follando por la boca en toda regla. Yo mientras le daba palmadas fuertes en sus pectorales y le pellizcaba los pezones. No necesité tocarme la polla una sola vez. La tenía empalmadas a tope, y babeando.

  • Espera, tronco, que me voy a correr y aún tengo que devolverte el favor.

Se sacó su tranca de mi boca de una tacada, me tumbó en el sofá de un empujón y se inclinó sobre mi rabo. Me miró unos segundos a los ojos, mientras me pajeaba. Seguía con su cara de malote, con los ojos rojos del porro, sonrojado por el alcohol y chorreando sudor por su estado de excitación. Luego me miró la polla, pegó un resoplido como diciendo "en dónde me he metido" y luego la empezó a chupar.

Se le notaba inexperto, pero con un poco de mi ayuda, dirigiéndole la cabeza y empujando suavemente, le acabó cogiendo el tranquillo y me la comió hasta la mitad.

  • Tío, no puedo más. Tienes mejor garganta, tronco.

  • Pues, macho, me la estás comiendo mejor que muchas tías. No pares, anda… -dije, plantando la cabeza en el reposabrazos. Me la siguió chupando, comiendo y pajeando un rato hasta que sin decirle nada me la saqué y me levanté.

  • No puedo más. Quiero lefar, tronco. ¿Dónde lo hacemos?

Mi colega se incorporó también, aumentando su pajeo para pillarme el ritmo, mientras miraba pensativo su casa. Hasta que dio con la tele. En ese momento, la bielorrusa se enfocaba con la cámara hacia sí misma. Estaba con la boca abierta y a la expectativa. Justo a su lado una polla gordísima y venosa se la cascaba a toda hostia.

  • Está claro, en la puta boca de la bielorrusa –dijo con una sonrisa- Dale caña, a ver si nos corremos los tres a la vez

Emití una carcajada mientras me acercaba junto a él a la pantalla. En un movimiento instintivo, de colegas, nos cogimos de los hombros mientras aumentábamos el ritmo de la paja. Nunca nos la habíamos cascado tan agarraos . Noté perfectamente cómo, justo antes de lefar, le vibró todo el puto cuerpo, como cuando éramos chavales: con los músculos tope de duros y retorciéndose de placer. Me la pelé todavía más rápido para pillarle.

  • Toma, triple ración de leche

, puta. ¡Dios! –eyaculamos casi a la vez que en la grabación. En la boca de la rubia se mezclaban los lefazos grabados con nuestras dos corridas, que bajaban lentamente por la tele. Había por lo menos veinte trallazos de semen entre los de ahora y los de entonces. Jon seguía rodeándome con el brazo, resoplando, recuperándose de la pérdida de azúcar, que le había hecho apoyarse en el borde de la tele. Luego, me miró unos segundos y me dio una palmaditas en la mejilla.

  • Ha molao mazo, pero no te acostumbres, mariquita. Que a mí dónde esté un buen coño, que se quite lo demás

  • No te acostumbres tú, no te jode –dije, apartándole de un empujón, amigablemente- Aquí el comechochos número uno, soy yo

  • Sí, y el comepollas también

  • Serás capullo

De una embestida, lo tiré al suelo y nos empezamos a pelear en el suelo. En pelota picada, borrachos y aún cachondos. Como críos. Como antaño

Hasta que de repente, sonó un pitido. Provenía de una de las pantallas de ordenador al otro lado de la casa.

  • Buenas noticias para ti, colega –dijo. Se levantó, cogió de camino un pantalón que había tirado por ahí y se lo puso mientras miraba atentamente el monitor.

  • ¿Es lo que creo? –pregunté, poniéndome unos calzoncillos que me había prestado mi colega y el vaquero.

  • Es lo que crees. Archivo hackeado correctamente –respondió sonriendo- Es que soy un crack

  • ¿A qué esperas, coño? –inquirí- Ábrelo de una puta vez

  • Tranqui, tranqui. Ya va -hizo doble click en el archivo y se abrió un reproductor de video. Tras unos instantes, apareció la imagen, en plano fijo, de un colegio. Estaba grabado aparentemente desde un balcón del piso de enfrente. El centro estaba vacío pero, pasados unos segundos

, empezaron a salir chavales de los diferentes edificios. Era la hora de la salida. La hora punta. En unos instantes, se formó una aglomeración en la puerta entre alumnos, algunos padres, profesores. Fácilmente habría unas quinientas personas en la zona de entrada.

  • Mira las cuatro torres en el fondo. Es un colegio de aquí, de Madrid –comentó Jon mientras pasaba la grabación a más velocidad. La zona se fue despejando poco a poco y cuando se volvió a quedar casi vacío, el video acababa- No hay que ser James Bond para suponer que están planeando hacer algo en ese colegio. Nada bueno

  • Eso creo. Joder… -comenté.

Mi colega giró la cabeza. Me vio blanco, cabizbajo, rascándome la frente, nervioso... Asustado de verdad.

  • ¿Qué pasa, tío? ¿Sabes qué colegio es este?

  • Claro que lo sé –dije en un hilo de voz- Allí estudia el hijo mayor de Rubián.

  • ¿De… de Ignacio Rubián? ¿El puto presidente del Gobierno?

Asentí, todavía cabizbajo

  • Pe… pero y, ¿tú como lo sabes?

Levanté la vista y le miré, tragando saliva.

  • Porque es compañero de clase de mi hijo.

Continuará