El agente del CNI (2: Rehabilitación)

ANTERIORMENTE: Tras torturar sexualmente a un terrorista en un piso franco en Arabia Saudí, Álex Casado, agente secreto español, consigue un USB que podría contener información sobre un posible atentado en Madrid. Sin embargo, antes de poder reaccionar, el yihadista se inmola ante nuestro héroe.

El agente del CNI. Capitulo 2. Rehabilitación

Cuando sonó el despertador, puntual a las ocho de la mañana, yo ya llevaba despierto una media hora. Había tenido otra puta pesadilla con el yihadista suicida de los cojones. Casi me mata el muy cabrón. Y encima, el soporífero calor de agosto no ayudaba. Estuve sudando toda la noche de que había dormido en pelota picada. Me desperecé, me puse las manos en la nuca y observé mi musculoso cuerpo de arriba abajo –cosa que hacía cada vez que tenía oportunidad-, pasando por mi enorme rabo, hasta llegar a la pierna derecha, donde detuve mi mirada un buen rato. "Joder", pensé, "con la puta escayola no hay quien se duche en condiciones. Menos mal que hoy me la quitan"

Había pasado casi un mes desde el pequeño incidente de la aldea saudí. Tuve suerte de que la bomba no detonó correctamente, y la explosión no fue tan potente como esperaba. Sólo me llevé algunos restos de metralla. Lo peor fue la onda expansiva, que me estampó contra la pared. Resultado: dos costillas rotas y una fractura de fémur por la caída de un tabique. Vi las putas estrellas. Por suerte, la Policía no tardó en llegar al lugar y me trasladaron enseguida a un hospital de Riad, donde me operaron a las pocas horas. A la semana, regresé a Madrid con la pierna en cabestro y una buena temporadita de baja a la vista. Lo cual era una auténtica putada para un culo inquieto como el mío.

De pronto, tocaron a la puerta de mi habitación.

  • ¿Se puede? –era la voz de Nacho, mi compañero de piso.

  • Estoy en pelotas en la cama pero no pienso vestirme por ti.

  • ¿Tanto te cuesta taparte un poco? –dijo, mirando al suelo, mientras entreabría la puerta- Ya tengo suficiente con ver decenas de pollas en los vestuarios de la Policía un día tras otro.

  • Eres un mierda –comenté con sarcasmo mientras me ponía con desgana la almohada sobre el nabo- Además, que llevamos viviendo ya cinco añitos juntos. Pensé que había confianza

  • Cállate, anda –dijo, terminando de abrir la puerta. Estaba ya de uniforme- Sólo quería saber si necesitabas algo. Me voy a currar ya.

  • Lo que necesito es echar un polvo, Dios. Llevo un mes sin trabajar y sin follar, ¿qué me queda?

Nacho regresó entonces a su habitación y volvió a los pocos segundos con algo entre las manos, que me lanzó a la cama. Lo cogí al vuelo. Era una Penthouse . Una rubia de bote, abierta de piernas, se pellizcaba los pezones de sus tetas de silicona mientras enseñaba su coño rasurado.

  • No sabía que estabas interesado en las revistas de divulgación científica –comenté, ojeando la revista- Sobre todo, existiendo Internet.

- Na , tío –replicó con una sonrisa- Me la compré hace tiempo ya, en mitad de una de esas crisis con la Vanesa.

  • Menos mal que la dejaste. Estaba loca –apunté con poco interés, mientras seguía pasando páginas.

  • No empecemos… En fin, llego tarde. ¿Seguro que no necesitas nada?

  • No, tío, gracias. Esta mañana me quitarán por fin esta mierda y empezaré la rehabilitación –dije, levantándome de la cama algo renqueante, todavía con la almohada entre las piernas.

  • Anda, trae que te ayude –dijo, dándome la mano mientras giraba la cara en búsqueda de las muletas. Aproveché para gastarle una broma. Me quité la almohada y puse la polla sobre su mano.

  • ¡Qué haces, hijoputa ! –exclamó, retirándola al instante.

  • Tío, como has dicho que me querías echar una mano –repliqué sonriente- después de decirte que llevaba un mes sin follar

Nacho esbozó también una sonrisa.

  • Las pajas te las das tú solito, chaval. Y no fardes tanto de polla. Que sabes que yo la tengo igual o más grande –dijo, agarrándose el paquete por encima del uniforme. El bulto casi no le cabía en la palma de la mano- Hala, hasta luego. Que disfrutes de la rubia, que el rubio se va.

Y tras ello, salió de la habitación, cogió su placa y su pistola, y se marchó.

La verdad es que a Nacho no le faltaba de nada. 29 años, rubio, pelo corto algo enmarañado, ojos azules, alto, atlético, con un poco de vello corporal… Tenía el cuerpo fibrado de Michael Phelps, el aspecto desgarbado de James Dean y el porte rudo de un Policía Nacional. Aparte de, efectivamente, un pollón del quince, más grande del mío que ya es decir. Sólo se la había visto saliendo alguna vez de la ducha, sin empalmar, y el hijo de puta tiene un rabo de lo menos veinte centímetros. Le recorría más de medio muslo, y eso que tiene unos cuádriceps de cuidado, debido a su afición al fútbol. Así que con esa planta, el muy cabrón –que era tan educado como mujeriego- se llevaba una tía diferente al piso casi cada fin de semana. Cierto es que yo también subía algunas mujeres; los hombres los dejaba para los partidos fuera de casa.

Pero esa mañana entre la conversación tan explícita que habíamos mantenido, lo entallado de su uniforme, la imagen de su polla en mi cabeza y la sequía de sexo… me había puesto muy cerdo el hijo de puta. Y así de cerdo seguiría toda la mañana. Tiré el Penthouse a la papelera, me lavé como pude, me vestí, un café rápido y con las muletas en ristre me encaminé hacia el Hospital Militar.

  • Desvístase y túmbese boca abajo sobre la camilla, por favor. El fisioterapeuta vendrá enseguida. Puede cubrirse con esto –dijo la enfermera dándome una pequeña toalla. Tras ello, salió y cerró la puerta.

Me acababan de quitar la escayola y mi pierna tenía un aspecto bastante lamentable. Todavía no podía apoyar apenas el pie en el suelo. Probablemente tendría que estar un par de meses en rehabilitación para recuperar la movilidad al cien por cien y seguir con la misión en condiciones óptimas. Pero eso no era lo que me preocupaba en ese momento.

Seguía muy cachondo tras la conversación con mi compañero de piso. Nacho siempre me había parecido un chaval muy atractivo, y de cuando en cuando fantaseaba con la idea de darnos una paja juntos o hacer un trío con alguna de las chicas que subíamos al piso. Pero nunca me había puesto tan burro sólo por hablar con él del tamaño de nuestras pollas. Probablemente era sólo la falta de sexo, pero el caso es que llevaba todo el día con la tranca más que morcillona, casi empalmada, y con el médico que me quitó la escayola lo había podido disimular, pero ahora iba a estar más complicado.

Me desnudé y me eché en la camilla boca abajo como me dijo la enfermera. Me coloqué el nabo hacia delante, aplastándolo contra el abdomen para que no sobresaliese por debajo del culo y el fisio me lo pudiera ver. Con el roce del glande contra la sábana, me estaba creciendo por momentos, pero era lo único que podía hacer. Me concentré y crucé los dedos para que el fisio fuese un tío muy feo.

  • ¿Se puede? –una voz joven se escuchó al otro lado de la puerta. Me coloqué la minúscula toalla sobre mis glúteos y carraspeé.

  • Sí, adelante.

Miré hacia arriba y ante mí apareció un chaval muy moreno, quizá del sur. Parecía tener acento de Murcia o por ahí. Tenía perilla y facciones muy masculinas. Su escueta camiseta de manga corta y pantalón, azules, la típica ropa de masajista, dejaba poco a la imaginación. Tenía un cuerpo poco definido pero realmente fibrado, y unos brazos y manos fuertes y venosas, que estrecharon las mías nada más cerrar la puerta. "Lo que faltaba, un puto pibón". Mi polla estaba ya completamente dura y abrasándome el abdomen.

  • Soy Juanjo. Encantado –sonrió, esbozando unos dientes perfectos

  • Igualmente. Álex

  • Sí. Alejandro Casado Roca. Agente de campo del Centro Nacional de Inteligencia, desde hace tres años. Formación militar. Divorciado, un hijo… -no miró en ningún momento la ficha.

  • Veo que ha hecho sus deberes.

  • Tutéame, hombre, que soy nueve años menor que tú. Pero no menos profesional.

  • No lo dudo, Juanj…¡joder!

Ni corto ni perezoso había puesto sus manazas sobre mi muslo derecho. Aquello dolía. Continuó con su tortura un par de minutos, ignorando mis quejidos.

  • Ya está. Sólo quería evaluar cómo está la fractura tras la escayola. Tiene buena pinta, pero vamos a tener que vernos una temporada. Por cierto, esto de momento fuera.

Cogió la toalla que me cubría mi musculoso culo y la retiró de un plumazo

  • Espero que no seas muy vergonzoso, pero voy a tener que trabajar en la zona baja de los glúteos si quieres recuperar la movilidad. Sobre todo aquí.

Entonces empezó a masajearme uno de las nalgas y parte del aductor derecho, pasando muy discretamente uno de sus meñiques por mi ano.

  • No hay ningún problema. Toca donde tengas que tocar, chaval –repliqué, intentando disimular mi excitación. La mezcla de dolor y placer me estaba poniendo muy borrico y empezaba a mojar parte de la sábana- Sólo quiero volver al curro lo antes posible. ¡Joder!

El cabronazo estaba apretando a tope el aductor y me estaba haciendo trizas. Sin embargo seguía rozando levemente la raja de mi culo y uno de los testículos.

  • Vete acostumbrando. Si de verdad quieres volver a la calle cuanto antes, te voy a tener que dar mucha caña.

  • Dame la caña que quieras. Soy todo tuyo –bromeé con tono de resignación y luego solté otro fuerte quejido ante otra punzada de dolor.

Siguió trabajando la misma zona un buen rato, cada vez más fuerte, sobándome poco a poco más los glúteos, pero dándome una caña impresionante. Intentaba ahogar mis suspiros de dolor, aunque en el fondo también mi estado máximo de excitación. Tenía las sábanas ya bien babeadas.

  • Intenta relajarte, casi hemos terminado esta zona.

  • ¡Lo intento!

Pasaron unos pocos minutos más y, para mi sorpresa, me dio un manotazo en el culo y dijo.

  • Por hoy ya está bien por aquí. Ahora date la vuelta. Tengo que trabajar los cuádriceps.

  • ¿Cómo?

Juanjo me miró extrañado.

  • Te has fracturado el fémur, ¿recuerdas? No es ninguna tontería. Si quieres volver a flexionar la pierna, voy a tener que manosearte un poco por el otro lado –comentó con sarcasmo.

  • Ya, lo entiendo, pero es que

  • No hay peros que valgan

"¿Qué hago ahora? Ni poniéndome otra vez la toalla podría disimular esta erección de caballo". Juanjo pareció adelantarse a mis pensamientos.

  • ¿Estás empalmao ? ¿Es eso? –preguntó y luego soltó una pequeña carcajada- No pasa nada, hombre. Es normal. Estoy trabajando en zonas muy sensibles, y por muy machote que uno sea, el cuerpo no es de piedra. Nuestro organismo tiene sus reacciones físicas. Nos pasa a todos. Anda, date la vuelta.

Fruncí el entrecejo y sonreí.

  • Si insistes –comenté- pero te advierto que no habrás visto muchas como ésta.

Y a continuación me di la vuelta sobre la camilla. Mi tranca, rozando ya los 24 centímetros, dura como una roca, saltó como un resorte y quedó apoyada sobre mi estómago, posándose el capullo sobre uno de mis abdominales superiores. El vello de esa zona estaba chorreando de líquido preseminal.

  • Bueno –dijo, intentando disimular su sorpresa- Lo admito, tienes un pollón de miedo

  • Te avisé, compañero. No quiero que esto te desconcentre –bromeé.

Soltó una risa nerviosa.

  • Se intentará.

Comenzó a masajear el cuádriceps de la pierna derecha durante varios minutos, aunque mirándome de reojo la tranca, que bailoteaba sobre mi estómago. Juanjo fue subiendo poco a poco la intensidad, hasta llegar a apretarme con fuerza en la zona cero del hueso. Pegué un alarido de cuidado.

  • ¿Cómo puedo hacer que te relajes, hombre? No hay manera –dijo, tocando mi estómago amigablemente. Su mano rozó medio sin querer mi polla.

Un intercambio de miradas y una simple frase bastó para romper el hielo.

  • Estoy seguro que sabes cómo hacer que me relaje

El fisio sin dudarlo me cogió la polla, primero con una mano, luego con ambas. A pesar de que eran unas manos grandes, aún me sobresalía el capullo. Empezó a masajearme la polla suavemente pero con firmeza. Con sus fuertes manos fue pajeándome lentamente pero muy seguro de lo que hacía, mientras que con uno de los pulgares me acariciaba el frenillo. Pronto mis quejidos de dolor se tornaron suspiros de placer.

  • Hay que lubricar la zona, agente –comentó. Tras lo cual, reunió un japo enorme en su boca y lo dejó caer sobre la punta de mi nabo. El líquido cayó lentamente recorriendo los 24 centímetros de carne hasta alcanzar al ombligo. Extendió la saliva sobre toda la polla y volvió a pajearme. Esta vez sus manos iban mucho más rápidas, emitiendo un sonido lechoso y haciéndome chirriar de gusto. Lo hacía tan bien que en pocos minutos ya estaba a punto de correrme.

  • Espera, Juanjo –inquirí- creo que hay que lubricar todavía más.

Y entonces le cogí de la nuca, acariciándole levemente la mejilla con el pulgar, y le dirigí hasta mi nabo. Primero me dio unos buenos lametones por la punta del capullo, luego fue bajando hasta humedecérmela entera, y finalmente se la comió. Sólo llegó hasta la mitad de mi tranca, a pesar de que seguía empujándole la nuca.

  • Vamos, tú mismo me decías que eras un profesional. Seguro que puedes llegar hasta el fondo del asunto.

La frase funcionó. Noté como Juanjo abría brutalmente su garganta e iba tragando cada vez más y más carne hasta casi tocar mis huevos con sus labios inferiores. Le tapé la nariz y seguí empujándole unos veinte segundos. Casi, casi, podía notar como la punta de mi nabo rozaba su estómago mientras el tipo se volvía rojo y las venas de su cuello se hinchaban sobremanera. Al borde de la asfixia, empezó a aráñame los costados para que le dejase respirar. No lo hice inmediatamente. Le tuve unos pocos segundos más, sonriendo, disfrutando de su dulce agonía. Seguidamente, le liberé de una tacada y mientras el pobre daba una desesperada bocanada de aire aproveché para pajearme a toda leche. No podía más.

Mientras me la cascaba, con la otra mano le rompí la fina camiseta azul.

  • Has hecho un buen trabajo. Tienes que estar orgulloso así que saca pecho, coño.

Y seguidamente me corrí sobre sus pectorales, mientras mi cuerpo se agitaba de gozo. Conté nueve latigazos. Pronto, una enorme capa de lefa empezó a gotear de la mata de pelo que le cubría gran parte del pecho y los abdominales.

Me eché sobre la camilla, estirándome y exhalando, exhausto. Por el rabillo del ojo, pude ver cómo el tío se restregaba mi semen por sus pezones mientras eyaculaba sobre la camilla. "Qué gustazo, qué bien adiestrados llegan los nuevos funcionarios de Defensa, la Virgen"

En ese momento, sonó mi teléfono móvil. Ignorando completamente al fisio, lo cogí. Era un número oculto.

  • ¿Sí?

  • ¡Qué pasa, figura!

Enseguida lo reconocí. Era Jon, un buen amigo que aparte de fiestero, pastillero y con un rollito bakala cachas que me la ponía muy gorda, era un estupendo hacker .

  • ¿No me jodas que tienes buenas noticias para mí?

  • Afirmativo. He podido recuperar algunos archivos que contenía el USB que te dio el terrorista. No es gran cosa, pero espero que te pueda servir.

  • Joder, algo es algo. Cuando te lo di, no era muy optimista. Ya viste cómo se había quedado el chisme tras la explosión.

  • Sí, un puto amasijo de chips y plástico. Pero, para eso está tu colega Jon.

  • Joder, te debo una. No te muevas.

Me vestí a toda prisa casi sin reparar en el fisio. Mi mente se centraba en Marea Negra, el grupo yihadista . "No permitiré que atentéis en la capital de España, hijos de puta". Y salí de la habitación rumbo a casa de Jon.

Continuará