El agente del CNI (1: Tortura anal)

Álex Casado, agente secreto español enviado a Arabia Saudí, investiga un grupo yihadista que quiere atentar en Madrid. Tendrá que usar todas sus artimañas para obtener toda la información posible de uno de los terroristas. Y, por su país, está dispuesto a todo.

El agente del CNI. Capitulo 1. Tortura anal

El termómetro del Jeep marcaba 42º grados centígrados. Me pareció poco, la verdad. Era mediodía, un mes de julio, y me encontraba conduciendo –sin aire acondicionado- por un angosto camino de tierra en mitad del desierto de Rub al-Jali. La camisa se me adhería al torso, continuamente caían chorros de sudor de mi frente y las sandalias se me resbalaban del pie cada dos por tres. Me maldije una vez más por haberme puesto vaqueros, en mi obsesión por no llevar ningún pantalón corto estando de servicio. Aunque, bien pensado, raramente se podía decir que no estuviese de servicio. Trabajar como agente secreto, especialmente si te encontrabas en un destino extranjero –en aquel momento, en Arabia Saudí- implicaba estar las 24 horas de servicio.

La misión en la que me encontraba era relativamente sencilla. Un confidente me había informado de la dirección de un piso franco en una aldea a 120 kilómetros al noroeste de la capital, Riad. Podía ser la base del comando local de un grupo yihadista con serias aspiraciones terroristas, los llamados Marea Negra. Un par de contactos de la Inteligencia saudí tenían indicios de que planeaban un atentado gordo: su primer atentado en Europa. Uno de ellos, de hecho, me mostró un mapa del metro de Madrid obtenido en una operación contra el grupo en Irán. Tenía órdenes expresas desde Interior de obtener más pruebas para, en tal caso, proceder a una detención coordinada con la Policía saudí. Así que allí me dirigía, al piso franco, con la intención de entrar, coger alguna evidencia y regresar, a ser posible, sin ser visto. Pero por si acaso, como siempre, llevaba mi 9mm a mi mano. Por si había cualquier complicación. La pequeña dama de hierro me había salvado el pellejo en varias ocasiones

Me quité las gafas de sol unos instantes para secarme con el brazo el sudor de los ojos, y me las volví a poner mirándome en el espejo retrovisor. Me quedé observando mi rostro un segundo. "Qué guapo eres Álex, coño", pensé esbozando una sonrisa, "hasta en pleno desierto, con arena hasta las orejas y oliendo a tigre, estás de revista". La verdad es que a mis 35 años, me conservaba bien. En cualquier situación, era un tío atractivo. La barba de dos días me quedaba de lujo, igual que el peinado rapado al tres, el moreno de las horas al sol… Y por supuesto, los músculos. El duro entrenamiento diario y las puntuales misiones me habían modelado un cuerpo fibrado, definido y fuerte; incluso, el propio sudor no hacía sino ensalzar mi vigor y masculinidad. Y entre todo ello, destacaba mi sonrisa perfecta que engatusaba desde las mujeres más voluptuosas hasta los hombres más rudos. Mis habilidades sociales hacían el resto. Bueno, eso y también, todo sea dicho, el tamaño de mi tranca. Levanté la mano de la palanca de cambios y me palpé el paquete. "Joder, qué nabo". Seguía sorprendiéndome, aunque la tengo así de gorda desde la pubertad. Aproveché que iba en una recta y me desabroché dos botones. Me la saqué durante unos segundos para ver y disfrutar una vez más de los 18 centímetros de rabo; eso sólo en reposo. Casi no me cabía en la mano. "Vaya trozo de carne"

Enseguida llegué a la aldea. Aparqué el jeep unos metros a las afueras e hice el resto a pie. Pensé en ponerme mi vestimenta árabe, pero estaba tan moreno que casi parecía un saudí de pura cepa. Así que me fui "a pelo", con mis sandalias, mis vaqueros, mi camisa sudada y, escondida en la cintura, mi 9 mm. Revisando las señas, me dirigí al piso franco.

No tardé en encontrarlo. Era una construcción sencilla de dos pisos, no muy grande. No había nadie vigilando en las inmediaciones, lo cual me extrañó. Es más, la puerta estaba entreabierta. Me asomé, con una mano rozando la culata de mi pistola. No había nadie en toda la planta baja. Subí las escaleras muy sigilosamente. Fue entonces cuando oí un ruido. Era agua cayendo. "Algún hijo de puta de éstos se debe estar duchando", pensé. Sólo el imaginármelo me provocó cierto hormigueo en el pantalón, pero enseguida volví a concentrarme. Pronto localicé de dónde procedía el sonido y eché una ojeada, pegando mi espalda a la pared y moviéndome con sumo cuidado. Eché un vistazo y, efectivamente, un árabe estaba en el pie de ducha, de espaldas a mí, aclarándose el jabón. La ducha no tenía cortinas por lo que pude verle completamente en pelotas. El tío estaba cuadrado: espaldas anchas, dos hombros enormes, brazos fuertes, un trasero fibrado… No cabía duda de que ese tío era de formación militar; lo cual encajaba con el perfil que me habían pasado del comando. Al menos, tres de ellos eran disidentes del ejército saudí. De nuevo, un hormigueo me invadió la entrepierna. Pero otra cosa, más preocupante, me llamó la atención. Junto a él, apoyada en la pared, descansaba lo que parecía un AK-47, un fusil de asalto sencillo. Pero letal.

De repente, se dio la vuelta. Yo, sumido en mis pensamientos, no me había percatado a tiempo y no pude ocultarme. Me vio

  • ¿Quién anda ahí? –dijo en perfecto árabe, tapándose la entrepierna con una mano mientras con otra intentaba coger el rifle.

  • ¡Quieto, cabrón! –exclamé, entrando en el baño con mi 9mm apuntándole directamente a la cabeza. Mi árabe era perfecto también- ¡Las manos donde pueda verlas!

  • Pero, ¿quién coño eres tú? –gruñó. Todavía intentaba, a tientas, coger la ametralladora.

  • ¡He dicho, las manos donde pueda verlas! Y date la vuelta

A regañadientes, levantó las manos sobre su cabeza y me dio la espalda. De reojo, pude ver su tranca. Era gorda, venosa y larga, casi le recorría medio muslo. Noté cómo mi polla crecía dentro de mis ajustados vaqueros. Rápidamente, retiré el AK-47 de una patada y le esposé.

  • Mi nombre es Álex Casado. Soy agente del CNI –comenté mientras le colocaba los brazos a la espalda y le apretaba bien fuerte los grilletes- Centro Nacional de Inteligencia, ¿te suena?

  • Putos españoles

Aproveché el insulto para pegarle un rodillazo en la base espalda. Gritó como un cerdo.

  • No te pases ni un pelo. Y ahora, abre las piernas. Voy a cachearte

  • ¿A cachearme? Estoy desnudo, gilipollas

Le di otra hostia en la espalda.

  • Eso ya lo veo. Pero no me fío de lo que puedas tener escondido ahí detrás –comenté con una sonrisa.

  • No soy un puto traficante. Soy… -paró en seco.

  • Ya. Eres un puto terrorista. Pero, ¿quién sabe? Igual me llevo un dos por uno.

  • Maricón –susurró.

  • Veremos quién es el maricón aquí

Me pegué a él por detrás, rozando mi abultado paquete contra sus formados glúteos. Restregué mis manos aún sudorosas sobre sus pectorales, espalda, brazos y piernas; obviamente sin encontrar nada. Pasé entonces a la entrepierna. Abrí sus nalgas, pasé la mano por la base de la polla y los testículos hacia atrás, hasta encontrar el ano. Ni corto ni perezoso, introduje mi dedo anular en su agujero. Se resistió un par de veces, mientras maldecía, pero a la tercera cedió, resignado, conforme yo iba añadiendo dedos. Aproveché para palparle la polla con la otra mano. A pesar de que aquello no le gustaba nada, la tenía empalmada.

  • ¿Ahora quién es el maricón, eh?

Noté cómo herí su orgullo e intentó zafarse de mí. Casi me coge despistado, porque al tocarle la polla había soltado mi pistola y había dejado de agarrarle. Pero rápidamente lo volví a coger. Le di otro par de hostias y le volví a amenazar con la pistola.

  • No intentes otra tontería o

Entonces vi la pistola y tuve una idea genial. Retiré mis dedos de su ano, escupí en mi 9mm en un intento de lubricación y le introduje la punta de la pistola por detrás.

  • Como hagas cualquier otra gilipollez te parto el culo en dos, ¿me has entendido?

El yihadista resopló a modo de afirmación.

  • ¿Qué es lo que quieres? –preguntó, esta vez más dócil. Lo tenía a mi merced- ¿Por qué no me detienes?

  • De eso, se ocuparán otros. Voy a ser muy directo y como me mientas, aprieto el puto gatillo. ¿Estáis pensando cometer un atentado en Madrid?

El hijo de puta lo negó. Negó incluso que Marea Negra fuese una organización terrorista y por más que le metí la pipa por el agujero del culo el tío no soltó por esa boquita más que algún quejido de dolor.

  • ¿Te gusta que te folle con la pipa, es eso? – Le metí la 9 mm casi hasta el gatillo. Al yihadista aquello le estaba doliendo y mucho, casi lloraba, pero su polla seguía sin decir lo mismo. Volví a agarrársela. La tenía ya tan gorda que casi no podía abarcarla con la mano- Esto te está poniendo to burro, mamón. Así no te voy a sacar ninguna información. Voy a tener que pasar a mayores

Le saqué la pistola del ano de un tirón. El tío gritó no sé si de dolor o bien de miedo por lo que le podía esperar.

Mientras le apuntaba a la nuca con la pistola, me empecé a escupir el puño de la otra mano hasta tenerlo completamente mojado. Luego, me desabroché el cinturón, me bajé la cremallera y saqué la tranca, que tenía ya caliente, dura como una roca y rozando los 23 centímetros de longitud. Empecé a restregársela por las nalgas, y arrearle hostias con ella por toda la zona. En una reacción puramente física, el ano se dilató todavía más.

  • Entre la 9mm y mis pollazos tienes el agujerito abierto ya lo suficiente como para dar la bienvenida a un nuevo invitado –dije cerrando con fuerza el puño- Reza a Alá lo que sepas.

El tío miró de reojo hacia atrás y rechinó los dientes. Estaba asustado pero no opuso resistencia esta vez. Empezó a recitar algo en un dialecto saudí que no entendía muy bien. Pero se calló en cuanto empecé a introducir el puño. Al principio entró muy poco, pero poco a poco el culo del árabe fue engullendo más y más mi mano hasta que en pocos minutos estaba entera dentro, hasta la muñeca.

  • ¿Me dices algo ya, o sigo?

El tío sólo se retorcía de dolor y lo único que alcanzó a decir fue que no sabía nada de ningún atentado.

  • Muy bien. Pues proseguimos. Pero te advierto que tengo un antebrazo muy grande.

Volvió a apretar la mandibula pero no dijo nada más, así que empecé a empujar. Notaba cómo el recto del moro vibraba conforme el puño iba avanzando poco a poco dentro de su trasero. El yihadista gritaba ya a pleno pulmón hasta que, a mitad de mi antebrazo, cuando parecía que aquello se iba a partir en dos de un momento a otro, exclamó.

  • ¡Para, joder, para! ¡Te lo contaré todo!

  • Bien –dije, sacando el brazo de un tirón, para tortura del saudí- pero antes de que cantes te voy a llenar la boca de lefa ibérica. Por mentiroso, a ver si escarmientas.

Lo giré, lo puse de rodillas frente a mí y con una mano le abrí la boca apretándole los carrillos, mientras me empezaba a pajear. La mano me resbalaba a gran velocidad por la polla, gracias a los numerosos salivazos y el líquido preseminal que me babeaba por toda la tranca. Estaba ya to cachondo por la penetración del puño, y en un par de minutos llegué al clímax.

  • ¡Disfruta de la leche española! –exclamé.

Y mientras convulsionaba de placer, ocho latigazos de semen impregnaron en segundos la cara del yihadista . El tío estaba claramente asqueado pero yo, no contento con ello, reuní con la mano toda la lefa que le había recubierto la cara y se la metí entera en la boca, casi hasta la garganta. Hizo un par de amagos de arcadas pero, al final, no tuvo más remedio que tragársela toda.

Le di un minuto de descanso y le volví a apuntar con la pistola, esta vez en la sien:

  • ¡La información!

El terrorista me miró con cara de odio, pero seguidamente se levantó y me pidió que le siguiese. Me condujo a otra habitación, un dormitorio con dos literas. Se agachó y metió las manos como pudo (seguía esposado) bajo una de ellas.

  • Cuidado con lo que haces –insistí, apuntándole en la sien.

Me pareció que movía una baldosa. En cuestión de segundos, me dio lo que parecía una memoria USB.

  • Aquí está todo –acertó a decir.

Lo cogí y me quedé mirándolo, absorto durante unos segundos. Craso error. El yihadista aprovechó para salir huyendo.

  • ¡Mierda! ¡Vuelve, cabrón!

Corrí tras él. Había entrado en otra puerta de la casa. La atravesé con la pistola por delante. Lo vi

  • ¡Detent…!

No pude acabar la frase. El terrorista se había adherido un artefacto explosivo al cuerpo. Parecía lo suficientemente potente como para hacer trizas un rascacielos.

  • Perdón Alá por haberte fallado.

Y pulsó el interruptor.

Continuará